Origenes contra Celso 662

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62. La "voz" de Dios

Acaso entendió también Celso mal el texto: Porque la boca del Señor ha hablado esto (Is 1,20), o a los ignorantes que precipitadamente le explicaron otros semejantes, y, al no comprender a qué se ordena lo que se dice sobre los poderes de Dios con nombres de miembros corporales, dice así: "Dios no tiene cuerpo ni voz". A decir verdad, no se podrá decir que Dios tenga voz, si la voz es aire que vibra o percusión de aire, o una especie de aire, o como quiera definan la voz los que entienden de estas cosas. Sin embargo, la que se llama voz de Dios se dice ser vista como voz de Dios por el pueblo: Todo el pueblo veía la voz de Dios (Ex 20,18), tomándose el ver espiritualmente, para decirlo con la palabra usual en la Escritura (). Y añade que "Dios no tiene nada de lo que nosotros sabemos". Pero no especifica qué cosas sabemos nosotros. Porque, si se refiere a miembros, estamos de acuerdo con él, sobrentendiendo "lo que sabemos según las denominaciones corporales y comunes". Mas si entendemos de modo universal "lo que sabemos", muchas cosas sabemos que atribuimos a Dios", pues El tiene virtud, bienaventuraza y divinidad. Mas, si entendemos en sentido más alto "lo que sabemos", puesto que todo lo que sabemos es inferior a Dios, no hay inconveniente en admitir que nada tiene Dios de lo que nosotros sabemos. Y es así que lo que hay en Dios es muy superior a cuanto "sabe no sólo la naturaleza del hombre, sino también quienes están por encima de ella". Mas, si Celso hubiera leído los dichos de los profetas, de un David que dice: Mas tú eres el mismo (Ps 101,28); y de un Malaquías: Yo soy y no me mudo (), hubiera visto que ninguno de nosotros afirma se dé en Dios cambio ni de obra ni de pensamiento. Y es así que, permaneciendo el mismo, gobierna las cosas mudables, como corresponde a su naturaleza y como la razón misma persuade deben ser gobernadas.

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63. £1 hombre, imagen de Dios

Luego no vio tampoco Celso la diferencia que va entre ser conforme a la imagen de Dios () y ser "imagen de Dios" (Col 1,15); pues imagen de Dios es el Primogénito de toda la creación, el Logos en sí, la verdad en sí y la sabiduría en sí, que es imagen de su bondad (), y hasta todo varón, cuya cabeza es Cristo, es imagen y gloria de Dios (Col 1). Ni comprendió tampoco en qué parte del hombre está impresa esa imagen de Dios, es decir, en el alma que no ha tenido, o que ya no tiene, al hombre viejo con sus obras (Col 3,9), y, por no tenerlo, se dice ser a imagen de su Creador. De ahí es que Celso diga: "Tampoco hizo al hombre imagen suya, pues Dios no es tal, ni se asemeja a forma otra alguna". Pero ¿es posible pensar que la imagen de Dios está en la parte inferior de hombre, ser compuesto, quiero decir, en su cuerpo y, como Celso lo interpretó, que éste sea la imagen de Dios? Porque, si el ser según imagen de Dios se da en el cuerpo solo, la parte superior, que es el alma, queda privada de ser a imagen de Dios, y ésta estaría en el cuerpo corruptible, cosa que nadie de nosotros dice. Mas si el ser a imagen de Dios está en el compuesto, seguiríase necesariamente que Dios es compuesto, y también constaría como de cuerpo y alma; así, lo superior de su imagen estaría en el alma; lo inferior, lo que atañe al cuerpo, en el cuerpo, cosa que nadie de nosotros afirma. Resta, pues, que el ser a imagen de Dios haya de entenderse del hombre interior, como lo llamamos nosotros (), que se renueva y es naturalmente capaz de formarse a imagen del que lo creó (Col 3,10). Tal acontece cuando el hombre se hace perfecto, como es perfecto el Padre celestial (Mt 5,48), y oye el mandato: Sed santos, porque yo, el Señor, Dios vuestro, soy santo (), y aprende estotro: Sed imitadores de Dios (). Entonces toma el hombre en su alma virtuosa los rasgos de Dios; y también el cuerpo del que, por razón de la imagen de Dios, ha tomado los rasgos de Dios, es un templo (Mt 1); el cuerpo, digo, del que tiene tal alma; y, en el alma, por razón de ser conforme a la imagen de Dios.

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64. Platonismo y cristianismo

Luego ensarta Celso, por su cuenta cosas y más cosas, como concedidas por nosotros, siendo así que ningún cristiano que tenga inteligencia las concede. Porque nadie de nosotros concede que "Dios participe de figura o color". Ni tampoco participa de movimiento El, que, por estar firme y tener naturaleza firme, convida a lo mismo al justo cuando dice: Tú, empero, estáte aquí conmigo (). Ahora bien, si hay frases que parecen atribuirle movimiento, como la que dice: Oyeron al Señor Dios que se paseaba por el paraíso al atardecer (), hay que entenderlo en el sentido de que los que habían pecado se imaginaban que Dios se movía, o como se habla figuradamente del sueño de Dios, de su ira o cosas por el estilo.

Y tampoco participa Dios de la substancia (o esencia: ousía), pues El es participado, más bien que participa, y es participado por quienes tienen el espíritu de Dios. Por el mismo caso, nuestro Salvador tampoco participa de la justicia, sino que, siendo El la justicia misma, de El participan los justos.

Por lo demás, mucho - y difícil de entender - habría que decir acerca de la substancia, señaladamente si tratáramos de la substancia propiamente dicha, que es inmóvil e incorpórea. Habría que inquirir si Dios, "por su categoría y poder transciende toda sustancia" (PLAT,. Pol. 509b; cf. infra VII 38); El, que hace participar en la substancia a los que participan según su Logos, y al mismo Logos; o si también El es sustancia, a pesar de que se dice de El ser invisible en la palabra de la Escritura, que dice sobre el Salvador: El cual es imagen del Dios invisible (Col 1,15); texto en que la voz "invisible" quiere decir incorpóreo. Habría igualmente que investigar si el Unigénito y Primogénito de la creación debe decirse ser la substancia de las substancias y la idea de las ideas y el principio; pero que Dios, Padre suyo, transciende todos estos conceptos.

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65. Los puntos sobre las íes

Ahora bien, Celso dice que "de El procede todo" después que, no sé cómo, separó todas las cosas de Dios (cf. IV 52); mas nuestro Pablo: De El-dice-y por El y para El son todas las cosas (), texto en que "de El" se refiere al origen de la existencia de todas las cosas; "por El" a su con servación, y "para El" a su finalidad. Verdaderamente "Dios no procede de nadie"; mas como afirma que "tampoco puede alcanzarse por razón", distingo lo que se entiende por razón. Si se entiende la razón que hay en nosotros, ora interna, ora proferida, también nosotros afirmaremos que Dios no es comprensible por la razón; pero, si entendemos este texto: En el principio era la razón (logos, verbo), y la razón estaba en Dios y la razón era Dios (); afirmamos que para esta razón es Dios comprensible, y no sólo es comprensible para ella, sino también para aquel a quien ella revelare al Padre (Mt 11,27). Con ello damos un mentís a la afirmación de Celso, según la cual "no puede alcanzarse a Dios por la razón". Y que "tampoco se lo pueda nombrar", necesita también de distinción. Efectivamente, si se quiere decir que no hay dicho ni expresión que pueda representar los atributos de Dios, la tesis es verdadera; como que muchas de las-cualidades de las cosas no son tampoco nominables. ¿Quién puede, en efecto, distinguir con un nombre la diferencia de dulzor de un dátil y de un higo? ¿Quién puede distinguir y representar por un nombre la propia cualidad de cada uno? Nada tiene, pues, de extraño que, en este sentido, no sea Dios nominable. Pero si nominable se toma en el sentido de que es posible representar algo de sus atributos para dar la mano al oyente y hacer que entienda algo de El en cuanto cabe en la naturaleza humana, no hay inconveniente en decir que Dios es nominable. Y del mismo modo distinguiremos lo de que "nada le pasa o padece que sea comprensible por un nombre". Verdad es, sin embargo, que Dios está fuera de todo padecimiento (cf. IV 72). Y baste sobre esto lo dicho.

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66. Jesús, Dios, luz que nos ilumina

Veamos también el texto que sigue, en que introduce una especie de personaje que, oído lo que antecede, dice: "Entonces, ¿cómo puedo conocer a Dios? ¿Y cómo puedo saber el camino que conduce a El? ¿Y cómo me muestras a Dios? Porque la verdad es que ahora me estás echando tinieblas sobre los ojos y nada veo con claridad". Seguidamente, parece como que responde al que esas" dificultades siente, y cree dar la causa de que se derrame oscuridad en los ojos del que así habla, y dice: "Cuando se saca a luz brillante a los que estaban entre tinieblas, como no pueden resistir los resplandores de la luz, creen que se perjudican y dañan la vista y que se quedan ciegos" ". A lo que diremos que en tinieblas están sentados y envueltos por ellas todos los que miran a las malas artes de pintores, plasmadores y escultores, y no quieren levantar los ojos y remontarse, por su mente, de todo lo visible y sensible al artífice del universo, que es luz; en la luz se halla, empero, todo el que ha seguido los esplendores del Logos, que le hizo ver con cuánta ignorancia e impiedad y desconocimiento de lo divino adoraba esas cosas en lugar de Dios; del mismo Logos, que llevó de la mano la mente de quien quiere salvarse hasta el Dios increado y supremo. Y es así que el pueblo sentado en las tinieblas-el pueblo de los gentiles-vio una luz grande; y una luz se levantó para los que estaban sentados en la región y sombras de la muerte (Mt 4,16), una luz que es Jesús Dios.

Así, pues, ningún cristiano le responderá a Celso ni a ninguno de los que condenan la palabra divina: "¿Cómo puedo conocer a Dios?", pues cada uno de ellos, en cuanto cabe, conoce a Dios. Y ninguno dirá: "¿Cómo sabré el camino que lleva a El?", pues ha oído al que dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida () y gustado, en el caminar mismo, el provecho de caminar. Y ningún cristiano le diría a Celso: "¿Cómo me muestras a Dios?"

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67. No tenemos nada que ver con las tinieblas

Sin embargo, en las palabras susodichas, algo verdadero dijo Celso, y es que, oyendo alguien sus razones y viendo que son razones de tinieblas, le responde: "Estás echando tinieblas sobre mis ojos". Indudablemente, Celso y los de su ralea quieren echar tinieblas sobre nuestros ojos; pero, con la luz del Verbo, disipamos nosotros las tinieblas de las doctrinas impías. Un cristiano le pudiera decir a Celso que no dice nada claro ni verdadero: "Nada veo claro en tus discursos". Así, Celso no nos saca de las tinieblas, a la luz brillante, sino que quiere echarnos de la luz a las tinieblas, haciendo de la luz tinieblas y de las tinieblas luz, cayendo de lleno bajo la hermosa sentencia de Isaías, que dice así: ¡Ay de los que hacéis de las tinieblas luz y de la luz tinieblas! (Is 5,20). Nosotros, empero, puesto que el Verbo ha abierto los ojos de nuestra alma y vemos la diferencia entre la luz y las tinieblas, estamos decididos a per manecer a todo trance en la luz y no queremos tener nada que ver con las tinieblas. Ahora bien, como la luz verdadera (Is 1) es a par luz viviente, ella sabe a quién deben mostrarse los esplendores de la luz y a quién la simple luz, y no ofrecer su propio resplandor, por razón de la debilidad de los ojos del que debiera contemplarlo. Mas si hay que hablar en absoluto de "daño y perjuicio de la vista", ¿qué ojos diremos que lo padecen sino los de quien está dominado por la ignorancia de Dios e impedido por sus pasiones de ver la verdad? Los cristianos, pues, no piensan en modo alguno que estén cegados por los discursos de Celso ni de ningún extraño a su religión; mas los que se sientan cegados por seguir a las muchedumbres de los extraviados y a las naciones de los que celebran fiestas en honor de los demonios, acerqúense al Logos que hace merced de los ojos. Así, a semejanza de aquellos pobres ciegos que se arrojaron junto al camino y fueron curados por Jesús por haberle dicho: Hijo de David, ten compasión de nosotros (LE 18,38 Mt 20,30), también ellos, objeto de misericordia, recobrarán ojos nuevos y hermosos, cuales puede crear el Verbo de Dios.

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68. Conocemos a Dios por el Verbo hecho carne

Por eso, si Celso nos pregunta "cómo pensamos conocer a Dios y ser salvados por El", le responderemos que el Verbo de Dios, que está en los que lo buscan o lo reciben cuando se les manifiesta, es suficiente para dar a conocer y revelar al Padre, que, antes de su advenimiento, no era visto. ¿Y qué otro sino el Verbo de Dios puede salvar el alma del hombre y llevarla al Dios supremo? El, que en el principio estaba en Dios, por amor de los que estaban pegados a la carne y hechos como carne, se hizo carne, para ser comprendido por los que no podían contemplarlo en cuanto era Verbo y estaba en Dios y era Dios (). Y, hablándose de El como ser corpóreo y predicado como carne (cf. IV 15), llama a sí mismo a los que son carne, a fin de configurarlos primero según el Verbo que se hizo carne, y los levante luego a contemplarlo tal como era antes de hacerse carne; de suerte que, aprovechados y remontándose de la iniciación según la carne, digan: Mas si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos (Mt 2).

Se hizo, pues, carne y, hecho carne, puso su tienda entre nosotros (), y no estuvo fuera de nosotros. Sin embargo, puesta su tienda y estando entre nosotros, no conservó su primera forma; pero, levantándonos al espiritual monte elevado, nos mostró su forma gloriosa y la brillantez de sus vestiduras. Y no sólo de sí mismo, sino también de la ley espiritual, que es Moisés, aparecido glorioso junto con Jesús; y nos mostró también toda profecía, que no murió después de su encarnación, sino que fue levantado al cielo, de lo que fue símbolo Elias (Mt 17,1-3). Ahora bien, el que esto contemplara pudo decir: Vimos su gloria, una gloria como de Unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad (). Ahora bien, con harta ignorancia se inventó Celso lo que piensa responderíamos a su pregunta de "cómo pensamos conocer a Dios y ser salvados por El". Por nuestra parte le podemos decir lo que acabamos de exponer.

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69. El Verbo, igual en grandeza al Padre

Sin embargo, conjetura Celso nuestra respuesta y declara consignarla en estos términos: "Como quiera que Dios es grande y difícil de contemplar, metió su propio espíritu en un cuerpo semejante al nuestro, y lo envió, para que pudiéramos oírlo y aprender de El". Pero, según nuestra doctrina, no es sólo grande el Dios y Padre del universo, pues hizo partícipe de sí mismo y de su grandeza al Unigénito y Primogénito de toda la creación (Col 1,15), para que, siendo imagen del Dios invisible (ibid.), reprodujera también en la grandeza la imagen del Padre. No era, en efecto, posible ser imagen adecuada, digámoslo así, y hermosa del Dios invisible si no reprodujera también la imagen de su grandeza.

Por lo demás, también, según nosotros, es Dios invisible, puesto que no es cuerpo; sin embargo, es visible para quienes son capaces de contemplar con el corazón, es decir, con la mente; pero no con un corazón cualquiera, sino puro (Mt 5,8). No es bien, en efecto, que un corazón manchado contemple a Dios. Puro debe ser lo que haya de contemplar dignamente a lo puro. Concedamos, enhorabuena, que Dios es difícil de contemplar; pero no es El solo difícil de contemplar para alguien, sino también su Unigénito. Difícil, efectivamente, de contemplar es el Dios Verbo, difícil igualmente la sabiduría, con que Dios hizo todas las cosas (Ps 103,24). Porque ¿quién puede contemülar la sabiduría con que Dios hizo cada una de las cosas? No envió, pues, Dios a su Hijo, como si El fuera difícil de contemplar y el Hijo fácil. Por no comprenderlo Celso, nos puso a nosotros en la boca estas palabras: "Como quiera que Dios es difícil de contemplar, metió su propió espíritu en un cuerpo semejante al nuestro, y lo envió acá, para que pudiéramos oírlo y aprender de El". Sin embargo, como hemos hecho notar, también el Hijo es difícil de contemplar, como Verbo Dios que es, por quien todo fue hecho y que puso su tienda entre nosotros.

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70. En qué sentido es Dios espíritu

Mas si Celso hubiera entendido lo que decimos acerca del Espíritu de Dios y que cuantos son conducidos por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios (), no hubiera afirmado por su cuenta, atribuyéndonoslo a nosotros: "Habiendo metido Dios su espíritu en un cuerpo, nos lo envió acá". La verdad es que Dios da siempre parte de su espíritu a quienes son capaces de participar del mismo, que mora en los que lo merecen, y no por corte ni división. Y es así que no es cuerpo lo que nosotros entendemos por espíritu, como tampoco lo es el fuego que se dice ser Dios en este texto: Nuestro Dios es fuego consumidor (). Todo eso se dice figuradamente para representar, por los nombres corrientes y corpóreos, la naturaleza inteligible. Cuando se dice que los pecados son leña, hierba y paja, no diremos que los pecados son cuerpos; y cuando se dice que las buenas obras son oro, plata y piedras preciosas (Ps 1), no diremos tampoco que las buenas obras son cuerpos. Por el mismo caso, aunque se diga que Dios es fuego que consume la lefia, la hierba y la paja y toda substancia de pecado, no entenderemos que El sea cuerpo; ni, cuando se dice ser fuego, lo entenderemos como cuerpo. Porque es costumbre de la Escritura, para distinguir lo sensible de lo inteligible, llamar a esto último espíritu y espiritual, como cuando dice Pablo: Nuestra suficiencia, empero, viene de Dios, el cual nos hizo ministros idóneos del Nuevo Testamento, que no es de letra, sino de espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica (Ps 2). Aquí llama "letra" la interpretación sensible (o material) de las divinas Letras, y espíritu, a la inteligible (o espiritual). Lo mismo, consiguientemente, en estotro: Dios es espíritu. Porque, como samaritanos y judíos cumplían los preceptos de la ley de forma material y externa, le dijo el Salvador a la samaritana: Llega la hora en que ni en Jerusalén ni en ese monte adorarán al Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran es menester que lo adoren en espíritu y en verdad (). Palabras con que enseñó que no debe adorarse a Dios con carne ni sacrificios carnales, sino con espíritu. Y es así que Jesús mismo pudiera ser comprendido como espíritu a proporción como alguien le sirve en espíritu e inteligiblemente.

Pero tampoco hay que adorar al Padre con signos externos, sino con verdad, que fue hecha por obra de Jesucristo, después que la ley fue dada por Moisés (). Porque, cuando nos convertimos al Señor (y el Señor es espíritu), se quita el velo puesto sobre el corazón cuando se lee a Moisés (Ps 2).

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71. Estoicismo y cristianismo

Realmente, por no haber comprendido Celso la doctrina sobre el espíritu (y es así que el hombre animal no percibe las cosas del espíritu de Dios, pues son para él locura, y no puede comprenderlas porque se disciernen espiritualmente (Ps 1), piensa que, al afirmar nosotros que Dios es espíritu, en nada nos diferenciamos, en este punto, de los estoicos griegos, según los cuales Dios es espíritu, que lo penetra todo y todo lo contiene en sí mismo. La verdad es que la inspección y providencia de Dios lo penetra todo, pero no como el espíritu de los estoicos. Cierto también que la providencia abarca todo lo que es objeto de ella y .todo lo comprende; pero no comprende como un recipiente cuando lo comprendido es también un cuerpo; sino como una fuerza divina que comprende lo comprendido.

Cierto que, según los estoicos, para quienes los primeros principios son corporales y someten, por ende, todas las cosas a destrucción, y estarían dispuestos a destruir al mismo Dios supremo si esto no les pareciera demasiado absurdo, el Logos de Dios, que desciende hasta los hombres y a las mínimas cosas, no sería otra cosa que un espíritu corpóreo; mas, según nosotros, que nos esforzamos en demostrar que el alma racional es superior a toda naturaleza corpórea y substancia invisible e incorpórea, el Dios Logos no puede ser cuerpo; aquel Logos, decimos, por quien todo fue hecho () y que llega para que todo se haga por El, no sólo hasta los hombres, sino también hasta las criaturas que son tenidas por mínimas y regidas sólo por la naturaleza. Allá, pues, los estoicos, que pegan fuego a todo; nosotros no sabemos que una substancia incorpórea pueda ser pasto del fuego, ni que se disuelva en fuego el alma del hombre, ni la substancia de los ángeles, tronos, dominaciones, principados y potestades.

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72. Divagaciones de Celso

De ahí es que, como quien no entiende la doctrina sobre el espíritu de Dios, vanamente dice Celso: "Dado que el Hijo de Dios, que nació en cuerpo humano, es espíritu por don de Dios, sigúese que ni el mismo Hijo de Dios puede ser inmortal". Luego confunde una vez más por su cuenta la doctrina, como si algunos de nosotros no confesáramos ser Dios espíritu, sino su Hijo, y se imagina refutarnos diciendo: "No hay naturaleza alguna de espíritu tal que permanezca siempre". Es como si, al decir nosotros que Dios es fuego consumidor (), nos replicara que no hay naturaleza alguna de fuego tal que permanezca siempre. Es no ver en qué sentido decimos ser fuego nuestro Dios y qué es lo que consume: los pecados y la maldad. Conviene, en efecto, a un Dios bueno consumir por el fuego de los castigos la maldad, después que cada uno, en la lucha, ha mostrado qué clase de atleta ha sido.

Luego sienta una vez más por su cuenta cosas que nosotros no decirnos: "Es menester que Dios recobre de nuevo su espíritu; de donde se sigue que Jesús no pudo resucitar con su cuerpo, pues no iba Dios a recibir de nuevo el espíritu qua había dado, después de mancharse con la naturaleza del cuerpo". Ahora bien, fuera necio responder a razones que se presentan como si fueran nuestras, y no son nuestras.

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73. "Non horruisti virginis uterum"

Luego se repite Celso; pues, habiendo hablado tanto anteriormente en son de burla sobre el nacimiento de Dios de una virgen, a lo que ya contestamos según nuestras fuerzas (I 32-37), dice ahora: "Pero, si quería enviar de sí mismo un espíritu (o soplo), ¿qué necesidad había de soplarlo en el vientre de una mujer? Podía, en efecto, como quien sabía ya plasmar hombres, haberle plasmado también a éste un cuerpo y no arrojar su propio espíritu a tamaña suciedad. Así, a la verdad, de haber nacido inmediatamente de lo alto, no se le hubiera negado fe". También esto lo dijo por ignorar cuan puro y virginal y sin corrupción alguna fue el nacimiento de aquel cuerpo que estaba destinado a servir para la salud de los hombres. Y el que alega la doctrina estoica y pretende particularmente " saber lo relativo a las cosas indiferentes, opina que la naturaleza divina es arrojada a una impureza y queda manci liada, ora permanezca en el seno de la mujer hasta que se le forme el cuerpo, ora tome simplemente un cuerpo. Hace Celso algo así como los que opinan que los rayos del sol se manchan sobre el barro y los cadáveres malolientes, y que ya no permanecen allí puros ".

Mas, admitiendo la hipótesis de Celso de que se hubiera plasmado para Jesús un cuerpo sin nacimiento, los que lo hubieran visto no hubieran creído inmediatamente que no venía de nacimiento; pues lo que se ve no anuncia sin más el origen de donde procede. Así, si suponemos que, hay una especie de miel que no procede de las abejas, por el simple gusto o vista, nadie podría afirmar que no es producto de ellas. Como tampoco la que procede de las abejas indica por la sensación su origen; sólo la experiencia muestra que es producto de las abejas. Así, también la experiencia nos muestra que el vino se saca de la uva; pues el gusto no hace referencia alguna a la cepa. Pues, por modo semejante, un cuerpo sensible no delata de suyo la manera como tuvo origen. Lo dicho convence a cualquiera por el ejemplo de los cuerpos celestes, cuya existencia y brillantez percibimos con solo mirarlos; pero la percepción no nos sugiere ciertamente si se trata de cuerpos creados o increados. Por lo menos acerca de este punto han surgido diversas opiniones. Es más, los mismos que dicen ser cuerpos creados no están de acuerüo sobre cómo son creados, pues tampoco aquí nos sugiere la mera percepción cómo hayan sido creados, por más que la razón nos fuerce a creer que lo fueron.

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74. Las burlas de Celso suplen sus razones

Seguidamente repite lo que ya muchas veces ha dicho sobre la sentencia de Marción (II 27; V 54; VI 53), y en parte expone bien la doctrina de éste, en parte la malentiende también. Como quiera, no hay por qué le respondamos ni refutemos nosotros. Luego añade una vez más por su cuenta lo que va en favor de Marción y lo que va contra él, diciendo a qué reproches escapan sus partidarios y a cuáles se exponen. Y cuando quiere defender la doctrina según la cual Jesús fue profetizado, por el gusto de impugnar a Marción y a los suyos, dice paladinamente: "¿Cómo se demostrará ser hijo de Dios el que sufrió tales suplicios, de no haber sido predicho que los pasaría?" Luego se burla y, según tiene por costum bre, hace chacota, introduciendo dos hijos de Dios, uno del demiurgo y otro del Dios de Marción. Luego describe sus combates singulares, diciendo ser teomaquías iguales a las de las codornices y de los padres; o que inútiles ya éstos y chocheando por la vejez, no se atacan ya uno a otro para nada, sino que dejan que luchen los hijos. Aquí será bien decir contra Celso lo que él mismo dijo anteriormente (VI 34): ¿Qué vieja que adormece a un niño no se avergonzaría de decir cosas como las que él dice en el que titula Discurso de la verdad? Su deber era atacar nuestras razones objetivamente; pero, dando de mano a los argumentos objetivos, se entretiene en burlas e injurias, imaginando sin duda que está componiendo una farsa o algún poema burlesco; y no ve que tal manera de conducir sus razonamientos pugna con su propio propósito de hacernos abandonar el cristianismo y que sigamos sus doctrinas. Si éstas las hubiera tomado él más en serio, acaso fueran más persuasivas; mas como no hace sino burlarse, reírse y hacer el bufón, diremos que, por falta de razones serias, que ni tenía ni sabía, vino a parar en estas charlatanerías.

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75. La figura externa de Jesús

Luego añade: "Puesto que había en su cuerpo un espíritu divino, forzoso era que se distinguiera en absoluto de los demás por la grandeza, fuerza, voz, majestad o elocuencia; imposible es, en efecto, que quien tiene algo divino superior a los demás no se distinga en nada de nadie. El cuerpo, empero, de Jesús en nada se diferenciaba de nadie, sino que dicen haber sido pequeño, feo y vulgar". Por aquí se ve bien una vez más que cuando Celso quiere acusar a Jesús alega las Escrituras, como si tuviera fe en ellas, si es que, aparentemente, le ofrecen asidero para sus críticas; mas los pasajes en que pudiera parecer se dice lo contrario de los que se han tomado para acusar, ésos no da Celso señales ni de conocerlos.

Ahora bien, estamos de acuerdo en que se escribe haber sido feo el cuerpo de Jesús, pero no, como afirma Celso, vulgar o innoble; ni tampoco se dice claramente que fuera pequeño. He aquí el texto escrito en Isaías cuando profetiza que no vendría al mundo en forma hermosa ni con superior belleza: Señor, ¿quién ha creído lo que hemos oído? Y el brazo del Señor, ¿a quién le ha sido revelado? Proclamamos en su presencia, como un niño, como una raíz en tierra sedienta. No tiene forma ni gloria, y lo vimos, y no tenía forma ni hermosura; sino que su forma era sin honor y deficiente en parangón con los hijos de los hombres (Is 53,1-3). Así, pues, en este texto se fijó Celso, pues se imaginaba que le podía servir para acusar a Jesús; no atendió, en cambio, a lo que se dice en el salmo 44, que es de este tenor: Pues cíñete la espada, ¡oh poderoso!, sobre el muslo, tu prez y tu hermosura; con próspera ventura monta el carro y reina (Ps 44,4-5)".

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76. Inconsecuencias de Celso

Mas demos que Celso no leyera por sí mismo la profecía, o que, habiéndola leído, fuera inducido por quienes se la malinterpretaron a no referirla a Jesús; mas ¿qué dirá sobre el Evangelio, en que subido Jesús a un monte elevado, se transfiguró delante de sus discípulos y apareció glorioso, cuando también Moisés y Elias, aparecidos gloriosos, hablaban de la muerte que había de sufrir en Jerusalén? (Mt 17,1-3). ¿O es que, cuando un profeta dice: Lo vimos y no tenía forma ni hermosura, etc. (Is 53,2), admite Celso que esta profecía se refiere a Jesús-ciego, por lo demás, al admitir ese texto, pues no ve que el hecho de que muchos años antes de su nacimiento se profetizara incluso su figura es prueba magna de que ese Jesús, al parecer deforme, es Hijo de Dios-, mas cuando otro profeta habla de que hay en El prez y hermosura (Ps 44,4), ya no quiere que la profecía se refiera a Cristo? Ahora bien, si pudiera sacarse claramente de los evangelios que no tenía forma ni hermosura, sino que su forma era sin honor y deficiente en parangón con los hijos de los hombres (), pudiera decirse que Celso no había hablado según el profeta, sino según el Evangelio; mas, dado caso que ni los evangelios ni los apóstoles afirman que Jesús no tuviera forma ni hermosura, queda patente que Celso se ve forzado a tomar como verdadero lo que dice la profecía acerca de Cristo. Ahora bien, eso no permite ya que prosperen sus acusaciones contra Jesús.

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77. A quiénes aparece la hermosura de Jesús

Y en cuanto a lo otro que dice: "Puesto que en su cuerpo había un espíritu divino, era de todo punto forzoso que se distinguiera de los demás por su grandeza, por su voz, su fuerza, su majestad o su elocuencia", ¿cómo no vio la excelencia de este cuerpo, que se ajustaba a la capacidad de los que lo miraban, y así era provechoso, apareciendo tal como a cada uno le convenía mirarlo? (cf. II 64s; IV 16; VI 68). Y no es de maravillar que la materia, que por naturaleza es variable y mudable y transformable en todo lo que quiere el creador, y capaz de toda cualidad que quiera el artífice, tuviera unas veces la cualidad por la que se dice que no tenía forma ni hermosura, otras una cualidad tan gloriosa, impresionante y maravillosa que los tres apóstoles que subieron con Jesús al monte, ante la visión de tanta belleza, cayeron rostro por tierra (Mt 17,6). Pero Celso dirá que todo esto son ficciones, que en nada se diferencian de los cuentos, como todo lo que se dice sobre los milagros de Jesús (cf. III 27; V 57); sobre lo cual nos hemos defendido despacio anteriormente (I 42.63; II 15).

Por lo demás, tiene algo de misterioso la doctrina según la cual las diversas formas de Jesús se refieren a la naturaleza de la Razón divina (Logas), que no se presenta igualmente a la muchedumbre que a quienes son capaces de acompañarla hasta el monte elevado a que hemos aludido. Y es así que, para quienes están aún abajo y no preparados todavía para subir, la Razón divina no tiene forma ni hermosura; pues para los tales su forma es sin gloria y deficiente en parangón con las razones que se forjan los hombres, figuradamente llamados en este texto hijas de los hombres. Podemos, en efecto, decir que las razones de los filósofos, que son hijas de los hombres, aparecen más hermosas que la Razón de Dios, que se predica a los muchos y pone de manifiesto la locura de la predicación (Mt 1); y por esa locura de la predicación puesta de manifiesto, los que sólo ven eso dicen: Lo miramos y no tenía forma ni hermosura (Is 53,2). Para aquellos, empero, que han cobrado fuerza para acompañarle y seguirle y subir con El al "monte elevado, Jesús les presenta forma más divina; y esa forma ve el que es como Pedro, que pudo sostener en sí, por el Logos, la construcción de la Iglesia y recibió tamaña fuerza, que contra él no prevalecería puerta alguna del infierno (Mt 16,18), levantado que fue por el Logos de las puertas de la muerte, a fin de anunciar todas las alabanzas de Dios en las puertas de la hija de Sión (Ps 9,14-15); y la ven también los que, por tener su origen de palabras de gran voz, nada les faltará para ser hijos del trueno ().

Mas ¿de dónde pudiera venirle a Celso y a los enemigos de la Razón divina, que no examinan con amor a la verdad la doctrina del cristianismo, el conocimiento de las diferentes formas de Jesús? Y yo añado también de sus edades y de cualquier acción por El hecha antes de su pasión y resurrección de entre los muertos.


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