Origenes contra Celso 846

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46. Réplica punto por punto

De la Pitia se cuenta haber dado oráculos por soborno (cf. HEROD., VI 66); nuestros profetas, empero, no sólo fueron admirados entre sus contemporáneos por la claridad de sus palabras, sino también por la posteridad. Y es así que por los oráculos de los profetas se levantaron ciudades, sanaron hombres y cesaron pestes. Es más, siguiendo los oráculos, todo el pueblo judío salió de Egipto para fundar, evidentemente, una colonia en Palestina, y, mientras fielmente observó lo que Dios le ordenara, vivió prósperamente; cuando lo incumplió, hubo de arrepentirse. ¿Y qué necesidad hay de contar cuántos hombres poderosos o gentes del común, según los relatos de la Escritura, pasaron próspera o adversa furtuna según atendieron o desatendieron a las profecías? Y si hay que mentar la esterilidad que afligió a algunos, los cuales, después de dirigir sus preces al Hacedor del universo, vinieron a ser padres y madres, lea la historia de Abrahán y de Sara (), de los que, viejos ya, nació Isaac, padre de todo el pueblo judío, y de otros además del judío; lea igualmente lo que se cuenta de Ezequías, que no sólo se vio libre de su enfermedad según las profecías de Isaías, sino que dijo atrevidamente: E^n adelante haré hijos que anunciarán tu justicia (Is 38,5 Is 19). Y en el libro cuarto de los Reyes (Is 4), la mujer que hospedó a Eliseo, que por gracia de Dios profetizó acerca del nacimiento de un hijo, fue madre por las oraciones del profeta. Además, por obra de Jesús fueron curadas enfermedades sin número; y otros que en el templo de Jerusalén se atrevieron a insultar la religión de los judíos, hubieron de sufrir lo que se escribe en los libros de los Ma-cabeos ().

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47. Sin milagros no se explica el cristianismo

Pero los griegos dirán que todo esto son cuentos, a pesar de que está atestiguado como verdad por dos pueblos enteros. Pero ¿por qué no ha de ser más bien cuento lo que dicen los griegos? Mas acaso alguno, atacando de frente la cuestión, para no dar la impresión de aceptar a ciegas lo propio y negar fe a lo ajeno, diga que lo que cuentan los griegos fue obra de ciertos démones; lo que los judíos, obra de Dios por medio de los profetas, o de los ángeles, o de Dios por medio de los ángeles; y lo de los cristianos, obra de Jesús o de la virtud de lesús de que gozaban los apóstoles. Pues comparémoslo todo, una cosa con otra, y veamos el fin a que miraban los que obraban los milagros, y el provecho o daño, o ninguna de ambas cosas, de los que recibían los supuestos beneficios; así se verá que, antes de ofender a la divinidad y ser abandonado por su maldad, el antiguo pueblo judío era un pueblo filósofo; y que los cristianos, en sus comienzos, se juntaron maravillosamente en un cuerpo social más por obra de milagros que por discursos de exhortación que los moviera a dejar sus tradiciones patrias y aceptar lo que difería tanto de ellas. Efectivamente, si hay que dar una explicación verosímil de cómo al principio formaron los cristianos una sociedad, diremos que no es probable que los apóstoles de Jesús, hombres sin letras y vulgares (), se animaran a predicar el cristianismo a los hombres por otro motivo que por la virtud que les había sido dada, y la gracia que había en su palabra para poner las cosas de manifiesto. Ni es tampoco probable que sus oyentes abandonaran sus usos y costumbres tradicionales, de tanto tiempo arraigados, de no haber habido una fuerza considerable y hechos milagrosos que los movieran a pasar a doctrinas tan extrañas y ajenas a las en que se habían criado.

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48. ¿De parte de quién está la verdad?

Seguidamente, no sé por qué razón, expone Celso el ánimo y decisión de los que luchan hasta la muerte a trueque de no renegar del cristianismo; luego, empero, como para equiparar lo nuestro con lo que dicen iniciadores y mistagogos, añade: "Y a la postre, amigo, como tú crees en castigos eternos, así también los exégetas, iniciadores y mistagogos de aquellos cuentos; y los que tú amenazas a los otros, ellos te los amenazan a ti. Quién de los dos con más verdad y firmeza, es lo que hay que examinar; porque, si a palabras va, unos y otros afirman lo suyo con pareja vehemencia. Pero, si se trata de pruebas, aquéllos las presentan copiosas y claras, alegando obras de ciertas potencias demónicas y oráculos, y de templos de adivinación de toda especie".

Por estas palabras quiere decir Celso que nosotros y los iniciadores de misterios hablamos por igual de castigos eternos (cf. III 16; IV 10), y que se examine quién se acerca más a la verdad. Ahora bien, yo diría estar en la verdad aquellos que son capaces de mover a sus oyentes a vivir como si lo que se les dice fuera la misma verdad. Y ésta es la disposición de espíritu acerca del que ellos llaman el siglo por venir, y de los premios que allí esperan a los justos y castigos de los pecadores. Que Celso, pues, o quien de ello guste demuestre quiénes han sido así impresionados acerca de los castigos eternos por los iniciadores de misterios y mistagogos. Porque lo verosímil es que la intención del autor de los castigos de que se habla no fue sólo estatuir un rito y hablar por hablar de castigos, sino mover a los oyentes a evitar, según sus fuerzas, toda acción que pueda acarrear aquellos castigos. Y las mismas profecías, si no se lee distraídamente el conocimiento de lo futuro que en ellas hay, son bastantes para persuadir al lector inteligente y discreto que aquellos hombres estaban llenos del espíritu de Dios. Ninguna obra demónica de las que se nos muestran, ningún milagro que proceda de oráculos, ni templo alguno de adivinación puede, ni remotamente, compararse con ellos.

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49. Estima y desestima cristiana del cuerpo

Pues veamos lo que seguidamente dice Celso contra nosotros: "Pero además, ¿no es también absurdo lo que se da entre vosotros, que por una parte deseéis un cuerpo y esperéis que ese mismo cuerpo ha de resucitar, como si fuera lo mejor y más precioso que tenemos, y, por otra parte, lo arrojáis a los tormentos como cosa sin valor? Pero no vale la pena dialogar sobre ello con gentes que así piensan y están como fundidos con su cuerpo. Se trata, en efecto, de gentes que lambien en otras materias son rústicos e impuros y, ajenas a toda razón, sufren la enfermedad de la sedición (cf. III 5; VIII 2). Con aquellos, en cambio, que esperan han de poseer eternamente con Dios el alma o principio intelectivo (llámese elemento espiritual o espíritu inteligente, santo y bienaventurado, o alma viviente, o retoño supraceleste o incorruptible de la divina e incorpórea naturaleza, o denle, en fin, el nombre que quieran), con los que tienen, digo, esa esperanza me parece bien conversar. Aquí por lo menos opinan rectamente que los que hubieren bien vivido serán bienhadados; mas los inicuos serán entregados absolutamente a males eternos. He aquí un dogma de que no han de apartarse ni éstos ni hombre alguno jamás" (cf. III 16).

Realmente, Celso no se cansa de echarnos en cara la resurrección; sin embargo, como por nuestra parte ya expusimos, en lo posible, lo que nos pareció razonable, no vamos a responder muchas veces a una objeción muchas veces repetida. Por lo demás, nos calumnia Celso al suponer que nosotros no tenemos nada por mejor y más precioso en nuestro compuesto que el cuerpo, siendo así que afirmamos ser el alma, y señaladamente el alma racional, cosa más preciosa que cualquier cuerpo. Lo que es según la imagen del Creador (Col 3,10) lo contiene el alma, y no, en modo alguno, el cuerpo. Y es así que, según nosotros, Dios no es cuerpo; no vayamos a dar en los absurdos de los secuaces de la filosofía de Zenón y Crisipo (cf. I 21; III 75; IV 14).

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50. No es deshonor sufrir por la religión

Celso nos reprocha también que deseamos el cuerpo; pues sepa que si el desear es cosa mala, nada deseamos; mas si es indiferente, deseamos todo lo que Dios promete a los justos. Y así deseamos, lógicamente, y esperamos la resurrección de los justos. Pero Celso se imagina que nos contradecimos a nosotros mismos, pues por un lado esperamos la resurrección del cuerpo, al que tenemos por digno de este honor de parte de Dios; y, por otro, lo arrojamos a los tormentos, como si no mereciera honor alguno. Ahora bien, lo que padece por razón de la piedad, lo que por amor de la virtud abraza las tribulaciones, no puede dejar de merecer honor; deshonroso es, en cambio, lo que, con maldad, se consume en los placeres (cf. supra VIII 30). Por lo menos, la palabra divina dice: ¿Cuál es la semilla honrosa? La semilla del hombre. ¿Cuál es la semilla sin honor? La semilla del hombre ().

Luego opina Celso que no se debe conversar con los que tienen esperanzas sobre su cuerpo, como gentes fundidas, sin razón, con una cosa incapaz de alcanzar lo que ellos esperan; y los llama rústicos e impuros, que, ajenos a toda razón, se entregan a la sedición. Mas si Celso fuera humano, su deber fuera ayudar también a los rústicos, pues no se excluye de la sociedad a los rústicos de la misma manera que a los brutos animales; no, el que a todos nos hizo por igual nos hizo sociables con todos los hombres. Vale, pues, la pena conversar con los rústicos y llevarlos, en lo posible, a vida más urbana; y con los impuros, y hacerlos, en cuanto quepa, limpios; y con los que piensan lo que sea sin razón, y con los enfermos de alma, a fin de que no hagan nada sin razón y se libren de la enfermedad en su alma.

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51. Grave incongruencia de Celso

Luego alaba a los que esperan han de poseer eternamente el alma o la inteligencia, a lo que entre ellos se llama elemento pneumático, o espíritu racional, intelectivo, santo y bienaventurado, o el alma viviente, que estará con Dios; y acepta también, como idea recta, la doctrina sobre la felicidad de los que hubieren vivido bien, y de los castigos que, absolutamente, tendrán que sufrir los inicuos. Pero lo que sobre todo admiro en Celso es lo que añade a lo antedicho con estas palabras: "Y de esta doctrina no deben apartarse ni éstos ni hombre alguno jamás". Puesto que escribe contra los cristianos, que tienen por objeto total de su fe a Dios y sus promesas por medio de Jesucristo en favor de los justos, y las enseñanzas sobre los castigos de los impíos, Celso tenía que haber visto que el cristiano convencido por sus argumentos contra los cristianos, lo verosímil es que, al rechazar la doctrina cristiana, rechace también ese dogma, del que dice no deben apartarse ni los cristianos ni hombre alguno jamás.

Más humanitariamente que Celso obra, a mi parecer, Crisipo, en su obra Sobre la cura de las pasiones (cf. supra I 64). Queriendo, en efecto, curar las pasiones que aquejan y molestan al alma humana, lo hace, desde luego, principalmente con las doctrinas que a él le parecen sanas; pero echa también mano, en segundo y tercer lugar, de las que él no acepta. "Aun supuesto, dice, que sean tres los géneros de bienes (cf. DIOG. LAERT., V 30), aun así hay que curar las pasiones, y el que está molestado por la pasión no debe preocuparse, en el momento del ardor de las pasiones, de la doctrina que antes lo ocupara; pues se corre el peligro de que con la inoportuna preocupación de refutar las doctrinas que antes ocuparan al alma, se malogre la cura que se le ofrece". Y dice también: "Aun cuando el placer sea el bien sumo, y así lo piensa el que está dominado por la pasión, no por eso hay que dejar de socorrerle y demostrarle que aun los que ponen el placer por sumo bien y fin último desaprueban toda pasión".

Según eso, también Celso, una vez que aceptó la doctrina de que los que vivan bien serán bienhadados y que los inicuos sufrirán, absolutamente, males eternos, tenía que haber obrado en consecuencia consigo mismo, y, de ser posible, aducir el argumento principal y añadir otros más para demostrar que, en efecto, los inicuos sufrirán, absolutamente, males eternos y los que bien vivieren serán bienhadados.

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52. Prevenciones anticristianas

Por nuestra parte, dados los incontables motivos que nos llevaron a ordenar nuestra vida según el cristianismo, nuestro empeño principal es familiarizar, en lo posible, a todos los hombres con la totalidad de las doctrinas cristianas; mas cuando damos con gentes prevenidas por las calumnias contra los cristianos, hasta el punto de imaginar que no son éstos ni religiosos siquiera, por lo que no prestan siquiera oído a quienes intentan enseñar la palabra divina; en ese caso, según lo pide el amor a los hombres y en la medida de nuestras fuerzas, insistimos en demostrar lo referente al castigo eterno de los impíos y tratamos de que acepten esa doctrina aun los que se niegan a profesar el cristianismo. Y queremos, por el mismo caso, persuadir sobre la felicidad de los que bien vivieren 20 desde el momento que vemos cómo muchas cosas atañederas al bien vivir las dicen de modo semejante a nosotros aun los extraños a nuestra fe. Y es así que difícilmente se hallará quienes de todo en todo hayan perdido las nociones comunes sobre lo bueno y lo justo, o sobre lo malo e injusto (cf. I 4).

Así, pues, todos los hombres, que contemplan el mundo y el ordenado movimiento que se da en él del cielo y las estrellas en la esfera fija, así como el de los llamados planetas, que siguen dirección opuesta al movimiento del cielo; que contemplan también la templanza de los aires, provechosa para los animales y especialmente para los hombres, y la abundancia de cosas creadas por razón de los hombres (cf. Cíe., De nat. deor. II 19,49ss; III 7,16), deben vigilar para no hacer nada que desagrade al Creador del universo, de sus propias almas y de la inteligencia que hay en ellas; y estén todos igualmente convencidos de que serán castigados por sus pecados, y el que trata a cada uno según sus méritos los recompensará a proporción de las obras buenas o convenientemente cumplidas. Todos los hombres, en fin, han de persuadirse de que los buenos saldrán bien librados, y que los malos, malamente, serán entregados a penas y tormentos por sus iniquidades, disoluciones e intemperancias, por su afeminamiento y cobardía y por toda su insensatez.

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53. Dudar por lo menos

Ya que largamente hemos hablado sobre este punto, veamos otro texto de Celso, que dice así: "Puesto que los hombres nacen encadenados a un cuerpo, sea porque así lo pida la administración del universo, sea porque paguen las penas de algún pecado, o porque el alma esté agravada por ciertas pasiones, hasta que se purifique en los períodos ordenados, pues, según Empédocles, debe

"edades treinta mil andar errante

lejos de los vivientes bienhadados, y entre tanto,

tomar las formas mil de los mortales" (fragm.115 Diels);

sigúese que debemos creer son entregados a ciertos guardianes de esta prisión" (cf. PLAT., Phaid. 114bc; Pol. 517b).

Aquí cabe también ver cómo duda, a lo humano, acerca de puntos tan graves, y, al exponer el sentir de muchos acerca de la causa de nuestro nacimiento, da muestras de cierta cautela, y no se abalanza a afirmar que algo de eso sea falso. ¿No hubiera sido lógico que quien juzga no deberse aceptar a la buena de Dios ni tampoco rechazar temerariamente las opiniones de los antiguos, ya que no quisiera creer, dudara por lo menos acerca de la doctrina de los judíos, expuesta por sus profetas, lo mismo que acerca de Jesús? Debiera haber considerado no ser cosa verosímil estén abandonados de Dios los que dan culto al Dios supremo y que por el honor que a El se le debe, no menos que a las leyes que se cree han sido dadas por El, han aceptado pasar por peligros y géneros de muerte sin cuento. Lo verosímil es que también se concediera alguna manifestación divina a quienes, por una parte, desprecian el arte humano de fabricar estatuas y, por otra, tratan de levantarse por la razón hasta el mismo Dios supremo. Debiera haber considerado que el común Padre y Hacedor de todas las cosas, "el que todo lo mira y oye todo" (HoM., Ilíada 3,277) y juzga según se merece el propósito de quien lo busca y quiere darle culto, también a éstos da algún fruto de su gobierno, para que acrecienten más y más la noción que de El un día recibieran. Si esto hubieran considerado Celso y cuantos aborrecen a Moisés y a los profetas judíos, y a Jesús y a sus auténticos discípulos, que trabajan por su doctrina, no hubieran insultado corno lo hacen a Moisés y a los profetas, y a Jesús y sus apóstoles. Tampoco hubieran desaprobado entre todos los pueblos de la tierra a solos los judíos, poniéndolos por bajo de los mismos egipcios (cf. IV 31; V 41; VI 80), que, en cuanto de ellos depende, rebajan el honor debido a la divinidad hasta los brutos animales, ora obren así por superstición, ora por otra cualquier causa o error.

Ahora bien, todo esto lo decimos no porque pretendamos incitar a nadie a que dude de la doctrina del cristianismo, sino para recomendar que quienes de todo en todo insultan la doctrina de los cristianos, fuera mejor que por lo menos dudaran acerca de ellos, y no se abalanzaran tan temerariamente a decir lo que no saben sobre Jesús y sus discípulos. Son gentes que afirman sin lo que llaman los estoicos "aprehensión directa", y sin ningún otro'criterio, por el que cada escuela filosófica ha demostrado, a su parecer, la realidad de un fenómeno.

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54. Los guardianes de la cárcel

Luego dice Celso: "Hay, pues, que creer que son entregados a ciertos guardines de esta cárcel". A lo cual hay que responder que un alma virtuosa puede librarse de las cadenas de la maldad en la vida misma de los que Jeremías llamó los cautivos de la tierra (), por obra de Jesús, que dijo lo que antes fuera predicho por el profeta Isaías: que salieran los que estaban cautivos y vieran la luz los que moraban en las sombras (Is 49,9). Y este Jesús, como el mismo Isaías predijo de El, se levantó como una luz para los que estaban sentados en la región y sombras de la muerte (Is 9,2); de suerte que podemos decir:

Rompamos sus cadenas,

sus lazos arrojemos de nosotros (Ps 2,3).

Si Celso, y los que son tan hostiles como Celso contra nosotros, fueran capaces de penetrar la profundidad de los evangelios, no nos aconsejaran obedecer a los que él llama guardianes de la cárcel. Se escribe, en efecto, en el evangelio () que había una mujer encorvada, imposibilitada de mirar en absoluto hacia arriba. Como Jesús la vio y comprendió la causa por que estaba encorvada y no podía en absoluto mirar hacia arriba, dijo: Y esta hija de Abrahán, a la que satanás ató hace ya dieciocho años, ¿no había que soltarla de esta atadura en día de sábado? ¡Y cuántos aún ahora, atados por satanás, están encorvados y no pueden por obra de él mirar en absoluto hacia arriba, pues él quiere que miremos hacia abajo! Y nadie puede enderezarlos sino el Logos, que vino al mundo en Jesús y ya antes inspirara a los hombres. Y Jesús mismo vino para liberar a todos los oprimidos por el diablo (), y sobre éste dijo con profundidad muy propia suya: Ahora el principe de este mundo es juzgado ().

No maldecimos, pues, a los démones que hay en el mundo, sino que argüimos sus operaciones enderezadas a la perdición de los hombres; pues, so pretexto de oráculos y curaciones y cosas por el estilo, pretenden separar de Dios al alma que ha caído en este cuerpo de humillación (). Los que comprenden esa humillación, gritan con Pablo: ¡Infortunado de mil, ¿quién me librará de este cuerpo mortal? (). Y tampoco es cierto que, sin razón, entreguemos nuestro cuerpo para ser torturado y crucificado. Porque el que es perseguido por los démones y sus adoradores tiene razón de entregar a todo eso su cuerpo antes que proclamar dioses a los démones terrenos. Nosotros tenemos por agradable a Dios ser crucificados por motivo de la virtud, y atormentados por amor de la religión; y morir por la santidad lo juzgamos por razonable, porque preciosa es ante el Señor la muerte de sus santos (Ps 115,5); y afirmamos ser bueno no tener amor a la vida. Celso, empero, al asimilarnos a los malhechores, que con razón sufren las penas merecidas por su bandidaje, y al no tener vergüenza de afirmar que nuestros propósitos se parezcan a pareja disposición de espíritu, se pone entre los que pusieron a Jesús entre los transgresores, cumpliendo la Escritura que dice: Con los transgresores fue contado (Is 53,12).

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55. Un dilema de Celso y otro de Orígenes

Seguidamente dice Celso: "La razón plantea ese dilema: Si se niegan a dar el culto debido a los que presiden las siguientes actividades ", no lleguen tampoco a la edad viril, ni tomen mujer, ni procreen hijos, ni hagan otra cosa alguna en la vida. Márchense más bien de aquí en masa, sin dejar semilla, a fin de que la tierra quede totalmente limpia de semejante casta. Mas si toman mujeres, y procrean hijos, y gozan de los frutos de la tierra, y tienen su parte en los bienes de la vida y soportan también los males que les están ordenados - pues es ley de naturaleza que todos los hombres prueben algún mal, es forzoso que haya males que no tienen otro lugar que la tierra -, en ese caso tienen que rendir los debidos honores a los que tienen todo eso encomendado y prestar a la vida los servicios convenientes, hasta que sean desatados de las cadenas del cuerpo, y no parecer que son ingratos para con aquéllos. Género es, en efecto, de injusticia participar de los bienes que éstos poseen y no rendirles tributo alguno". A esto respondemos que, para nosotros, sólo hay una salida razonable de la vida, y es perderla por amor de la religión y la virtud, cuando los que se creen ser jueces o parecen tener potestad sobre nuestro vivir nos ponen en la alternativa: O vivir infringiendo lo que Jesús nos mandara, o morir fieles a sus palabras. Además, Dios nos ha permitido tomar mujer, pues no todos comprenden lo más excelente, que es la entera pureza; mas ya que nos hayamos casado, es deber absoluto criar los hijos que nacen y no matar a los que son don de la providencia. Y esto no pugna en modo alguno con nuestra repulsa a obedecer a los demonios que administran la tierra; pues armados con la panoplia de Dios (), resistimos, como atletas de la piedad, contra la casta de los démones que nos acecha.

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56. Sólo a Dios servimos

Aunque Celso, con sus palabras, nos quiera echar de la vida, para que no quede, como él piensa, rastro alguno de esta casta de hombres sobre la tierra, nosotros viviremos donde nuestro Creador nos ha puesto, conforme a las leyes de Dios, pues no tenemos el menor deseo de servir a las leyes del pecado; tomaremos mujeres si nos pluguiere y recibiremos de buen grado los hijos que nos fueren dados en el matrimonio. Si fuere menester, tomaremos parte en los bienes de la vida y soportaremos los males que nos estuvieren ordenados, como pruebas del alma; así, en efecto, acostumbran llamar las divinas letras los azares de los hombres (LE 22,28). En ellas se prueba el alma del hombre como Oro en el fuego (), y recibe reprensión o aparece digna de admiración " . Y estamos por nuestra parte tan dispuestos para los que Celso llama males, que decimos:

Escrútame, Señor, y ponme a prueba,

mi corazón explora y mis ríñones (Ps 25,2).

Y es así que nadie es coronado si no lucha según ley, aun aquí en la tierra, con el cuerpo de su humillación (Ps 2).

Además, tampoco rendimos los honores que se supone convenir a los que Celso dice estar confiadas las cosas de la tierra. Nosotros adoramos al Señor Dios nuestro y a El solo servimos, pues hacemos votos por ser imitadores de Cristo. Y es así que Cristo, cuando el diablo le dijo: Todo esto te daré si, postrado en tierra, me adorares, le respondió: Al Señor, Dios tuyo, adorarás, y a El solo servirás (Mt 4,9-10).

Por eso no rendimos los honores que se supone deberse a los que Celso dice estar confiadas las cosas de la tierra, pues nadie puede servir a dos señores. No podemos servir a la vez a Dios y a Mammón (Mt 6,24), ora por esta palabra se signifique una cosa o muchas. Por otra parte, si por la transgresión de la ley se deshonra al legislador (), es para nosotros patente que, ante dos leyes que entrañan contrariedad una con otra, es preferible para nosotros deshonrar a Mammón por la transgresión de la ley de Mammón. Así, por la guarda de la ley de Dios, honramos a Dios, y por ningún caso queremos deshonrar a Dios por la transgresión de la ley de Dios y honrar a Mammón por la guarda de la ley de Mammón.

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57. La eucaristía, símbolo del cristiano

Ahora bien, Celso piensa que se rinden a la vida los servicios (o actos de culto) que conviene cuando, siguiendo las creencias del vulgo, se ofrecen los sacrificios a cada uno de los que en cada ciudad son tenidos por dioses. Pero es que no comprende qué se entiende por verdaderamente conveniente en una piedad rigurosa. Nosotros, empero, decimos que rinde a la vida los servicios convenientes el que recuerda quién lo ha creado y qué es lo que le agrada, y todo lo hace para agradar a Dios. Quiere también Celso que seamos agradecidos a los dé-mones de la tierra, y piensa que les debemos sacrificios de acción de gracias. Nosotros, empero, que penetramos más a fondo lo que significa acción de gracias, afirmarnos no pecar de ingratitud contra quienes ningún beneficio nos hacen, sino que nos son contrarios, por el hecho de no sacrificarles ni darles culto alguno. Evitamos, en cambio, ser ingratos para con Dios, de cuyos beneficios estamos colmados, pues somos criaturas suyas, objeto de su providencia, sea cual fuere su juicio sobre nuestra condición, y, después de nuestra vida, esperamos lo que El nos ha prometido. Y tenemos además como símbolo de nuestra gratitud para con Dios el pan que se llama eucaristía (acción de gracias)23.

Por lo demás, tampoco es cierto, como anteriormente hemos dicho (VIII 33-35), que sean démones los que tengan la administración de las cosas creadas para nuestro uso; nada malo hacemos, por ende, cuando participamos de las criaturas y no sacrificamos a los que nada tienen que ver con ellas. Y si vemos no ser démones, sino ángeles, los encargados de los frutos de la tierra y del nacimiento de los animales, los bendecimos, desde luego, y proclamamos bienaventurados, por haber puesto Dios en sus manos las cosas útiles al género humano; pero no les tributamos ciertamente el honor debido a Dios. Eso no lo quiere Dios ni los mismos a quienes las cosas están encomendadas. Y más nos aprueban que nos guardemos de sacrificarles que si les sacrificáramos, pues no necesitan esos seres de las exhalaciones que suben de la tierra.

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58. Démones del cuerpo humano

Después de esto dice Celso lo que sigue: "Que en todas estas cosas, aun las mínimas, hay un demon a quien se le ha dado poder sobre ellas, se puede ver por lo que dicen los egipcios. Según éstos, el cuerpo humano está repartido entre treinta y seis démones o ciertos dioses etéreos y, dividido en otras tantas partes (y aún hay quienes admiten más), cada uno se encarga de la suya. Y hasta saben los nombres de los démones en lengua local, por ejemplo, Cnumén, y Cnacumén, y Cnat y Sicat, Biú, Erú, Erebiú, Ramanor y Reianoor, y cuantos otros pronuncian ellos en su propia lengua. Y el hecho es que, invocando a estos démones, curan las enfermedades de cada miembro. ¿Qué empece, pues, que quien estos y otros démones acepta, si a ellos acude, goce más bien de salud que de enfermedad, de fortuna y no de infortunio y, en cuanto cabe, se vea libre de penas y torturas?"

También con esto intenta Celso rebajar nuestra alma a los démones, como si éstos tuvieran repartidos nuestros cuerpos, afirmando que cada uno se encarga de una parte. Y quiere que creamos y demos culto a los demonios que él nombra, a fin de gozar así más bien de salud que de enfermedad, de próspera fortuna más bien que de infortunio, y vernos libres, en cuanto cabe, de penas y torturas. Hasta punto tal, por lo que se ve, condena el honor único e indiviso que se debe al Dios del universo, que cree 24 no baste Dios, adorado solo y magníficamente honrado, para dar al que lo honra y por el hecho mismo de darle culto, poder que contrarreste toda insidia de los démones contra el hombre piadoso. Y es que no vio nunca cómo la fórmula "En nombre de Jesús", pronunciada por auténticos creyentes, ha curado a no pocos de enfermedades, posesiones y otras calamidades.

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59. "En el nombre de Jesús..."

Es probable que cualquier partidario de Celso se nos ría al oírnos decir que al nombre de Jesús se doblará toda rodilla de los moradores del cielo, de la tierra y de bajo la tierra, y toda lengua tiene que confesar que Jesucristo es señor para gloria de Dios Padre (). Sin embargo, por más que se ría, recibirá pruebas más evidentes de ser ello así, que no lo que cuenta Celso de esos nombres: Cnu-mén y Cnacumén, Cnat y Sicat y demás de la lista egipcia, que, invocados, curarían las enfermedades corporales. Y es de ver el ardid con que pretende apartarnos de la fe en el Dios del universo por medio de Jesucristo y, por razón de la curación de nuestro cuerpo, nos invita a creer en treinta y seis démones bárbaros, a los que sólo invocan los hechiceros egipcios prometiéndonos, no sé cómo, cosas de maravilla. De seguir a Celso, hora fuera ya de consagrarnos a la magia y hechicería en lugar de profesar el cristianismo; mejor fuera creer en una caterva innumerable de démones que en el Dios sumo que se nos manifiesta por sí mismo, vivo y claro, por obra de Aquel que, con gran poder, sembró por toda la tierra habitada de los hombres la pura doctrina de la religión; y no erraré añadiendo que la sembró también doquiera hay seres racionales que necesitan de corrección y cura y cambio de maldad al bien.

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60. Cautelas del mismo Celso

En todo caso, Celso mismo sospecha la proclividad hacia la magia de quienes han aprendido tales cosas y, percatándose del daño que pudiera seguirse a sus oyentes, dice: "Téngase, sin embargo, la precaución, en el trato y comercio con estos seres, de no dejarse absorber por el culto que requieren, y hecho uno así amador de su cuerpo y apartado de intereses superiores, quede de todo eso cautivo por el olvido. Y es así que tal vez no haya que negar fe a hombres sabios, que dicen, en efecto, cómo la mayor parte de estos démones terrenos están pegados a la generación y clavados a la sangre y grasa y melodías, y ligados a cosas semejantes; todo su poder se reduciría a curar el cuerpo, y a predecir a un hombre o a una ciudad su suerte futura, y a cuanto saben y pueden sobre esto respecto de acciones terrenas".

Ahora bien, tratándose de terreno tan resbaladizo, como lo atestigua el enemigo mismo de la verdad de Dios, ¡cuánto mejor será estar lejos de toda sospecha de adherirnos a semejantes démones, de amar al cuerpo y apartarnos de los intereses superiores y quedar cautivos por el olvido de ellos, y entregarse, en cambio, a sí mismo al Dios sumo por medio de Jesucristo, que nos aconsejó pareja doctrina! A El hay que pedir toda ayuda y protección de los ángeles santos y justos, que nos libren de los démones terrenos, de esos que están pegados a la generación y clavados a la sangre y exhalación de grasa, se evocan con extrañas melodías o encantamientos y están ligados a cosas por el estilo; de esos, en fin, que, por confesión del mismo Celso, no tienen más poder que curar el cuerpo. Yo, empero, diría no ser cosa clara que estos démones, déseles el culto que se quiera, tengan poder para curar los cuerpos. La curación del cuerpo, el que quiera vivir esta vida corriente y común, debe procurársela acudiendo al médico; el que quiera vivir vida superior a la del vulgo, por la piedad para con el Dios supremo y oraciones al mismo.

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61. Prosigue el tema demónico: Los démones no guardan su palabra

Cualquiera puede considerar consigo mismo qué conducta será más agradable al Dios sumo, que puede cuanto ningún otro en todo y, por ende, en beneficiar al hombre en su cuerpo, en su alma y en los bienes de fuera. ¿No le será más acepto el que en todo le está consagrado, que no quien anda curiosamente indagando nombres de démones, las virtudes, acciones, encantamientos y hierbas propias de ellos, las piedras y los emblemas que en éstas se esculpen, conforme a las figuras tradicionales de los démones, ora simbólicamente o de cualquier otra forma? Es evidente para quien tenga una mínima capacidad de juzgar que un carácter sencillo y sin afectación, que por ello justamente se consagra al Dios supremo, le es acepto a Dios y a todos los familiarizados con El; aquel, empero, que por razón de la salud del cuerpo y apego al mismo y por buscar la felicidad en las cosas indiferentes, se entrega a la vana indagación de nombres de démones y va a la búsqueda de maneras de encantarlos por ciertos encantamientos, a ése lo abandonará Dios, por malvado e impío, por demónico más bien que humano, y lo entregará a los démones que escogió el que tales fórmulas pronuncia para ser atormentado por sugestiones u otros males. Porque es probable que, malignos como son y, como confiesa el mismo Celso, clavados a la sangre, a la grasa, a los encantamientos y cosas por el estilo, ni siquiera a quienes les han dado esos gustos guarden la palabra y, como si dijéramos, el apretón de manos (como signo de alianza). Y es así que si otros los invocan contra quienes antes les dieran culto y compran su servidumbre a precio de más sangre y grasa y cuidado de que necesitan, pueden poner sus asechanzas al que ayer les dio culto y los admitió a la parte en el banquete que les es tan grato.


Origenes contra Celso 846