Origenes, Cantar Cant 2500

2500

LIBRO SEGUNDO (2)

Si no te conoces, tú, buena (o bella) entre las mujeres, sigue las huellas de los  rebaños, y apacienta tus cabritos entre las tiendas de los pastores (Ct 1,8). 

De uno de los siete que la fama celebra entre los griegos como señeros en sabiduría, se  ha transmitido, junto con otras, esta admirable sentencia: Conócete a ti mismo (180). Sin  embargo, Salomón, que ya en nuestro prólogo mostramos que había precedido a todos ellos  en tiempo, en sabiduría y en conocimiento de las cosas, dice lo mismo hablando al alma  como a una mujer y con cierto tono amenazador: Si no te conoces a ti misma, oh bella entre  las mujeres (181); si no reconoces que las causas de tu belleza están en el hecho de haber  sido creada a imagen de Dios (182), por lo cual hay en ti tanto esplendor natural; y si no sabes  lo bella que eras desde el principio, por más que ahora aventajes ya a las demás mujeres y  entre ellas seas la única en ser llamada bella, con todo, si no te conoces a ti misma, quién  eres, pues yo no quiero que tu belleza parezca buena por comparación con las menos  bellas, sino que haya en ti correspondencia contigo misma y te pongas al nivel de tu propia  dignidad; si no haces todo esto, yo te ordeno que salgas y camines sobre las últimas huellas  de los rebaños, y que no apacientes ya ovejas ni corderos, sino cabritos (183), es decir,  aquellos que por su depravación y su lascivia estarán a la izquierda del rey que preside en  el juicio. Y cuando te haya introducido en mi regia cámara del tesoros y te haya mostrado  cuáles son los bienes supremos, si no te conoces a ti misma, te mostraré también cuáles son  los supremos males, para que de unos y de otros saques provecho, tanto por miedo a los  males como por deseo de los bienes. Efectivamente, si no te conoces a ti misma y vives  ignorándote y sin aplicarte con ardor al conocimiento, es bien seguro que no tendrás tienda  propia, sino que andarás merodeando por las tiendas de los pastores, y entonces, entre las  tiendas de éste o de aquel pastor, apacentarás los cabritos, animal inquieto y errátil, carne  de pecado (185). Ahora bien, esto lo sufrirás hasta que por la fuerza de las cosas y por  experiencia propia comprendas lo malo que es para el alma no conocerse a si misma y su  propia belleza, por la que aventaja a las demás, no a las vírgenes, sino a las mujeres, es  decir, a las que han padecido la corrupción y no permanecieron en la integridad de su  virginidad. Esto es lo que, después de todo cuanto había hablado la esposa y siguiendo el  plan del drama, dice el esposo a la esposa con cierta gravedad conminatoria, tratando de  animarla para que se aplique al conocimiento de  si misma. 

Pero es lógico que ahora, como hicimos con lo demás, apliquemos también esto a Cristo  y a la Iglesia, pues Cristo, hablando a su esposa, es decir, a las almas de los creyentes,  estableció la cumbre de la salvación y de la dicha en el conocimiento de si mismo. Sin  embargo, de qué manera el alma se conoce a si misma, creo que no se puede explicar ni  fácil ni brevemente; con todo, intentaremos aclarar algunas cosas, entre las muchas que  hay, según nuestras fuerzas. 

Mi opinión en este caso es que el alma debe abordar el conocimiento de si misma por  doble camino: qué es ella misma verdaderamente y de qué manera se comporta; es decir,  qué tiene en su substancia y qué en sus sentimientos, de suerte que pueda comprender,  por ejemplo, si es de buenos o de malos sentimientos, de rectos o de torcidos propósitos; y  en el caso de ser éstos ciertamente rectos, si tiene el mismo empeño para todas las  virtudes, tanto de pensamiento como de obra, o bien solamente para las cosas necesarias y  que están a mano. Y también si está en situación de progresar de modo que vaya creciendo  por la comprensión de las cosas y por el aumento de las virtudes, o bien se ha parado y  asentado en el punto al que pudo llegar. Además, si se dedica a cultivarse exclusivamente a  sí misma, o bien se esfuerza por aprovechar a otros y aportarles.un poco de utilidad, ya con  la palabra de la doctrina, ya con los ejemplos de su obrar. 

En cambio, si reconoce que no es de buen sentimiento ni de recto propósito, en esto  mismo podrá comprender si le falta bastante aún y anda lejos del sendero de la virtud, o  bien si se encuentra ya en el camino mismo y se esfuerza por caminar con deseo de  alcanzar lo que está delante y de olvidar lo que queda atrás (186), pero sin acercarse todavía;  o bien si está próxima, ciertamente, pero no ha llegado aún a la perfección. Con todo, en  este punto me parece que el alma que se conoce a si misma necesita saber si esos mismos  males que obra los realiza por sentimiento y por gusto o bien por cierta fragilidad y como  quien obra—según dice aquel—lo que no quiere, y hace lo que aborrece (187); y a su vez, si  lo bueno lo realiza con buen sentimiento y recto propósito. Por ejemplo, si refrena su ira  para con unos y en cambio le da rienda suelta para con otros, o bien la refrena siempre y  no la muestra con ninguno en absoluto. De modo parecido también la tristeza: si en unos  casos la espanta y en otros la acepta, o bien la rechaza de plano en todos los casos. Y lo  mismo por lo que se refiere al temor y a todos los demás sentimientos que se oponen a las  virtudes.  Pero el alma que se conoce a si misma tiene todavía necesidad de saber si está muy  ávida de gloria, o poco o nada en absoluto. Esto lo puede colegir ella comprobando si se  complace en las alabanzas mucho, medianamente o nada en absoluto, y si en las injurias  se entristece bastante, poco o nada en absoluto. Pero incluso en el dar y el recibir se refleja  el alma que se conoce a si misma: si lo que reparte y ofrece lo reparte y lo ofrece con un  sentimiento de comunicación y como quien se complace en que haya igualdad entre los  hombre, o bien —como dice aquel— con tristeza y por obligación (188), o cuando menos  buscando el agradecimiento de los que reciben o de los que se enteran. Mas también en el  recibir: el alma que se conoce a si misma observará si lo que recibe la deja indiferente, o  bien se goza en ello como en un bien. Pero el alma que nos ocupa habrá de examinarse a  si misma también sobre el alcance de su espíritu, para saber si fácilmente le pone en  movimiento el relato de cualquier cosa verosímil y se deja embaucar por la habilidad, la  dulzura o la astucia de los discursos, o bien esto lo padece raramente o nunca en absoluto.  Pero baste lo que hemos dicho sobre este género de conocimiento. Sin duda el que quiera  otras comparaciones parecidas podrá recoger un sin número de ellas, por las cuales el  alma probará que se conoce a si misma y que contempla su belleza, la que recibió a imagen  de Dios en la creación, con tal que haya podido restaurarla y restablecerla (189).  Esto es, pues, lo que enseña nuestro pasaje al alma, bajo la figura de la mujer, para que  pueda conocerse a sí misma, y dice: Si no te conoces a ti misma (190), esto es, si no guías  tus sentimientos con ayuda de las diversas indicaciones arriba mencionadas y si no eres  capaz de discernir cada cosa: lo que debes hacer y lo que debes evitar, lo que te falta y lo  que te sobra, lo que debes en mandar y lo que debes conservar; en cambio, si quieres  obrar indiferentemente entre las otras almas de la vulgar vida de los hombres (entre las que  aquí llama mujeres y entre las cuales tú eres bella por haber recibido ya los besos del  Verbo de Dios y haber visto los secretos de su cámara del tesoro); si, repito, no te conoces  a ti misma y en cambio quieres obrar indiferentemente como el vulgo común, sal y sigue las  huellas de los rebaños (191), es decir: te estarás entre el resto del rebaño si, después de  todo lo que se te ha confiado, eres incapaz de obrar algo egregio y de apartarte del trato  gregario, por no conocerte a ti misma. Y estarás no sólo en el rebaño, sino en las huellas  del rebaño: y es que vendrá a ser el último y postrero de todos (192) el que no comprendió  sus preeminencias. Y por eso, en cuanto descuida la ciencia, necesariamente se verá  zarandeada por todo viento de doctrina hacia el engaño de los errores (193), de suerte que  plantará su tienda ahora junto a aquel pastor, es decir, maestro de la palabra, luego junto al  otro; y así en todas partes andará en continuo vaivén apacentando, no ovejas, que son  animales simples, sino cabritos —los sentidos lascivos e inquietos, dedicados al pecado—,  y frecuentando la compañía de diversos maestros buscados expresamente para esto. Y tal  será la pena para la culpa del alma que no se esfuerce en conocerse a sí misma y por  seguir al único pastor que dio su vida por sus ovejas (194).  Es éste un aspecto por el que el alma debe comprenderse a sí misma en sus  sentimientos y en sus acciones. Pero hay otro aspecto más profundo y más difícil, por el  que se manda al alma que, con todo, ya es bella entre las mujeres, conocerse a si misma.  Si esto logra, puede esperar para sí todos los bienes; si no, que sepa ya que habrá de salir  tras las huellas de los rebaños y apacentar los cabritos entre las tiendas de pastores que le  son extraños. Ea, pues, comencemos a examinar también, según nuestra capacidad, este  aspecto del conocimiento. 

La palabra divina dice a través del profeta: Haced brillar para vosotros la luz de la  ciencia (195). Ahora bien, entre los dones espirituales, uno es el don mayor, el que otorga el  Espíritu Santo: la palabra de ciencia (196), cuyo objetivo principal es el que en el Evangelio  de Mateo se describe así: Nadie conoció al Hijo sino el Padre, ni al Padre lo conoció  alguien, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo (197); en el de Lucas, así: Nadie  sabe quién sea el Hijo, sino el Padre; y nadie sabe quién sea el Padre, sino el Hijo y a  quien el Hijo quisiere revelarlo (198); en cambio, en el de Juan, está escrito: Como el Padre  me conoce, y yo conozco al Padre (199); y en el Salmo XLV, se dice: Sosegaos, y conoced  que yo soy Dios (200). Por consiguiente, el deber primordial de la ciencia es conocer la  Trinidad; en segundo lugar, empero, conocer lo que ha creado, según lo que decía aquel:  Pues él mismo me dio la verdadera ciencia de cuanto existe, de la substancia del mundo,  de las propiedades de los elementos, del principio, del fin y del medio de los tiempos  etc. (201). Por otra parte, además de estos conocimientos, el alma tendrá también cierto  conocimiento de si misma, por medio del cual debe saber cuál es su substancia: si es  corpórea o incorpórea, y si es simple o está compuesta de dos o de tres o incluso de varios  elementos. Pero también, conforme a los problemas planteados por algunos, si ha sido  creada o nadie en absoluto la ha creado; y, si ha sido creada, cómo ha sido creada: si,  como algunos piensan, el semen corporal contiene ya su substancia y entonces su origen  se transmite juntamente con el del cuerpo, o bien proviene de fuera ya perfecta y es  introducida en el cuerpo preparado y formado ya en las entrañas de las mujer. Y si es así,  entonces debe saber si viene recién creada, y en ese caso será creada tan pronto como  aparece formado el cuerpo, hasta el punto de que pueda creerse que la causa de su  creación fue la necesidad de animar el cuerpo; o bien, si fue creada mucho tiempo antes y  se piensa que por alguna causa vino para asumir el cuerpo; y si se cree que se rebaja a  éste por alguna causa, deber de la ciencia es también tratar de saber cuál pueda ser esa  causa (202). 

Pero, además, debe investigarse si el alma se reviste del cuerpo una sola vez por todas  y luego, cuando lo deja, no vuelve jamás a buscarlo, o bien, tras haberlo tomado y depuesto  una vez, vuelve a tomarlo, y si, tomado por segunda vez, lo conserva siempre o se  desprende nuevamente de él en algún momento. Y como quiera que, según la autoridad de  las Escrituras, es inminente la consumación del mundo y entonces esta condición  corruptible se transformará en incorruptible (203), no parece dudoso que, en la condición de  la vida presente, el alma no puede venir al cuerpo segunda y tercera vez. Efectivamente, si  se acepta esto, la consecuencia necesaria será que, al ir sucediéndose esos regresos al  cuerpo, el mundo no conocerá un fin. 

Todavía debe el alma investigar más para conocerse: si existe algún orden o si hay  algunos espíritus de su misma substancia, o si hay otros, no de la misma substancia, sino  diferentes de ella, es decir, si existen también otros seres racionales como lo es ella, y otros  carentes de razón; y si es su substancia la misma que la de los ángeles, pues se cree que  lo racional no difiere en absoluto de lo racional. Y también: supuesto que no es tal por  substancia, sino que lo es por gracia, si lo ha merecido, o bien, si no puede en modo alguno  hacerse semejante a los ángeles, a no ser que esto se deba a una cualidad o a una  semejanza de su naturaleza: y es que, al parecer, se puede recuperar lo que se ha perdido,  pero no se puede conseguir lo que el Creador no haya otorgado desde el principio (204).  Pero el alma, para conocerse a sí misma debe todavía seguir investigando si la virtud  puede venir a ella y puede desaparecer; o bien, si es inmutable y, una vez adquirida, ya no  se pierde jamás. Pero, ¿qué necesidad hay de traer a colación más instrumentos que  hagan posible al alma conocerse a sí misma para evitar que, por su descuido en conocerse  perfectamente, reciba la orden de salir siguiendo las huellas de los rebaños y apacentar los  cabritos, y esto, no junto a su propia tienda, sino entre las tiendas de los pastores, siendo  así que quien tenga voluntad de proseguir esta investigación podrá tomar de lo que ya  hemos dicho abundantísimas ocasiones para, según sus posibilidades, ejercitarse en la  palabra de la ciencia (205)? 

Sin duda alguna, todo esto se lo puede decir el Verbo de Dios  al alma que, ciertamente va progresando, pero que no ha subido aún a la cima de la  perfección. Esta alma, por el hecho de estar progresando, es llamada bella, sin embargo,  para que pueda también llegar a la perfección, necesita de esta advertencia: si recorriendo  cada uno de los interrogantes que hemos propuesto no se conoce a si misma y no ejercita  vigilante en la palabra de Dios y en la ley divina, le tocará andar cosechando sobre cada  punto opiniones bien diversas e ir a la zaga de hombres que no han hablado palabra  notable ni que proceda del Espíritu Santo. Esto es, en efecto, lo que significa salir siguiendo  las huellas de los rebaños, y lo mismo seguir la doctrina de quienes, ellos mismos, han  permanecido siendo pecadores y no han podido ofrecer remedio alguno a los que pecan.  Quien sigue a éstos, ciertamente parecerá que apacienta a los cabritos rondando alrededor  de las tiendas de los pastores, es decir, de las diversas escuelas de los filósofos. Mira,  pues, atentamente y más de lleno lo terrible que es cuanto se simboliza bajo esta figura. Ps  —dice— siguiendo las huellas de los rebaños (206). Es como si hablara al alma que ya está  dentro y apostada en el interior de los misterios pero que, por haber descuidado el  conocerse a si misma y preguntarse quién es y qué y cómo debe obrar, o qué no debe  obrar, se oye decir: Ps, como si por culpa de esta su desidia la enviara fuera el que  preside. Así es un peligro tremendo para el alma el descuidar la ciencia y el conocimiento  de si misma.  Sin embargo, puesto que hemos expuesto un doble modo para conocerse el alma a sí  misma, quizá le parezca a alguien que, según el primer modo, el alma que descuida  examinar sus costumbres y acciones, indagar sus progresos y sondear sus pecados, es de  razón que le diga: Ps, dando la impresión de arrojar fuera a la que estaba dentro. Pero en  cambio, si la cosa ocurre según la otra versión, por la que dijimos que el alma debe conocer  su naturaleza y su substancia, así como su condición presente, pasada y futura, entonces  créase que el asunto es grave (207). En efecto, ¿qué alma encontraremos fácilmente de esta  categoría, tan perfecta y tan poderosa que le resulten claras la razón y la comprensión de  todos estos problemas? A esto podemos responder que la palabra que tenemos entre  manos no va dirigida a todas las almas; el esposo no habla aquí a las doncellas ni a las  demás mujeres ni a las ochenta concubinas ni a las sesenta reinas, sino a la única que  entre todas las mujeres es llamada bella y perfecta (208). Por donde se pone de manifiesto  que todo esto va dicho a cada una de las almas predilectas a las que Dios, junto con la  gracia, dio mucha capacidad de sentir y de comprender, pero que, sin embargo, descuidan  partes de las ciencias y no hacen el menor esfuerzo por conocerse a si mismas. Por eso las  conmina a ellas la palabra divina: porque mucho se les exige a quienes mucho se da (209); y  porque el humilde será digno de misericordia y de perdón, mientras los poderosos serán  poderosamente castigados (210). Por consiguiente, oh alma que eres entre todas la más bella  y la más sobresaliente, por ejemplo, en doctrina, si tú también te descuidas a ti misma y te  empeñas en seguir ignorándote, ¿cómo podrán ser instruidos los que desean ser  edificados, y cómo ser confundidos y refutados los contradictores? Por eso es justo que con  cierto tono conminatorio se le diga: Ps siguiendo las huellas de los rebaños y apacienta  tus cabritos entre las tiendas de los pastores (211). 

También se puede aducir para esto mismo aquello que escribe Moisés: si una mujer  israelita comete adulterio, sea lapidada; pero si es hija de sacerdote, entonces  quemada (212). Así, pues, parecerá justa la amenaza contra aquellos que, a pesar de su  capacidad para la ciencia y el conocimiento, sin embargo, por desidia los descuidan: contra  estos es justísima la indignación del esposo, pues sabe que la negligencia de uno sólo  redunda en perjuicio de muchos (213). Una alma de esta índole, efectivamente, parecerá  semejante a aquel que, habiendo recibido un denario, lo enterró para evitar que el amo del  dinero sacase de él alguna ganancia (214); o bien, a aquel de quien se dice que Dios lo mató  porque era un malvado, a saber, Onán, el cual, habiendo recibido el semen de la ciencia  natural, lo desparramaba en tierra por mirar con malos ojos a la posteridad (215). También, si  verdaderamente van dirigidas a la Iglesia, como ya dijimos arriba, estas palabras de  conminación, por pastores habremos de entender los príncipes de este mundo (216), o bien  los ángeles bajo cuyo cuidado están los restantes pueblos (217), ya sea porque la suerte lo  dispuso, ya por algunas causas más particulares (218). Pero en cambio, si dicha amenaza se  refiere a toda alma que descuida el conocerse a si misma, entonces por pastores debemos  entender los sabios y maestros de este mundo, que enseñan la sabiduría de este  mundo (219). En resumen, debe entenderse que el alma, sobre todo la que es buena y bella  en los sentimientos y de talento despierto, necesita conocerse a si misma y empeñarse en  tal conocimiento ejercitándose en la doctrina y aplicándose a las cosas divinas, y dejándose  guiar en esto por el espíritu de Dios y por el espíritu de adopción (220). Ahora bien, si esta  alma se despreocupa de si misma y abandona sus ocupaciones divinas, entonces por  fuerza habrá de aplicarse a las aficiones mundanas y a la sabiduría de este siglo, y ser  guiada nuevamente, por el espíritu de este mundo, en el temor. Es lo que señala el Apóstol  cuando dice: Y nosotros hemos recibido, no el espíritu del mundo, sino el Espíritu que  viene de Dios (221); y otra vez: Porque no habéis recibido el espíritu de servidumbre para  recaer en el temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos:  ¡Abba, Padre! (222). Todo esto es cuanto se nos pudo ocurrir sobre el pasaje presente; ahora  pasemos ya a los que siguen. 

A mi caballería, entre los carros del Faraón te he comparado, oh tú, que me  eres tan cercana (223) (Ct 1,9). 

El sentido literal parece manifestar lo siguiente: Como en Egipto entonces, dice el  esposo, cuando el Faraón, persiguiendo al pueblo de Israel, avanzaba con carros y  caballería, y mi caballería (es decir, de mi esposo, el Señor) sobrepujaba con mucho a los  carros del Faraón y era superior, puesto que los venció y hundió en el mar (224), así tú  también esposa mía, que me eres tan cercana, sobresales por encima de todas las mujeres,  hecha semejante a mi caballería que, comparada con los carros del Faraón, es ciertamente  más poderosa y magnifica. Este me parece ser el orden del discurso y creo que en tal  dirección apuntan las palabras. 

Pero veamos ahora si por ventura, siguiendo la interpretación mística, las almas que se  hallan bajo el Faraón espiritual (225) y bajo los espíritus del mal (226) puede decirse que sean  los carros del Faraón y sus cuadrigas, que él mismo guía y conduce para perseguir al  pueblo de Dios y oprimir a Israel. Porque lo cierto es que las tentaciones y tribulaciones que  los demonios suscitan a los santos, las suscitan valiéndose de algunas almas apropiadas y  convenientes para eso. Subidos a ellas, como si fueran carros, hostigan y atacan, ora a la  Iglesia de Dios, ora a cada uno de los fieles. Respecto de la caballería del Señor, sobre  cuál sea esta su caballería, realmente en el Éxodo, donde son derrotados y hundidos en el  mar los carros del Faraón, no hallamos nada escrito, a no ser únicamente que el Señor  anegó en el Mar Rojo los carros del Faraón y todo su ejército (227). Sin embargo, en el libro  cuarto de los Reyes (228) encontramos que Eliseo dice a su criado, asustado por la llegada  de los enemigos, que habían venido con carros y caballería: No temas, porque hay más  con nosotros que con ellos. Y oró Eliseo, y dijo: Señor, abre los ojos de este criado, para  que vea. Y el Señor abrió sus ojos, y vio: el monte estaba lleno de gente a caballo, y  carros de fuego habían descendido y rodeaban a Eliseo (229). Pero también en el profeta  Habacuc leemos con toda claridad y evidencia acerca de la caballería del Señor, que monta  en sus caballos; éstas son, pues, las palabras de la Escritura: ¿Acaso, Señor, te aíras  contra los ríos y te enfureces contra los ríos, o lanzas tu ímpetu contra el mar? Porque  montas en tus caballos y tu caballería es la salvación (230). Hay, pues, los caballos del  Señor, en los que monta él mismo, y su caballería. Estos yo creo que no son otros que las  almas que aceptan el freno de su disciplina y llevan el yugo de su dulzura, y que se dejan  guiar por el espíritu de Dios: y en esto tienen su salvación. 

En el Apocalipsis de Juan, leemos que se le apareció un caballo y, sentado sobre él, uno  que es fiel y veraz y que juzga con justicia, cuyo nombre es el Verbo de Dios. Dice, pues: Y  vi el cielo abierto; y había un caballo blanco, y el que estaba sentado sobre él era llamado  fiel y veraz y que juzga y pelea con justicia. Y sus ojos eran como llama de fuego, y en su  cabeza, muchas diademas, con un nombre escrito que nadie más que él conocía. Y vestía  un manto empapado en sangre, y su nombre era Verbo de Dios. Y su ejército estaba en el  cielo, y le seguían en caballos blancos, vestidos de lino blanco y puro (231). Pero  necesitamos que la gracia de Dios nos abra la significación de todo esto para que podamos  entender qué nos indican estas visiones, quién pueda ser el caballo blanco, y quién el que  está sentado sobre él, cuyo nombre es Verbo de Dios. Pues bien, quizás alguno diga que el  caballo blanco es el cuerpo que el Señor tomó y que fue como vehículo del que en el  principio estaba en Dios, Dios Verbo (232). Otro en cambio dirá que es el alma que tomó el  primogénito de toda criatura (233), y de la que decía: Tengo poder para entregarla y tengo  poder para tomarla de nuevo (234). Otro pensará que los dos a la vez, el cuerpo y el alma,  como si el caballo se dijera que es blanco cuando no hay pecado. Pero todavía habrá un  cuarto que dirá que el caballo blanco es la Iglesia —que también es llamada cuerpo  suyo (235)— en cuanto que no tiene mancha ni arruga, y él la santificó para sí en el baño del  agua (236). Pues bien, de acuerdo con estos puntos habrá que interpretar también cada uno  de los que siguen: la milicia del cielo, el ejército del Verbo de Dios y cómo cada uno de los  que siguen al Verbo de Dios montan caballos blancos y visten lino blanco y puro. Por esto  Cristo compara y asemeja su Iglesia a este caballo blanco, por el que es transportado él  mismo que se llama Verbo de Dios, o bien a esta caballería celeste que le sigue montada  sobre caballos también blancos. 

Entre los carros el Faraón (237): podemos entenderlo en el sentido  siguiente: cuanto esta caballería del Señor vence y sobrepuja a la caballería y carros del  Faraón, tanto sobrepujas y vences tú, que eres bella entre las mujeres, a todas las demás  almas que llevan todavía el yugo del Faraón y soportan a sus jinetes; o bien, que esta  caballería mía, que por el baño del agua se tornó limpia, pura y blanca (238) y mereció llevar  como jinete al Verbo de Dios, fue tomada de entre los carros del Faraón. De allí,  efectivamente, proceden todos los creyentes, pues Cristo vino a este mundo para salvar a  los pecadores (239). Por eso el sentido de este versículo puede aplicarse de esta manera: A  mi caballería, que antes estuvo entre los carros del Faraón y que ahora me sigue en  caballos blancos, purificada en el baño del agua, yo te comparo, a ti, que me eres tan  cercana. Dichosas, pues, las almas que curvaron su espalda para recibir encima como  jinete al Verbo de Dios y soportan su freno, de modo que pueda él llevarlos a donde quiera  y los guíe con las riendas de sus mandamientos: porque ya no andan por propia voluntad,  sino que en todo las lleva y las trae la voluntad del jinete. Y como quiera que la Iglesia está  formada por la unión de muchas almas y el ejemplo de vida lo recibe de Cristo, quizá se  pueda pensar que dicho ejemplo no lo ha recibido de la misma divinidad del Verbo de Dios,  que ciertamente está muy por encima de todos los actos y sentimientos que deben darse  como ejemplo a los hombres, sino que la misma alma que él asumió y en que reside la  perfección misma (240) es la que se propone como ejemplo y a la que aquí describe: tú que  me eres tan cercana (241); y ella es también a la que debe asemejarse la Iglesia, que está  formada por la unión de muchas almas, es decir, de aquellos que anteriormente estuvieron  bajo el yugo y entre los carros del Faraón y que son llamados: caballería del Señor. Ahora  bien, de estas dos interpretaciones, tú que lees comprobarás cuál es la que mejor conviene  al versículo propuesto. 

Qué hermosas se han vuelto tus mejillas, como de tórtola; tu cerviz, como  collar

(Ct 1,10). 

El orden del presente drama parece tener su lógica: después que el esposo se ha  servido de una severa conminación a la esposa, asegurándole que, si no se conocía a si  misma, habría de salir siguiendo las huellas de los rebaños y apacentar, no ovejas sino  cabritos, ella, ante el rigor de la advertencia, se ruborizó, pero al esparcirse el rubor  vergonzoso por su cara, había embellecido sus mejillas, destacando su hermosura mucho  más que antes; y no solamente las mejillas, que también su cerviz se vio tan hermoseada  que parecía engalanada con collares. La belleza de las mejillas se compara a las tórtolas,  porque por esta ave se indica a la vez la franqueza del rostro y la diligencia. Tal es la  interpretación literal del drama. 

Pero vayamos al grano. El apóstol Pablo, escribiendo a la Iglesia de Corinto, dice así:  Pues tampoco el cuerpo es un solo miembro, sino muchos. Y si el pie dijera: Porque no  soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no va a ser del cuerpo? Y si la oreja dijese: Porque  no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no va a ser del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese  ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas Dios puso  cada miembro en el cuerpo como quiso (242). Y después de haber disertado mucho sobre  esto, dice al final: Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros, cada uno por su  parte (243). Y escribiendo a los Efesios dice también: Sumisos los unos a los otros en el  temor de Cristo. Las mujeres estén sujetas a sus maridos, como al Señor: porque el marido  es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, y él es el Salvador del cuerpo.  Así que, como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en  todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, como también Cristo amó a su Iglesia y se  entrego a si mismo por ella, para santificarla limpiándola en el baño del agua, por la  palabra, y presentársela gloriosa a si mismo, una Iglesia que no tuviese mancha ni arruga  ni nada parecido, sino que fuese santa e inmaculada (244). Y un poco más abajo, dice:  Porque nadie aborrecido jamás a su propia carne, antes bien la sustenta y regala, como  también Cristo a su Iglesia, pues somos miembros de su cuerpo etc. (245). 

Por estas palabras se nos enseña que la esposa de Cristo, que es la Iglesia, es también  su cuerpo y sus miembros. Por consiguiente, si oyes nombrar los miembros de la esposa,  entiende por ello los miembros de la Iglesia. Entre ellos, como hay unos que se llaman ojos,  indudablemente por la luz de la inteligencia y de la ciencia, y otros oídos, porque oyen la  palabra de la doctrina, y otros manos, por las buenas obras y los servicios religiosos, así  también hay otros, y se llaman las mejillas. Ahora bien, se llaman mejillas las partes del  rostro en que se reconoce la dignidad y la modestia del alma: indudablemente, por ese  apelativo se señala de entre los miembros de la Iglesia a aquellos que cultivan la dignidad  de la castidad y del pudor. Por tanto, a través de ellos se dice a todo el cuerpo de la Iglesia:  Qué hermosas se han vuelto tus mejiilas (246). Y observa que no dijo: Qué hermosas son tus  mejillas, sino: Qué hermosas se han vuelto tus mejillas, para hacer ver que antes no  habían sido tan hermosas, pero que después de recibir los besos del esposo, y después  que éste, que anteriormente hablaba por medio de los profetas, se hizo presente y limpió  para si a la Iglesia con el baño del agua e hizo que no tuviera mancha ni arruga (247) y le dio  facultad para conocerle a él, entonces sus mejillas se volvieron hermosas. Entonces,  efectivamente, la castidad, el pudor y la virginidad, que antes faltaban, se fueron  esparciendo por las mejillas de la Iglesia con magnifico esplendor. Con todo, este aspecto  de las mejillas, es decir, del pudor y de la castidad, se compara a las tórtolas. Se cuenta  que la naturaleza de las tórtolas es tal, que ni el macho se acerca más que a una sola  hembra ni la hembra soporta más que a un solo macho, de modo que, si ocurre que el uno  muere y el otro sobrevive, en éste muere a la vez que el cónyuge todo deseo de unión. Por  tanto, la comparación de la tórtola se adapta convenientemente a la Iglesia, bien porque  después de Cristo no conoce unión con ningún otro marido, bien porque en ella anda  revoloteando, como si fuera de tórtolas, una gran abundancia de pudor y de castidad.  En este mismo sentido debemos interpretar también la cerviz de la esposa. 

Indudablemente por ella debemos entender las almas que aceptan el yugo de Cristo, que  dice: Tomad sobre vosotros mi yugo, porque mi yugo es suave (248). Por tanto, a su  obediencia se la llama su cerviz. Por eso su cerviz se torna hermosa como un collar, y con  razón. Efectivamente, a la que antes hiciera fea la desobediencia del pecado, ahora la hace  hermosa y magnifica la obediencia de la fe. Por eso tu cerviz se ha vuelto hermosa como un  collar: de hecho, en ambas expresiones se sobreentiende: se ha vuelto hermosa. Por collar,  entiende aquí el conjunto de joyas engarzadas en cadena, que se suelen colgar de la  cerviz, de donde arrancan y descienden a lo largo del cuello los demás aderezos. Por eso  comparó la cerviz de la esposa al adorno mismo que se suele poner en la cerviz y el cuello.  Así lo hemos entendido. Dijimos que la cerviz significa sujeción y obediencia, porque la  esposa toma sobre si, digamos, el yugo de Cristo, y presta obediencia a su fe. Por eso el  adorno de su cerviz, o sea, de su obediencia, es Cristo. El fue, en efecto, el primero que se  hizo obediente hasta la muertes y, como por la desobediencia de uno solo—es decir, de  Adán—todos fueron constituidos pecadores, así por la obediencia de uno —esto es,  Cristo— todos serán constituidos justos (250). Por eso, el adorno y el collar de la cerviz de la  Iglesia es la obediencia de Cristo. Y no sólo eso: también la cerviz de la Iglesia, esto es, su  obediencia, se hace semejante a la obediencia de Cristo, y ésta es el collar de la cerviz. Por  consiguiente, grande es en esto la alabanza para la esposa, grande la gloria para la Iglesia,  donde imitar su obediencia es igual que imitar la obediencia de Cristo, que es objeto de  imitación por parte de la Iglesia. Esta misma especie de collar se menciona también en el  Génesis como entregado por el patriarca Judá a su nuera Tamar, cuando se unió con ella  creyéndola meretriz (251). Este misterio no resulta evidente para todos (252), por lo que se  interpreta así: Cristo ha dado a la Iglesia, que él había reunido sacándola de la prostitución  de múltiples doctrinas, estas prendas de la perfección futura, y le ha impuesto sobre la  cerviz este collar de obediencia. 

Imitaciones de oro haremos para ti, con realces de plata, mientras el rey esté  en su lecho

(Ct 1,11-12). 

Dijimos arriba que este libro, compuesto a modo de drama, va desarrollando su trama  por el cambio de personajes, y así parece que ahora estas palabras las dicen a la esposa  los amigos y compañeros del esposo, los cuales, según la interpretación mística y según ya  dijimos arriba, pueden interpretarse como ángeles o también como profetas o patriarcas.  Efectivamente, no sólo cuando el Señor, tras su bautismo, de manos de Juan, fue tentado  por el diablo en el desierto, los ángeles se le acercaron y le sirvieron (253), sino que ya le  habían servido siempre, antes de su venida y presencia corporal. Porque ya la ley se dice  que fue ordenada por los ángeles en mano del mediador (254). Y el Apóstol, escribiendo a  los Hebreos, dice: Porque si la palabra dicha por los ángeles fue firme... (255). Por eso se  les puso junto a la esposa, niña aún, como tutores y procuradores, con la ley por  pedagogo (256), hasta que llegase la plenitud de los tiempos y enviase Dios a su Hijo, hecho  de mujer, hecho bajo la ley (257), y entonces a la que estaba bajo tutores, procuradores y  pedagogos—la ley— la condujera a recibir los besos del Verbo mismo de Dios, es decir, su  doctrina y sus palabras. Por este motivo, antes que llegase el momento de todo esto, la  esposa había sido honrada en muchas ocasiones por el servicio de los ángeles, que  entonces se aparecían a los hombres y hablaban lo que la realidad y el tiempo exigían (258). 

No vayas a pensar que yo hablo de esposa o de Iglesia a partir de la venida del Salvador  en la carne, sino desde el comienzo del género humano y desde la misma creación del  mundo; es más, para remontarme de la mano de Pablo hasta el origen del misterio, antes  incluso de la creación del mundo. Porque así dice Pablo: Según nos escogió en Cristo  antes de la formación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en  el amor, predestinándonos para ser adoptados hijos (259). Y en los Salmos se escribe:  Acuérdate, Señor, de tu congregación, la que adquiriste desde el comienzo (260). En efecto,  los primeros fundamentos de la congregación de la Iglesia se pusieron inmediatamente  después del comienzo, lo que hace decir a Pablo que la Iglesia se edifica sobre el  fundamento, no sólo de los apóstoles, sino también de los profetas (261).  Entre los profetas, sin embargo, se enumera también a Adán, por haber profetizado el  gran misterio referido a Cristo y a la Iglesia, cuando dijo: Por tanto, dejará el hombre a su  padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne (262). Es, pues,  evidente que Pablo se refiere a esta frase al decir: Este misterio, grande es: mas yo lo digo  con respecto a Cristo y a la Iglesia (263). Pero incluso cuando el mismo Apóstol dice: Así  como Cristo amó a su Iglesia y se entrego a si mismo por ella, santificándola en el baño  del agua (264), no indica en absoluto que la Iglesia no existiese antes, pues, ¿cómo hubiera  podido amar a la que no existía? En realidad existía en todos los santos que habían vivido  desde el comienzo del mundo. Vino, pues a ella, porque le amaba, y así también él participó  de lo mismo (265), y se entregó a sí mismo por ellos (266). Ellos eran, efectivamente, la Iglesia  que él amó para acrecentarla en número, honrarla con las virtudes y trasladarla de la tierra  al cielo por el amor perfecto. Por este motivo, ya desde el comienzo la sirvieron los profetas  y la sirvieron los ángeles. ¿Pues qué otra cosa ocurrió cuando tres hombres se aparecieron  a Abrahán que estaba sentado junto a la encina de Mambré (267)?, aunque esa aparición de  ángeles manifestaba algo más que un servicio angélico: allí se revelaba, efectivamente, el  misterio de la Trinidad (268). Esto mismo sucedía en el Éxodo cuando se dice que el ángel  del Señor se apareció a Moisés entre llamas de fuego en la zarza, pues a reglón seguido se  escribe que en el ángel había hablado el Señor y Dios, y a este Dios se le designa como el  Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob (269). Algunos herejes (270), al leer esto,  dijeron que el Dios de la ley de los profetas es muy inferior a Jesucristo y al Espíritu Santo,  y han llevado su impiedad a tal punto que, efectivamente, ponen la plenitud en Cristo y en  el Espíritu Santo, y en cambio la imperfección y la debilidad en el Dios de la ley. Pero de  esto, para otra ocasión. Ahora nuestro propósito es mostrar cómo los santos ángeles, que  antes de la venida de Cristo cuidaban de la tutela de la esposa, niña todavía, son los  amigos y compañeros del esposo, que parecen decirle a ella: Imitaciones de oro te  haremos, con realces de plata, mientras el rey esté en su lecho (271). Así pues, indican que  ellos no harán para la esposa objetos de oro (porque ni oro tenían que fuese digno de ser  ofrecido a la esposa), sino que en vez de oro prometen hacer imitaciones de oro, y no una  imitación, sino muchas. Lo mismo afirman también sobre la plata, solo que, como si tuvieran  cierta cantidad de plata, aunque pequeña, prometen que le harán, no imitaciones, sino  realces de plata, visto que no disponían de tanta cantidad de plata como para producir con  ella una obra compacta y sólida, pero sí para hacer solamente realces, intercalando  pequeños dibujos, como punteados, en el trabajo de imitación de oro que le harían. Estos  son los adornos que hacen a la esposa los amigos del esposo, de que hablamos más  arriba. 

Pero ¿qué secretos encierra en  ellos? ¿Qué alcance tiene la misma novedad de la expresión? Oremos al Padre del esposo  y Verbo omnipotente para que él mismo nos abra las puertas de este arcano y podamos ser  iluminados no sólo para entender esto, sino también para darlo a conocer y explicarlo de  acuerdo con la capacidad de los que lo leyeren, con un lenguaje espiritual moderado. En  muchas ocasiones hemos demostrado que el oro es símbolo de la naturaleza invisible e  incorpórea, mientras que la plata simboliza la facultad de la palabra y de la razón, según lo  que dice el Señor por el profeta: Os di plata y oro, pero vosotros hicisteis Baales de plata y  de oro (272), con lo cual quiere dar a entender que les dice: Os he dado el sentido y la razón  con que pudierais percibir que yo soy Dios, y honrarme; pero vosotros habéis trastocado el  sentido y la razón que hay en vosotros, para honrar a los demonios. Pero se dice también:  Las palabras del Señor, palabras limpias, plata refinada en el fuego, (273); y en otro lugar se  recuerda: Plata escogida es la lengua del justo (274). Y a buen seguro, los Querubines se  dicen de oro (275), porque realmente significan plenitud de la ciencia de Dios. Y se manda  también que en la tienda del testimonio se ponga un candelabro de oro macizo (276), el cual  yo creo que es figura de la ley natural, en que está contenida la ley del conocimiento. Más,  ¿para qué andar acumulando muchos testimonios, cuando todo el que quiera saber tiene a  mano numerosos pasajes de la Escrituras en que se indica que el oro dice relación con el  sentido y la razón; la plata, en cambio, con la palabra y el lenguaje? Ahora, pues, démonos  prisa en examinar de qué manera, según lo que anunciamos de antemano, los amigos del  esposo dicen que harán para la esposa imitaciones de oro con realces de plata.  Pues bien, en vista de que la ley que fue ordenada por los ángeles en la mano de un  mediador (277) contenía la sombra de los bienes venideros (278), pero no la imagen misma de  las cosas (279), y que todo lo que acontecía a aquellos de quienes se habla en la ley les  acontecía en figura (280) y no en la realidad (281), mi opinión es que todo esto fueron  imitaciones de oro, que no oro verdadero. La razón es que debe entenderse el oro  verdadero en relación con las realidades incorpóreas, invisibles y espirituales; en cambio,  por imitación de oro, en que no está la realidad misma, sino la sombra de la realidad, deben  entenderse estas cosas corpóreas y visibles (282). Por ejemplo, imitación de oro fue aquella  tienda de la que dice el Apóstol: Porque no entró Jesús en el santuario hecho de mano,  figura del verdadero, sino en el mismo cielo (283). Por consiguiente, las cosas que hay en el  cielo, invisibles e incorpóreas, son las verdaderas; en cambio, éstas que hay en la tierra,  visibles y corporales, se dice que son imágenes de las verdaderas, pero no las verdaderas.  Pues bien, éstas son las que se llaman imitaciones de oro, y entre ellas están: el arca de la  alianza, el propiciatorio, los querubines, el altar del incienso, la mesa y los panes de la  proposición; pero también el velo, las columnas, las trancas de las puertas, el altar de los  holocaustos, el templo mismo y todo cuanto está escrito en la ley. Todas estas cosas eran  imitaciones de oro. Más aún, el mismo oro visible, por ser visible, no era oro verdadero, sino  imitación del oro verdadero, invisible. Estas, pues, son las imitaciones de oro que hicieron  para la esposa —la Iglesia—los amigos del esposo, es decir, los ángeles y los profetas, que  cumplieron su servicio en la ley y en los demás misterios. Creo que Pablo, por entenderlo  así, decía: En el culto a los ángeles, en lo que ve, vanamente hinchado por su propio  sentido carnal (284). Por eso la religión y el culto judíos son en su totalidad imitaciones de  oro. Ahora bien, cuando uno se convierte al Señor y le arrancan el velo (285), entonces ve el  oro verdadero: de este oro, los amigos del esposo, antes que él se presentase y se diera a  conocer, hicieron imitaciones para la esposa, con el fin de que, incitada y estimulada por  estas imitaciones, ansiase el oro verdadero. Esto es, efectivamente, lo que Pablo indica al  decir: Y estas cosas acontecían en figura y fueron escritas por atención a nosotros, en  quienes ha llegado el fin de los tiempos (286). Pero este fin de que habla Pablo no debes  entenderlo en sentido temporal, porque el fin temporal alcanzará a muchos, en atención a  los cuales no se escribieron estas cosas, ya que tampoco las entenderían de este modo.  Por fin de los tiempos entiende más bien la perfección de las cosas, perfección que habían  alcanzado Pablo y otros que se le parecen, y por ellos se escribieron estas cosas. Pues  bien, hemos dicho en digresión todo esto, porque queríamos poner de manifiesto de qué  manera los amigos del esposo dicen a la esposa que le harán imitaciones de oro con  realces de plata, a saber: por medio de cuanto transmitieron por escrito en la ley y en los  profetas, en figuras, imágenes, semejanzas y parábolas.  Ahora bien, entre todo esto, existen también algunos pequeños realces de plata (287), es  decir, indicios del sentido espiritual de la palabra y de la interpretación racional, aunque  bastante raros y exiguos. Efectivamente, antes de la venida del Señor, apenas si algún  profeta desveló en alguna ocasión una pizca del discurso oculto: por ejemplo, Isaías,  cuando dice: La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y la casa de Judá,  plantel amado (288); y de nuevo en otro lugar: Las muchas aguas son la muchedumbre de  las gentes (289). Y Ezequiel, al nombrar a las dos hermanas Oholá y Oholibá, hace la  distinción: una es Samaria; la otra, Judea (290). Y si queda aún alguna otra cosa aclarada por  la interpretación de los propios profetas, todas ellas son realces de plata. Pero cuando vino  el Salvador y Señor nuestro Jesucristo dando a conocer todo con la palabra de su  poder (291), en su Pasión se dio ya un indicio de que todo cuanto se mantenía escondido y  era secreto sería sacado a la luz y se haría manifiesto, por cuanto el velo del templo con  que se ocultaba el santo de los santos y los misterios se rasgó de arriba a bajo (292),  anunciando así que a la vista de todos quedaba lo que se había tenido escondido dentro.  Así, pues, todo cuanto se nos había servido por medio de los ángeles y los profetas fue  imitación de oro con pequeños y exiguos realces de plata. En cambio, lo que nos fue  entregado personalmente por obra de nuestro Señor Jesucristo se fijó en oro verdadero y  plata maciza. 

Evidentemente no se promete que las imitaciones de oro que hacen los amigos del  esposo durarán para siempre, al contrario, ellos mismos se fijan un tiempo al decir: mientras  el rey esté en su lecho (/Ct/ (01)/ (12)) (293). En efecto, cuando el rey, acostado, haya dormido  como un león y como un cachorrillo de león, y luego el Padre lo haya despertado (294) y él  resucite de entre los muertos, los que entonces se configuren con su resurrección ya no  permanecerán en la imitación del oro, es decir, en el culto de las realidades corpóreas, sino  que recibirán por ellas oro verdadero, al creer y esperar, no las cosas que se ven, sino las  que no se ven (295), no las cosas de la tierra, sino las del cielo, donde está Cristo sentado a  la derecha del Padre (296), y dirán: Y si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora  ya no le conocemos así (297). Por este motivo no se servirán ya de pequeños realces de  plata, sino de plata disponible a manos llenas. Efectivamente, escucharán (298) que en  aquella imitación del oro, la piedra que se dice que seguía y daba de beber al pueblo, es  Cristo; el mar es el bautismo; la nube, el Espíritu Santo; el maná, el Verbo de Dios; el  cordero pascual, el Salvador; la sangre del cordero, la pasión de Cristo, y el velo que está  en el santo de los santos y oculta las cosas divinas y secretas, su carne (299). Y otros  incontables misterios irán manifestándose gracias a la resurrección, explicados, no ya con  un pequeño realce, como antes, sino con amplísima exposición. Sin embargo, para que  todavía resulte más clara la expresión: mientras el rey esté en su lecho (300), citaremos de la  segunda profecía de Balaán lo que en ella se contiene referente a Cristo; dice así: Nacerá  una estrella de Jacob y un hombre saldrá de su descendencia y dominará sobre muchos  pueblos; será ensalzado como Gog su reino y crecerá su reino. Dios lo sacará de Egipto,  como gloria de unicornio, y devorará a las gentes sus enemigas, desmeollará sus huesos,  y las asaeteará con su flechas. Echando, reposará como un león, y como cachorro de león.  ¿Quién lo despertará? (301). Considera, pues, con mayor atención todo esto y mira cómo se  recuerda que toda imitación de oro perdura hasta el tiempo postrero, es decir, mientras el  rey descansa. Después será ensalzado como Gog —esto es, sobre los tejados— su reino,  a saber, cuando sea trasladado de la tierra a las moradas del cielo. Pero todo esto lo  hemos tratado ya con más amplitud, según Dios nos dio a entender, en el comentario al  libro de los Números.  Indaguemos si realmente también a los santos padres y a los profetas, que suministraron  la palabra antes de la venida de nuestro Señor Jesucristo, les fue otorgada la gracia de esa  perfección que es de oro verdadero, o bien ellos solamente comprendieron que estas cosas  ocurrirían, y sólo en espíritu previeron que vendrían (302); y también si cuando el Señor dijo  de Abrahán que había deseado ver su día, que lo había visto y se había regocijado (303), lo  dijo sólo porque Abrahán previó en espíritu que esto sucedería. Pero este planteamiento  quizá lo confirme aún mejor aquel pasaje que dice: Muchos justos desearon ver lo que  vosotros estáis viendo, y no lo vieron; y oir lo que estéis oyendo, y no lo oyeron (304). Con  todo, ni siquiera a ellos pudo faltarles la perfección que procede de la fe, pues,  efectivamente, lo que nosotros creemos que ya está realizado ellos creían con mayor  expectación que habría de realizarse. Por eso, de la misma manera que desde la venida de  Cristo la fe de lo acontecido condujo a los creyentes a la cima de la perfección, así también  a aquellos los condujo a la cima de la perfección la fe de lo que habría de acontecer (305).  Si referimos la interpretación a cada alma en particular, aparecerá que, mientras el alma  es todavía niña e imperfecta y está puesta bajo tutela de tutores y curadores (306), bien sean  los doctores de la Iglesia, bien los ángeles de los que se dicen que son custodios de los  niños y están siempre viendo la faz del Padre que está en los cielos (307), para ella sólo se  hacen imitaciones de oro, ya que no se alimenta con los fuertes y sólidos manjares del  Verbo de Dios, sino que es educada a base de semejanzas, como si dijéramos que es  instruida a base de parábolas y ejemplos, en razón de los cuales se dice que Cristo crecía  en edad, en sabiduría y en gracia ante Dios y ante los hombres (308). Por eso se educa en  estas imitaciones y se hacen para ella pequeños realces de plata. Efectivamente, de  cuando en cuando se abre para los educandos algunos pequeños y raros resquicios de los  más secretos misterios, para hacerles concebir el deseo de revelaciones más importantes:  porque no se puede desear nada que se desconoce por completo. Por consiguiente, de la  misma manera que a los principiantes y que están en los rudimentos no se les puede  revelar todo de golpe, así tampoco se les debe ocultar por completo los misterios  espirituales, sino que, como dice la palabra divina, se deben hacer para ellos realces de  plata y se deben prender en sus almas algunas chispas de comprensión espiritual, para que  de alguna manera vayan tomando el gusto a la dulzura que deben desear, no sea que,  como dijimos, si la ignoran por completo, no la deseen en absoluto. Sin embargo, en cuanto  al hecho de que llamemos niña al alma, que nadie lo tome como si dijéramos que es niña  según la substancia: llamamos niña al alma que carece de instrucción y en la que es débil  la capacidad de comprender y mínima la experiencia. 

Conviene, en consecuencia, que esto se dé mientras el rey está en su lecho (309), es  decir, mientras dicha alma va progresando hasta el punto de comprender al rey y tenerlo  descansando dentro de ella misma. Porque así dice este rey: Pondré mi morada en ellos y  andaré entre ellos (310); en realidad, entre aquellos que presentan al Verbo de Dios una tal  anchura de corazón, que incluso pueda decirse que él se pasea por ellos, es decir, por  espacios de compresión más amplia y de conocimiento más dilatado. Por eso se dice que  descansa así en el alma, en aquella indudablemente de la que el mismo Señor dice por  medio del profeta: ¿Sobre quién descansaré, si no es en el humilde y manso y que tiembla  ante mi palabra? (311) Por eso este rey, que es el Verbo de Dios, tiene su lecho en el alma  que ha llegado ya a la perfección, con tal, sin embargo, que en ella no haya pecado alguno  y, en cambio, esté llena de santidad y llena de piedad, de fe, de amor, de paz y de todas las  virtudes: entonces, efectivamente, place al rey acostarse y tener en ella su yacija. A esta  alma se dirigía el Señor cuando decía: Yo y mi Padre vendremos y comeremos con él y  haremos morada en él (312). Ahora bien, ¿por qué no iba Cristo a descansar allí donde come  con el Padre y donde hace su morada? ¡Dichosa la amplitud de aquella alma y dichoso el  camino pavimentado de aquella mente donde el Padre y el Hijo y sin duda el Espíritu Santo  descansan, comen y hacen morada! ¿Con qué medios y con qué recursos crees que se  mantiene a tales convidados? Allí la paz es el primer manjar; la humildad se sirve a la vez  que la paciencia; también la mansedumbre y la apacibilidad, y la suma de toda suavidad: la  pureza de corazón. Sin embargo, en este banquete el puesto principal lo ocupa el amor. Y  así es como en esta tercera interpretación hemos podido referir también a cada alma  aquello que dijo: Imitaciones de oro te haremos, con realces de plata, mientras el rey esté  en su lecho (313).

Mi nardo exhaló su olor

(o bien: el olor de él) (Ct 1,12).

En la representación del drama, parece darse a entender que, después de aquellas  palabras, la esposa entró donde estaba el esposo y lo ungió con sus perfumes, pero de una  forma maravillosa: como si el nardo, que antes, mientras estaba en la esposa, no había  dado olor, hubiera exhalado su fragancia en seguida que tocó el cuerpo del esposo, tanto  que pareció que éste no recibía del nardo el olor, sino al revés, que el nardo lo recibía del  propio esposo. Pero si leemos según la variante que aparece en otros ejemplares: Mi nardo  exhaló el olor de él, entonces descubrimos algo todavía más divino, a saber, que este  perfume de nardo con que fue ungido el esposo tomó no sólo su olor natural de nardo, sino  también el olor del propio esposo, y este olor es el que hizo percibir a la esposa, de modo  que ésta recibió en el perfume con que le ungió y gracias a él la fragancia del esposo.  Parece como si la esposa dijera: Mi nardo, con el que ungí a mi esposo, al retornar hacia  mí, me trajo el olor del esposo y, como si su propio olor natural quedase superado por la  fragancia del esposo, me trajo esta misma fragancia. Esta es la explicación del drama en su  sentido literal; pasemos ahora ya a su interpretación espiritual.

Representemos aquí a la esposa-Iglesia en la persona de María, de la que  oportunamente se dice que trae consigo una libra de perfumes de nardo puro muy caro,  unge los pies de Jesús y los enjuga con sus propios cabellos (314), y así gracias a su  cabellera, recibe y recupera para sí el perfume, impregnado ahora de la calidad y virtud del  cuerpo de Jesús; al atraer hacia ella, no tanto el olor del nardo, gracias al perfume, como el  olor del mismo Verbo de Dios, gracias a sus propios cabellos con los que le enjugaba los  pies, puso también sobre su cabeza la fragancia no tanto del nardo, como de Cristo, y podía  decir: Mi nardo, derramado en el cuerpo de Cristo, devuelve el olor de éste. Seguidamente  mira cómo se narra esto: María tomó una libra de perfume de nardo puro, muy caro, y ungió  los pies de Jesús, y los enjugó con su cabellera; y toda la casa —añade— se llenó del olor  del perfume (/Jn/ (12)/ (03)) (315). Esto indica ciertamente que el olor de la doctrina que procede  de Cristo y la fragancia del Espíritu Santo llenaron toda la casa de este mundo y la casa de  toda la Iglesia. O bien, cuando menos llenaron toda la casa del alma que tomó parte en el  olor de Cristo ofreciendo primero el don de su fe, como perfume de nardo, y luego  recibiendo por esto la gracia del Espíritu Santo y la fragancia de la doctrina espiritual. Por  eso, ¿qué más da que en el Cantar de los Cantares sea la esposa la que unge con perfume  al esposo, y en el Evangelio unja la discípula al Maestro y María a Cristo, pues ella espera,  como dijimos, que desde ese perfume vuelva a ella el olor del Verbo y la fragancia de  Cristo, y por eso mismo puede decir: Somos buen olor de Cristo para Dios? (316 ) Y como quiera que este perfume estaba lleno de fe y de preciosos sentimientos, por eso  Jesús atestiguó a su favor diciendo: Ha hecho una buena obra conmigo (317). Y también en  el Cantar de los Cantares, después de bastantes versículos; se aceptan los brotes de la  esposa como aquí se acepta la acción de María: Tus brotes, un paraíso con fruto de  árboles frutales, alheña con nardos, nardo y azatrán (318). Por tanto aquí se aceptan los  brotes y los dones de la esposa. Por cierto, también hemos observado que en estas  palabras que acabamos de mencionar el nardo aparece primero en plural, y después en  singular; creo que la expresión se atiene al criterio siguiente: el comerciante del reino de los  cielos primero negocia con muchas perlas, hasta que topa con una que es preciosa (319). Y  quizá lo que dice: Tus brotes, un paraíso con fruto de árboles frutales, indica que aquellos  frutos, con muchos nardos, que producíamos gracias a las instrucciones y a la doctrina de  los profetas, mientras que, con la doctrina del mismo Señor nuestro Jesucristo, nuestros  brotes y dones no producen muchos nardos, sino uno sólo (320). 

Pero volvamos ahora a la esposa, que dice: Mi nardo  exhaló su olor (321), y a ver si también en este pasaje que nos ocupa podemos entender que,  si alguna vez somos capaces de hacer una exposición integra y ajustada sobre la divinidad  de Cristo, y de refrendar con afirmaciones apropiadas su poder y su majestad, entonces  acaso pueda con razón decir la Iglesia aquella, o bien el alma, que así podrá exponer  abiertamente su gloria: Mi nardo exhaló su olor (322). Y no debe extrañar si Cristo, lo mismo  que es manantial y de él fluyen ríos de agua viva, y lo mismo que es pan y da la vida  eterna (323), así también es nardo que exhala su olor y perfume que hace cristianos a los que  unge con él, como dice el Salmo: No toquéis a mis cristos (324). Y quizá, según lo que dijo el  Apóstol, en quienes tienen los sentidos ejercitados en discernir el bien y el mal (325), Cristo  se convierte en objeto total y singular para cada uno de los sentidos del alma (326), y por eso  se llama: verdadera luz (327), para que los ojos del alma tengan con qué ser iluminados;  palabra (328), para que los oídos tengan qué oir; también pan de vida (329), para que tenga  qué gustar el gusto del alma. Pues bien, por eso, así mismo, se le llama perfume o nardo:  para que el olfato del alma tenga la fragancia del Verbo. Y por lo mismo se dice también de  él que es palpable, que se le puede tocar con la mano, y que es el Verbo hecho carne (330):  para que la mano interior del alma pueda palpar la palabra de la vida. Todas estas cosas  vienen a ser el único y mismo Verbo de Dios, quien, trocado en cada una de ellas por los  afectos de la oración, no deja un solo sentido del alma privado de su gracia (331). 

Bolsita de áloe bien atada332 es mi amado o mi sobrino) (333), para mi:

Entre  mis pechos permanecerá (o posará) (Ct 1,13). 

Por lo que parece, son todavía palabras de la esposa, que habla  a las doncellas. Primero había dicho, efectivamente, que su nardo había dado su olor al  esposo y que, gracias al perfume con que le había ungido, ella había recibido la fragancia  de su olor. Pero ahora dice: mi amado exhala gota de áloe para mí, es decir, no esparcido  ni —si se prefiere— desparramado, sino atado y estrechamente apretado, para que el olor  del mismo perfume se hiciera más denso y penetrante y este olor tal cual, dice, permanece  y se queda entre mis pechos y hace su descanso y su mansión en el lugar de mi pecho. Sin  embargo, en cuanto al hecho de que la esposa ha llamado ahora por primera vez al esposo  sobrino (amado) y que a lo largo de casi todo el libro se utiliza frecuentemente este  apelativo, me parece que lo propio es que en primer lugar busquemos la causa de tal  denominación y expliquemos de dónde y por qué se dice sobrino. Sobrino se llama al hijo  de un hermano. Indaguemos, pues, en primer lugar, quién es el hermano de la esposa del  que éste es hijo. Podemos decir que la esposa es ciertamente la Iglesia que proviene de los  gentiles; su hermano es en realidad el pueblo primero, y hermano, claro está, mayor (334). Y  como quiera que Cristo según la carne nace de aquel pueblo (335), por eso la Iglesia de los  gentiles le llama hijo del hermano. Por lo que hace a la expresión: Bolsita de áloe bien  atada es mi sobrino para mi (336), indica el misterio del nacimiento corporal de Cristo.  Efectivamente, el cuerpo parece en cierto modo que sea una especie de ligadura y vínculo  del alma, y, en Cristo, esa atadura mantiene amarrada la gota de áloe de su poder y  bondad divinas (337).  Pero, si todo eso lo referimos a cada una de las almas, entonces por bolsita de áloe bien  atada entendemos la cohesión y compacidad del contenido de las doctrinas y la trabazón  de los pensamientos divinos: efectivamente, los principios de la fe están fuertemente  ligados entre sí y amarrados por los lazos de la verdad. Así mismo la ley dice que es puro el  vaso que está atado, pero impuro el que estuviere suelto, no atado. Y de esto era figura el  hecho de que Cristo, en quien nunca hubo suciedad alguna de pecado, fuera llamado  bolsita de áloe bien atada. Y por eso el alma no debe tocar nada que esté suelto y que no  esté sostenido por la razón y trabado por la verdad de las doctrinas, para no convertirse en  inmunda, porque efectivamente, el que toque algo inmundo, inmundo será, según la ley  (338), ya que a él lo habrá tocado un sentimiento irracional y ajeno a la sabiduría de Dios, y  lo convertirá en inmundo. 

Pero mira también si acaso podemos entender que el Hijo de Dios, encarnado, es  llamado gota de áloe (339) como si con ello se expresara algo pequeño y exiguo, en el  sentido de lo que dice Daniel acerca de él: que era una piedrecita desprendida del monte  sin intervención de mano alguna y que luego se convirtió en una gran montaña (340); o como  en el libro de los doce profetas se dice que será la gota la que congregará al pueblo;  efectivamente, así está escrito en los profetas: Y ocurrirá que de la gota de este pueblo  será congregado Jacob (341). Y es que convenía que el que venía a reunir no sólo a Jacob  sino también a todos los gentiles, que, como dice el profeta, fueron considerados como la  gota de una herrada (342), anonadándose de su forma divina (343), él mismo se hiciera gota  para así venir y congregar la gota de los gentiles y además la gota del resto de Jacob. Por  otra parte, en el Salmo XLIV se dice al amado, al que también se aplica el Salmo: Mirra,  gota de áloe y casia exhalan tus vestidos (344). Efectivamente, de los vestidos del Verbo de  Dios, que son la doctrina de la sabiduría, proceden: la mirra, como signo de la muerte  aceptada en favor del género humano; la gota de áloe, despojada —según dijimos arriba—  de la forma de la divinidad, como dignación de asumir la forma servil; y la casia, porque esta  clase de hierba, dicen, se nutre y robustece en agua constante, y por eso indica la  redención del género humano otorgada por medio de las aguas del bautismo. Así pues, la  esposa, cual si hablara en un drama nupcial, dice que su amado, bolsita de áloe bien atada,  ha posado entre sus dos pechos: como ya indicamos arriba, por pechos se entiende la  parte principal del corazón en que la Iglesia tiene a Cristo, y el alma al Verbo de Dios, bien  atado y sujeto con las ligaduras de su deseo, pues solamente podrá recibir el olor de la  fragancia y suavidad del Verbo de Dios quien le tenga bien sujeto en su corazón con todo  su afecto y con todo su amor. 

Racimo de alheña es mi amado para mi, en las viñas de Engadí

(Ct 1,14). 

Por lo que atañe a la interpretación literal, hay alguna ambigüedad en la expresión:  Racimo de alheña es mi amado para mi; efectivamente, la uva florida también se dice  alheña, y la alheña, por su parte, es un arbusto que produce un fruto florido semejante a la  uva florida (345). Sin embargo, la frase parece más bien referirse al fruto de la vid, puesto que  se menciona a las viñas de Engadí. Ahora bien, Engadí es una campiña de Judea,  abundante no tanto en viñas como en bálsamos. Tal es, pues, el sentido literal de cuanto la  esposa dice a las doncellas, entendido como sigue: Primero: Mi nardo me ha traído el olor  de mi esposo; luego: Bolsita de áloe bien atada se ha hecho para mí mi amado, que posa  entre mis pechos; y en tercer lugar: Racimo de alheña de las viñas de Engadí, que supera a  cuanto de suave existe entre los olores y las flores. Todo ello para hacer que las doncellas,  al oírlo, se sientan más y más impulsadas al amor y deseo del esposo. En cuanto a la razón  de enumerar separadamente y por orden: Primero su nardo, luego la bolsita de áloe y por  último el racimo de alheña, es porque mediante esa gradación quiere dar a entender ciertos  progresos del amor.  Pero veamos ya cuál es el sentido espiritual. Si suponemos que el llamado racimo se  refiere al fruto de la vid, entonces lo interpretamos en el sentido de que de la misma manera  que el Verbo de Dios se dice sabiduría, virtud, tesoro de ciencia y otras muchas cosas, así  también se dice vid verdadera (346). En este caso, de la misma manera que el Verbo a  aquellos para quienes se hace sabiduría y ciencia no los convierte en sabios y ricos en  ciencia y virtudes repentinamente, sino siguiendo cierto progreso gradual, adecuado a la  aplicación, a la intención y a la fe de los que participan de él en la sabiduría, en la ciencia o  en la virtud, así también en aquellos en quienes se hace vid verdadera no les produce  repentinamente racimos maduros y dulces, ni en un instante se les convierte en delicioso  vino que alegra el corazón del hombre (347), sino que antes produce para ellos solamente el  delicado aroma de la flor, para que la gracia de su propia fragancia se introduzca en los  comienzos del alma de modo que luego pueda ésta soportar la crudeza de las tribulaciones  y pruebas que por causa del Verbo de Dios se suscitan contra los creyentes (348). Y así,  finalmente, les ofrece la dulzura de su madurez, hasta que los lleve al lagar donde se  derrama la sangre de la uva, la sangre de la Nueva Alianza, para ser bebida el día de la  fiesta en la planta superior, donde está preparada una gran mesa (349). Así pues, es  necesario que a través de cada uno de estos grados de progreso vayan caminando  aquellos que, iniciados por medio del sacramento de la vid y del racimo de alheña, son  llevados a la perfección y se empeñan en beber el cáliz de la Nueva Alianza recibido de  Jesús. 

Pero si hemos de entender por alheña el arbusto de su especie, cuyo fruto y cuya flor  dícese que posee no tanto suavidad de olor como fuerza para calentar y animar, entonces  indudablemente se interpreta como fuerza del esposo que hace a las almas entrar en calor  respecto de su fe y de su amor a él, la misma que inflamaba a aquellos que decían: ¿No  ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos explicaba las Escrituras? (350). O  bien se dice que este racimo florido proviene de las viñas de Engadí, y por otra parte Engadí  se traduce: el ojo de mi prueba; pues bien, si alguien logra comprender cómo, sobre la  tierra, la vida del hombre es prueba (351) y comprende cómo en Dios se libra de la tentación y  reconoce la naturaleza de su prueba hasta el punto de poder decirse de él: En todo esto no  pecó con sus labios delante de Dios (352), para éste, el Verbo de Dios se hace racimo de  alheña de las viñas de Engadí. Debe, sin embargo, notarse que las palabras de la esposa  están referidas de tal manera que el nardo, la bolsita de áloe bien atada y el racimo de  alheña le pertenecen a ella sola, como es natural en quien ha alcanzado ya estos  progresos. Efectivamente, solamente es perfecta el alma que tiene su sentido del olfato tan  puro y limpio que puede percibir la fragancia del nardo, de la gota de áloe y de la alheña,  que proceden del Verbo de Dios, y penetrarse de la gracia del olor divino.

.............................
(180) Esta famosa sentencia, esculpida en el frontón del templo de Apolo, en Delfos, la atribuye la leyenda  al sabio Quilón.
(181)
(182)
(183)
(184) Ct 1,4
(185) En Orígenes, el cabrito siempre es símbolo negativo, en contraposición del simbolismo positivo de  la oveja. 
(186)
(187)
(182) Co 9,7
(189) El hombre fue creado a imagen de Dios (precisamente por Logos); el pecado ha empañado  profundamente esta imagen, y el hombre debe ir restaurándola gradualmente mediante la  purificación y la ascesis. 
(190)
(191)
(192)
(193)
(194) Jn 10,11
(195)
(196) 1Co 12,8
(197)
(198)
(199)
(200) Ps 45,11
(201) . El griego Orígenes considera el proceso de perfeccionamiento interior de manera algo  intelectualista, sobre todo como crecimiento continuo en el conocimiento de los misterios del mundo y,  luego, de Dios también. 
(202) Este pasaje y el que sigue reflejan las disputas que desde hacía siglos bullían en las escuelas de la filosofía  griega acerca de la naturaleza y del origen del alma. Orígenes acusó fuertemente esta problemática: en la  linea platónica, él propende a considerar al alma como preexistente al cuerpo e introducida en él como  consecuencia de un pecado inicial. 
(203)
(204) Es decir: el alma, al final del proceso de perfeccionamiento interior, retornará a su condición primera de  semejanza con Dios en que fue creada; cf. también supra, n. 189. 
(205) 1Co 12,8
(206)
(207) Es decir, que es mucho más difícil conocer la naturaleza del alma que los principios del comportamiento  moral. Por eso aquí Orígenes reserva en seguida este conocimiento, más difícil, para el alma que ya ha  progresado en la perfección 
(208) Ct 6,8
(209)
(210)
(211)
(212) Lv 20,10
(213)
(214)
(215)
(216)
(217) Dt 32,8-9
(218) Cf. supra, n. 151. La causa de las desigualdades entre hombre y hombre y entre pueblo y pueblo Orígenes la  hace recaer, no en la suerte, sino en las consecuencias del comportamiento de cada una de las almas en la  fase inicial, después de su creación y antes de ser incorporadas al mundo terrestre. El Logos decretó el  castigo y la incorporación de tal manera que ambos constituyesen el punto de partida para la purificación y la  redención. Ver también supra, n. 121
(219) 1Co 3,19
(220) 1Co 2,12
(221)
(222) Rm 8,15
(223) La expresión quiere simplemente señalar a la amada. Pero Orígenes, en su interpretación, se basa más  veces justamente en el concepto de proximidad: por eso hemos traducido fielmente.
(224) Ex 14,7
(225) Es decir, el diablo. 
(226)
(227) Ex 14,27
(228) Otro ejemplo típico de interpretación de la Escritura por medio de la Escritura: en el pasaje del Éxodo no se  habla de la caballería divina. pero el concepto se toma de otros pasajes del A. T. 
(229) 2R 6,14
(230) Ha 3,8
(231) Ap 19,11
(232)
(233)
(234) Jn 10,18. Orígenes, al tratar de la encarnación, insiste varias veces específicamente sobre el alma asumida  por Cristo, a la que atribuye un significado particular, precisamente en relación con los hombres: ver además  infra. n. 241. 
(235)
(236) Ep 5,26-27. Ante todas estas interpretaciones alternativas, no debemos tanto pensar en otras tantas  exégesis como en diversas interpretaciones propuestas por el mismo Orígenes. 
(237)
(238)
(239)
(240) Orígenes propone varias veces al alma asumida por Cristo como modelo de perfección en el que todo  cristiano debe inspirarse.
(241)
(242) 1Co 12,14
(243) 1Co 12
(244)
(245) Ep 5,29
(246)
(247) Ep 5,26
(248) Mt 11,29
(249)
(250)
(25l) Gn 38,11
(252) El episodio de Judá y Tamar, nada edificante en su sentido literal, se interpretaba por lo común en sentido  tipológico, como figuración de la unión de Cristo con la Iglesia ( = meretriz en cuanto que provenía de la  condición pecadora). 
(253)
(254)
(255) He 2,2
(256) Ga 4,2 Ga 3,25
(257) Ga 4,4
(258) Orígenes se está refiriendo a las múltiples apariciones de ángeles de que se habla en el Génesis y en otros  libros del A.T. Ellos también, junto con la ley y los profetas, han desempeñado la acción propedéutica que fue  preparando la venida de Cristo, según el concepto de revelación progresiva a que aludíamos en la  Introducción.
(259) Ep 1,4
(260)
(261) Ep 2,20. Sobre el concepto de Iglesia en Orígenes, cf. n. 10 de la Introducción.
(262)
(263)
(264) Ep 5,25
(265)
(266) Ga 2,20
(267) Gn 18,1
(268) Este pasaje —desde aunque hasta aquí— es con toda seguridad una interpolación de Rufino: la  interpretación trinitaria de los tres hombres que se aparecen a Abrahán junto a la encina de Mambré no es  anterior a finales del s. IV. Orígenes, en otras partes, refiere las apariciones al Logos acompañado por dos  ángeles.  Gn 269 Ex 3,2
(270) Evidentemente se trata de los gnósticos, cf. n. I de la Introducción.
(271)
(272)
(273) Ps 11,7
(274)
(275)
(276)
(277)
(278)
(279) Aquí y en algún otro punto, Orígenes distingue la sombra de que habla He 10,1, de la imagen, y considera a  ésta superior a aquella; pero con frecuencia los dos conceptos coinciden prácticamente. 
(280)
(281) El pasaje está entendido en el sentido de que las prescripciones de la ley tenían ciertamente un valor real,  incluso tomadas a la letra, pero sobre todo eran prefiguraciones de las realidades traídas por el N.T. y en tal  sentido, su más auténtica realidad era espiritual. 
(282) En todo el texto que sigue, es evidente la mentalidad platonizante de Orígenes, quien sistemáticamente  interpreta todo pormenor de la ley relacionándolo con una realidad ideal de la que sólo son pálido reflejo  aquellas prescripciones literales y aquellos objetos materiales. 
(283) He 9,24
(284) Col 2,18: Dar excesiva importancia a los elementos materiales—prácticos, ascéticos y culturales—es  dársela a las potestades celestes que los dominan. 
(285)
(286)
(287) En comparación con los objetos que no son de oro, sino imitaciones de oro, la plata es superior, puesto que  es auténtica: por eso es símbolo de un conocimiento real, aunque limitado, de los misterios respecto de los  cuales la letra de la ley sólo era símbolo y prefiguración (= imitaciones de oro). 
(288)
(284) Ap 17,15 Is 8,7. En realidad, Isaías sólo habla de aguas; en cambio, la referencia de las aguas a los pueblos  es del Apocalipsis, libro del N.T. Orígenes ha hecho una contaminatio de los dos pasajes. 
(290)
(291)
(292)
(293)
(294) EN 49-9
(295) Rm 8,25
(296) Col 3,2 Col 1
(297) 2Co 5,15. Orígenes entiende este pasaje paulino en concordancia con su idea del valor propedéutico de la  encarnación de Cristo (cf. n. 89 del lib. 1): cuando el cristiano es simple, principiante, conoce a Cristo  solamente según la carne por él asumida; pero, a medida que progresa, va poco a poco dejando al  encarnado para adherirse al Logos divino.
(298) En las lineas que siguen, Orígenes enumera las principales tipologías veterotestamentarias propuestas ya  en el N.T., como muestras del conocimiento de los misterios divinos reservado a los perfectos. 
(299) 1Co 10,1
(300) Ct 1,12
(301) Nb 24,17 Nb 7-9
(302) Gn 1
(303)
(304) Mt 13,17
(305) Orígenes, al que hemos visto con tanta frecuencia resaltar la superioridad de la economía del N.T. ( =  realidad) respecto de la economía del A.T. ( = símbolo), aquí parece preocupado por evitar el resaltarla  demasiado, para no dar la impresión de acercarse a la postura gnóstica, que llega, como ya hemos visto (n.  I de la Introducción) hasta el rechazo completo del A.T. 
(306) Ga 4,2
(307)
(308)
(309) Ct 1,12
(310) Lv 26,11
(311) Is 66,23
(312) Jn 14,23
(313) Ct 1,11-12
(314) Jn 12,3
(315)
(316) 2Co 2,15
(317)
(318) Ct 4,13
(319) Mt 13,45
(320) Ct 4,13
(321) Ct 1,12
(322) Ct 1,12
(323) Jn 4,14 Jn 6,35 Jn 7,38
(324) Ps 104,15. Es decir, a mis ungidos (christós=ungido): como Cristo encarnado fue ungido ( = santificado)  por el Espíritu Santo, así también lo serán quienes le hayan imitado hasta el nivel más alto. 
(325) He 5,14
(326) SENTIDOS ESPIRITUALES: Tenemos aquí una aplicación de la doctrina de los sentidos espirituales, sobre  los cuales cf. n. 4 del Prólogo y los lugares allí señalados. 
(327)
(328)
(329) Jn 6,35
(330) 1Jn 1,1 Jn 1,14
(331) En su acción pedagógica dirigida a recuperar todas las almas, el Logos se hace todo para todos, es decir,  se presenta a cada alma en la forma que sabe que es la más apta para que esa alma saque el máximo  provecho. 
(332) El texto hebreo trae aquí simplemente bolsita de mirra, pero Orígenes se aprovecha del apódesmos del texto  griego para destacar en el comentario la idea de conexión, de estrecha ligazón (Vulg.: fasciculus): de ahí  nuestra traducción. 
(333) El griego trae adelphidós= sobrino; pero esta palabra, sinónimo de erastés en el lenguaje amoroso, indicaba  también al amado, al amante, por lo que es obvio que la palabra está usada con este sentido en el Cantar.  Sin embargo, justamente aquí, lo primero que Orígenes hace es apoyar su comentario en el parentesco que  liga entre si a los dos enamorados, y por eso en la traducción nos hemos visto obligados a tener también  presente el significado de sobrino. 
(334) Se considera hermano mayor a los hebreos en razón de las prerrogativas que les hacían destinatarios  directos de las promesas divinas. 
(335)
(336)
(337) El concepto de cuerpo como atadura, cárcel del alma, es típicamente platónico. Aquí Orígenes lo interpreta  en sentido netamente cristiano, eliminando toda connotación negativa: en Cristo, el cuerpo tiene amarrada a  la divinidad para que así le sea posible obrar en el mundo y redimir a los hombres. 
(338) Lv 11.24.31 ss.: 5,2.
(339) El término stakté tiene el significado general de «gota» y el específico de bálsamo de áloe o de mirra (cf. Ex  30,34: gota de mirra). 
(340)
(341) Mi 2,12. Ek tes stagónos= «de la gota» (LXX); la reflexión de Orígenes se centra en este aspecto: pequeño  como una simple gota (de cualquier liquido), en la linea de la pequeñez de la piedra desprendida del  monte. 
(342)
(343) Ph 2,6
(344) Ps 44,9. A diferencia de Ex 30,34, aquí se distingue smyrna= mirra, de stakté= gota de áloe. 
(345) La precisión de Orígenes al determinar el significado de la planta depende de la interpretación  espiritual subsiguiente, la cual se sirve de ambas acepciones del término. 
(346)
(347) Ps 105,15
(348) Debajo de toda esta explicación debemos ver, como en filigrana, los datos siguientes: nuestra  alheña responde al griego kypros: Orígenes relaciona esta palabra con kyprismós = floración  (especialmente del olivo), de ahí la insistencia en las ideas de flor-florido 
(349) Gn 49,11 Mt 26,28-29 Mc 14,15 Mc 24 Lc 22,1 Lc 12
(350)
(351) Jb 7,1
(352) Jb 2,10

 



Origenes, Cantar Cant 2500