Origenes, Cantar Cant 3500

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LIBRO TERCERO (2)

Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, por las virtudes y las fuerzas del campo: ¡Si quisierais levantar y despertar el amor hasta que quiera!

(Ct 2,7).

Sigue la esposa hablando a las doncellas y las incita y las exhorta, mas aún las conjura por lo que sabe que les es querido y grato a que comiencen a levantar al amor, que yace efectivamente en ellas, y a despertarlo, como si en ellos siguiere durmiendo. y a tenerlo levantado y despierto justamente hasta que el esposo quiera, y a no obrar en cuestión de amor ni más ni menos de lo que permita la voluntad de él. Esta es, en efecto, la perfección de la esposa enamorada, que no quiere que nadie haga algo contra el pensar y el querer del que ella ama. Y para que las doncellas no obren en esto con negligencia y perezosamente, las conjuras por las virtudes del campo, es decir, por los brotes y renuevos que hay en el campo, y por sus fuerzas, o sea, por lo que en él está sembrado, sin duda. Por este orden y con esta combinación de expresiones, va avanzando el argumento del drama histórico. Ahora busquemos ya qué secretos esconde.

Cada alma, sobre todo la que es hija de Jerusalén, tiene algún campo propio que le ha sido adjudicado en virtud de cierto misterioso capital de méritos por obra de Jesús. Como fue aquel campo de Jacob cuya fragancia conmovió al patriarca Isaac y le hizo hablar en términos místicos: Mira: el olor de mi hijo, como el olor del campo repleto, que el Señor ha bendecido (147). Tiene, pues, cada alma, como dijimos, su propio campo, y este campo es su conducta y su vida. En este campo, el alma diligente y aplicada trabaja bastante y se afana en plantar los buenos sentimientos y en cultivar todas las virtudes del espíritu, y no solamente las virtudes del espíritu, sino también la fuerza de las obras, para, con ellas, poder cumplir los trabajos de los mandamientos. Por eso, como dijimos, cada alma tiene su propio campo, que cultiva, planta y siembra, según lo explicado. Por otra parte, hay también un campo único y común de todas las hijas de Jerusalén a la vez, del que Pablo dice: Sois campo de Dios (148). Por este campo común entendamos el ejercicio de la fe y del género de vida de la Iglesia, en el que es cierto que hay virtudes celestes y fuerzas de dones espirituales (149). Por supuesto, cada alma que ahora se llama aquí hija de Jerusalén, sabedora de que tiene por madre a la Jerusalén celestial (150), debe contribuir con algo para cultivar este campo y desear que sea digno de la posesión celeste.

Así pues, por las virtudes de este campo, la Iglesia pide a las doncellas y a los principiantes en la fe que despierten y hagan levantar el amor de Cristo, y les dice: ¡Si quisierais levantar y despertar al amor, hasta que quiera! (151), o sea: Si habéis llegado ya al punto de poder comenzar a obrar, no por el espíritu del temor, sino por el espíritu de la adopción (152), y si en esto vuestros progresos son tales que en vosotros el amor perfecto echa fuera al temor y podéis ya levantar y exaltar y avivar en vosotros al amor, en ese caso, levantadlo y exaltadlo durante todo el tiempo que quiera el mismo hijo del amor, mejor aún, el mismo que es amor, que nace de Dios (153), y así evitaréis que, pensando que bastan las medidas de amor humano en asunto de amor de Dios, hagáis algo que desmerezca de Dios. Efectivamente, la medida del amor de Dios es únicamente ésta: que se le ame tanto cuanto él mismo quiere; ahora bien, la voluntad de Dios siempre es la misma, nunca se muda: por esta razón no se admite en el amor de Dios mutación ni límite alguno. Por lo demás, debe observarse que la esposa no dijo: ¡Si quisierais recibir al amor!, sino ¡Si quisierais levantar al amor!, que, sí, está en vosotras, pero yace por el suelo y todavía no está en pie; y luego, tampoco dice: ¡Si quisierais encontrar!, sino: ¡Si quisierais despertar al amor!, como si éste se encontrase dentro de ellas, ciertamente, pero tendido y durmiendo hasta que encuentre quien le despierte. Creo que este amor es el que Pablo intentaba despertar, por hallarlo dormido todavía en sus discípulos, cuando decía: Despiértate, tú que duermes, y tocarás a Cristo (154).

¡La voz de mi amado! (Ct 2,8)

Es conveniente que advirtamos con frecuencia que este libro está compuesto a modo de drama. El presente versículo que acabamos de proponer viene a indicar lo siguiente: la esposa está hablando a las doncellas, hijas de Jerusalén, cuando, repentinamente siente a lo lejos la voz del esposo que parece hablar con alguien; entonces, ella corta la conversación con las doncellas, se vuelve aplicando el oído al ruido de palabras que le ha llegado y exclama: ¡La voz de mi amado! (155). Pues bien, date cuenta de que el esposo, antes de aparecer a la vista de la esposa, se da a conocer solamente por su voz; luego se muestra ya a las miradas de ella, pero saltando sobre algunos montes cercanos al lugar donde moraba la esposa, y franquea los collados y los montes (156), no ya a grandes zancadas, sino a brincos, igual que los ciervos y las cabras, y así, a toda prisa, viene hasta la esposa. Pero luego, cuando llega a la casa en que mora la esposa, advierte que se para un poco detrás de la casa, de modo que su presencia sea percibida, pero sin dar todavía señales manifiestas y claras de querer entrar en la casa, porque primero quiere, como cualquier enamorado, mirar a la esposa a través de las ventanas (157). Advierte por otra parte que cerca de la casa de la esposa hay redes y trampas, colocadas por si ella misma o alguna de sus compañeras entre las hijas de Jerusalén sale alguna vez, para atraparlas. Lo cierto es que el esposo llega hasta estas redes; no pudiendo ser atrapado por ellas, porque él es mucho más fuerte, las rompe y, una vez rotas, pasa por encima y hasta mira a través de ellas (158). Y después de hacer esto, dice a la esposa: ¡Levántate, ven, tú que me eres tan cercana, esposa mía, paloma mía! (159). Dice esto a la esposa para mostrarle con hechos que debe ya, con total confianza, despreciar las redes que le había tendido el enemigo, y que no tema las trampas, que ya ha visto como él las ha roto. Y luego, para incitar a la esposa a que se dé todavía más prisa por venir a él, le dice: Ya pasaron los que tan malos tiempos parecían; el invierno que te servía de pretexto ha quedado atrás; las lluvias inútiles se fueron, y ha llegado ya la estación florida: no te demores más, ponte en camino y ven a mí (160). Mira, en efecto, cómo los labradores, porque ya la primavera ha sonreído, labran sus viñas; mira, se oye también el canto de los pájaros y cómo la tórtola reanuda su grato y sonoro zureo. Y la higuera, segura ya de la templada primavera, echó sus yemas; las vides, por su parte, están tan seguras de la bonanza del tiempo, que se atreven a cerner y a exhalar su fragancia (161).

Estos indicios de la bonanza del tiempo se los presenta el esposo a la esposa para animarla a emprender con audaz confianza el camino hacia él. Pero también le describe el lugar en que quiere que ella descanse con él, y le dice que el abrigo de una peña contigua al muro (o al lugar que está delante del muro) resulta un lugar muy sombreado: allí quiere que ella vaya y allí, cuando se haya quitado el velo, quiere verla la cara al descubierto: para que el esposo la conozca cara a cara (162); y no sólo para que el esposo vea su cara descubierta y libre, sino también para que oiga allí su voz, seguro ya de que su rostro es hermoso y de que su voz es suave y deliciosa (163). Pues bien, aunque anticipando algo, hemos presentado junto todo esto para no interrumpir el hilo de la trama dramática y literal. Así, en nuestra pequeña anticipación, hemos ido siguiendo la trama hasta el lugar en que dice: Porque tu voz es dulce y tu rostro hermoso (164).

Por esta razón, ahora, volviendo atrás, veamos qué quiere decir: ¡La voz de mi amado! (165). Por la voz sola es como primero conoce la Iglesia a Cristo. Efectivamente, Cristo envía primero su voz a través de los profetas y así, aunque no se le veía, sin embargo se le oía. Ahora bien, se le oía gracias a lo que se anunciaba acerca de él, y la esposa, esto es, la Iglesia que se venía congregando desde el comienzo del tiempo estuvo siempre escuchando solamente su voz hasta que pudo verle con sus ojos y decir: Mira, él viene saltando sobre los montes, brincando sobre los collados (166). Saltaba, efectivamente, sobre los montes que son los profetas y sobre los santos collados, o sea, aquellos que en este mundo fueron portadores de su imagen y de su aspecto. No obstante, si interpretas que salta sobre todos los montes que simbolizan a los apóstoles, y que está por encima de todos los collados, a saber de aquellos que se escogió y que envió en segundo lugar, tampoco resultará incongruente.

En todo esto, se vuelve semejante a la gacela y al cervatillo: a la gacela, porque la vista de ésta supera a la vista de cualquier animal; al ciervo, porque éste llega para dar muerte a la serpientes. Pues bien, toda alma (con tal que haya alguna que esté bien sujeta por el amor del Verbo de Dios), si alguna vez se encuentra empeñada en una discusión de palabras, cuando—como sabe todo el que lo ha experimentado—se llega a un punto embarazoso y no se halla salida para las dificultades de las proposiciones y cuestiones; si alguna vez, digo, esa alma está acorralada por las expresiones enigmáticas y obscuras de la ley y de los profetas, si por ventura se da cuenta de que él está presente, y de lejos percibe el sonido de su voz, al punto se siente aliviada. Y en cuanto él comienza a acercarse más y más a sus sentidos y a iluminar lo que está obscuro, entonces el alma lo ve saltar los montes y los collados, es decir, ve como le va sugiriendo a ella los sentidos de un excelso y profundo conocimiento, de suerte que esta alma puede con razón decir: Mira, él viene saltando sobre los montes, brincando sobre los collados (168).

Estas cosas las decimos, con todo, sin olvidar que más arriba el esposo había ya hablado cara a cara a la esposa, pero, como también hemos dicho con frecuencia, este librito contiene una especie de drama y, por tanto, en él, unas cosas se dicen en presencia de los personajes y otras en su ausencia, y el cambio de personajes se lleva de tal modo que la alternancia de presentes y de ausentes parece estar convenientemente ajustada. De hecho, aunque el esposo promete y dice a su esposa, esto es, sus discípulos elegidos: Mirad, yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (169), sin embargo, otra vez, hablando por medio de parábolas, dice que un amo llamó a sus criados y les repartió dinero a cada uno para que negociaran con él, y se marchó; y luego dice que partió a reclamar para si un reino; y después, como si hablara del esposo ausente, dice que a media noche hubo gran clamor de gente que decía: ¡Viene el esposo! (170). Pues así el esposo: ora está presente, y enseña, ora está ausente, y se le desea: y lo uno y lo otro se aplica, ya a la Iglesia, ya al alma diligente. En efecto, cuando se permite que la Iglesia padezca persecuciones y tribulaciones, parece estar ausente de ella, y luego, cuando progresa en paz y florece en la fe y en las buenas obras, se entiende que está presente en ella. Pero también el alma, cuando busca el sentido de algo y desea conocer lo más obscuro y oculto, mientras no puede encontrarlo, para ella el Verbo de Dios está ausente, sin duda. En cambio, cuando le venga a la mente y se le muestre lo que buscaba, ¿quién dudará que el Verbo de Dios está presente en ella, que le ilumina la mente y que le da la luz del conocimiento? Y nos damos cuenta de que a veces se nos substrae y a veces está presente, según que nuestros sentidos se cierren o se abran en cada dificultad. Y esta situación la sufrimos mientras no nos volvamos tales que él se digne, no solamente visitarnos, sino también permanecer en nosotros según lo que, al preguntarle un discípulo: Señor, ¿qué pasa para que te hayas de manifestar a nosotros y no al mundo?, respondió el Salvador: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él (171).

Por esta razón, si también nosotros queremos ver al Verbo de Dios que salta sobre los montes y que exulta sobre los collados, oigamos primero su voz y, cuando ya la hayamos oído en todo, entonces podremos verle también, tal como en el presente pasaje se describe que le vio la esposa. Efectivamente, aunque ella le hubiera visto antes, sin embargo no lo había visto tal como ahora: saltando sobre los montes, brincando sobre los collados, asomándose a las ventanas y mirando a través de las celosías; más bien parece que primero le había visto en tiempo de invierno. Por eso le dice ahora por primera vez: Porque el invierno ha pasado (172). Por consiguiente, como el hecho mismo indica, también se muestra a la esposa durante el invierno, es decir, en tiempo de pruebas y de tribulaciones. Pero es muy otra esa visita, en la que la esposa es visitada por breve tiempo y nuevamente es abandonada, para ser probada, y otra vez buscada para que su cabeza esté apoyada y su cuerpo abrazado, para evitar que vacile en la fe o a su cuerpo lo aplaste el peso de las tentaciones. Por tanto, yo creo que era tiempo de invierno cuando la esposa pedía que la izquierda del esposo sustentase su cabeza, esto es, la cima de su fe, y que la derecha abrazase todo su cuerpo. En cambio, esta visión de ahora, que aparece viniendo de los montes y collados, yo creo que significa la altura y la fuerza de los dones espirituales. En cuanto al hecho de que mira por las ventanas, para mí es que proporciona luz a los sentidos. Y las redes que rompe y que aplasta creo que significan las trampas del diablo, puesto que habían cumplido, pasado ya, como el invierno, el tiempo de la tentación. También se muestran los signos de la primavera y del verano, como se dice en los salmos: El verano y la primavera, tú los hiciste (173). Desde entonces, la Iglesia ha hecho brotar las flores de las obras perfectas, una vez superadas las tentaciones y cumplida la faena de la poda, como se expondrá en sus lugares cuando tratemos de ello.

Mira, él viene saltando sobre los montes, brincando sobre los collados

(Ct 2,8).

Ya hemos explicado arriba el orden literal. Ahora debemos ver cómo es que Cristo viene saltando sobre los montes y brincando sobre los collados (saltando, mejor que pasando; es el significado del término usado) (174). Pues bien, Isaac, caminando y progresando, se iba haciendo mayor, hasta que se hizo muy grande (175) Por su parte, Pablo progresa, no ya caminando, sino corriendo, cuando dice: He acabado la carrera (176). Ahora bien, nuestro Salvador, el esposo de la Iglesia, no se dice ya que camina ni que corre, sino, más aún, que salta y que brinca sobre montes y collados. Efectivamente, si consideras cómo en tan breve espacio de tiempo la palabra de Dios ha recorrido el mundo, invadido por las falsas supersticiones, y le ha hecho venir al conocimiento de la fe verdadera (177), comprenderás de qué manera salta sobre los montes, a saber, venciendo con sus saltos los más grandes reinos e inclinándolos a recibir el conocimiento de la religión verdaderamente divina; y de qué manera brinca sobre los collados, cuando también a los reinos pequeños los somete velozmente y los conduce al amor del culto verdadero. Y así, saltando de lugar en lugar, de reino en reino y de provincia en provincia, con la iluminación de su predicación por medio de aquel que decía que desde Jerusalén y alrededores hasta el Ilírico había llenado todo del Evangelio de Cristo (178), comprenderás como viene saltando sobre los montes y brincando sobre los collados.

Pero además puede interpretarse de otra manera, como ya dijimos arriba, puesto que Moisés escribió efectivamente sobre él, y los profetas también le anunciaron. Sin embargo, ocurre que este anuncio, en la lección del Antiguo Testamento, tiene encima un velo que lo oculta. Pero, cuando se le quita el velo a la esposa, esto es, a la Iglesia convertida al Señor (179), inmediatamente ella ve al esposo que salta sobre estos montes, es decir, sobre los libros de la ley, y que, sobre los collados de los libros de los profetas, por la claridad con que se revela, no sólo se manifiesta, sino que salta, es decir, como si al volver cada página del texto profético encontrara que Cristo salta fuera de ellas, y como si ahora, quitado al fin el velo que antes recubría cada pasaje del texto, le sintiera como rebullir y emerger y prorrumpir ya en evidente revelación. Yo pienso que justamente por esta razón Jesús mismo, al ir a transfigurarse (180), no escogió alguna planicie o algún valle, sino que subió a un monte y allí se transfiguró: para que tú sepas que él aparece siempre en los montes o en los collados, y para enseñarte que nunca debes buscarle en otra parte que en los montes de la ley y de los profetas.

En cuanto al hecho de que también se llama montes a todos los santos, hallarás que se indica en muchos lugares de las Escrituras, como dicen los Salmos: Su cimiento, sobre los montes santos (181); y en otra parte: Alcé mis ojos a los montes, de donde me vendrá el auxilio (182) Efectivamente, en las tribulaciones recibimos el auxilio de las sagradas Escrituras. Podemos, además, entender por los montes sobre los cuales se dice que el Verbo de Dios salta y, por así decirlo, se alza con más libertad, el Nuevo Testamento; en cambio, por los collados sobre los que el Verbo parece como que brinca después de estar largo tiempo encerrado y oculto, los libros del Antiguo Testamento. También en Jeremías, los cazadores y pescadores enviados a capturar hombres para la salvación se dice que los cazan en los montes y en los collados, pues dice así: Mirad, yo envío muchos pescadores, y muchos cazadores, y los cazarán sobre todo monte y sobre todo collado (183). Sin embargo, yo pienso que esto más bien se cumplirá en el tiempo venidero del fin del mundo, cuando, según la parábola evangélica, en el momento de la siega los ángeles serán enviados para separar el trigo de la cizaña (184): el que haya llevado una vida elevada y una conducta excelente será hallado en los montes o en los collados. No será hallado en los lugares bajos y hundidos, ni donde puede parecer mezclado con la cizaña, sino colocado sobre los elevados pensamientos y en la cima de la fe, siempre abrazado al Verbo de Dios, que salta sobre los montes y brinca sobre los collados. Esto mismo se dice también en el Evangelio con otra parábola distinta, si bien de igual significado: Si alguno se encuentra sobre el terrado, que no baje a tomar algo de su casa (185)

Todavía puede sugerirnos otro significado el riquísimo contenido del presente versículo. Efectivamente, cualquiera que con fe plena cree en Dios puede ser llamado monte o collado, según la perfección de su vida y la magnitud de su conocimiento. Y aunque en algún tiempo haya sido valle, puesto que en él Jesús va creciendo en edad, en sabiduría y en gracia (186), todo valle será rellenado (187); en cambio, todos los soberbios y los que se ensalzan como montes y collados serán humillados, porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado (188). Indudablemente, de estos mismos que se humillan se dice también: Los que confían en el Señor son como el monte de Sión (189); y de Jerusalén se dice: Tiene montes alrededor (190). Esto me hace también pensar que nuestro Salvador, como por el hecho de llamársele piedra desprendida del monte sin intervención de mano y convertida en un gran monte (191) se le llama rey de reyes y pontífice de pontifices (192), con toda razón puede también ser llamado monte de montes.

Sin embargo, para que también quepa la tercera interpretación, apliquemos la expresión a cada alma. Si hay algunos más capaces de escoger al Verbo de Dios y que han bebido el agua que Jesús les dio, y ésta dentro de ellos se ha convertido en manantial de agua viva que salta hasta la vida eterna (193); si hay algunos, digo, en quienes el Verbo de Dios está borbolleando sin parar de pensamientos y sentimientos, como en flujo perenne, sobre éstos, transformados con razón en montes y collados de vida, de ciencia y de doctrina, se dice que salta y brinca de la manera más digna el Verbo de Dios, convertido en ellos, por la afluencia de doctrina, en fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna.

Semejante es mi amado a la gacela y al cervatillo sobre los montes de Betel

(Ct 2,9).

Que la gacela y el cervatillo se cuentan entre los animales puros resulta evidente por lo que se escribe en el Deuteronomio, donde efectivamente está escrito: Estos son los animales que comeréis: el ternero y el cordero, del ganado; el cabrito de entre las cabras, el ciervo y la gacela, el búfalo, el rebeco, el gamo, el antílope y la jirafa (194). Y que al santo se le compara con el ciervo, se contiene en muchos lugares de la divina Escritura, como en el Salmo donde se dice: Como el ciervo ansia las fuentes del agua, así mi alma tiene ansia de ti, Dios mío (195). Sin embargo, en las palabras citadas del Deuteronomio, no parece que debamos considerar negligentemente el digno orden en que se enumera a los animales puros. Efectivamente, van escritos: el primero, el ternero; el segundo, el cordero; y el tercero, el cabrito. Y entre los animales que, según el mismo Moisés, no se ofrecen en el altar, nombra en primer lugar al ciervo, y en el segundo, a la gacela, y así, por orden, enumera luego los restantes animales. La razón de todo esto resulta clara y evidente para cuantos han recibido por medio del Espíritu Santo una gracia espiritual más abundante en el don de la ciencia. A nosotros, por el momento, puesto que ahora, en la exposición de este versículo, nos corresponde hablar del ciervo y de las gacelas, nos parece conveniente reunir de las divinas Escrituras, según nuestras fuerzas, cuanto se refiere acerca de estos animales, de los cuales el mismo Moisés, al hablar de las carnes no ofrecidas al altar que podrían comer a placer, dice: como la gacela y el ciervos. Algo verdaderamente egregio sobre el ciervo lo dice el Salmo XXVIII, cuando describe por orden la fuerza y la eficacia de la voz de Dios: Voz del Señor que perfecciona a los ciervos (esto es, que hace perfectos a los ciervos) y desbrozará las espesuras (197). Efectivamente, como se dice que la voz del Señor corta la llama del fuego y sacude al desierto (198), así afirma que hace perfectos a los ciervos y que desbroza las espesuras. Mas también en Job hallamos que se hace referencia del ciervo, allí donde el Señor dice a Job hablándole a través del torbellino y de la nube: ¿O miraste tú los partos de los ciervos? ¿O contaste tú los meses completos hasta el parto? ¿Es que aliviaste tú sus dolores o alimentaste a sus recién nacidos, o despachas sin dolores sus partos? Se separarán violentamente sus hijos y se multiplicarán con los nacimientos: partirán y no regresarán (199). A esto habrá que añadir lo que leemos en los Proverbios: El ciervo amigo y el gracioso cervatillo te hablan (200). Esto es lo que, por el momento, se me ha ocurrido acerca del cervatillo.

Ahora bien, si hemos citado todo eso, no ha sido para hablar con doctrina de humana sabiduría, sino con doctrina del Espíritu, comparando lo espiritual con lo espiritual (201). Por consiguiente, invoquemos a Dios, Padre del Verbo, para que nos manifieste los secretos de su palabra, aleje nuestro pensamiento de la doctrina de la humana sabiduría y nos levante y nos suba a la doctrina del Espíritu, de modo que no hablemos lo que percibe el oído carnal, sino lo que contiene la voluntad del Espíritu Santo. El apóstol Pablo nos enseña a comprender las cosas invisibles de Dios a través de las visibles, y a contemplar, sobre la base de la razón y de la semejanza, las cosas que no se ven, partiendo de las que se venta. Con ello Pablo nos demuestra que este mundo visible nos instruye sobre el invisible, y que esta situación terrenal contiene ciertas reproducciones de las realidades celestes (203), de modo que desde las cosas de abajo podemos subir a las de arriba, y por las que vemos en la tierra podemos percibir y comprender las que hay en el cielo. A semejanza de estas realidades celestes, para que se pudieran percibir y colegir más fácilmente las diferencias, el creador confirió la forma a las creaturas terrenales. Y, como hizo al hombre a su imagen y semejanza (204), quizá también creó las demás creaturas a imagen de ciertas realidades celestes por razón de semjanza (205). Y quizá también cada una de las realidades terrenas tiene imagen y semejanza en las celestes hasta tal punto, que el mismo grano de mostaza, que es la más pequeña entre todas las semillas, tiene su tanto de imagen y semejanza en los cielos (206); y el hecho de que tenga un desarrollo natural tan complejo que, aún siendo la más pequeña entre las semillas, se hace el mayor de los arbustos, tanto que las aves del cielo pueden venir y habitar en sus ramas, hace que tenga semejanza, no sólo de cualquier realidad celeste, sino del mismo reino de los cielos. Por eso es posible que también las demás semillas que hay en la tierra tengan en los cielos alguna semejanza y razón. Y si esto tienen las semillas, también lo tendrán las plantas; y si las plantas, también sin duda los animales: alados, reptiles o cuadrúpedos.

Pero todavía se puede entender otra cosa: como el grano de mostaza no ofrece una sola semejanza, es decir, la del reino de Dios y morada de los pájaros en sus ramas, sino que tiene también otra semejanza, a saber: es imagen de la perfección de la fe, tanto que, si uno tiene de fe así como un grano de mostaza, puede decir al monte que se traslade, y él se trasladará (207), de la misma manera es posible que también las demás cosas terrenas sean portadoras de imagen y semejanza de las realidades celestes, no ya en un solo aspecto, sino en varios. Y como, por ejemplo, en el grano de mostaza son muchas las propiedades que representan imágenes de las realidades celestes, y la última de todas es el uso que de él hacen los hombres en servicio del cuerpo, así también en los demás: semillas, plantas, raíces de hierbas, e incluso los animales, podemos entender que ciertamente prestan a los hombres un uso y un servicio corporal, pero que tienen además formas e imágenes de realidades incorpóreas con las cuales el alma puede aprender e instruirse para contemplar también las realidades invisibles y celestes. Y posiblemente sea esto lo que dice aquel escritor de la divina sabiduría: El mismo fue quien me dio el conocimiento verdadero de cuanto existe, para que conociera la substancia del mundo y las propiedades de los elementos, el principio el fin y el medio de los tiempos, el cambio de los solsticios y la sucesión de las estaciones, los ciclos del año y la posición de las estrellas, la naturaleza de los animales y los instintos de las fieras, las violencias de los espíritus y los pensamientos de los hombres, las variedades de las plantas y las virtudes de las raíces; conocí cuanto está oculto y lo que no se ve (208). Así pues, mira a ver si de estas palabras de la Escritura podemos colegir con mayor lucidez y evidencia lo que nos habíamos propuesto examinar. Efectivamente, este escritor de la sabiduría divina, después de haber hecho la enumeración de todo. a lo último dice que había recibido el conocimiento de lo que está oculto y de lo manifiesto, dando sin duda a entender que cada una de las cosas que están manifiestas se relaciona con alguna de las que estás ocultas, o sea, que todas las cosas visibles tienen alguna relación de semejanza con las invisibles. Por eso, como quiera que al hombre que vive en la carne no le es posible conocer nada de lo oculto e invisible, si no concibe alguna imagen y semejanza extraída de lo visible, yo pienso que ésta es la razón por la que el que todo lo hizo con sabiduría (209) creó en la tierra cada una de las especies con tal disposición que en ellas depositó cierta doctrina y cierto conocimiento de las cosas invisibles y celestiales, para que, gracias a esa doctrina y a ese conocimiento, la mente humana vaya elevándose al conocimiento espiritual y busque entre las realidades celestes las causas de las cosas y así, instruida por obra de la sabiduría de Dios pueda también ella decir: Conocí cuanto está oculto y lo que no se ve (210).

De acuerdo con lo precedente, conoce también la substancia del mundo, y no sólo ésta de acá, visible y corpórea, sino también la incorpórea e invisible, que está en lo oculto (211). Conoce también los elementos del mundo, los visibles y los invisibles, así como las propiedades de uno y de otros. Pero, en cuanto a lo que dice de que conoce el principio, el fin y el medio de los tiempos, se entiende: principio del mundo visible, ciertamente el mismo principio que Moisés señaló hace algo más de 6.000 años completos (212); medio, también según el cálculo de los tiempos; fin, el que esperamos cuando el cielo y la tierra hayan pasado (213). Sin embargo, según el conocimiento de las realidades ocultas, entendemos: principio, el que entiende quien ha sido instruido por la sabiduría de Dios, el que ningún tiempo ni siglo alguno puede contener; medio, las realidades presentes; fin, las realidades venideras, es decir, la perfección y consumación del universo, que, con todo, se puede comprender por conjeturas sobre la base de las cosas visibles. Mas también el cambio de los solsticios, la sucesión de las estaciones y los ciclos del año importa relacionarlos con los cambios y mutaciones invisibles de las cosas incorpóreas. Y también conviene relacionar los ciclos de los años temporales y presentes con años más antiguos y perdurables, según aquel que decía: Y tuve en mi mente los años eternos (214). Por otra parte, quien mereció el conocimiento de lo oculto y de lo manifiesto tampoco duda, por lo que hace a las posiciones de las estrellas, en relacionar lo que se ve abiertamente con lo que está en lo oculto, y dice que existe cierto linaje de santos, descendiente en primer lugar de la estirpe de Abrahán, que son como las estrellas del cielo (215); y según el conocimiento de las cosas ocultas, referirá las estrellas a la gloria de la futura resurrección, siguiendo a aquel que dijo: Otra es la gloria del sol y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella difiera de la otra en gloria. Así también será en la resurrección de los muertos (216).

Es el mismo sentido debes comprender lo que se dice sobre la naturaleza de los animales y sobre el instinto de las fieras. En realidad, si no hubieran conocido bien la naturaleza de los animales, nunca el Salvador hubiera dicho en los Evangelios: Decid a esta zorra (217), ni Juan hubiera dicho de algunos: ¡Serpientes, raza de víboras! (218), ni el profeta diría de otros: Pararon en caballos sementales (219), ni tampoco el otro: El hombre, que gozaba de gran honor, no lo comprendió; se puso al nivel de las bestias irracionales y se hizo semejante a ellas (220). Bien conocía los instintos de las fieras aquel que decía: Su ira, como veneno de serpiente, de un áspid sordo y que se tapa el oido (221). Este será también el criterio para interpretar lo que dice de las violencias de los espiritus (222); visiblemente, habla de los vientos y del hálito del aire (223), pero, invisiblemente, de las violencias de los espíritus inmundos a los que Pablo llamó vientos de doctrina (224). Luego ya se sigue que conoce los pensamientos de los hombres (225): corporalmente, cierto, los que proceden del corazón humano, pero, invisiblemente, entiende aquellos que meten en los hombres pensamientos malos y pésimos, como está escrito en el Evangelio: El diablo ya había metido en el corazón de Judas que le entregase (226); y como se dice en los Proverbios: Si el espíritu del potentado sube contra ti, no abandones tu puesto, que la cordura refrenará tus grandes yerros (227).

Pero también existe alguien que es autor de buenos pensamientos, y creo que por ese motivo está escrito en los Salmos: Dichoso el hombre cayo auxilio viene de ti, Señor: dispuso ascensiones en su corazón (228), y aún: El pensamiento del hombre te alabará, y los demás pensamientos celebrarán tu día de fiesta (229). Por consiguiente, según lo que hemos dicho antes, todas las cosas visibles pueden ser relacionadas con las invisibles, las corpóreas con las incorpóreas y las manifiestas con las ocultas, de modo que la misma creación del mundo puede entenderse como hecha por la divina sabiduría con una disposición tal que, sirviéndose de las cosas mismas como ejemplos, nos enseñe sobre las realidades invisibles, y de lo terrenal nos transporte a lo celestial.

Por otra parte, estas razones no afectan sola y exclusivamente a las criaturas, que también la divina Escritura está compuesta con parecida y sabia técnica. Efectivamente, por razones ocultas y misteriosas, el pueblo es sacado visiblemente del Egipto terreno de acá y emprende el camino del desierto, donde había serpientes que mordían, escorpiones y sed, donde no había agua, etc.: añádase cuanto se narra que ocurrió (230). Todo esto, como dijimos, contiene imágenes y figuras de algunas realidades ocultas (231). Y esto no lo encontrarás solamente en los escritos de los antiguos, sino también en los hechos de nuestro Señor y Salvador que se refieren en los Evangelios. Por consiguiente, si, según lo que hemos probado anteriormente, todas las cosas que están manifiestas tienen relación con cosas que están ocultas, no cabe la menor duda de que este ciervo visible y la gacela, que en el Cantar se describen según los rasgos de la naturaleza corporal, también pueden ser referidos a algunas causas de cosas incorpóreas, de modo que incluso a estos ciervos invisibles y ocultos parece que puede aplicarse aquello de: Voz del Señor, que perfecciona a los ciervos (232). Efectivamente, ¿qué perfección les puede venir de la voz del Señor a estos ciervos visibles? ¿O qué doctrina descendió jamás hasta ellos de la voz del Señor? Si en cambio buscamos los ciervos invisibles, cuya imagen y forma lleva este animal corpóreo, hallarás que por la voz del Señor pueden ser conducidos hasta la suma perfección.

Ahora bien, de un modo digno de la divina majestad, debemos advertir qué clase de ciervos son éstos a cuyo parto conviene que el Señor asista observando (233) y ofreciendo a las parturientas sus, digamos, oficios médicos, hasta que hayan parido unos hijos tales que se enfrenten y persigan a la raza de las serpientes. Pero no sólo es conveniente que el Señor asista al parto de tales ciervos, evitando así que aborten; también conviene que lleve cuenta de los meses de gestación hasta el parto y que vigile sus trabajos y dolores para que sus crías no caigan en vacío, sino que su nacimiento sea perfecto; y que estén de parto hasta que Cristo se haya formado en ellos (234). Las crías de estos ciervos, el propio Señor las alimenta, las de aquellos, digo, que arrojan sobre el Señor sus cargas (235) para que él mismo los alimente y para que atienda a los dolores de sus partos cuando del temor de Dios conciban en su seno, se pongan de parto y den a luz espíritu de salvación (236). Los dolores de esta clase de partos los atiende y cuida el Señor mismo. Pero también provoca los dolores en ellos, para que vayan andando y llorando mientras lleven sus semillas (237) y estén entre los dolores de los hombres y sean azotados con los hombres, para evitar que los corone la soberbia (238). Estos mismos ciervos, como dice, separan a sus hijos (239). En realidad, los que han engendrado mediante el Evangelio (240) separan de los lazos del pecado y de las trampas del diablo a los que han engendrado, para que nunca más estén sujetos a la voluntad de éste. También estos hijos, como dice, se multiplicarán y no regresarán (241). Realmente, no imitarán a la mujer de Lot (242), no se volverán para atrás, pues saben que quien pone su mano sobre el arado, si mira atrás, no es apto para el reino de los cielos (243), al contrario, continuamente van olvidando lo que atrás quedó y se lanzan a lo que tienen por delante (244).

Pues tales son los ciervos que la voz del Señor hace ser perfectos. ¿Y qué voz del Señor, sino la que tenemos en la ley y los profetas y que llegó hasta Juan, la que era voz del que clama en el desierto (245)? En realidad, la misma voz de Juan, que decía: Preparad el camino del Señor, enderezad las sendas de nuestro Dios (246), hacia perfectos a los ciervos, para que fuesen perfectos en el mismo sentimiento y en el mismo conocimiento (247); el que es así bien puede decir: Como el ciervo ansía las fuentes del agua, así mi alma tiene ansia de ti, Dios mio (248). Y también, el ciervo amigo (249), ¿quién otro podría ser, sino aquel que aplasta a la serpiente que sedujo a Eva (250) y que con el soplo de su palabra le inoculó el veneno del pecado, contagiando así de prevaricación a toda su prole venidera? Es el que vino a eliminar en su carne las enemistades (251) que el pernicioso mediador había creado entre Dios y el hombre. Ahora bien, por gracioso cervatillo (252) puede entenderse el Espíritu Santo, de quien obtienen gracias espirituales y dones celestiales los sedientos y ansiosos de Dios.

Todo esto lo hemos dicho para que resultara más evidente la causa por la que la esposa compara a su amado con el cervatillo. Si además hemos de indagar porqué se le compara, no con el ciervo, como en otros lugares, sino con el cervatillo, considera esto: Siendo de condición divina (253), un niño se nos ha dado, un niño nos ha nacido; y su poder, sobre sus hombros (254); por tanto, cervatillo, porque nació niño chiquito.

Más quizá también se puede entender por ciervos algunos santos como Abrahán, Isaac, Jacob, David, Salomón y todos los demás de cuya semilla descendió Cristo según la carne (255): el Señor hizo perfectos a estos ciervos, cuyo cervatillo es este niño que de ellos nació según la carne. También me empuja aquello que está escrito en el Salmo CIII, donde dice: Los montes altos, para los ciervos (256). Pues bien, de los ciervos ya dijimos más arriba que por ellos se entiende algunos santos que vinieron a este mundo para aniquilar el veneno de la serpiente. Por eso, veamos ahora quiénes son estos montes excelsos que parecen como acotados para los ciervos exclusivamente, pues nadie, sino los ciervos, puede subir a ellos. Yo pienso que llamó montes altos a las personas de la Trinidad, pues nadie es capaz de subir a su conocimiento, a menos que se haga ciervo. Pero a estos mismos que aquí reciben el nombre de montes, en plural, en otros lugares se les llama, en singular, monte alto, como dice Isaías: Súbote a un monte alto, tú que evangelizas a Sión; levanta con fuerza tu voz, tú que evangelizas a Jerusalén (257). Efectivamente, el mismo que se interpretaba como Trinidad, por la distinción de las personas, aquí se entiende como Dios uno, por la unidad de substancia (258). Y baste con esto para lo que atañe al cervatillo.

Veamos ahora de qué manera el amado es también comparado con la gacela. Este animal, por lo que hace al vocablo griego, recibe su nombre en razón de su vista agudísima (259). ¿Y quién puede ver como ve Cristo? Sólo él, efectivamente, ve, es decir, conoce al Padre (260. En realidad, aunque se dice que los limpios de corazón verán a Dios (/Mt/05/08) (261), indudablemente le verán, pero gracias a Cristo que lo revela: y es que la gacela es de tal naturaleza que, no sólo ve ella agudísimamente, sino que también presta su vista a los demás. En efecto, los expertos en la medicina afirman que este animal tiene entre sus vísceras cierto humor que cura la ceguera de los ojos y agudiza toda vista bastante debilitada. Por eso se compara a Cristo con la gacela, porque, no sólo él ve al Padre, sino que hace que los demás le vean, después de curarles él mismo la vista. Sin embargo, pon atención, cuando oyes que se ve al Padre, no vayas a percibirle como algo corpóreo y a creer que Dios es visible. La vista con que se ve a Dios no es del cuerpo, sino de la mente y del espíritu. El mismo Salvador, haciendo en el Evangelio tal distinción, en términos exactos, no dijo: Nadie ha visto al Padre, sino el Hijo, sino: Nadie conoce al Padre, sino el Hijo (262). Efectivamente, a cuantos hace que conozcan a Dios les da el espíritu de ciencia y el espíritu de sabiduria (263), para que por medio de ese mismo espíritu conozcan a Dios. Y por eso decía a sus discípulos: El que me ha visto, ha visto al Padre (Jn 14,9) (264), y en verdad que no seremos tan torpes como para pensar que quien ve a Jesús corporalmente ve también corporalmente al Padre, a no ser que admitamos que los escribas, los fariseos, los hipócritas, el mismo Pilato, que lo hizo azotar, y el pueblo entero que gritaba: ¡Crucifícale, crucifícale! (265), porque habían visto a Jesús corporalmente vieron también a Dios Padre. Y esto no sólo es absurdo, es también impío. En realidad, de la misma manera que, cuando las turbas le estrujaban mientras caminaba con sus discípulos, de ninguno de cuantos le estrujaban se dice que lo tocó, sino solamente aquella mujer que padecía flujo de sangre, que vino y tocó la orla de su vestido, y de ella sola dio Jesús testimonio diciendo: Alguien me ha tocado, porque yo he sentido que una fuerza ha salido de mí (266), así también, aunque fuesen muchos los que le veían, de ninguno se dice que lo vio, sino sólo aquel que reconoció que él era el Verbo de Dios y el Hijo de Dios, en el cual se dice que se ve y se conoce también al Padre.

Sin embargo, tampoco podemos pasar por alto el hecho de que antes se comparaba al esposo con la gacela y ahora con el cervatillo, siendo así que el ciervo parece un animal mayor que la gacela. Mira bien, pues, no sea que la razón de ello esté en la siguiente explicación: puesto que la salvación de los creyentes consta de doble elemento: el conocimiento de la fe y la perfección de las obras, la explicación racional de la fe, que, como hemos dicho, se compara con la gacela por razón de la agudeza de la vista en la contemplación, constituye el primer escalón de la salvación; en cambio, en segundo lugar se menciona la perfección de las obras, que tiene como figura al ciervo, el cual vence y aniquila el veneno de las serpientes, es decir, las artes diabólicas. En este sentido dice la esposa que su amado es semejante a la gacela y al cervatillo sobre los montes de Betel. Betel, empero, significa casa de Dios. Por consiguiente, podemos interpretar los montes que están en la casa de Dios como los libros de la ley y de los profetas, y no sólo ellos, también los escritos evangélicos y apostólicos, con los cuales se perfecciona y se contempla la fe de Dios y se lleva a cabo la perfección de las obras.

Vedle, se ha parado detrás de nuestra pared, asomándose a las ventanas, atisbando por las celosías. Mi amado responde y me dice

(Ct 2,9-10).

Cuando considero las dificultades para investigar los significados de estas palabras de la divina Escritura que acabamos de proponer, me parece encontrarme en situación parecida a la de aquel que sale a rastrear la caza valiéndose del olfato de un buen sabueso. Ocurre alguna vez que mientras el cazador, atento sólo a las huellas, cree estar ya cerca de las ocultas madrigueras, de repente el perro pierde el rastro y tiene que volver sobre sus pasos por las mismas sendas antes recorridas, aguzando aún más el olfato, hasta que halla el punto en que la caza, de una arrancada más potente, tomó sin que la vieran otro sendero; y cuando el cazador da con éste, lo sigue más animado por la esperanza cierta de la presa y más seguro por la consistencia de las huellas. Así también nosotros cuando perdemos, por así decirlo, el rastro de la explicación propuesta, volvemos un poco sobre nuestros pasos y entonces, siguiendo un plan de exposición más amplio que el anterior, esperamos que el Señor nuestro Dios ponga en nuestras manos la caza y que nosotros, preparándola y sazonándola según la ciencia de la madre Raquel, con las salsas de la palabra racional, merezcamos obtener las bendiciones del padre espiritual Jacobo (267). Esta es la razón por la que, como dijimos, es necesario repetir brevemente lo dicho y reelaborar la explicación anterior, para que se haga patente cuál es el sentido más acertado.

Así pues, tengo para mí que desde el comienzo de la acción dramática, la esposa está fuera, en una encrucijada, y el amor del esposo la hace mirar a una parte y a otra, por si éste viene, por si aparece; y no quiere tomar ningún camino mientras ignore de qué parte vendrá el esposo, ni quiere estarse en casa, sino fuera y ser juguete del deseo, y decir: Que me bese con el beso de su boca (268). Pero, cuando llega el esposo, dice: Son tus pechos mejores que el vino etc., hasta el pasaje en que dice: Correremos tras de ti (269). Luego, amada ya y recibiendo del esposo mismo el pago de su amor, es introducida en la cámara del tesoro del esposo, y dice: El rey me introdujo en su cámara del tesoro (270). Todo lo demás que viene luego escrito lo habla estando dentro y dirigiéndose al esposo, en presencia y con asistencia de las doncellas de la esposa y los compañeros del esposo. Sin embargo, debe entenderse que el esposo, como hombre que es, no siempre está en casa ni siempre sentado junto a la esposa, que sí permanece dentro de casa; él sale con frecuencia, y ella, como en penas de amor por él, le busca ausente; y él, a veces, vuelve a ella. Esta es, a mi juicio, la razón por la que, a lo largo del libro, el esposo unas veces es buscado como ausente y otras habla con la esposa como estando presente. Por su parte, la esposa, a pesar de haber visto en la cámara del tesoro del esposo muchas y magníficas cosas, pide además que la introduzca en la casa del vino. Pero, una vez que ha entrado, cuando ve sin lugar a dudas que el esposo, como hombre que es, no permanece en casa, entonces, de nuevo atormentada por su amor, sale fuera y se pone a dar vueltas yendo y viniendo alrededor de la casa, entrando y saliendo y mirando por todas partes para ver cuándo regresa a ella el esposo. Y súbitamente lo ve que, salvando a saltos descomunales las crestas de los montes, desciende hacia la casa donde la esposa arde en penas de amor por él. Al llegar a la pared de la casa, el esposo se para un poco detrás de ella, examinando algo, como suele hacerse, o pensando para él. Pero, sintiendo él también ya algo de amor hacia la esposa, aprovechando su estatura, que llega hasta las ventanas de la casa (ventanas que tienen una parte de obra que llaman reticulada), se asoma por ellas; sin embargo, al ser más alto que las ventanas, llega a tocar la parte superior de la obra reticulada y, atisbando a través de la celosía, habla a la esposa y le dice: Levántate, ven, tú que me eres tan cercana, hermosa mía, paloma mia (271). Este es uno de esos pasajes que hemos señalado como particularmente difíciles a la hora de exponer el plan interno y de explicar el significado; pero creo también que puede hacerlos más claros la repetición de los rastreos y búsquedas arriba descrita.

En cambio, la interpretación espiritual no se presenta tan trabajosa y difícil en este texto. Efectivamente, la esposa del Verbo, el alma, que está en la casa real, esto es, en la Iglesia, aprende del Verbo de Dios todo lo que está depositado y escondido en el regio palacio y en la cámara del tesoro del rey: aprende que en esta casa, que es la Iglesia del Dios vivo (272), hay también bodegas para el vino aquel que se juntó en los santos lagares, bodegas, no sólo del vino nuevo, sino también del añejo y dulce que es la doctrina de la ley y de los profetas. Cuando ya está suficientemente ejercitada en esto, recibe en sí al mismo que en el principio estaba junto a Dios Verbo (273), pero que no permanece siempre con ella—esto no es posible a la naturaleza humana (274)—sino que a veces la visita y a veces la deja, para que así ella le desee más aún. Ahora bien, cuando el Verbo de Dios la visita—según el sentido del versículo propuesto—se dice que viene a ella saltando por los montes, es decir, revelándole los excelsos y elevados conceptos de la ciencia divina, hasta que consiga edificar la Iglesia, que es la casa del Dios vivo, columna y apoyo de la verdad (275); luego se para junto a la pared (o detrás de la pared), para no esconderse del todo ni estar por completo a la vista.,Efectivamente, el Verbo de Dios y la palabra de ciencia (276) no se revela abiertamente y a la vista de todos, ni de modo que lo pisoteen (277), sino que se le encuentra solamente cuando se le ha buscado, y se le encuentra, como dijimos, no a la vista de todos, sino encubierto y como escondido tras la pared.

Por otra parte, el alma que está en la iglesia, no debe entenderse que se halla situada dentro de las paredes de un edificio, sino dentro de las defensas de la fe y del edificio de la sabiduría, y encubierta por las cimas excelsas del amor. En realidad, el buen propósito y la fe de la recta doctrina son las que hacen el alma estar en la casa que es la Iglesia. Esta casa tiene unas piezas que se llaman cámara del tesoro, casa del vino o cualquier otro nombre, siempre en razón de la distinta escala de gracias y de la diversidad de dones espirituales. Así pues, también la pared es ahora una parte de esta casa y puede indicar la solidez de la doctrina; junto a ella se para el esposo, pero él, respecto de ella, es tan alto que sobrepasa al edificio entero y puede mirar a la esposa, esto es, al alma. Y todavía no se manifiesta a ella abiertamente y por entero, sino que, como atisbando a través de la celosía, la exhorta y la incita a no quedarse dentro sentada y perezosa, sino a salir fuera y a intentar verle, no ya a través de las ventanas y celosías ni por medio de un espejo y por enigmas, sino saliendo fuera y estando cara a cara (278). Por eso ahora, ya que no puede verlo de esa manera, se pone, no delante, sino detrás de él y detrás de la pared. Por su parte, el esposo se asoma a las ventanas, que sin duda estaban abiertas para recibir la luz y tener alumbrada la casa; asomándose, pues, y mirando a través de ellas, el Verbo de Dios incita al alma a levantarse y a venir a él.

SENTIDOS/VENTANAS: Podemos demás entender por ventanas los sentidos corporales, a través de los cuales puede penetrar la muerte o la vida en el alma; de hecho así lo consigna el profeta Jeremías cuando dice hablando de los pecadores: La muerte ha subido por vuestras ventanas (Jr 9,21) (279). ¿Cómo sube por las ventanas la muerte? Si los ojos del pecador vieron a una mujer y él cometió adulterio con ella en su corazón (280): así es como la muerte entró en esa alma a través de las ventanas de los ojos. Y si alguien da oídos a vanos rumores y especialmente a la falsa ciencia de las doctrinas perversas, entonces la muerte entra en el alma por las ventanas de los oídos. En cambio, si el alma, contemplando el esplendor de las creaturas, comprende que Dios es el creador de todo, y admira sus obras y alaba al creador de todas ellas, entonces es la vida la que entra en esta alma a través de las ventanas de los ojos. Y cuando uno inclina su oído hacia el Verbo de Dios y se deleita en las razones de su ciencia y su sabiduría, en el alma de este hombre entra la luz de la sabiduría a través de las ventanas de los oídos. Por eso el Verbo de Dios, mirando por esas ventanas y dirigiendo sus miradas a la esposa, la exhorta a levantarse y a venir a él, esto es, a dejar las cosas corpóreas y visibles y apresurarse hacia las realidades incorpóreas, invisibles y espirituales, puesto que las cosas que se ven son temporales, mas las que no se ven son eternas (281). Así también se dice que el espíritu de Dios va de acá para allá buscando almas dignas (282) y capaces de convertirse adecuada y rectamente en habitáculo de la sabiduría. Por otra parte, el hecho de que mire a través de las celosías sin duda significa que el alma, mientras está en la casa de este cuerpo, no puede captar la sabiduría de Dios en su desnuda claridad, sino que, a través de ciertos ejemplos, indicios e imágenes de las realidades visibles, puede contemplar las realidades invisibles e incorpóreas. Y esto es lo que significa que el esposo la mire a través de las celosías. Pero si esto lo interpretamos refiriéndolo a Cristo y a la Iglesia, la casa en que habitaba la Iglesia significa las Escrituras de la ley y de los profetas, pues en ellas, efectivamente, se halla la cámara del tesoro del rey repleta de todas las riquezas de conocimiento y de sabiduria (283); allí está también la casa del vino, esto es, la doctrina moral y mística que alegra el corazón del hombre (284). En este sentido, Cristo, al venir, se paró un poco detrás de la pared del Antiguo Testamento: se paró, en efecto, detrás de la pared, puesto que no se manifestó al pueblo, pero, cuando llegó el tiempo y por las ventanas de la ley y de los profetas, esto es, por medio de lo que sobre él se anunciaba, comenzó a dejarse ver y a mostrar a la Iglesia que él tenía también un asiento dentro de la casa, esto es, dentro de la letra de la ley, entonces la exhorta a salir de allí y venir fuera hacia él. Efectivamente, si no sale, si no camina y no progresa pasando de la letra al espíritu, no puede unirse a su esposo ni incorporarse a Cristo (285). Por eso la llama y la invita a pasar de lo carnal a lo espiritual, de lo visible a lo invisible y de la ley al Evangelio.

Y por eso le dice: Levántate, ven, tú que me eres tan cercana, hermosa mía, paloma mia (286), Y aunque sea anticipando algo de lo que diremos luego, por no perder ahora algo del sentido completo de este pasaje, añadamos que posiblemente esa misma es la razón de cuanto le dice a continuación: Mira, el invierno ya ha pasado y la lluvia se fue (287): para indicar el tiempo de la Pasión, pues Cristo padeció acabado el invierno y con las lluvias ya idas; y a la vez para dar a entender, gracias a la interpretación espiritual, que, hasta el tiempo en que padeció Cristo, hubo lluvia sobre la tierra. Efectivamente, el Señor todavía mandaba a las nubes, es decir, a los profetas (288), que hicieran caer sobre la tierra la lluvia de la palabra. Mas, como quiera que los ministerios proféticos terminaron con Juan Bautista (289), puede con toda razón decirse que las lluvias habían cesado y desaparecido. Por lo demás, las lluvias no cesaron para daño de los creyentes, sino para mayor ganancia de la Iglesia. Realmente, ¿qué necesidad hay de lluvias allí donde el río alegra la ciudad de Dios (290), donde en cada corazón creyente brota un manantial de agua viva que salta hasta la vida eterna (291)? ¿Y para qué se necesitan las lluvias donde ya aparecieron las flores en nuestra tierra y donde, desde la venida del Señor, no se ha vuelto a cortar una higuera que antes no diera fruto? Ahora, efectivamente, ha producido ya sus higos (292). Y también las viñas han exhalado su fragancia. De ahí que uno que provenía de esta viña dijera: Porque para Dios somos buen olor de Cristo en los que se salvan y en los que perecen (293). Pero en fin, como advertimos arriba, hemos anticipado estas consideraciones, antes de llegar a los textos mismos de la Escritura, para evitar que se nos escaparan los sentidos que ahora se nos ocurrían. Es hora, pues, de volver sobre cómo dice que mira a través de la celosía. Está escrito: Porque no en vano se tienden las redes a las aves (294); y también se manda al justo que, si incurre en el pecado, escape como el gamo del lazo y como el pájaro de las redes (295). De hecho, la vida de los mortales está plagada de lazos de ofensas y de redes de engaños, lazos y redes que tiende contra el género humano aquel que se llama Nemrod, gigante cazador frente al Señor (296). Realmente, ¿quién puede ser verdadero gigante, si no el diablo, que también se revela frente a Dios? Por eso llamamos redes a los lazos de las tentaciones y a las trampas de las asechanzas del diablo. Y como quiera que estas redes las había tendido el enemigo por todas partes y en ellas había envuelto a casi todos, era necesario que viniese uno que fuera más fuerte y mayor que ellas, para que las triturase y así dejase expedito el camino para cuantos le sigan. Por esta razón también el Salvador, antes de unirse con la Iglesia, fue tentado por el diablo (297): para vencer las redes y poder mirar por ellas y, a través de ellas, llamar hacia sí a la Iglesia, con el fin, sin duda alguna, de enseñarla y mostrarle que no se debe venir a Cristo por el ocio y los placeres, sino a través de muchas tribulaciones y pruebas. Por eso no hubo nadie que pudiera vencer semejantes redes, porque, como está escrito, todos pecaron (298); y aún sigue la Escritura: No hay un justo en la tierra que haga el bien y nunca peque (299); e insiste: Nadie está limpio de suciedad, ni aunque su vida dure un solo día (300) Por eso únicamente nuestro Señor y Salvador Jesucristo no cometió pecado, sin embargo el Padre le hizo pecado por nosotros, para que en la carne semejante a la del pecado y a causa del pecado condenase al pecador.

Vino, pues, a estas redes, pero únicamente él no se vio envuelto por ellas, antes al contrario él las rompió y las trituró, y dio así a su Iglesia confianza para atreverse ya a quebrar los lazos, atravesar por las redes y decir toda animosa: Nuestra alma se escapó cual pájaro del lazo de los cazadores: el lazo se rompió y nosotros quedamos libres (302). Pero, ¿quién quebrantó los lazos, sino el único al que ellos no pudieron atrapar? Efectivamente, aunque él también estuvo sujeto a la muerte, voluntariamente, que no forzado por el pecado, como nosotros, él fue el único libre entre los muertos (303). Y por que fue libre entre los muertos, una vez vencido el que tenía el imperio de la muerte, arrancó la cautividades que subsistía para la muerte. Y no sólo él mismo se resucitó de entre los muertos, sino que junto con él resucitó a los que estaban cautivos de la muerte y junto con él los hizo sentar en los cielos (305). Por eso, subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad (306), no sólo liberando sus almas, sino también resucitando sus cuerpos, según atestigua el Evangelio: y muchos cuerpos de santos resucitaron, y se aparecieron a muchos y entraron en Jerusalén, la santa ciudad del Dios vivo (307). Esta es la interpretación de las redes, que hemos puesto en segundo lugar; ahora el lector juzgará cual de las dos es más digna de ser aplicada a místicos coloquios.



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(147) Gn 27,27
(148) 1Co 3,9
(149) Rm 1 Rm 11
(150) He 12,12 Ga 4,26
(151) Ct 2,7
(152) Rm 8,15
(153) Col 1,13 Col 1 Jn 4,7
(154) Ep 5,14
(155) Ct 2,7
(156) Ct 2,8
(157) Ct 2,9
(158)
(159) Ct 2,10
(160) Ct 2,11-12
(161) Ct 2,13
(162) 2Co 3,16 2Co 13 2Co 18 1Co 13,12
(163) Ct 2,14
(164) Ct 2,14
(165) Ct 2,8
(166) Ct 2,8
(167) Orígenes aprovecha para sus interpretaciones espirituales las creencias y las etimologías populares de su tiempo, cf. infra n 259 del lib. lIl.
(168) Ct 2,8
(169) Mt 28,20
(170) Mt 25,14
(171) Jn 14,22
(172) Ct 2,11
(173) Ps 73,17
(174) El ejemplar latino del Cantar trae aquí transiliens que, poniendo en énfasis en el pre-verbio, significa justamente pasar; por eso Rufino subraya que aquí se debe entender exsiliens, mejor que transiliens, puesto que todo el comentario origeniano se basa sobre la idea de saltar. brincar.
(175) Gn 26,13
(176) 2Tm 4,7
(177) A Orígenes le gusta insistir sobre el motivo de la rápida difusión del cristianismo como prueba de su carácter de religión auténtica, y lo propone también, en contexto apologético, contra Celso. En nuestro contexto, los montes y los collados, en cuanto lugares elevados, son símbolos de realidades positivas, en contraposición a los lugares bajos=condiciones de pecado.
(178) Rm 15,19
(179) 2Co 3,14-16
(180) Mt 17,1
(181) Ps 86,1
(182) Ps 120,1
(183) Jr 16,16
(184) Mt 13,24
(185) Mt 24,17
(186) Lc 2,52. El versículo de Lucas se refiere al progreso de Jesús niño: pero, sobre la base de la doctrina del cuerpo místico, tan repetidamente utilizada en el presente comentario, Orígenes puede aplicar el pasaje al crecimiento de Cristo en todo cristiano, incorporado a él.
(187) Lc 3,5
(188) Lc 18,14
(189) Ps 124,1
(190) Ps 124,2
(191)
(192) 1Tm 6,15 He 4,14
(193) Jn 4 Jn 14
(194)
(195) Ps 41,1
(196) Dt 15,21-22
(197) Ps 28,9
(198) Ps 28,7
(199) IB 39,1
(200) Pr 5,19
(201) 1Co 2,13
(202) Rm 1,20 2Co 4,18
(203) He 9,23
(204) Gn 1,26
(205) Aquí y en todo lo que sigue a continuación, Orígenes propone fielmente la doctrina platónica de la distinción entre mundo fenoménico, material, y mundo nouménico, ideal, del que el otro es imagen y reflejo.
(206) Mt 13,31
(207) Mt 17,20 1Co 13,2
(208)
(209) Ps 103,24
(210)
(211) Estamos todavía en el contexto platonizante señalado en la n. 205.
(212) Sobre la base de la conexión entre los siete días de la semana y el versículo de Ps 89,4: «Para el Señor, mil años son como un sólo día», era tradicional fijar en 7.000 años la duración del mundo. Aquí Orígenes interpreta principio, medio y fin, primero en sentido literal, cronológico, y luego en sentido espiritual.
(213) Mt 24 Mt 35
(214) Ps 76,6
(215) Gn 22,17
(216) 1Co 15,41
(217) Lc 13,32
(218) Mt 3,7
(219) Jr 5,8
(220) Ps 48,13
(221) Ps 57,5
(222)
(223) Téngase presente el valor del griego pneuma ( = lat. spiritus) = hálito o soplo y espíritu.
(224) Ep 4,14
(225)
(226) Jn 13,2
(227) Qo 10,4
(228) Ps 83,6
(229) Ps 75,11
(230) Dt 8,15
(231) A Orígenes le gusta interpretar simbólicamente los hechos del Éxodo, no sólo como prefiguraciones de los hechos futuros de la Iglesia, sino también en relación con las vicisitudes de las creaturas racionales no humanas: ángeles y demonios.
(232) Ps 28,9
(233) Jb 39,1
(234) Ga 4,19
(235) Ps 54,26
(236) Ps 26,18
(237) Ps 125,6
(238) Ps 72,5
(239) Jb 39,3
(240) 1Co 4,15
(241) Jb 39,4
(242) Gn 19,26
(243) Lc 9,62
(244) Ph 3,13. Evidentemente se trata de los que progresan hacia la perfección.
(245) Mt 3,3
(246) Ibid.
(247) 1Co 1,10
(248) Ps 41,2
(249) Pr 5,19
(250) Gn 3,4
(251) Ep 2,15
(252) Pr 5,19
(253) Ph 2,6
(254) Is 9,5
(255) Mt 1,1
(256) Ps 103,18
(257) Is 40,9
(258) Esta precisión sobre unidad de substancia y distinción de personas tiene un sabor ya demasiado niceno para poder ser considerada origeniana: debemos por tanto atribuirla a Rufino, que ha modificado un contexto origeniano más genérico.
(259) Gacela = dorkás; mirar = dérkomai.
(260) Jn 6,46
(261) Mt 5,8
(262) Mt 11,27
(263) Is 11,2
(264) Jn 14,9
(265) Mt 23,15
(266) Lc 8,43
(267) Gn 49,1
(268) Ct 1,2
(269) Ct 1,2-4
(270) Ct 1,4
(271) Ct 2,10
(272) 1Tm 3,15
(273) Jn 1,1
(274) La naturaleza humana es limitada: mientras está en esta vida, ni siquiera el perfecto consigue unirse ininterrumpidamente al Logos de manera completa.
(275) 1Tm 3,15
(276) 1Co 12,8
(277) Mt 7,6. El aviso evangélico de no arrojar perlas a los cerdos lo propone Orígenes de buena gana para subrayar la dificultad de penetrar el sentido espiritual de la Sagrada Escritura, dificultad pedagógica y bien motivada, ya que el Espíritu divino ha querido que solamente el que tiene puro el corazón y se aplica con dedicación al estudio al texto sagrado puede estar en condiciones de entender su significado más profundo y más verdadero.
(278) 1Co 13,12
(279) Jr 9,21
(280) Mt 5 Mt 28
(281) 2Co 4,18
(282)
(283) Col 2,3
(284) Ps 103,15
(285) Está claramente formulado el concepto base de toda la doctrina ascética de Orígenes, que junta la distinción entre simples y perfectos con la distinción entre sentido literal y sentido espiritual de la sagrada Escritura: para Orígenes, la perfección se identifica con la capacidad de entender a fondo el sentido espiritual.
(286) Ct 2,10
(287) Ct 2,11
(288)
(289) Lc 16,16
(290) Ps 45,5
(291) Jn 4,14
(292) Mt 21,19
(293) 2Co 2,15
(294) . Sigue Orígenes jugando con los dos sentidos de diktyon = red y labor de rejilla o celosía.
(295) Pr 6,5
(296) Gn 10,9
(297) Mt 4,1
(298) Rm 3,23
(299) Qo 7,20
(300) Jb 14,4
(301) 1P 2,22 2Co 5,21 Rm 8,3
(302) Ps 123 Ps 7
(303) Ps 87,6. El tema de la redención lo propone Orígenes sentando como base el motivo de la esclavitud del hombre respecto del demonio por causa del pecado: Cristo, encarnándose, ha podido librar al hombre pecador, porque él ha sido el único hombre libre de pecado; y le ha librado pagando con su sangre el precio del rescate. Se trata de un tema tradicional ya en tiempos de Orígenes.
(304) He 2,14 Ep 4,8
(305) Ep 2,5
(306) Ep 4,8
(307) Mt 27,52
4000
Origenes, Cantar Cant 3500