Origenes, Cantar Cant 4000

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LIBRO CUARTO (1)

 

Levántate, ven, tú que me eres tan cercana, hermosa mía, paloma mía,

porque, mira, el invierno ha pasado, la lluvia cesó y se fue sola; han aparecido las flores en la tierra; ha llegado el tiempo de la poda; la voz de la tórtola se ha oído en nuestra tierra. La higuera ha echado sus yemas, y las vides en cierne exhalaron su fragancia (Ct 2,10-13).

[Bae 223-241] Ya describimos más arriba el contenido del plan dramático; ahora veamos en qué sentido debemos entender lo que el Verbo de Dios dice al alma digna de él y apta para él, y lo que Cristo dice a la Iglesia. En primer lugar es el Verbo de Dios quien habla a esta hermosa y digna alma, a la que, a través de los sentidos corporales, esto es, por la vista de la lectura y por el oído de la doctrina, como a través de las ventanas, ya se apareció, y ya le mostró su gran estatura, gracias a la cual, como vimos también arriba, puede hablarla asomándose e incitarla a que salga fuera y que, puesta ya fuera de los sentidos corporales, deje de estar en la carne y merezca oír: Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu (2). Efectivamente, el Verbo de Dios no podría decirle de esta manera que le es tan cercana, si ella no se uniera a él y se hiciera con él un solo espiritu (3), ni la llamaría hermosa, si no viera que su imagen se renueva de día en dia (4), y no le diría: Paloma mía, si no la viera capaz de recibir el Espíritu Santo, que descendió en forma de paloma sobre Jesús en el Jordán (5). Efectivamente, esta alma había concebido amor al Verbo de Dios y deseaba llegar a él en raudo vuelo, diciendo: ¿Quién me dará alas como de paloma, para volar y descansar? (6) Volaré con los sentidos, volaré con las interpretaciones espirituales, y descansaré cuando haya comprendido los tesoros de su sabiduría y de su ciencia (7).

En realidad, yo creo que, de la misma manera que quienes reciben la muerte de Cristo y mortifican sus miembros acá en la tierra (8) se hacen participes de una muerte semejante a la suya (9), así también éstos que reciben la fuerza del Espíritu Santo y que son por él santificados y colmados de sus dones, como quiera que él apareció en forma de paloma (10), también ellos se vuelven palomas, para volar de los lugares terrenales y corpóreos a los celestiales, en alas del Espíritu Santo. Que si hay un tiempo oportuno para que esto sea posible, lo señala a renglón seguido: Porque, mira, el invierno ha pasado; la lluvia cesó y se fue (11). Efectivamente, el alma no se junta y une al Verbo de Dios si antes no se alejan de ella todo invierno de perturbaciones y toda borrasca de vicios, para no andar ya más fluctuando a la deriva ni ser juguete de todo viento de doctrina (12). Por eso, cuando todos estos obstáculos se hayan alejado del alma, y hayan huido de ella las tormentas de los deseos, entonces comenzarán a brotar en ella las flores de las virtudes; entonces llegará para ella el tiempo de la poda y, si algo hubiera de superfluo y menos útil en sus sentidos o en sus facultades espirituales, lo cortará y se atendrá a las perlas de la inteligencia espiritual. Entonces también oirá la voz de la tórtola, es decir, la voz de aquella sabiduría más profunda de Dios, oculta en el misterio (13). Esto es realmente lo que indica la mención de la tórtola. Efectivamente, esta ave pasa su vida en parajes bastante ocultos y apartados de la muchedumbre, y ama la soledad de los montes y el retiro de los bosques, lejos siempre de la multitud y siempre ajena a las turbas.

¿Y qué más hay que pueda favorecer la oportunidad y amenidad de este tiempo? La higuera —dice—ha echado sus yemas (14). No todavía, ciertamente, los frutos mismos del Espíritu Santo que son gozo, amor, paz, etc. (15), pero sí ya el germen de tales frutos: eso comienza a producir el espíritu del hombre que en el texto mismo recibe alegóricamente el nombre de higuera. De hecho, en la Iglesia los diversos árboles simbolizan generalmente a las distintas almas de los creyentes, de quienes se dice: Todo árbol que no plantó mi Padre del cielo será desarraigado (16); y también Pablo, que se dice ayudante de Dios en la labranza de Dios (17), afirma: Yo planté, Apolo regó (18); y el Señor en los Evangelios: O haced el árbol bueno, y su fruto será bueno; o haced el árbol malo, y su fruto será malo (19). Efectivamente, lo mismo que en la Iglesia los distintos creyentes están simbolizados por diversos árboles, así también en cada alma las diversas virtudes y facultades están representadas por diversos árboles. Por eso en el alma hay también cierta higuera que echa sus yemas; y también una vid que florece y exhala su fragancia; y el labrador celestial, el Padre, poda los pámpanos de esta vid (20) para que dé más fruto. Pero antes esa vid alegra al olfato con la suavidad de la fragancia que trasciende de su flor, según aquel que decía: Porque para Dios somos buen olor de Cristo en todo lugar (21).

Por consiguiente, cuando el Verbo de Dios ve en el alma tales inicios de virtud, la llama para que se apresure a salir y venga a él, y ella, desechando todo lo corpóreo, viene a él y se hace partícipe de su perfección. Por esta razón, pues, como si ella yaciera todavía por tierra, apoyada en las realidades corporales, le dice primero: Levántate (22); y como si ella hubiera obedecido inmediatamente y hubiera seguido al que la llamaba, la alaba y hace que le oiga decir: Tú que me eres tan cercana, paloma mía (23). y luego, para que ella no sienta miedo ante los torbellinos de las tentaciones, le anuncia que el invierno se retiró y que la lluvia ya cesó y se fue. Bien ha señalado la naturaleza de los vicios y de los pecados con una sola y admirable frase, al decir que el invierno y la lluvia, que descienden del pecado y de la borrasca de los vicios, han desaparecido, indicando por ello que los pecados no tienen substancia ninguna. Efectivamente, los vicios que dejan al hombre no se juntan luego para formar alguna otra substancia, sino que se van y se desvanecen disueltos en ellos mismos y se reducen a nada (24). Y por eso dijo: cesó y se fue (25). Por consiguiente, hay bonanza en el alma cuando aparece el Verbo de Dios y el pecado desaparece; y así, por último, cuando florezca la viña, comenzarán a germinar las virtudes y los árboles de frutos de buenas obras.

Pero Cristo vuelve ahora a decir estas palabras a la Iglesia y encierra en el ciclo de un año toda la extensión del tiempo presente. Y así, como invierno, indica: bien el tiempo en que el granizo, los torbellinos y los demás castigos de las diez plagas azotaban a los egipcios (26), bien cuando Israel sostenía diversas guerras, o bien, incluso, cuando se opuso al Salvador y, arrebatado por el torbellino de la incredulidad, se hundió en el naufragio de la fe. Por eso, cuando a causa del pecado de ellos vino la salvación para los gentiles (27), es decir, ahora, llama él a la Iglesia hacia sí y le dice: Levántate y ven a mí (28), porque ya se acabó el invierno que hundió a los incrédulos y a vosotros os retenía en la ignorancia. También pasó la lluvia, es decir, ya no mandaré a las nubes, esto es, a los profetas (29) que hagan caer la lluvia de la palabra sobre la tierra; la misma voz de la tórtola, o sea la misma sabiduría de Dios, hablará en la tierra y dirá: Yo mismo, el que hablaba, estoy presente (30).

Por eso en la tierra aparecieron las flores de los pueblos creyentes y de las iglesias nacientes. Pero también ha llegado el tiempo de la poda por medio de la fe en mi Pasión y en mi Resurrección. Efectivamente, se podan y se quitan los pecados de los hombres cuando en el bautismo se les da el perdón de los pecados. Y la voz de la tórtola ya no se oye en la tierra, como dijimos, a través de los distintos profetas, sino por boca de la misma sabiduría de Dios. Y la higuera echa sus yemas: puede entenderse, ya de los frutos del Espíritu Santo, que ahora por primera vez se manifiesta y se muestra a la Iglesia, ya también de la letra de la ley, que antes de la venida de Cristo estaba cerrada, encadenada y recubierta con cierto revestimiento de comprensión carnal. Mas, gracias a la venida y presencia de Cristo, ha brotado de ella el germen de la comprensión espiritual y se ha hecho patente el verde y vital significado que en ella se encubría; de esta manera la Iglesia, a la que Cristo tenía oculta en la higuera, esto es, en la ley, no aparece árida ni sigue a la letra que mata, sino al espíritu que florece y da vida (31).

Ahora bien, también de las viñas se dice que han florecido y exhalado su fragancia. Por viñas o vides en cierne podemos ciertamente entender las diversas iglesias diseminadas por todo el orbe: Realmente la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y la casa de Judá, plantel amado (32). Cuando estas viñas se acercan por primera vez a la fe, se dice que florecen; y cuando se adornan con la suavidad de sus obras piadosas, se dice que exhalan su fragancia; y pienso que no sin razón, en vez de decir Exhalaron fragancia, ha dicho: Exhalaron su fragancia (33): así demuestra que en cada alma existe una capacidad de poder y una libertad de voluntad con las cuales le es posible obrar todo lo que es bueno (34). Pero, corno quiera que este bien de naturaleza quedó arruinado con ocasión del pecado y dio en la cobardía y en la disolución, cuando es reparado por medio de la gracia y reconstituido por medio de la doctrina del Verbo de Dios, entonces vuelve a exhalar indudablemente aquella fragancia que Dios creador había puesto primeramente en ella, pero que la culpa del pecado le había arrebatado. Puede también entenderse por vides o viñas las fuerzas celestiales y angélicas, las cuales dan con largueza a los hombres su fragancia, esto es, el bien de la doctrina y de la instrucción con que educan e instruyen a las almas hasta que éstas llegan a la perfección y comienzan a ser capaces de recibir a Dios; como dice también el Apóstol escribiendo a los hebreos: ¿No son todos ellos espíritus servidores enviados para servir, en provecho de los que serán herederos de la salvación? (35). Y por eso se dice que de éstos mismos reciben los hombres la primera flor y la fragancia de las buenas obras, pero que los frutos mismos de la vid deben esperarlos de aquel que dijo: No beberé más del fruto de esta vid, hasta que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre (36). Por eso las flores y frutos perfectos deben esperarse de él; en cambio los inicios y, por decirlo así, la fragancia del progreso pueden ser suministrados por las potestades celestiales o incluso por medio de aquellos que, como dijimos arriba, dicen: Porque somos para Dios buen olor de Cristo en todo lugar (37). Pero también podemos interpretar de otra manera el texto que tenemos entre manos y decir que parece como si fuera una profecía referida a la Iglesia: por medio de ella, ésta es llamada a las futuras promesas y, como si ya fuera después del fin del mundo y hubiese llegado el momento de la resurrección, se le dice: Levántate (38). Y como quiera que el pasaje éste señala inmediatamente la obra de la resurrección, la Iglesia, como si se hubiese vuelto más luminosa y resplandeciente por obra de la resurrección, es invitada al reino y se le dice: Ven, tú que me eres tan cercana, hermosa mía, paloma mía, porque el invierno ha pasado (39); aquí el invierno designa sin duda alguna las borrascas y tempestades de la vida presente, borrascas y tempestades de tentaciones que agitan la vida de los hombres. Así pues, este invierno, con sus lluvias, pasó y se fue para sí: para sí obra realmente cada uno en esta vida todo cuanto hace. Por otra parte, las flores que han aparecido en la tierra representan el comienzo de las promesas. Por el tiempo de la poda entiende el hacha aplicada a la raíz del árbol al final del mundo, para talar todo árbol que no hace fruto (40). Por la voz de la tórtola que se oye en la tierra de las promesas, la que heredarán los mansos (41), entiende la persona de Cristo que enseña cara a cara y ya no a través de un espejo y por enigmas (42). Por la higuera que echa sus yemas, entiende los frutos de toda la congregación de los justos. En fin, aquellas santas y bienaventuradas potestades angélicas, a las cuales se unirán por la resurrección todos los elegidos y bienaventurados, que serán como ángeles de Dios (43), son las vides y las viñas en cierne que reparten a cada alma su fragancia y la gracia que estas mismas almas habían recibido del creador al principio y que, tras haberla perdido, recuperan ahora; y por último, con la dulzura de su fragancia celestial, consiguen alejar de esas almas el hedor de la mortalidad y de la corrupción.

Levántate y ven, tú que me eres tan cercana, hermosa mía, paloma mía;

al abrigo de la peña, junto al antemuro, muéstrame tu rostro y hazme oir tu voz, porque dulce es tu voz y hermosa tu cara (Ct 2,13-14).

Según el plan de la acción dramática, el esposo, que había venido hasta la esposa saltando por los montes y brincando por los collados, al divisarla y verla a través de las ventanas, por segunda vez le dice: Levántate y ven, tú que me eres tan cercana, hermosa mía, paloma mia (44). Sólo que ahora añade la indicación del lugar al que ella debe acudir, lugar situado al amparo y abrigo de la peña. Sin embargo, dicho lugar no está junto al muro sino junto al antemuro. Ahora bien, se dice antemuro cuando por fuera de los muros que circundan la ciudad se ha construido otro muro y tenemos un muro delante de otro muro. Entonces, al estar la esposa cubierta con velo, casi como por respeto, el esposo mismo le pide que tan pronto como llegue al lugar que antes le indicó como más escondido, eche hacia atrás el velo y le muestre su rostro. Y, puesto que la esposa, por su mucho respeto, sigue callada, el esposo desea oír también de vez en cuando su voz y deleitarse con sus palabras, y por eso le pide que le deje oir su voz.

Sin embargo, parece que ni el rostro ni la voz de la esposa le son totalmente desconocidos; con todo, ha transcurrido algún tiempo durante el cual ni vio su cara ni oyó su voz. Este es el plan del drama, según el texto. Se puede añadir a eso que es tiempo de primavera, cuando, como se sabe, las flores aparecen en la tierra, resuena el zureo de la tórtola y los árboles echan sus yemas. Por este motivo el esposo invita en el momento oportuno a la esposa a salir, pues sin duda alguna ella había pasado todo el invierno encerrada, sin moverse de casa. Pero no creo que esto, por lo que atañe al sentido literal del pasaje, ofrezca alguna utilidad para los lectores, ni siquiera que la narración mantenga cierta ilación, como hallamos en otras narraciones de la Escritura (45). De ahí que sea necesario trasladar el pasaje entero a la interpretación espiritual. En primer lugar, entiende por invierno del alma cuando las olas de las pasiones y las borrascas de los vicios la sacuden y las duras ventoleras de los espíritus malignos la azotan. Mientras se halla en esta situación, el Verbo de Dios no la exhorta a salir fuera sino a estar recogida en si misma, a fortificarse por todas partes y a cubrirse contra las perniciosas ventoleras de los espíritus malignos. En esas circunstancias, no brotan en ella las flores de los estudios sobre las divinas Escrituras ni resuenan, como a través de la voz de la tórtola, los misterios de la más profunda sabiduría. Ni siquiera su olfato percibe un poco de gracia como procedente de las flores de la viña ni su vista se recrea con las yemas de la higuera: en las tempestades de las tentaciones, le basta con permanecer segura y protegida de la caída del pecado, porque, si consigue mantenerse ilesa, entonces el invierno habrá pasado para ella y habrá llegado la primavera.

Efectivamente, para ella es primavera cuando se da reposo al alma y sosiego a la mente. Entonces viene a ella el Verbo de Dios, entonces la llama hacia si y la exhorta a salir, no sólo fuera de la casa, sino también fuera de la ciudad, es decir, a ponerse fuera no sólo de los vicios de la carne, sino también de todo cuanto de corpóreo y visible se contiene en el mundo. Ya explicamos arriba, en efecto, que el mundo está simbolizado por la ciudad. Así pues, el alma es llamada fuera de la muralla y conducida hasta el antemuro, cuando, desechando y abandonando todo lo que es o parece temporal, se lanza al alcance de las realidades que no se ven y son eternas (46). Se le hace ver también que este camino debe hacerlo al abrigo de la peña y no a la intemperie, para evitar que padezca los ardores del sol y otra vez se vuelva morena y tenga que repetir: El sol me ha descuidado (47): tal es el motivo de hacer el camino al abrigo de la peña. Por otra parte, no quiere que este abrigo sea de frondas o de paños o de pieles; quiere que su abrigo sea la peña, es decir, la firme y sólida doctrina de Cristo. Pablo, efectivamente, declara que Cristo es peña, cuando dice: Y la peña era Cristo (48). Por eso, si el alma se protege y cubre con la doctrina y la fe de Cristo, puede con toda seguridad llegar al lugar secreto donde a cara descubierta podrá contemplar la gloria del Señor (49).

Con toda razón se cree que este abrigaño de la peña es seguro, pues el mismo Salomón dice en los Proverbios que sobre la peña no es posible descubrir huellas de serpiente; dice así, en efecto: Hay tres cosas que me es imposible comprender y una cuarta que ignoro: el rastro del águila en vuelo; el rastro de serpientes sobre la peña; el rastro de la nave sobre el mar y el rastro del hombre en la juventud (50). Efectivamente, rastros de serpiente, esto es, cualquier señal de pecado, imposible hallarla en esta peña que es Cristo, pues sólo él no cometió pecado (51). Por consiguiente, al abrigo de esta peña, el alma llega segura al antemuro, esto es, a contemplar las realidades incorpóreas y eternas. De la misma peña, pero con otras expresiones, dice David en el Salmo XVII: Y puso mis pies sobre peña y enderezó mis pasos (52). Y no te sorprendas si esta peña es en David fundamento y regla del alma, gracias a la cual ésta se encamina hacia Dios, mientras en Salomón es abrigo del alma que camina hacia los místicos secretos de la sabiduría, ya que, de hecho, al mismo Cristo, ora se le llama camino (53), por el que van los creyentes, ora incluso precursor, como dice Pablo: Donde entró por nosotros, como precursor Jesús (54). Parecido es también lo que dice Dios por medio de Moisés: Yo te pondré en una hendidura de la peña y verás mis espaldas (55). Por consiguiente, esta peña que es Cristo no está cerrada por todas partes, sino que tiene una hendidura. Pues bien, hendidura de la peña es la que revela y hace a los hombres conocer a Dios. Por eso nadie conoce al Padre sino el Hijo (56). Por eso nadie ve las espaldas de Dios, esto es, lo postrero que ocurrirá en los últimos tiempos, si no se pone en la hendidura de la peña, es decir, cuando conozca esas postrimerías por habérselas revelado Cristo.

Y por eso este Verbo de Dios invita al alma, que al abrigo de la peña ha ido acercándose, a llegar al antemuro para que, como arriba ya dijimos, contemple las realidades que no se ven y que son eternas (57); y allí le dice: Muéstrame tu rostro (58), en realidad, para ver si no le queda ya en el rostro nada del viejo velo y puede así observar con intrépidas miradas la gloria del Señor (59); entonces ella misma podrá decir: Y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, llera de gracia y de verdad (60). Y cuando sea digna de que diga de ella lo mismo que se decía de Moisés: que Moisés hablaba y el Señor respondia (61), entonces se cumplirá en ella lo que dice: Hazme oir tu voz (62).

Por cierto, su alabanza aparece realmente grande en estas palabras: Porque dulce es tu voz (63); así, efectivamente, lo decía el sapientísimo profeta David: Que le sea dulce mi plática (64). Dulce es la voz del alma cuando habla palabras de Dios, cuando trata de la fe y de la doctrina de la verdad y cuando explica los designios de Dios y sus juicios. Si, en cambio, de su boca salen necedades, bufonadas o mera vanidad, o una palabra ociosa de que habrá de rendir cuentas el día del juicio (65), entonces su voz es áspera y desagradable. De semejante voz, Cristo aparta el oído. Y por esta razón toda alma perfecta pone guarda en su boca y puerta de seguridad a sus labioso, para así pronunciar siempre palabras tales que, bien aliñadas con sal, resulten gratas a los oyentes (67), y el Verbo de Dios pueda decir de ella: Porque dulce es tu voz (68) .

Dice también: Y hermosa tu cara (69). Si entiendes por ésta aquella cara de la que dice Pablo: Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta (70), y también cuando dice: Mas entonces veremos cara a cara (71), entonces comprenderá cuál es la cara del alma que el Verbo de Dios alaba y llama hermosa. Indudablemente aquella cara que de día en día se va renovando a imagen del que la creó (72) y que no tiene en sí mancha ni arruga ni nada semejante, sino que es santa e inmaculada, tal cual Cristo se presentó la Iglesia a sí mismo (73), esto es, las almas que han llegado a la perfección, pues todas juntas forman el cuerpo de la Iglesia. Este cuerpo ciertamente aparecerá hermoso y digno, si las almas que lo forman permanecen en toda dignidad de perfección. Porque de la misma manera que el alma, cuando es presa de la ira, vuelve la cara del cuerpo alborotada y fiera, y en cambio, cuando permanece apacible y sosegada la torna plácida y suave, así la cara de la Iglesia: se la proclama hermosa o fea en razón de los hábitos y costumbres de los creyentes, según lo que está escrito: Signo del corazón en los buenos es la cara alegre (74); y en otro lugar: El corazón alegre hermosea la cara; el corazón en pena la abate de tristeza (75). Por eso el corazón está alegre cuando tiene en si el espíritu de Dios, cuyo primer fruto es el amor, pero, el segundo, es el gozo (76). De estos pasajes, a mi entender, sacaron algunos sabios del mundo aquella sentencia que dice que sólo el sabio es hermoso, en cambio todo malvado es feo (77).

Nos queda todavía por decir también algo con más claridad sobre el término «antemuro». Como arriba dijimos, significa un muro delante de otro muro, descripción que también se da en Isaías, de esta manera: Pondrá muralla y antemuro (78). La muralla es la protección de la ciudad; ahora bien, otro muro delante de la muralla o alrededor, significa una protección mayor y más fuerte. Por él se da a entender que el Verbo de Dios cuando llama al alma y la saca de las ocupaciones corporales y de los sentidos corpóreos, desea instruirla sobre los misterios del mundo futuro y de ahí buscarle protección para que, fortificada y protegida por la esperanza de los bienes futuros, ni los halagos puedan vencerla en nada ni las tribulaciones abatirla.

Veamos ahora también de qué modo Cristo dice estas cosas a la Iglesia, que le es tan cercana y tan hermosa: hermosa para él sólo, y para nadie más. Esto es lo que indica cuando dice: Hermosa mía (79). Por eso ella es a la que Cristo despierta y a la que anuncia el Evangelio de resurrección, y por eso le dice: Levántate, ven, tú que me eres tan cercana, hermosa mía (80). Por otra parte, le dio también alas de paloma después de haber descansado en medio de los lotes (81). Ahora bien, la Iglesia fue llamada en el medio, entre las dos llamadas de Israel. Efectivamente, primero fue llamado Israel, y luego, cuando él tropezó y cayó, fue llamada la Iglesia; pero, cuando haya entrado la totalidad de los gentiles, entonces nuevamente será llamado todo Israel, y se salvará (82). La Iglesia duerme entre esos dos lotes o llamadas, y por eso le dio también alas plateadas de paloma (83), que significan las alas místicas de los dones del Espíritu Santo. Y las plumas de su espalda, con verdor de oro (como leen algunos; o según traen otros ejemplares: con palidez de oro) (84): esto puede indicar que la segunda llamada que habrá, según el Apóstol, para Israel, no será en la observancia de la ley, sino en el gran valor de la fe. El hecho es que la fe que florece en virtudes toma el aspecto del oro verdoso. También se puede decir que la Iglesia duerme o descansa en medio de aquellos lotes, esto es, en medio de los dos Testamentos; y las alas plateadas pueden indicar los sentidos de la ley; por el oro de las plumas de su espalda puede entenderse el don del Evangelio.

Esta es, pues, la Iglesia a la que Cristo dice: Vente, paloma mía, y ven al abrigo de la peña. Con esta expresión la enseña a venir cubierta, para que no la dañen las tentaciones que la asaltan; y también la enseña a caminar oculta, bajo la sombra de la peña, diciendo: Espíritu de nuestro rostro, Cristo el Señor, a quien dijimos: A su sombra viviremos entre las gentes (85). Por lo demás, camina oculta y cubierta, porque debe tener señal de potestad en la cabeza, por causa de los ángeles (86). Pero, cuando llega al antemuro, o sea, a la condición del mundo futuro (87), allí le dice: Muéstrame tu rostro y hazme oir tu voz, porque dulce es tu voz (88). Quiere oír la voz de la Iglesia porque, cuando uno le reconoce a él delante de los hombres, él también le reconoce delante de su Padre que está en los cielos (89). Porque dulce es tu voz (90). ¿Y quién no reconocerá que es dulce la voz de la Iglesia católica, que confiesa la verdadera fe, y en cambio áspera y desagradable la voz de los herejes, que no hablan doctrinas de verdad, sino blasfemias contra Dios y maldad contra el Altísimo? (91) Así también, la casa de la Iglesia es hermosa; disforme y fea la de los herejes: con tal que haya quien sepa bien verificar la belleza de una cara, esto es, que haya algún espiritual que sepa examinarlo todo (92). Efectivamente, a los hombres ignorantes y animales les parecen más hermosos los sofismas de la mentira que las doctrinas de la verdad.

Por otra parte, respecto del antemuro podemos todavía añadir lo siguiente: el antemuro es el seno del Padre; estando en él, el Hijo unigénito da a conocer todo y revela a su Iglesia cuanto se contiene en el seno secreto y escondido del Padre. De ahí que uno al que él había instruido dijera: A Dios nadie lo vio jamás: el Hijo unigénito de Dios, que está en el seno del Padre, él le reveló (93). Por eso Cristo llama allí a su esposa, para enseñarla todo lo que hay en el Padre, y decirle: Porque os he dado a conocer todas las cosas que oí de mi Padre (94); y además: Padre, quiero que donde yo estoy ellos estén también conmigo (95).

Cazadnos las raposas, las raposillas que destruyen las viñas, y nuestras viñas florecerán

(Ct 2,15).

Siguiendo la trama de la acción dramática, ha habido cambio de personajes: el esposo no habla ya a la esposa, sino a los compañeros, y les dice que cacen las raposillas que andan echando a perder las viñas, las cuales muestran ya las primeras yemas, y no las dejan llegar a florecer. Por eso manda cazarlas, mirando por la salud y el provecho de las viñas.

Pero, en la línea comenzada, también este pasaje debemos explicarlo valiéndonos de la interpretación espiritual. Y si referimos su contenido al alma que se une con el Verbo de Dios, entonces yo creo que por las raposas debemos entender las potestades enemigas y los demonios malvados que, por medio de torcidos pensamientos y errónea interpretación, exterminan en el alma la flor de las virtudes y aniquilan el fruto de la fe. Por eso la previsión del Verbo de Dios, que es el Señor de las potestades (96), manda a sus ángeles—los que habían sido enviados al servicio de los que reciben la herencia de la salvación (97)—que en cada una de las almas den caza a los malos pensamientos inoculados por los demonio, de modo que, eliminados, puedan ellas producir el fruto de la virtud. Y los ángeles cazan los malos pensamientos en el hombre cuando sugieren a la mente que esos pensamientos no proceden de Dios, sino del espíritu maligno, y cuando dan al alma la capacidad de discernir los espíritus (98), para que comprendan qué pensamiento viene de Dios y cuál del diablo. Así, para que sepas que hay pensamientos que el diablo mete en el corazón de los hombres, mira lo que está escrito en el Evangelio: Como el diablo ya había metido en el corazón de Judas Iscariote que le entregase (99). Hay, pues, pensamientos de esta índole que los demonios inyectan en el corazón de los hombres. Pero, como quiera que la divina Providencia no falla, para evitar que por la insolencia de los tales se viera perturbada la libertad de la voluntad y no fuera justa la causa del juicio, confía el cuidado de los hombres a los ángeles buenos y a las potestades amigas, para que, cuando los engañadores comiencen, como raposas, a acometer al hombre, le ayuden oportunamente con sus auxilios. Y por eso se dice: Cazadnos las raposillas (100).

Tentación

(Ct 2,15)

Tiene el esposo razón al mandar cazarlas y atraparlas mientras son todavía pequeñas. Efectivamente, mientras un mal pensamiento está todavía en los comienzos, puede ser expulsado fácilmente del corazón. Pero si se repite con frecuencia y permanece largo tiempo, sin duda alguna induce al alma a consentir, y después que el consentimiento se afirma en el corazón, es inevitable que tienda a realizarse. Por eso, mientras está en los comienzos y es pequeño, ese pensamiento debe ser cazado y rechazado, no sea que se haga adulto e inveterado, y ya no sea posible expulsarle. Así, Judas tuvo el comienzo del mal en su amor al dinero, y este amor fue su raposilla; cuando el Señor vio que ésta dañaba el alma de Judas, como viña en cierne, quiso cazarla y echarla fuera, y por eso le confió la bolsa del dinero (101), para que, poseyendo lo que amaba, cesara en su codicia; sólo que él, como quien tenía libre voluntad (102), no aceptó la sabiduría del médico, sino que fue abandonándose más y más a aquel pensamiento que arruinaba el alma, y no al que le salvaba.

Pero si entendemos este pasaje referido a Cristo y a la Iglesia, entonces las palabras parecen dirigirse a los doctores de la Iglesia, y que a ellos se les confía la captura de las raposas que destruyen las viñas. Por otra parte, por las raposas podemos entender los perversos doctores de las doctrinas heréticas, los cuales, con la astucia de sus argumentos, seducen a los corazones de los inocentes y arruinan la viña del Señor para que no florezca con la recta fe. Por eso se manda a los doctores católicos que, mientras estas raposas son todavía pequeñas y aún no han engañado a muchas almas, sino que su mala doctrina está en los comienzos, ellos se den prisa en argüirlos y refrenarlos, en refutarlos, oponiéndoles la palabra de la verdad, y en cazarlos con afirmaciones verdaderas. Porque, si son condescendientes con ellos en los comienzos, su palabra reptará como repta la gangrena (103) y se hará incurable, y entonces se encontrarán con que muchos de los engañados comenzarán ya a luchar en favor de ellos y a defender a los autores del error aceptado. Por eso es conveniente cazar las raposillas, y refutar así con afirmaciones verdaderas los taimados sofismas de los herejes inmediatamente, en sus mismos comienzos.

Por lo demás, para que resulte más claro y evidente lo que afirman nuestras dos interpretaciones, reunamos ahora de los libros sagrados los pasajes en que se menciona a dicho animal. Hallamos, pues, en el Salmo LXII, acerca de los impíos, lo siguiente: Pero ellos buscaron en vano mi alma: bajarán a lo profundo de la tierra, serán entregados al filo de la espada y serán porción de las raposas (104). Y en el Evangelio de Mateo, al escriba que le decía: Maestro, te seguiré a donde quiera que vayas, el Salvador contestó: Las raposas tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos donde descansar; en cambio el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza (105). Igualmente en el Evangelio de Lucas, a los que dijeron al Señor: Ps y vete de aquí, porque Herodes te quiere matar, Jesús responde: Id, y decid a esa raposa: Mira, yo echo demonios y hago curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado (106). También en el libro de los Jueces, Sansón, al serle quitada la mujer, que era de raza filistea, le dice al padre de ella: Esta vez seré inocente para con vosotros los extranjeros (=los Filisteos) si os hago algún mal. Y fue Sansón y apresó (300) raposas; y tomando teas, ató a las raposas rabo con rabo y puso una tea entre cada dos rabos de las raposas y, encendiendo las teas, soltó a las raposas entre las mieses de los extranjeros y quemó todas sus hacinas y mieses, y sus viñas y olivares (107). Y todavía en el libro Il de Esdras, Tobías el ammonita, cuando trataba de impedir a los que habían regresado de la cautividad que edificaran el templo y la muralla, dice a los extranjeros: ¿Es que éstos van a sacrificar y a comer en este lugar lo que han inmolado? ¿No subirán las raposas y destruirán su muralla, la que están edificando con piedras? (108).

Estos son los pasajes de la divina Escritura que por el momento se me han ocurrido, en los cuales se menciona a este animal. Por ellos, todo avisado y prudente lector podrá juzgar si en lo que precede hemos expuesto una interpretación acertada para explicar lo que dice: Cazadnos las raposillas (109). Y aunque resulta muy trabajoso explicar uno por uno los ejemplos aducidos, con todo, intentaremos tocar brevemente lo que podamos. Veamos en primer lugar el pasaje del Salmo LXII, donde el justo, porque los impíos le perseguían, cantaba diciendo: Pero ellos buscaron en vano mi alma: bajarán a lo profundo de la tierra, serán entregados al filo de la espada y serán porción de las raposas (110). En este pasaje se pone de manifiesto que los malvados doctores, que quieren engañar al alma del justo con vacías e inútiles palabras, se dice que penetran en lo profundo de la tierra en cuanto que el objeto de su saber y el de su hablar es la tierra; y descienden a su parte más profunda, esto es, a lo más profundo de la insensatez. Efectivamente, yo creo que los que viven carnalmente se dice que son tierra y que habitan en la tierra (111), porque solamente se perjudican a sí mismos. Y los que interpretan las Escrituras con significados terrenos y carnales y engañan a otros con su enseñanza, por el hecho de inventarse argucias y pruebas de sabiduría carnal y terrena, se dice que descienden a lo profundo de la tierra; o cuando menos, puesto que quienes enseñan cosas terrenas pecan más gravemente que quienes viven según ellas, también les amenaza un castigo más grave: se profetiza que éstos mismos serán entregados al filo de la espada, quizá de aquella espada llameante y flexible (112).

Veamos, por otra parte, de qué manera serán porción de las raposas. Toda alma es: o bien porción de Dios o bien porción de quien ha recibido poder sobre los hombres. Efectivamente, cuando el Altísimo dividía los pueblos y dispersaba a los hijos de Adán, estableció los límites de los pueblos según el número de los ángeles de Dios, y Jacob fue la porción del Señor (113). Por eso y puesto que queda comprobado que toda alma está o en la porción de Dios o en la de otro cualquiera, ya que, efectivamente, por causa de la libertad de voluntad es posible que cada uno pase de la porción del otro a la porción de Dios si, con ayuda de él, escoge lo mejor, o bien a la porción de los demonios, si elige lo peor, por esa razón, digo, en el Salmo se hace mención de ellos: los que en vano buscaron el alma del justo serán porción de las raposas, como si dijera que serán porción de los peores y más malvados demonios, de suerte que cada potestad maligna y engañosa, por cuyo medio se han introducido los engaños y fraudes de la falsa ciencia, se llaman, en sentido figurado, raposas; y los que han sido inducidos a abrazar este error y no quieren asentir a las saludables palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que es conforme a la piedad (114s), sino que sufren el ser engañados por los tales, éstos, digo, se hacen porción de semejantes raposas, y con ellas bajarán a lo profundo de la tierra. Estos mismos son también aquellos entre los cuales, según el Evangelio, las susodichas raposas tienen sus madrigueras, y en éstas el hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza (115). Es de creer que a Herodes se le llamó raposa por causa de su falaz astucia (116).

Ahora bien, respecto de Sansón, del que se menciona que apresó (300) raposas, que las juntó atándoles los rabos, que puso teas encendidas en medio de cada dos rabos, que las soltó por los sembrados de los extranjeros y quemó hacinas y mieses, olivares y viñas (117), me parece muy difícil interpretar su figura o idea. No obstante, intentemos extraer algo de ello, según nuestras fuerzas, y supongamos, de acuerdo con lo explicado anteriormente, que estas raposas son los falaces y perversos doctores. Sansón, que es figura del verdadero y fiel doctor, los caza con la palabra de la verdad y los ata rabo con rabo, es decir, puesto que mutuamente se contradicen y creen y enseñan cosas contrapuestas entre si, los refuta tomado de sus mismas palabras argumentos y proposiciones, luego envía entre las mieses de los extranjeros el fuego de sus conclusiones y con los propios argumentos de ellos quema todos sus frutos y sus viñas y olivares de pésimo producto. Y en cuanto al número de (300) raposas, que eran diversas y discordantes entre sí, indica la triple forma de los pecados. Efectivamente, todo pecado se comete con la acción, con la palabra o con el consentimiento de la mente.

Sin embargo, tampoco debemos pasar por alto lo que dijimos que estaba escrito en el libro II de Esdras: Cuando se edificaba el Santo de los santos (118), esto es, cuando se fundamentaba la fe de Cristo y los misterios de sus santos, los enemigos de la verdad y contrarios a la fe, que son los sabios de este mundo (119), al ver que las murallas del Evangelio se alzan sin artificio retórico y sin maestría filosófica, como por burla van diciendo que es facilísimo poder destruirlo con la astucia de la palabra por medio de hábiles falacias y argumentos dialécticos (120). Baste por ahora cuanto hemos dicho, según lo permitió la brevedad, acerca de los ejemplos citados.

Volvamos ahora al tema. Parece, pues, que en el Cantar de los Cantares el esposo manda a las potestades sus amigas que cacen y confuten a las potestades contrarias que asedian a las almas de los hombres, para evitar que les arruinen los inicios de la fe y las flores de la virtud bajo la apariencia de alguna secreta y oculta sabiduria (121); estas potestades se esconden, como raposas en sus madrigueras, en los hombres que se entregan a la búsqueda de esa sabiduría. Y para que puedan ser confutados e impugnados más fácilmente, se manda proceder a la captura mientras las raposas son todavía pequeñas y están al comienzo de su pésima obra de persuasión; efectivamente, si llegaran a crecer y a convertirse en raposas adultas, los amigos del esposo no podrían ya darles caza; quizá solamente pudiera hacerlo el propio esposo. Pero también todos los santos doctores y maestros de la Iglesia han recibido poder para cazar las raposas, lo mismo que lo recibieron para aplastar serpientes y escorpiones; en realidad se les ha dado poder contra toda potestad del enemigo (122). Indudablemente, una de estas potestades del enemigo es la raposa que destruye las viñas en cierne y que se manda que sea capturada mientras es pequeña, lo mismo que en el Salmo CXXXVII se llama dichosos al que agarra los niños de Babilonia y los estrella contra la peña (123), y no permite que en él mismo crezca y se haga mayor el sentido de los babilonios, sino que lo agarra y lo estrella contra la piedra en sus comienzos, cuando, efectivamente, es fácil de aniquilar.

Por esta linea discurre el plan de exposición de la perícopa: Cazadnos las raposas, las raposillas que destruyen las viñas en cierne (124). En cuanto al «nos» de cazadnos, puede entenderse: para mi, el esposo, y para la esposa; o bien para mi y para vosotros, mis compañeros.

Pero también se puede entender así: Cazadnos las raposas, y después de puntuar con una coma, seguir: que destruyen las pequeñas viñas, aplicando pequeñas no a las raposas, sino a las viñas: así se entendería que las potestades adversas pueden destruir las viñas pequeñas, esto es, las almas tiernas y principiantes, pero no pueden ni lastimar a las firmes y robustas, como se dice en el Evangelio: Si alguien escandaliza a uno de estos pequeños (125); aquí se da a entender que el alma adulta y perfecta no se puede escandalizar, pero sí la pequeña e imperfecta, como se dice en el Salmo: Mucha paz tienen los que aman tu nombre, no hay para ellos escándalo (126). De modo parecido se puede interpretar que toda viña, es decir, toda alma principiante, puede ser lastimada por las raposas, o sea, por los malos pensamientos o por los perversos doctores, pero no el alma perfecta y fuerte. Sin embargo, si los buenos doctores cazan estas raposas y las expulsan del alma, entonces ella progresará en las virtudes y florecerá en la fe. Amén.

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(1) La división entre los libros III y IV, habitual en las ediciones impresas, no aparece en la mayoría de los manuscritos, que reparten la obra en tres libros.
(2) Rm 8,9
(3) 1Co 6,17
(4) 2Co 4,16
(5) Mt 3,16
(6) Ps 54,6
(7) Col 2,3
(8) Col 3,5
(9) Rm 6,5
(10) Mt 3,16
(11) Ct 2 Ct 11
(12) Ep 4,14
(13) 1Co 2,6
(14) Ct 2,13
(15) Ga 5,22
(16) Mt 15,13
(17) 1Co 3,9
(18) 1Co 3,6
(19) Mt 12,33
(20) Jn 15,1
(21) 2Co 2,15
(22) Ct 2,10
(23) Ct 2 Ct 10
(24) Alfilerazo contra los gnósticos; éstos, efectivamente, atribuían valor ontológico al mal; Orígenes, en cambio, considera al mal platónicamente: sólo como carencia de bien.
(25) Ct 2,11
(26) Ex 9,23
(27) Rm 11,11
(28) Ct 2,10
(29) Is 5,6
(30) Is 52,6
(31) 2Co 3,6
(32) Is 5,7
(33) Ct 2,13
(34) Esta insistencia de Orígenes en la capacidad del hombre (y de toda creatura racional) para determinarse voluntariamente en el bien y en el mal tiene también un sentido antignóstico. De hecho, los gnósticos distinguían dos clases de hombres: espirituales y materiales, basándose en una distinción de naturaleza, sin la menor relación con los méritos o deméritos.
(35) He 1,14
(36) Mt 26,29. Los ángeles encargadas de la educación y protección de los cristianos desarrollan solamente una labor propedéutica, de preparación, hasta el momento en que el cristiano que se les ha confiado, habiendo superado la etapa de simplicidad, podrá unirse directamente a Cristo y recibir de él bienes más consistentes; ver también n. 137 del lib. II.
(37) 2Co 2,15
(38) Ct 2,10. Tenemos aquí una interpretación de tipo escatológico, en que la tipología va referida, no a la prime- ra, sino a la segunda venida de Cristo en la gloria.
(39) Ct 2,10
(40) Mt 3,10
(41) Ps 36,11
(42) 1Co 13,12
(43) Mt 22,30
(44) Ct 2,13
(45) Sorprende no poco esta observación de Orígenes, después de haberlo visto tan atento a destacar el significado literal del Cantar, en la sucesión de las diversas escenas. Quizá tuvo la sensación de que, a pesar de esta su puntualización, no se podía pretender que la letra de este texto tuviera la misma coherencia que los pasajes exclusivamente narrativos del A.T.
(46) 2Co 4,18
(47) Ct 1,6
(48) 1Co 10,4
(49) 2Co 3,18
(50) Pr 3,18
(51) 1P 2,22
(52) Ps 39,3. Orígenes cita como del Salmo 17 un versículo del Salmo 39; la confusión se debe a cierta semejanza entre ambos versículos.
(53) Jn 14,3
(54) He 6,20
(55) Ex 33,22
(56) Mt 11,27. En otra parte. Orígenes relaciona con la humanidad asumida por el Verbo la hendidura de la peña, que permite conocer algo de Dios, en el sentido de que Dios se da a conocer en Cristo por la encarnación. Aquí expone el argumento de manera más general: el Logos divino, en cuanto mediador entre Dios y los hombres, permite conocer a Dios en su persona.
(57) 2Co 4,18
(58) Ct 2,14
(59) 2Co 3,18
(60) Jn 1,14
(61) Ex 19,19
(62) Ct 2,14
(63) Ct 2,14
(64) Ps 103,34
(65) Mt 12,36
(66) Ps 140,3
(67) Col 4,6
(68) Ct 2,14
(69) Ct 2,1 Ct 4
(70) 2Co 3,18
(71) 1Co 13,2
(72) Tenemos aquí otra aplicación de la distinción entre hombre interior y hombre exterior, entendida por Orígenes en la manera «praegnans» aludida en la n. 4 del Prólogo.
(73) 2Co 4,16 Col 3,10 Ep 5,27
(74) Si 13,26
(75) Pr 15,13
(76) Ga 5,22
(77) La sentencia es estoica; su derivación de Salomón se explica por la teoría de los furta Graecorum, sobre la cual véase la n. 96 del Prólogo.
(78) Is 26,1
(79) Ct 2,13
(80) Ct 2,13
(81) Ps 54,7 Ps 67,14
(82) Rm 11,11 Rm 26
(83) Ps 67,14
(84)
(85) Lm 4,20
(86) 1Co 11,10
(87) Es decir, al máximo de perfección. El alma puede ya en esta vida alcanzar la condición de felicidad de la vida futura, incluso si tal condición no puede tener la misma estabilidad y seguridad mientras no se pase a la vida eterna.
(88) Ct 2,14
(89) Mt 10,32
(90) Ct 2,14
(91) Ps 72,8
(92) 1Co 2,15 1Co 14
(93) Jn 1,18
(94) Jn 15,15
(95) Jn 17,24
(96) Ps 79,20
(97) He 1,14
(98) 1Co 2,10
(99) Jn 13,2
(100) Ct 2,15
(101) Jn 12,6 Jn 13,29
(102) Cf. supra n. 36. La insistencia en la voluntariedad del pecado de Judas está en relación con el hecho de que, para los gnósticos, este personaje era el prototipo del hombre material, o sea, del hombre destinado al pecado y a la corrupción por naturaleza, independientemente de la decisión de su voluntad.
(103) 2Tm 2,17
(104) Ps 62,10
(105) Mt 8,19
(106) Lc 13,31
(107) Jc 15,3
(108)
(109) Ct 2,15
(110) Ps 62,10
(111) Jn 3,31
(112) Gn 3,24
(113) Dt 32,8 s. Normalmente Orígenes utiliza este pasaje del A.T. en relación, no con las almas particulares, sino con los diversos pueblos y con los ángeles de las naciones; cf. n. 154 del lib. II.
(114) 1Tm 6,3
(115) Mt 8,20
(116) Lc 13,32
(117) Jc 15,4
(118) [3,35]
(119) 1Co 3,18
(120) Entre los cristianos era tradicional contraponer la sencillez del lenguaje evangélico al artificio de la retórica y a los sofismas de la filosofía.
(121) Alusión a las doctrinas gnósticas, que se presentaban como esotéricas y destinadas a unos pocos ele- gidos.
(122) Lc 10,19
(123) Ps 136,9
(124) Ct 2,15
(125) Mt 18,6
(126) Ps 118,165





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