Origenes - de principis 2304

No hay tiempo cíclico ni eterno retorno

2304
4. En cuanto a los que afirman que se producen a veces mundos semejantes e iguales en todo, no sé en qué pruebas se apoyan. Si creemos que puede surgir un mundo semejante en todo a éste, podrá ocurrir que Adán y Eva vuelvan a hacer lo que hicieron; volverá a haber el mismo diluvio, y el mismo Moisés volverá a sacar de Egipto al pueblo en número de seiscientos mil; Judas entregará también dos veces al Señor; Pablo guardará por segunda vez las ropas de los que apedrearon a Esteban; y habrá que decir que volverán a hacerse todas las cosas que se han hecho en esta vida.58 Pero no creo que haya razón ninguna para afirmar esto si las almas son conducidas por la libertad de su albedrío y tanto sus progresos como sus caídas dependen del poder de su voluntad.

Porque las almas no son conducidas al cabo de muchos siglos a los mismos círculos en virtud de una revolución determinada, de suerte que tengan que hacer o desear esto o aquello, sino que dirigen el curso de sus hechos allí donde las usa la libertad de su propia naturaleza. Lo que aquellos dicen es igual que si uno afirmara que echando repetidas veces en tierra un modio de trigo puede ocurrir que tengan lugar dos veces las mismas e idénticas caídas de los granos, de modo que cada grano vuelva a caer donde fue echado primero, y en el mismo orden, y que todos queden dispersados en la misma forma en que antes se habían esparcido, probabilidad que, sin duda, es imposible que ocurra con los innumerables granos de un modio, aun cuando se estén echando incesante y continuamente durante la inmensidad de los siglos. Del mismo modo me parece imposible que pueda darse tal mundo en que todo suceda en el mismo orden, y cuyos moradores nazcan, mueran y actúen de la misma manera que en otro. Pero creo que pueden existir diversos mundos con no mínimas variaciones, de suerte que por causas manifiestas el estado de tal mundo sea superior, o inferior, o intermedio respecto a otros. En cuanto al número o medida de estos mundos, confieso que los ignoro; si alguno pudiera mostrármelos yo aprendería con mucho gusto de él.

Cristo, consumador de los siglos pasados y futuros

2305
5. Sin embargo, se dice que este mundo, que también se llama siglo, es el fin de muchos siglos. Enseña, en efecto, el santo apóstol que Cristo no padeció en el siglo que precedió al nuestro, ni tampoco en el anterior, e ignoro si podría yo enumerar cuántos siglos anteriores han existido en los cuales no padeció. Citaré, sin embargo, las palabras de Pablo de las cuales he llegado a esta conclusión. Dice así: "Pero una.sola vez en la plenitud de los siglos se manifestó para destruir el pecado por el sacrificio de sí mismo" (
He 9,26).

Dice, en efecto, que se ha hecho víctima una sola vez, y que se ha manifestado en la plenitud de los siglos pera destruir el pecado. Y que después de este siglo, que se nos dice hecho para consumación o plenitud de otros siglos habrá otros subsiguientes lo aprendemos de modo manifiesto del mismo Pablo cuando dice: "A fin de mostrar en los siglos venideros las excelsas riquezas de su gracia por su bondad hacia nosotros" (Ep 2,7). No dijo "en el siglo venidero", ni "en los dos siglos venideros", y por eso pienso que sus palabras indican muchos siglos.

Pero si hay algo mayor que los siglos, de suerte que los siglos se entiendan como criaturas, pero que se considere como de otra índole aquello que excede y sobrepasa a las criaturas visibles (lo cual quizá tendrá lugar en la restitución de todas las cosas, cuando el universo entero llegue a un fin perfecto), es posible que deba entenderse como algo más que un siglo aquel estado en el cual tendrá lugar la consumación de todas las cosas. Y me mueve en este punto la autoridad de la Sagrada Escritura que dice: "En el siglo y aún"; y lo que llama "aún" indudablemente significa algo más grande que el siglo. Considera también si lo que dice el Salvador: "Quiero que donde yo esté, estén ellos también conmigo... a fin de que sean uno, como nosotros somos uno" (Jn 17,22), no parece indicar algo más que el siglo y los siglos, y quizá aún más que los siglos de los siglos, a saber, aquella condición en que ya no están todas las cosas en el siglo, sino en todas las cosas Dios.

Los distintos significados de la palabra mundo

2306
6. Explicadas, en la medida de nuestra capacidad, estas cuestiones sobre el mundo, no parece impertinente indagar qué significa el nombre mismo de mundo, que en las Sagradas Escrituras aparece con diversos sentidos. En efecto, lo que llamamos mundus en latín, se llama en griego kosmos, y significa no sólo mundo, sino ornamento. Así, en Isaías, en el pasaje en que se dirige una imprecación a las principales hijas de Sión, se dice que en lugar del adorno de oro de su cabeza tendrán calvicie a causa de sus obras, y se emplea para "adorno" el mismo nombre que para mundo, a saber, kosmos (
Is 3,24).59 La misma palabra se emplea también en la descripción de las vestiduras del sacerdote, como hallamos en la Sabiduría de Salomón: "Llevaba en su vestido talar el mundo entero" (Sg 18,24).

El mismo término se aplica a este nuestro orbe terrestre con todos sus habitantes cuando dice la Escritura: "El mundo entero está bajo el maligno" (1Jn 5,19). Clemente, el discípulo de los apóstoles, hace mención de aquello que los griegos llamaron antikqones y de otras partes del orbe terrestre a las que no tiene acceso ninguno de nosotros y de las que ningún habitante puede pasar hasta nosotros, y llama mundos a todas estas regiones cuando dice: "El océano es infranqueable para los hombres, así como los mundos que se hallan al otro lado de él, que son gobernados por las mismas disposiciones y dominio de Dios".60 Se llama también mundo a todo lo que contiene el cielo y la tierra, y así dice Pablo: "La apariencia de este mundo pasa" (1Co 7,31).

Nuestro Señor y Salvador designa también "otro mundo", además de este visible, mundo difícil de describir y caracterizar, cuando dice: "Yo no soy de este mundo" (Jn 17,16). En efecto, dice "no soy de este mundo", como si fuese de algún otro. Ahora bien, de este mundo hemos dicho de antemano, que la explicación es difícil; y es por esta razón, porque hay riesgo de hacer pensar a algunos que afirmamos la existencia de ciertas imágenes que los griegos llaman ideas, cuando es ajeno por completo a nuestra intención hablar de un mundo incorpóreo, consistente en la sola fantasía de la mente o en lo resbaladizo de los pensamientos.

Tampoco veo cómo podría ser de allí el Salvador, ni cómo podrá afirmarse que también los santos irán allá. Sin embargo, no es dudoso que el Salvador indica algo más preclaro y espléndido que el mundo actual y que incita y anima a los creyentes a aspirar a él. Pero si ese mundo que quiere dar a conocer está separado o muy alejado de este por el lugar, la cualidad o la gloria, o si, siendo muy superior al nuestro en cualidad y gloria, está contenido, sin embargo, dentro de la circunscripción de este mundo (lo cual me parece a mí más verosímil), son cuestiones que se ignoran y, a mi entender, no tratadas aún por los pensamientos y las mentes humanas. Sin embargo, según lo que Clemente parece indicar cuando dice que "el Océano es infranqueable para los hombres, así como los mundos que están tras él", al nombrar en plural los mundos que están tras él y decir que son conducidos y regidos por la misma providencia de Dios sumo, parece como esparcir la semilla de una interpretación según la cual se piense que todo el universo de las cosas que son y subsisten, celestes, supra-celestes, terrenas e infernales, reciben en general el nombre de un mundo único y perfecto, dentro del cual, o por el cual, debe creerse que son contenidos los demás en el caso de que existan. Y por eso, sin duda, se llaman mundos, individualmente, el globo de la luna, el del Sol, y los de los demás astros que se llaman planetas. Incluso la misma esfera supereminente que llaman aplanh recibe propiamente el nombre de mundo, y se aduce como testimonio de esta aserción el libro del profeta Baruc, porque allí se alude de modo evidente a los siete mundos o cielos. No obstante, pretenden que sobre la esfera que llaman aplanh hay otra esfera que, del mismo modo que entre nosotros el cielo contiene con su magnitud inmensa y ámbito inefable todo lo que se halla debajo de él, abraza con su contorno grandioso los espacios de todas las esferas, de suerte que todas las cosas están dentro de ella como nuestra tierra está debajo del cielo. Y esa esfera es también la que se cree que es nombrada en las Santas Escrituras "tierra buena" y "tierra de los vivientes", teniendo su propio cielo, que está sobre ella, en el cual dice el Salvador que están o son escritos los nombres de los santos, cielo por el cual está limitada la tierra que el Salvador en el Evangelio prometió a los mansos y humildes (Mt 5,4). Del nombre de esa tierra dicen que recibió el suyo esta nuestra, que antes había sido llamada seca, así como nuestro cielo firmamento recibió su nombre de aquel otro cielo. Pero de estas opiniones trataremos de un modo más completo cuando investiguemos qué son el cielo y la tierra que Dios creó en el principio (Gn 1,1). Porque, en efecto, se da a entender que es otro cielo y otra tierra que el firmamento, del cual se nos dice que fue hecho dos días después, o la seca, que después se llama tierra. Y, ciertamente, lo que algunos dicen de este mundo, a saber, que es corruptible, sin duda porque ha sido hecho, pero, sin embargo, no se corrompe, porque es más fuerte y más poderosa que la corrupción la voluntad de Dios que lo hizo y que lo mantiene para que no se enseñoree de él la corrupción, puede aplicarse más rectamente a ese mundo que hemos llamado esfera aplanh, ya que, por la voluntad de Dios, no está en modo alguno sometido a la corrupción; por no haber recibido tampoco las causas de la corrupción. En efecto, aquel mundo es un mundo de santos y de purificados hasta la transparencia, y no de impíos como este nuestro. Y se ha de considerar si acaso el apóstol no piensa en él cuando dice: "No ponemos los ojos en las cosas visibles, sino en las que no se ven, pues las visibles son temporales; las que no se ven, eternas" (2Co 4,18). "Pues sabemos que si la tienda de nuestra mansión terrena se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha por mano, eterna en los cielos" (2Co 5,1). Y diciendo en otro lugar: "Cuando contemplo los cielos, obra de tus manos" (Ps 8,3), y afirmando Dios por el profeta respecto de todas las cocas visibles: "Mis manos hicieron todas estas cosas" (Is 66,2), declara que esa casa eterna en los cielos que promete a los santos no está hecha de manos, para mostrar, sin duda, a la criatura, la diferencia entre las cosas que se ven y las que no se ven. Porque no hay que entender en el mismo sentido las cosas que no se ven y las cosas que son invisibles; las cosas que son invisibles no sólo no se ven, sino que tampoco tienen una naturaleza tal que puedan ser vistas, y los griegos las llaman aswmata, esto es, incorpóreas; mientras que las cosas de las cuales dice Pablo "que no se ven" tienen, ciertamente, una naturaleza que les permite ser vistas, pero, como él explica, no son vistas aún por aquellos a quienes son prometidas.

Cielos nuevos y tierra nueva

2307
7. Habiendo bosquejado, pues, en la medida en que nuestra inteligencia lo permite, estas tres opiniones en cuanto al final de todas las cosas, y la felicidad suprema, cada lector debe juzgar por sí mismo con toda diligencia y escrupulosidad si alguna de ellas le parece digna de ser aprobada o elegida.

Se ha dicho, en efecto, que o bien debe creerse que puede existir una vida incorpórea después de que todas las cosas hayan sido sometidas a Cristo y por Cristo a Dios Padre, cuando Dios sea todo en todos (
1Co 15,24-28); o bien que, concediendo que todas las cosas serán sometidas a Cristo y por Cristo a Dios, con el cual se hacen un solo espíritu en cuanto las naturalezas racionales son espíritu, la misma sustancia corporal resplandecerá también, sin embargo, asociada entonces a los espíritus mejores y más puros y transformada al estado etéreo en razón de la cualidad o los méritos de los que la asumen, según lo que dice el apóstol: "Y nosotros seremos transformados" (1Co 15,52) y brillaremos en adelante en el esplendor; o que, pasado el estado de las cosas que se ven, sacudida y limpiada toda corrupción, y trascendida y superada toda esta condición del mundo en la que se dice que existen las esferas de los planetas, la morada de los piadosos y bienaventurados se coloca encima de aquella esfera que llaman aplanh como en la tierra buena y tierra de los vivientes que los mansos y humildes recibirán en heredad, a la cual pertenece ese cielo que en su contorno magnífico la circunda y contiene, y que se llama, en verdad y de un modo principal cielo.

En este cielo y en esta tierra puede detenerse el fin y perfección de todas las cosas en morada segura y fidelísima; unos merecen habitar esa tierra después de haber soportado la corrección y el castigo para obtener la purgación de sus delitos, una vez cumplidas y pagadas todas las cosas; de otros, en cambio, que fueron obedientes a la Palabra de Dios y, por su docilidad, se mostraron ya aquí capaces de su sabiduría, se dice que merecen el reino de aquel cielo o cielos, y así se cumplirá más dignamente lo que está dicho: "Bienaventurados los mansos, porque poseerán la tierra. Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos" (Mt 5,5) y también lo que dice en el salmo: "Él te ensalzará para que poseas la tierra" (Ps 37,34). En efecto, de esta tierra nuestra se dice que desciende, pero de aquella que está en lo alto, que se es exaltada. Por tanto, parece como que se abre una especie de camino por los progresos de los santos de aquella tierra a aquellos cielos, de suerte que más bien parecen habitar por algún tiempo en aquella tierra que permanecer en ella, estando destinados a pasar, cuando hayan alcanzado aquel grado también, a la herencia del reino de los cielos.

2400

4 LA UNIDAD DE DIOS

Identidad de Dios en ambos Testamentos

2401
1. Habiendo ordenado brevemente estos puntos lo mejor que pudimos, se sigue que, conforme a nuestra intención desde el principio, refutemos los que piensan que el Padre de nuestro Señor Jesucristo es un Dios diferente del que dio la ley a Moisés, o comisionó a los profetas, que es el Dios de nuestros padres, Abrahán, Isaac y Jacob. En este artículo de fe, ante todo, debemos permanecer firmemente establecidos. Tenemos que considerar la expresión que se repite con frecuencia en los Evangelios, y unirla a todos los actos de nuestro Señor y Salvador: "Todo esto aconteció para que se cumpliese lo que fue dicho por el Señor, por el profeta" (
Mt 1,22), siendo evidente que los profetas son los profetas del Dios que hizo el mundo. De esto sacamos la siguiente conclusión, que quien envió a los profetas es el mismo que profetizó lo preanunciado sobre Cristo. Y no hay ninguna duda de que el Padre mismo, y no otro diferente a Él, pronunció estas predicciones. La práctica, además, del Salvador o sus apóstoles, citando con frecuencia ilustraciones del Antiguo Testamento, muestra que ellos atribuían autoridad a los antiguos.

La prescripción del Salvador, exhortando a sus discípulos al ejercicio de bondad: "Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Sed perfectos como vuestro Padre que está en el cielo es perfecto" (Mt 5,45), sugiere con claridad, hasta para una persona de entendimiento débil, que no propone a la imitación de sus discípulos a ningún otro Dios que el hacedor de cielo y el otorgador de la lluvia. Además, ¿qué otra cosa significa la expresión, que tiene que ser usada por los que oran: "Padre nuestro que estás en el cielo" (Mt 6,9), sino que Dios debe ser buscado en las mejores partes del mundo, esto es, de su creación?

Cristo dejó dicho sobre los juramentos: "No juréis en ninguna manera: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies" (Mt 5,33), lo cual armoniza literalmente con las palabras del profeta: "El cielo es mi solio, y la tierra estrado de mis pies" (Is 66,1).

Y también cuando la expulsión del templo de los vendedores de ovejas, bueyes y palomas, volcando las mesas de los cambistas, y diciendo: "Quitad de aquí esto, y no hagáis la casa de mi Padre casa de mercado" (Jn 2,16). Jesús indudablemente lo llamó su Padre, a cuyo nombre Salomón había levantado un templo magnífico. Las palabras, además, que dicen: "¿No habéis leído lo que os es dicho por Dios, que dice: Yo soy el Dios de Abrahán, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos" (Mt 22,31), nos enseñan con claridad que Él llamó al Dios de los patriarcas (porque eran santos y estaban vivos) el Dios de los vivos, a saber, lo mismo que se dice en los profetas: "Yo soy Dios, y no hay más Dios" (Is 46,9). Porque si el Salvador, sabiendo que está escrito en la ley que el Dios de Abrahán es el mismo Dios que dice, "Yo soy Dios, y no hay más Dios", reconoce que el Padre es ignorante de la existencia de ningún otro Dios encima de Él, como los herejes suponen. Pero si no es por ignorancia, sino por engaño, que dice que no hay más Dios que Él, entonces es una absurdidad mucho más grande confesar que su Padre es culpable de falsedad. De todo esto se deduce que Cristo no conoce de ningún otro Padre que Dios, el fundador y creador de todas las cosas.

Un solo Dios en ambas dispensaciones

2402
2. Sería tedioso recoger de todos los pasajes de los Evangelios las pruebas que muestran que el Dios de la ley y el de los Evangelios son el mismo. Consideremos brevemente los Hechos de los Apóstoles (
Ac 7). Donde Esteban y otros apóstoles dirigen sus oraciones al Dios que hizo el cielo y la tierra, que habló por boca de sus santos profetas, llamándolo "el Dios de Abrahán, de Isaac, y de Jacob"; "el Dios" que "los sacó, habiendo hecho prodigios y milagros en la tierra de Egipto" (Ac 7,36); expresiones que sin duda dirigen nuestro entendimiento a la fe en el Creador, e implantan un afecto por Él en los que piadosa y fielmente han aprendido a pensar así de Él; según las palabras del mismo Salvador, quien cuando lo preguntaron cuál era el mandamiento más grande de la ley, contestó: "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente. Este es el primero y el grande mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos manto damientos depende toda la ley y los profetas" (Mt 22,37-40). ¿Cómo es, entonces, que quien instruía y llevaba a sus discípulos a entrar en el oficio del discipulado, les recomendara este mandamiento por encima de todos, por el cual, indudablemente, se enciende el amor hacia el Dios de ley, puesto que así declara según la ley en estas mismas palabras?

Pero, concedamos, no obstante todas estas pruebas tan evidentes, que es de algún otro Dios desconocido de quien el Salvador dice: "Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, etc." ¿Cómo, en este caso, si la ley y los profetas ; son, como ellos dicen, del Creador, esto es, de otro Dios que Él que Él llama bueno, puede decir lógicamente lo que Él añade, a saber, que "de estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas"? ¿Porque lo que es extraño y ajeno a Dios cómo va a depender de Él?

Y cuando Pablo dice: "Doy gracias a Dios, al cual sirvo i desde mis mayores con limpia conciencia" (2Tm 1,3), muestra claramente que él vino no a un nuevo Dios, sino :o a Cristo. ¿Porque, a qué otros antepasados de Pablo pueden referirse, sino a los que él dice: "¿Son hebreos? Yo también. ¿Son israelitas? Yo también. ¿Son simiente de Abrahán? también yo" (2Co 11,22). En el prefacio mis-n, mo de su Epístola a los Romanos muestra claramente la misma cosa a los que saben entender las cartas de Pablo, a a saber, ¿qué Dios predica? Porque sus palabras son: "Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que él había antes prometido por sus profetas en las Santas Escrituras, acerca de su Hijo, (que fue hecho de la simiente de David según la carne; el cual fue declarado Hijo de Dios con potencia, según el espíritu de santidad, por la resurrección de los muertos), de Jesucristo Señor nuestro" (Rm 1,1-4).

Además, dice lo siguiente: "Porque en la ley de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Tiene Dios cuidado de los bueyes? ¿O lo dice enteramente por nosotros? Pues por nosotros está escrito; porque con esperanza ha de arar el que ara; y el que trilla, con esperanza de recibir el fruto" (1Co 9,9-10). Aquí muestra evidentemente que Dios dio la ley por causa nuestra, esto es, debido a los apóstoles: "No pondrás bozal al buey que trilla", cuyo cuidado no fue por los bueyes, sino por los apóstoles, que predicaban el Evangelio de Cristo.

En otros pasajes también, Pablo, abarcando las promesas de la ley, dice: "Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa, para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra" (Ep 6,2-3). Aquí se da a entender sin duda que él se complace en la ley y en el Dios de la ley y sus promesas.

Dios, invisible e inmaterial

2403
3. Pero como los que mantienen esta herejía acostumbran a engañar a veces los corazones de los simples mediante ciertos sofismas engañosos, no considero impropio presentar las aserciones que tienen por costumbre hacer y re- futar su engaño y falsedad.

La siguiente es una de sus declaraciones. Está escrito que "a Dios nadie le vio jamás" (
Jn 1,18). Pero el Dios que Moisés predicó fue visto por él y por sus padres antes de él; mientras que el que es anunciado por el Salvador nunca ha sido visto por nadie. Les preguntamos a ellos, y a nosotros mismos, si mantienen que a quien ellos reconocen por Dios, y alegan que es un Dios diferente del Creador, es visible o invisible. Y si dicen que es visible, además de probarse que va contra la declaración de la Escritura, que dice del Salvador: "Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación" (Col 1,15); caerán también en la absurdidad de afirmar que Dios es corpóreo. Ya que nada puede ser visto excepto con la ayuda de forma, tamaño y color, que son las propiedades especiales de cuerpos. Y si se declara que Dios es un cuerpo, entonces se encontrará que es un ser material, ya que todo cuerpo es compuesto de materia. ¡Pero si está compuesto de materia, y la materia es indudablemente corruptible, entonces, según ellos, Dios es susceptible de corrupción!

Les haremos una segunda pregunta. ¿La materia hecha o increado, es decir, no hecha? ¿Y si ellos contestaran que no es hecha, es decir, increada, les preguntaremos si una parte de la materia es Dios, y si la otra parte el mundo.

Pero si ellos dijeran que la materia ha sido hecha, se seguirá, indudablemente, que ellos confiesan que a quien declaran ser Dios ha sido hecho, un resultado que seguramente ni su razón ni la nuestra pueden admitir.

Pero ellos dirán, Dios es invisible. ¿Y qué harás tú? Si dices que es invisible en naturaleza, entonces ni siquiera es visible para el Salvador. Mientras que, al contrario, si Dios, el Padre de Cristo, es visto como se dice: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9), esto seguramente nos presionaría con mucha fuerza, si la expresión no fuera entendida por nosotros más correctamente como referida al entendimiento y no a la vista. Porque quien comprende al Hijo comprenderá también al Padre. De este modo hay que suponer que también Moisés vio a Dios, no contemplándolo con los ojos corporales, sino entendiéndolo con la visión del corazón y la percepción de la mente, y esto sólo en cierto grado. Porque es manifiesto que Dios le dijo a Moisés: "No podrás ver mi rostro... verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro" (Ex 33,20). Estas palabras tienen que entenderse, desde luego, en aquel sentido místico que conviene a palabras divinas, rechazando y despreciando "las fábulas profanas y de viejas" (1Tm 4,7), que son inventadas por personas ignorantes respecto a las partes anteriores y posteriores de Dios.

Que nadie suponga que nos hemos complacido en ningún sentimiento de impiedad al decir que ni para el Salvador es visible el Padre. Antes bien, considere la distinción que usamos al tratar con los herejes. Porque hemos explicado que una cosa es ver y ser visto, y otra conocer y ser conocido, o entender y ser entendido. Ver y ser visto es una propiedad de los cuerpos, que ciertamente no se puede aplicar al Padre, o al Hijo, o al Espíritu Santo, en sus relaciones mutuas. La naturaleza de la Trinidad sobrepasa la medida de visión concedida a los que están en el cuerpo, esto es, a todas las demás criaturas, cuya propiedad de visión se refiere una a la otra. Pero a una naturaleza que es incorpórea y principalmente intelectual, ningún otro atributo es apropiado salvo el de conocer y ser conocido, como el Salvador mismo declara: "Nadie conoció al Hijo, sino el Padre; ni al Padre conoció alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar" (Mt 11,27). Está claro, pues, que Él no dijo: "Nadie ha visto al Padre, sino el Hijo", sino "nadie conoció al Padre, sino el Hijo".

Antropomorfismos e impasibilidad divina

2404
4. Ahora, si, debido a aquellas expresiones que ocurren en el Antiguo Testamento, como cuando se dice que Dios se enfada o arrepiente, o cuando se le aplica cualquier otro afecto humano o pasión, nuestros opositores piensan que tienen buenas razones para refutarnos, ya que nosotros mantenemos que Dios es totalmente impasible y debe considerarse totalmente libre de emociones de esa clase.61

Tenemos que mostrarles que declaraciones similares aparecen en las parábolas del Evangelio; como cuando se dice, que un hombre plantó un viñedo y lo arrendó a los campesinos, que mataron a los criados que les fueron enviados, y por fin mataron hasta al hijo del propietario; se dice entonces que, en su cólera, les quitó el viñedo y los entregó a la destrucción, después de haber dado el viñedo a otros, que dieran fruto a su tiempo. Y también cuando el hombre noble partió a una provincia lejos, para tomar para sí un reino, y volver, mas llamados diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: "Negociad entre tanto que vengo". Pero sus ciudadanos le aborrecían, y enviaron tras de él una embajada, diciendo: "No queremos que éste reine sobre nosotros" (
Lc 19,14). Pero aconteció que, vuelto él, habiendo tomado el reino, mandó llamar a sí sus siervos y lleno de cólera mandó que mataran al que no había producido nada y quemaran su ciudad con fuego.

Pero cuando leemos en el Antiguo o en el Nuevo Testamento de la ira o cólera de Dios, no debemos tomar literalmente tales expresiones, sino buscar en ellas un significado espiritual, de modo que podamos pensar en Dios como Él merece ser pensado. Y sobre estos puntos, al exponer el verso del Salmo 2: "Entonces hablará a ellos en su furor, y los turbará con su ira" (Ps 2,5), mostramos, con lo mejor de nuestra pobre capacidad, cómo deben entenderse tales expresiones.

2500

5 LA JUSTICIA Y LA BONDAD DE DIOS

La división herética entre el Dios bueno y el Dios justo

2501
1. Los herejes de quienes estamos hablando han establecido una especie de división por la que declaran que la justicia es una cosa y la bondad otra. Han aplicado esta división incluso a las cosas divinas, manteniendo que el Padre de nuestro Señor Jesucristo es de verdad un Dios bueno, pero no justo; mientras que el Dios de la ley y los profetas justo, pero no bueno. Por eso pienso que es necesario volver a considerar estos asuntos con tanto énfasis como brevedad nos sea posible.

Estas personas consideran la bondad como alguna clase de afecto que conferiría ventajas a todos los que se les confiera, aunque el recipiente de ellos sea indigno e inmerecedor de cualquier bondad; pero aquí, en mi opinión, no han aplicado correctamente su definición, puesto que ellos piensan que ningún beneficio es conferido sobre él que es visitado por cualquier sufrimiento o calamidad.

La justicia, por otra parte, la ven como aquella cualidad que recompensa a cada uno según sus méritos. Pero aquí, otra vez, no interpretan correctamente el significado de su propia definición, ya que ellos piensan que es justo enviar desgracias a malvados y beneficios a los buenos; es decir, que en su opinión, el Dios justo no parece desear bien a los malos, sino estar animado por una especie de odio contra ellos.

Para sustentar su doctrina han reunido algunos ejemplos de esto. En cualquier parte de las Escrituras del Antiguo Testamento donde encuentran una historia relacionada con el castigo, el diluvio, por ejemplo, y el destino de los que perecieron en él; o la destrucción de Sodoma y Gomorra por una lluvia de fuego y azufre; o la muerte del pueblo en el desierto debido a sus pecados, de modo que ninguno de los que salieron de Egipto entró en la tierra prometida, a excepción de Josué y Caleb.

Mientras que del Nuevo Testamento recogen las palabras de compasión y de piedad, por la que los discípulos son enseñados por el Salvador, y las que dicen que nadie es bueno salvo Dios Padre; por este medio han aventurado a designar al Padre del Salvador Jesucristo como Dios bueno, y dicen que el Dios del mundo es diferente a quienes les gusta de considerar a Dios justo, pero no bueno.

La letra y el significado interno

2502
2. Pienso que, en primer lugar, se les debe exigir que muestren, si pueden hacerlo conforme a su propia definición, que el Creador es injusto al castigar según su merecido a los que fallecieron en el momento del diluvio, o a los habitantes de Sodoma, o los que salieron de Egipto, siendo que nosotros a veces vemos cometer crímenes más malvados y detestables que los de las personas mencionadas que fueron destruidos, mientras que nosotros no hacemos que cada pecador pague la pena de sus fechorías. ¿Dirán que el Dios que fue justo durante un tiempo se ha hecho bueno? ¿O creerán que Él es todavía justo, pero que pacientemente soporta las ofensas humanas, mientras que aquel no fue justo entonces, puesto que exterminó a niños inocentes y lactantes juntamente con gigantes crueles e impíos?

Tales son sus opiniones, porque no saben cómo entender nada más allá de la letra; si no ellos mostrarían cómo es que la justicia literal por los pecados visita a los hijos hasta la tercera y cuarta generación, y sobre los hijos de los hijos después de ellos (
Ex 20,5). Pero nosotros, sin embargo, no entendemos estas cosas literalmente, sino que, como Ezequiel lo ha enseñado al relatar su parábola (Ez 18,3-20)62 nosotros inquirimos sobre el significado interior contenido en la parábola.

Además, ellos deberían explicar también, cómo es justo y recompensa a cada uno según sus méritos, que castiga a las personas mundanas y al diablo, viendo que no han hecho nada digno de castigo (cum nihil dignum poena commiserint). Ya que estos no podrían hacer ningún bien si, según ellos, fueran de una naturaleza mala y arruinada. Ya que como ellos le califican de juez, parece ser a un juez tanto de acciones como de naturalezas; y si una naturaleza mala no puede hacer lo bueno, ninguna buena puede hacer el mal.

La bondad y la justicia en Dios

Entonces, en segundo lugar, si al que llaman bueno es bueno para todos, también es indudablemente bueno para los que están destinados a perecer. ¿Y por qué no los salva? Si no quiere, ya no será bueno; si quiere y no puede, ya no será omnipotente.63 ¿Por qué atienden que en los Evangelios el Padre de nuestro Señor Jesucristo está preparando fuego para el diablo y sus ángeles? ¿Y cómo tal proceder, tan penal como triste, parecerá en su opinión obra del Dios bueno? Hasta el Salvador mismo, el Hijo del Dios bueno, protesta en los Evangelios y declara, hablando de Corazin y de Betsaida, al recordar a Tiro y Sidón, que si "hubieran sido hechas las maravillas que se han hecho en vosotras, ya días ha que, sentados en cilicio y ceniza, se habrían arrepentido" (Lc 10,13). Y cuando pasó cerca de aquellas ciudades, y entró en su territorio, ¿por qué evitó entrar en aquellas ciudades, y hacer abundancia de signos y maravillas, si fuera cierto que ellos se habrían arrepentido en saco y cenizas, después de que se hubieran realizado? Pero como no lo hizo, indudablemente abandonó a la destrucción a quienes, en el lenguaje del Evangelio, muestra no haber sido de una naturaleza mala o minada, puesto que declara que eran capaces de arrepentimiento.

Otra vez, en cierta parábola del Evangelio, donde el rey entra a ver a los invitados que se reclinan en el banquete, contempló a cierto individuo sin el vestido de boda, y le dijo: "Amigo, ¿cómo entraste aquí no teniendo vestido de boda? Mas él cerró la boca. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera, allí será el lloro y el crujir de dientes" (Mt 22,12). Que nos digan quién es ese rey que entró a ver a los invitados y ordenó a sus siervos que ataran y arrojaran en lo profundo de las tinieblas a quien llevaba un vestido sucio. ¿Es el mismo que ellos llaman justo? ¿Cómo, entonces, había mandado que fueran invitados buenos y malos igualmente, sin indicar a sus siervos que inquirieran sobre los méritos? Con tal procedimiento se indicada, no el carácter de un Dios justo que recompensa según los méritos de los hombres, como ellos afirman, sino de uno que despliega una bondad indiscriminada hacia todos. Ahora, si esto debe entenderse necesariamente del Dios bueno, o sea de Cristo o del Padre de Cristo, ¿qué otra objeción pueden traer contra la justicia del juicio de Dios? ¿Qué injusticia más hay de que acusar al Dios de la ley en lo que ordenó a quien había sido invitado por sus siervos, que habían sido enviados a llamar igualmente a buenos y malos, de ser atado de pies y manos y lanzado en la oscuridad, porque no tenía el vestido apropiado?


Origenes - de principis 2304