Origenes - de principis 3201

El diablo en el Nuevo Testamento

Miremos ahora al Nuevo Testamento, donde Satán se acerca al Salvador para tentarle, donde también se dice que hay espíritus malos y demonios impuros, que habían tomado posesión de muchos y fueron expulsados por el Salvador de los cuerpos de las víctimas, a las que Cristo liberó.

Incluso Judas,, cuando el diablo puso en su corazón traicionar al Maestro, le recibió después totalmente, según está escrito: "Y tras el bocado Satanás entró en él" (Jn 13,27). El apóstol Pablo nos enseña que nosotros no deberíamos dar lugar al diablo; sino "tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y estar firmes, habiendo acabado todo" (Ep 6,13), señalando que los santos "no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo: gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires" (Ep 6,12). Llega a decir que el Salvador fue crucificado por los príncipes de este mundo, que, sin embargo, se deshacen (1Co 2,6).

Mediante todo esto, la Escritura nos enseña que hay ciertos enemigos invisibles que luchan contra nosotros, y contra quien se nos ordena armarnos. De dónde, también, el más simple entre los creyentes en el Señor Cristo opina que todos los pecados que los hombres han cometido son causados por los esfuerzos persistentes de estos poderes adversos ejercidos sobre la mente de los pecadores, porque en esta lucha invisible esos están en una posición de superioridad respecto al hombre. Porque si, por ejemplo, no hubiera diablo, ningún ser humano sería extraviado.

La parte de la naturaleza y la parte de Satanás

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2. Nosotros, sin embargo, que vemos la razón de las cosas más claramente, no apoyamos esta opinión, teniendo en cuenta aquellos pecados que evidentemente provienen como consecuencia necesaria de nuestra constitución corporal.

¿De verdad debemos suponer que el diablo es la causa de nuestro sentimiento de hambre o de sed? Nadie, pienso, se atrevería a mantener esto. Si, entonces, él no es la causa del sentimiento de hambre o sed, ¿en dónde reside la diferencia entre el individuo que ha alcanzado la edad de la pubertad y ese período que han provocado los incentivos del calor natural? Se seguirá, indudablemente, que así como el diablo no es la causa de nuestro sentimiento de hambre o sed, tampoco es la causa de esa apetencia que naturalmente surge en el momento de la madurez, a saber, el deseo de la relación sexual. Es seguro que esta causa no siempre es puesta en movimiento por el diablo, de manera que estuviéramos obligados a suponer que nuestros cuerpos no poseerían ese deseo de relación sexual si no existiera el diablo.

Consideremos, en segundo lugar, si la comida es deseada por los seres humanos, no por sugerencias del diablo, como ya hemos mostrado, sino por una especie de instinto natural, de no haber ningún diablo, ¿sería posible para la experiencia humana exhibir tal contención a la hora de comer como para no exceder los límites apropiados; esto es, no tomar más de lo requerido en el momento o de lo que dicte la razón, cuyo resultado sería que, debido a la mesura y moderación en la comida, nunca se equivocaría? No creo, realmente, que los hombres puedan observar una moderación tan grande (aunque no hubiera instigación del diablo incitando a la gula), ni que ningún individuo, al participar del alimento, no vaya más allá de los límites previstos, a menos que antes haya aprendido a contenerse gracias a la costumbre y la experiencia.

¿Cuál es, entonces, el estado del caso? En el tema de comer y de beber, es posible que nos excedamos, incluso sin ninguna incitación del diablo, si ocurre que somos menos moderados o menos cuidadosos de lo que se supone que deberíamos ser. Entonces, en nuestro apetito por las relaciones sexuales, o en la restricción de nuestros deseos naturales, ¿no es nuestra condición algo similar?

Opino que la misma línea de razonamiento debe aplicarse a otros movimientos naturales como la codicia, la cólera, el dolor, o todos aquellos que, generalmente por el vicio de la intemperancia, exceden los límites naturales de la moderación.

Las semillas del pecado y la ocasión de los demonios

Hay, por lo tanto, razones manifiestas para sostener la opinión que así como en las cosas buenas la voluntad (propositum) humana es por sí misma débil para realizar ninguna cosa buena (porque es por la ayuda divina que se logra la perfección en todo); así también, en las cosas de una naturaleza opuesta recibimos ciertos elementos iniciales, como si fueran semillas de pecado, de aquellas cosas que usamos conforme a la naturaleza; pero cuando nos complacemos más allá de lo que es apropiado, y no resistimos los primeros movimientos de la intemperancia, entonces el poder hostil, tomando ocasión de esta primera transgresión, nos incita y presiona con fuerza por todos lados, buscando extender nuestros pecados sobre un campo más amplio, equipándonos, a nosotros seres humanos, con ocasiones y comienzos de pecados, que estos poderes hostiles extienden a lo largo y ancho, y, si es posible, más allá de todo límite.

Así, cuando los hombres al principio desean un poco de dinero, la codicia comienza a crecer tanto como la pasión aumenta, y, finalmente, tiene lugar la caída en la avaricia. Tras esto, cuando la ceguera de la mente ha sucedido a la pasión, y los poderes hostiles, por su sugerencia, apresuran la mente, ya no es deseado el dinero, sino robado y tomado por la fuerza, o incluso mediante derramamiento de sangre humana.

Finalmente, una evidencia probatoria del hecho de que los vicios de tal enormidad proceden de los demonios, se puede ver fácilmente en esto, que los individuos que son oprimidos por amor inmoderado, o por cólera incontrolable, o dolor excesivo, no sufren menos que los que son físicamente oprimidos por el diablo.

Se registra en ciertas historias, que algunos han caído de un estado de amor a uno de locura, otros de un estado de cólera, no pocos de un estado de dolor, e incluso de una alegría excesiva. De esto resulta, según pienso, que aquelLos poderes adversos, esto es, los demonios que han ganado un sitio en las mentes que les han sido abiertas por la intemperancia, y toman posesión completa de su naturaleza sensible, sobre todo cuando ningún sentimiento de la gloria de la virtud les ha opuesto resistencia.

Tentaciones y Providencia divina

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3. Que hay ciertos pecados, sin embargo, que no provienen de los poderes adversos, si no que toman sus principios de los movimientos naturales del cuerpo, es manifiestamente declarado por el apóstol Pablo: "La carne codicia contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne; y estas cosas se oponen la una a la otra, para que no hagáis lo que quisiereis" (
Ga 5,17). Si, entonces, la carne codicia contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne, a veces tenemos que luchar contra la carne y la sangre, esto es, como hombres que viven y actúan según la carne, cuyas tentaciones no son más grandes que las tentaciones humanas; ya que se nos dice: "No os ha tomado tentación, sino humana; mas fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar; antes dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis aguantar" (1Co 10,13).

Porque así como los presidentes de los juegos públicos no permiten a los competidores entrar en listas sin criterio o por casualidad, sino después de un examen cuidadoso, emparejándolos con la consideración más imparcial por tamaño o edad, este individuo con aquel otro, por ejemplo, jóvenes con jóvenes, hombres con hombres, que están casi relacionados uno con el otro por edad o fuerza; así también tenemos nosotros que entender el procedimiento de la Providencia divina, que ordena según los principios más imparciales todo lo que desciende en la lucha de esta vida humana, según la naturaleza del poder de cada uno, que sólo es conocido a quien pesa los corazones de los hombres, de modo que cada uno pueda luchar contra la tentaciones que puede soportar. A este tienta la carne, a aquel la indulgencia, a uno la ira, a otro la pereza. Uno es expuesto largo tiempo a sus enemigos, otro es retirado pronto de la batalla. En todo podemos observar la verdad del dicho del apóstol: "Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar; antes dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis aguantar" (1Co 10,13). Esto es, cada uno es tentado en proporción a su fuerza o poder de resistencia.

Tentación y victoria

Ahora, aunque hayamos dicho que esto es por el justo juicio de Dios que cada uno es tentado conforme a su fuerza o resistencia, no debemos suponer, sin embargo, que quien es tentado debería salir victorioso del conflicto.

De manera parecida a quien compite en los juegos, aunque emparejado con su adversario sobre un principio justo de confrontación, no por eso será necesariamente el triunfador. Pero, a menos que la fuerza de los combatientes sea igual, el premio del vencedor no será ganado justamente; ni tampoco se echará la culpa con justicia al vencido. En el caso de Dios, Él no permite que seamos tentados "más allá de lo que somos capaces", sino en proporción a nuestras fuerzas. Y está escrito que juntamente con la tentación nos dará la salida para que podamos resistir. Pero depende de nosotros usar el poder que nos ha dado con energía o debilidad.

No hay duda de que en cada tentación tenemos un poder de resistencia, si empleamos correctamente la fuerza que se nos concede. Pero no es lo mismo poseer el poder de conquistar que salir victoriosos, como el apóstol mismo nos ha mostrado en lenguaje cauteloso diciendo: "Dios dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis aguantar (1Co 10,13), no que lo hagamos realmente, ya que muchos entran en tentación y son vencidos por ella.

Ahora bien, Dios no nos capacita para no entrar en tentación, pues entonces no habría lucha, sino que nos otorga el poder de resistirla.

Este poder que nos es dado para poder vencer puede ser usado, conforme a nuestra facultad de libre albedrío, de una manera diligente, y entonces resultar victorioso; o de una manera perezosa y terminar derrotados. Porque si se nos diera el poder total de vencer a pesar de todo, y nunca ser derrotados, ¿qué razón hay para permanecer en una lucha en la que no se puede ser vencido? ¿O qué mérito resulta de una victoria donde se quita el poder de la resistencia? Pero si la posibilidad de conquistar es igualmente conferida a todos, y si está en nuestro propio poder cómo usar esta posibilidad, a saber, con diligencia o negligencia, entonces el derrotado será justamente censura-> do y el vencedor merecidamente alabado.

De estos puntos que estamos hablando, como mejor podemos, pienso que es claramente evidente que hay ciertas transgresiones que en ningún caso cometemos bajo la presión de los poderes malignos; mientras que hay otras a las que somos incitados por instigación de su parte por nuestra indulgencia excesiva e inmoderada. De donde se sigue que hemos de informarnos acerca de cómo los poderes adversos producen estas incitaciones dentro de nosotros.

El conflicto de las sugerencias satánicas

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4. En lo que concierne a los pensamientos que provienen de nuestro corazón, o el recuerdo de las cosas que hemos hecho, o la contemplación de cualquier cosa o causa, encontramos que a veces proceden de nosotros, y a veces son originados por los poderes adversos; no pocas veces también son sugeridos por Dios o por los ángeles santos.

Tal declaración puede parecer increíble (fabulosum), a menos que sea confirmada por el testimonio de la santa Escritura; que los pensamientos surgen de nosotros, lo declara David en los Salmos diciendo: "El pensamiento del hombre te confesará, y el resto de su pensamiento observará tus fiestas" (
Ps 76,10). Que también lo causan los poderes adversos, lo muestra Salomón en el libro de Eclesiastés, de la manera siguiente: "Si el espíritu del príncipe se exaltare contra ti, no dejes tu lugar; porque la lenidad hará cesar grandes ofensas" (Ez 10,4).

También el apóstol Pablo llevará el testimonio al mismo punto en las palabras: "Destruyendo consejos, y toda altura que se levanta contra la ciencia de Dios, y cautivando todo intento a la obediencia, de Cristo (2Co 10,5). Que esto es un efecto debido a Dios es declarado por David, cuando dice en los Salmos: "Bienaventurado el hombre que tiene su fortaleza en ti; en cuyo corazón están tus caminos" (Ps 84,5). Y el apóstol dice que "Dios puso en el corazón de Tito" (2Co 8,16).

Que ciertos pensamientos son sugeridos a los corazones de los hombres por ángeles buenos y malos, se muestra, en ambos casos, por el ángel que acompañó a Tobías (Tobías, caps. 5, 6), y por el texto del profeta, donde dice: "Y me dijo el ángel que hablaba conmigo" (Za 1,14). El libro del Pastor declara lo mismo, diciendo que cada individuo es atendido por dos ángeles, que siempre que surgen buenos pensamientos en nuestros corazones, se debe al ángel bueno; pero cuando surgen de una clase opuesta, se debe a la instigación del ángel malo (Hermas, 6,2). Lo mismo declara Bernabé en su Epístola, donde dice hay dos caminos, uno de luz y otro de tinieblas, en los que él afirma que ciertos ángeles son colocados: los ángeles de Dios en el camino de luz, los ángeles de Satán en el camino de oscuridad.

No vayamos, sin embargo, a imaginarnos que cualquier otro resultado sigue de lo que es sugerido a nuestro corazón, sea bueno o malo, salvo una conmoción mental solamente, y una incitación que nos inclina al bien o al mal. Porque está dentro de nuestro alcance, cuando un poder maligno ha comenzado a incitarnos al mal, echar lejos de nosotros las malas sugerencias, y oponernos a los estímulos viles, y no hacer nada que sea merecedor de culpa. Y, por otra parte, es posible, cuando un poder divino nos llama a mejores cosas, no obedecer la llamada; siendo nuestra libertad preservada en ambos casos.

En las páginas precedentes dijimos que ciertos recuerdos de acciones buenas o malas nos fueron sugeridos por un acto de la providencia divina o por los poderes adversos, como se muestra en el libro de Ester, cuando Artajerjes no recordó los servicios de aquel hombre justo Mardo-queo, pero, cuando cansado de sus noches de vigilia, Dios puso en su mente que pidiera que se leyesen los anales donde estaban registrados los grandes hechos por los cuales recordó los beneficios recibidos de Mardoqueo, y ordenó que su enemigo Aman fuera ahorcado, y él recibiera honores espléndidos, así como la impunidad del peligro que le amenazaba, concedido a toda la nación santa.

Por otra parte, sin embargo, debemos suponer que por la influencia hostil del diablo fue introducida en las mentes del sumo sacerdote y los escribas la sugerencia que hicieron a Pilato, cuando vinieron a él y dijeron: "Señor, nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré" (Mt 27,63). También el designio de Judas, respecto a la traición de nuestro Señor y Salvador, no provino de la maldad de su mente sola, ya que la Escritura declara que "el diablo ya le había puesto en su corazón el traicionarlo" (Jn 13,2). Por eso Salomón ordena correctamente: "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón" (Pr 4,23). Y el Apóstol Pablo nos advierte: "Por tanto, es menester que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que no nos escurramos" (He 2,1). Y cuando dice" No deis lugar al diablo" (Ep 4,27), muestra por esta prescripción que es por ciertos actos, o una especie de pereza mental, que se da lugar al diablo, de modo que, si entra una vez en nuestro corazón, tomará posesión de nosotros, o al menos contaminará el alma, si no ha obtenido el dominio entero sobre ella, arrrojando sobre nosotros sus dardos ardientes; por los cuales somos a veces profundamente heridos, y a veces sólo nos prenden fuego. Raramente, en verdad, y sólo en muy pocos casos, son apagados estos dardos ardientes como para no encontrar un lugar donde puedan herir, excepto cuando uno se cubre con el escudo fuerte y poderoso de la fe.

La declaración en la Epístola a los Efesios: "No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires" (Ep 6,12), debe ser entendida como si el "nosotros" significara, "yo-Pablo, y vosotros-efesios", y todos los que luchan no contra la carne y la sangre; ya que hemos de luchar contra principados y potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, no como los corintios, cuya lucha era todavía contra la carne y la sangre, a quienes no había sobrevenido ninguna tentación sino la que es común al hombre.

El poder de Cristo para vencer

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5. No supongamos, sin embargo, que cada individuo tiene que contender contra todos estos adversarios. Porque es imposible para cualquier hombre, aunque fuera un santo, mantener batalla contra todos ellos al mismo tiempo. Si este de verdad fuera el caso de algún modo, lo cual es ciertamente imposible, la naturaleza humana no podría soportarlo sin ser destruida totalmente. Pero, por ejemplo, si a cincuenta soldados se les ordenase enfrentarse a otros cincuenta, no entenderían que esta orden significara que uno de ellos había de contender solo contra los cincuenta, sino que cada uno diría correctamente "nuestra guerra es contra los cincuenta", todos contra todos; así también tiene que entenderse el significado del apóstol Pablo, que todos los atletas y soldados de Cristo tienen que pelear y luchar contra todos los adversarios enumerados, la lucha, desde luego, mantenida contra todos, pero por individuos solos con poderes individuales, o al menos en tal manera que sea determinado por Dios, que es el presidente justo del combate.

Porque soy de la opinión de que hay un cierto límite en los poderes de la naturaleza humana, aunque puedan ser los de Pablo, de quien se dice: "Instrumento escogido me es éste" (
Ac 9,15); o de Pedro, contra quien las puertas del infierno no prevalecen (Mt 16,18); o de Moisés, el amigo de Dios; aun así, ninguno de ellos podría sostener el asalto simultáneo de los poderes adversos sin su destrucción, a no ser que obrara en ellos la sola fuerza de quien dijo: "Confiad, yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). Por lo tanto, Pablo exclama confiadamente: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Ph 4,13). Y otra vez: "He trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios que fue conmigo" (1Co 15,10).

En base a este poder, cuya operación ciertamente no es de origen humano, Pablo podía decir: "Estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rm 8,38-39).

Pienso que la naturaleza humana sola no puede mantener una contienda con ángeles y con los poderes excelsos y profundos y con cualquier otra criatura; sino que cuando siente la presencia del Señor que mora dentro de él, la confianza en la ayuda divina le lleva a decir: "El Señor es mi luz y mi salvación: ¿de quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida: ¿de quién he de atemorizarme? Cuando se allegaron contra mí los malignos, mis angustiadores y mis enemigos, para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron. Aunque se asiente campo contra mí, no temerá mi corazón: Aunque contra mí se levante guerra, yo en esto confío" (Ps 27,1-3). De lo que deduzco que un hombre quizás nunca sea capaz de vencer a un poder adverso a menos que cuente con el socorro de la asistencia divina. De ahí, también, que se diga que el ángel luchó con Jacob. Aquí, sin embargo, entiendo que el escritor da a entender que no es lo mismo para un ángel luchar contra Jacob y haber luchado contra él; sino que el ángel que lucha con él es quien estuvo presente con él para asegurar su seguridad, quien, después de conocer también su progreso moral, le dio además el nombre de Israel (Gn 32,28), esto es, el que lucha con Dios o Dios lucha, y le asiste en la contienda; viendo que allí hubo indudablemente otro ángel con quien él contendió, y contra quien él tuvo que continuar su pelea. Finalmente, Pablo no ha dicho que luchamos con príncipes, o con poderes, sino contra principados y potestades. Y de ahí, aunque Jacob luchó, fue incuestionablemente contra alguno de esos poderes que resisten a la raza humana y a todos los santos, según declara Pablo. Por lo tanto, por fin, dice la Escritura que "luchó con el ángel, y tenía el poder de Dios",115 así que la lucha es apoyada por la ayuda del ángel, pero el premio del éxito conduce al conquistador a Dios.

La permisión divina de las pruebas

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6. En verdad, no debemos suponer que las luchas de esta clase se sostienen por el ejercicio de fuerza corporal y de las artes de lucha, sino que el espíritu contiende con el espíritu, según la declaración de Pablo, que nuestra lucha es contra principados y potestades, contra señores de las tinieblas de este mundo. Más bien, lo siguiente debe entenderse como la naturaleza de la lucha; cuando, por ejemplo, pérdidas y peligros caen sobre nosotros; o se nos hacen calumnias y falsas acusaciones, el objeto de los poderes hostiles no es que nosotros debamos sufrir estas pruebas solamente, sino que por medio de ellas seamos llevados al exceso de ira o al dolor, o al último hoyo de la desesperación; o al menos, lo que es un pecado más grande, ser forzados a quejarnos contra Dios, cuando fatigados y vencidos por cualquier molestia, como si no administrara justa y equitativamente la vida humana; cuya consecuencia puede ser la debilidad de la fe, la decepción de nuestra esperanza, o el abandono de la verdad de nuestras opiniones, o albergar sentimientos irreligiosos en cuanto a Dios.

A tal efecto se han escrito ciertas cosas sobre Job, después que el diablo solicitó de Dios el poder de quitarle todos los bienes que tenía. Por lo cual también se nos enseña que no es por ningún ataque accidental que somos asaltados, cuando sea que suframos alguna pérdida de propiedad; ni se debe a la casualidad que uno sea tomado prisionero, o cuando el edificio de aquellos que nos son queridos se hunde y los aplasta, causándoles la muerte; para que en todas estas ocurrencias cada creyente pueda decir: "Ninguna potestad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba" (
Jn 19,11).

Observa que la casa de Job no cayó sobre sus hijos hasta que el diablo no recibió primero el poder sobre ellos;116 tampoco los jinetes hubieran hecho irrupción en tres escuadrones, llevarse sus camellos o sus bueyes, y su ganado, a no ser que se hubieran entregado primeramente como siervos de su voluntad al espíritu que los instigaba.

Tampoco ese fuego o rayo, como parece ser, hubiera caído sobre las ovejas del patriarca, si antes el diablo no hubiera dicho a Dios: "¿No le has cercado tú a él, y a su casa, y a todo lo que tiene en derredor? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto su hacienda ha crecido sobre la tierra. Mas extiende ahora tu mano, y toca a todo lo que tiene, y verás si no te blasfema en tu rostro" (Jb 1,10).

Nada es operado directamente por Dios, y nada sin Él

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7. El resultado de todos los comentarios precedentes es mostrar que todos los acontecimientos del mundo que se consideran de una clase intermedia, tanto si son desafortunados como afortunados, no son causados por Dios, ciertamente, y tampoco sin Él. Por otra parte, Dios no sólo no impide los poderes malos y adversos que están deseando traer desgracias sobre nosotros para lograr su objetivo, sino que permite su libre actuación, aunque sólo en ciertas ocasiones y en casos muy particulares, como en Job, por ejemplo, que durante un tiempo cayó bajo el poder de otros y tuvo su casa atrapada por personas injustas.

La santa Escritura, por tanto, nos enseña a recibir todo lo que pasa como enviado por Dios, sabiendo que sin El nada ocurre. ¿Cómo podemos nosotros dudar que tal sea el caso, es decir, que nada pasa al hombre sin la voluntad de Dios, cuando nuestro Señor y Salvador declara: "¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre" (
Mt 10,29)?

La necesidad del caso nos ha alejado en una extensa digresión del tema de la lucha emprendida por los poderes hostiles contra el hombre, y de aquellos tristes acontecimientos que sobrevienen a la vida humana, esto es, las tentaciones, según a la declaración de Job: "¿No es la vida entera del hombre sobre la tierra una tentación?" (Jb 7,1),117 para que en el modo en que ocurren y el espíritu en que las enfrentamos, puedan manifestarse claramente.

Notemos a continuación cómo cae el hombre en el pecado del falso conocimiento, o con qué objeto los poderes adversos persiguen implicarnos en ese conflicto.

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3. LA TRIPLE SABIDURÍA

La superior sabiduría de Dios

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1. El santo apóstol, deseando enseñarnos alguna verdad grande y oculta respecto a la ciencia y la sabiduría, dice en la primera epístola a los corintios: "Hablamos sabiduría de Dios entre perfectos; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que se deshacen; mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria; la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de gloria" (
1Co 2,6-8). En este pasaje, deseando describir las clases diferentes de sabiduría, el apóstol indica que hay una sabiduría de este mundo, y una sabiduría de los príncipes de este siglo, y otra sabiduría de Dios. Pero cuando usa la expresión "sabiduría de los príncipes de este siglo", no pienso que signifique una sabiduría común a todos los príncipes de este mundo, sino más bien una que es peculiar a algunos individuos entre ellos. Así que cuando dice: "Hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria" (1Co 2), debemos preguntarnos cuál sea su significado, si es la misma sabiduría de Dios que estuvo oculta en otros tiempos y otras generaciones, sin ser dada a conocer a los hijos de los hombres como ahora ha sido revelada a los santos apóstoles y profetas, y que fue también la sabiduría de Dios antes del advenimiento del Salvador, mediante la que Salomón obtuvo su sabiduría, y en referencia a la cual el lenguaje del Salvador mismo declara que Él enseñó más que Salomón: "He aquí más que Salomón en este lugar" (Mt 12,42), palabras que muestran, que los que han sido instruidos por el Salvador han sido instruidos en algo más elevado que el conocimiento de Salomón. Ya que si alguien afirmara que el Salvador, en verdad, poseyó mayor conocimiento que Salomón, pero que no lo comunicó a otros más de lo que hizo Salomón, ¿cómo va a ponerse de acuerdo con la declaración que sigue: "La reina de Saba se levantará en el juicio con esta generación, y la condenará; porque vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón; y he aquí más que Salomón en este lugar" (Mt 12,42).

Hay, por lo tanto una sabiduría de este siglo, y también, probablemente, una sabiduría que pertenece a cada príncipe individual de este siglo. Pero en lo que concierne a la sabiduría de Dios solo, percibimos que esto es indicado, que actuó en un grado menor en otros tiempos anteriores y más antiguos, y que después se reveló y manifestó más plenamente por medio de Cristo. Sin embargo, examinaremos la sabiduría de Dios en el lugar apropiado.

La sabiduría del mundo

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2. Ahora, ya que estamos tratando la manera en que los poderes adversos fomentan disputas, mediante las cuales introducen el falso conocimiento en la mente de los hombres y extravían sus almas, mientras que ellos se imaginan que han descubierto la sabiduría, pienso que es necesario distinguir la sabiduría de este mundo, y de los príncipes de este mundo, para que así podamos descubrir quiénes son los padres de esta sabiduría, o mejor, de estas clases de sabiduría. Soy de la opinión, por tanto, como he declarado arriba, que hay otra sabiduría de este mundo al lado de las diferentes clases de sabiduría que pertenece a los príncipes de este mundo, por cuya sabiduría parecen entenderse y comprenderse las cosas que pertenecen a este mundo.

Esta sabiduría, sin embargo, no posee en sí misma ninguna propiedad para formarse ninguna opinión sobre cosas divinas o el plan del gobierno del mundo, o cualquier otro tema de importancia para una vida buena y feliz; sino que es tal que trata del arte y de la poesía, por ejemplo, la gramática, o la retórica, o la geometría, o la música, en la que también, quizás, la medicina debería ser clasificada. En todos estos temas debemos suponer que se incluye la sabiduría de este mundo.

Por sabiduría de los príncipes de este mundo entendemos la que se presenta como la filosofía secreta y oculta, como ellos la llaman, de los egipcios, y la astrología de los caldeos y de los indios, que profesan tener el conocimiento de cosas elevadas y también la múltiple variedad de opiniones que prevalece entre los griegos en cuanto a las cosas divinas. En consecuencia, en las santas Escrituras encontramos que hay príncipes sobre naciones particulares; como leemos en Daniel, donde se habla de un príncipe del reino de Persia, y otro príncipe del reino de Grecia, que claramente se muestras, por la naturaleza del pasaje, que no son seres humanos, sino ciertos poderes (cap. 10). En las profecías de Ezequiel, el príncipe de Tiro es mostrado sin lugar a dudas como una especie de poder espiritual (cap. 26). Cuando estos y otros de la misma clase, poseyendo cada uno su propia sabiduría, y aumentando sus propias opiniones y sentimientos, contemplaron a nuestro Señor y Salvador, profesando y declarando que Él había venido a este mundo con el propósito de destruir todas las opiniones de la ciencia, falsamente así llamada, ellos, no sabiendo lo que había sido oculto en Él, inmediatamente le pusieron una trampa: "Estarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra el Señor, y contra su Ungido" (
Ps 2,2). Pero sus trampas fueron descubiertas y los planes que se habían propuesto se manifestaron al crucificar al Señor de gloria; por eso el apóstol dice: "Hablamos sabiduría de Dios entre perfectos; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que se deshacen; mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria; la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de gloria" (1Co 2,6-8).

Príncipes y potencias espirituales de este mundo

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3. Ciertamente debemos procurar averiguar si aquella sabiduría de los príncipes de este mundo, que ellos procuran imbuir en los hombres, es introducida en sus mentes por los poderes adversos, con el propósito de atraparles y perjudicarles, o sólo con el propósito de engañarles, esto es, sin el propósito de hacerles ningún mal; pero, como los príncipes de este mundo consideran que tales opiniones son verdaderas, desean impartir a otros lo que ellos mismos creen que es la verdad; esta es la opinión que me inclino a adoptar. Porque, por poner un ejemplo, ciertos autores griegos, o dirigentes de algunas sectas heréticas,

después de haber inculcado un error en la doctrina en vez de la verdad, y habiendo llegado a la conclusión en sus propias mentes que tal es la verdad, proceden, a continuación, a intentar convencer a otros de lo correcto de sus opiniones. Así, de la misma manera, hemos de suponer que proceden los espíritus de este mundo, en el que se han asignado ciertas naciones a determinadas potencias espirituales, que por ello son llamados "príncipes de este mundo".

Además de estos príncipes, hay ciertas energías especiales de este mundo, es decir, poderes espirituales que causan ciertos efectos, que ellos mismos escogen producir, en virtud de su libre voluntad. A estos pertenecen aquellos príncipes que practican la sabiduría de este mundo; siendo, por ejemplo, una energía y un poder peculiar, que es el inspirador de la poesía; otro, de la geometría; y así un poder separado, para recordarnos cada una de las artes y las profesiones de esta clase.

Finalmente, muchos escritores griegos han opinado que el arte de la poesía no puede existir sin la locura; por ello se narra varias veces en sus historias, que aquellos que llaman poetas vates), fueron repentinamente acometidos por una especie de espíritu de locura. ¿Y qué diremos de los que elos qosiciones poéticas que son la admiración y el asombro de todos.

Debemos suponer que todos estos efectos son causados de la siguiente manera: Así como las almas santas e inmaculadas, después de dedicarse por completo a Dios en afecto y pureza, y después de mantenerse libres de todo contagio de espíritus malos y de ser purificados por una larga abstinencia, llenos de una educación santa y religiosa, asumen por este medio una porción de la divinidad y adquieren la gracia de la profecía y otros dones divinos, así también debemos suponer que los que se ponen en el camino de los poderes adversos, a quienes deliberadamente admiran y adoptan su manera de vida y hábitos, reciben su inspiración, y se hacen partícipes de su sabiduría y doctrina. El resultado de esto es que son poseídos con el poder de esos espíritus a cuyo servicio se han sometido.


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