Origenes - de principis 3304

Energías, sugerencias y libre voluntad

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4. Respecto a los que enseñan de una manera diferente a lo que la regla de la Escritura permite en lo que concierne a Cristo, no es tarea ociosa averiguar si es con un propósito traidor que los poderes adversos, en su lucha por impedir la creencia en Cristo, han inventado ciertas doctrinas fabulosas e impías; o si, al oír la palabra de Cristo, y no ser capaces de echarlo del secreto de su conciencia, y menos retenerla pura y santa, tienen, por medio de instrumentos convenientes para su uso, e introducen errores mediante sus profetas, por así llamarlos, contrarios a la regla de la verdad cristiana.

Antes bien, debemos suponer que el apóstata y los poderes del refugiado, que se han apartado de Dios por la maldad misma de su mente y voluntad, o por envidia de los que están preparados para recibir la verdad y ascender al rango que ellos tuvieron antes de caer, inventan todos esos errores e ilusiones de la falsa doctrina, con el fin de impedir cualquier progreso en dirección a la verdad.

Está claramente establecido por muchas pruebas, que mientras el alma del hombre exista en este cuerpo, puede admitir energías diferentes, esto es, operaciones de una diversidad de espíritus buenos o malos. Ahora bien, los espíritus malos tienen un doble modo de proceder, a saber, cuando toman posesión completa y total de la mente, sin permitir a sus cautivos el poder de comprender o sentir, como es el caso, por ejemplo, de los comúnmente llamados posesos (energúmenos), a quienes vemos privados de razón y locos -como los que el Señor curó, según relata el Evangelio-; o cuando por sus malas sugerencias depravan un alma sensible e inteligente con pensamientos de varias clases, persuadiéndola al mal, de lo que Judas es una ilustración, pues fue inducido por la sugerencia de un diablo a cometer el crimen de traición, según declara la Escritura: "el diablo ya había metido en el corazón de Judas, traicionarle" (
Jn 13,2).

Pero un hombre recibe la energía, esto es, el poder de obrar, de un espíritu bueno, cuando está animado e incitado por el bien y se inspira en cosas celestiales o divinas, como los santos ángeles. Dios mismo obró en los profetas,

despertando y exhortándolos por sus santas sugerencias hacia un mejor curso de vida, aun así, ciertamente, permaneció en la voluntad y juicio de los individuos estar dispuestos o indispuestos a seguir la llamada divina y las cosas celestiales.

De esta distinción manifiesta se ve cómo el alma es movida por la presencia de un espíritu mejor, a saber, si no encuentra ninguna perturbación o enajenación mental de la inspiración inminente, ni pierde el libe control de su voluntad; como, por ejemplo, es el caso de todos, sean profetas o apóstoles, que ministraron las respuestas divinas sin ninguna perturbación de mente. Más aún, por la sugestión de un buen espíritu la memoria del hombre se despierta al recuerdo de cosas mejores cosas, como ya mostramos en los ejemplos anteriores, cuando mencionamos los casos de Mardoqueo y Artajerjes.

Causas antecedentes al nacimiento del alma en el cuerpo

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5. Pienso que después deberíamos investigar cuáles son las razones por las que un alma humana es trabajada a veces por un espíritu bueno y otras por un espíritu malo, cuyo fundamento sospecho que es anterior al nacimiento corporal del individuo, como Juan el Bautista mostró por su salto y regocijo estando en la matriz de su madre, cuando la voz del saludo de María alcanzó los oídos de su madre Elisabet;118 y cómo Jeremías el profeta declara, que fue conocido por Dios antes de haber sido formado en la matriz de su madre, y santificado antes de nacer, y mientras aún era muchacho recibió la gracia de la profecía.119

Por otro lado, se ha mostrado más allá de toda duda, que algunos han sido poseídos por espíritus hostiles desde el principio de sus vidas; esto es, algunos nacieron con un espíritu malo, y otros, según historias creíbles, han practicado la adivinación desde la niñez. Otros han estado bajo la influencia del demonio llamado Pitón, es decir, el espíritu ventriloquial, desde el comienzo de su existencia.

Para los que mantienen que todo en el mundo está bajo la administración de la Divina Providencia (como es también nuestra propia creencia), todos estos casos, me parece mí, pueden no tener ninguna respuesta, así que para mostrar que ninguna sombra de injusticia se cierne sobre el gobierno divino, hay que sostener que hay ciertas causas de existencia previa, a consecuencia de las cuales las almas, antes de su nacimiento en el cuerpo, contrajeron una cierta cantidad de culpa en su naturaleza sensitiva, o en sus movimientos, en razón a la cual han sido juzgadas dignas por la Providencia Divina de estar colocadas en esta condición. Porque un alma siempre está en posesión de libre albedrío, tanto cuando está en el cuerpo como fuera de él; y la libertad de la voluntad siempre se dirige al bien o al mal.

Ningún ser racional y sentiente, esto es, la mente o el alma, puede existir sin algún movimiento, sea bueno o malo. Y es probable que esos movimientos provean razones para el mérito incluso antes de hacer nada en este mundo; de manera que en base a esos méritos son, inmediatamente en su nacimiento, e incluso antes, por así decir, clasificados por la Divina Providencia para resistir el bien o el mal.

Dejemos, entonces, que estas sean nuestras opiniones sobre esos lotes que caen sobre los hombres, sea inmediatamente después del nacimiento, o incluso antes de entrar en la luz. Pero en cuanto a las sugerencias que se hacen al alma, es decir, a la facultad de pensamiento humano, por espíritus diferentes, que despiertan en los hombres ganas de realizar actos buenos o malos, incluso en tal caso debemos suponer que a veces allí existían ciertas causas anteriores al nacimiento corporal.

Porque ocasionalmente la mente, cuando vigilante, y echando lejos de sí lo que es malo, pide de sí ayuda para lo bueno; o si por el contrario, fuera negligente y perezosa, esto deja lugar, por insuficiente precaución, para esos espíritus que, aguardando en secreto como ladrones, buscan la forma de precipitarse en las mentes de hombres cuando ven una residencia preparada para ellos por la pereza; como dice el apóstol Pedro: "Vuestro adversario el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar" (
1P 5,8).I20 En base a esto, nuestro corazón ha de ser guardado con todo esmero, de día y de noche, sin dar ningún lugar al diablo. Pero debemos hacer todo esfuerzo posible para que los ministros de Dios -los espíritus que son enviados a ministrar a los herederos de salvación-121 puedan encontrar un lugar en nosotros, y entrar encantados en la habitación de invitados de nuestra alma. Y así, morando con nosotros, puedan guiarnos con sus consejos; si, de verdad, ellos encontraran la vivienda de nuestro corazón adornada por la práctica de virtud y la santidad. Pero sea suficiente lo que ya hemos dicho, como mejor pudimos, sobre aquellos poderes que son hostiles a la raza humana.

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4. LAS TENTACIONES

Teorías sobre la naturaleza del alma

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1. En mi opinión, el tema de las tentaciones humanas no debe ser pasado por alto, ni mantenido en silencio en este contexto. La tentación surge a veces de la sangre y la carne, o de la sabiduría de la carne y la sangre, que, como se dice,122 es hostil a Dios. Y si es verdadera la declaración que algunos alegan, a saber, que cada individuo tiene como si fuera dos almas, lo determinaremos después de explicar la naturaleza de las tentaciones, que, como se dice, son más poderosas que nada de origen humano, esto es, las que sostenemos "contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires" (
Ep 6,12); o a las que somos sometidos por espíritus impuros y demonios de maldad.

En la investigación de este tema, pienso que debemos inquirir según un método lógico si hay en nosotros, seres humanos, que estamos compuestos de alma y cuerpo y espíritu vital, algún otro elemento que posea una incitación propia, y que evoque un movimiento hacia el mal. Porque una cuestión de esta clase algunos acostumbran discutirla de este modo: si, según se dice, dos almas coexisten dentro de nosotros, la una es más divina y celestial y la otra inferior; o si, por el hecho mismo de estar insertos en una estructura corporal, que según su propia naturaleza está muerta, y totalmente desprovistos de vida -viendo por nosotros que el cuerpo material deriva su vida de nuestra alma, y que es contrario y hostil al espíritu-, somos llevados y atraídos a la práctica de los espíritus malos que se conforman al cuerpo; o si, en tercer lugar -que fue la opinión de algunos filósofos griegos-,123 aunque nuestra alma es una en sustancia, consiste, sin embargo, en varios elementos, una parte llamada racional y otra irracional, y la que es llamada parte irracional se separa a su vez en dos afectos: los de codicia y pasión. Estas tres opiniones, entonces, en cuanto al alma que hemos establecido arriba, las hemos encontrado sostenidas por alguien, pero la que hemos mencionado como propia de los filósofos griegos, a saber, que el alma es tripartita, no veo que se encuentre grandemente confirmada por la autoridad de la santa Escritura; mientras que respecto a las dos restantes, se encuentra un número considerable de pasajes de las santas Escrituras que puede aplicárseles.

La teoría de dos almas, una celestial y otra terrenal

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2. De estas opiniones discutamos primero la que algunos mantienen, que hay en nosotros un alma buena y celestial y otra terrenal e inferior, que el alma mejor es implantada en nosotros desde el cielo, tal como fue el caso de Jacob mientras estaba en el vientre de su madre, que le dio el premio de la victoria al suplantar a su hermano Esaú; y el caso de Jeremías, que fue santificado desde su nacimiento; y el de Juan, que fue lleno del Espíritu Santo desde la matriz.

Por contra, la que llaman alma inferior alegan que es producida juntamente con la semilla del cuerpo mismo, de donde dicen que no puede vivir o subsistir sin el cuerpo, por cuya razón dicen también que es llamada frecuentemente carne. Porque la expresión "la carne codicia contra el Espíritu" (
Ga 5,17), ellos la toman no para ser aplicada a la carne, sino a este alma, que es propiamente el alma de la carne. Por estas palabras, además, procuran hacer buena la declaración de Levítico: "El alma de toda carne, su vida, está en su sangre" (Lv 17,14). Porque, de la circunstancia que es la difusión de la sangre en todas partes de la carne la que produce la vida en la carne, ellos afirman que este alma, de la que se dice que es la vida de toda la carne, está contenida en la sangre.

Además, la afirmación "la carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la carne"; y la restante, "el alma de toda carne, su vida, está en su sangre", están, según estos escritores, simplemente llamando a la sabiduría de la carne por otro nombre, porque es una especie de espíritu material, que no está sujeto a la ley de Dios, ni puede estar, porque tiene deseos terrenales y corporales. Y es respecto a esto que ellos piensan que el apóstol pronunció las palabras: "Veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi espíritu, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros" (Rm 7,23). Pero, y si alguien les objetara que estas palabras se refieren a la naturaleza del cuerpo, que de acuerdo a la particularidad de su naturaleza está muerto, pero tiene sensibilidad, o sabiduría, que es hostil a Dios, o que lucha contra el espíritu. O si uno les dijera que, en cierto grado, la carne misma fue poseída por una voz, que gritara contra el padecimiento del hambre, o la sed, o el frío, o cualquier incomodidad que surge de la abundancia o de la pobreza, ellos procurarían debilitar y contrarrestar la fuerza de tales argumentos mostrando que hay muchas otras perturbaciones mentales que no derivan su origen en ningún aspecto de la carne, y aun así el espíritu lucha contra ellas, como la ambición, la avaricia, la emulación, la envidia, el orgullo, y cosas semejantes; y viendo que la mente humana o el espíritu mantiene contra ellos una especie de competición, ellos asentarían como causa de todos estos males nada más que el alma corporal de la que venimos hablado, y que es generada de la semilla por un proceso de traducianismo.

También acostumbran aducir en apoyo de su aserción, la declaración del apóstol: "Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, disolución, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, banquetes, y cosas semejantes a éstas" (Ga 5,19-21), afirmando que todas ellas no derivan su origen de los hábitos o placeres de la carne de manera que deban considerarse tales movimientos como inherente a esa sustancia que no tiene un alma, esto es, el alma.

La declaración, además: "Mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles" (1Co 1,26), parecería requerir para ser entendida la existencia de una clase de sabiduría carnal y material, y de otra según el espíritu. La primera no puede en realidad llamarse sabiduría, a menos que haya un alma de la carne, que es sabia respecto a lo que se llama sabiduría carnal. En añadidura a estos pasajes, aducen el siguiente: "Porque la carne codicia contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne; y estas cosas se oponen la una a la otra, para que no hagáis lo que quisiereis" (Ga 5,17). ¿Qué son esas cosas de las que dice, "para que no hagáis lo que quisiereis"? Es cierto, contestan, que el espíritu no es entendido aquí; porque la voluntad del espíritu no sufre ningún obstáculo. Pero tampoco puede referirse a la carne, porque si no tiene alma propia, tampoco puede poseer voluntad.

Queda, pues, que la voluntad de este alma se entiende que es capaz de tener una voluntad de suyo propio, que ciertamente se opone a la voluntad del espíritu. Y si este es el caso, queda establecido que la voluntad del alma es algo intermedio entre la carne y el espíritu, indudablemente obedeciendo y sirviendo a uno de dos que haya elegido obedecer. Y si cede a los placeres de la carne, esto hace a los hombres carnales; pero cuando se une con el Espíritu, produce hombres del Espíritu, que, por esta razón, son llamados espirituales. Y este parece ser el significado de las palabras del apóstol: "Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros" (Rm 8,9).

Conforme a esto tenemos que averiguar qué es esta voluntad intermedia entre la carne y el espíritu, además de la voluntad que se dice pertenecer a la carne o el espíritu. Porque se mantiene como cierto que cualquier cosa que se diga operada por el espíritu es producto de la voluntad del espíritu, y todo lo que se llama obra de la carne procede de la voluntad de la carne. ¿Qué es, entonces, la voluntad del alma, además de esto, que recibe un nombre separado, cuya voluntad opone el apóstol a "nuestra ejecución",124 "para que no hagáis lo que quisiereis". Por esto parecería entenderse que no debería adherirse a ninguno de los dos, esto es, ni a la carne ni al espíritu. Pero alguien dirá, que es mejor para el alma ejecutar su propia voluntad que la de la carne; por otra parte, es mejor hacer la voluntad del espíritu que la propia voluntad. ¿Cómo, entonces, dice el apóstol: "para que no hagáis lo que quisiereis"? Porque en esta competición que es sostenida entre la carne y el espíritu, el espíritu en ningún caso está seguro de la victoria, siendo manifiesto que en muchos individuos la carne tiene el dominio.

El peligro de la tibieza

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3. Pero ya que el tema de discusión en que hemos entrado es de gran profundidad, es necesario considerarlo en todos sus sentidos. Veamos si algún punto como el siguiente no puede ser determinado; así como es mejor para el alma seguir al espíritu cuando éste ha vencido la carne, también, si parece un curso peor para el alma seguir la carne en sus luchas contra el espíritu, cuando éste recordara al alma su influencia, sin embargo, puede parecer un procedimiento más ventajoso para el alma estar bajo el dominio de la carne que permanecer bajo el poder de su propia voluntad. Porque, ya que se dice que no es ni caliente, ni fría, sino que está en una especie de condición tibia, encontrará la conversión una empresa lenta y algo difícil.125 Si en verdad se uniera a la carne, entonces, saciada en extremo, y llena de aquellos males que sufre de los vicios de la carne, y como cansada de las pesadas cargas del lujo y la lujuria, pudiera convertirse con facilidad y mayor rapidez de la inmundicia de materia al deseo de las cosas divinas, y al gusto de las gracias espirituales.

Debe suponerse que el apóstol dijo: "El Espíritu contiende contra la carne, y la carne contra el Espíritu, para que no podamos hacer las cosas que quisiéramos, se entiende las cosas que se designan como estando más allá de la voluntad del espíritu y de la carne, dando a entender, como si lo expresáramos en otras palabras, que es mejor para un hombre estar en un estado de virtud o de malicia, que en ninguno de ellos, porque el alma, antes de su conversión al espíritu y su unión con él, aparece durante su unión al cuerpo y su meditación en cosas carnales, en no una buena condición, ni tampoco manifiestamente mala, sino que se parece, por así decirlo, a un animal.

Sin embargo, es mejor para ella, si es posible, hacerse espiritual por la adhesión al espíritu; pero si no puede hacerlo, es más oportuno que siga la maldad de la carne, que, colocada bajo la influencia de su propia voluntad, conservar la posición de un animal irracional.

Estos puntos los acabamos de discutir con mayor extensión de la querida, en nuestro deseo de considerar cada opinión individual, de modo que no vaya a suponerse que han escapado a nuestra atención y que son generalmente presentados por los que inquieren si hay dentro de nosotros otra alma distinta a la celestial y racional, que se llama carne, o sabiduría de la carne, o alma de la carne.

Los "deseos" de la carne y su significado

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4. Veamos ahora la respuesta que generalmente se da a las afirmaciones de quienes mantienen que hay en nosotros un movimiento y una vida, procedentes de una y la misma alma, cuya salvación o destrucción se atribuye al resultado de sus propias acciones.

En primer lugar, veamos de qué naturaleza son las conmociones del alma que sufrimos, cuando nos sentimos interiormente arrastrados en direcciones diferentes, y comienza una especie de competición de pensamientos en nuestros corazones; ciertas probabilidades nos son sugeridas, de acuerdo a las cuales nos inclinamos ahora a este lado, luego al otro; a veces somos convencidos de error, y otras aprobamos lo que hacemos. No es nada notable, sin embargo, decir de los espíritus malos, que tienen un juicio variable y conflictivo, sin armonía consigo mismo, ya que este es el caso que hallamos en todos los hombres siempre que al deliberar sobre un acontecimiento incierto, piden consejo y consideran y consultan cuál es el curso a seguir mejor y más útil. No es por lo tanto sorprendente que, si dos probabilidades se presentan, y sugieren opiniones enfrentadas, la mente sea arrastrada en direcciones contrarias. Por ejemplo, si un hombre es conducido por la reflexión para creer y temer a Dios, entonces no puede decirse que la carne codicia contra el Espíritu; pero entre la incertidumbre de qué pueda ser lo verdadero y lo ventajoso, la mente es arrastrada en direcciones opuestas.

Así también, cuando se supone que la carne provoca a la indulgencia de la lujuria, pero que mejores consejos hacen que se oponga a la atracción de esa clase, no debemos suponer que es una vida resistiendo a otra, sino que es la tendencia de la naturaleza del cuerpo, que está impaciente por vaciar y limpiar los sitios llenos de la humedad seminal; como, de forma parecida, no debe suponerse que es algún poder adverso, o la vida de otra alma, lo que excita en nosotros el apetito de la sed, y nos impele a beber, o que hace que sintamos hambre y nos lleve a satisfacerla. Pero así como es por el movimiento natural del cuerpo que la comida y la bebida es deseada o rechazada, así también la semilla natural, reunida en el curso del tiempo en los múltiples vasos, tiene un deseo impaciente de ser expulsada y arrojada, y está muy lejos de no ser removida jamás, excepto por el impulso de alguna causa excitante, y a veces es emitida espontáneamente.

Por tanto, cuando se dice que "la carne codicia contra el Espíritu" (
Ga 5,17), esas personas entienden que esta expresión significa que el hábito o necesidad, o el placer de la carne mueven al hombre y le apartan de las cosas divinas y espirituales. Pues, debido a la necesidad del cuerpo de ser arrastrado, no nos está permitido tener tiempo de ocio para las cosas divinas, que son beneficiosas para toda la eternidad. Así que del alma, dedicándose al logro de cosas divinas y espirituales, y estando unida al espíritu, se dice que lucha contra la carne, no permitiendo que se relaje por indulgencia, y se haga inestable por la influencia de los placeres por lo que siente un deleite natural.

De esta manera ellos también dicen entender las palabras "la sabiduría de la carne es enemistad contra Dios" (Rm 8,7).126 No que la carne tenga realmente un alma, o sabiduría propia. Pero como acostumbramos decir, por un abuso del lenguaje, que la tierra tiene sed, y desea beber agua, el empleo de la palabra "deseo" no es propio, sino parabólico, como cuando decimos que una casa quiere o busca ser reconstruida, y muchas otras expresiones similares; así también hay que entender la expresión "sabiduría de la carne", o "la carne codicia contra el Espíritu".

Generalmente ellos relacionan esta expresión con esta otra: "La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra" (Gn 4,10). Pero lo que clama al Señor no es propiamente la sangre derramada, sino que se dice impropia, parabólicamente que la sangre pide venganza de quien la ha derramado.

Asimismo, la declaración del apóstol: "Veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi espíritu" (Rm 7,23), ellos la entienden como si hubiera dicho, que quien desea dedicarse a la palabra de Dios es, debido a sus hábitos y necesidades corporales, que como una especie de ley está establecido en el cuerpo, distraído, dividido e impedido, a no ser que, dedicándose enérgicamente al estudio de la sabiduría, es capacitado para contemplar los misterios divinos.

¿Ha creado Dios lo que es hostil a sí mismo?

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5. Con respecto a la siguiente clasificación de las obras de la carne, a saber, herejías, envidias, contiendas, y otras, ellos entienden que la mente, al hacerse más grosera debido a su concesión a las pasiones del cuerpo, y siendo oprimida por la masa de sus vicios, y no teniendo sentimientos refinados o espirituales, se dice que se hace carne, y deriva su nombre de aquello en lo que exhibe más vigor y fuerza de voluntad.

También se plantean la siguiente pregunta: "¿Quién será hallado, o de quién se dirá que es el creador de este sentido malo, llamado el sentido de la carne?" Porque ellos defienden la opinión de que no hay ningún otro creador del alma y la carne que Dios. Y si nosotros afirmáramos que el Dios bueno creó todo lo que es hostil en su propia creación, pare que es un absurdo manifiesto. Entonces, si está escrito: "la sabiduría carnal es enemistad contra Dios" (
Rm 8,7) y se declara que es resultado de la creación, Dios

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5. EL MUNDO Y SU PRINCIPIO EN EL TIEMPO

Creación y consumación del mundo

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1. Ahora, ya que es uno de los artículos de la Iglesia sostenido principalmente a consecuencia de nuestra creencia en la verdad de nuestra historia sagrada, a saber, que este mundo ha sido creado y tomó su principio en un cierto tiempo, y en conformidad al ciclo del tiempo decretado para todas las cosas será destruido debido a su corrupción, no es nada absurdo discutir unos pocos puntos relacionados con este tema. Y hasta donde alcanza la credibilidad de la Escritura, sus declaraciones sobre este tema son prueba suficiente. Hasta los herejes, aunque abiertamente opuestos a muchas otras cosas, en este punto parecen uno solo, cediendo a la autoridad de la Escritura.

Respecto a la creación del mundo, ¿puede la Escritura darnos más información que la que Moisés nos ha transmitido sobre su origen? Aunque comprende materias de significado más profundo que la mera narración histórica parece indicar y contiene muchas cosas que tienen que entenderse espiritualmente; emplea la letra como una clase de velo al tratar temas profundos y místicos. No obstante, el lenguaje del narrador muestra que todas las cosas visibles fueron creadas en un cierto tiempo.

Pero tocante a la consumación del mundo, Jacob es el primero en dirigir a sus hijos estas palabras: "Juntaos, y os declararé lo que os ha de acontecer en los postreros días" (
Gn 49,1), o días últimos. Si, entonces, hay "últimos días" o un período de "días últimos", los días que tuvieron un principio necesariamente deben venir a un final. David, también declara: "Los cielos perecerán, y tú permanecerás; y todos ellos como un vestido se envejecerán; como una ropa de vestir los mudarás, y serán mudados: Mas tú eres el mismo, y tus años no se acabarán" (Ps 102,26-27).

Nuestro Señor y Salvador, al decir "el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo" (Mt 19,4), atestigua que el mundo fue creado; y otra vez, cuando dice: "El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán" (Mt 24,35), señala que son perecederos, y han de venir a un final. El apóstol, además, al declarar que "las criaturas sujetas fueron a vanidad, no de grado, mas por causa del que las sujetó con esperanza, luego también las mismas criaturas serán libradas de la servidumbre de corrupción en la libertad gloriosa de los hijos de Dios" (Rm 8,20-21), evidentemente anuncia el final del mundo; como también hace cuando dice: "La apariencia de este mundo se pasa" (1Co 7,31).

Ahora bien, mediante la expresión utilizada: "las criaturas fueron sujetas a vanidad", muestra que hubo un principio de este mundo; ya que si la criatura fue sujeta a vanidad debido a alguna esperanza, esto seguramente se hizo por una causa; y viendo que fue por una causa, necesariamente debió tener un principio; porque sin algún principio la criatura no podría ser sujeta a vanidad, ni tampoco podría esperar ser liberada de la esclavitud de corrupción, que no hubo comenzado a servir. Pero quien decida buscar a su placer, encontrará numerosos pasajes en la santa Escritura en los que se dice que el mundo tiene un principio y espera un final.

Dios abarca todas las cosas en base a su principio

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2. Pero si hay alguien aquí que opone a la autoridad o a la credibilidad de nuestras Escrituras, le preguntaría si él afirma que Dios puede o no puede abarcar todas las cosas. Afirmar que no puede sería un acto evidente de impiedad. Si entonces contesta, como debe ser, que Dios abarca todas las cosas, se sigue del hecho mismo de su capacidad de abarcar, que hay que entender que todo tiene un principio y un final, sabiendo que lo que es totalmente sin principio no puede ser abarcado en absoluto. Porque por mucho que pueda extenderse el entendimiento, la facultad de comprehender sin límites desaparece cuando se afirma que no hay principio.

La creación de múltiples mundos

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3. A esto ellos presentan generalmente la siguiente objeción: "Si el mundo tuvo su principio en el tiempo, qué hacía Dios antes de que el mundo comenzara?127 Es, de inmediato, impío y absurdo decir que la naturaleza de Dios es inactiva e inmovible o suponer que la bondad no hizo bien en un tiempo, o que la omnipotencia no ejerció su poder en un tiempo". Tal es la objeción que acostumbran hacer a nuestra declaración de que este mundo tuvo su principio en un cierto tiempo, y que, de acuerdo a nuestra creencia en la Escritura, podemos calcular los años de su duración pasada.

Considero que ningún hereje puede responder fácilmente a estas proposiciones que esté en conformidad con la naturaleza de sus opiniones. Pero nosotros podemos dar una respuesta lógica conforme a la regla de la piedad (regulam pietatis), cuando decimos que no fue entonces por primera vez que Dios comenzó a obrar al hacer este mundo visible; sino que así como después de su destrucción habrá otro mundo, creemos que también existieron otros anteriores al presente. Ambas posiciones serán confirmadas por la autoridad de la santa Escritura.

Que habrá otro mundo después de este lo enseña Isaías cuando dice: "Como los cielos nuevos y la nueva tierra, que yo hago, permanecen delante de mí" (
Is 66,22), y que han existido otros mundos a éste, se dice en Eclesiastés, con las palabras: "¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que se pueda decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido" (Ez 1,9-10). De acuerdo con estos testimonios queda establecido que hubo edades (saecula) antes de las nuestras, y que habrá otras después.

Sin embargo no hay que suponer que los múltiples mundos existieron inmediatamente, sino que, después del final de este mundo presente, otros tomarán su principio; respecto a lo cual es innecesario repetir cada declaración particular, viendo que ya lo hemos hecho así en las páginas precedentes.

La creación de este mundo como "descenso"

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4. Este punto, en verdad, no debe ser ociosamente pasado por alto, que las santas Escrituras han llamado la creación del mundo por un nombre nuevo y peculiar, llamándolo katabolé, que ha sido traducido muy incorrectamente al latín como constitutio; porque en griego katabolé significa más bien dejicere, esto es, "descenso"; una palabra que ha sido incorrectamente traducida al latín, como ya hemos comentado, por la frase constitutio mundi, como en el Evangelio según Juan, donde el Salvador dice: "Habrá entonces grande aflicción, cual no fue desde el principio del mundo" (
Mt 24,21), en cuyo pasaje katabolé es traducido por principio (constitutio), que debe entenderse como hemos explicado arriba.

También el apóstol, en la Epístola a los Efesios, emplea el mismo lenguaje diciendo: "Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo" (Ep 1,4), a esta fundación él la llama katabolé, entendida en el mismo sentido que antes. Parece que vale la pena, entonces, preguntar qué se propone por este término nuevo; y opino en verdad que ya que la consumación final de los santos será en el reino "de lo invisible y lo eterno" (2Co 4,18), tenemos que concluir, como frecuentemente hemos señalado en las páginas precedentes, que las criaturas racionales tuvieron un momento inicial semejante a lo que será aquel momento final, y que si su comienzo fue semejante al fin que les espera, en su condición inicial existieron en el reino "de lo invisible y lo eterno". Si esto es así, hay que pensar que no sólo descendieron de una condición superior a otra inferior las almas que merecieron tal tránsito a causa de la diversidad de sus impulsos,128 sino también otras que aun contra su voluntad fueron trasladadas de aquel mundo superior e invisible a este inferior y visible para beneficio de todo el mundo. Porque, en efecto, "la criatura ha sido sometida a la vanidad contra su voluntad, por causa de aquel que la sometió en esperanza" (Rm 8,20). De esta suerte, el sol, la luna, las estrellas o los ángeles de Dios, pueden cumplir un servicio en el mundo, y este mundo visible ha sido hecho para estas almas que por los muchos defectos de su disposición racional tenían necesidad de estos cuerpos más burdos y sólidos.

La palabra katabolé (que significa descenso, y es usada en la Escritura con referencia a la constitución del mundo), parece indicar este "descenso" de las realidades superiores a lo inferior. Es verdad, sin embargo, que toda la creación lleva consigo una esperanza de libertad, para ser liberada de la servidumbre de la corrupción, cuando sean reducidos a unidad los hijos de Dios que cayeron o fueron dispersados, cuando hayan cumplido en este mundo aquellas funciones que sólo conoce Dios, artífice de todo. Y hay que pensar que el mundo ha sido hecho de tal naturaleza y magnitud que puedan ejercitarse en él todas las almas que Dios ha determinado, así como también todas aquellas virtudes que están dispuestas para asistir y servir a aquellas. Pero que todas las criaturas racionales son de la misma naturaleza es algo que puede probarse con muchos argumentos; sólo así puede quedar a salvo la justicia de Dios en todas sus disposiciones, a saber, poniendo en cada una de ellas la causa por la que ha sido colocada en tal orden determinado de vivientes o en tal otro.


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