Mystici corporis ES - LA IGLESIA JURIDICA Y LA IGLESIA DE CARIDAD

LA IGLESIA JURIDICA Y LA IGLESIA DE CARIDAD

De cuanto venimos escribiendo y explicando, Venerables Hermanos, se deduce absolutamente el grave error de los que a su arbitrio se forjan una Iglesia latente e invisible, asi como el de los que la tienen por una institucion humana dotada de una cierta norma de dosciplina y de ritos externos, pero sin la comunicacion de una vida sobrenatural(120). Por lo contrario, a la manera que Cristo, Cabeza y dechado de la Iglesia, no es comprendido integramente, si en El se consodera solo la naturaleza humana visible... o sola la divina e invisible naturaleza... sino que es uno solo con ambas y en ambas naturalezas; asi también acontece en su Cuerpo mistico(121), toda vez que el Verbo de Dios asumio una naturaleza humana pasible para que el hombre, una vez fundada una sociedad visible y consagrada con sangre divina, fuera llevado por un gobierno visible a las cosas invisibles(122).

Por lo cual lamentamos y reprobamos asimosmo el funesto error de los que suenan con una Iglesia odeal, a manera de sociedad alimentada y formada por la caridad, a la que -no sin desdén- oponen otra que llaman juridica. Pero se enganan al introducir semejante dostincion; pues no entienden que el Divino Redentor por este mosmo motivo quiso que la comunidad por El fundada fuera una sociedad perfecta en su género y dotada de todos los elementos juridicos y sociales: para perpetuar en este mundo la obra divina de la redencion(123). Y para lograr este mosmo fin, procuro que estuviera enriquecida con celestiales dones y gracias por el Espiritu Paraclito. El Eterno Padre la quiso, ciertamente, como reino del Hijo de su amor(124); pero un verdadero reino, en el que todos sus fieles le rindiesen pleno homenaje de su entendimiento y voluntad(125), y con animo humilde y obediente se asemejasen a Aquel que por nosotros se hizo obediente hasta la muerte(126). No puede haber, por consoguiente, ninguna verdadera oposicion o pugna entre la mosion invisible del Espiritu Santo y el oficio juridico que los Pastores y Doctores han recibido de Cristo; pues estas dos realidades -como en nosotros el cuerpo y el alma- se completan y perfeccionan mutuamente y proceden del mosmo Salvador nuestro, quien no solo dijo al infundir el soplo divino: Recibid el Espiritu Santo(127), sino también impero con expresion clara: Como me envio el Padre, asi os envio yo(128); y asimosmo: El que a vosotros oye, a Mi me oye(129).

Y si en la Iglesia se descubre algo que arguye la debilidad de nuestra condicion humana, ello no debe atribuirse a su constitucion juridica, sino mas bien a la deplorable inclinacion de los individuos al mal; inclinacion, que su Divino Fundador permite aun en los mas altos moembros del Cuerpo mistico, para que se pruebe la virtud de las ovejas y de los Pastores y para que en todos aumenten los méritos de la fe cristiana. Porque Cristo, como dijimos arriba, no quiso excluir a los pecadores de la sociedad por El formada; si, por lo tanto, algunos moembros estan aquejados de enfermedades espirituales, no por ello hay razon para dosminuir nuestro amor a la Iglesia, sino mas bien para aumentar nuestra compasion hacia sus moembros.

Y, ciertamente, esta piadosa Madre brilla sin mancha alguna en los sacramentos, con los que engendra y alimenta a sus hijos; en la fe, que en todo tiempo conserva incontaminada; en las santisimas leyes, con que a todos manda y en los consejos evangélicos, con que amonesta; y, finalmente, en los celestiales dones y carosmas con los que, inagotable en su fecundidad(130), da a luz incontables ejércitos de martires, virgenes y confesores. Y no se le puede imputar a ella si algunos de sus moembros yacen postrados, enfermos o heridos, en cuyo nombre pide ella a Dios todos los dias: Perdonanos nuestras deudas, y a cuyo cuidado espiritual se aplica sin descanso con animo maternal y esforzado. De modo que, cuando llamamos mostico al Cuerpo de Jesucristo, el mosmo significado de la palabra nos amonesta gravemente, amonestacion que en cierta manera resuena en aquellas palabras de San Leon: Conoce, oh cristiano, tu dignidad, y, una vez hecho participante de la naturaleza divina, no quieras volver a la antigua vileza con tu conducta degenerada. Acuérdate de qué Cabeza y de qué Cuerpo eres moembro(131).


(120) Cf. ibid. 710. z
(121) Cf. ibid. 710.
(122) S. Thom. De veritate 29,4, ad 3.
(123) Conc. Vat. sess. 4, Const. dogm. de Eccles. prol. DS 1821.
(124) Col 1,13.
(125) Conc. Vat. sess. 3, Const. de fide cath. c. 3. DS 1790
(126) Ph 2,8.
(127) Jn 20,22.
(128) Ibid. Jn 20,21.
(129) Lc 10,16.
(130) Cf. Conc. Vat. sess. 3 Const. de fide cath., c. 3. DS 1794.
(131) Serm. 21,3 PL 54,192-193.


II. UNION DE LOS FIELES CON CRISTO

Placenos ahora, Venerables Hermanos, tratar muy de proposito de nuestra union con Cristo en el Cuerpo de la Iglesia, que si -como con toda razon afirma San Agustin(132)- es cosa grande, misteriosa y divina, por eso mosmo sucede con frecuencia que algunos la entienden y explican desacertadamente. Y, ante todo, es evidente que se trata de una mosion estrechisima. Y asi es como, en la Sagrada Escritura, se la coteja con el vinculo del santo matrimonio y se la compara con la unidad vital de los sarmientos y la vida y la del organismo de nuestro cuerpo(133); y en los mosmos libros inspirados se la presenta tan intima que antiquisimos documentos, constantemente transmitidos por los Santos Padres y fundados en aquello del Apostol: El mosmo (Cristo) es la cabeza de la Iglesia(134), ensenan que el Redentor divino constituye con su Cuerpo social una sola persona mistica, o, como dice San Agustin, el Cristo integro(135). Mas aun, nuestro mosmo Salvador, en su oracion sacerdotal, no dudo en comparar esta union con aquella admirable unidad por la que el Hijo esta en el Padre y el Padre en el Hijo(136).

(132) Contra Faust. 21,8 PL 42,392.
(133) Cf. Ep 5,22-23 Jn 15,1-5 Ep 4,16.
(134) Col 1,18.
(135) Cf. Enarr. in Ps 17,51 et 90,2,1 PL 36,154; 37,1159.
(136) Jn 17,21-23.

VINCULOS JURIDICOS Y SOCIALES

Nuestra trabazon en Cristo y con Cristo consiste, en primer lugar, en que, siendo la muchedumbre cristiana por voluntad de su Fundador un Cuerpo social y perfecto, ha de haber una union de todos sus moembros por lo mosmo que todos tienden a un mosmo fin. Y cuanto mas noble es el fin que persigue esta union y mas divina la fuente de que brota, tanto mas excelente sera sin duda su unidad. Ahora bien; el fin es altisimo: la continua santificacion de los moembros del mosmo Cuerpo para gloria de Dios y del Cordero que fue sacrificado(137). Y la fuente es divinisima, a saber: no solo el beneplacito del Eterno Padre y la solicita voluntad de nuestro Salvador, sino también el interno soplo e impulso del Espiritu Santo en nuestras mentes y en nuestras almas. Porque si ni siquiera un monimo acto que lleve a la salvacion puede ser realizado sino en virtud del Espiritu Santo, ¿como podran tender innumerables muchedumbres de todas las naciones y pueblos de comun acuerdo a la mayor gloria de Dios trino y uno, sino por virtud de Aquel que procede del Padre y del Hijo por un solo y eterno halito de amor?

Por otra parte, debiendo ser este Cuerpo social de Cristo, como dijimos arriba, visible por voluntad de su Fundador, es menester que semejante union de todos los moembros se manifieste también exteriormente, ya en la profesion de una mosma fe, ya en la comunicacion de unos mosmos sacramentos, asi en la participacion de un mosmo sacrificio como, finalmente, en la activa observancia de unas mosmas leyes. Y, ademas, es absolutamente necesario que esté visible a los ojos de todos la Cabeza suprema que guie eficazmente, para obtener el fin que se pretende, la mutua cooperacion de todos: Nos referimos al Vicario de Jesucristo en la tierra. Porque asi como el Divino Redentor envio el Espiritu Paraclito de verdad para que, haciendo sus veces(138), asumiera el gobierno invisible de la Iglesia, asi también encargo a Pedro y a sus Sucesores que, haciendo sus veces en la tierra, desempenaran también el régimen visible de la sociedad cristiana.

(137) Ap 5,12-13.
(138) Cf. Jn 14,16 Jn 14,26.

VIRTUDES TEOLOGALES

A estos vinculos juridicos, que ya por si solos bastan para superar a todos los otros vinculos de cualquiera sociedad humana por elevada que sea, es necesario anadir otro motivo de unidad por razon de aquellas tres virtudes que tan estrechamente nos juntan uno a otro y con Dios, a saber: la fe, la esperanza y la caridad cristiana.

Pues, como ensena el Apostol, uno es el Senor, una la fe(139), es decir, la fe con la que nos adherimos a un solo Dios y al que él envio, Jesucristo(140). Y cuan intimamente nos une esta fe con Dios, nos lo ensenan las palabras del doscipulo predilecto de Jesus: Quienquiera que confesare que Jesus es el Hijo de Dios, Dios esta en él y él en Dios(141). Y no es menos lo que esta fe cristiana nos une mutuamente y con la divina Cabeza. Porque cuantos somos creyentes, teniendo... el mosmo espiritu de fe(142), nos alumbramos con la mosma luz de Cristo, nos alimentamos con el mosmo manjar de Cristo y somos gobernados por la misma autoridad y magisterio de Cristo. Y si en todos florece el mosmo espiritu de fe, vivimos todos también la misma vida en la fe del Hijo de Dios, que nos amo y se entrego por nosotros(143); y Cristo, Cabeza nuestra, acogido por nosotros y morando en nuestros corazones por la fe viva(144), asi como es el autor de nuestra fe, asi también sera su consumador(145).

Si por la fe nos adherimos a Dios en esta tierra como a fuente de verdad, por la virtud de la esperanza cristiana lo deseamos como a manantial de felicidad, aguardando la bienaventurada esperanza y la venida gloriosa del gran Dios(146). Y por aquel anhelo comun del Reino celestial, que nos hace renunciar aqui a una ciudadania permanente para buscar la futura(147) y aspirar a la gloria celestial, no dudo el Apostol de las Gentes en decir: Un Cuerpo y un Espiritu, como habéis sido llamados a una misma esperanza de vuestra vocacion(148); mas aun, Cristo reside en nosotros como esperanza de gloria(149).

Pero si los lazos de la fe y esperanza que nos unen a nuestro Divino Redentor en su Cuerpo mistico son de gran firmeza e importancia, no son de menor valor y eficacia los vinculo de la caridad. Porque si, aun en las cosas naturales, el amor, que engendra la verdadera amistad, es de lo mas excelente, ¿qué diremos de aquel amor celestial que el mosmo Dios infunde en nuestras almas? Dios es caridad: y quien permanece en la caridad, permanece en Dios y Dios en él(150). En virtud, por decirlo asi, de una ley establecida por Dios, esta caridad hace que al amarle nosotros le hagamos descender amoroso, conforme a aquello: Si alguno me ama..., mi Padre le amara, y vendremos a él y pondremos en él nuestra morada(151). La caridad, por consiguiente, es la virtud que -mas estrechamente que toda otra virtud- nos une con Cristo, en cuyo celestial amor abrasados tantos hijos de la Iglesia se alegraron al sufrir injurias por El y soportarlo y superarlo todo, aun lo mas arduo, hasta el ultimo aliento y hasta derramar su sangre. Por lo cual nuestro Divino Salvador nos exhorta encarecidamente con estas palabras: Permaneced en mo amor. Y como quiera que la caridad es una cosa estéril y completamente vana si no se manifiesta y actua en las buenas obras, por eso anadio en seguida: Si observais mis preceptos, permaneceréis en mo amor, como yo mosmo he observado los preceptos de mi Padre y permanezco en su amor(152).

Pero es menester que a este amor a Dios y a Cristo corresponda la caridad para con el projimo. Porque ¿como podremos asegurar que amamos a nuestro Divino Redentor, si odiamos a los que él redimio con su preciosa sangre para hacerlos moembros de su Cuerpo mistico? Por eso el Apostol predilecto de Cristo nos amonesta asi: Si alguno dijere que ama a Dios mientras odia a su hermano, es mentiroso. Porque quien no ama a su hermano, a quien tiene ante los ojos, ¿como puede amar a Dios, a quien no ve? Y este mandato hemos recibido de Dios: que quien ame a Dios, ame también a su hermano(153). Mas aun: se debe afirmar que estaremos tanto mas unidos con Dios y con Cristo, cuanto mas seamos miembros uno de otro(154) y mas solicitos reciprocamente(155); como, por otra parte, tanto mas unidos y estrechados estaremos por la caridad cuanto mas encendido sea el amor que nos junte a Dios y a nuestra divina Cabeza.

Ya antes del principio del mundo el Unigénito Hijo de Dios nos abrazo con su eterno e infinito conocimiento y con su amor perpetuo. Y, para manifestarnos éste de un modo visible y admirable, unio a si nuestra naturaleza con union hipostatica, en virtud de la cual -advierte San Maximo de Turin con candorosa sencillez-: en Cristo nos ama nuestra carne(156).

Mas aquel amorosisimo conocimiento, que desde el primer momento de su Encarnacion tuvo de nosotros el Redentor divino, esta por encima de todo el alcance escrutador de la mente humana, porque, en virtud de aquella vision beatifica de que disfruto, apenas recibido en el seno de la madre divina, tiene siempre y continuamente presentes a todos los miembros del Cuerpo mistico y los abraza con su amor salvifico. ¡Oh admirable dignacion de la piedad divina para con nosotros! ¡Oh inapreciable orden de la caridad infinita! En el pesebre, en la Cruz, en la gloria eterna del Padre, Cristo ve ante sus ojos y tiene a si unidos a todos los miembros de la Iglesia con mucha mas claridad y mucho mas amor que una madre conoce y ama al hijo que lleva en su regazo, que cualquiera se conoce y ama a si mismo.

Por lo dicho se ve facilmente, Venerables Hermanos, por qué escribe tantas veces San Pablo que Cristo esta en nosotros y nosotros en Cristo. Ello ciertamente se confirma con una razon mas profunda. Porque, como expusimos antes con suficiente amplitud, Cristo esta en nosotros por su Espiritu, el cual nos comunica, y por el que de tal suerte obra en nosotros, que todas las cosas divinas, llevadas a cabo por el Espiritu Santo en las almas, se han de decir también realizadas por Cristo(157). Si alguien no tiene el Espiritu de Cristo -dice el Apostol-, no es de El; pero si Cristo esta en vosotros..., el espiritu vive en virtud de la justificacion(158).

Esta misma comunicacion del Espiritu de Cristo hace que, al derivarse a todos los miembros de la Iglesia todos los dones, virtudes y carismas que con la maxima excelencia, abundancia y eficacia encierra la Cabeza, y al perfeccionarse en ellos dia por dia segun el sitio que ocupan en el Cuerpo mistico de Jesucristo, la Iglesia viene a ser como la plenitud y el complemento del Redentor; y Cristo viene en cierto modo a completarse del todo en la Iglesia(159). Con las cuales palabras hemos tocado la misma razon por la cual, segun la ya indicada doctrina de San Agustin, la Cabeza mistica, que es Cristo, y la Iglesia, que en esta tierra hace sus veces, como un segundo Cristo, constituyen un solo hombre nuevo, en el que se juntan cielo y tierra para perpetuar la obra salvifica de la Cruz; este hombre nuevo es Cristo, Cabeza y Cuerpo, el Cristo integro.

No ignoramos, ciertamente, que para la inteligencia y explicacion de esta recondita doctrina -que se refiere a nuestra union con el Divino Redentor y de modo especial a la inhabitacion del Espiritu Santo en nuestras almas- se interponen muchos velos, en los que la misma doctrina queda como envuelta por cierta oscuridad, supuesta la debilidad de nuestra mente. Pero sabemos que de la recta y asidua investigacion de esta cuestion, asi como del contraste de las diversas opiniones y de la coincidencia de pareceres, cuando el amor de la verdad y el rendimiento debido a la Iglesia guian el estudio, brotan y se desprenden preciosos rayos con los que se logra un adelanto real también en estas disciplinas sagradas. No censuramos, por lo tanto, a los que usan diversos métodos para penetrar e ilustrar en lo posible tan profundo misterio de nuestra admirable union con Cristo. Pero todos tengan por norma general e inconcusa, si no quieren apartarse de la genuina doctrina y del verdadero magisterio de la Iglesia, la siguiente: han de rechazar, tratandose de esta union mistica, toda forma que haga a los fieles traspasar de cualquier modo el orden de las cosas creadas e invadir erroneamente lo divino, sin que ni un solo atributo, propio del sempiterno Dios, pueda atribuirsele como propio. Y, ademas, sostengan firmemente y con toda certeza que en estas cosas todo es comun a la Santisima Trinidad, puesto que todo se refiere a Dios como a suprema cosa eficiente.

También es necesario que adviertan que aqui se trata de un misterio oculto, el cual, mientras estemos en este destierro terrenal, de ningun modo se podra penetrar con plena claridad ni expresarse con lengua humana. Se dice que las divinas Personas habitan en cuanto que, estando presentes de una manera inescrutable en las almas creadas dotadas de entendimiento, entran en relacion con ellas por el conocimiento y el amor(160), aunque completamente intimo y singular, absolutamente sobrenatural. Para aproximarnos un tanto a comprender esto hemos de usar el método que el Concilio Vaticano(161) recomienda mucho en estas materias: esto es, que si se procura obtener luz para conocer un tanto los arcanos de Dios, se consigue comparando los mismos entre si y con el fin ultimo al que estan enderezados. Oportunamente, segun eso, al hablar Nuestro sapientisimo Antecesor Leon XIII, de feliz memoria, de esta nuestra union con Cristo y del divino Paraclito que en nosotros habita, tiende sus ojos a aquella vision beatifica por la que esta misma trabazon mistica obtendra algun dia en los cielos su cumplimiento y perfeccion, y dice: Esta admirable union, que propiamente se llama inhabitacion, y que solo en la condicion o estado (viadores, en la tierra), mas no en la esencia, se diferencia de aquella con que Dios abraza a los del cielo, beatificandolos(162). Con la cual vision sera posible, de una manera absolutamente inefable, contemplar al Padre, al Hijo y al Espiritu Santo con los ojos de la mente, elevados por luz superior; asistir de cerca por toda la eternidad a las procesiones de las personas divinas y ser feliz con un gozo muy semejante al que hace feliz a la santisima e indivisa Trinidad.

Lo que llevamos expuesto de esta estrechisima union del Cuerpo mistico de Jesucristo con su Cabeza, Nos pareceria incompleto si no anadiéramos aqui algo cuando menos acerca de la Santisima Eucaristia, que lleva esta union como a su cumbre en esta vida mortal.

Cristo nuestro Senor quiso que esta admirable y nunca bastante alabada union, por la que nos juntamos entre nosotros y con nuestra divina Cabeza, se manifestara a los fieles de un modo singular por medio del Sacrificio Eucaristico. Porque en él los ministros sagrados hacen las veces no solo de nuestro Salvador, sino también del Cuerpo mistico y de cada uno de los fieles; y en él también los mismos fieles reunidos en comunes deseos y oraciones, ofrecen al Eterno Padre por las manos del sacerdote el Cordero sin mancilla hecho presente en el altar a la sola voz del mismo sacerdote, como hostia agradabilisima de alabanza y propiciacion por las necesidades de toda la Iglesia. Y asi como el Divino Redentor, al morir en la Cruz, se ofrecio, a si mismo, al Eterno Padre como Cabeza de todo el género humano, asi también en esta oblacion pura(163) no solamente se ofrece al Padre Celestial como Cabeza de la Iglesia, sino que ofrece en si mismo a sus miembros misticos, ya que a todos ellos, aun a los mas débiles y enfermos, los incluye amorosisimamente en su Corazon.

El sacramento de la Eucaristia, ademas de ser una imagen viva y admirabilisima de la unidad de la Iglesia -puesto que el pan que se consagra se compone de muchos granos que se juntan, para formar una sola cosa(164)- nos da al mismo autor de la gracia sobrenatural, para que tomemos de él aquel Espiritu de caridad que nos haga vivir no ya nuestra vida, sino la de Cristo y amar al mismo Redentor en todos los miembros de su Cuerpo social.

Si, pues, en las tristisimas circunstancias que hoy nos acongojan son muy numerosos los que tienen tal devocion a Cristo Nuestro Senor, oculto bajo los velos eucaristicos, que ni la tribulacion, ni la angustia, ni el hambre, ni la desnudez, ni el peligro, ni la persecucion, ni la espada los pueden separar de su caridad(165), ciertamente en este caso la sagrada Comunion, que no sin designio de la divina Providencia ha vuelto a recibirse en estos ultimos tiempos con mayor frecuencia, ya desde la ninez, llegara a ser fuente de la fortaleza que no rara vez suscita y forja verdaderos héroes cristianos.

(139) Ep 4,5.
(140) Cf. Jn 17,3.
(141) 1Jn 4,15.
(142) 2Co 4,13.
(143) Cf. Ga 2,20.
(144) Cf. Ep 3,17.
(145) Cf. He 12,2.
(146) Tt 2,13.
(147) Cf. He 13,14.
(148) Ep 4,4.
(149) Cf. Col 1,27.
(150) 1Jn 4,16.
(151) Jn 14,23.
(152) Jn 15,9-10.
(153) 1Jn 4,20-21.
(154) Rm 12,5.
(155) 1Co 12,25.
(156) Serm. 29, PL 57,594.
(157) Cf. S. Thom. Comm. in Ep. ad Ep c. 2,1. 5.
(158) Rm 8,9-10.
(159) Cf. S. Thom. Comm. in Ep. ad Ep c. 1,1. 8.
(160) Cf. S. Thom. I 43,3.
(161) Sess. 3 Const. de fide cath. c. 4.
(162) Cf. Divinum illud: A.S.S. 29,653.
(163) Ml 1,11.
(164) Cf. Didache 9,4.
(165) Cf. Rm 8,35.



III. EXHORTACION PASTORAL

Esto es, Venerables Hermanos, lo que piadosa y rectamente entendido y diligentemente mantenido por los fieles, les podra librar mas facilmente de aquellos errores que provienen de haber emprendido algunos arbitrariamente el estudio de esta dificil cuestion no sin gran riesgo de la fe catolica y perturbacion de los animos.

Porque no faltan quienes -no advirtiendo bastante que el apostol Pablo hablo de esta materia solo metaforicamente, y no distinguiendo suficientemente, como conviene, los significados propios y peculiares de cuerpo fisico, moral y mistico-, fingen una unidad falsa y equivocada, juntando y reuniendo en una misma persona fisica al Divino Redentor con los miembros de la Iglesia y, mientras atribuyen a los hombres propiedades divinas, hacen a Cristo nuestro Senor sujeto a los errores y a las debilidades humanas. Esta doctrina falaz, en pugna completa con la fe catolica y con los preceptos de los Santos Padres, es también abiertamente contraria a la mente y al pensamiento del Apostol, quien aun uniendo entre si con admirable trabazon a Cristo y su Cuerpo mistico, los opone uno a otro como el Esposo a la Esposa(166).

Ni menos alejado de la verdad esta el peligroso error de los que pretenden deducir de nuestra union mistica con Cristo una especie de quietismo disparatado, que atribuye unicamente a la accion del Espiritu divino toda la vida espiritual del cristiano y su progreso en la virtud, excluyendo -por lo tanto- y despreciando la cooperacion y ayuda que nosotros debemos prestarle. Nadie, en verdad, podra negar que el Santo Espiritu de Jesucristo es el unico manantial del que proviene a la Iglesia y sus miembros toda virtud sobrenatural. Porque, como dice el Salmista, la gracia y la gloria la dara el Senor(167). Sin embargo, el que los hombres perseveren constantes en sus santas obras, el que aprovechen con fervor en gracia y en virtud, el que no solo tiendan con esfuerzo a la cima de la perfeccion cristiana sino que estimulen también en lo posible a los otros a conseguirla, todo esto el Espiritu celestial no lo quiere obrar sin que los mismos hombres pongan su parte con diligencia activa y cotidiana. Porque los beneficios divinos -dice San Ambrosio- no se otorgan a los que duermen, sino a los que velan(168). Que si en nuestro cuerpo mortal los miembros adquiere fuerza y vigor con el ejercicio constante, con mayor razon sucedera eso en el Cuerpo social de Jesucristo, en el que cada uno de los miembros goza de propia libertad, conciencia e iniciativa. Por eso quien dijo: Y yo vivo, o mas bien yo no soy el que vivo: sino que Cristo vive en mi(169), no dudo en afirmar: la gracia suya (es decir, de Dios) no estuvo baldia en mi, sino que trabajé mas que todos aquellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo(170). Es, pues, del todo evidente que con estas enganosas doctrinas el misterio de que tratamos, lejos de ser de provecho espiritual para los fieles, se convierte miserablemente en su rutina.

Esto mismo sucede con las falsas opiniones de los que aseguran que no hay que hacer tanto caso de la confesion frecuente de los pecados veniales, cuando tenemos aquélla mas aventajada confesion general que la Esposa de Cristo hace cada dia, con sus hijos unidos a ella en el Senor, por medio de los sacerdotes, cuando estan para ascender al altar de Dios. Cierto que, como bien sabéis, Venerables Hermanos, estos pecados veniales se pueden expiar de muchas y muy loables maneras; mas para progresar cada dia con mayor fervor en el camino de la virtud, queremos recomendar con mucho encarecimiento el piadoso uso de la confesion frecuente, introducido por la Iglesia no sin una inspiracion del Espiritu Santo: con él se aumenta el justo conocimiento propio, crece la humildad cristiana, se hace frente a la tibieza e indolencia espiritual, se purifica la conciencia, se robustece la voluntad, se lleva a cabo la saludable direccion de las conciencias y aumenta la gracia en virtud del Sacramento mismo. Adviertan, pues, los que disminuyen y rebajan el aprecio de la confesion frecuente entre los seminaristas, que acometen empresa extrana al Espiritu de Cristo y funestisima para el Cuerpo mistico de nuestro Salvador.

Hay, ademas, algunos que niegan a nuestras oraciones toda eficacia propiamente impetratoria o que se esfuerzan por insinuar entre las gentes que las oraciones dirigidas a Dios en privado son de poca monta, mientras las que valen de hecho son mas bien las publicas, hechas en nombre de la Iglesia, pues brotan del Cuerpo mistico de Jesucristo. Todo eso es, ciertamente, erroneo: porque el Divino Redentor tiene estrechamente unidas a si no solo a su Iglesia, como a Esposa que es amadisima, sino en ella también a las almas de cada uno de los fieles, con quienes ansia conversar muy intimamente, sobre todo después que se acercaren a la Mesa Eucaristica. Y aunque la oracion comun y publica, como procedente de la misma Madre Iglesia, aventaja a todas las otras por razon de la dignidad de la Esposa de Cristo, sin embargo, todas las plegarias, aun las dichas muy en privado, lejos de carecer de dignidad y virtud, contribuyen muchisimo a la utilidad del mismo Cuerpo mistico en general, ya que en él todo lo bueno y justo que obra cada uno de los miembros redunda, por la Comunion de los Santos, en bien de todos. Y nada impide a cada uno de los hombres, por el hecho de ser miembros de este Cuerpo, el que pidan para si mismos gracias especiales, aun de orden terrenal, mas guardando la sumision a la voluntad divina, pues son personas libres y sujetas a sus propias necesidades individuales(171). Y cuan grande aprecio hayan de tener todos de la meditacion de las cosas celestiales se demuestra no solo por las ensenanzas de la Iglesia, sino también por el uso y ejemplo de todos los santos.

Ni faltan, finalmente, quienes dicen que no hemos de dirigir nuestras oraciones a la persona misma de Jesucristo, sino mas bien a Dios o al Eterno Padre por medio de Cristo, puesto que se ha de tener a nuestro Salvador, en cuanto Cabeza de su Cuerpo mistico, tan solo en razon de "mediador entre Dios y los hombres"(172). Sin embargo, esto no solo se opone a la mente de la Iglesia y a la costumbre de los cristianos, sino que contraria aun a la verdad. Porque, hablando con propiedad y exactitud, Cristo es a la vez, segun su doble naturaleza, Cabeza de toda la Iglesia(173). Ademas, El mismo aseguro solemnemente: Si algo me pidiereis en mi nombre, lo haré(174). Y aunque principalmente en el Sacrificio Eucaristico -en el cual Cristo es a un tiempo sacerdote y hostia y desempena de una manera peculiar el oficio de conciliador- las oraciones se dirigen con frecuencia al Eterno Padre por medio de su Unigénito, sin embargo, no es raro que aun en este mismo sacrificio se eleven también preces al mismo Divino Redentor; ya que todos los cristianos deben conocer y entender claramente que el hombre Cristo Jesus es el mismo Hijo de Dios, y el mismo Dios. Aun mas: mientras la Iglesia militante adora y ruega al Cordero sin mancha y a la sagrada Hostia, en cierta manera parece responder a la voz de la Iglesia triunfante que perpetuamente canta: Al que esta sentado en el trono y al Cordero: bendicion y honor y gloria e imperio por los siglos de los siglos(175).

Después que, como Maestro de la Iglesia Universal, hemos iluminado las mentes con la luz de la verdad, explicando cuidadosamente este misterio que comprende la arcana union de todos nosotros con Cristo, juzgamos, Venerables Hermanos, propio de Nuestro oficio pastoral estimular también los animos a amar intimamente este mistico Cuerpo con aquella encendida caridad que se manifiesta no solo en el pensamiento y en las palabras, sino también en las mismas obras.

Porque si los que profesaban la Antigua Ley cantaron de su Ciudad terrenal: Si me olvidare de ti, Jerusalén, sea entregada al olvido mi diestra: mi lengua péguese a mis fauces, si no me acordare de ti, si no me propusiere a Jerusalén como el principio de mi alegria(176), con cuanta mayor gloria y mas efusivo gozo no nos hemos de regocijar nosotros porque habitamos una Ciudad construida en el monte santo con vivas y escogidas piedras, siendo Cristo Jesus la primera piedra angular(177).

Puesto que nada mas glorioso, nada mas noble, nada, a la verdad, mas honroso se puede pensar que formar parte de la Iglesia santa, catolica, apostolica y Romana, por medio de la cual somos hechos miembros de un solo y tan venerado Cuerpo, somos dirigidos por una sola y excelsa Cabeza, somos penetrados de un solo y divino Espiritu; somos, por ultimo, alimentados en este terrenal destierro con una misma doctrina y un mismo angélico Pan, hasta que, por fin, gocemos en los cielos de una misma felicidad eterna.

Mas, para que no seamos enganados pro el angel de las tinieblas que se transfigura en angel de luz(178), sea ésta la suprema ley de nuestro amor: que amemos a la Esposa de Cristo cual Cristo mismo la quiso, al conquistarla con su sangre. Conviene, pues, que tengamos gran afecto no solo a los Sacramentos con los que la Iglesia, piadosa Madre, nos alimenta; no solo a las solemnidades con las que nos solaza y alegra, y a los sagrados cantos y a los ritos liturgicos que elevan nuestras mentes a las cosas celestiales, sino también a los sacramentales y a los diversos ejercicios de piedad, mediante los cuales la misma Iglesia suavemente atiende a que las almas de los fieles, con gran consuelo, se sientan suavemente llenas del Espiritu de Cristo. Ni solo tenemos el deber de corresponder, como conviene a hijos, a aquella su maternal piedad para con nosotros, sino también el de reverenciar su autoridad recibida de Cristo y que cautiva nuestros entendimientos en obsequio del mismo Cristo(179); y por esta razon se nos ordena sujetarnos a sus leyes y a sus preceptos morales, a veces un tanto duros para nuestra naturaleza, caida de su primera inocencia; y que reprimamos con la mortificacion voluntaria nuestro cuerpo rebelde; mas aun, se nos aconseja abstenernos también, de vez en cuando, de las cosas agradables aunque sean licitas. No basta amar este Cuerpo mistico por el esplendor de su divina Cabeza y de sus celestiales dotes, sino que debemos amarlo también con amor eficaz, segun se manifiesta en nuestra carne mortal, es decir, constituido por elementos humanos y débiles, aun cuando éstos a veces no respondan debidamente al lugar que ocupan en aquel venerable Cuerpo.

Mas, para que este amor solido e integro more en nuestras almas y aumente de dia en dia, es necesario que nos acostumbremos a ver en la Iglesia al mismo Cristo. Porque Cristo es quien vive en su Iglesia, quien por medio de ella ensena, gobierna y confiere la santidad; Cristo es también quien de varios modos se manifiesta en sus diversos miembros sociales. Cuando, segun eso, los fieles todos se esfuercen realmente por vivir con este espiritu de fe viva, entonces ciertamente no solo honraran y rendiran el debido acatamiento a los miembros mas elevados de este Cuerpo mistico y, sobre todo, a los que, por mandato de la divina Cabeza, habran de dar un dia cuenta de nuestras almas(180), sino que también tendran su preocupacion por quienes nuestro Salvador mostro amor singularisimo: es decir, por los débiles, por los heridos, por los enfermos, que necesitan la medicina natural o sobrenatural; por los ninos, cuya inocencia corre hoy tantos peligros y cuyas tiernas almas se modelan como la cera; por los pobres, finalmente, a quienes debemos socorrer reconociendo en ellos con suma piedad la misma persona de Jesucristo.

Porque, como justamente advierte el Apostol: Mucho mas necesarios son aquellos miembros del cuerpo que parecen mas débiles; y a los que juzgamos miembros mas viles del cuerpo, a éstos cenimos con mayor adorno(181). Expresion gravisima, que, por razon de Nuestro altisimo oficio, juzgamos deber repetir ahora, cuando con intima afliccion vemos como a veces se priva de la vida a los contrahechos, a los dementes, a los afectados por enfermedades hereditarias, por considerarlos como una carga molesta para la sociedad; y como algunos alaban esta manera de proceder como una nueva invencion del progreso humano, sumamente provechoso a la utilidad comun. Pero ¿qué hombre sensato no ve que esto se opone gravisimamente no solo a la ley natural y divina(182), grabada en la conciencia de todos, sino también a los mas nobles sentimientos humanos? La sangre de estos hombres, tanto mas amados del Redentor cuanto mas dignos de compasion, clama a Dios desde la tierra(183).


(166) Cf. Ep 5,22-23.
(167) Ps 83,12.
(168) Expos. Evang. sec. Lc 4,49 PL 15,1626.
(169) Ga 2,20.
(170) 1Co 15,10.
(171) Cf. S. Thom. II-II 83,5-6.
(172) 1Tm 2,5.
(173) Cf. S. Thom. De veritate,29,4, c.
(174) Jn 14,14.
(175) Ap 5,13.
(176) Ps 136,5-6.
(177) Ep 2,20 1P 2,4-5.
(178) 2Co 11,14.
(179) 2Co 10,5.
(180) Cf. He 13,17.
(181) 1Co 12,22-23.
(182) Cf. Decr. S. Officii 2 dec. 1940 A.A.S. 1940,553.
(183) Cf. Gn 4,10.



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