Mystici corporis ES - IMITEMOS EL AMOR DE CRISTO

IMITEMOS EL AMOR DE CRISTO

Mas, para que poco a poco no se vaya enfriando la sincera caridad con que debemos mirar a nuestro Salvador en la Iglesia y en los miembros de ella, es muy conveniente contemplar al mismo Jesus como ejemplar supremo del amor a la Iglesia.

a) con largueza del amor

Y, en primer lugar, imitemos la amplitud de este amor. Una es, a la verdad, la Esposa de Cristo, la Iglesia; sin embargo, el amor del Divino Esposo es tan vasto que no excluye a nadie, sino que abraza en su Esposa a todo el género humano. Y asi nuestro Salvador derramo su sangre para reconciliar con Dios en la Cruz a todos los hombres de distintas naciones y pueblos, mandando que formasen un solo Cuerpo. Por lo tanto, el verdadero amor a la Iglesia exige no solo que en el mismo Cuerpo seamos reciprocamente miembros solicitos los unos de los otros(184), que se alegran si un miembro es glorificado y se compadecen si otro sufre(185), sino que aun en los demas hombres, que todavia no estan unidos con nosotros en el Cuerpo de la Iglesia, reconozcamos hermanos de Cristo segun la carne, llamados juntamente con nosotros a la misma salvacion eterna. Es verdad, por desgracia, que principalmente en nuestros dias no faltan quienes en su soberbia ensalzan la aversion, el odio, la envidia, como algo con que se eleva y enaltece la dignidad y el valor humano. Pero nosotros, mientras contemplamos con dolor los funestos frutos de esta doctrina, sigamos a nuestro pacifico Rey, que nos enseno a amar no solo a los que no provienen de la misma nacion ni de la misma raza(186), sino aun a los mismos enemigos(187). Nosotros, penetrados los animos por la suavisima frase del Apostol de las Gentes, cantemos con él mismo cual sea la longitud, la anchura, la altura y la profundidad de la caridad de Cristo(188), que, ciertamente, ni la diversidad de pueblos y costumbres puede romper, ni el espacio del inmenso océano disminuir ni las guerras, emprendidas por causa justa o injusta, destruir.

En esta gravisima hora, Venerables Hermanos, en la que tantos dolores desgarran los cuerpos y tantas aflicciones las almas, conviene que todos se estimulen a esta celestial caridad para que, aunadas las fuerzas de todos los buenos -y mencionamos principalmente a los que en toda clase de asociaciones se ocupan en socorrer a los demas-, se venga en auxilio de tan ingentes necesidades de alma y cuerpo con admirable emulacion de piedad y misericordia: asi llegaran a resplandecer en todas partes la solicita generosidad y la inagotable fecundidad del Cuerpo mistico de Jesucristo.

(184) Cf. Rm 12,5 1Co 12,25.
(185) Cf. 1Co 12,26.
(186) Cf. Lc 10,33-37.
(187) Cf. Lc 6,27-35 Mt 5,44-48.
(188) Cf. Ep 3,18.

b) con asidua laboriosidad

Y puesto que a la amplitud de la caridad con que Cristo amo a su Iglesia corresponde en El una constante eficacia de esa misma caridad, también nosotros debemos amar el Cuerpo mistico de Cristo con asidua y fervorosa voluntad. Ciertamente no puede senalarse un momento en el cual nuestro Redentor, desde su Encarnacion, cuando puso el primer fundamento de su Iglesia, hasta el término de su vida mortal, no haya trabajado hasta el cansancio, a pesar de ser Hijo de Dios, ya con los fulgidos ejemplos de su santidad, ya predicando, conversando, reuniendo y estableciendo para formar o confirmar su Iglesia. Deseamos, pues, que todos cuantos reconocen a la Iglesia como a Madre, ponderen atentamente que no solo los ministros sagrados y los que se han consagrado a Dios en la vida religiosa, sino también los demas miembros del Cuerpo mistico de Jesucristo, tienen obligacion, cada uno segun sus fuerzas, de colaborar intensa y diligentemente en la edificacion e incremento del mismo Cuerpo. Y deseamos que de una manera especial adviertan esto -aunque por lo demas lo hacen ya loablemente- los que, militando en las filas de la Accion Catolica, cooperan en el ministerio apostolico con los Obispos y los sacerdotes, como también los que en asociaciones piadosas prestan como auxiliares su ayuda al mismo fin. Y no hay quien no vea que el celo iluminado de todos éstos es ciertamente, en las presentes condiciones, de suma importancia y de maxima trascendencia.

Y no podemos pasar aqui en silencio a los padres y madres de familia, a quienes nuestro Salvador confio los miembros mas delicados de su Cuerpo mistico; insistentemente, pues, les conjuramos, por amor a Cristo y a la Iglesia, a que miren con diligentisimo cuidado por la prole que se les ha encomendado, y se esfuercen por preservarla de todo género de insidias con las cuales hoy tan facilmente se la seduce.


c) sin descuidar las oraciones

De una manera muy particular mostro nuestro Redentor su ardentisimo amor para con la Iglesia en las piadosas suplicas que por ella dirigia al Padre celestial. Puesto que -bastenos recordar solo esto- todos conocen, Venerables Hermanos, que El, cuando estaba ya para subir al patibulo de la cruz, oro fervorosamente por Pedro(189), por los demas Apostoles(190), y, finalmente, por todos cuantos, mediante la predicacion de la palabra divina, habian de creer en El(191).

Imitando, pues, este ejemplo de Cristo, roguemos cada dia al Senor de la mies para que envie operarios a su mies(192), y elevemos todos cada dia a los cielos la comun plegaria y encomendemos a todos los miembros del Cuerpo mistico de Jesucristo. Y ante todo, a los Obispos, a quienes se les ha confiado especialmente el cuidado de sus respectivas diocesis; luego a los sacerdotes y a los religiosos y religiosas, quienes, llamados a la herencia de Dios, ya en la propia patria, ya en lejanas regiones de infieles, defienden, acrecientan y propagan el Reino del Divino Redentor. Esta comun plegaria no olvide, pues, a ningun miembro de este venerable Cuerpo, pero recuerde principalmente a quienes estan agobiados por los dolores y las angustias de esta vida terrenal, o a los que, ya fallecidos, se purifican en el fuego del purgatorio. Tampoco olvide a quienes se instruyen en la doctrina cristiana para que cuanto antes puedan ser purificados con las aguas del Bautismo.

Y ardientemente deseamos que, con encendida caridad, estas comunes plegarias comprendan también a aquellos que o todavia no han sido iluminados con la verdad del Evangelio ni han entrado en el seguro aprisco de la Iglesia, o, por una lamentable escision de fe y de unidad, estan separados de Nos, que, aunque inmerecidamente, representamos en este mundo la persona de Jesucristo. Por esta causa repitamos una y otra vez aquella oracion de nuestro Salvador al Padre celestial: Que todos sean una misma cosa: como tu, Padre, estas en mi y yo en ti, asi también ellos sean una misma cosa en nosotros, para que crea el mundo que tu me has enviado(193).

(189) Cf. Lc 22,32.
(190) Cf. Jn 17,9-19.
(191) Cf. ibid. Jn 17,20-23.
(192) Cf. Mt 9,38 Lc 10,2.
(193) Jn 17,21.

ni aun por los que todavia no son miembros suyos

También a aquellos que no pertenecen al organismo visible de la Iglesia Catolica, ya desde el comienzo de Nuestro Pontificado, como bien sabéis, Venerables Hermanos, Nos los hemos confiado a la celestial tutela y providencia, afirmando solemnemente, a ejemplo del Buen Pastor, que nada Nos preocupa mas sino que tengan vida y la tengan con mayor abundancia(194). Esta Nuestra solemne afirmacion deseamos repetirla por medio de esta Carta Enciclica, en la cual hemos cantado las alabanzas del grande y glorioso Cuerpo de Cristo(195), implorando oraciones de toda la Iglesia para invitar, de lo mas intimo del corazon, a todos y a cada uno de ellos a que, rindiéndose libre y espontaneamente a los internos impulsos de la gracia divina, se esfuercen por salir de ese estado, en el que no pueden estar seguros de su propia salvacion eterna(196); pues, aunque por cierto inconsciente deseo y aspiracion estan ordenados al Cuerpo mistico del Redentor, carecen, sin embargo, de tantos y tan grandes dones y socorros celestiales, como solo en la Iglesia Catolica es posible gozar. Entren, pues, en la unidad catolica, y, unidos todos con Nos en el unico organismo del Cuerpo de Jesucristo, se acerquen con Nos a la unica cabeza en comunion de un amor gloriosisimo(197). Sin interrumpir jamas las plegarias al Espiritu de amor y de verdad, Nos les esperamos con los brazos elevados y abiertos, no como a quienes vienen a casa ajena, sino como a hijos que llegan a su propia casa paterna.

Pero si deseamos que la incesante plegaria comun de todo este Cuerpo mistico se eleve hasta Dios, para que todos los descarriados entren cuanto antes en el unico redil de Jesucristo, declaramos con todo que es absolutamente necesario que esto se haga libre y espontaneamente, porque nadie cree sino queriendo(198). Por esta razon, si algunos, sin fe, son de hecho obligados a entrar en el edificio de la Iglesia, a acercarse al altar, a recibir los Sacramentos, no hay duda de que los tales no por ello se convierten en verdaderos fieles de Cristo(199); porque la fe, sin la cual es imposible agradar a Dios(200), debe ser un libérrimo homenaje del entendimiento y de la voluntad(201). Si alguna vez, pues, aconteciere que contra la constante doctrina de esta Sede Apostolica(202), alguien es llevado contra su voluntad a abrazar la fe catolica, Nos, conscientes de Nuestro oficio, no podemos menos de reprobarlo. Pero, puesto que los hombres gozan de una voluntad libre y pueden también, impulsados por las perturbaciones del alma y por las depravadas pasiones, abusar de su libertad, por eso es necesario que sean eficazmente atraidos por el Padre de las luces a la verdad, mediante el Espiritu de su amado Hijo. Y si muchos, por desgracia, viven aun alejados de la verdad catolica y no se someten gustosos al impulso de la gracia divina, se debe a que ni ellos(203) ni los fieles dirigen a Dios oraciones fervorosas por esta intencion. Nos, por consiguiente, a todos exhortamos una y otra vez a que, inflamados en amor a la Iglesia, siguiendo el ejemplo del Divino Redentor, eleven continuamente estas plegarias.

Y principalmente en las presentes circunstancias parece ser, mas que oportuno, necesario, que se ruegue con fervor por los reyes y principes y por todos aquellos que, gobernando a los pueblos, pueden con su tutela externa ayudar a la Iglesia; para que, restablecido el recto orden de las cosas, la paz, que es obra de la justicia(204), emerja para el atormentado género humano de entre las aterradoras olas de esta tempestad, mediante el soplo vivificante de la caridad divina y para que nuestra santa Madre la Iglesia pueda llevar una vida quieta y tranquila, en toda piedad y castidad(205). Insistentemente se ha de suplicar a Dios que todos cuantos estan al frente de los pueblos amen la sabiduria(206), de tal suerte que jamas caiga sobre ellos aquella gravisima sentencia del Espiritu Santo:

El Altisimo examinara vuestras obras y escudrinara los pensamientos porque, siendo ministros de su reino, no habéis juzgado rectamente ni observado la ley de la justicia, ni habéis procedido segun la voluntad de Dios. De manera espantosa y repentina se os presentara, porque se hara un riguroso juicio de aquellos que ejercen potestad sobre otros. Porque con los pequenos se usara misericordia, mas los poderosos sufriran grandes tormentos. Porque Dios no exceptuara persona alguna ni respetara la grandeza de nadie; ya que El ha hecho al pequeno y al grande y cuida por igual de todos; si bien a los mas grandes amenaza un tormento mayor. A vosotros, por lo tanto, Reyes, se dirigen estas mis palabras, para que aprendais la sabiduria y no perezcais(207).

(194) Cf. enc. Summi Pontificatus: A.A.S. 1939,419.
(195) Iren. Adv. haer. 4,33,7 PG 7,1076.
(196) Cf. Plus IX Iam vos omnes 13 sept. 1868: Acta Conc. Vat.: C.L. 7,10.
(197) Cf. Gelas. I, Ep. 14 PL 59,89.
(198) Cf. Aug. In Jn Ev. tr. 26,2 PL 30,1607.
(199) Cf. ibid.
(200) He 11,6.
(201) Conc. Vat. Const. de fide cath. c. 3. DS 1790.
(202) Cf. Leo XIII Immortale Dei: A.S.S. 18,174-175; CIS 1351.
(203) Cf. Aug. ibid.
(204) Is 32,17.
(205) Cf. 1Tm 2,2.
(206) Cf. Sg 6,23.
(207) Ibid. Sg 6,4-10.


d) cumpliendo lo que falta en la pasion de Cristo

Cristo nuestro Senor mostro su amor a la Esposa sin mancilla, no solo con su intenso trabajo y su constante oracion, sino también con sus dolores y angustias, que sufrio libre y amorosamente, por amor de ella: Habiendo amado a los suyos..., los amo hasta el fin(208). Mas aun, no conquisto la Iglesia sino con su sangre(209). Decididos, pues, sigamos estas huellas sangrientas de nuestro Rey, como lo exige nuestra salvacion, que hemos de poner a buen seguro: Porque si hemos sido injertados con El por medio de la representacion de su muerte, igualmente lo hemos de ser representando su resurreccion(210), y, si morimos con él, también con él viviremos(211). Esto lo exige, también, la caridad genuina y eficaz de la Iglesia y de las almas por ella engendradas para Cristo: pues, aunque nuestro Salvador, por medio de crueles sufrimientos y de una acerba muerte, merecio para su Iglesia un tesoro infinito de gracias, sin embargo, estas gracias, por disposicion de la Divina Providencia, no se nos conceden todas de una vez; y la mayor o menor abundancia de las mismas depende también no poco de nuestras buenas obras, con las que se atrae sobre las almas de los hombres esta verdadera lluvia divina de celestiales dones, gratuitamente dados por Dios. Y esta misma lluvia de celestiales gracias sera ciertamente superabundante, si no solamente elevamos a Dios ardientes plegarias, sobre todo participando con devocion, si es posible diariamente, del Sacrificio Eucaristico; si no solamente nos esforzamos en aliviar con obras de caridad los sufrimientos de tantos menesterosos; mas si también preferimos a las cosas caducas de este siglo los bienes imperecederos y si domamos con mortificaciones voluntarias este cuerpo mortal, negandole las cosas ilicitas e imponiéndole las asperas y arduas; si, en fin, aceptamos con animo resignado, como de la mano de Dios, los trabajos y dolores de esta vida presente. Porque asi, segun el Apostol, cumpliremos en nuestra carne lo que resta que padecer a Cristo, en pro de su Cuerpo mistico que es la Iglesia(212).

Al escribir esto, se presenta desgraciadamente ante Nuestros ojos una ingente multitud de infelices desventurados que Nos hace llorar amargamente: Nos referimos a los enfermos, a los pobres, a los mutilados, a las viudas y huérfanos y a muchos otros que por sus propias calamidades o las de los suyos no raras veces desfallecen hasta morir. A todos aquellos, pues, que por cualquier causa yacen en la tristeza y en la congoja, con animo paterno les exhortamos a que, confiados, levanten sus ojos al Cielo y ofrezcan sus aflicciones a Aquel que un dia les ha de recompensar con abundante galardon. Recuerden todos que su dolor no es inutil, sino que para ellos mismos y para la Iglesia ha de ser de gran provecho, si animados con esta intencion lo toleran pacientemente. A la mas perfecta realizacion de este designio contribuye en gran manera la cotidiana oblacion de si mismos a Dios, que suelen hacer los miembros de la piadosa asociacion llamada Apostolado de la Oracion; asociacion que, como gratisima a Dios, deseamos de corazon recomendar aqui con el mayor encarecimiento.

Y si en todo tiempo hemos de unir nuestros dolores a los sufrimientos del Divino Redentor, para procurar la salvacion de las almas, en nuestros dias especialisimamente, Venerables Hermanos, tomen todos como un deber el hacerlo asi, cuando la espantosa conflagracion bélica incendia casi todo el orbe y es causa de tantas muertes, tantas miserias, tantas calamidades: igualmente hoy dia de un modo particular sea obligacion de todos el apartarse de los vicios, de los halagos del siglo y de los desenfrenados placeres del cuerpo, y aun de aquella futilidad y vanidad de las cosas terrenas que en nada ayudan a la formacion cristiana del alma ni a la consecucion del Cielo. Mas bien hemos de inculcar en nuestra mente aquellas gravisimas palabras de Nuestro inmortal Predecesor San Leon Magno, quien afirma que por el bautismo hemos sido hechos carne del Crucificado(213); y aquella hermosisima suplica de San Ambrosio: Llévame, oh Cristo, en la Cruz, que es salud para los que yerran; solo en ella esta el descanso de los fatigados; solo en ella viven cuantos mueren(214).

Antes de terminar, no podemos menos de exhortar una y otra vez a todos a que amen a la santa Madre Iglesia con caridad solicita y eficaz. Ofrezcamos cada dia al Eterno Padre nuestras oraciones, nuestros trabajos, nuestra congojas, por su incolumidad y por su mas prospero y vasto desarrollo, si en realidad deseamos ardientemente la salvacion de todo el género humano redimido con la sangre divina. Y mientras el cielo se entenebrece con centelleantes nubarrones y grandes peligros se ciernen sobre toda la Humanidad y sobre la misma Iglesia, confiemos nuestras personas y todas nuestras cosas al Padre de la Misericordia, suplicandole: Vuelve tu mirada, Senor, te lo rogamos, sobre esta tu familia, por la cual nuestro Senor Jesucristo no dudo en entregarse en manos de los malhechores y padecer el tormento de la Cruz(215).

(208) Jn 13,1.
(209) Cf. Ac 20,28.
(210) Rm 6,5.
(211) 2Tm 2,11.
(212) Cf. Col 1,24.
(213) Cf. Serm. 63,6; 66,3 PL 54,357 et 366.
(214) In Ps 118 serm. 22,30 PL 15,1521.
(215) Off. Maior. Hebd.

LA SANTISIMA VIRGEN MARIA

La Virgen Madre de Dios, cuya alma santisima fue, mas que todas las demas creadas por Dios, llena del Espiritu divino de Jesucristo, haga eficaces, Venerables Hermanos, estos Nuestros deseos, que también son los vuestros, y nos alcance a todos un sincero amor a la Iglesia; ella que dio su consentimiento en representacion de toda la naturaleza humana a la realizacion de un matrimonio espiritual entre el Hijo de Dios y la naturaleza humana(216). Ella fue la que dio a luz, con admirable parto, a Jesucristo Nuestro Senor, adornado ya en su seno virginal con la dignidad de Cabeza de la Iglesia, pues que era la fuente de toda vida sobrenatural; ella, la que al recién nacido presento como Profeta, Rey y Sacerdote a aquellos que de entre los judios y de entre los gentiles habian llegado los primeros a adorarlo. Y ademas, su Unigénito, accediendo en Cana de Galilea a sus maternales ruegos, obro un admirable milagro, por el que creyeron en El sus discipulos(217). Ella, la que, libre de toda mancha personal y original, unida siempre estrechisimamente con su Hijo, lo ofrecio como nueva Eva al Eterno Padre en el Golgota, juntamente con el holocausto de sus derechos maternos y de su materno amor, por todos los hijos de Adan manchados con su deplorable pecado; de tal suerte que la que era Madre corporal de nuestra Cabeza, fuera, por un nuevo titulo de dolor y de gloria, Madre espiritual de todos sus miembros. Ella, la que por medio de sus eficacisimas suplicas consiguio que el Espiritu del Divino Redentor, otorgado ya en la Cruz, se comunicara en prodigiosos dones a la Iglesia recién nacida, el dia de Pentecostés. Ella, en fin, soportando con animo esforzado y confiado sus inmensos dolores, como verdadera Reina de los martires, mas que todos los fieles, cumplio lo que resta que padecer a Cristo en sus miembros... en pro de su Cuerpo(de él)..., que es la Iglesia(218), y prodigo al Cuerpo mistico de Cristo nacido del Corazon abierto de Nuestro Salvador(219) el mismo materno cuidado y la misma intensa caridad con que calento y amamanto en la cuna al tierno Nino Jesus.

Ella, pues, Madre santisima de todos los miembros de Cristo(220), a cuyo Corazon Inmaculado hemos consagrado confiadamente todos los hombres, la que ahora brilla en el Cielo por la gloria de su cuerpo y de su alma, y reina juntamente con su Hijo, obtenga de El con su apremiante intercesion que de la excelsa Cabeza desciendan sin interrupcion -sobre todos los miembros del Cuerpo mistico- copiosos raudales de gracias; y con su eficacisimo patrocinio, como en tiempos pasados, proteja también ahora a la Iglesia, y que, por fin, para ésta y para todo el género humano, alcance tiempos mas tranquilos.

Nos, confiados en esta sobrenatural esperanza, como auspicio de celestiales gracias y como testimonio de Nuestra especial benevolencia, a cada uno de vosotros, Venerables Hermanos, y a la grey que esta a cada uno confiada, damos de todo corazon la Bendicion Apostolica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 29 de junio, en la fiesta de los Santos Apostoles Pedro y Pablo, del ano 1943, quinto de Nuestro Pontificado.


(216) S. Thom. III 80,1.
(217) Jn 2,11.
(218) Col 1,24.
(219) Cf. Off. Ssmi. Cordis in hymn. ad vesp.
(220) Cf. Pius X Ad diem illum: A.S.S. 36,453.




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