Documentos Padres 2211

DOCTRINA DE ESTOS HEREJES


A primera vista parece que distingue sencillamente dos sustancias en Cristo, pero de repente introduce dos personas. Cometiendo un crimen inaudito, afirma que hay dos Hijos de Dios, dos Cristos, uno es Dios y el otro es hombre, uno es engendrado por el Padre, el otro es nacido de la Madre. Por eso concluye que María Santísima no puede ser llamada Theotokoshttp://ar.geocities.com/doctrinacatólica/conmonitorio/lexico02 - THEOTOKOS*, Madre de Dios, sino solamente Christotokoshttp://ar.geocities.com/doctrinacatólica/conmonitorio/lexico02 - CHRISTOKOS*, Madre de Cristo, en cuanto que de ella nació no el Cristo que es Dios, sino el Cristo que es hombre.

Solamente alguien que no reflexione puede creer que Nestorio, en sus escritos, admite un solo Cristo y predica una sola persona de Cristo. En realidad, se expreso de una manera engañosa, para poder más fácilmente insinuar el mal a través del bien, según nos dice el Apóstol: por medio de lo que es bueno me ha dado la muerte (35).

Si en alguna parte de sus escritos proclama que cree en un solo Cristo y en una sola persona de Cristo, lo dice solamente para engañar. En realidad afirma que después de haber nacido de la Virgen, las dos personas se reunieron en un solo Cristo, manteniendo así que en el tiempo de la concepción o del parto virginal -e incluso durante un cierto tiempo después- hubo dos Cristos. Según esto, Cristo habría nacido primero como un simple hombre ordinario, sin estar todavía asociado en la unidad de persona al Verbo de Dios; solo después habría descendido en Ella persona del Verbo que lo asumiría, y si ahora Cristo sigue asumido en la gloria de Dios, hubo, no obstante, un tiempo durante el cual no había ninguna diferencia entre El y los demás hombres.

LA VERDADERA FE TRINITARIA Y CRISTOLÓGICA

2212 12. Antes de seguir adelante, quizá se espera que me detenga a exponer las doctrinas heréticas de quienes acabo de mencionar: Nestorio, Apolinar y Fotino.

En verdad esto se saldría de mi intento, porque no me he propuesto refutar los errores uno a uno. Si he echado mano de algunos ejemplos: ha sido para demostrar con claridad y evidencia que cuanto dice Moisés es verdad, o sea, para demostrar que, si un doctor de la Iglesia -un profeta, Podríamos decir- que interpreta los misterios proféticos, intenta introducir alguna novedad en la Iglesia de Dios, es la Providencia de Dios quien lo permite para probarnos.

No obstante, no será inútil exponer, de pasada, las doctrinas de los herejes antes citados.

En cuanto a Fotino, dice que existe un Dios único y solo, que hay que entender según la mentalidad judaica. Niega, por tanto, la plenitud de la Trinidad y mantiene que ni el Verbo de Dios ni el Espíritu Santo son personas reales. Afirma, además, que Cristo fue solamente un hombre que tuvo su origen en María. Reafirma, de todas las maneras posibles, que debemos honrar a la sola persona de Dios Padre, y a Cristo como puramente hombre.

Apolinar declara que está de acuerdo con nosotros sobre la unidad de la Trinidad, aunque luego, sobre este mismo punto, su fe no es del todo integra. Acerca de la Encarnación del Señor blasfema abiertamente. Dice que en la carne de Nuestro Salvador no había realmente un alma humana, o si la había, no tenía inteligencia ni razón humanas.

La carne del Señor no fue tomada de la carne de la Santísima Virgen María -afirma-, sino que descendió del cielo al seno de la Virgen. Siempre inconcreto y vacilante, a veces afirmaba que esa carne es coeterna al Verbo de Dios, otras veces que es creada por la divinidad del Verbo. No admitía que en Cristo hay dos sustancias una divina y una humana, una proveniente del Padre y otra de la Madre.

Pensaba realmente que la misma naturaleza del Verbo estaba dividida, como si una parte de El permaneciese eternamente en Dios, mientras que otra parte se había encarnado.

Así, mientras la verdad afirma que hay un solo Cristo, formado por dos sustancias, él sostenía, al contrario, que dos sustancias se formaron de una sola divinidad de Cristo.

Nestorio está infectado por un morbo totalmente opuesto al de Apolinar.

13. Estas son las cosas que Nestorio, Apolinar y Fotino, como perros rabiosos, ladran contra la Iglesia Católica: Fotino no admite la Trinidad, Apolinar afirma la convertibilidad de la naturaleza humana del Verbo y niega la existencia de dos sustancias en Cristo, en cuanto que no admite en Cristo un alma entera, o por lo menos no admite en ella la inteligencia y la razón, pretendiendo que el lugar de la inteligencia lo ha ocupado el Verbo de Dios; por último, Nestorio dice que ha habido siempre, o al menos durante un cierto tiempo, dos Cristos.

En cambio, la Iglesia Católica, que piensa rectamente acerca de Dios y acerca de nuestro Salvador, no profiere blasfemias ni contra el misterio de la Trinidad ni contra la Encarnación de Cristo.

La Iglesia adora una sola divinidad en la plenitud de la Trinidad y la igualdad de la Trinidad en una única y misma majestad; profesa un solo Cristo Jesús, no dos; el cual es igualmente Dios y hombre. Cree que en Él hay una sola persona, pero dos sustancias; dos sustancias, pero una sola persona. Dos sustancias porque el Verbo de Dios es inmutable, y por eso no puede transformarse en carne; una sola persona, porque, admitiendo dos Hijos, Podría parecer que la Iglesia adora una cuaternidad y no una Trinidad.

Pero quizá sea necesario tratar más detenidamente y con mayor precisión este punto. En Dios hay una sola sustancia y tres personas; en Cristo, dos sustancias, pero una sola persona. En la Trinidad hay diversas personas, pero la sustancia es una; en el Salvador hay más sustancias, pero es única la persona (36).

¿De qué manera hay en la Trinidad diferentes personas y no diferentes sustancias? Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; y, sin embargo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no tienen diferentes naturalezas, sino una única y la misma naturaleza.

¿Y cómo es que en el Salvador hay dos sustancias, pero no dos personas? Porque, evidentemente, una cosa es la sustancia divina y otra la sustancia humana; sin embargo, la divinidad y la humanidad no son dos Cristos, sino un único y el mismo Hijo de Dios, una sola y misma persona, la de un único y mismo Cristo e Hijo de Dios. Igual que en el hombre una cosa es la carne y otra es el alma, y el alma y el cuerpo no forman sino un único y mismo hombre. En Pedro y en Pablo una cosa es el alma y otra cosa es el cuerpo; pero el cuerpo y el alma de Pedro no forman dos Pedros, ni existe un Pablo-alma y un Pablo-carne, subsistentes cada uno por una doble y diferente naturaleza, la del alma y la del cuerpo (37)


Así, en un único y mismo Cristo hay dos sustancias, pero una es divina y la otra humana, una procede de Dios Padre, la otra de la Virgen Madre; la primera es coeterna e igual al Padre, la segunda es temporal e inferior al Padre; una es consustancial al Padre, la otra consustancial a la Madre, sin embargo, es un único e idéntico Cristo en ambas sustancias (38)

No tenemos, pues, un Cristo-Dios y un Cristo-hombre; el primero increado y el segundo creado; uno impasible y el otro capaz de sufrir; uno igual al Padre y el otro inferior a Él; uno engendrado por el Padre y el otro por la Madre. Existe un único y mismo Cristo que es Dios y hombre, increado y creado, inmutable, impasible, pero que al mismo tiempo ha estado sujeto a cambios y a sufrimientos; un único y mismo Cristo, el cual es juntamente igual e inferior al Padre, generado por el Padre antes de todos los siglos y nacido de la Madre en el tiempo, perfecto Dios y perfecto hombre. En cuanto Dios, posee la plenitud de la divinidad; en cuanto hombre, una humanidad perfecta. Perfecta, repito, que comprende alma y carne: una carne verdadera como la nuestra, tomada de la Madre; un alma inteligente, dotada de pensamiento y de razón.

En Cristo esta, pues, el Verbo, el alma y el cuerpo, pero todo eso es un solo Cristo, un único Hijo de Dios, un Único Salvador y Redentor nuestro.

Un solo Cristo, no por una mezcolanza corruptible de la divinidad con la humanidad -por lo demás, incomprensible-, sino por una total y singular unidad de persona. Esta unión no modifico ni transformo ni una sustancia ni la otra (que es el error propio de los arrianos*) (39), sino que más bien con junto en una sola cosa las dos naturalezas, de modo que en Cristo permanecen eternamente tanto la unicidad de una sola y misma persona como también las propiedades especificas de cada naturaleza. De aquí se sigue que Dios no ha comenzado nunca a ser cuerpo, ni el cuerpo cesara en ningún momento de ser tal. El ejemplo de la naturaleza humana puede damos alguna luz al respecto. Cada hombre está compuesto de alma y cuerpo, y así será siempre, y nunca sucederá que el cuerpo se cambie en alma o el alma en cuerpo. Puesto que cada hombre vivirá para siempre en lo sucesivo, en cada uno permanecerá necesariamente siempre la diferencia en las dos sustancias. Así también en Cristo, la propiedad característica de cada sustancia persistirá por toda la eternidad, quedando siempre a salvo la unidad de persona.


REALIDAD DE LA NATURALEZA HUMANA DE CRISTO

2214 14. Puesto que estamos pronunciando con mucha frecuencia el término "persona", y decimos que Dios se ha hecho hombre in persona, es preciso prestar atención a que no parezca que afirmamos que el Verbo de Dios ha asumido solo externamente lo que es propio de la naturaleza humana, limitándose a imitar nuestras acciones; y que no ha tomado parte en la actividad humana como un verdadero hombre, sino solo aparentemente, como se hace en el teatro, donde un solo actor puede hacer el papel de varios personajes, sin ser realmente ninguno de ellos.

Cada vez que los actores imitan la conducta de otros, aunque reproduzcan a la perfección su modo de actuar y de comportarse, ellos no son los personajes representados. En realidad, sirviéndome de términos profanos, cuando un actor hace el papel de un sacerdote o de un rey, él no es ni sacerdote ni rey; terminada la representación teatral, cesa de existir también el personaje representado.

Lejos de nosotros este impío e ignominioso insulto hacia Cristo, propio de la demencia maniquea*. Es tos predicadores de tonterías fantásticas afirman que el Hijo de Dios, Dios mismo, no ha asumido realmente la naturaleza humana, sino solo una apariencia de hombre en sus actos y en todo su comportamiento. La fe católica, en cambio, afirma que el Verbo de Dios se hizo hombre hasta el punto de asumir todo lo que pertenece a nuestra naturaleza, y no por vía de ficción o de apariencia, sino de una manera real y sustancial. Los actos humanos que llevaba a cabo eran actos suyos propios, y no imitación de actos de otro; su actuar era expresión de su ser. Como cuando nosotros hablamos, conocemos, vivimos, existimos, no imitamos a los hombres, sino que somos realmente tales.

Pedro y Juan, por ejemplo, eran hombres porque tal era su ser, no por imitación; Pablo no fingía ser Apóstol o Pablo: él era Apóstol, él era Pablo. Así, el Verbo de Dios, asumiendo y poseyendo la carne, predicando, actuando, sufriendo en la carne -sin ningún menoscabo de la propia naturaleza divina- se digno mostrar que El no imitaba o fingía ser un hombre perfecto, sino que realmente era lo que parecía: hombre verdadero y no apariencia humana.

Igual que el alma uniéndose a la carne, sin transformarse en carne, no imita al hombre, sino que lo constituye realmente, así también el Verbo de Dios, uniéndose a la naturaleza humana, sin modificarse o confundirse con ella, se ha hecho realmente hombre,

no una imitación o una apariencia de hombre.

Es preciso, pues, evitar absolutamente dar al término "persona" un significado que suponga una imitación, una diferencia entre el que finge y el personaje objeto de la ficción, en la que quien actúa no es nunca aquel a quien representa.

Por eso, no suceda nunca que creamos que el Verbo Dios ha asumido de manera ficticia semejante la naturaleza humana. Al contrario, nosotros debemos creer que, permaneciendo inmutable su sustancia divina, ha asumido una naturaleza humana completa en sí, que lo ha hecho ser carne, hombre, realidad humana no simulada, sino verdadera; no imaginaria, sino entitiva; no destinada a cesar de existir como al término de una acción escénica, sino a persistir para siempre de manera sustancial

MARIA "MADRE DE DIOS"


15. Esta unicidad de persona en Cristo se actuó y fue perfecta no después del parto virginal, sino en el mismo seno de la Virgen. Por lo tanto, debemos atender con todo cuidado a profesar no solamente que Cristo es uno, sino que siempre ha sido uno. Sería una blasfemia intolerable sostener que ahora Cristo es uno, pero que durante un determinado periodo de tiempo existieron dos: un Cristo después del bautismo; dos, en cambio, en el momento de la natividad. Podremos evitar tan grande sacrilegio solo si creemos que el hombre se unió a Cristo en la unidad de persona ya desde el seno materno, en el mismo instante de la concepción virginal, y no en el momento de la ascensión o de la resurrección, o en el del bautismo.

En virtud de esta unidad de persona se atribuye indiferentemente y de manera indistinta al hombre lo que es propio de Dios, y a Dios lo que es propio de la carne (40). Por inspiración divina fue escrito que el Hijo del hombre bajo del cielo (41) y que el Señor de la majestad fue crucificado en la tierra (42). Así nosotros decimos que el Verbo de Dios fue hecho (43), que la Sabiduría misma de Dios fue perfeccionada, que su ciencia fue creada, cuando es la carne del Señor la que ha sido hecha, creada, como fue predicho que sus manos y sus pies serian traspasados (44).

A causa de esta unidad de persona y en razón de este mismo misterio, es perfectamente católico creer que cuando nació la carne del Verbo de una Madre incontaminada, fue el mismo Dios Verbo quien nació de una Virgen. Negarlo sería una impiedad grande. Nadie, pues, intente jamás privar a María Santísima del privilegio de esta gracia divina y de una gloria tan especial.

Por el querer determinado del Señor, Dios nuestro e Hijo suyo, debemos proclamarla con toda verdad y acierto Theotokos, Madre de Dios.



No, ciertamente, entendiéndolo en el sentido de una herejía impía, la cual sostiene que María puede ser dicha Madre de Dios solo de nombre, en cuanto que ha engendrado a un hombre que después se convirtió en Dios; al modo como usamos comúnmente la expresión: madre de un sacerdote o madre de un obispo, no porque estas mujeres hayan engendrado a un presbítero o a un obispo, sino porque han puesto en el mundo hombres que después se han hecho sacerdotes u obispos. No en este sentido, repito, María Santísima es Madre de Dios, sino, como se ha dicho antes, porque en su sagrado seno se realizo el misterio sacrosanto por el cual, en razón de una particular y única unidad de persona, el Verbo es carne en la carne, y el hombre es Dios en Dios.


(35) Cfr. Rm 7,13. (volver)

(36) El texto latino dice: In Trinitate alius, non aliud atque aliud; in Salvatore aliud atque aliud, non alius atque alius. Se comprende mejor esta frase si se advierte que alius indica la persona, y aliud indica la naturaleza. En la Trinidad hay diferentes alius, es decir,. personas", y un único aliud, o sea, una naturaleza"; en Cristo hay un solo alius, persona", la del Verbo eterno de Dios, y dos aliud, naturalezas, la divina y la humana. Por lo demás, se puede advertir como San Vicente de Lerins sigue en su exposición la pauta del Quicumque o Símbolo Atanasiano, hasta el punto de que se ha afirmado que no sería San Atanasio el autor de este Símbolo, sino el mismo San Vicente. (volver)

(37) Cfr. Símbolo Atanasiano, 35; esta comparación, aunque sir va para dar una idea de cómo en una sola persona se unen dos sustancias distintas, no es totalmente correcta, porque alma y cuerpo no son naturalezas completas, mientras que la naturaleza humana y la naturaleza divina de Cristo si lo son. (volver)

(38) TERTULIANO ya había hablado claramente de dos naturalezas en Cristo, unidas sin confusión en una sola persona, Jesús, Dios y hombre: Adversus Praxeam, 27: ML 2,213-216. SAN LEÓN MAGNO dice lo mismo en el Tomo a Flaviano, Epist. 28: ML 54,755-781; el CONCILIO DE CALEDONIA (a. 451) formula dogmáticamente esta verdad. (volver)

(39) No es exacto que este error fuera el propio de los arrianos; éstos afirmaban que el Hijo era inferior al Padre. San Vicente de Lerins debería referirse aquí a los monofisitas, que decían que la naturaleza humana de Cristo se había transformado o había sido absorbida en la naturaleza divina. (volver)

(40) Ver en el Breve léxico de conceptos y nombres.: Unión hipostática. (volver)

(41) Cfr. Jn 3,13. (volver)

(42) Cf. 1Co 2,8. (volver)

(43) Cfr. Jn 1,14. (volver)

(44) Cfr. Ps 21,17. (volver)


CONDENAS Y BENDICIONES

2216 16. Pero ya es tiempo de hacer una breve síntesis, para recordarlo con mayor facilidad, de todo lo que hemos dicho en torno a las herejías y a la fe católica. Cuando se repiten las cosas, se comprenden mejor y se graban más profundamente en la memoria.

Condena, pues, de Fotino, que rechaza la plenitud de la Trinidad y enseña que Cristo fue pura y simplemente un hombre.

Condena de Apolinar, el cual sostiene que la divinidad de Cristo se transformo y se corrompió, negando así la propiedad de una humanidad perfecta.

Condena de Nestorio, el cual afirma que Dios no ha nacido de una Virgen, admite dos Cristos y, rechazando la fe en la Trinidad, nos propone una cuaternidad.

Bendita, en cambio, la Iglesia Católica, que adora a un solo Dios en la plenitud de la Trinidad y la igualdad de las Tres Personas Divinas en una única Divinidad, de manera que ni la unidad de sustancia diluye la propiedad de las Personas, ni su distinción rompe la unidad de la Divinidad.

Bendita la Iglesia, la cual cree que en Cristo hay dos sustancias reales y perfectas, pero que es única la persona de Cristo; la distinción entre las dos naturalezas no escinde la unicidad de persona, ni la unicidad de persona confunde las dos naturalezas diferentes.

Bendita la Iglesia, que para proclamar que Cristo es y ha sido siempre uno profesa que el hombre se unió a Dios en el seno mismo de la Madre, y no después del parto.

Bendita sea esta Iglesia, la cual comprende que Dios se ha hecho hombre, no por una modificación de su naturaleza, sino en virtud de la persona, no de una persona ficticia o provisional, sino real y permanente.


Bendita la Iglesia, la cual enseña que esta unicidad de persona es hasta tal punto profunda, que atribuye al hombre, por un misterio admirable e inefable, lo que es de Dios y a Dios lo que es del hombre. En virtud de esta unicidad, la Iglesia no teme afirmar que el hombre, en cuanto Dios, descendió del cielo, y creer que Dios, en cuanto hombre, nació en la tierra, padeció y fue crucificado. Consecuencia de esta unicidad, la Iglesia confiesa que el hombre es Hijo de Dios y que Dios es Hijo de una Virgen.

Bendita, pues, y veneranda, bendita y sacrosanta es esta profesión de fe, totalmente comparable a la alabanza angélica que da gloria al único Señor Dios con una trina exaltación de su divinidad (45). La Iglesia predica la unicidad de Cristo principalmente por esto: para respetar el misterio de la Trinidad.

Todo lo que he dicho en esta digresión, si a Dios place, lo trataré de manera más amplia y completa en otra ocasión. Ahora volvamos a nuestro tema.

LA CAÍDA DE ORÍGENES


17. Decíamos que en la Iglesia de Dios el error de un maestro es una tentación para los fieles; tentación tanto mayor cuanto más docto es el que yerra.

He probado esto ya con la autoridad de la Escritura, después con ejemplos de la historia eclesiástica, recordando aquellos hombres que fueron tenidos durante cierto tiempo por plenamente ortodoxos y que acabaron en una secta acatólica o incluso fundaron una herejía. Este es un aspecto muy importante, que por lo mismo es necesario conocer y tener siempre presente, incluso ilustrado con gran número de ejemplos para hacer que penetre bien en la mente, con el fin de que los verdaderos católicos sepan que deben recibir a los Doctores con la Iglesia, y no abandonar la Iglesia por los Doctores (46).

Yo Podría aducir numerosos ejemplos de tal clase de tentación, pero pienso que ninguno es comparable al caso de Orígenes*.


Poseía cualidades tan excepcionales y maravillosas que cualquiera habría prestado fe, desde el primer momento, a todas sus afirmaciones. Pues si la vida edifica la autoridad de una persona, él fue un hombre de gran laboriosidad, castidad, paciencia y constancia no comunes. Y si consideramos su cuna y su ciencia, ¿quién más noble que él? Nació de una familia ilustrada por el martirio, y después de haber sido privado de padre y de hacienda, por la causa de Cristo, salió adelante en medio de las estrechuras de una santa pobreza, sufriendo con frecuencia, según nos han contado siempre, por confesar el nombre del Señor.

Poseía otras muchas dotes, que después se mudaron en motivos de tentación. Su inteligencia era tan vasta, penetrante, aguda, noble, que no tenía rival. Además, tenía tal conocimiento de la doctrina cristiana y una erudición tan grande que pocas cosas de la filosofía divina se le escapaban, y casi ninguna de la humana había que él no hubiera adquirido profundamente.

Su ciencia no se limito a las obras griegas, sino que también se extendió a las hebraicas.

¿Debo recordar su elocuencia? Era tan agradable, pura, suave, que se habría podido decir que era miel, no palabras, lo que destilaban sus labios. No había cuestión difícil de exponer que él no hiciese límpida con la fuerza de su razonamiento, ni cosas que parecían arduas que él no hiciese facilísimas.

-¿Pero no habrá, quizá, construido sus obras y fundamentado sus asertos solamente sobre argumentos racionales?

-Al contrario, no ha habido nunca maestro que haya utilizado más que él la Sagrada Escritura.

-Puede que haya escrito poco.

¡En absoluto! Ningún mortal ha escrito más que él, tanto que no es posible, pienso yo, no solo leer todas sus obras, pero ni siquiera encontrarlas todas. Y para que no le faltase ningún medio para formarse y perfeccionarse en la ciencia, tuvo el don de la plenitud de los años.

-Quizá haya tenido poca suerte con sus discípulos.

-¿Hubo alguien más afortunado que él? Innumerables son los doctores, los obispos, los confesores, los mártires salidos de su escuela. Es verdaderamente imposible medir la admiración, la gloria, el favor de que gozo por parte de todos. ¿Quién, por poco religioso que fuese, no acudía a él desde los más remotos rincones de la tierra? Sabemos por la historia que era reverenciado no solo por las personas privadas, sino incluso por el mismo emperador. Se cuenta que la madre del emperador Alejandro lo hizo llamar a su lado a causa de la sabiduría divina que sobreabundaba en él, y que ella deseaba ardientemente conocer. Otro testimonio lo encontramos en las cartas que escribió, con autoridad de maestro, al emperador Felipe*, primer príncipe de Roma; que se hizo cristiano.

Y si no se quiere dar crédito a nuestro testimonio cristiano en torno a su increíble ciencia, escuchemos al menos lo que de ella dicen los filósofos paganos.

El impío Porfirio narra que, siendo él todavía un chiquillo, fue hasta Alejandría atraído por la fama de Orígenes, y allí lo vio, ya muy avanzado en edad, pero con tal clase y con tanta grandeza, que parecía que él había construido la ciudadela de toda la sabiduría.

Pero se nos echaría la noche encima antes de que yo pudiese exponer, ni siquiera sucintamente, una mínima parte de las dotes insignes que se encontraban juntas en ese hombre.

Sin embargo, todas estas cualidades no sirvieron solamente para la gloria de la religión, sino también para hacer la tentación más peligrosa. Nadie se habría encontrado dispuesto a abandonar a un hombre de tan gran ingenio, de doctrina y dotes tan eximias; cualquiera habría repetido la sentencia: "Es preferible estar equivocado con Orígenes que tener razón con los demás": ¿Se Podría añadir algo más?

La tentación que esta gran personalidad, este doctor y profeta insigne provoco no fue de poca monta, sino que fue de tal envergadura, como demuestra el resultado final, que desvió a muchísimos de la integridad de la fe.

Por haber abusado con temeridad de la gracia de Dios, por haber hecho demasiadas concesiones a su inteligencia y puesto una confianza desmesurada en sí mismo, por haber considerado en poco la antigua sencillez de la religión cristiana, presumiendo en cambio de saber más que los otros; por haber despreciado las tradiciones de la Iglesia y el magisterio de los antiguos, interpretando de manera totalmente novedosa algunos pasajes de la Sagrada Escritura; por todo eso, Orígenes -aun siendo tan eminente y extraordinario como era- mereció que también a propósito de él se le dijese a la Iglesia de Dios: "Si en medio de ti se levanta un profeta..., no escuches las palabras de ese profeta..., porque te está probando Yavé, tu Dios, para ver si le amas o no".

Y, por cierto, no fue ésta una prueba indiferente para la Iglesia que, confiando en él y arrebatada por la admiración de su ingenio, de su ciencia, de su elocuencia, de su modo de vivir, de su autoridad, sin sospechar nada ni temer nada, se veía arrancada de )a antigua fe y deslizarse hacia novedades profanas.

Alguno dirá: las obras de Orígenes fueron interpoladas y amañadas. Lo concedo, e incluso desearía que lo hubiesen sido todavía más. Hay muchos que hablan y escriben acerca de estas interpolaciones, y no solo católicos, sino también herejes. Lo que yo quiero subrayar es el hecho de que, aunque los libros no hayan sido escritos por Orígenes, sino empleando su nombre, fueron igualmente ocasión de gran tentación. Hormiguean de afirmaciones impías, pero son leídos y apreciados como si fuesen de Orígenes y no de otros. Así, aunque no fuera su intención emitir errores, sin embargo, éstos fueron difundidos bajo la autoridad de su nombre.

EL ESCÁNDALO DE TERTULIANO

2218 18. Lo mismo ocurrió con Tertuliano*, el cual fue el más grande entre nuestros latinos, como Orígenes lo fue entre los griegos.

¿Quién fue más docto que él, quién más experto tanto en las cosas divinas como en las humanas?

Con la maravillosa capacidad de su mente se paseaba por el conocimiento de toda la filosofía, de las escuelas filosóficas, de sus fundadores y seguidores, de todas sus disciplinas, de la historia y de las más variadas ramas del saber. Dotado de un ingenio fuerte y profundo, no había dificultad que se propusiera resolver y que no superase y conquistase con su inteligencia aguda y poderosa.

¿Quién sería capaz de alabar como se debe la estructura y el estilo de sus composiciones? Todo está en ellas concadenado con tal necesidad lógica, que obliga a asentir con él a aquellos a quienes no consigue convencer. Se puede decir que en él cada palabra es una sentencia, cada afirmación una victoria.

Saben muy bien esto los discípulos de Marción*, de Apeles, de Praxeas, de Hermógenes, los judíos, los paganos, los gnósticos y todos los demás, cuyas blasfemias fulmino, demolió y destruyo con sus muchos y poderosos libros.

Sin embargo, también él, ese Tertuliano que había llevado a cabo todas estas cosas por haber sido poco tenaz en apegarse al dogma católico, o sea, a la fe antigua y universal, y más elocuente que profundo, al final cambio sus ideas -como dice de él el bienaventurado confesor Hilario*- "...con ese error final privo de toda autoridad a sus alabados escritos".

Así, pues, también él fue para la Iglesia ocasión de gran tentación. No quiero añadir más, sino solo recordar que por haber afirmado, sin tener en cuenta el precepto de Moisés, que las nuevas furias de Montano surgidas en la Iglesia y las locas fantasmagorías de mujeres (47) delirantes de nuevos dogmas eran verdaderas profecías, mereció que de él y de sus escritos se dijera: "Si en medio de ti se levanta un profeta..., no escuches las palabras de ese profeta". ¿Por qué? "Porque te está probando Yavé, tu Dios, para ver si le amas o no".

FUNCIÓN PROVIDENCIAL DE ESTOS EJEMPLOS


19. El número y la importancia de estos ejemplos eclesiásticos, y de muchos otros del mismo género, no puede dejar de hacernos prudentes, y nos muestran a una luz más clara que la del sol que, según lo que nos dice el Deuteronomio, si un doctor se desvía de la fe, es la Providencia de Dios la que lo permite, para ver si amamos a Dios con todo el corazón y con toda nuestra alma.

EL CATÓLICO VERDADERO y EL HEREJE

20. De todo lo que hemos dicho, aparece evidente que el verdadero y auténtico católico es el que ama la verdad de Dios y a la Iglesia, cuerpo de Cristo; aquel que no antepone nada a la religión divina y a la fe católica: ni la autoridad de un hombre, ni el amor, ni el genio, ni la elocuencia, ni la filosofía; sino que despreciando todas estas cosas y permaneciendo sólidamente firme en la fe, está dispuesto a admitir y a creer solamente lo que la Iglesia siempre y universalmente ha creído.

Sabe que toda doctrina nueva y nunca antes oída, insinuada por una sola persona, fuera o contra la doctrina común de los fieles, no tiene nada que ver con la religión, sino que más bien constituye una tentación, adoctrinado en esto especialmente por las palabras del Apóstol Pablo: Es necesario que incluso haya herejías, para que se descubran entre vosotros los que son de una virtud probada (48). Como si dijera: Dios no extirpa inmediatamente a los autores de herejías, para que se manifiesten los que son de una virtud probada, es decir, para que aparezca en qué medida cada cual es tenaz, fiel, constante en el mora la fe católica.

Y verdaderamente, apenas un viento de novedades empieza a soplar, inmediatamente se ve como los granos cuajados del trigo se separan y se distinguen de la cascarilla sin peso, y sin gran esfuerzo es arrojado fuera de la era lo que no está sostenido por peso alguno (49). Algunos vuelan inmediatamente; otros, en cambio, trastornados y desalentados, temen perecer, pero se avergüenzan de regresar, apaleados como están y más muertos que vivos; parece exactamente como si hubieran bebido una dosis de veneno que ya no pueden eliminar y que, aunque no los mata de golpe, no les permite seguir realmente viviendo.

¡Situación desgraciada! ¡Cuántas aflicciones violentas, cuantas turbaciones les asaltan! Ya se dejan arrastrar por el error como de un viento impetuoso; ya se repliegan en sí mismos, como olas en la tempestad, y son arrojados en la playa; otras veces, con audacia temeraria, dan su conformidad a lo que es incierto; en otros momentos, bajo el impulso de un miedo irracional, se espantan incluso de lo que es verdad.

No saben ya dónde ir, a donde volver, no saben lo que quieren, no saben de qué deben huir, no saben lo que debe ser mantenido y lo que, por el contrario, debe ser rechazado.

¡Y si al menos supiesen que estas dudas y esta angustia de un corazón malamente vacilante son el remedio que la misericordia divina les ha preparado!

Por esto precisamente, lejos del puerto segurísimo de la fe católica, son sacudidos, golpeados, como inmersos en la tempestad, con el fin de que, recogidas y amainadas las velas de la mente, que estaban tendidas al largo y desplegadas a los vientos infieles de las novedades, vuelvan a buscar morada en el refugio confiado de su Madre buena y tranquila y, rechazadas las olas amargas y alborotadas del error, puedan alcanzar la fuente de aguas vivas y saltarinas y beber de ella.

Que "desaprendan" bien lo que no hicieron bien en aprender; y que comprendan, de todos los dogmas de la Iglesia, lo que la inteligencia puede comprender; lo que no puedan comprender, que lo crean.


(45) Cfr. Is 6,3: Santo, Santo, Santo, Señor de los ejércitos, esta la tierra llena de su gloria. (volver)
(46) Ver a este propósito el capítulo 28 (volver)
(47) Estas mujeres fueron Priscila y Maximilia; ver el "Breve léxico de conceptos y nombres": Montano (volver)
(48) 1Co 11,19. (volver)
(49) TERTULIANO, en De praescr. haeret., 3: Ml 2,17, utiliza la misma comparación: "Así es como el Señor conoce a quienes son suyos y desarraiga las plantas que El no ha plantado, y así hace ver que los últimos son los primeros, y lleva en la mano el aventador para limpiar su era. Enhorabuena vuele lejos la paja de una fe superficial y ligera, en cuanto sienta el soplo de la prueba; tanto más limpio será así el montón de trigo que se habrá de guardar en los graneros del Señor". (volver)


"¡OH TIMOTEO!, GUARDA EL DEPÓSITO"


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