Sacerdotalis caelibatus ES


ENCÍCLICA

SACERDOTALIS CAELIBATUS

DE SU SANTIDAD

PABLO VI

SOBRE EL CELIBATO SACERDOTAL



A los obispos,

a los hermanos en el sacerdocio,

a los fieles de todo el mundo católico




INTRODUCCIÓN


1. EL CELIBATO SACERDOTAL HOY


Situación actual

1 El celibato sacerdotal, que la Iglesia custodia desde hace siglos como perla preciosa, conserva todo su valor también en nuestro tiempo, caracterizado por una profunda transformación de mentalidades y de estructuras.

Pero en el clima de los nuevos fermentos, se ha manifestado también la tendencia, más aún, la expresa voluntad de solicitar de la Iglesia que reexamine esta institución suya característica, cuya observancia, según algunos, llegaría a ser ahora problemática y casi imposible en nuestro tiempo y en nuestro mundo.


Una promesa nuestra al Concilio

2 Este estado de cosas, que sacude la conciencia y provoca la perplejidad en algunos sacerdotes y jóvenes aspirantes al sacerdocio y engendra confusión en muchos fieles, nos obliga a poner un término a la dilación para mantener la promesa que hicimos a los venerables padres del concilio, a los que declaramos nuestro propósito de dar nuevo lustre y vigor al celibato sacerdotal en las circunstancias actuales [1]. Entretanto, larga y fervorosamente hemos invocado las necesarias luces y ayudas del espíritu Paráclito, y hemos examinado, en la presencia de Dios, los pareceres y las instancias que nos han llegado de todas partes, ante todo de varios pastores de la Iglesia de Dios.

[1] Carta del 10 octubre 1965 al Emmo. Card. E. Tisserant, leída en la 146 Congregación general, el 11 de octubre.



Amplitud y gravedad de la cuestión

3 La gran cuestión relativa al sagrado celibato del clero en la Iglesia se ha presentado durante mucho tiempo a nuestro espíritu en toda su amplitud y en toda su gravedad. Debe todavía hoy subsistir la severa y sublimadora obligación para los que pretenden acercarse a las sagradas órdenes mayores? Es hoy posible, es hoy conveniente la observancia de semejante obligación? No será ya llegado el momento para abolir el vínculo que en la Iglesia une el sacerdocio con el celibato? No podría ser facultativa esta difícil observancia? No saldría favorecido el ministerio sacerdotal, facilitada la aproximación ecuménica? Y si la áurea ley del sagrado celibato debe todavía subsistir con qué razones ha de probarse hoy que es santa conveniente? Y con qué medios puede observarse y cómo convertirse de carga en ayuda para la vida sacerdotal?


La realidad y los problemas

4 Nuestra atención se ha detenido de modo particular en las objeciones que de varias formas se han formulado o se formulan contra el mantenimiento del sagrado celibato. Efectivamente, un tema tan importante y tan complejo nos obliga, en virtud de nuestro servicio apostólico, a considerar lealmente la realidad y los problemas que implica, pero iluminándolos, como es nuestro deber y nuestra misión, con la luz de la verdad que es Cristo, con el anhelo de cumplir en todo la voluntad de aquel que nos ha llamado a este oficio, y de manifestarnos como efectivamente somos ante la Iglesia, el siervo de los siervos de Dios.


2. OBJECIONES CONTRA EL CELIBATO SACERDOTAL


El celibato y el Nuevo Testamento

5 Se puede decir que nunca, como hoy, el terna del celibato eclesiástico se ha investigado con mayor intensidad y bajo todos sus aspectos, en el plano doctrinal, histórico, sociológico, psicológico y pastoral, y frecuentemente con intenciones fundamentalmente rectas, aunque a veces la palabras puedan haberlas traicionado.

Miremos honradamente las principales objeciones contra le ley del celibato eclesiástico, unido al sacerdocio.

La primera parece que proviene de la fuente más autorizada: el Nuevo Testamento, en el que se conserva la doctrina de Cristo y de los apóstoles, no exige e! celibato de los sagrados ministros, sino que más bien o propone como obediencia libre a una especial vocación o a un especial carisma (cf.
Mt 19,11-12). Jesús mismo no puso esta condición previa en la elección de los doce, como tampoco los apóstoles para los que ponían al frente de las primeras comunidades cristianas (cf. 1Tm 3,2-5 Tt 1,5-6).


Los Padres de la Iglesia

6 La íntima relación que los padres de la iglesia y los escritores eclesiásticos establecieron a lo largo de os siglos, entre la vocación al sacerdocio ministerial la sagrada virginidad encuentra su origen en mentalidades y situaciones históricas muy diversas de las nuestras. Muchas veces en los textos patrísticos se recomienda al clero, más que el celibato, la abstinencia con el uso del matrimonio, y las razones que se aducen en favor de la castidad perfecta de los sagrados ministros parecen a veces inspiradas en un excesivo pesimismo sobre la condición humana de la carne, o en una particular concepción de la pureza necesaria para el contacto con las cosas sagradas. Además los argumentos va no estarían en armonía con todos los ambientes socioculturales, donde la Iglesia está llamada hoy a actuar, por medio de sus sacerdotes.


Vocación y celibato

7 Una dificultad que muchos notan consiste en el hecho de que con la disciplina vigente del celibato se hace coincidir el carisma de la vocación sacerdotal con el carisma de la perfecta castidad, como estado de vida del ministro de Dios; y por eso se preguntan si es justo alejar del sacerdocio a los que tendrían vocación ministerial, sin tener la de la vida célibe.


El celibato y la escasez de clero

8 Mantener el celibato sacerdotal en la Iglesia traería además un daño gravísimo, allí donde la escasez numérica del clero, dolorosamente reconocida y lamentada por el mismo concilio [2], provoca situaciones dramáticas, obstaculizando la plena realización del plan divino de la salvación y poniendo a veces en peligro la misma posibilidad del primer anuncio del evangelio. Efectivamente, esta penuria de clero que preocupa, algunos la atribuyen al peso de la obligación del celibato.

[2] Concilio Vaticano II, Decr. Christus Dominus, n.
CD 35; Apostolicam actuositatem, n. AA 1; Presbyterorum ordinis, n. PO 10 PO 11; Ad gentes, n. AGD 19 AGD 38.


Sombras en el celibato

9 No faltan tampoco quienes están convencidos de que un sacerdocio con el matrimonio no sólo quitaría la ocasión de infidelidades, desórdenes y dolorosas defecciones, que hieren y llenan de dolor a toda la Iglesia, sino que permitiría a los ministros de Cristo dar un testimonio más completo de vida cristiana, incluso en el campo de la familia, del cual su estado actual los excluye.


Violencia a la naturaleza


10 Hay también quien insiste en la afirmación según la cual el sacerdote, en virtud de su celibato, se encuentra en una situación física y psicológica antinatural, dañosa al equilibrio y a la maduración de su personalidad humana. Así sucede -dicen- que a menudo el sacerdote se agoste y carezca de calor humano, de una plena comunión de vida y de destino con el resto de sus hermanos, y se vea forzado a una soledad que es fuente de amargura y de desaliento. Todo esto ¿no indica acaso una injusta violencia y un injustificable desprecio de valores humanos que se derivan de la obra divina de la creación, y que se integran en la obra de la redención, realizada por Cristo?

Formación inadecuada


11 Observando además el modo como un candidato al sacerdocio llega a la aceptación de un compromiso tan gravoso, se alega que en la práctica es el resultado de una actitud pasiva, causada muchas veces por una formación no del todo adecuada y respetuosa de la libertad humana, más bien que el resultado de una decisión auténticamente personal; ya que el grado de conocimiento y de autodecisión del joven y su madurez psicofísica son bastante inferiores, y en todo caso desproporcionadas respecto a la entidad, a las dificultades objetivas y a la duración del compromiso que toma sobre sí.


3. CONFIRMACIÓN DEL CELIBATO ECLESIÁSTICO.


RECONOZCAMOS EL DON DE DIOS


12 No ignoramos que se pueden proponer también otras objeciones contra el sagrado celibato. Es este un tema muy complejo que toca en lo vivo la concepción habitual de la vida y que introduce en ella la luz superior, que proviene de la divina revelación; una serie interminable de dificultades se presentará a los que «no... entienden esta palabra» (Mt 19,11), no conocen u olvidan el «don de Dios» (cf. Jn 4,10) y no saben cuál es la lógica superior de esta nueva concepción de la vida, y cual su admirable eficacia, su exuberante plenitud.


Testimonio del pasado y del presente

13 Semejante coro de objeciones parece que sofocaría la voz secular y solemne de los pastores de la Iglesia, de los maestros de espíritu, del testimonio vivido por una legión sin número de santos y de fieles ministros de Dios, que han hecho del celibato objeto interior y signo exterior de su total y gozosa donación al ministerio de Cristo. No, esta voz es también ahora fuerte y serena; no viene solamente del pasado, sino también del presente. En nuestro cuidado de observar siempre la realidad, no podemos cerrar los ojos ante esta magnífica y sorprendente realidad; hay todavía hoy en la santa Iglesia de Dios, en todas las partes del mundo, innumerables ministros sagrados —subdiáconos, diáconos, presbíteros, obispos— que viven de modo intachable el celibato voluntario y consagrado; y junto a ellos no podemos por menos de contemplar las falanges inmensas de los religiosos, de las religiosas y aun de jóvenes y de hombres seglares, fieles todos al compromiso de la perfecta castidad; castidad vivida no por desprecio del don divino de la vida, sino por amor superior a la vida nueva que brota del misterio pascual; vivida con valiente austeridad, con gozosa espiritualidad, con ejemplar integridad y también con relativa facilidad. Este grandioso fenómeno prueba una, singular realidad del reino de Dios, que vive en el seno de la sociedad moderna, a la que presta humilde y benéfico servicio de «luz del mundo» y de «sal de la tierra» (cf. Mt 5,13-114). No podemos silenciar nuestra admiración; en todo ello sopla, sin duda ninguna, el espíritu de Cristo.


Confirmación de la validez del celibato

14 Pensarnos, pues, que la vigente ley del sagrado celibato debe también hoy, y firmemente, estar unida al ministerio eclesiástico; ella debe sostener al ministro en su elección exclusiva, perenne y total del único y sumo amor de Cristo y de la dedicación al culto de Dios y al servicio de la Iglesia, y debe cualificar su estado de vida, tanto en la comunidad de los fieles, como en la profana.


La potestad de la Iglesia

15 Ciertamente, el carisma de la vocación sacerdotal, enderezado al culto divino y al servicio religioso y pastoral del Pueblo de Dios, es distinto del carisma que induce a la elección del celibato como estado de vida consagrada (cf. n. 5, 7); mas, la vocación sacerdotal, aunque divina en su inspiración, no viene a ser definitiva y operante sin la prueba y la aceptación de quien en la Iglesia tiene la potestad y la responsabilidad del ministerio para la comunidad eclesial; y por consiguiente, toca a la autoridad de la Iglesia determinar, según los tiempos y los lugares, cuáles deben ser en concreto los hombres y cuáles sus requisitos, para que puedan considerarse idóneos para el servicio religioso y pastoral de la Iglesia misma.


Propósito de la encíclica

16 Con espíritu de fe, consideramos, por lo mismo favorable la ocasión que nos ofrece la divina providencia para ilustrar nuevamente y de una manera más adaptada a los hombres de nuestro tiempo, las razones profundas del sagrado celibato, ya que, si las dificultades contra la fe «pueden estimular el espíritu a una más cuidadosa y profunda inteligencia de la misma» [3], no acontece de otro modo con la disciplina eclesiástica, que dirige la vida de los creyentes.

Nos mueve el gozo de contemplar en esta ocasión y desde este punto, de vista la divina riqueza y belleza de la Iglesia de Cristo, no siempre inmediatamente descifrable a los ojos humanos, porque es obra del amor del que es cabeza divina de la Iglesia, y porque se manifiesta en aquella perfección de santidad (cf.
Ep 5,25-27), que asombra al espíritu humano y encuentra insuficientes las fuerzas del ser humano para dar razón de ella.

[3] Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, n. GS 62.



I. ASPECTOS DOCTRINALES


1. LOS FUNDAMENTOS DEL CELIBATO SACERDOTAL


El concilio y el celibato

17 Ciertamente, como ha declarado el Sagrado Concilio Ecuménico Vaticano II, la virginidad «no es exigida por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece por la práctica de la Iglesia primitiva y por la tradición de las Iglesias Orientales»[4], pero el mismo sagrado concilio no ha dudado confirmar solemnemente la antigua, sagrada y providencial ley vigente del celibato sacerdotal, exponiendo también los motivos que la justifican para todos los que saben apreciar con espíritu de fe y con íntimo y generoso fervor los dones divinos.

[4] Decr. Presbyter. Ordinis, n.
PO 16.


Argumentos antiguos puestos a nueva luz

18 No es la primera vez que se reflexiona sobre la «múltiple conveniencia» (1.c PO 16) del celibato para los ministros de Dios; y aunque las razones aducidas han sido diversas, según la diversa mentalidad y las diversas situaciones, han estado siempre inspiradas en consideraciones específicamente cristianas, en el fondo de las cuales late la intuición de motivos más profundos. Estos motivos pueden venir a mejor luz, no sin el influjo del Espíritu Santo, prometido por Cristo a los suyos para el conocimiento de las cosas venideras (cf. Jn 16,13) y para hacer progresar en el pueblo de Dios la inteligencia del misterio de Cristo y de la Iglesia, sirviéndose también de la experiencia procurada por una penetración mayor de las cosas espirituales a través de los siglos [5].

[5] Concilio Vaticano II, Const. dogm. Dei Verbum, n. DV 8.


A. DIMENSIÓN CRISTOLÓGICA


La novedad de Cristo

19 El sacerdocio cristiano, que es nuevo, solamente puede ser comprendido a la luz de la novedad de Cristo, pontífice sumo y eterno sacerdote, que ha instituido el sacerdocio ministerial, como real participación de su único sacerdocio [6]. El ministro de Cristo y administrador de los misterios de Dios (1Co 4,1) tiene por consiguiente en él también el modelo directo y el supremo ideal (cf. 1Co 11,1). El Señor Jesús, unigénito de Dios, enviado por el Padre al mundo, se hizo hombre para que la humanidad, sometida al pecado y a la muerte, fuese regenerada y, mediante un nuevo nacimiento (Jn 3,5 Tt 3,5), entrase en el reino de los cielos. Consagrado totalmente a la voluntad del Padre (Jn 4,34 Jn 17,4), Jesús realizó mediante su misterio pascual esta nueva creación (2Co 5,17 Ga 6,15), introduciendo en el tiempo y en el mundo una forma nueva, sublime y divina de vida, que transforma la misma condición terrena de la humanidad (cf. Ga 3,28).

[6] Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. LG 28; Decr. Presbyter. Ordinis, n. PO 2.


Matrimonio y celibato en la novedad de Cristo

20 El matrimonio, que por voluntad de Dios continúa la obra de la primera creación (Gn 2,18), asumido en el designio total de la salvación, adquiere también él nuevo significado y valor. Efectivamente, Jesús le ha restituido su primitiva dignidad (Mt 19,38), lo ha honrado (cf. Jn 2,1-11) y lo ha elevado a la dignidad de sacramento y de misterioso signo de su unión con la Iglesia (Ep 5,32). Así los cónyuges cristianos, en el ejercicio del mutuo amor, cumpliendo sus específicos deberes y tendiendo a la santidad que les es propia, marchan juntos hacia la patria celestial. Cristo, mediador de un testamento mas excelente (He 8,6), ha abierto también un camino nuevo, en el que la criatura humana, adhiriéndose total y directamente al Señor y preocupada solamente de él y de sus cosas (1Co 7,33-35), manifiesta de modo más claro y completo la realidad, profundamente innovadora, del Nuevo Testamento.


Virginidad y sacerdocio en Cristo mediador

21 Cristo, Hijo único del Padre, en virtud de su misma encarnación, ha sido constituido mediador entre el cielo y la tierra, entre el Padre y el género humano. En plena armonía con esta misión, Cristo permaneció toda la vida en el estado de virginidad, que significa su dedicación total al servicio de Dios y de los hombres. Esta profunda conexión entre la virginidad y el sacerdocio en Cristo se refleja en los que tienen la suerte de participar de la dignidad y de la misión del mediador y sacerdote eterno, y esta participación será tanto más perfecta cuanto el sagrado ministro esté más libre de vínculos de carne y de sangre [7].

[7] Decr. Presbyter. Ordinis, n.
PO 16.


El celibato por el reino de los cielos

22 Jesús, que escogió los primeros ministros de la salvación y quiso que entrasen en la inteligencia de los misterios del reino de los cielos (Mt 13,11 Mc 4,11 Lc 8,10), cooperadores de Dios con título especialísimo, embajadores suyos (2Co 5,20), y les llamó amigos y hermanos (Jn 15,15 Jn 20,17), por los cuales se consagró a sí mismo, a fin de que fuesen consagrados en la verdad (Jn 17,19), prometió una recompensa superabundante a todo el que hubiera abandonado casa, familia, mujer e hijos por el reino de Dios (Lc 18,29-30). Más aún, recomendó también [8], con palabras cargadas de misterio y de expectación, una consagración todavía más perfecta al reino de los cielos por medio de la virginidad, como consecuencia de un don especial (Mt 19,11-12). La respuesta a este divino carisma tiene como motivo el reino de los cielos (Ibíd..v. Mt 19,12); e igualmente de este reino, del evangelio (Mc 20,29-30) y del nombre de Cristo (Mt 19,29) toman su motivo las invitaciones de Jesús a las arduas renuncias apostólicas, para una participación más íntima en su suerte.

[8] Decr. Presbyter. ordinis, n. PO 16.


Testimonio de Cristo

23 Es, pues, el misterio de la novedad de Cristo, de todo lo que él es y significa; es la suma de los más altos ideales del evangelio, y del reino; es una especial manifestación de la gracia que brota del misterio pascual del redentor, lo que hace deseable y digna la elección de la virginidad, por parte de los llamados por el Señor Jesús, con la intención no solamente de participar de su oficio sacerdotal, sino también de compartir con él su mismo estado de vida.


Plenitud de amor

24 La respuesta a la vocación divina es una respuesta de amor al amor que Cristo nos ha demostrado de manera sublime (Jn 15,13 Jn 3,16); ella se cubre de misterio en el particular amor por las almas, a las cuales él ha hecho sentir sus llamadas más comprometedoras (cf. Mc 1,21). La gracia multiplica con fuerza divina las exigencias del amor que, cuando es auténtico, es total, exclusivo, estable y perenne, estímulo irresistible para todos los heroísmos. Por eso la elección del sagrado celibato ha sido considerada siempre en la Iglesia «como señal y estímulo de caridad» [9]; señal de un amor sin reservas, estímulo de una caridad abierta a todos. Quién jamás puede ver en una vida entregada tan enteramente y por las razones que hemos expuesto, señales de pobreza espiritual, de egoísmo, mientras que por el contrario es, y debe ser, un raro y por demás significativo ejemplo de vida, que tiene como motor y fuerza el amor, en el que el hombre expresa su exclusiva grandeza? Quién jamás podrá dudar de la plenitud moral y espiritual de una vida de tal manera consagrada, no ya a un ideal aunque sea el más sublime, sino a Cristo y a su obra en favor de una humanidad nueva, en todos los lugares y en todos los tiempos?

[9] Const. Lumen gentium, n. LG 42.


Invitación al estudio


25 Esta perspectiva bíblica y teológica, que asocia nuestro sacerdocio ministerial al de Cristo, y que de la total y exclusiva entrega de Cristo a su misión salvífica saca el ejemplo y la razón de nuestra asimilación a la forma de caridad y de sacrificio, propia de Cristo redentor, nos parece tan fecunda y tan llena de verdades especulativas y prácticas, que os invitamos a vosotros, venerables hermanos, invitamos a los estudiosos de la doctrina cristiana y a los maestros de espíritu y a todos los sacerdotes capaces de las intuiciones sobrenaturales sobre su vocación, a perseverar en el estudio de estas perspectivas y penetrar en sus íntimas y fecundas realidades, de suerte que el vínculo entre el sacerdocio y el celibato aparezca cada vez mejor en su lógica luminosa y heroica, de amor único e ilimitado hacia Cristo Señor y hacia su Iglesia.


B. DIMENSIÓN ECLESIOLÓGICA


El celibato y el amor de Cristo y del sacerdote por la Iglesia

26 «Apresado por Cristo Jesús» (Ph 3,12) hasta el abandono total de sí mismo en él, el sacerdote se configura más perfectamente a Cristo también en el amor, con que el eterno sacerdote ha amado a su cuerpo, la Iglesia, ofreciéndose a sí mismo todo por ella, para hacer de ella una esposa gloriosa, santa e inmaculada (cf. Ep 5,26-27).

Efectivamente, la virginidad consagrada de los sagrados ministros manifiesta el amor virginal de Cristo a su Iglesia y la virginal y sobrenatural fecundidad de esta unión, por la cual los hijos de Dios no son engendrados ni por la carne, ni por la sangre (Jn 1,13)[10].

[10] Cf. Const. dogm. Lumen gentium, n. LG 42; Decr. Presbyter. ordinis, n. PO 16.


Unidad y armonía en la vida sacerdotal: el ministerio de la palabra

27 El sacerdote, dedicándose al servicio del Señor Jesús y de su cuerpo místico en completa libertad más facilitada gracias a su total ofrecimiento, realiza más plenamente la unidad y la armonía de su vida sacerdotal [11]. Crece en él la idoneidad para oír la palabra de Dios y para la oración. De hecho, la palabra de Dios, custodiada por la Iglesia, suscita en el sacerdote que diariamente la medita, la vive y la anuncia a los fieles, los ecos más vibrantes y profundos.

[11] Decr. Presbyter. ordinis, n.
PO 14.


El oficio divino y la oración

28 Así, dedicado total y exclusivamente a las cosas de Dios y de la Iglesia, como Cristo (cf. Lc 2,49 1Co 7,32-33), su ministro, a imitación del sumo sacerdote, siempre vivo en la presencia de Dios para interceder en favor nuestro (He 9,24 He 7,25), recibe, del atento y devoto rezo del oficio divino, con el que él presta su voz a la Iglesia que ora juntamente con su esposo [12], alegría e impulso incesantes, y experimenta la necesidad de prolongar su asiduidad en la oración, que es una función exquisitamente sacerdotal (Ac 6,2).

[12] Cf. Decr. Presbyter. ordinis, n. PO 13.


El ministerio de la gracia y de la eucaristía

29 Y todo el resto de la vida del sacerdote adquiere mayor plenitud de significado y de eficacia santificadora. Su especial empeño en la propia santificación encuentra efectivamente nuevos incentivos en el ministerio de la gracia y en el ministerio de la eucaristía, en la que se encierra todo el bien de la Iglesia [13] actuando en persona de Cristo, el sacerdote se une más íntimamente a la ofrenda, poniendo sobre el altar su vida entera, que lleva las señales del holocausto.

[13] Decr. Presbyter. ordinis, n.
PO 5.


Vida plenísima y fecunda

30 ¿Qué otras consideraciones más podríamos hacer sobre el aumento de capacidad, de servicio, de amor, de sacrificio del sacerdote por todo el pueblo de Dios? Cristo ha dicho de sí: «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto» (Jn 12,24). Y el apóstol Pablo no dudaba en exponerse a morir cada día, para poseer en sus fieles una gloria en Cristo Jesús (cf. 1Co 14,31). Así el sacerdote, muriendo cada día totalmente a sí mismo, renunciando al amor legítimo de una familia propia por amor de Cristo y de su reino, hallar la gloria de una vida en Cristo plenísima y fecunda, porque como él y en él ama y se da a todos los hijos de Dios.


El sacerdote célibe en la comunidad de los fieles

31 En medio de la comunidad de los fieles, confiados a sus cuidados, el sacerdote es Cristo presente; de ahí la suma conveniencia de que en todo reproduzca su imagen y en particular de que siga su ejemplo, en su vida íntima lo mismo que en su vida de ministerio. Para sus hijos en Cristo el sacerdote es signo y prenda de las sublimes y nuevas realidades del reino de Dios, del que es dispensador, poseyéndolas por su parte en el grado más perfecto y alimentando la fe y la esperanza de todos los cristianos, que en cuanto tales están obligados a la observancia de la castidad, según el propio estado.


Eficacia pastoral del celibato

32 La consagración a Cristo, en virtud de un título nuevo y excelso cual es el celibato, permite además al sacerdote, como es evidente también en el campo práctico, la mayor eficiencia y la mejor actitud psicológica y afectiva para el ejercicio continuo de la caridad perfecta, que le permitirá, de manera más amplia y concreta, darse todo para utilidad de todos (2Co 12,15)[14] y le garantiza claramente una mayor libertad y disponibilidad en el ministerio pastoral[15], en su activa y amorosa presencia en medio del mundo al que Cristo lo ha enviado (Jn 17,18), a, fin de que pague enteramente a todos los hijos de Dios la deuda que se les debe (Rm 1,14).

[14] Decr. Optatam totius, n. PO 10.
[15] Decr. Presbyter. Ordinis, n. PO 16.


C. DIMENSIÓN ESCATOLÓGICA


El anhelo del pueblo de Dios por el reino celestial

33 El reino de Dios que no es de este mundo (Jn 18,36), está aquí en la tierra presente en misterio y llegará a su perfección con la venida gloriosa del Señor Jesús [16]. De este reino la Iglesia forma aquí abajo como el germen y el principio; y mientras que va creciendo lenta, pero seguramente, siente el anhelo de aquel reino perfecto y desea, con todas sus fuerzas, unirse a su rey en la gloria [17].

En la historia, el Pueblo de Dios, peregrino, está en camino hacia su verdadera patria (Ph 3,20) donde se manifestará en toda su plenitud la filiación divina de los redimidos (1Jn 3,2) y donde resplandecerá definitivamente la belleza transfigurada de la Esposa del Cordero divino[18].

[16] Const. past. Gaudium et spes, n. GS 39.
[17] Const. dogm. Lumen gentium, n. LG 5.
[18] Const. dogm. Lumen gentium, n. LG 48.


El celibato como signo de los bienes celestiales

34 Nuestro Señor y Maestro ha dicho que «en la resurrección no se tomará mujer ni marido, sino que serán como ángeles de Dios en el cielo» (Mt 22,30). En el mundo de los hombres, ocupados en gran número en los cuidados terrenales y dominados con gran frecuencia por los deseos de la carne (cf. 1Jn 2,16), el precioso don divino de la perfecta continencia por el reino de los cielos constituye precisamente «un signo particular de los bienes celestiales» [19], anuncia la presencia sobre la tierra de los últimos tiempos de la salvación (cf. 1Cor 1Co 7,29-31) con el advenimiento de un mundo nuevo, y anticipa de alguna manera la consumación del reino, afirmando sus valores supremos, que un día brillarán en todos los hijos de Dios. Por eso, es un testimonio de la necesaria tensión del Pueblo de Dios hacia la meta última de su peregrinación terrenal y un estímulo para todos a alzar la mirada a las cosas que están allá arriba, en donde Cristo está sentado a la diestra del Padre y donde nuestra vida está escondida con Cristo en Dios, hasta que se manifieste en la gloria (Col 3,1-4).

[19] Concilio Vaticano II, Decr. Perfectae caritatis, n. PC 12.



2. EL CELIBATO EN LA VIDA DE LA IGLESIA


En la antigüedad

35 El estudio de los documentos históricos sobre el celibato eclesiástico sería demasiado largo, pero muy instructivo. Baste la siguiente indicación: en la antigüedad cristiana los padres y los escritores eclesiásticos dan testimonio de la difusión, tanto en oriente como en occidente, de la práctica libre del celibato en los sagrados ministros [20], por su gran conveniencia con su total dedicación al servicio de Dios y de su Iglesia.

[20] Cf. Tertuliano, De exhort. castitatis, 13: PL 2, 978; San Epifanio, Adv. haer. 2, 48, 9 y 59, 4: PL 41, 869. 1025; San Efrén, Carmina nisibena, 18, 19, ed. G. Bickell. (Lipsiae 1866), 122; Eusebio de Cesárea, Demonstr. evang., 1, 9: PG 22, 81; San Cirilo de Jerusalén, Catech., 12, 25: PG 33, 757; San Ambrosio, De offic. ministr., 1, 50: PL 16, 97 s.; San Austín, De moribus Eccl. cathol., 1, 32: PL 32, 1339; San Jerónimo, Adv. Vigilant., 2: PL 23, 340-41; Sinesio, Obispo de Tolem., Epist., 105: PG 66, 1485.


La Iglesia de Occidente

36 La Iglesia de Occidente, desde los principios del siglo IV, mediante la intervención de varios concilios provinciales y de los sumos pontífices, corroboró, extendió y sancionó esta práctica [21]. Fueron sobre todo los supremos pastores y maestros de la Iglesia de Dios, custodios e intérpretes del patrimonio de la fe y de las santas costumbres cristianas, los que promovieron, defendieron y restauraron el celibato eclesiástico, en las sucesivas épocas de la historia, aun cuando se manifestaban oposiciones en el mismo clero y las costumbres de una sociedad en decadencia no favorecían ciertamente los heroísmos de la virtud. La obligación del celibato fue además solemnemente sancionada por el sagrado Concilio ecuménico Tridentino[22] e incluida finalmente en el Código de Derecho Canónico (can. CIS 132,1) [nuevo can. CIC 277].

[21] La primera vez en el Concilio de Elvira en España (c. a. 300), c. 33; Mansi 2, 11.
[22] Ses. 24, can. 9-10.


El magisterio pontificio más reciente

37 Los sumos pontífices más cercanos a nosotros desplegaron su ardentísimo celo y su doctrina para iluminar y estimular al clero a esta observancia [23] y no querernos dejar de rendir un homenaje especial a la piadosísima memoria de nuestro inmediato predecesor, todavía vivo en el corazón del mundo, el cual, en el Sínodo romano pronunció, entre la sincera aprobación de nuestro clero de la urbe, las palabras siguientes: «Nos llega al corazón el que... alguno pueda fantasear sobre la voluntad o la conveniencia para la Iglesia católica de renunciar a lo que, durante siglos y siglos, fue y sigue siendo una de las glorias más nobles y más puras de su sacerdocio. La ley del celibato eclesiástico, y el cuidado de mantenerla, queda siempre como una evocación de las batallas de los tiempos heroicos, cuando la Iglesia de Dios tenía que combatir, y salió victoriosa, por el éxito de su trinomio glorioso, que es siempre símbolo de victoria: Iglesia de Cristo libre, casta y católica» [24]

[23] San Pío X, Exhort. Haerent animo: ASS 41 (1908) 555-577; Benedicto XV, Carta al Arzob. de Praga F. Kordac, 29 enero 1920: AAS 12 (1920) 57 s.; Alloc. consist. 16 dic. 1920: AAS 12 (1920) 585-588; Pío XI, Enc. Ad catholici sacerdoti: AAS 28 (1936) 24-30; Pío XII, Exhort. Menti nostrae: AAS 42 (1950) 657-702; Enc. Sacra virginitas: AAS 46 (1954) 161-191; Juan XXIII, Enc. Sacerdotii nostri primordia: AAS 51 (1959) 554-556.
[24] Aloc. II al Sínodo romano, 26 enero 1960: AAS 52 (1960) 235-236 (texto latino, 226).


La Iglesia de Oriente

38 Si es diversa la legislación de la Iglesia de Oriente en materia de disciplina del celibato en el clero, como fue finalmente establecida por el Concilio Trullano desde el año 692 [25], y como ha sido abiertamente reconocido por el Concilio Vaticano II [26], esto es debido también a una diversa situación histórica de aquella parte nobilísima de la Iglesia, situación a la que el Espíritu Santo ha acomodado su influjo providencial y sobrenaturalmente.

Aprovechamos esta ocasión para expresar nuestra estima y nuestro respeto a todo el clero de las Iglesias orientales y para reconocer en él ejemplos de fidelidad y de celo que lo hacen digno de sincera veneración.

[25] Can. 6, 12, 13, 48: Mansi 11, 944-948, 965.
[26] Decr. Presbyter. ordinis, n.
PO 16.



Sacerdotalis caelibatus ES