Sacerdotalis caelibatus ES 82

Renovar la elección

82 Queríamos finalmente, como complemento y como recuerdo de nuestro coloquio epistolar con vosotros, venerables hermanos en el episcopado, y con vosotros, sacerdotes y ministros del altar, sugerir que cada uno de vosotros haga el propósito de renovar cada año, en el aniversario de su respectiva ordenación, o también todos juntos espiritualmente en el Jueves Santo, el día misterioso de la institución del sacerdocio, la entrega total y confiada a Nuestro Señor Jesucristo, de inflamar nuevamente de este modo en vosotros la conciencia de vuestra elección a su divino servicio, y de repetir al mismo tiempo, con humildad y ánimo, la promesa de vuestra indefectible fidelidad al único amor de él y a vuestra castísima oblación (cf. Rm 12,1).


3. DOLOROSAS DESERCIONES


La verdadera responsabilidad

83 En este punto, nuestro corazón se vuelve con paterno amor, con gran estremecimiento y dolor hacia aquellos desgraciados, mas siempre amadísimos y queridísimos hermanos nuestros en el sacerdocio, que manteniendo impreso en su alma el sagrado carácter conferido en la ordenación sacerdotal, fueron o son desgraciadamente infieles a las obligaciones contraídas al tiempo de su consagración.

Su lamentable estado y las consecuencias privadas y públicas que de él se derivan mueven a algunos a pensar si no es precisamente el celibato propiamente responsable en algún modo de tales dramas y de los escándalos que por ellos sufre el Pueblo de Dios. En realidad, la responsabilidad recae no sobre el sagrado celibato en sí mismo, sino sobre una valoración a su tiempo no siempre suficiente y prudente de las cualidades del candidato al sacerdocio o sobre el modo con que los sagrados ministros viven su total consagración.


Motivos para las dispensas

84 La iglesia es sensibilísima a la triste suerte de estos sus hijos y tiene por necesario hacer toda clase de esfuerzos para prevenir o sanar las llagas que se le infieren con su defección. Siguiendo el ejemplo de nuestros inmediatos predecesores, también hemos querido y dispuesto que la investigación de las causas que se refieren a la ordenación sacerdotal se extienda a otros motivos gravísimos no previstos por la actual legislación canónica (cf. CIS 214) [nuevos cán. CIC 290-291], que pueden dar lugar a fundadas y reales dudas sobre la plena libertad y responsabilidad del candidato al sacerdocio y sobre su idoneidad para el estado sacerdotal, con el fin de liberar de las cargas asumidas a cuantos un diligente proceso judicial demuestre efectivamente que no son aptos.


Justicia y caridad de la Iglesia

85 Las dispensas que eventualmente se vienen concediendo, en un porcentaje verdaderamente mínimo en comparación con el gran número de sacerdotes sanos y dignos, al mismo tiempo que proveen con justicia a la salud espiritual de los individuos, demuestran también la solicitud de la Iglesia por la tutela del sagrado celibato y la fidelidad integral de todos sus ministros. Al hacer esto, la Iglesia procede siempre con la amargura en el corazón, especialmente en los casos particularmente dolorosos en los que el negarse a rehusar llevar dignamente el yugo suave de Cristo se debe a crisis de fe, o a debilidades morales, por lo mismo frecuentemente responsables y escandalosas.

Llamamiento doloroso


86 Oh si supiesen estos sacerdotes cuánta pena, cuánto deshonor, cuánta turbación proporcionan a la santa Iglesia de Dios, si reflexionasen sobre la solemnidad y la belleza de los compromisos que asumieron, y sobre los peligros en que van a encontrarse en esta vida y en la futura, serían más cautos y más reflexivos en sus decisiones, más solícitos en la oración y más lógicos e intrépidos para prevenir las causas de su colapso espiritual y moral.

Solicitud hacia sacerdotes jóvenes


87 La madre Iglesia dirige particular interés hacía los casos de los sacerdotes todavía jóvenes que habían emprendido con entusiasmo y celo su vida de ministerio. ¿No les es quizá fácil hoy, en la tensión del deber sacerdotal, experimentar un momento de desconfianza, de duda, de pasión, de locura? Por esto, la Iglesia quiere que, especialmente en estos casos, se tienten todos los medios persuasivos, con el fin de inducir al hermano vacilante a la calma, a la confianza, al arrepentimiento, a la recuperación, y sólo cuando el caso ya no presenta solución alguna posible, se aparta al desgraciado ministro del ministerio a él confiado.

La concesión de las dispensas


88 Si se muestra irrecuperable para el sacerdocio, pero presenta todavía alguna disposición seria y buena para vivir cristianamente como seglar, la Sede Apostólica, estudiadas todas las circunstancias, de acuerdo con el ordinario o superior religioso, dejando que al dolor venza todavía el amor, concede a veces la dispensa pedida, no sin acompañarla con la imposición de obras de piedad y de reparación, a fin de que quede en el hijo desgraciado, mas siempre querido, un signo saludable del dolor maternal de la Iglesia y un recuerdo más vivo de la común necesidad de la divina misericordia.

Estímulo y aviso


89 Tal disciplina, severa y misericordiosa al mismo tiempo, inspirada siempre en justicia y en verdad, en suma prudencia y discreción, contribuirá sin duda a confirmar a los buenos sacerdotes en el propósito de una vida pura y santa y servirá de aviso a los aspirantes al sacerdocio, para que con la prudente guía de sus educadores, avancen hacia el altar con pleno conocimiento, con supremo desinterés, con arrojo de correspondencia a la gracia divina y a la voluntad de Cristo y de la Iglesia.

Consuelos


90 No queremos, por fin, dejar de agradecer con gozo profundo al Señor advirtiendo que no pocos de los que fueron desgraciadamente infieles por algún tiempo a su compromiso, habiendo recurrido con conmovedora buena voluntad a todos los medios idóneos, y principalmente a una intensa vida de, oración, de humildad, de esfuerzos perseverantes sostenidos con la asiduidad al sacramento de la penitencia, han vuelto a encontrar por gracia del sumo sacerdote la vía justa y han llegado a ser, para regocijo de todos, sus ejemplares ministros.


4. LA SOLICITUD DEL OBISPO


El obispo y sus sacerdotes

91 Nuestros queridísimos sacerdotes tienen el derecho y el deber de encontrar en vosotros, venerables hermanos en el episcopado, una ayuda insustituible y valiosísima para la observancia más fácil y feliz de los deberes contraídos. Vosotros los habéis recibido y destinado al sacerdocio, vosotros habéis impuesto las manos sobre sus cabezas, a vosotros os están unidos para el honor sacerdotal y en virtud del sacramento del orden, ellos os hacen presentes a vosotros en la comunidad de sus fieles, a vosotros os están unidos con ánimo confiado y grande, tomando sobre sí, según su grado, vuestros oficios y vuestra solicitud [44]. Al elegir el sagrado celibato, han seguido el ejemplo, vigente desde la antigüedad, de los obispos de Oriente y Occidente. Lo que constituye entre el obispo y el sacerdote un motivo nuevo de comunión y un factor propicio para vivirla más íntimamente.

[44] Const. dogm. Lumen gentium, n.
LG 28.


Responsabilidad y caridad pastoral

92 Toda la ternura de Jesús por sus apóstoles se manifestó con toda evidencia cuando Él los hizo ministros de su cuerpo real y místico (cf. Jn 13-17); y también vosotros, en cuya persona «está presente en medio de los creyentes Nuestro Señor Jesucristo, pontífice sumo» [45], sabéis que lo mejor de vuestro corazón y de vuestras atenciones pastorales se lo debéis a los sacerdotes y a los jóvenes que se preparan para serlo [46]. Por ningún otro modo podéis vosotros manifestar mejor esta vuestra convicción que por la consciente responsabilidad, por la sinceridad e invencible caridad con la que dirigiréis la educación de los alumnos del santuario y ayudaréis con todos los medios a los sacerdotes a mantenerse fieles a su vocación y a sus deberes.

[45] Const. dogm. Lumen gentium, u. LG 21.
[46] Decr. Presbyter. ordinis, n. PO 7.


El corazón del obispo

93 La soledad humana del sacerdote, origen no último de desaliento y de tentaciones, sea atendida ante todo con vuestra fraterna y amigable presencia y acción [47] Antes de ser superiores y jueces, sed para vuestros sacerdotes maestros, padres, amigos y hermanos buenos y misericordiosos, prontos a comprender, a compadecer, a ayudar. Animad por todos los modos a vuestros sacerdotes a una amistad personal y a que se os abran confiadamente, que no suprima, sino que supere con la caridad pastoral el deber de obediencia jurídica, a fin de que la misma obediencia sea más voluntaria, leal y segura. Una devota amistad y una filial confianza con vosotros permitirá a los sacerdotes abriros sus almas a tiempo, confiaros sus dificultades en la certeza de poder disponer siempre de vuestro corazón para confiaros también las eventuales derrotas, sin el servil temor del castigo, sino en la espera filial de corrección, de perdón y de socorro, que les animará a emprender con nueva confianza su arduo camino.

[47] Decr. cit., ibíd.
PO 7


Autoridad y paternidad

94 Todos vosotros, venerables hermanos, estáis ciertamente convencidos de que devolver a un ánimo sacerdotal el gozo y el entusiasmo por la propia vocación, la paz interior y la salvación, es un ministerio urgente y glorioso que tiene un influjo incalculable en una multitud de almas. Si en un cierto momento os veis constreñidos a recurrir a vuestra autoridad y a una justa severidad con los pocos que, después de haber resistido a vuestro corazón, causan con su conducta escándalo al pueblo de Dios, al tomar las necesarias medidas procurad poneros delante todo su arrepentimiento. A imitación de Nuestro Señor Jesucristo, pastor y obispo de nuestras almas (1P 2,25), no quebréis la caña cascada, ni apaguéis la mecha humeante (Mt 12,20); sanad como Jesús las llagas (cf. Mt 9,12), salvad lo que estaba perdido (cf. Mt 18,11), id con ansia y amor en busca de la oveja descarriada para traerla de nuevo al calor del redil (cf. Lc 15,4 s.) e intentad como Él, hasta el fin (cf. Lc 22,48), el reclamo al amigo infiel.


Magisterio y vigilancia

95 Estamos seguros, venerables hermanos, de que no dejaréis de tentar nada por cultivar asiduamente en vuestro clero, con vuestra doctrina y prudencia, con vuestro fervor pastoral, el ideal sagrado del celibato; y que no perderéis jamás de vista a los sacerdotes que han abandonado la casa de Dios, que es su verdadera casa, sea cual sea el éxito de su dolorosa aventura, porque ellos siguen siendo por siempre hijos vuestros.



5. LA AYUDA DE LOS FIELES


Responsabilidad de todo el Pueblo de Dios

96 La virtud sacerdotal es un bien de la Iglesia entera; es una riqueza y gloria no humana, que redunda en edificación y beneficio de todo el pueblo de Dios. Por eso, queremos dirigir nuestra afectuosa y apremiante exhortación a todos los fieles, nuestros hijos en Cristo, a fin de que se sientan responsables también ellos de la virtud de sus hermanos, que han tomado la misión de servirles en el sacerdocio para su salvación. Pidan y trabajen por las vocaciones sacerdotales y ayuden a los sacerdotes con devoción con amor filial, con dócil colaboración, con afectuosa intención de ofrecerles el aliento de una alegre correspondencia a sus cuidados pastorales. Animen a estos sus padres en Cristo a superar las dificultades de todo género que encuentran para cumplir sus deberes con plena fidelidad, para edificación del mundo. Cultiven con espíritu de fe y de caridad cristiana un profundo respeto y una delicada reserva respecto al sacerdote, de modo particular de su condición de hombre enteramente consagrado a Cristo y a su Iglesia.

Invitación a los seglares


97 Nuestra invitación se dirige en particular a aquellos seglares que buscan más asidua e intensamente a Dios y tienden a la perfección cristiana en la vida seglar. Estos podrán con su devota y cordial amistad ser una gran ayuda a los sagrados ministros. Los laicos, en efecto, integrados en el orden temporal y al mismo tiempo empeñados en una correspondencia más generosa y perfecta a la vocación bautismal, están en condiciones, en algunos casos, de iluminar y confortar al sacerdote, que, en el ministerio de Cristo de la Iglesia, podría recibir daño en la integridad de su vocación de ciertas situaciones y de cierto turbio espíritu del mundo. De este modo, todo el Pueblo de Dios honrará a Nuestro Señor Jesucristo en los que le representan y de los que Él dijo: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe; y quien a mí me recibe, recibe a aquel que me ha enviado» (Mt 10,40), prometiendo cierta recompensa al que ejercite la caridad de alguna manera con sus enviados (Ibíd., v. Mt 10,42).


CONCLUSIÓN


La intercesión de María

98 Venerables hermanos nuestros, pastores del rebaño de Dios que está debajo de todos los cielos, y amadísimos sacerdotes hermanos e hijos nuestros: estando para concluir esta carta que os dirigimos con el ánimo abierto a toda la caridad de Cristo, os invitamos a volver con renovada confianza y con filial esperanza la mirada y el corazón a la dulcísima Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, para invocar sobre el sacerdocio católico su maternal y poderosa intercesión. El Pueblo de Dios admira y venera en ella la figura y el modelo de la Iglesia de Cristo en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con él. María Virgen y Madre obtenga a la Iglesia, a la que también saludamos como virgen y madre [48], el que se gloríe humildemente y siempre de la fidelidad de sus sacerdotes al don sublime de la sagrada virginidad, y el que vea cómo florece y se aprecia en una medida siempre mayor en todos los ambientes, a fin de que se multiplique sobre la tierra el ejército de los que siguen al divino Cordero adondequiera que él vaya (Ap 14,4).

[48] Const. dogm. Lumen gentium, n. LG 63 LG 64.


Firme esperanza de la Iglesia

99 La Iglesia proclama altamente esta esperanza suya en Cristo; es consciente de la dramática escasez del número de sacerdotes en comparación con las necesidades espirituales de la población del mundo; mas está firme en su esperanza, fundada en los infinitos y misteriosos recursos de la gracia, que la calidad espiritual de los sagrados ministros engendrará también la cantidad, porque a Dios todo le es posible (Mc 10,27 Lc 1,37).

En esta fe y en esta esperanza sea a todos auspicio de las gracias celestes y testimonio de nuestra paternal benevolencia, la bendición apostólica que os impartimos con todo el corazón.

Dado en Roma, en San Pedro, el 24 del mes de junio del año 1967, quinto de nuestro pontificado.

PAULUS PP. VI








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