San Pio X, Pascendi 18

a) La fe

18 Aqui ya, venerables hermanos, se nos abre la puerta para examinar a los modernistas en el campo teologico. Mas, porque es materia muy escabrosa, la reduciremos a pocas palabras.

Se trata, pues, de conciliar la fe con la ciencia, y eso de tal suerte que la una se sujete a la otra. En este género, el teologo modernista usa de los mismos principios que, según vimos, usaba el filosofo, y los adapta al creyente; a saber: los principios de la inmanencia y el simbolismo. Simplicisimo es el procedimiento. El filosofo afirma: el principio de la fe es inmanente; el creyente añade: ese principio es Dios; concluye el teologo: luego Dios es inmanente en el hombre. He aqui la inmanencia teologica. De la misma suerte es cierto para el filosofo que las representaciones del objeto de la fe son solo simbolicas; para el creyente lo es igualmente que el objeto de la fe es Dios en si: el teologo, por tanto, infiere: las representaciones de la realidad divina son simbolicas. He aqui el simbolismo teologico.

Errores, en verdad grandisimos; y cuan perniciosos sean ambos, se descubrira al verse sus consecuencias. Pues, comenzando desde luego por el simbolismo, como los simbolos son tales respecto del objeto, a la vez que instrumentos respecto del creyente, ha de precaverse éste ante todo, dicen, de adherirse mas de lo conveniente a la formula, en cuanto formula, usando de ella unicamente para unirse a la verdad absoluta, que la formula descubre y encubre juntamente, empenandose luego en expresarlas, pero sin conseguirlo jamas. A esto anaden, además, que semejantes formulas debe emplearlas el creyente en cuanto le ayuden, pues se le han dado para su comodidad y no como impedimento; eso si, respetando el honor que, según la consideración social, se debe a las formulas que ya el magisterio publico juzgo idoneas para expresar la conciencia comun y en tanto que el mismo magisterio no hubiese declarado otra cosa distinta.

Qué opinan realmente los modernistas sobre la inmanencia, difícil es decirlo: no todos sienten una misma cosa. Unos la ponen en que Dios, por su accion, esta mas intimamente presente al hombre que éste a si mismo; lo cual nada tiene de reprensible si se entendiera rectamente. Otros, en que la acción de Dios es una misma cosa con la acción de la naturaleza, como la de la causa primera con la de la segunda; lo cual, en verdad, destruye el orden sobrenatural. Por ultimo, hay quienes la explican de suerte que den sospecha de significación panteista, lo cual concuerda mejor con el resto de su doctrina.

19 A este postulado de la inmanencia se junta otro que podemos llamar de permanencia divina: difieren entre si, casi del mismo modo que difiere la experiencia privada de la experiencia transmitida por tradicion. Aclarémoslo con un ejemplo sacado de la Iglesia y de los sacramentos. La Iglesia, dicen, y los sacramentos no se ha de creer, en modo alguno, que fueran instituidos por Cristo. Lo prohibe el agnosticismo, que en Cristo no reconoce sino a un hombre, cuya conciencia religiosa se formo, como en los otros hombres, poco a poco; lo prohibe la ley de inmanencia, que rechaza las que ellos llaman externas aplicaciones; lo prohibe también la ley de la evolucion, que pide, a fin de que los gérmenes se desarrollen, determinado tiempo y cierta serie de circunstancias consecutivas; finalmente, lo prohibe la historia, que ensena como fue en realidad el verdadero curso de los hechos. Sin embargo, debe mantenerse que la Iglesia y los sacramentos fuerón instituidos mediatamente por Cristo. Pero ¿de qué modo? Todas las conciencias cristianas estaban en cierta manera incluidas virtualmente, como la planta en la semilla, en la ciencia de Cristo. Y como los gérmenes viven la vida de la simiente, asi hay que decir que todos los cristianos viven la vida de Cristo. Mas la vida de Cristo, según la fe, es divina: luego también la vida de los cristianos. Si, pues, esta vida, en el transcurso de las edades, dio principio a la Iglesia y a los sacramentos, con toda razón se dira que semejante principio proviene de Cristo y es divino. Asi, cabalmente concluyen que son divinas las Sagradas Escrituras y divinos los dogmas.

A esto, poco mas o menos, se reduce, en realidad, la teologia de los modernistas: pequeno caudal, sin duda, pero sobreabundante si se mantiene que la ciencia debe ser siempre y en todo obedecida.

Cada uno vera por si facilmente la aplicación de esta doctrina a todo lo demas que hemos de decir.



b) El dogma

20 Hasta aqui hemos tratado del origen y naturaleza de la fe. Pero, siendo muchos los brotes de la fe, principalmente la Iglesia, el dogma, el culto, los libros que llamamos santos, conviene examinar qué enseñan los modernistas sobre estos puntos. Y comenzando por el dogma, cual sea su origen y naturaleza, arriba lo indicamos. Surge aquél de cierto impulso o necesidad, en cuya virtud el creyente trabaja sobre sus pensamientos propios, para asi ilustrar mejor su conciencia y la de los otros. Todo este trabajo consiste en penetrar y pulir la primitiva formula de la mente, no en si misma, según el desenvolvimiento logico, sino según las circunstancias o, como ellos dicen con menos propiedad, vitalmente. Y asi sucede que, en torno a aquélla, se forman poco a poco, como ya insinuamos, otras formulas secundarias; las cuales, reunidas después en un cuerpo y en un edificio doctrinal, asi que son sancionadas por el magisterio publico, puesto que responden a la conciencia comun, se denominan dogma. A éste se han de contraponer cuidadosamente las especulaciones de los teologos, que, aunque no vivan la vida de los dogmas, no se han de considerar del todo inutiles, ya para conciliar la religión con la ciencia y quitar su oposicion, ya para ilustrar extrinsecamente y defender la misma religion; y acaso también podran ser utiles para allanar el camino a algun nuevo dogma futuro.

En lo que mira al culto sagrado, poco habria que decir a no comprenderse bajo este titulo los sacramentos, sobre los cuales defienden los modernistas gravisimos errores. El culto, según enseñan, brota de un doble impulso o necesidad; porque en su sistema, como hemos visto, todo se engendra, según ellos aseguran, en virtud de impulsos intimos o necesidades. Una de ellas es para dar a la religión algo de sensible; la otra a fin de manifestarla; lo que no puede en ningun modo hacerse sin cierta forma sensible y actos santificantes, que se han llamado sacramentos. Estos, para los modernistas, son puros simbolos o signos; aunque no destituidos de fuerza. Para explicar dicha fuerza, se valen del ejemplo de ciertas palabras que vulgarmente se dice haber hecho fortuna, pues tienen la virtud de propagar ciertas nociones poderosas e impresionan de modo extraordinario los animos superiores. Como esas palabras se ordenan a tales nociones, asi los sacramentos se ordenan al sentimiento religioso: nada mas. Hablarian con mayor claridad si afirmasen que los sacramentos se instituyerón unicamente para alimentar la fe; pero eso ya lo condeno el concilio de Trento (12): "Si alguno dijere que estos sacramentos no fuerón instituidos sino solo para alimentar la fe, sea excomulgado".

(12. Sess. 7. De sacramentis in genere can. 5.


c) Los libros sagrados

21 Algo hemos indicado ya sobre la naturaleza y origen de los libros sagrados. Conforme al pensar de los modernistas, podria no definirlos rectamente como una colección de experiencias, no de las que estén al alcance de cualquiera, sino de las extraordinarias e insignes, que suceden en toda religion.

Eso cabalmente enseñan los modernistas sobre nuestros libros, asi del Antiguo como del Nuevo Testamento. En sus opiniones, sin embargo, advierten astutamente que, aunque la experiencia pertenezca al tiempo presente, no obsta para que tome la materia de lo pasado y aun de lo futuro, en cuanto el creyente, o por el recuerdo de nuevo vive lo pasado a manera de lo presente, o por anticipación hace lo propio con lo futuro. Lo que explica como pueden computarse entre los libros sagrados los historicos y apocalipticos. Asi, pues, en esos libros Dios habla en verdad por medio del creyente; mas, según quiere la teologia de los modernistas, solo por la inmanencia y permanencia vital.

Se preguntara: ¿qué dicen, entonces, de la inspiracion? Esta, contestan, no se distingue sino, acaso, por el grado de vehemencia, del impulso que siente el creyente de manifestar su fe de palabra o por escrito. Algo parecido tenemos en la inspiración poética; por lo que dijo uno: "Dios esta en nosotros: al agitarnos El, nos enardecemos". Asi es como se debe afirmar que Dios es el origen de la inspiración de los Sagrados Libros.

Anaden, además, los modernistas que nada absolutamente hay en dichos libros que carezca de semejante inspiracion. En cuya afirmación podria uno creerlos mas ortodoxos que a otros modernos que restringen algo la inspiracion, como, por ejemplo, cuando excluyen de ellas las citas que se llaman tacitas. Mero juego de palabras, simples apariencias. Pues si juzgamos la Biblia según el agnosticismo, a saber: como una obra humana compuesta por los hombres para los hombres, aunque se dé al teologo el derecho de llamarla divina por inmanencia, ¿como, en fin, podra restringirse la inspiracion? Aseguran, si, los modernistas la inspiración universal de los libros sagrados, pero en el sentido católico no admiten ninguna.


d) La Iglesia

22 Mas abundante materia de hablar ofrece cuanto la escuela modernista fantasea acerca de la Iglesia.

Ante todo, suponen que debe su origen a una doble necesidad: una, que existe en cualquier creyente, y principalmente en el que ha logrado alguna primitiva y singular experiencia para comunicar a otros su fe; otra, después que la fe ya se ha hecho comun entre muchos, esta en la colectividad, y tiende a reunirse en sociedad para conservar, aumentar y propagar el bien comun. ¿Qué viene a ser, pues, la Iglesia? Fruto de la conciencia colectiva o de la unión de las ciencias particulares, las cuales, en virtud de la permanencia vital, dependen de su primer creyente, esto es, de Cristo, si se trata de los católicos.

Ahora bien: cualquier sociedad necesita de una autoridad rectora que tenga por oficio encaminar a todos los socios a un fin comun y conservar prudentemente los elementos de cohesion, que en una sociedad religiosa consisten en la doctrina y culto. De aqui surge, en la Iglesia católica, una tripe autoridad: disciplinar, dogmatica, liturgica.

La naturaleza de esta autoridad se ha de colegir de su origen: y de su naturaleza se deducen los derechos y obligaciones. En las pasadas edades fue un error comun pensar que la autoridad venia de fuera a la Iglesia, esto es, inmediatamente de Dios; y por eso, con razon, se la consideraba como autocratica. Pero tal creencia ahora ya esta envejecida. Y asi como se dice que la Iglesia nace de la colectividad de las conciencias, por igual manera la autoridad procede vitalmente de la misma Iglesia. La autoridad, pues, lo mismo que la Iglesia, brota de la conciencia religiosa, a la que, por lo tanto, esta sujeta: y, si desprecia esa sujecion, obra tiranicamente. Vivimos ahora en una época en que el sentimiento de la libertad ha alcarzado su mayor altura. En el orden civil, la conciencia publica introdujo el régimen popular. Pero la conciencia del hombre es una sola, como la vida. Luego si no se quiere excitar y fomentar la guerra intestina en las conciencias humanas, tiene la autoridad eclesiastica el deber de usar las formas democraticas, tanto mas cuanto que, si no las usa, le amenaza la destruccion. Loco, en verdad, seria quien pensara que en el ansia de la libertad que hoy florece pudiera hacerse alguna vez cierto retroceso. Estrechada y acorralada por la violencia, estallara con mas fuerza, y lo arrastrara todo -Iglesia y religion- juntamente.

Asi discurren los modernistas, quienes se entregan, por lo tanto, de lleno a buscar los medios para conciliar la autoridad de la Iglesia con la libertad de los creyentes.

23 Pero no solo dentro del recinto doméstico tiene la Iglesia gentes con quienes conviene que se entienda amistosamente: también las tiene fuera. No es ella la unica que habita en el mundo; hay asimismo otras sociedades a las que no puede negar el trato y comunicacion. Cuales, pues, sean sus derechos, cuales sus deberes en orden a las sociedades civiles es preciso determinar; pero ello tan solo con arreglo a la naturaleza de la Iglesia, según los modernistas nos la han descrito.

En lo cual se rigen por las mismas reglas que para la ciencia y la fe mencionamos. Alli se hablaba de objetos, aqui de fines. Y asi como por razón del objeto, según vimos, son la fe y la ciencia extranas entre si, de idéntica suerte lo son el Estado y la Iglesia por sus fines: es temporal el de aquél, espiritual el de ésta. Fue ciertamente licito en otra época subordinar lo temporal a lo espiritual y hablar de cuestiones mixtas, en las que la Iglesia intervenia cual reina y señora, porque se creia que la Iglesia habia sido fundada inmediatamente por Dios, como autor del orden sobrenatural. Pero todo esto ya esta rechazado por filosofos e historiadores. Luego el Estado se debe separar de la Iglesia; como el católico del ciudadano. Por lo cual, todo católico, al ser también ciudadano, tiene el derecho y la obligacion, sin cuidarse de la autoridad de la Iglesia, pospuestos los deseos, consejos y preceptos de ésta, y aun despreciadas sus reprensiones, de hacer lo que juzgue mas conveniente para utilidad de la patria. Senalar bajo cualquier pretexto al ciudadano el modo de obrar es un abuso del poder eclesiastico que con todo esfuerzo debe rechazarse.

Las teorias de donde estos errores manan, venerables hermanos, son ciertamente las que solemnemente condeno nuestro predecesor Pio VI en su constitución apostolica Auctorem fidei (13).

(13. Prop. 2: "La proposición que dice que la potestad ha sido dada por Dios a la Iglesia para comunicarla a los Pastores, que son sus ministros, en orden a la salvación de las almas; entendida de modo que de la comunidad de los fieles se deriva en los Pastores el poder del ministerio y régimen eclesiastico, es herética". Prop. 3: "Ademas, la que afirma que el Pontifice Romano es cabeza ministerial, explicada de suerte que el Romano Pontifice, no de Cristo en la persona de San Pedro, sino de la Iglesia reciba la potestad de ministerio que, como sucesor de Pedro, verdadero Vicario de Cristo y cabeza de toda la Iglesia, posee en la universal Iglesia, es herética".


24 Mas no le satisface a la escuela de los modernistas que el Estado sea separado de la Iglesia. Asi como la fe, en los elementos -que llaman- fenoménicos, debe subordinarse a la ciencia, asi en los negocios temporales la Iglesia debe someterse al Estado. Tal vez no lo digan abiertamente, pero por la fuerza del raciocinio se ven obligados a admitirlo. En efecto, admitido que en las cosas temporales solo el Estado puede poner mano, si acaece que algun creyente, no contento con los actos interiores de religion, ejecuta otros exteriores, como la administración y recepción de sacramentos, éstos caeran necesariamente bajo el dominio del Estado. Entonces, ¿que sera de la autoridad eclesiastica? Como ésta no se ejercita sino por actos externos, quedara plenamente sujeta al Estado. Muchos protestantes liberales, por la evidencia de esta conclusion, suprimen todo culto externo sagrado, y aun también toda sociedad externa religiosa, y tratan de introducir la religión que llaman individual.

Y si hasta ese punto no llegan claramente los modernistas, piden entre tanto, por lo menos, que la Iglesia, de su voluntad, se dirija adonde ellos la empujan y que se ajuste a las formas civiles. Esto por lo que atane a la autoridad disciplinar.

Porque muchisimo peor y mas pernicioso es lo que opinan sobre la autoridad doctrinal y dogmatica. Sobre el magisterio de la Iglesia, he aqui como discurren. La sociedad religiosa no puede verdaderamente ser una si no es una la conciencia de los socios y una la formula de que se valgan. Ambas unidas exigen una especie de inteligencia universal a la que incumba encontrar y determinar la formula que mejor corresponda a la conciencia comun, y a aquella inteligencia le pertenece también toda la necesaria autoridad para imponer a la comunidad la formula establecida. Y en esa unión como fusion, tanto de la inteligencia que elige la formula cuanto de la potestad que la impone, colocan los modernistas el concepto del magisterio eclesiastico. Como, en resumidas cuentas, el magisterio nace de las conciencias individuales y para bien de las mismas conciencias se le ha impuesto el cargo publico, siguese forzosamente que depende de las mismas conciencias y que, por lo tanto, debe someterse a las formas populares. Es, por lo tanto, no uso, sino un abuso de la potestad que se concedio para utilidad prohibir a las conciencias individuales manifestar clara y abiertamente los impulsos que sienten, y cerrar el camino a la critica impidiéndole llevar el dogma a sus necesarias evoluciones.

De igual manera, en el uso mismo de la potestad, se ha de guardar moderación y templanza. Condenar y proscribir un libro cualquiera, sin conocimiento del autor, sin admitirle ni explicación ni discusión alguna, es en verdad algo que raya en tirania.

Por lo cual se ha de buscar aqui un camino intermedio que deje a salvo los derechos todos de la autoridad y de la libertad. Mientras tanto, el católico debe conducirse de modo que en publico se muestre muy obediente a la autoridad, sin que por ello cese de seguir las inspiraciones de su propia personalidad.

En general, he aqui lo que imponen a la Iglesia: como el fin unico de la potestad eclesiastica se refiere solo a cosas espirituales, se ha de desterrar todo aparato externo y la excesiva magnificencia con que ella se presenta ante quienes la contemplan. En lo que seguramente no se fijan es en que, si la religión pertenece a las almas, no se restringe, sin embargo, solo a las almas, y que el honor tributado a la autoridad recae en Cristo, que la fundo.


e) La evolucion

25 Para terminar toda esta materia sobre la fe y sus "variantes gérmenes" resta, venerables hermanos, oir, en ultimo lugar, las doctrinas de los modernistas acerca del desenvolvimiento de entrambas cosas.

Hay aqui un principio general: en toda religión que viva, nada existe que no sea variable y que, por lo tanto, no deba variarse. De donde pasan a lo que en su doctrina es casi lo capital, a saber: la evolucion. Si, pues, no queremos que el dogma, la Iglesia, el culto sagrado, los libros que como santos reverenciamos y aun la misma fe languidezcan con el frio de la muerte, deben sujetarse a las leyes de la evolucion. No sorprendera esto si se tiene en cuenta lo que sobre cada una de esas cosas enseñan los modernistas. Porque, puesta la ley de la evolucion, hallamos descrita por ellos mismos la forma de la evolucion. Y en primer lugar, en cuanto a la fe. La primitiva forma de la fe, dicen, fue rudimentaria y comun para todos los hombres, porque brotaba de la misma naturaleza y vida humana. Hizola progresar la evolución vital, no por la agregación externa de nuevas formas, sino por una creciente penetración del sentimiento religioso en la conciencia. Aquel progreso se realizo de dos modos: en primer lugar, negativamente, anulando todo elemento extrano, como, por ejemplo, el que provenia de familia o nacion; después, positivamente, merced al perfeccionamiento intelectual y moral del hombre; con ello, la noción de lo divino se hizo mas amplia y mas clara, y el sentimiento religioso resulto mas elevado. Las mismas causas que trajimos antes para explicar el origen de la fe hay que asignar a su progreso. A lo que hay que anadir ciertos hombres extraordinarios (que nosotros llamamos profetas, entre los cuales el mas excelente fue Cristo), ya porque en su vida y palabras manifestarón algo de misterioso que la fe atribuia a la divinidad, ya porque lograrón nuevas experiencias, nunca antes vistas, que respondian a la exigencia religiosa de cada época.

Mas la evolución del dogma se origina principalmente de que hay que vencer los impedimentos de la fe, sojuzgar a los enemigos y refutar las contradicciones. Juntese a esto cierto esfuerzo perpetuo para penetrar mejor todo cuanto en los arcanos de la fe se contiene. Asi, omitiendo otros ejemplos, sucedio con Cristo: aquello mas o menos divino que en él admitia la fe fue creciendo insensiblemente y por grados hasta que, finalmente, se le tuvo por Dios.

En la evolución del culto, el factor principal es la necesidad de acomodarse a las costumbres y tradiciones populares, y también la de disfrutar el valor que ciertos actos han recibido de la costumbre.

En fin, la Iglesia encuentra la exigencia de su evolución en que tiene necesidad de adaptarse a las circunstancias historicas y a las formas publicamente ya existentes del régimen civil.



Asi es como los modernistas hablan de cada cosa en particular.

Aqui, empero, antes de seguir adelante, queremos que se advierta bien esta doctrina de las necesidades o indigencias (o sea, en lenguaje vulgar, dei bisogni, como ellos la llaman mas expresivamente), pues ella es como la base y fundamento no solo de cuanto ya hemos visto, sino también del famoso método que ellos denominan historico.

26 Insistiendo aun en la doctrina de la evolucion, debe además advertirse que, si bien las indigencias o necesidades impulsan a la evolucion, si la evolución fuese regulada no mas que por ellas, traspasando facilmenté los fines de la tradición y arrancada, por lo tanto, de su primitivo principio vital, se encaminara mas bien a la ruina que al progreso. Por lo que, ahondando mas en la mente de los modernistas, diremos que la evolución proviene del encuentro opuesto de dos fuerzas, de las que una estimula el progreso mientras la otra pugna por la conservacion.

La fuerza conservadora reside vigorosa en la Iglesia y se contiene en la tradicion. Represéntala la autoridad religiosa, y eso tanto por derecho, pues es propio de la autoridad defender la tradicion, como de hecho, puesto que, al hallarse fuera de las contingencias de la vida, pocos o ningun estimulo siente que la induzcan al progeso. Al contrario, en las conciencias de los individuos se oculta y se agita una fuerza que impulsa al progreso, que responde a interiores necesidades y que se oculta y se agita sobre todo en las conciencias de los particulares, especialmente de aquellos que estan, como dicen, en contacto mas particular e intimo con la vida. Observad aqui, venerables hermanos, como yergue su cabeza aquella doctrina tan perniciosa que furtivamente introduce en la Iglesia a los laicos como elementos de progreso.

Ahora bien: de una especie de mutuo convenio y pacto entre la fuerza conservadora y la progresista, esto es, entre la autoridad y la conciencia de los particulares, nacen el progreso y los cambios. Pues las conciencias privadas, o por lo menos algunas de ellas, obran sobre la conciencia colectiva; ésta, a su vez, sobre las autoridades, obligandolas a pactar y someterse a lo ya pactado.

Facil es ahora comprender por qué los modernistas se admiran tanto cuando comprenden que se les reprende o castiga. Lo que se les achaca como culpa, lo tienen ellos como un deber de conciencia.

Nadie mejor que ellos comprende las necesidades de las conciencias, pues la penetran mas intimamente que la autoridad eclesiastica. En cierto modo, reunen en si mismos aquellas necesidades, y por eso se sienten obligados a hablar y escribir publicamente. Castiguelos, si gusta, la autoridad; ellos se apoyan en la conciencia del deber, y por intima experiencia saben que se les debe alabanzas y no reprensiones. Ya se les alcanza que ni el progreso se hace sin luchas ni hay luchas sin victimas: sean ellos, pues, las victimas, a ejemplo de los profetas y Cristo. Ni porque se les trate mal odian a la autoridad; confiesan voluntariamente que ella cumple su deber. Solo se quejan de que no se les oiga, porque asi se retrasa el "progreso" de las almas; llegara, no obstante, la hora de destruir esas tardanzas, pues las leyes de la evolución pueden refrenarse, pero no del todo aniquilarse. Continuan ellos por el camino emprendido; lo continuan, aun después de reprendidos y condenados, encubriendo su increible audacia con la mascara de una aparente humildad. Doblan fingidamente sus cervices, pero con sus hechos y con sus planes prosiguen mas atrevidos lo que emprendieron. Y obran asi a ciencia y conciencia, ora porque creen que la autoridad debe ser estimulada y no destruida, ora porque les es necesario continuar en la Iglesia, a fin de cambiar insensiblemente la conciencia colectiva. Pero, al afirmar eso, no caen en la cuenta de que reconocen que disiente de ellos la conciencia colectiva, y que, por lo tanto, no tienen derecho alguno de ir proclamandose intérpretes de la misma.

27 Asi, pues, venerables hermanos, según la doctrina y maquinaciones de los modernistas, nada hay estable, nada inmutable en la Iglesia. En la cual sentencia les precedierón aquellos de quienes nuestro predecesor Pio IX ya escribia: "Esos enemigos de la revelación divina, prodigando estupendas alabanzas al progeso humano, quieren, con temeraria y sacrilega osadia, introducirlo en la religión católica, como si la religión fuese obra de los hombres y no de Dios, o algun invento filosofico que con trazas humanas pueda perfeccionarse" (14).

Cuanto a la revelacion, sobre todo, y a los dogmas, nada se halla de nuevo en la doctrina de los modernistas, pues es la misma reprobada ya en el Syllabus, de Pio IX, y enunciada asi: "La revelación divina es imperfecta, y por lo mismo sujeta a progreso continuo e indefinido que corresponda al progeso de la razón humana"(15), y con mas solemnidad en el concilio Vaticano, por estas palabras: "Ni, pues, la doctrina de la fe que Dios ha revelado se propuso como un invento filosofico para que la perfeccionasen los ingenios humanos, sino como un deposito divino se entrego a la Esposa de Cristo, a fin de que la custodiara fielmente e infaliblemente la declarase. De aqui que se han de retener también los dogmas sagrados en el sentido perpetuo que una vez declaro la Santa Madre Iglesia, ni jamas hay que apartarse de él con color y nombre de mas alta inteligencia"(16); con esto, sin duda, el desarrollo de nuestros conocimientos, aun acerca de la fe, lejos de impedirse, antes se facilita y promueve. Por ello, el mismo concilio Vaticano prosigue diciendo: "Crezca, pues, y progrese mucho e incesantemente la inteligencia, ciencia, sabiduria, tanto de los particulares como de todos, tanto de un solo hombre como de toda la Iglesia, al compas de las edades y de los siglos; pero solo en su género, esto es, en el mismo dogma, en el mismo sentido y en la misma sentencia"(17).

(14. Enc. Qui pluribus, 8 nov. 1846
(15. Syll. pr.5.
(16. Const. Dei Filius c.4.
(17. L. c.


28 Después que, entre los partidarios del modernismo, hemos examinado al filosofo, al creyente, al teologo, resta que igualmente examinemos al historiador, al critico, al apologista y al reformador.

Algunos de entre los modernistas, que se dedican a escribir historia, se muestran en gran manera solicitos por que no se les tenga como filosofos; y aun alardean de no saber cosa alguna de filosofia. Astucia soberana: no sea que alguien piense que estan llenos de prejuicios filosoficos y que no son, por consiguiente, como afirman, enteramente objetivos. Es, sin embargo, cierto que toda su historia y critica respira pura filosofia, y sus conclusiones se derivan, mediante ajustados raciocinios, de los principios filosoficos que defienden, lo cual facilmente entendera quien reflexione sobre ello.

Los tres primeros canones de dichos historiadores o criticos son aquellos principios mismos que hemos atribuido arriba a los filosofos; es a saber: el agnosticismo, el principio de la transfiguración de las cosas por la fe, y el otro, que nos parecio podia llamarse de la desfiguracion. Vamos a ver las conclusiones de cada uno de ellos.

Segun el agnosticismo, la historia, no de otro modo que la ciencia, versa unicamente sobre fenomenos. Luego, asi Dios como cualquier intervención divina en lo humano, se han de relegar a la fe, como pertenecientes tan solo a ella.

Por lo tanto, si se encuentra algo que conste de dos elementos, uno divino y otro humano -como sucede con Cristo, la Iglesia, los sacramentos y muchas otras cosas de ese género-, de tal modo se ha de dividir y separar, que lo humano vaya a la historia, lo divino a la fe. De aqui la conocida division, que hacen los modernistas, del Cristo historico y el Cristo de la fe; de la Iglesia de la historia, y la de la fe; de los sacramentos de la historia, y los de la fe; y otras muchas a este tenor.

Después, el mismo elemento humano que, según vemos, el historiador reclama para si tal cual aparece en los monumentos, ha de reconocerse que ha sido realzado por la fe mediante la transfiguración mas alla de las condiciones historicas. Y asi conviene de nuevo distinguir las adiciones hechas por la fe, para referirlas a la fe misma y a la historia de la fe; asi, tratandose de Cristo, todo lo que sobrepase a la condición humana, ya natural, según ensena la psicologia, ya la correspondiente al lugar y edad en que vivio.

Ademas, en virtud del tercer principio filosofico, han de pasarse también como por un tamiz las cosas que no salen de la esfera historica; y eliminan y cargan a la fe igualmente todo aquello que, según su criterio, no se incluye en la logica de los hechos, como dicen, o no se acomoda a las personas. Pretenden, por ejemplo, que Cristo no dijo nada que pudiera sobrepasar a la inteligencia del vulgo que le escuchaba. Por ello borran de su historia real y remiten a la fe cuantas alegorias aparecen en sus discursos. Se preguntara, tal vez, ¿segun qué ley se hace esta separacion? Se hace en virtud del caracter del hombre, de su condición social, de su educacion, del conjunto de circunstancias en que se desarrolla cualquier hecho; en una palabra: si no nos equivocamos, según una norma que al fin y al cabo viene a parar en meramente subjetiva. Esto es, se esfuerzan en identificarse ellos con la persona misma de Cristo, como revistiéndose de ella; y le atribuyen lo que ellos hubieran hecho en circunstancias semejantes a las suyas.

Asi, pues, para terminar, a priori y en virtud de ciertos principios filosoficos -que sostienen, pero que aseguran no saber-, afirman que en la historia que llaman real Cristo no es Dios ni ejecuto nada divino; como hombre, empero, realizo y dijo lo que ellos, refiriéndose a los tiempos en que florecio, le dan derecho de hacer o decir.


29 Asi como de la filosofia recibe sus conclusiones la historia, asi la critica de la historia. Pues el critico, siguiendo los datos que le ofrece el historiador, divide los documentos en dos partes: lo que queda después de la triple particion, ya dicha, lo refieren a la historia real; lo demas, a la historia de la fe o interna. Distinguen con cuidado estas dos historias, y adviértase bien como oponen la historia de la fe a la historia real en cuanto real. De donde se sigue que, como ya dijimos, hay dos Cristos: uno, el real, y otro, el que nunca existio de verdad y que solo pertenece a la fe; el uno, que vivio en determinado lugar y época, y el otro, que solo se encuentra en las piadosas especulaciones de la fe. Tal, por ejemplo, es el Cristo que presenta el evangelio de San Juan, libro que no es, en todo su contenido, sino una mera especulacion.

No termina con esto el dominio de la filosofia sobre la historia. Divididos, según indicamos, los documentos en dos partes, de nuevo interviene el filosofo con su dogma de la inmanencia vital, y hace saber que cuanto se contiene en la historia de la Iglesia se ha de explicar por la emanación vital. Y como la causa o condición de cualquier emanación vital se ha de colocar en cierta necesidad o indigencia, se deduce que el hecho se ha de concebir después de la necesidad y que, historicamente, es aquél posterior a ésta.

¿Qué hace, en ese caso, el historiador? Examinando de nuevo los documentos, ya los que se hallan en los Sagrados Libros, ya los sacados de dondequiera, teje con ellos un catalogo de las singulares necesidades que, perteneciendo ora al dogma, ora al culto sagrado, o bien a otras cosas, se verificarón sucesivamente en la Iglesia. Una vez terminado el catalogo, lo entrega al critico. Y éste pone mano en los documentos destinados a la historia de la fe, y los distribuye de edad en edad, de forma que cada uno responda al catalogo, guiado siempre por aquel principio de que la necesidad precede al hecho y el hecho a la narracion. Puede alguna vez acaecer que ciertas partes de la Biblia, como las epistolas, sean el mismo hecho creado por la necesidad. Sea de esto lo que quiera, hay una regla fija, y es que la fecha de un documento cualquiera se ha de determinar solamente según la fecha en que cada necesidad surgio en la Iglesia.

Hay que distinguir, además, entre el comienzo de cualquier hecho y su desarrollo; pues lo que puede nacer en un dia no se desenvuelve sino con el transcurso del tiempo. Por eso debe el critico dividir los documentos, ya distribuidos, según hemos dicho, por edades, en dos partes -separando los que pertenecen al origen de la cosa y los que pertenecen a su desarrollo-, y luego de nuevo volvera a ordenarlos según los diversos tiempos.

30 En este punto entra de nuevo en escena el filosofo, y manda al historiador que ordene sus estudios conforme a lo que prescriben los preceptos y leyes de la evolucion. El historiador vuelve a escudrinar los documentos, a investigar sutilmente las circunstancias y condiciones de la Iglesia en cada época, su fuerza conservadora, sus necesidades internas y externas que la impulsarón al progreso, los impedimentos que sobrevinieron; en una palabra: todo cuanto contribuya a precisar de qué manera se cumplierón las leyes de la evolucion. Finalmente, y como consecuencia de este trabajo, puede ya trazar a grandes rasgos la historia de la evolucion. Viene en ayuda el critico, y ya adopta los restantes documentos. Ya corre la pluma, ya sale la historia concluida.

Ahora preguntamos: ¿a quién se ha de atribuir esta historia? ¿Al historiador o al critico? A ninguno de ellos, ciertamente, sino al filosofo. Alli todo es obra de apriorismo, y de un apriorismo que rebosa en herejias. Causan verdaderamente lastima estos hombres, de los que el Apóstol diria: "Desvaneciéronse en sus pensamientos..., pues, jactandose de ser sabios, han resultado necios" (Rm 1,21-22); pero ya llegan a molestar, cuando ellos acusan a la Iglesia por mezclar y barajar los documentos en forma tal que hablen en su favor. Achacan, a saber, a la Iglesia aquello mismo de que abiertamente les acusa su propia conciencia.

31 De esta distribución y ordenación -por edades- de los documentos necesariamente se sigue que ya no pueden atribuirse los Libros Sagrados a los autores a quienes realmente se atribuyen. Por esa causa, los modernistas no vacilan a cada paso en asegurar que esos mismos libros, y en especial el Pentateuco y los tres primeros evangelios, de una breve narración que en sus principios eran, fuerón poco a poco creciendo con nuevas adiciones e interpolaciones, hechas a modo de interpretacion, ya teologica, ya alegorica, o simplemente intercaladas tan solo para unir entre si las diversas partes.

Y para decirlo con mas brevedad y claridad: es necesario admitir la evolución vital de los Libros Sagrados, que nace del desenvolvimiento de la fe y es siempre paralela a ella.

Anaden, además, que las huellas de esa evolución son tan manifiestas, que casi se puede escribir su historia. Y aun la escriben en realidad con tal desenfado, que pudiera creerse que ellos mismos han visto a cada uno de los escritores que en las diversas edades trabajarón en la amplificación de los Libros Sagrados.

Y, para confirmarlo, se valen de la critica que denominan textual, y se empenan en persuadir que este o aquel otro hecho o dicho no esta en su lugar, y traen otras razones por el estilo. Parece en verdad que se han formado como ciertos modelos de narración o discursos, y por ellos concluyen con toda certeza sobre lo que se encuentra como en su lugar propio y qué es lo que esta en lugar indebido.

Por este camino, quiénes puedan ser aptos para fallar, aprécielo el que quiera. Sin embargo, quien los oiga hablar de sus trabajos sobre los Libros Sagrados, en los que es dado descubrir tantas incongruencias, creeria que casi ningun hombre antes de ellos los ha hojeado, y que ni una muchedumbre casi infinita de doctores, muy superiores a ellos en ingenio, erudición y santidad de vida, los ha escudrinado en todos sus sentidos. En verdad que estos sapientisimos doctores tan lejos estuvierón de censurar en nada las Sagradas Escrituras, que cuanto mas intimamente las estudiaban mayores gracias daban a Dios porque asi se digno hablar a los hombres. Pero ¡ay, que nuestros doctores no estudiarón los Libros Sagrados con los auxilios con que los estudian los modernistas! Esto es, no tuvierón por maestra y guia a una filosofia que reconoce su origen en la negación de Dios ni se erigierón a si mismos como norma de criterio.

32 Nos parece que ya esta claro cual es el método de los modernistas en la cuestión historica. Precede el filosofo; sigue el historiador; luego ya, de momento, vienen la critica interna y la critica textual. Y porque es propio de la primera causa comunicar su virtud a las que la siguen, es evidente que semejante critica no es una critica cualquiera, sino que con razón se la llama agnostica, inmanentista, evolucionista; de donde se colige que el que la profesa y usa, profesa los errores implicitos de ella y contradice a la doctrina católica.

Siendo esto asi, podria sorprender en gran manera que entre católicos prevaleciera este linaje de critica. Pero esto se explica por una doble causa: la alianza, en primer lugar, que une estrechamente a los historiadores y criticos de este jaez, por encima de la variedad de patria o de la diferencia de religion; además, la grandisima audacia con que todos unanimemente elogian y atribuyen al progreso cientifico lo que cualquiera de ellos profiere y con que todos arremeten contra el que quiere examinar por si el nuevo portento, y acusan de ignorancia al que lo niega mientras aplauden al que lo abraza y defiende. Y asi se alucinan muchos que, si considerasen mejor el asunto, se horrorizarian.

A favor, pues, del poderoso dominio de los que yerran y del incauto asentimiento de animos ligeros se ha creado una como corrompida atmosfera que todo lo penetra, difundiendo su pestilencia.

33 Pasemos al apologista. También éste, entre los modernistas, depende del filosofo por dos razones: indirectamente, ante todo, al tomar por materia la historia escrita según la norma, como ya vimos, del filosofo; directamente, luego, al recibir de él sus dogmas y sus juicios. De aqui la afirmacion, corriente en la escuela modernista, que la nueva apologia debe dirimir las controversias de religión por medio de investigaciones historicas y psicologicas. Por lo cual los apologistas modernistas emprenden su trabajo avisando a los racionalistas que ellos defienden la religion, no con los Libros Sagrados o con historias usadas vulgarmente en la Iglesia, y que estén escritas por el método antiguo, sino con la historia real, compuesta según las normas y métodos modernos. Y eso lo dicen no cual si arguyesen ad hominem, sino porque creen en realidad que solo tal historia ofrece la verdad. De asegurar su sinceridad al escribir no se cuidan; son ya conocidos entre los racionalistas y alabados también como soldados que militan bajo una misma bandera; y de esas alabanzas, que el verdadero católico rechazaria, se congratulan ellos y las oponen a las reprensiones de la Iglesia.

Pero veamos ya como uno de ellos compone la apologia. El fin que se propone alcanzar es éste: llevar al hombre, que todavia carece de fe, a que logre acerca de la religión católica aquella experiencia que es, conforme a los principios de los modernistas, el unico fundamento de la fe. Dos caminos se ofrecen para esto: uno objetivo, subjetivo el otro. El primero brota del agnosticismo y tiende a demostrar que hay en la religion, principalmente en la católica, tal virtud vital, que persuade a cualquier psicologo y lo mismo a todo historiador de sano juicio, que es menester que en su historia se oculte algo desconocido. A este fin urge probar que la actual religión católica es absolutamente la misma que Cristo fundo, o sea, no otra cosa que el progresivo desarrollo del germen introducido por Cristo. Luego, en primer lugar, debemos senalar qué germen sea ése; y ellos pretenden significarlo. mediante la formula siguiente: Cristo anuncio que en breve se estableceria el advenimiento del reino de Dios, del que él seria el Mesias, esto es, su autor y su organizador, ejecutor, por divina ordenacion. Tras esto se ha de mostrar como dicho germen, siempre inmanente en la religión católica y permanente, insensiblemente y según la historia, se desenvolvio y adapto a las circunstancias sucesivas, tomando de éstas para si vitalmente cuanto le era util en las formas doctrinales, culturales, eclesiasticas, y venciendo al mismo tiempo los impedimentos, si alguno salia al paso, desbaratando a los enemigos y sobreviviendo a todo género de persecuciones y luchas. Después que todo esto, impedimentos, adversarios, persecuciones, luchas, lo mismo que la vida, fecundidad de la Iglesia y otras cosas a ese tenor, se mostraren tales que, aunque en la historia misma de la Iglesia aparezcan incolumes las leyes de la evolucion, no basten con todo para explicar plenamente la misma historia; entonces se presentara delante y se ofrecera espontaneamente lo incognito. Asi hablan ellos. Mas en todo este raciocinio no advierten una cosa: que aquella determinación del germen primitivo unicamente se debe al apriorismo del filosofo agnostico y evolucionista, y que la definición que dan del mismo germen es gratuita y creada según conviene a sus propositos.

34 Estos nuevos apologistas, al paso que trabajan por afirmar y persuadir la religión católica con las argumentaciones referidas, aceptan y conceden de buena gana que hay en ella muchas cosas que pueden ofender a los animos. Y aun llegan a decir publicamente, con cierta delectación mal disimulada, que también en materia dogmatica se hallan errores y contradicciones, aunque anadiendo que no solo admiten excusa, sino que se produjerón justa y legitimamente: afirmación que no puede menos de excitar el asombro. Asi también, según ellos, hay en los Libros Sagrados muchas cosas cientifica o historicamente viciadas de error; pero dicen que alli no se trata de ciencia o de historia, sino solo de la religión y las costumbres. Las ciencias y la historia son alli a manera de una envoltura, con la que se cubren las experiencias religiosas y morales para difundirlas mas facilmente entre el vulgo; el cual, como no las entenderia de otra suerte, no sacaria utilidad, sino dano de otra ciencia o historia mas perfecta. Por lo demas, agregan, los Libros Sagrados, como por su naturaleza son religiosos, necesariamente viven una vida; mas su vida tiene también su verdad y su logica, distintas ciertamente de la verdad y logica racional, y hasta de un orden enteramente diverso, es a saber: la verdad de la adaptación y proporcion, asi al medio (como ellos dicen) en que se desarrolla la vida como al fin por el que se vive. Finalmente, llegan hasta afirmar, sin ninguna atenuacion, que todo cuanto se explica por la vida es verdadero y legitimo.

35 Nosotros, ciertamente, venerables hermanos, para quienes la verdad no es mas que una, y que consideramos que los Libros Sagrados, como "escritos por inspiración del Espiritu Santo, tienen a Dios por autor" (19), aseguramos que todo aquello es lo mismo que atribuir a Dios una mentira de utilidad u oficiosa, y aseveramos con las palabras de San Agustin: "Una vez admitida en tan alta autoridad alguna mentira oficiosa, no quedara ya ni la mas pequena parte de aquellos libros que, si a alguien le parece o difícil para las costumbres o increible para la fe, no se refiera por esa misma perniciosisima regla al proposito o a la condescendencia del autor que miente" (20). De donde se seguira, como añade. el mismo santo Doctor, "que en aquéllas (es a saber, en las Escrituras) cada cual creera lo que quiera y dejara de creer lo que no quiera". Pero los apologistas modernistas, audaces, aun van mas alla. Conceden, además, que en los Sagrados Libros ocurren a veces, para probar alguna doctrina, raciocinios que no se rigen por ningun fundamento racional, cuales son los que se apoyan en las profecias; pero los defienden también como ciertos artificios oratorios que estan legitimados por la vida. ¿Qué mas? Conceden y aun afirman que el mismo Cristo erro manifestamente al indicar el tiempo del advenimiento del reino de Dios, lo cual, dicen, no debe maravillar a nadie, pues también El estaba sujeto a las leyes de la vida.

¿Qué suerte puede caber después de esto a los dogmas de la Iglesia? Estos se hallan llenos de claras contradicciones; pero, fuera de que la logica vital las admite, no contradicen a la verdad simbolica, como quiera que se trata en ellas del Infinito, el cual tiene infinitos aspectos. Finalmente, todas estas cosas las aprueban y defienden, de suerte que no dudan en declarar que no se puede atribuir al Infinito honor mas excelso que el afirmar de El cosas contradictorias.

Mas, cuando ya se ha legitimado la contradiccion, ¿qué habra que no pueda legitimarse?

(19. Conc. Vat. I, De revelat. c.2.
(20. Ep. 28,3.



36 Por otra parte, el que todavia no cree no solo puede disponerse a la fe con argumentos objetivos, sino tamhién con los subjetivos. Para ello los apologistas modernistas se vuelven a la doctrina de la inmanencia. En efecto, se empenan en persuadir al hombre de que en él mismo, y en lo mas profundo de su naturaleza y de su vida, se ocultan el deseo y la exigencia de alguna religion, y no de una religión cualquiera, sino precisamente la católica; pues ésta, dicen, la reclama absolutamente el pleno desarrollo de la vida.

En este lugar conviene que de nuevo Nos lamentemos grandemente, pues entre los católicos no faltan algunos que, si bien rechazan la doctrina de la inmanencia como doctrina; la emplean, no obstante, para una finalidad apologética; y esto lo hacen tan sin cautela, que parecen admitir en la naturaleza humana no solo una capacidad y conveniencia para el orden sobrenatural -lo cual los apologistas católicos lo demostrarón siempre, anadiendo las oportunas salvedades--, sino una verdadera y auténtica exigencia.

Mas, para decir verdad, esta exigencia de la religión católica la introducen solo aquellos modernistas que quieren pasar por mas moderados, pues los que llamariamos integrales pretenden demostrar como en el hombre, que todavia no cree, esta latente el mismo germen que hubo en la conciencia de Cristo, y que él transmitio a los hombres.

Asi, pues, venerables hermanos, reconocemos que el método apologético de los modernistas, que sumariamente dejamos descrito, se ajusta por completo a sus doctrinas; método ciertamente lleno de errores, como las doctrinas mismas; apto no para edificar, sino para destruir; no para hacer católicos, sino para arrastrar a los mismos católicos a la herejia y aun a la destrucción total de cualquier religion.

37 Queda, finalmente, ya hablar sobre el modernista en cuanto reformador. Ya cuanto hasta aqui hemos dicho manifiesta de cuan vehemente afan de novedades se hallan animados tales hombres; y dicho afan se axtiende por completo a todo cuanto es cristiario. Quieren que se renueve la filosofia, principalmente en los seminarios: de suerte que, relegada la escolastica a la historia de la filosofia, como uno de tantos sistemas ya envejecidos, se ensene a los alumnos la filosofia moderna, la unica verdadera y la unica que corresponde a nuestros tiempos.

Para renovar la teologia quieren que la llamada racional tome por fundamento la filosofia moderna, y exigen principalmente que la teologia positiva tenga como fundamento la historia de los dogmas. Reclaman también que la historia se escriba y ensene conforme a su método y a las modernas prescripciones.

Ordenan que los dogmas y su evolución deben ponerse en armonia con la ciencia y la historia.

Por lo que se refiere a la catequesis, solicitan que en los libros para el catecismo no se consignen otros dogmas sino los que hubieren sido reformados y que estén acomodados al alcance del vulgo.

Acerca del sagrado culto, dicen que hay que disminuir las devociones exteriores y prohibir su aumento; por mas que otros, mas inclinados al simbolismo, se muestran en ello mas indulgentes en esta materia.

Andan clamando que el régimen de la Iglesia se ha de reformar en todos sus aspectos, pero principalmente en el disciplinar y dogmatico, y, por lo tanto, que se ha de armonizar interior y exteriormente con lo que llaman conciencia moderna, que integramente tiende a la democracia; por lo cual, se debe conceder al clero inferior y a los mismos laicos cierta intervención en el gobierno y se ha de repartir la autoridad, demasiado concentrada y centralizada.

Las Congregaciones romanas deben asimismo reformarse, y principalmente las llamadas del Santo Oficio y del Indice.

Pretenden asimismo que se debe variar la influencia del gobierno eclesiastico en los negocios politicos y sociales, de suerte que, al separarse de los ordenamientos civiles, sin embargo, se adapte a ellos para imbuirlos con su espiritu.

En la parte moral hacen suya aquella sentencia de los americanistas: que las virtudes activas han de ser antepuestas a las pasivas, y que deben practicarse aquéllas con preferencia a éstas.

Piden que el clero se forme de suerte que presente su antigua humildad y pobreza, pero que en sus ideas y actuación se adapte a los postulados del modernismo.

Hay, por fin, algunos que, ateniéndose de buen grado a sus maestros protestantes, desean que se suprima en el sacerdocio el celibato sagrado.

¿Qué queda, pues, intacto en la Iglesia que no deba ser reformado por ellos y conforme a sus opiniones?


38 En toda esta exposición de la doctrina de los modernistas, venerables hermanos, pensara por ventura alguno que nos hemos detenido demasiado; pero era de todo punto necesario, ya para que ellos no nos acusaran, como suelen, de ignorar sus cosas; ya para que sea manifiesto que, cuando tratamos del modernismo, no hablamos de doctrinas vagas y sin ningun vinculo de unión entre si, sino como de un cuerpo definido y compacto, en el cual si se admite una cosa de él, se siguen las demas por necesaria consecuencia. Por eso hemos procedido de un modo casi didactico, sin rehusar algunas veces los vocablos barbaros de que usan los modernistas.

Y ahora, abarcando con una sola mirada la totalidad del sistema, ninguno se maravillara si lo definimos afirmando que es un conjunto de todas las herejias. Pues, en verdad, si alguien se hubiera propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existierón contra la fe, nunca podria obtenerlo mas perfectamente de lo que han hecho los modernistas. Pero han ido tan lejos que no solo han destruido la religión católica, sino, como ya hemos indicado, absolutamente toda religion. Por ello les aplauden tanto los racionalistas; y entre éstos, los mas sinceros y los mas libres reconocen que han logrado, entre los modernistas, sus mejores y mas eficaces auxiliares.

39 Pero volvamos un momento, venerables hermanos, a aquella tan perniciosa doctrina del agnosticismo. Segun ella, no existe camino alguno intelectual que conduzca al hombre hacia Dios; pero el sentimiento y la acción del alma misma le deparan otro mejor. Sumo absurdo, que todos ven. Pues el sentimiento del animo responde a la impresión de las cosas que nos proponen el entendimiento o los sentidos externos. Suprimid el entendimiento, y el hombre se ira tras los sentidos exteriores con inclinación mayor aun que la que ya le arrastra. Un nuevo absurdo: pues todas las fantasias acerca del sentimiento religioso no destruiran el sentido comun; y este sentido comun nos ensena que cualquier perturbación o conmoción del animo no solo no nos sirve de ayuda para investigar la verdad, sino mas bien de obstaculo. Hablamos de la verdad en si; esa otra verdad subjetiva, fruto del sentimiento interno y de la accion, si es util para formar juegos de palabras, de nada sirve al hombre, al cual interesa principalmente saber si fuera de él hay o no un Dios en cuyas manos debe un dia caer.

Para obra tan grande le senalan, como auxiliar, la experiencia. Y ¿qué anadiria ésta a aquel sentimiento del animo? Nada absolutamente; y si tan solo una cierta vehemencia, a la que luego resulta proporcional la firmeza y la convicción sobre la realidad del objeto. Pero, ni aun con estas dos cosas, el sentimiento deja de ser sentimiento, ni le cambian su propia naturaleza siempre expuesta al engano, si no se rige por el entendimiento; aun le confirman y le ayudan en tal caracter, porque el sentimiento, cuanto mas intenso sea, mas sentimiento sera.

En materia de sentimiento religioso y de la experiencia religiosa en él contenida (y de ello estamos tratando ahora), sabéis bien, venerables hermanos, cuanta prudencia es necesaria y al propio tiempo cuanta doctrina para regir a la misma prudencia. Lo sabéis por el trato de las almas, principalmente de algunas de aquellas en las cuales domina el sentimiento; lo sabéis por la lectura de las obras de ascética: obras que los modernistas menosprecian, pero que ofrecen una doctrina mucho mas solida y una sutil sagacidad mucho mas fina que las que ellos se atribuyen a si mismos.


40 Nos parece, en efecto, una locura, o, por lo menos, extremada imprudencia, tener por verdaderas, sin ninguna investigacion, experiencias intimas del género de las que propalan los modernistas. Y si es tan grande la fuerza y la firmeza de estas experiencias, ¿por qué, dicho sea de paso, no se atribuye alguna semejante a la experiencia que aseguran tener muchos millares de católicos acerca de lo errado del camino por donde los modernistas andan? Por ventura ¿solo ésta seria falsa y enganosa? Mas la inmensa mayoria de los hombres profesan y profesarón siempre firmemente que no se logra jamas el conocimiento y la experiencia sin ninguna guia ni luz de la razon. Solo resta otra vez, pues, recaer en el ateismo y en la negación de toda religion.

Ni tienen por qué prometerse los modernistas mejores resultados de la doctrina del simbolismo que profesan: pues si, como dicen, cualesquiera elementos intelectuales no son otra cosa sino simbolos de Dios, ¿por qué no sera también un simbolo el mismo nombre de Dios o el de la personalidad divina? Pero si es asi, podria llegarse a dudar de la divina personalidad; y entonces ya queda abierto el camino que conduce al panteismo.

Al mismo término, es a saber, a un puro y descarnado panteismo, conduce aquella otra teoria de la inmanencia divina, pues preguntamos: aquella inmanencia, ¿distingue a Dios del hombre, o no? Si lo distingue, ¿en qué se diferencia entonces de la doctrina católica, o por qué rechazan la doctrina de la revelación externa? Mas si no lo distingue, ya tenemos el panteismo. Pero esta inmanencia de los modernistas pretende y admite que todo fenomeno de conciencia procede del hombre en cuanto hombre; luego entonces, por legitimo raciocinio, se deduce de ahi que Dios es una misma cosa con el hombre, de donde se sigue el panteismo.

Finalmente, la distinción que proclaman entre la ciencia y la fe no permite otra consecuencia, pues ponen el objeto de la ciencia en la realidad de lo cognoscible, y el de la fe, por lo contrario, en la de lo incognoscible. Pero la razón de que algo sea incognoscible no es otra que la total falta de proporción entre la materia de que se trata y el entendimiento; pero este defecto de proporción nunca podria suprimirse, ni aun en la doctrina de los modernistas; luego lo incognoscible lo sera siempre, tanto para el creyente como para el filosofo. Luego si existe alguna religion, sera la de una realidad incognoscible. Y, entonces, no vemos por qué dicha realidad no podria ser aun la misma alma del mundo, según algunos racionalistas afirman.

Pero, por ahora, baste lo dicho para mostrar claramente por cuantos caminos el modernismo conduce al ateismo y a suprimir toda religion. El primer paso lo dio el protestantismo; el segundo corresponde al modernismo; muy pronto hara su aparición el ateismo.




San Pio X, Pascendi 18