PIO XI, MAGISTERIO PONTIFICIO 821



QUAMVIS NOSTRA:Carta al Episcopado brasileno sobre el modo de reordenar mejor la Acción Catolica

PIO XI



27 de occtubre de 1935

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1. Aunque nuestro pensamiento haya sido ya claramente expresado en los muchos documentos que hemos publicado acerca de este tema, ya desde Nuestra primera enciclica Ubi arcano Dei, sin embargo, accediendo al deseo que Nos has manifestado, en tu reciente visita a Roma, te dirigimos Nuestra palabra de modo especial acerca de materia tan grave. Queremos demostrar asi, una vez mas, cuanto Nos importa la colaboración que los seglares pueden prestar al apostolado de la Jerarquia, no solo para defender la verdad y la vida cristiana de tantas insidias que doquier la amenazan, mas también para que en las manos de sus pastores sean optimos auxiliares para un mayor progreso religioso y civil.

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Tenemos en primer lugar la persuasión de que la Acción Catolica es una gracia singular de Dios, tanto para los fieles llamados a colaborar mas cerca con la Jerarquia, como para los Obispos y para los sacerdotes, los cuales encontraran en las filas de la Acción Catolica almas generosas, prontas a ayudarlos eficazmente en el cumplimiento cada vez mejor y cada vez mas amplio de su apostolado. En efecto, ¿quién no ve que aun en los paises catolicos el clero es insuficiente para prestar la debida asistencia a todos los fieles?

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También en ese querido pais, en donde la población esta animada de sentimientos de piedad y de religión, ¿cuantas veces tu, amado Hijo Nuestro, y tus colegas en el episcopado habéis deplorado la escasez de clero, especialmente secular, en un territorio que, por su configuración geografica, por sus condiciones naturales y por su extraordinaria extensión, exigiria mayor numero de sacerdotes que en otras naciones?

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2. ¿Y qué diremos, además, del continuo multiplicarse de las necesidades y de las dificultades en el sagrado ministerio, que hacen, a veces, casi imposible al ministro del Señor acercarse a todos los fieles? ¿Qué diremos de los peligros de todo género que amenazan cada vez mas la integridad de la fe y de las costumbres del pueblo cristiano, principalmente en aquellas naciones en las que, como en el Brasil, junto a tantos y tan grandes progresos pululan tantos y tan dolorosos gérmenes del mal?

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Bien sabemos Nos con cuanto celo tu y ese episcopado procurais suscitar y alimentar entre ese buen pueblo las vocaciones sacerdotales y hacer cada dia mas eficaces vuestros seminarios para su misión sublime. Prueba de esto es la fundación del Colegio Brasileno en Roma, hecha bajo vuestros auspicios y con vuestros medios, que se adorna con el titulo de Pontificio y que, como sabéis, Nos es tan querido. Estas vuestras santas fatigas, bendecidas y fecundadas por la gracia de Dios, daran, sin duda, en el porvenir frutos preciosos.

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Pero mas exuberante sera la abundancia de tales frutos si, juntamente a las falanges de sacerdotes -que esperamos seran cada dia mas numerosos y mas eficaces para el creciente trabajo- se agregasen dociles y compactas las de los buenos seglares, los cuales podran preparar, integrar, y, en algun punto donde sea necesario, también suplir, especialmente para la instrucción religiosa de los niños, la obra del sacerdote.

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Mas en esta santa batalla, emprendida para defender y ensanchar el reino de Cristo, como en todas las batallas y en todos los ejércitos, es menester proceder con orden, método y tactica.

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No os sera, pues, molesto, Venerables Hermanos, que anadamos aqui algunos pensamientos y direcciones practicas, que Nos aconsejan, no solamente el conocimiento que tenemos de vuestras condiciones y el deseo vivísimo de veros alcanzar pronto -también en este campo- consoladores éxitos, mas también Nuestra ya larga experiencia, que Nos ha puesto ante la vista, en las diversas naciones, los medios mas seguros y mas adaptados a tal fin.

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3. Ante todo, os recomendamos que pongais el mayor empeno en la formación y educación de los que pretendan militar en las filas de la Acción Catolica: formación religiosa, moral y social, que es indispensable para el que quiera ejercer en el seno de la sociedad moderna una obra eficaz de apostolado. Por eso, sera indispensable comenzar no con grandes masas, sino con grupos pequeños, bien instruidos y adiestrados, los cuales sean como fermento evangélico que hara luego fermentar y crecer toda la masa. No sera dificil iniciar asi en todas las parroquias este saludable trabajo, cuidando particularmente con afectuoso interés de los pequeños, cuyas almas ingenuas pueden facilmente enderezarse a la practica de las virtudes cristianas. Y no menor diligencia hay que usar para atraer a las asociaciones catolicas a los jóvenes, futura esperanza de la patria y de la Iglesia, y a los hombres, sobre los cuales se apoyan tanto la sociedad familiar como la politica.

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4. No se recomendara nunca bastante que las nacientes asociaciones vivan en perfecta armonia y que estén ligadas en la mas estrecha unidad. Las Asociaciones parroquiales, el Consejo diocesano y el Consejo nacional, deben estar bien entrelazados y compactos, como los miembros de un solo cuerpo, como las cohortes de un ejército invencible. Unión de fuerzas, no dispersion; no cualquier fortuita coincidencia de trabajos, sino conspiración ordenada al bien comun; no restricción de las peculiaridades de una vida que germina y florece espontaneamente, sino gradual aumento de células y de fuerzas, de modo que en todo el cuerpo brillen la hermosura y la belleza junto con una adecuada armonia de los miembros.

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Seria, por lo tanto, error y dano gravísimo si en las parroquias o en las diocesis surgiesen asociaciones de fieles con fines analogos a los de la Acción Catolica, pero absolutamente independientes y sin coordinación alguna con ella, y, peor aun, en misera oposicion. Las pequeñas ventajas, limitadas a un estrecho circulo de fieles, provenientes de tales asociaciones, quedarian completamente anuladas por el gravísimo dano que causarian disgregando y dividiendo las fuerzas catolicas, o acaso poniendo a las unas contra otras; fuerzas que, por la necesidad de nuestros tiempos, deben estar, como hemos dicho, absolutamente concordes y coordinadas, bajo la dirección de los Pastores, al servicio de la Iglesia.

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5. Esta unidad de fuerzas e impulsos que se ha de procurar en sumo grado, no impide que, pues la Acción Catolica comprende en su seno a varias clases de ciudadanos, se dé a cada una de ellas un cuidado y formación peculiar y que se atienda por separado a los agricultores, obreros, estudiantes, personas cultas y profesionales. Mas aun: todo esto, como la experiencia nos ensena, es absolutamente indispensable si se quiere que la Acción Catolica alcance plenamente su finalidad, que es hacer a cada uno apostol de Cristo en el ambiente social en el cual el Señor lo ha colocado. Exhortamos, sobre todo, que se tenga especialísimo cuidado de las clases humildes, principalmente de los trabajadores de la industria y de la tierra. Estos, en verdad, como han formado la predilección del Corazon Divino de Jesús, asi se han atraido en todo tiempo y se atraen la solicitud maternal de la Iglesia, la cual se siente con entranas de compasión ante las incomodidades y sufrimientos de su vida, y esta tiernamente inquieta por los graves peligros espirituales a que los expone una propaganda intensa de doctrinas antirreligiosas y antisociales, que se ejerce sobre todo entre los humildes.

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En toda esta vasta obra de sabia organización sera utilísimo escoger y preparar, según la posibilidad, en cada una de las diocesis, sacerdotes y grupos de seglares, de buena formación doctrinal y de celo ferviente por la salvación de las almas, devotisimos del Papa y de los Obispos, los cuales, como fervorosos misioneros de la Acción Catolica, bajo la dirección del Episcopado y por su mandato, vayan a visitar parroquias de su diocesis o de otras, si alli fueren llamados, para demostrar claramente la excelencia y las ventajas de la Acción Catolica; para asistir y colaborar, sobre todo, en la formación de buenos dirigentes (condición necesaria para la vida y florecimiento de las asociaciones); para dirigir, finalmente, y coordinar actividades y proyectos a fin de que cada asociación consiga plenamente su fin propio, sin detrimento de las demás. No se descuide instruir en esta forma de apostolado a los alumnos de los Seminarios; adiéstrense pronto los sacerdotes, especialmente los jóvenes, aun enviandoles a estudiar la Acción Catolica en aquellas naciones donde ésta ha hecho ya felices experiencias y recogido copiosos frutos.

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6. Mas para que asi los sacerdotes, y los religiosos de uno y otro sexo, como los mismos seglares tengan una preparación cada dia mas idonea para la Acción Catolica, creemos que ha de contribuir muhco el que con frecuencia se celebren reuniones y congresos, en forma de jornadas o de semanas, según se acostumbra ya en algunos sitios, consagradas al estudio y a la oracion; y ello no solo con caracter nacional, sino aun simplemente diocesanas o parroquiales, de tal modo que los asi reunidos, tanto por los piadosos ejercicios y la meditación de las cosas divinas como por las lecciones y las conferencias acomodadas a los tiempos y necesidades, a cargo de sociologos y de miembros destacados de la Acción Catolica, sean ardientemente estimulados al apostolado, a la vez que profundamente formados en las verdaderas doctrinas de la Iglesia.

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Conviene, asimismo, que se organicen tales reuniones, especializadas para las diversas clases o grupos de personas, esto es, jóvenes, estudiantes, hombres catolicos y mujeres catolicas, obreros y profesionales -médicos, juristas, abogados, comerciantes, industriales, etc.-; asimismo habra otras singularmente consagradas a sacerdotes, religiosos y religiosas, educadores y profesores, etc. Y todo ello de tal modo que en estas reuniones se traten principalmente los problemas que mas interesen a cada una de las clases o profesiones, atendiendo a la piedad y al apostolado propio de la Acción Catolica.

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Bien conocemos Nos, amado Hijo Nuestro y Venerables Hermanos, que, especialmente en los comienzos, son no pocas ni pequeñas las dificultades que se oponen a esta empresa tan noble como necesaria. Mas conviene recordar bien aquellas palabras que, inspirado divinamente, pronuncio el Apostol de las Gentes: Omnia possum in eo qui me confortat.

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Por ello, si todos los eclesiasticos y los fieles seglares, que se consagran a la Acción Catolica, poniendo en Dios toda su esperanza y su confianza, respondieren plenamente a las gracias divinas a la vez que, asiduos e inteligentes, consagraren su trabajo a cada uno de los cometidos de la Acción Catolica, aun a aquellos que parecen de la menor importancia, no duden que recibiran del Señor también todos los demás auxilios, aun los mas extraordinarios, para poder llevar a cabo felizmente todas las empresas. Por lo contrario, en vano trabajaran por renovar la ciudad cristiana, si con ellos mismos no edificare el Señor al mismo tiempo.

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Y, además de los celestiales auxilios, no faltaran otros a la Acción Catolica. En efecto, la Acción Catolica no impide ni perturba otros géneros de bienes y piadosas empresas, y mucho menos las destruye o desbarata; antes, por lo contrario, suscita, fomenta y dirige todas las clases y formas de lo bueno y de lo recto; por lo cual ella misma busca espontaneamente y asocia consigo a las demás fuerzas, instituciones e iniciativas que, aun separadas de ella, trabajan asimismo por el bien de las almas.

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7. Auxilio muy grande y muy eficaz, sin duda alguna, para la Acción Catolica, sera el de las muchas familias religiosas, de uno y otro sexo, que han prestado ya senalados servicios a la Iglesia para bien de las almas de esa nacion. Tal auxilio lo daran siempre no solo con sus oraciones incesantes, sino también contribuyendo generosamente con su actividad, aunque no tengan propiamente cura de almas. En particular, tanto los religiosos como las religiosas ayudaran a la Acción Catolica, si procuran preparar para ella, desde su mas tierna edad, a los niños y niñas que educan en sus escuelas y colegios. Primero, hay que atraer suavemente a los adolescentes para que se inclinen hacia el apostolado; luego exhortarlos con asiduo y diligente empeno a ingresar en las asociaciones de Acción Catolica; las cuales, si no existen, convendra que los mismos religiosos las promuevan. Ningun método mejor, ni facilidad alguna mayor, para formar la juventud en la Acción Catolica que la posibilidad que ofrecen las escuelas y los colegios. Semejante formación sera muy util aun para los mismos colegios, porque es facil comprender cuanto provecho pueden sacar, los alumnos de una escuela o instituto, de sus companeros educados en el espiritu de la Acción Catolica. Y ello aprovechara aun a las mismas almas de los jóvenes que se preparan para la Acción Catolica; porque, como tantas veces hemos dicho, al estar bien formados en la doctrina catolica y fortificados con la gracia, aun aquellas mismas asociaciones, que les defenderan previsoras en la edad mas peligrosa, les seran una defensa y un apoyo contra los muchos y graves peligros con que se han de encontrar en medio de la sociedad en que han de convivir: los afrontaran con fortaleza, los superaran con un espiritu invicto.

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Y asi, con un mismo método, aun las mismas asociaciones consagradas al cultivo de la piedad o a la mayor difusión de la cultura religiosa y también a cualquier actividad de apostolado social, se convertiran verdaderamente en fuerzas auxiliares de la Acción Catolica, y, aun conservando cada una integramente su campo de acción, afirmaran, con los mejores auspicios, aquella inteligencia cordial, aquella coordinación y mutua comprensión, que hemos recomendado tantas veces.

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La Acción Catolica, ayudada asi eficazmente y sabiamente ordenada, sera de verdad aquel ejército pacifico que ha de combatir la santa batalla para instaurar y promover el reino de Cristo, que es reino de justicia, de paz y de amor. Por lo tanto, la Acción Catolica, aunque ha de evitar -según lo manda su propia naturaleza- toda actividad e intereses de los partidos politicos, que, como muchas veces hemos repetido, causaria gravisimos danos a toda actividad religiosa, contribuira real y eficazmente a la prosperidad de la patria y de sus ciudadanos, llegando a ser "como el camino y método que usa la Iglesia para comunicar a las naciones toda suerte de beneficios"( Card. A. Bertram, 13 nov. 1928).

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8. Rogamos, finalmente, al Señor con todo fervor que haga fructificar las nobles fatigas que tu, amado Hijo Nuestro y tus colegas en el Episcopado, docilmente secundados y seguidos por el clero y los seglares catolicos, sobrellevais, para establecer en toda la nación este poderoso medio de regeneración cristiana, a fin de que pronto en todas las diocesis se formen estas hermosas falanges de valerosos soldados de Cristo, que marchen a la defensa de los intereses de Dios y de la Iglesia y lleven a todas partes el "sentir de Cristo", prenda y garantia de bienestar para los individuos, las familias y la sociedad.

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A fin de que la obra que habéis empezado obtenga feliz y eficaz éxito, imploramos de Dios oportunos auxilios para vosotros. Sea prueba de este Nuestro augurio, y al mismo tiempo testimonio de Nuestro especial afecto, la Bendición Apostolica, que os damos con afecto en el Señor, a ti, querido Hijo Nuestro, y a vosotros, Venerables Hermanos, y pueblo confiado a vuestros cuidados, especialmente a aquellos que se dedican a la Acción Catolica.

Dado en Roma junto a San Pedro, en la fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey, el 27 de octubre de 1935, ano decimocuarto de Nuestro Pontificado.

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Pio XI

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AD CATHOLICI SACERDOTII: SOBRE EL SACERDOCIO CATÓLICO

DEL SUMO PONTIFICE PIO XI

INTRODUCCION

l. Desde que, por ocultos designios de la divina Providencia, nos vimos elevados a este supremo grado del sacerdocio católico, nunca hemos dejado de dirigir nuestros mas solicitos y afectuosos cuidados, entre los innumerables hijos que nos ha dado Dios, a aquellos que, engrandecidos con la dignidad sacerdotal, tienen la misión de ser la sal de la tierra y la luz del mundo (Mt 5,13-14) y de un modo todavia mas especial, hacia aquellos queridisimos jóvenes que, a la sombra del santuario, se educan y se preparan para aquella misión tan nobilisima.

2. Ya en los primeros meses de nuestro pontificado, antes aun de dirigir solemnemente nuestra palabra a todo el orbe católico (Enc. Ubi arcano (23 dic. 1922)) nos apresuramos, con las letras apostolicas Officiorum omnium, del 1 de agosto de 1922, dirigidas a nuestro amado hijo el cardenal prefecto de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades de Estudios (AAS 14, 449ss.) a trazar las normas directivas en las cuales debe inspirarse la formación sacerdotal de los jóvenes levitas.

Y siempre que la solicitud pastoral nos mueve a considerar mas en particular los intereses y las necesidades de la Iglesia, nuestra atención se fija, antes que en ninguna otra cosa, en los sacerdotes y en los clérigos, que constituyen siempre el objeto principal de nuestros cuidados.

2. 3. Prueba elocuente de este nuestro especial interés por el sacerdocio son los muchos seminarios que, o hemos erigido donde todavia no los habia, o proveido, no sin grande dispendio, de nuevos locales amplios o decorosos, o puesto en mejores condiciones de personal y medios con que puedan mas dignamente alcanzar su elevado intento.

3. 4. También, si con ocasión de nuestro jubileo sacerdotal accedimos a que fuese festejado aquel fausto aniversario, y con paterna complacencia secundamos las manifestaciones de filial afecto que nos venian de todas las partes del mundo, fue porque, mas que un obsequio a nuestra persona, considerabamos aquella celebración como una merecida exaltación de la dignidad y oficio sacerdotal.

4. 5. Igualmente, la reforma de los estudios en las Facultades eclesiasticas, por Nos decretada en la Constitución apostolica Deus scientiarum Dominus, del 24 de mayo de 1931, la emprendimos con el principal intento de acrecentar y levantar cada vez mas la cultura y saber de los sacerdotes (AAS 23, 241ss.)

6. Pero este argumento es de tanta y tan universal importancia, que nos parece oportuno tratar de él mas de proposito en esta nuestra carta, a fin de que no solamente los que ya poseen el don inestimable de la fe, sino también cuantos con recta y pura intención van en busca de la verdad, reconozcan la sublimidad del sacerdocio católico y su misión providencial en el mundo, y sobre todo la reconozcan y aprecien los que son llamados a ella: argumento particularmente oportuno al fin de este ano, que en Lourdes, a los candidos destellos de la Inmaculada y entre los fervores del no interrumpido triduo eucaristico, ha visto al sacerdocio católico de toda lengua y de todo rito rodeado de luz divina en el espléndido ocaso del Jubileo de la Redención, extendido de Roma a todo el orbe católico, de aquella Redención de la cual nuestros amados y venerados sacerdotes son los ministros, nunca tan activos en hacer el bien como en este Ano Santo extraordinario, en el cual, como dijimos en la Constitución apostolica Quod nuper, del 6 de enero de 1933 (AAS 25 5-10) se ha celebrado también el XIX centenario de la institución del sacerdocio.

5. 7. Con esto, al mismo tiempo que esta nuestra Carta Enciclica se enlaza armonicamente con las precedentes, por medio de las cuales tratamos de proyectar la luz de la doctrina catolica sobre los mas graves problemas de que se ve agitada la vida moderna, es nuestra intención dar a aquellas solemnes ensenanzas nuestras un complemento oportuno.

El sacerdote es, en efecto, por vocación y mandato divino, el principal apostol e infatigable promovedor de la educación cristiana de la juventud (Enc. Divini illius Magistri (31 dic. 1929)) el sacerdote bendice en nombre de Dios el matrimonio cristiano y defiende su santidad e indisolubilidad contra los atentados y extravios que sugieren la codicia y la sensualidad (Enc. Casti connubii (31 dic. 1930)) el sacerdote contribuye del modo mas eficaz a la solución, o, por lo menos, a la mitigación de los conflictos sociales (Enc. Quadragesimo anno (15 mayo 1931)) predicando la fraternidad cristiana, recordando a todos los mutuos deberes de justicia y caridad evangélica, pacificando los animos exasperados por el malestar moral y economico, senalando a los ricos y a los pobres los unicos bienes verdaderos a que todos pueden y deben aspirar; el sacerdote es, finalmente, el mas eficaz pregonero de aquella cruzada de expiación y de penitencia a la cual invitamos a todos los buenos para reparar las blasfemias, deshonestidades y crimenes que deshonran a la humanidad en la época presente (Enc. Caritate Christi (3 mayo 1932)) tan necesitada de la misericordia y perdon de Dios como pocas en la historia.

Aun los enemigos de la Iglesia conocen bien la importancia vital del sacerdocio; y por esto, contra él precisamente, como lamentamos ya refiriéndonos a nuestro amado México (Enc. Acerba animi (29 sept. 1932)) asestan ante todo sus golpes para quitarle de en medio y llegar asi, desembarazado el camino, a la destrucción siempre anhelada y nunca conseguida de la Iglesia misma.

I. EL SACERDOCIO CATOLIC0 Y SUS PODERES

El sacerdocio en las diversas religiones

8. El género humano ha experimentado siempre la necesidad de tener sacerdotes, es decir, hombres que por la misión oficial que se les daba, fuesen medianeros entre Dios y los hombres, y consagrados de lleno a esta mediación, hiciesen de ella la ocupación de toda su vida, como diputados para ofrecer a Dios oraciones y sacrificios publicos en nombre de la sociedad; que también, y en cuanto tal, esta obligada a dar a Dios culto publico y social, a reconocerlo como su Señor Supremo y primer principio; a dirigirse hacia El, como a fin ultimo, a darle gracias, y procurar hacérselo propicio. De hecho, en todos los pueblos cuyos usos y costumbres nos son conocidos, como no se hayan visto obligados por la violencia a oponerse a las mas sagradas leyes de la naturaleza humana, hallamos sacerdotes, aunque muchas veces al servicio de falsas divinidades; dondequiera que se profesa una religión, dondequiera que se levantan altares, alli hay también un sacerdocio, rodeado de especiales muestras de honor y de veneracion.

En el Antiguo Testamento

1. 9. Pero a la espléndida luz de la revelación divina el sacerdote aparece revestido de una dignidad mayor sin comparación, de la cual es lejano presagio la misteriosa y venerable figura de Melquisedec (Gn 14,18) sacerdote y rey, que San Pablo evoca refiriéndola a la persona y al sacerdocio del mismo Jesucristo (He 5,10 He 6,20 He 7,1-11 He 7,15)

2. 10. El sacerdote, según la magnifica definición que de él da el mismo Pablo, es, si, un hombre tomado de entre los hombres, pero constituido en bien de los hombres cerca de las cosas de Dios (He 5,1) su misión no tiene por objeto las cosas humanas y transitorias, por altas e importantes que parezcan, sino las cosas divinas y eternas; cosas que por ignorancia pueden ser objeto de desprecio y de burla, y hasta pueden a veces ser combatidas con malicia y furor diabolico, como una triste experiencia lo ha demostrado muchas veces y lo sigue demostrando, pero que ocupan siempre el primer lugar en las aspiraciones individuales y sociales de la humanidad, de esta humanidad que irresistiblemente siente en si como ha sido creada para Dios y que no puede descansar sino en El.

3. 11. En las sagradas escrituras del Antiguo Testamento, al sacerdocio, instituido por disposición divino-positiva promulgada por Moisés bajo la inspiración de Dios, le fueron minuciosamente senalados los deberes, las ocupaciones, los ritos particulares. Parece como si Dios, en su solicitud, quisiera imprimir en la mente, primitiva aun, del pueblo hebreo una gran idea central que en la historia del pueblo escogido irradiase su luz sobre todos los acontecimientos, leyes, dignidades, oficios; la idea del sacrificio y el sacerdocio, para que por la fe en el Mesias venidero (Cf. He 1,1.) fueran fuente de esperanza, de gloria, de fuerza, de liberación espiritual. El templo de Psomon, admirable por su riqueza y esplendor, y todavia mas admirable en sus ordenanzas y en sus ritos, levantado al unico Dios verdadero, como tabernaculo de la Majestad divina en la tierra, era a la vez un poema sublime cantado en honor de aquel sacrificio y de aquel sacerdocio que, aun no siendo sino sombra y simbolo, encerraban tan gran misterio que obligo al vencedor Alejandro Magno a inclinarse reverente ante la hieratica figura del Sumo Sacerdote (Cf. Fl. Jos., Antiq. 11,8,5) y Dios mismo hizo sentir su ira al impio rey Baltasar por haber profanado en sus banquetes los vasos sagrados del templo (Da 5,1-30)

Y, sin embargo, la majestad y gloria de aquel sacerdocio antiguo no procedia sino de ser una prefiguración del sacerdocio cristiano, del sacerdocio delThtamento Nuevo y eterno, confirmado con la sangre del Redentor del mundo, de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

En el Nuevo Testamento

12. El Apostol de las Gentes comprendia en frase lapidaria cuanto se puede decir de la grandeza, dignidad y oficios del sacerdocio cristiano, por estas palabras: "Asi nos considere el hombre cual ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios" (1Co 4,1)

El sacerdote es ministro de Jesucristo; por lo tanto, instrumento en las manos del Redentor divino para continuar su obra redentora en toda su universalidad mundial y eficacia divina para la construcción de esa obra admirable que transformo el mundo; mas aun, el sacerdote, como suele decirse con mucha razon, es verdaderamente otro Cristo, porque continua en cierto modo al mismo Jesucristo: "Asi como el Padre me envio a Mi, asi os envio Yo a vosotros" (Jn 20,21) prosiguiendo también como El en dar, conforme al canto angélico, "gloria a Dios en lo mas alto de los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad" (Lc 2,14)

13. En primer lugar, como ensena el concilio de Trento (Sess.22, c.l.) Jesucristo en la ultima Cena instituyo el sacrificio y el sacerdocio de la Nueva Alianza: Jesucristo, Dios y Señor nuestro, aunque se habia de ofrecer una sola vez a Dios Padre muriendo en el ara de la cruz para obrar en ella la eterna redención, pero como no se habia de acabar su sacerdocio con la muerte (He 7,24) a fin de dejar a su amada Esposa la Iglesia un sacrificio visible, como a hombres correspondia, el cual fuese representación del sangriento, que solo una vez habia de ofrecer en la cruz, y que perpetuase su memoria hasta el fin de los siglos y nos aplicase sus frutos en la remisión de los pecados que cada dia cometemos; en la ultima Cena, aquella noche en que iba a ser entregado (1Co 11,23ss) declarandose estar constituido sacerdote eterno según el orden de Melquisedec (Ps 109,4) , ofrecio a Dios Padre su cuerpo y sangre bajo las especies de pan y vino, lo dio bajo las mismas especies a los apostoles, a quienes ordeno sacerdotes del NuevoThtamento para que lo recibiesen, y a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio mando que lo ofreciesen, diciéndoles: "Haced esto en memoria mia" (Lc 22,19 1Co 11,24)

Poder sacerdotal sobre el cuerpo de Cristo

14. Y desde entonces, los apostoles y sus sucesores en el sacerdocio comenzaron a elevar al cielo la ofrenda pura profetizada por Malaquias (Ml 1,11) por la cual el nombre de Dios es grande entre las gentes; y que, ofrecida ya en todas las partes de la tierra, y a toda hora del dia y de la noche, seguira ofreciéndose sin cesar hasta el fin del mundo.

Verdadera acción sacrificial es ésta, y no puramente simbolica, que tiene eficacia real para la reconciliación de los pecadores en la Majestad divina: Porque, aplacado el Señor con la oblación de este sacrificio, concede su gracia y el don de la penitencia y perdona aun los grandes pecados y crimenes.

La razon de esto la indica el mismo concilio Tridentino con aquellas palabras: "Porque es una sola e idéntica la victima y quien la ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, el mismo que a Si propio se ofrecio entonces en la Cruz, variando solo el modo de ofrecerse" (Conc. Trid., sess.22, c.2.)

Por donde se ve clarisimamente la inefable grandeza del sacerdote católico que tiene potestad sobre el cuerpo mismo de Jesucristo, poniéndolo presente en nuestros altares y ofreciéndolo por manos del mismo Jesucristo como victima infinitamente agradable a la divina Majestad. Admirables cosas son éstas -exclama con razon San Juan Crisostomo-, admirables y que nos llenan de estupor (De sacerdotio 3,4: PG 48,642.)

Sobre el Cuerpo mistico

15. Además de este poder que ejerce sobre el cuerpo real de Cristo, el sacerdote ha recibido otros poderes sublimes y excelsos sobre su Cuerpo mistico. No tenemos necesidad, venerables hermanos, de extendernos en la exposición de esa hermosa doctrina del Cuerpo mistico de Jesucristo, tan predilecta de San Pablo; de esa hermosa doctrina, que nos presenta la persona del Verbo hecho carne como unida con todos sus hermanos, a los cuales llega el influjo sobrenatural derivado de El, formando un solo cuerpo cuya cabeza es El y ellos sus miembros. Ahora bien: el sacerdote esta constituido dispensador de los misterios de Dios (1Co 4,1) en favor de estos miembros del Cuerpo mistico de Jesucristo, siendo, como es, ministro ordinario de casi todos los sacramentos, que son los canales por donde corre en beneficio de la humanidad la gracia del Redentor. El cristiano, casi a cada paso importante de su mortal carrera, encuentra a su lado al sacerdote en actitud de comunicarle o acrecentarle con la potestad recibida de Dios esta gracia, que es la vida sobrenatural del alma. Apenas nace a la vida temporal, el sacerdote lo purifica y renueva en la fuente del agua lustral, infundiéndole una vida mas noble y preciosa, la vida sobrenatural, y lo hace hijo de Dios y de la Iglesia; para darle fuerzas con que pelear valerosamente en las luchas espirituales, un sacerdote revestido de especial dignidad lo hace soldado de Cristo en el sacramento de la confirmacion; apenas es capaz de discernir y apreciar el Pan de los Angeles, el sacerdote se lo da, como alimento vivo y vivificante bajado del cielo; caido, el sacerdote lo levanta en nombre de Dios y lo reconforta por medio del sacramento de la penitencia; si Dios lo llama a formar una familia y a colaborar con El en la transmisión de la vida humana en el mundo, para aumentar primero el numero de los fieles sobre la tierra y después el de los elegidos en el cielo, alli esta el sacerdote para bendecir sus bodas y su casto amor; y cuando el cristiano, llegado a los umbrales de la eternidad, necesita fuerza y animos antes de presentarse en el tribunal del divino Juez, el sacerdote se inclina sobre los miembros doloridos del enfermo, y de nuevo le perdona y le fortalece con el sagrado crisma de la extremauncion; por fin, después de haber acompanado asi al cristiano durante su peregrinación por la tierra hasta las puertas del cielo, el sacerdote acompana su cuerpo a la sepultura con los ritos y oraciones de la esperanza inmortal, y sigue al alma hasta mas alla de las puertas de la eternidad, para ayudarla con cristianos sufragios, por si necesitara aun de purificación y refrigerio. Asi, desde la cuna hasta el sepulcro, mas aun, hasta el cielo, el sacerdote esta al lado de los fieles, como guia, aliento, ministro de salvación, distribuidor de gracias y bendiciones.

Poder de perdonar

16. Pero entre todos estos poderes que tiene el sacerdote sobre el Cuerpo mistico de Cristo para provecho de los fieles, hay uno acerca del cual no podemos contentarnos con la mera indicación que acabamos de hacer; aquel poder que no concedio Dios ni a los angeles ni a los arcangeles, como dice San Juan Crisostomo (De sacerdotio 3,5) a saber: el poder de perdonar los pecados: "Los pecados de aquellos a quienes los perdonareis, les quedan perdonados; y los de aquellos a quienes los retuviereis, quedan retenidos" (Jn 20,23) Poder asombroso, tan propio de Dios, que la misma soberbia humana no podia comprender que fuese posible comunicarse al hombre: "¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?" (Mc 2,7) tanto, que el vérsela ejercitar a un simple mortal es cosa verdaderamente para preguntarse, no por escandalo farisaico, sino por reverente estupor ante tan gran dignidad: "¿Quién es éste que aun los pecados perdona?" (Lc 7,49) Pero precisamente el Hombre-Dios, que tenia y tiene potestad sobre la tierra de perdonar los pecados (Lc 5,24) ha querido transmitirla a sus sacerdotes para remediar con liberalidad y misericordia divina la necesidad de purificación moral inherente a la conciencia humana.

¡Qué consuelo para el hombre culpable, traspasado de remordimiento y arrepentido, oir la palabra del sacerdote que en nombre de Dios le dice: Yo te absuelvo de tus pecados! Y el oirla de la boca de quien a su vez tendra necesidad de pedirla para si a otro sacerdote no solo no rebaja el don misericordioso, sino que lo hace aparecer mas grande, descubriéndose asi mejor a través de la fragil criatura la mano de Dios, por cuya virtud se obra el portento. De aqui es que -valiéndonos de las palabras de un ilustre escritor que aun de materias sagradas trata con competencia rara vez vista en un seglar-, "cuando el sacerdote, temblorosa el alma a la vista de su indignidad y de lo sublime de su ministerio, ha puesto sobre nuestra cabeza sus manos consagradas, cuando, confundido de verse hecho dispensador de la Sangre delThtamento, asombrado cada vez de que las palabras de sus labios infundan la vida, ha absuelto a un pecador siendo pecador él mismo; nos levantamos de sus pies bien seguros de no haber cometido una vileza... Hemos estado a los pies de un hombre, fiero que hacia las veces de Cristo... y hemos estado para volver de la condición de esclavos a la de hijos de Dios" (Manzoni, Osservazioni sulla morale cattolica, c.18.)

El sacramento del Orden sella con forma indeleble

17. Y tan excelsos poderes conferidos al sacerdote por un sacramento especialmente instituido para esto, no son en él transitorios y pasajeros, sino estables y perpetuos, unidos como estan a un caracter indeleble, impreso en su alma, por el cual ha sido constituido sacerdote para siempre (Ps 109,4) a semejanza de Aquel de cuyo eterno sacerdocio queda hecho participe. Caracter que el sacerdote, aun en medio de los mas deplorables desordenes en que puede caer por la humana fragilidad, no podra jamas borrar de su alma. Pero juntamente con este caracter y con estos poderes, el sacerdote, por medio del sacramento del Orden, recibe nueva y especial gracia con derecho a especiales auxilios, con los cuales, si fielmente coopera mediante su acción libre y personal a la acción infinitamente poderosa de la misma gracia, podra dignamente cumplir todos los arduos deberes del sublime estado a que ha sido llamado, y llevar, sin ser oprimido por ellas, las tremendas responsabilidades inherentes al ministerio sacerdotal, que hicieron temblar aun a los mas vigorosos atletas del sacerdocio cristiano, como un San Juan Crisostomo, un San Ambrosio, un San Gregorio Magno, un San Carlos y tantos otros.

Poder de predicar la Palabra divina

1. 18. Pero el sacerdote católico es, además, ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios (1Co 4,1) con la palabra, con aquel ministerio de la palabra (Ac 6,4) que es un derecho inalienable y a la vez un deber imprescindible, a él impuesto por el mismo Cristo Nuestro Señor: "Id, pues, y amaestrad todas las gentes... ensenandoles a guardar cuantas cosas os he mandado" (Mt 28,19-20) La Iglesia de Cristo, depositaria y guarda infalible de la divina revelación, derrama por medio de sus sacerdotes los tesoros de la verdad celestial, predicando a Aquel que es "luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1,9) esparciendo con divina profusión aquella semilla, pequeña y despreciable a la mirada profana del mundo, pero que, como el grano de mostaza del Evangelio (Mt 13,31-32) tiene en si la virtud de echar raices solidas y profundas en las almas sinceras y sedientas de verdad, y hacerlas como arboles, firmes y robustos, que resistan a los mas recios vendavales.

19. En medio de las aberraciones del pensamiento humano, ebrio por una falsa libertad exenta de toda ley y freno; en medio de la espantosa corrupción, fruto de la malicia humana, se yergue cual faro luminoso la Iglesia, que condena toda desviación -a la diestra o a la siniestra- de la verdad, que indica a todos y a cada uno el camino que deben seguir. Y ¡ay si aun este faro, no digamos se extinguiese, lo cual es imposible por las promesas infalibles sobre que esta cimentado, pero si se le impidiera difundir profusamente sus benéficos rayos! Bien vemos con nuestros propios ojos a donde ha conducido al mundo el haber rechazado, en su soberbia, la revelación divina y el haber seguido, aunque sea bajo el especioso nombre de ciencia, falsas teorias filosoficas y morales. Y si, puestos en la pendiente del error y del vicio, no hemos llegado todavia a mas hondo abismo, se debe a los rayos de la verdad cristiana que, a pesar de todo, no dejan de seguir difundidos por el mundo. Ahora bien: la Iglesia ejercita su ministerio de la palabra por medio de los sacerdotes, distribuidos convenientemente por los diversos grados de la jerarquia sagrada, a quienes envia por todas partes como pregoneros infatigables de la buena nueva, unica que puede conservar, o implantar, o hacer resurgir la verdadera civilizacion.

La palabra del sacerdote penetra en las almas y les infunde luz y aliento; la palabra del sacerdote, aun en medio del torbellino de las pasiones, se levanta serena y anuncia impavida la verdad e inculca el bien: aquella verdad que esclarece y resuelve los mas graves problemas de la vida humana; aquel bien que ninguna desgracia, ni aun la misma muerte, puede arrebatarnos, antes bien, la muerte nos lo asegura para siempre.

2. 20. Si se consideran además, una por una, las verdades mismas que el sacerdote debe inculcar con mas frecuencia, para cumplir fielmente los deberes de su sagrado ministerio, y se pondera la fuerza que en si encierran, facilmente se echara de ver cuan grande y cuan benéfico ha de ser el influjo del sacerdote para la elevación moral, pacificación y tranquilidad de los pueblos. Por ejemplo, cuando recuerda a grandes y a pequeños la fugacidad de la vida presente, lo caduco de los bienes terrenos, el valor de los bienes espirituales para el alma inmortal, la severidad de los juicios divinos, la santidad incorruptible de Dios, que con su mirada escudrina los corazones y pagara a cada uno conforme a sus obras (Mt 16,27) Nada mas a proposito que estas y otras semejantes ensenanzas para templar el ansia febril de los goces y desenfrenada codicia de bienes temporales, que, al degradar hoy a tantas almas, empujan a las diversas clases de la sociedad a combatirse como enemigos, en vez de ayudarse unas a otras en mutua colaboracion. Igualmente, entre tantos egoismos encontrados, incendios de odios y sombrios designios de venganza, nada mas oportuno y eficaz que proclamar muy alto el mandamiento nuevo (Jn 13,34) de Jesucristo, el precepto de la caridad, que comprende a todos, no conoce barreras ni confines de naciones o pueblos, no exceptua ni siquiera a los enemigos.

21. Una gloriosa experiencia, que lleva ya veinte siglos, demuestra la grande y saludable eficacia de la palabra sacerdotal, que, siendo eco fiel y repercusión de aquella palabra de Dios que es viva y eficaz y mas penetrante que cualquier espada de dos filos, llega también hasta los pliegues del alma y del espiritu (He 4,12) suscita heroismos de todo género, en todas las clases y en todos los paises, y hace brotar de los corazones generosos las mas desinteresadas acciones.

Todos los beneficios que la civilización cristiana ha traido al mundo se deben, al menos en su raiz, a la palabra y a la labor del sacerdocio católico. Un pasado como éste bastaria, solo él, cual prenda segura del porvenir, si no tuviéramos mas segura palabra (2P 2P 1,19) en las promesas infalibles de Jesucristo.

2. 22. También la obra de las misiones, que de modo tan luminoso manifiesta el poder de expansión de que por la divina virtud esta dotada la Iglesia, la promueven y la realizan principalmente los sacerdotes, que, abanderados de la ley y de la caridad, a costa de innumerables sacrificios, extienden y dilatan las fronteras del reino de Dios en la tierra.

Poder de orar

23. Finalmente, eI sacerdote, continuando también en este punto la misión de Cristo, el cual pasaba la noche entera orando a Dios (Lc 6,12) y siempre esta vivo para interceder por nosotros (He 7,25) como mediador publico y oficial entre la humanidad y Dios, tiene el encargo y mandato de ofrecer a El, en nombre de la Iglesia, no solo el sacrificio propiamente dicho, sino también el sacrificio de alabarnza (Ps 49,14) por medio de la oración publica y oficial; con los salmos, preces y canticos, tomados en gran parte de los libros inspirados, paga él a Dios diversas veces al dia este debido tributo de adoración, y cumple este tan necesario oficio de interceder por la humanidad, hoy mas que nunca afligida y mas que nunca necesitada de Dios. ¿Quién puede decir los castigos que la oración sacerdotal aparta de la humanidad prevaricadora y los grandes beneficios que le procura y obtiene?

Si aun la oración privada tiene a su favor promesas de Dios tan magnificas y solemnes como las que Jesucristo le tiene hechas (Mt 7,7-11 Mc 11,24 Lc 11,9-13) ¿cuanto mas poderosa sera la oración hecha de oficio en nombre de la Iglesia, amada Esposa del Redentor? El cristiano, por su parte, si bien con harta frecuencia se olvida de Dios en la prosperidad, en el fondo de su alma siempre siente que la oración lo puede todo, y como por santo instinto, en cualquier accidente, en todos los peligros publicos y privados, acude con gran confianza a la oración del sacerdote. A ella piden remedios los desgraciados de toda especie; a ella se recurre para implorar el socorro divino en todas las vicisitudes de este mundanal destierro. Verdaderamente, el sacerdote esta interpuesto entre Dios y el humano linaje: los benefcios que de alla nos uienen, él los lrae, mientras lleva nuestras oraciones alla, apaciguando al Señor irritado (S. Juan Crisost., Homil. 5 in Is)

2. 24. ¿Qué mas? Los mismos enemigos de la Iglesia, como indicabamos al principio, demuestran, a su manera, que conocen toda la dignidad e importancia del sacerdocio católico cuando dirigen contra él los primeros y mas fuertes golpes, porque saben muy bien cuan intima es la unión que hay entre la Iglesia y sus sacerdotes. Unos mismos son hoy los mas encarnizados enemigos de Dios y los del sacerdocio católico: honroso titulo que hace a éste mas digno de respeto y veneracion.

II. SANTIDAD Y VIRTUDES SACERDOTALES

Dignidad sacerdotal

25. Altisima es, pues, venerables hermanos, la dignidad del sacerdote, sin que puedan empanar sus resplandores las flaquezas, aunque muy de sentir y llorar, de algunos indignos; como tales flaquezas no deben bastar para que se condenen al olvido los méritos de tantos otros sacerdotes, insignes por virtud y por saber, por celo y aun por el martirio. Tanto mas cuanto que la indignidad del sujeto en manera alguna invalida sus actos ministeriales: la indignidad del ministro no toca a la validez de los sacramentos, que reciben su eficacia de la Sangre sacratisima de Cristo, independientemente de la santidad del sacerdote; pues aquellos instrumentos de eterna salvación [los sacramentos] causan su efecto, como se dice en lenguaje teologico, ex opere operato.

Santidad proporcionada

26. Con todo, es manifiesto que tal dignidad ya de por si exige, en quien de ella esta investido, elevación de animo, pureza de corazon, santidad de vida correspondiente a la alteza y santidad del ministerio sacerdotal. Por él, como hemos dicho, el sacerdote queda constituido medianero entre Dios y el hombre, en representación y por mandato del que es unico mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo Hombre (1Tm 2,5).

Esto le pone en la obligación de acercarse, en perfección, cuanto es posible a quien representa, y de hacerse cada vez mas acepto a Dios por la santidad de su vida y de sus acciones; ya que, sobre el buen olor del incienso y sobre el esplendor de templos y altares, lo que mas aprecia Dios y lo que le es mas agradable es la virtud. "Los mediadores entre Dios y el pueblo -dice Santo Tomas- deben tener limpia conciencia ante Dios y limpia fama ante los hombres" (Suppl. 36,1 ad 2.)

Y si, muy al contrario, en vez de eso, quien maneja y administra las cosas santas lleva vida censurable, las profana y comete sacrilegio: "Los que no son santos no deben manejar las cosas santas" (Decret, dist.88 can.6.)

Mayor santidad que en el AT

27. Por esta causa, ya en el AntiguoThtamento mandaba Dios a sus sacerdotes y levitas: "Que sean santos, porque santo soy Yo, el Señor, que los santifica" (Lv 21,8) Y el sapientísimo Psomon, en el cantico de la dedicación del templo, esto precisamente es lo que pide al Señor para los hijos de Aaron: "Revistanse de santidad tus sacerdotes y regocijense tus santos" (Ps 131,9)

Pues, venerables hermanos, si tanta justicia, santidad y fervor -diremos con San Roberto Belarmino- se exigia a aquellos sacerdotes, que inmolaban ovejas y bueyes, y alababan a Dios por beneficios temporales, ¿qué no se ha de pedir a los que sacrifican el Cordero divino y ofrecen acciones de gracias por bienes sempiternos? (Explanat. in Psalmos, Ps 131,9) Grande es la dignidad de los Prelados -exclama San Lorenzo Justiniano-, pero mayor es su carga; colocados en alto puesto, han de estar igualmente encumbrados en la virtud a los ojos de Aquel que todo lo ve; si no, la preeminencia, en vez de mérito, les acarreara su condenación (De instit. et regim. Prael., c.ll.)

Santidad para celebrar la eucaristia

28. En verdad, todas las razones por Nos aducidas antes para hacer ver la dignidad del sacerdocio católico tienen su lugar aqui como otros tantos argumentos que demuestran la obligación que sobre él pesa de elevarse a muy grande santidad; porque, conforme ensena el Doctor Angélico, para ejercer convenientemente las funciones sacerdotales no basta una bondad cualquiera; se necesita mas que ordinaria; para que los que reciben las ordenes sagradas, como quedan elevados sobre el pueblo en dignidad, lo estén también por la santidad (Suppl. 35,1 ad 3) Realmente, el sacrificio eucaristico, en el que se inmola la Victima inmaculada que quita los pecados del mundo, muy particularmente requiere en el sacerdote vida santa y sin mancilla, con que se haga lo menos indigno posible ante el Señor, a quien cada dia ofrece aquella Victima adorable, no otra que el Verbo mismo de Dios hecho hombre por amor nuestro. Advertid lo que hacéis, imitad lo que traéis entre manos (Pontif. Rom. de ordinat. presbyt) dice la Iglesia por boca del obispo a los diaconos, cuando van a ser ordenados sacerdotes.

Santidad para administrar los sacramentos y la Palabra divina

Además, el sacerdote es el dispensador de la gracia divina, cuyos conductos son los sacramentos. Seria, pues, bien disonante estar el dispensador privado de esa preciosisima gracia, y aun que solo le mostrara poco aprecio y se descuidara en conservarla. A él toca también ensenar las verdades de la fe; y la doctrina religiosa nunca se ensena tan autorizada y eficazmente como cuando la maestra es la virtud. Porque dice el adagio que "las palabras conmueven, pero los ejemplos arrastran".

Ha de pregonar la ley evangélica; y no hay argumento mas al alcance de todos y mas persuasivo, para hacer que sea abrazada con la gracia de Dios que verla puesta en practica por quien encarece su observancia. Da la razon San Gregorio Magno: "Penetra mejor en los corazones de los oyentes la voz del predicador cuando se recomienda por su buena vida; porque con su ejemplo ayuda a practicar lo que con las palabras aconseja" (Ep. 1,1, ep.25) Esto es lo que de nuestro divino Redentor dice la Escritura: que empezo a hacer y a ensenar (Ac 1,1) y si las turbas le aclamaban, no era tanto porque jamas ha hablado otro como este hombre (Jn 7,46) cuanto porque todo lo hizo bien (Mc 7,37) Al revés, los que dicen y no hacen, se asemejan a los escribas y fariseos, de quienes el mismo divino Redentor, si bien dejando en su lugar la autoridad de la palabra de Dios, que legitimamente anunciaban, hubo de decir, censurandolos, al pueblo que le escuchaba: "En la catedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos; cuantas cosas, pues, os dijeren, guardadlas y hacedlas todas; pero no hagais conforme a sus obras" (Mt 23,2-3) El predicador que no trate de confirmar con su ejemplo la verdad que predica destruira con una mano lo que edifica con la otra. Muy al contrario, los trabajos de los pregoneros del Evangelio que antes de todo atienden seriamente a su propia santificación, Dios los bendice largamente. Esos son los que ven brotar en abundancia de su apostolado flores y frutos, y los que en el dia de la siega volveran y vendran con gran regocija, trayendo las gavillas de su mies (Ps 125,6)

No descuidar la propia santificacion

29. Seria gravísimo y peligrosísimo yerro si el sacerdote, dejandose llevar de falso celo, descuidase la santificación propia por engolfarse todo en las ocupaciones exteriores, por buenas que sean, del ministerio sacerdotal. Procediendo asi, no solo pondria en peligro su propia salvación eterna, como el gran Apostol de las Gentes temia de si mismo: "Castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que habiendo predicado a los otros, venga yo a ser reprobado" (1Co 9,27) pero se expondria también a perder, si no la gracia divina, al menos, si, aquella unción del Espiritu Santo que da tan admirable fuerza y eficacia al apostolado exterior.

Vocación a una especial santidad

30. Aparte de eso, si a todos los cristianos esta dicho: "Sed perfectos como lo es vuestro Padre celestial" (Mt 5,48) ¡con cuanta mayor razon deben considerar como dirigidas a si estas palabras del divino Maestro los sacerdotes llamados con especial vocación a seguirle mas de cerca! Por esta razon inculca la Iglesia severamente a todos los clérigos esta su obligación gravisima, insertandola en su codigo legislativo: "Los clérigos deben llevar interior y exteriormente vida mas santa que los seglares y sobresalir entre ellos, para ejemplo, en virtud y buenas obras" (CIC (1917) c.124.) Y puesto que el sacerdote es embajador en nombre de Cristo (2Co 5,20) ha de vivir de modo que pueda con verdad decir con el Apostol: "Sed imitadores mios como yo lo soy de Cristo" (1Co 4,16 1Co 11,1) ha de vivir como otro Cristo, que con el resplandor de sus virtudes alumbro y sigue alumbrando al mundo.

Oración

31. Pero si todas las virtudes cristianas deben florecer en el alma del sacerdote, hay, sin embargo, algunas que muy particularmente estan bien en él y mas le adornan. La primera es la piedad, según aquello del Apostol a su discipulo Timoteo: "Ejercitate en la piedad" (1Tm4,8) Ciertamente, siendo tan intimo, tan delicado y frecuente el trato del sacerdote con Dios, no hay duda que debe ir acompanado y como penetrado por la esencia de la devocion. Si la piedad es util para todo (1Co ) lo es principalmente para el ejercicio del ministerio sacerdotal. Sin ella, los ejercicios mas santos, los ritos mas augustos del sagrado ministerio, se desarrollaran mecanicamente y por rutina; faltara en ellos el espiritu, la unción, la vida; pero la piedad de que tratamos, venerables hermanos, no es una piedad falsa, ligera y superficial, grata al paladar, pero de ningun alimento; que suavemente conmueve, pero no santifica. Nos hablamos de piedad solida: de aquella que, independientemente de las continuas fluctuaciones del sentimiento, esta fundada en los mas firmes principios doctrinales, y consiguientemente formada por convicciones profundas que resisten a las acometidas y halagos de la tentacion.

Esta piedad debe mirar filialmente en primer lugar a nuestro Padre que esta en los cielos, mas ha de extenderse también a la Madre de Dios; y habra de ser tanto mas tierna en el sacerdote que en los simples fieles cuanto mas verdadera y profunda es la semejanza entre las relaciones del sacerdote con Cristo y las de Maria con su divino Hijo.

Celibato

1. 32. Intimamente unida con la piedad, de la cual le ha de venir su hermosura y aun la misma firmeza, es aquella otra preciosisima perla del sacerdote católico, la castidad, de cuya perfecta guarda en toda su integridad tienen los clérigos de la Iglesia latina, constituidos en Ordenes mayores, obligación tan grave que su quebrantamiento seria además sacrilegio (CIC (1917) CIS 132, § 1.) Y si los de las Iglesias orientales no estan sujetos a esta ley en todo su rigor, no obstante aun entre ellos es muy considerado el celibato eclesiastico; y en ciertos casos, especialmente en los mas altos grados de la jerarquia, es un requisito necesario y obligatorio.

2. 33. Aun con la simple luz de la razon se entrevé cierta conexión entre esta virtud y el ministerio sacerdotal. Siendo verdad que Dios es espiritu (Jn 4,24) bien se ve cuanto conviene que la persona dedicada y consagrada a su servicio en cierta manera se despoje de su cuerpo. Ya los antiguos romanos habian vislumbrado esta conveniencia. El orador mas insigne que tuvieron cita una de sus leyes, cuya expresión era: "A los dioses, dirijanse con castidad"; y hace sobre ella este comentario: "Manda la ley que acudamos a los dioses con castidad, se entiende del alma, en la que esta todo, mas no excluye la castidad del cuerpo; lo que quiere decir es que, aventajandose tanto el alma al cuerpo, y observandose el ir con castidad de cuerpo, mucho mas se ha de observar el llevar la del alma" (Ciceron, De leg. 2 8 y 10) En el AntiguoThtamento mando Moisés a Aaron y a sus hijos, en nombre de Dios, que no salieran del Tabernaculo y, por lo tanto, que guardasen continencia durante los siete dias que duraba su consagración (Lv 33-35)

34. Pero al sacerdocio cristiano, tan superior al antiguo, convenia mucha mayor pureza. La ley del celibato eclesiastico, cuyo primer rastro consignado por escrito, lo cual supone evidentemente su practica ya mas antigua, se encuentra en un canon del concilio de Elvira (Conc. Elvira, c.33 (Mansi 2,11).) a principios del siglo IV, viva aun la persecución, en realidad no hace sino dar fuerza de obligación a una cierta y casi diriamos moral exigencia, que brota de las fuentes del Evangelio y de la predicación apostolica. El gran aprecio en que el divino Maestro mostro tener la castidad, exaltandola como algo superior a las fuerzas ordinarias (Mt 19,11) el reconocerle a El como flor de Madre virgen (Brev. Rom. Hymn. ad Laudes in festo SS. Nom. Iesu) y criado desde la ninez en la familia virginal de José y Maria; el ver su predilección por las almas puras, como los dos Juanes, el Bautista y el Evangelista; el oir, finalmente, como el gran Apostol de las Gentes, tan fiel intérprete de la ley evangélica y del pensamiento de Cristo, ensalza en su predicación el valor inestimable de la virginidad, especialmente para mas de continuo entregarse al servicio de Dios: "El no casado se cuida de las cosas del Señor y de como ha de agradar a Dios" (1Co 7,32) todo esto era casi imposible que no hiciera sentir a los sacerdotes de la Nueva Alianza el celestial encanto de esta virtud privilegiada, aspirar a ser del numero de aquellos que son capaces de entender esta palabra (Mt 19,11) y hacerles voluntariamente obligatoria su guarda, que muy pronto fue obligatoria, por severisima ley eclesiastica, en toda la Iglesia latina. Pues, a fines del siglo IV, el concilio segúndo de Cartago exhorta a que guardemos nosotros también aquello que ensenaron los apostoles, y que guardaron ya nuestros antecesores (Conc. Cartag.. 11 c.2 (Mansi 3,191).)

3. 35. Y no faltan textos, aun de Padres orientales insignes, que encomian la excelencia del celibato eclesiastico manifestando que también en ese punto, alli donde la disciplina era mas severa, era uno y conforme el sentir de ambas Iglesias, latina y oriental. San Epifanio atestigua a fines del mismo siglo IV que el celibato se extendia ya hasta los subdiaconos: "Al que aun vive en matrimonio, aunque sea en primeras nupcias y trata de tener hijos, la Iglesia no le admite a las ordenes de diacono, presbitero, obispo o subdiacono; admite solamente a quien, o ha renunciado a la vida conyugal con su unica esposa, o ya -viudo- la ha perdido; lo cual se practica principalmente donde se guardan fielmente los sagrados canones" (Advers. haeres. Panar. 59,4: PG 41,1024) Pero quien esta elocuente en esta materia es el diacono de Edesa y doctor de la Iglesia universal, San Efrén Sirio, con razon llamado citara del Espiritu Santo (Brev. Rom. d 18 4,6) Dirigiéndose en uno de sus poemas al obispo Abrahan, amigo suyo, le dice: "Bien te cuadra el nombre, Abrahan, porque también tu has sido hecho padre de muchos; pero no teniendo esposa como Abrahan tenia a Sara, tu rebano ocupa el lugar de la esposa. Cria a tus hijos en la fe tuya; sean prole tuya en el espiritu, la descendencia prometida que alcance la herencia del paraiso. ¡Oh fruto hermoso de la castidad en el cual tiene el sacerdocio sus complacencias...!; reboso el vaso, fuiste ungido; la imposición de manos te hizo el elegido; la Iglesia te escogio para si, y te ama" (Carmina Nisibaena, carm.19 (edit. Bickel, p.112)) Y en otra parte: "No basta al sacerdote y a lo que pide su nombre al ofrecer el cuerpo vivo (de Cristo) tener pura el alma, limpia la lengua, lavadas las manos y adornado todo el cuerpo, sino que debe ser en todo tiempo completamente puro, por estar constituido mediador entre Dios y el linaje humano. Alabado sea el que tal pureza ha querido de sus ministros" (Ibid. carm.l8.) Y San Juan Crisostomo afirma que quien ejercita el ministerio sacerdotal debe ser tan puro como si estuviera en el cielo entre las angélicas potestades (De sacerdotio 3,4: PG 48,642.)

4. 36. Bien que ya la alteza misma, o por emplear la expresión de San Epifanio, la honra y dignidad increible (Advers. haeres. Panar. 59,4: PG 41,1024) del sacerdocio cristiano, aqui por Nos brevemente declarada, prueba la suma conveniencia del celibato y de la ley que se lo impone a los ministros del altar. Quien desempena un ministerio en cierto modo superior al de aquellos espiritus purisimos que asisten ante el Señor (Tb 12,15) ¿no ha de estar con mucha razon obligado a vivir, cuanto es posible, como un puro espiritu? Quien debe todo emplearse en las cosas tocantes a Dios (Lc 2,49 1Co 7,32) ¿no es justo que esté totalmente desasido de las cosas terrestres y tenga toda su conversación en los cielos? (Ph 3,20) Quien sin cesar ha de atender solicito a la eterna salvación de las almas, continuando con ellas la obra del Redentor, ¿no es justo que esté desembarazado de los cuidados de la familia, que absorberian gran parte de su actividad?

3?. Espectaculo es, por cierto, para conmover y excitar admiración, aun repitiéndose con tanta frecuencia en la Iglesia catolica, el de los jóvenes levitas que antes de recibir el sagrado Orden del subdiaconado, es decir, antes de consagrarse de lleno al servicio y culto de Dios, por su libre voluntad, renuncian a los goces y satisfacciones que honestamente pudieran proporcionarse en otro género de vida. Por su libre voluntad hemos dicho: como quiera que, si después de la ordenación ya no la tienen para contraer nupcias terrenales, pero las ordenes mismas las reciben no forzados ni por ley alguna ni por persona alguna, sino por su propia y espontanea resolución personal (Cf. CIC (1917) c.971.)

38. No es nuestro animo que cuanto venimos diciendo en alabanza del celibato eclesiastico se entienda como si pretendiésemos de algun modo vituperar, y poco menos que condenar, otra disciplina diferente, legitimamente admitida en la Iglesia oriental; lo decimos tan solo para enaltecer en el Señor esta virtud, que tenemos por una de las mas altas puras glorias del sacerdocio católico y que nos parece responder mejor a los deseos del Corazon Santísimo de Jesús y a sus designios sobre el alma sacerdotal.

Pobreza

1. 39. No menos que por la pureza debe distinguirse el sacerdote católico por el desinterés. En medio de un mundo corrompido, en que todo se vende y todo se compra, ha de mantenerse limpio de cualquier género de egoismo, mirando con santo desdén toda vil codicia de ganancia terrena, buscando almas, no riquezas; la gloria de Dios, no la propia. No es el hombre asalariado que trabaja por una recompensa temporal; ni el empleado que cumple, si, a conciencia, las obligaciones de su cargo, pero tiene también puesta la mira en su carrera, en sus ascensos; es el buen soldado de Cristo que no se embaraza con negocios del siglo, a fin de agradar a quien le alisto para su servicio (Cf. 2Tm2,3-4) pero es el ministro de Dios y el padre de las almas, y sabe que su trabajo, sus afanes, no tienen compensación adecuada en los tesoros y honores de la tierra. No le esta prohibido recibir lo conveniente para su propia sustentación, conforme a aquello del Apostol: "Los que sirven al altar participan de las ofrendas... y el Señor dejo ordenado que los que predican el Evangelio vivan del Evangelio" (1Co 9 1Co 13-14) pero llamado al patrimonio del Señor, como lo expresa su mismo apelativo de clérigo, es decir, a la herencia del Señor, no espera otra merced que la prometida por Jesucristo a sus apostoles: "Grande es vuestra recompensa en el reino de los cielos" (Mt 5,12) ¡Ay del sacerdote que, olvidado de tan divinas promesas, comenzara a mostrarse codicioso de sordida ganancia (Tt 1,7) y se confundiese con la turba de los mundanos, que arrancaron al Apostol, y con él a la Iglesia, aquel lamento: Todos buscan sus intereses y no los de Jesucristo! (Ph 2,21) Este tal, fuera de ir contra su vocación, se acarrearia el desprecio de sus mismos fieles, porque verian en él una lastimosa contradicción entre su conducta y la doctrina evangélica, tan claramente ensenada por Cristo, y que el sacerdote debe predicar: "No tratéis de amontonar tesoros para vosotros en la tierra, donde el orin y la polilla los consumen y donde los ladrones los desentierran y roban; sino atesoraos tesoros en el cielo" (Mt 6,19-20) Cuando se reflexiona que un apostol de Cristo, uno de los Doce, como con dolor observan los evangelistas, Judas, fue arrastrado al abismo de la maldad precisamente por el espiritu de codicia de los bienes de la tierra, se comprende bien que ese mismo espiritu haya podido acarrear a la Iglesia tantos males en el curso de los siglos. La codicia, llamada por el Espiritu Santo raiz de todos los males (1Tm 6,10) puede llevar al hombre a todos los crimenes; y cuando a tanto no llegue, un sacerdote tocado de este vicio, practicamente, a sabiendas o sin advertirlo, hace causa comun con los enemigos de Dios y de la Iglesia y coopera a la realización de sus inicuos planes.

2. 40. Al contrario, el desinterés sincero gana para el sacerdote las voluntades de todos, tanto mas cuanto que con este despego de los bienes de la tierra, cuando procede de la fuerza intima de la fe, va siempre unida una tierna compasión para con toda suerte de desgraciados, la cual hace del sacerdote un verdadero padre de los pobres, en los que, acordandose de las conmovedoras palabras de su Señor: "Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos mas pequeños, a mi lo hicisteis" (Mt 25,40) con singular afecto reconoce, reverencia y ama al mismo Jesucristo.

Celo apostolico

41. Libre asi el sacerdote católico de los dos principales lazos que podrian tenerle demasiado sujeto a la tierra, los de una familia propia y los del interés propio, estara mejor dispuesto para ser inflamado en el fuego celestial que brota de lo intimo del Corazon de Jesucristo, y no aspira sino a comunicarse a corazones apostolicos, para abrasar toda la tierra (Lc 12,49) esto es, con el fuego del celo. Este celo de la gloria de Dios y de la salvación de las almas debe, como se lee de Jesucristo en la Sagrada Escritura (Ps 68,10 Jn 2,17) devorar al sacerdote, hacerle olvidarse de si mismo y de todas las cosas terrenas e impelerlo fuertemente a consagrarse de lleno a su sublime misión, buscando medios cada vez mas eficaces para desempenarla con extensión y perfección siempre crecientes.

2. 42. ¿Como podra un sacerdote meditar el Evangelio, oir aquel lamento del buen Pastor: "Tengo otras ovejas que no son de este aprisco, las cuades también debo yo recoger" (Jn 10,16) y ver "los campos con las mieses ya blancas y a punto de segarse" (Jn 4,35) sin sentir encenderse en su corazon el ansia de conducir estas almas al corazon del Buen Pastor, de ofrecerse al Señor de la mies como obrero infatigable? ¿Como podra un sacerdote contemplar tantas infelices muchedumbres, no solo en los lejanos paises de misiones, pero desgraciadamente aun en los que llevan de cristianos ya tantos siglos, que yacen como ovejas sin pastor (Mt 9,36) que no sienta en si el eco profundo de aquella divina compasión que tantas veces conmovio al corazon del Hijo de Dios? (Mt 9,36 Mt 14,14 Mt 15,32 Mc 6,34 Mc 8,2, etc.) Nos referimos al sacercdote que sabe que en sus labios tiene la palabra de vida, y en sus manos instrumentos divinos de regeneración y salvacion. Pero, loado sea Dios, que precisamente esta llama del celo apostolico es uno de los rayos mas luminosos que brillan en la frente del sacerdote católico; y Nos, lleno el corazon de paternal consuelo, contemplamos y vemos a nuestros hermanos y a nuestros queridos hijos, los obispos y los sacerdotes, como tropa escogida, siempre pronta a la voz del Supremo Jefe de la Iglesia para correr a todos los frentes del campo inmenso donde se libran las pacificas pero duras batallas entre la verdad y el error, la luz y las tinieblas, el reino de Dios y el reino de Satanas.

3. 43. Pero de esta misma condición del sacerdocio católico, de ser milicia agil y valerosa, procede la necesidad del espiritu de disciplina, y, por decirlo con palabra mas profundamente cristiana, la necesidad de la obediencia: de aquella obediencia que traba hermosamente entre si todos los grados de la jerarquia eclesiastica, de suerte que, como dice el obispo en la admonición a los ordenandos, la "santa Iglesia aparece rodeada, adornada y gobernada con variedad verdaderamente admirable, al ser consagrados en ella unos Pontifices, otros sacerdotes de grado inferior..., formandose de muchos miembros y diversos en dignidad un solo cuerpo, el de Cristo" (Pont. Rom. de ordinat. presbyt.) Esta obediencia prometieron los sacerdotes a su obispo en el momento de separarse de él, luego de recibir la sagrada uncion; esta obediencia, a su vez, juraron los obispos en el dia de su consagración episcopal a la suprema cabeza visible de la Iglesia, al sucesor de San Pedro, al Vicario de Jesucristo.

Tenga, pues, la obediencia constantemente y cada vez mas unidos, entre si y con la cabeza, a los diversos miembros de la sagrada jerarquia, haciendo asi a la Iglesia militante de verdad terrible a los enemigos de Dios como ejército en orden de batalla (Cf. Ct 6,3 Ct 6,9) La obediencia modere el celo quiza demasiado ardiente de los unos y estimule la tibieza o la cobardia de los otros; senale a cada uno su puesto y lugar, y ése ocupe cada uno sin resistencias, que no servirian sino para entorpecer la obra magnifica que la Iglesia desarrolla en el mundo. Vea cada uno en las ordenes de los superiores jerarquicos las ordenes del verdadero y unico Jefe, a quien todos obedecemos, Jesucristo Nuestro Señor, el cual se hizo por nosotros obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Ph 2,8)

En efecto, el divino y Sumo Sacerdote quiso que nos fuese manifiesta de modo singular la obediencia suya absolutisima al Eterno Padre; y por esto abundan los testimonios, tanto proféticos como evangélicos, de esta total y perfecta sujeción del Hijo de Dios a la voluntad del Padre: "Al entrar en el mundo dije: Tu no has querido sacrificio ni ofrenda; mas a mi me has apropiado un cuerpo... Entonces dije: Heme aqui que vengo, según esta escrito de mi al principio del libro, para cumplir, oh Dios, tu voluntad" (He 10,5-7) Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado (Jn 4,34) Y aun en la cruz no quiso entregar su alma en las manos del Padre sin antes haber declarado que estaba ya cumplido todo cuanto las Sagradas Escrituras habian predicho de El, es decir, de toda la misión que el Padre le habia confiado, hasta aquel ultimo, tan profundamente misterioso, Sed tengo, que pronuncio para que se cumpliese la Escritura (Jn 19,28) queriendo demostrar con esto como aun el celo mas ardiente ha de estar siempre regido por la obediencia al que para nosotros hace las veces del Padre y nos transmite sus ordenes, esto es, a los legitimos superiores jerarquicos.

Ciencia

1. 44. Quedaria incompleta la imagen del sacerdote católico, que Nos tratamos de poner plenamente iluminada a la vista de todo el mundo, si no destacaramos otro requisito importantísimo que la Iglesia exige de él: la ciencia. El sacerdote católico esta constituido maestro de Israel (Jn 3,10) por haber recibido de Cristo el oficio y misión de ensenar la verdad: "Ensenad a todas las gentes" (Mt 28,19) Esta obligado a ensenar la doctrina de la salvación, y de esta ensenanza, a imitación del Apostol de las Gentes, es deudor a sabios e ignorantes (Rm 1,14) Y ¿como la ha de ensenar si no la sabe? En los labios del sacerdote ha de estar el deposito de la ciencia, y de su boca se ha de aprender la ley, dice el Espiritu Santo por Malaquias (Ml 2,7) Mas nadie podria decir, para encarecer la necesidad de la ciencia sacerdotal, palabras mas fuertes que las que un dia pronuncio la misma Sabiduria divina por boca de Oseas: "Por haber tu desechado la ciencia, yo te desecharé a ti para que no ejerzas mi sacerdocio" (Os 4,6) El sacerdote debe tener pleno conocimiento de la doctrina de la fe y de la moral catolica; debe saber y ensenar a los fieles, y darles la razon de los dogmas, de las leyes y del culto de la Iglesia, cuyo ministro es; debe disipar las tinieblas de la ignorancia, que, a pesar de los progresos de la ciencia profana, envuelven a tantas inteligencias de nuestros dias en materia de religion. Nunca ha estado tan en su lugar como ahora el dicho de Tertuliano: "El unico deseo de la verdad es, algunas veces, el que no se la condene sin ser conocida" (Apolog. c.l.) Es también deber del sacerdote despejar los entendimientos de los errores y prejuicios en ellos amontonados por el odio de los adversarios. Al alma moderna, que con ansia busca la verdad, ha de saber demostrarsela con una serena franqueza; a los vacilantes, agitados por la duda, ha de infundir aliento y confianza, guiandolos con imperturbable firmeza al puerto seguro de la fe, que sea abrazada con un pleno conocimiento y con una firme adhesion; a los embates del error, protervo y obstinado, ha de saber hacer resistencia valiente y vigorosa, a la par que serena y bien fundada.

45. Es menester, por lo tanto, venerables hermanos, que el sacerdote, aun engolfado ya en las ocupaciones agobiadoras de su santo ministerio, y con la mira puesta en él, prosiga en el estudio serio y profundo de las materias teologicas, acrecentando de dia en dia la suficiente provisión de ciencia, hecha en el seminario, con nuevos tesoros de erudición sagrada que lo habiliten mas y mas para la predicación y para la dirección de las almas (Cf. CIC (1917) c.129.) Debe, además, por decoro del ministerio que desempena, y para granjearse, como es conveniente, la confianza y la estima del pueblo, que tanto sirven para el mayor rendimiento de su labor pastoral, poseer aquel caudal de conocimientos, no precisamente sagrados, que es patrimonio comun de las personas cultas de la época; es decir, que debe ser hombre moderno, en el buen sentido de la palabra, como es la Iglesia, que se extiende a todos los tiempos, a todos los paises, y a todos ellos se acomoda; que bendice y fomenta todas las iniciativas sanas y no teme los adelantos, ni aun los mas atrevidos, de la ciencia, con tal que sea verdadera ciencia. En todos los tiempos ha cultivado con ventaja el clero católico cualesquiera campos del saber humano; y en algunos siglos de tal manera iba a la cabeza del movimiento cientifico, que clérigo era sinonimo de docto. La Iglesia misma, después de haber conservado y salvado los tesoros de la cultura antigua, que gracias a ella y a sus monasterios no desaparecieron casi por completo, ha hecho ver en sus mas insignes Doctores como todos los conocimientos humanos pueden contribuir al esclarecimiento y defensa de la fe catolica. De lo cual Nos mismo hemos, poco ha, presentado al mundo un ejemplo luminoso, colocando el nimbo de los Santos y la aureola de los Doctores sobre la frente de aquel gran maestro del insuperable maestro Tomas de Aquino, de aquel Alberto Teutonico a quien ya sus contemporaneos honraban con el sobrenombre de Magno y de Doctor universal.

2. 46. Verdad es que en nuestros dias no se puede pedir al clero semejante primacia en todos los campos del saber: el patrimonio cientifico de la humanidad es hoy tan crecido, que no hay hombre capaz de abrazarlo todo, y menos aun de sobresalir en cada uno de sus innumerables ramos. Sin embargo, si por una parte conviene con prudencia animar y ayudar a los miembros del clero que, por afición y con especial aptitud para ello, se sienten movidos a profundizar en el estudio de esta o aquella arte o ciencia, no indigna de su caracter eclesiastico, porque tales estudios, dentro de sus justos limites y bajo la dirección de la Iglesia, redundan en honra de la misma Iglesia y en gloria de su divina Cabeza, Jesucristo, por otra todos los demás clérigos no se deben contentar con lo que tal vez bastaba en otros tiempos, mas han de estar en condiciones de adquirir, mejor dicho, deben de hecho tener una cultura general mas extensa y completa, correspondiente al nivel mas elevado y a la mayor amplitud que, hablando en general, ha alcanzado la cultura moderna comparada con la de los siglos pasados.

Santidad y ciencia

1. 47. Es verdad que, en algun caso, el Señor, que juega con el universo (Pr 8,31) ha querido en tiempos bien cercanos a los nuestros elevar a la dignidad sacerdotal -y hacer por medio de ellos un bien prodigioso- a hombres desprovistos casi completamente de este caudal de doctrina de que tratamos; ello fue para ensenarnos a todos a estimar en mas la santidad que la ciencia y a no poner mayor confianza en los medios humanos que en los divinos; en otras palabras: fue porque el mundo ha menester que se repita de tiempo en tiempo en sus oidos esta salvadora lección practica: "Dios ha escogido a los necios según el mundo para confundir a los sabios..., a fin de que ningun mortal se glorie ante su presencia" (1Co 1,27 1Co 1,29) Asi, pues, como en el orden natural con los milagros se suspende, de momento, el efecto de las leyes fisicas, sin ser abrogadas, asi estos hombres, verdaderos milagros vivientes en quienes la alteza de la santidad suplia por todo lo demás, en nada desmienten la verdad y necesidad de cuanto Nos hemos venido recomendando.

2. 48. Esta necesidad de la virtud y del saber, y esta obligación, además, de llevar una vida ejemplar y edificante, y de ser aquel buen olor de Cristo (2Co 2,15) que el sacerdote debe en todas partes difundir en torno suyo entre cuantos se llegan a él, se hace sentir hoy con tanta mayor fuerza y viene a ser tanto mas cierta y apremiante cuanto que la Acción Catolica, este movimiento tan consolador que tiene la virtud de impulsar las almas hacia los mas altos Ideales de perfección, pone a los seglares en contacto mas frecuente y en colaboración mas intima con el sacerdote, a quien, naturalmente, no solo acuden como a director, sino aun le toman también por dechado de vida cristiana y de virtudes apostolicas.

III. LA FORMACIÓN DE LOS CANDIDATOS AL SACERDOCIO

Seminarios

49. Si tan alta es la dignidad del sacerdocio y tan excelsas las dotes que exige, siguese de aqui, venerables hermanos, la imprescindible necesidad de dar a los candidatos al santuario una formación adecuada. Consciente la Iglesia de esta necesidad, por ninguna otra cosa quiza, en el transcurso de los siglos, ha mostrado tan activa solicitud y maternal desvelo como por la formación de sus sacerdotes. Sabe muy bien que, si las condiciones religiosas y morales de los pueblos dependen en gran parte del sacerdocio, el porvenir mismo del sacerdote depende de la formación recibida, porque también respecto a él es muy verdadero el dicho del Espiritu Santo: "La senda que uno emprendio de joven, esa misma seguira de viejo" (Pr 22,6) Por eso la Iglesia, guiada por ese divino Espiritu, ha querido que en todas partes se erigiesen seminarios, donde se instruyan y se eduquen con especial cuidado los candidatos al sacerdocio.

Superiores y maestros

50. El seminario, por lo tanto, es y debe ser como la pupila de vuestros ojos, venerables hermanos, que compartis con Nos el formidable peso del gobierno de la Iglesia; es y debe ser el objeto principal de vuestros cuidados. Ante todo, se debe hacer con mucho miramiento la elección de superiores y maestros, y particularmente de director y padre espiritual, a quien corresponde una parte tan delicada e importante de la formación del alma sacerdotal. Dad a vuestros seminarios los mejores sacerdotes, sin reparar en quitarlos de cargos aparentemente mas importantes, pero que, en realidad, no pueden ponerse en parangon con esa obra capital e insustituible; buscadlos en otra parte, si fuere necesario, dondequiera que podais hallarlos verdaderamente aptos para tan noble fin; sean tales que ensenen con el ejemplo, mucho mas que con la palabra, las virtudes sacerdotales; y que juntamente con la doctrina sepan infundir un espiritu solido, varonil, apostolico; que hagan florecer en el seminario la piedad, la pureza, la disciplina y el estudio, armando a tiempo y con prudencia los animos juveniles no solo contra las tentaciones presentes, sino también contra los peligros mucho mas graves a que se veran expuestos mas tarde en el mundo, en medio del cual tendran que vivir para salvar a todos (1Co 9,22)

Estudios filosoficos siguiendo a Sto. Tomas

51. Y a fin de que los futuros sacerdotes puedan poseer la ciencia que nuestros tiempos exiigen, como anteriormente hemos declarado, es de suma importancia que, después de una solida formación en los estudios clasicos, se instruyan y ejerciten bien en la filosofia escolastica según el método, la doctrina y los principios del Doctor Angélico (CIC (1917) c.1366, § 2.)

Esta filosofia perenne, como la llamaba nuestro gran predecesor Leon XIII, no solamente les es necesaria para profundizar en los dogmas, sino que les provee de armas eficaces contra los errores modernos, cualesquiera que sean, disponiendo su inteligencia para distinguir claramente lo verdadero de lo falso; para todos los problemas de cualquier especie o para otros estudios que tengan que hacer les dara una claridad de vista intelectual que sobrepujara a la de muchos otros que carezcan de esta formación filosofica, aunque estén dotados de mas vasta erudicion.

Seminarios regionales

52. Y si, como sucede, especialmente en algunas regiones, la pequeña extensión de las diocesis, o la dolorosa escasez de alumnos, o la falta de medios y de hombres a proposito no permitiesen que cada diocesis tenga su propio seminario bien ordenado según todas las leyes del Codigo de Derecho Canonico (CIC (1917) tit.2l, c.1352-1371.) y las demás prescripciones eclesiasticas, es sumamente conveniente que los obispos de aquella región se ayuden fraternalmente y unan sus fuerzas, concentrandolas en un seminario comun, a la altura de su elevado objeto.

Las grandes ventajas de tal concentración compensaran abundantemente los sacrificios hechos para conseguirlas. Aun lo doloroso que es a veces para el corazon paternal del obispo ver apartados temporalmente del pastor a los clérigos, sus futuros colaboradores, en los que quisiera transfundir él mismo su espiritu apostolico, y alejados también del territorio que debera ser mas tarde el campo de sus ministerios, sera después recompensado con creces al recibirlos mejor formados y provistos de aquel patrimonio espiritual que difundiran con mayor abundancia y con mayor fruto en beneficio de su diocesis. Por esta razon, Nos no hemos dejado nunca de animar, promover y favorecer tales iniciativas, antes con frecuencia las hemos sugerido y recomendado. Por nuestra parte, además, donde lo hemos creido necesario, Nos mismo hemos erigido, o mejorado, o ampliado varios de esos seminarios regionales, como a todos es notorio, no sin grandes gastos y graves afanes, y con la ayuda de Dios continuaremos en adelante aplicandonos con el mayor celo a fomentar esta obra, que reputamos como una de las mas utiles al bien de la Iglesia.

Selección de candidatos

53. Todo este magnifico esfuerzo por la educación de los aspirantes a ministros del santuario de poco serviria si no fuese muy cuidada la selección de los mismos candidatos, para los cuales se erigen y sostienen los seminarios. A esta selección deben concurrir todos cuantos estan encargados de la formación del clero: superiores, directores espirituales, confesores, cada uno en el modo y dentro de los limites de su cargo. Asi como deben con toda diligencia cultivar la vocación divina y fortalecerla, asi con no menor celo deben, a tiempo, separar y alejar a los que juzgaren desprovistos de las cualidades necesarias, y que se prevé, por lo tanto, que no han de ser aptos para desempenar digna y decorosamente el ministerio sacerdotal. Y aunque lo mejor es hacer esta eliminación desde el principio, porque en tales cosas el esperar y dar largas es grave error y causa no menos graves danos, sin embargo, cualquiera que haya sido la causa del retardo, se debe corregir el error, tan pronto como se advirtiere, sin respetos humanos y sin aquella falsa compasión que seria una verdadera crueldad no solo para con la Iglesia, a quien se daria un ministro inepto o indigno, sino también para con el mismo joven, que, extraviado ese camino, se encontraria expuesto a ser piedra de escandalo para si y para los demás, con peligro de eterna perdicion.

Signos de vocación sacerdotal

54. No sera dificil a la mirada vigilante y experimentada del que gobierna el seminario, que observa y estudia con amor, uno por uno, a los jóvenes que le estan confiados y sus inclinaciones, no sera diflcil, repetimos, asegurarse de si uno tiene o no verdadera vocación sacerdotal. La cual, como bien sabéis, venerables hermanos, mas que en un sentimiento del corazon, o en una sensible atracción, que a veces puede faltar o dejar de sentirse, se revela en la rectitud de intención del aspirante al sacerdocio, unida a aquel conjunto de dotes fisicas, intelectuales y morales que le hacen idoneo para tal estado. Quien aspira al sacerdocio solo por el noble fin de consagrarse al servicio de Dios y a la salvación de las almas, y juntamente tiene, o al menos procura seriamente conseguir, una solida piedad, una pureza de vida a toda prueba y una ciencia suficiente en el sentido que ya antes hemos expuesto, este tal da pruebas de haber sido llamado por Dios al estado sacerdotal. Quien, por lo contrario, movido quiza por padres mal aconsejados, quisiere abrazar tal estado con miras de ventajas temporales y terrenas que espera encontrar en el sacerdocio (como sucedia con mas frecuencia en tiempos pasados); quien es habitualmente refractario a la obediencia y a la disciplina, poco inclinado a la piedad, poco amante del trabajo y poco celoso del bien de las almas; especialmente quien es inclinado a la sensualidad y aun con larga experiencia no ha dado pruebas de saber dominarla; quien no tiene aptitud para el estudio, de modo que se juzga que no ha de ser capaz de seguir con bastante satisfacción los cursos prescritos; todos éstos no han nacido para sacerdotes, y el dejarlos ir adelante, casi hasta los umbrales mismos del santuario, les hace cada vez mas dificil el volver atras, y quiza les mueva a atravesarlos por respeto humano, sin vocación ni espiritu sacerdotal.

Responsables de la seleccion

55. Piensen los rectores de los seminarios, piensen los directores espirituales y confesores, la responsabilidad gravisima que echan sobre si para con Dios, para con la Iglesia y para con los mismos jóvenes, si por su parte no hacen todo cuanto les sea posible para impedir un paso tan errado. Decimos que aun los confesores y directores espirituales podrian ser responsables de un tan grave yerro, no porque puedan ellos hacer nada en el fuero externo, cosa que les veda severamente su mismo delicadísimo cargo, y muchas veces también el inviolable sigilo sacramental, sino porque pueden influir mucho en el animo de cada uno de los alumnos, y porque deben dirigir a cada uno con paternal firmeza según lo que su bien espiritual requiera. Ellos, por lo tanto, sobre todo si por alguna razon los superiores no toman la mano o se muestran débiles, deben intimar, sin respetos humanos, a los ineptos o a los indignos la obligación de retirarse cuando estan aun a tiempo, ateniéndose en este particular a la sentencia mas segura, que en este caso es también la mas favorable para el penitente, pues le preserva de un paso que podria serle eternamente fatal.

Y si alguna vez no viesen tan claro que deben imponer obligación, valganse al menos de toda la autoridad que les da su cargo y del afecto paterno que tienen a sus hijos espirituales, para inducir a los que no tienen las disposiciones debidas a que ellos mismos se retiren espontaneamente. Acuérdense los confesores de lo que en materia semejante dice San Alfonso Maria de Ligorio: "Generalmente hablando... (en estos casos), cuanto mayor rigor use el confesor con el penitente, tanto mas le ayudara a salvarse; y al revés, cuanto mas benigno se muestre, tanto mas cruel sera. Santo Tomos de Villanueva llamaba a estos confesores demasiado benignos despiadadamente piadosos, impie pios. Tal caridad es contraria a la caridad" (S. Alf. M. de Ligorio, Opere asc. 3 122 (Marietti 1847).)

Responsabilidad principal del obispo

1. 56. Pero la responsabilidad principal sera siempre la del obispo, el cual, según la gravisima ley de la Iglesia, no debe conferir las sagradas ordenes a ninguno de cuya aptitud canonica no tenga certeza moral fundada en razones positivas; de lo contrario, no solo peca gravisimamente, sino que se expone al peligro de tener parte en los pecados ajenos (CIC (1917) c.973,3) canon en que se percibe bien claramente el eco del aviso del Apostol a Timoteo: "A nadie impongas de ligero las manos ni te hagas participe de pecados ajenos" (1Tm5,22) "Imponer ligeramente las manos es (como explica nuestro predecesor San Leon Magno) conferir la dignidad sacerdotal, sin haberlos probado, a quienes no tienen ni la edad conveniente, ni el mérito de la obediencia, ni han sufrido los debidos examenes, ni el rigor de la disciplina, y ser participe de pecados ajenos es hacerse tal el que ordena cual es el que no merecia ser ordenad" (Ep 12, PL 54,647) porque, como dice San Juan Crisostomo, dirigiéndose al obispo, "pagaras también tu la pena de sus pecados, asi pasados como futuros, por haberle conferido la dignidad" (Hom. 16 in Tim: PG 62,587.)

2. 57. Palabras severas, venerables hermanos; pero mas terrible es aun la responsabilidad que ellas indican, la cual hacia decir al gran obispo de Milan San Carlos Borromeo: "En este punto, aun una pequeña negligencia de mi parte puede ser causa de muy grandes pecados" (Hom. ad ordinandos (1 junio 1577); Homiliae (ed. bibl. Ambros. Mediol.) Ateneos, por lo tanto, al consejo del antes citado Crisostomo: "No es después de la primera prueba, ni después de la segúnda o tercera, cuando has de imponer las manos, sino cuando lo tengas todo bien considerado y examinado" (Hom. 16 in Tim.: PG 62,587.) Lo cual debe observarse sobre todo en lo que toca a la santidad de la vida de los candidatos al sacerdocio. "No basta - dice el santo obispo y doctor San Alfonso Maria de Ligorio- que el obispo nada malo sepa del ordenando, sino que debe asegurarse de que es positiUamente bueno" (Theol. mor. de Sacram. Ordin. n.803) Asi que no temais parecer demasiado severos si, haciendo uso de vuestro derecho y cumpliendo vuestro deber, exigis de antemano tales pruebas positivas y, en caso de duda, diferis para mas tarde la ordenación de alguno; porque, como hermosamente ensena San Gregorio Magno: "Se cortan, cierto, en el bosque las maderas que sean aptas para los edificios, pero no se carga el peso del edificio sobre la madera, luego de cortada en el bosque, sino después que al cabo de mucho tiempo esté bien seca y dispuesta para la obra; que si no se toman estas precauciones, bien pronto se quiebra con el peso" (Ep. 1,9,106: PL 70,1031.) o sea, por decirlo con las palabras claras y breves del

Angélico Doctor, "las sagradas ordenes presuponen la santidad..., de modo que el peso de las ordenes debe cargar sobre las paredes que la santidad haya bien desecado de la humedad de los vicios" (II-II 189,1 ad 3.)

Normas de la S.C. de Sacramentos

1. 58. Por lo demás, si se guardan diligentemente todas las prescripciones canonicas, si todos se atienen a las prudentes normas que, pocos anos ha, hicimos Nos promulgar por la Sagrada Congregación de Sacramentos sobre esta materia (Instructio super scrutinio candidatorum instituendo (27 dic. 1930): AAS) se ahorraran muchas lagrimas a la Iglesia, y al pueblo fiel muchos escandalos.

2. 59. Y puesto que para los religiosos quisimos que se diesen normas analogas (Instructio ad supremos Religiosorum, (1dic. 1931): AAS 24,74-81.) a la par que encarecemos a quien corresponde su fiel observancia, advertimos a todos los superiores generales de los Institutos religiosos que tienen jóvenes destinados al sacerdocio, que tomen como dicho a si todo lo que hasta aqui hemos recomendado para la formación del clero, ya que ellos son los que presentan sus subditos para que sean ordenados por los obispos, y éstos generalmente se remiten a su juicio.

3. 60. Ni se dejen apartar, tanto los obispos como los superiores religiosos, de esta bien necesaria severidad por temor a que llegare a disminuir el numero de sacerdotes de la diocesis o del Instituto. El Angélico Doctor Santo Tomas se propuso ya esta dificultad, a la que responde asi con su habitual sabiduria y lucidez: "Dios nunca abandona de tal manera a su Iglesia que no se hallen ministros idoneos en numero suficiente para las necesidades de los fieles si se promueve a los que son dignos y se rechaza a los indignos" (Suppl. 36,4 ad l.) Y en todo caso, como bien observa el mismo Santo Doctor, repitiendo casi a la letra las graves palabras del concilio ecuménico IV Lateranense (Conc. Later. IV, ann.1215, c.22) "Si no se pudieran encontrar tantos ministros como hay ahora, mejor es que haya pocas buenos que muchos malos" (Suppl. 36,4 ad a.)

Que es lo mismo que Nos recomendamos en una solemne circunstancia, cuando con ocasión de la peregrinación internacional de los seminaristas durante el ano de nuestro jubileo sacerdotal, hablando al imponente grupo de los arzobispos y obispos de Italia, dijimos que vale mas un sacerdote bien formado que muchos poco o nada preparados, con los cuales no puede contar la Iglesia, si es que no tiene mas bien que llorar (Cf. L'Osservatore Romano, ano 69, n. 21022 (ano 1929) n.176, 29-30) ¡Qué terrible cuenta tendremos que dar, venerables hermanos, al Principe de los Pastores (1P 5,4) al Obispo supremo de las almas (1P 2,25) si las hemos encomendado a guias ineptos y a directores incapaces!

Oración y trabajo por las vocaciones

61. Pero, aunque se deba tener siempre por verdad inconmovible que no ha de ser el numero, sin mas, la principal preocupación de quien trabaja en la formación del clero, todos, empero, deben esforzarse por que se multipliquen los vigorosos y diligentes obreros de la vina del Señor; tanto mas cuanto que las necesidades morales de la sociedad, en vez de disminuir, van en aumento.

Entre todos los medios que se pueden emplear para conseguir tan noble fin, el mas facil y a la vez el mas eficaz y mas asequible a todos (y que, por lo tanto, todos deben emplear) es la oración, según el mandato de Jesucristo misrno: "La mies es mucha, mas los obreros pocos: rogad, pues, al dueno de la mies que mande obreros a su mies" (Mt 9,37 Mt 9,38) ¿Qué oración puede ser mas agradable al Corazon Santísimo del Redentor? ¿Cual otra puede tener esperanza de ser oida mas pronto y obtener mas fruto que ésta, tan conforme a los ardientes deseos de aquel divino Corazon? Pedid, pues, y se os dara (Mt 7,7) pedid sacerdotes buenos y santos, y el Señor, sin duda, los concedera a su Iglesia, como siempre los ha concedido en el transcurso de los siglos, aun en los tiempos que parecian menos propicios para el florecimiento de las vocaciones sacerdotales; mas aun, precisamente en esos tiempos los concedio en mayor numero, como se ve con solo fijarse en la hagiografla catolica del siglo XIX, tan rica en hombres gloriosos del clero secular y regular, entre los que brillan como astros de primera magnitud aquellos tres verdaderos gigantes de santidad, ejercitada en tres campos tan diversos, a quienes Nos mismo hemos tenido el consuelo de cenir la aureola de los Santos: San Juan Maria Vianney, San José Benito Cottolengo y San Juan Bosco.

62. No se han de descuidar, sin embargo, los medios humanos de cultivar la preciosa semilla de la vocación que Dios Nuestro Señor siembra abundantemente en los corazones generosos de tantos jóvenes; por eso Nos alabamos y bendecimos y recomendamos con toda nuestra alma aquellas provechosas instituciones que de mil maneras y con mil santas industrias, sugeridas por el Espiritu Santo, atienden a conservar, fomentar y favorecer las vocaciones sacerdotales. "Por mas que discurramos -decia el amable santo de la caridad, San Vicente de Paul-, siempre hallaremos que no podriamos contribuir a cosa ninguna tan grande como a la formación de buenos sacerdotes" (Cf. P. Renaudin, Saint Vincent de Paul, c.5.) Nada, en realidad, hay mas agradable a Dios, mas honorifico a la Iglesia, de mas provecho a las almas, que el don precioso de un sacerdote santo. Y consiguientemente, si quien da un vaso de agua a uno de los mas pequeños entre los discipulos de Jesucristo no perdera su galardon (Mt 10,42) ¿qué galardon no obtendra quien pone, por decirlo asi, en las manos puras de un joven levita el caliz sagrado con la purpurea Sangre del Redentor y concurre con él a elevar al cielo tal prenda de pacificación y de bendición para la humanidad?

Acción Catolica y vocaciones

63. Aqui nuestro pensamiento se vuelve agradecido hacia esa Acción Catolica, con tan vivo interés por Nos imperada, impulsada y defendida, la cual, como participación de los seglares en el apostolado jerarquico de la Iglesia, no puede desinteresarse de este problema tan vital de las vocaciones sacerdotales. De hecho, con intimo consuelo nuestro la vemos distinguirse en todas partes (al par que en los otros campos de la actividad cristiana), de un modo especial en éste.

Y en verdad que el mas rico premio de sus afanes es, precisamente, la abundancia verdaderamente admirable de vocaciones al estado sacerdotal y religioso que van floreciendo en sus filas juveniles, mostrando con esto que no solo es campo fecundo para el bien, sino también un jardin bien guardado y cultivado, donde las mas hermosas y delicadas flores pueden crecer sin peligro de ajarse. Sepan apreciar todos los afiliados a la Acción Catolica el honor que de esto resulta para su asociación, y persuadanse que los seglares catolicos de ninguna otra manera entraran de verdad a la parte de aquella tan alta dignidad del real sacerdocio, que el Principe de los Apostoles atribuye a todo el pueblo cristiano (1P 2,9) mejor que contribuyendo al aumento de las filas del clero secular y regular.

Familia y vocaciones

64. Pero el jardin primero y mas natural donde deben germinar y abrirse como espontaneamente las flores del santuario, sera siempre la familia verdadera y profundamente cristiana. La mayor parte de los obispos y sacerdotes santos, cuyas alabanzas pregona la Iglesia (Si 44,15) han debido el principio de su vocación y santidad a los ejemplos y lecciones de un padre lleno de fe y virtud varonil, de una madre casta y piadosa, de una familia en la que reinaba soberano, junto con la pureza de costumbres, el amor de Dios y del projimo. Las excepciones a esta regla de la providencia ordinaria son raras y no hacen sino confirmarla.

Cuando en una familia los padres, siguiendo el ejemplo de Tobias y Sara, piden a Dios numerosa descendencia que bendiga el nombre del Señor por los siglos de los siglos (Tb 8,9) y la reciben con acción de gracias como don del cielo y deposito precioso, y se esfuerzan por infundir en sus hijos desde los primeros anos el santo temor de Dios, la piedad cristiana, la tierna devoción a Jesús en la eucaristia, y a la Santisima Virgen, el respeto y veneración a los lugares y personas consagrados a Dios; cuando los hijos tienen en sus padres el modelo de una vida honrada, laboriosa y piadosa; cuando los ven amarse santamente en el Señor, recibir con frecuencia los santos sacramentos, y no solo obedecer a las leyes de la Iglesia sobre ayunos y abstinencias, pero aun conformarse con el espiritu de la mortificación cristiana voluntaria; cuando los ven rezar, aun en el mismo lugar doméstico, agrupando en torno a si a toda la familia, para que la oración hecha asi, en comun, suba y sea mejor recibida en el cielo; cuando observan que se compadecen de las miserias ajenas y reparten a los pobres de lo poco o mucho que poseen, sera bien dificil que tratando todos de emular los ejemplos de sus padres, alguno de ellos a lo menos no sienta en su interior la voz del divino Maestro que le diga: "Ven, sigueme (Mt 14,21) y haré que seas pescador de hombres" (Mt 4,19) ¡Dichosos los padres cristianos que, ya que no hagan objeto de sus mas fervorosas oraciones estas visitas divinas, estos mandamientos de Dios dirigidos a sus hijos (como sucedia con mayor frecuencia que ahora en tiempos de fe mas profunda), siquiera no los teman, sino que vean en ellos una grande honra, una gracia de predilección y elección por parte del Señor para con su familia!

65. Preciso es confesar, por desgracia, que con frecuencia, con demasiada frecuencia, los padres, aun los que se glorian de ser sinceramente cristianos y catolicos, especialmente en las clases mas altas y mas cultas de la sociedad, parece que no aciertan a conformarse con la vocación sacerdotal o religiosa de sus hijos, y no tienen escrupulo de combatir la divina vocación con toda suerte de argumentos, aun valiéndose de medios capaces de poner en peligro no solo la vocación a un estado mas perfecto, sino aun la conciencia misma y la salvación eterna de aquellas almas que, sin embargo, deberian serles tan queridas.

Este abuso lamentable, lo mismo que el introducido malamente en tiempos pasados de obligar a los hijos a tomar estado eclesiastico, aun sin vocación alguna ni disposición para él (Cf. CIC (1917) CIS 971) no honra, por cierto, a las clases sociales mas elevadas, que tan poco representadas estan en nuestros dias, hablando en general, en las filas del clero; porque, si bien es verdad que la disipación de la vida moderna, las seducciones que, sobre todo en las grandes ciudades, excitan prematuramente las pasiones de los jóvenes, y las escuelas, en muchos paises tan poco propicias al desarrollo de semejantes vocaciones, son, en gran parte, causa y dolorosa explicación de la escasez de ellas en las familias pudientes y señoriales, no se puede negar que esto arguye una lastimosa disminución de la fe en ellas mismas.

2. 66. En verdad, si se mirasen las cosas a la luz de la fe, ¿qué dignidad mas alta podrian los padres cristianos desear para sus hijos, qué empleo mas noble que aquel que, como hemos dicho, es digno de la veneración de los angeles y de los hombres? Una larga y dolorosa experiencia ensena, además, que una vocación traicionada (no se tenga por demasiado severa esta palabra) viene a ser fuente de lagrimas no solo para los hijos, sino también para los desaconsejados padres. Y quiera Dios que tales lagrimas no sean tan tardias que se conviertan en lagrimas eternas.

CONCLUSION

Exhortación a los sacerdotes

67. Y ahora queremos dirigir directamente nuestra paternal palabra a todos vosotros, queridos hijos, sacerdotes del Altísimo, de uno y otro clero, esparcidos por todo el orbe católico: llegue a vosotros, gloria y gozo nuestro (1Th 2,20) que llevais con tan buen animo el peso del dia y del calor (Mt 20,12) que tan eficazmente nos ayudais a Nos y a nuestros hermanos en el episcopado en el desempeno de nuestra obligación de apacentar el rebano de Cristo, llegue nuestra voz de paterno agradecimiento, de aliento fervoroso, y a la par de sentido llamamiento, que aun conociendo y apreciando vuestro laudable celo, os dirigimos en las necesidades de la hora presente. Cuanto mas van agravandose estas necesidades, tanto mas debe crecer e intensificarse vuestra labor salvadora; puesto que vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo (Mt 5,13-14)

Llamados a ser santos

68. Mas, para que vuestra acción sea de veras bendecida por Dios y produzca fruto copioso, es necesario que esté fundada en la santidad de la vida. Esta es, como ya declaramos antes, la primera y mas importante dote del sacerdote católico; sin ésta, las demás valen poco; con ésta, aun cuando las otras no sean tan eminentes, se pueden hacer maravillas, como se verifico (por citar solo algunos ejemplos) en San José de Cupertino y, en tiempos mas cercanos a nosotros, en aquel humilde cura de Ars, San Juan Maria Vianney, antes mencionado, a quien Nos pusimos por modelo y nombramos celestial patrono de todos los parrocos. Asi, pues, ved -os diremos con el Apostol de las Gentes-, considerad vuestra vocación (1Co 1,26) que el considerarla no podra menos de haceros apreciar mejor cada dia aquella gracia que os fue dada por la sagrada ordenación y estimularos a caminar de un modo digno del llamamiento con que fuisteis llamados (Ep 4,1)

Ejercicios espirituales y retiros mensuales

69. A esto os ayudara sumamente aquel medio que nuestro predecesor, de s. m., Pio X, en su piadosisima y afectuosisima Exhortación al Clero católico (Haerent animo (4 agosto 1908): ASS 41,555-575) (cuya lectura asidua calurosamente os recomendamos), pone en primer lugar entre las cosas que mas ayudan a conservar y aumentar la gracia sacerdotal; medio aquel que Nos también varias veces, y sobre todo en nuestra carta enciclica Mens nostra (D. d. (20 dic. 1929): AAS 21,689-706.) paternal y solemnemente inculcamos a todos nuestros hijos, pero especialmente a los sacerdotes, a saber: la practica frecuente de los Ejercicios espirituales. Y asi como, al cerrarse nuestro jubileo sacerdotal, no creiamos poder dejar a nuestros hijos recuerdo mejor y mas provechoso de aquella fausta solemnidad que invitarlos por medio de la susodicha enciclica a beber con mas abundancia el agua viva que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14) en esta fuente perenne, puesta por Dios providencialmente en su Iglesia, asi ahora, a vosotros, queridos hijos, especialmente amados porque mas directamente trabajais con Nos por el advenimiento del reino de Cristo en la tierra, no creemos poder mostrar mejor nuestro paternal afecto que exhortandoos vivamente a emplear ese mismo medio de santificación de la mejor manera posible, según los principios y las normas expuestas por Nos en la citada enciclica, recogiéndoos al sagrado retiro de los Ejercicios espirituales, no solamente en los tiempos y en la medida estrictamente prescritos por las leyes eclesiasticas (Cf. CIC (1917) CIS 126 CIS 595 CIS 1001 CIS 1367) pero aun con la mayor frecuencia y el mayor tiempo que os sera permitido, no dejando de tomar, después, de cada mes un dia para consagrarlo a mas fervorosa oración y a mayor recogimiento (Cf. AAS 21,705.) como han acostumbrado a hacerlo siempre los sacerdotes mas celosos.

Reavivar la gracia de Dios

70. En el retiro y en el recogimiento podra también reavivar la gracia de Dios (Cf. 2Tm 1,6) quien por ventura hubiera venido a la herencia del Señor no por el camino recto de la verdadera vocación, sino por fines terrenales y menos nobles; puesto que, estando ya unido indisolublemente a Dios y a la Iglesia, no le queda sino seguir el consejo de San Bernardo: "Sean buenas en adelante tus actuaciones y tus aspiraciones, y sea santo tu ministerio; y de este modo, si no hubo antes vida santa, por lo menos hayala después" (Ep 27, ad Ardut.: PL 182,131.) La gracia de Dios, y especialmente la que es propia del sacramento del Orden, no dejara de ayudarle, si con sinceridad lo desea, a corregir lo que entonces hubo de defectuoso en sus disposiciones personales y a cumplir todas las obligaciones de su estado presente, de cualquier manera que hubiere entrado en él.

Recogimiento y oracion

71. De ese tiempo de recogimiento y de oración ellos y todos saldréis bien pertrechados contra las asechanzas del mundo; llenos de celo santo por la salvación de las almas; completamente inflamados en amor de Dios, como deben estar los sacerdotes, mas que nunca en estos tiempos, en los que, junto a tanta corrupción y perversión diabolica, se nota en todas partes del mundo un poderoso despertar religioso en las almas, un soplo del Espiritu Santo que se extiende sobre el mundo para santificarlo y para renovar con su fuerza creadora la faz de la tierra (Ps 103,30) Llenos de este Espiritu Santo, comunicaréis este amor de Dios, como sagrado incendio, a cuantos se llegaren a vosotros, viniendo a ser con toda verdad portadores de Cristo en medio de esta sociedad tan perturbada, y que solo de Jesucristo puede esperar salvación, porque El es solo y siempre el verdadero Psvador del mundo (Jn 4,42)

Exhortación a los seminaristas

72. Antes de terminar, queremos, oh jóvenes que os estais formando para el sacerdocio, volver hacia vosotros con la mas particular ternura nuestro pensamiento y dirigiros nuestra palabra, encomendandoos de lo mas intimo del corazon que os preparéis con todo empeno para la gran misión a que Dios os llama. Vosotros sois la esperanza de la Iglesia y de los pueblos, que mucho o, por mejor decir, todo lo esperan de vosotros; porque de vosotros esperan aquel conocimiento de Dios y de Jesucristo, activo y vivificante, en el cual consiste la vida eterna (Jn 17,3). Procurad, por consiguiente, con la piedad, con la pureza, con la humildad, con la obediencia, con el amor a la disciplina y al estudio, llegar a formaros sacerdotes verdaderamente según os quiere Cristo. Persuadios de que la diligencia que pongais en esta vuestra solida formación, por cuidadosa y atenta que sea, nunca sera demasiada, dependiendo, como en gran parte depende, de ella toda vuestra futura actividad apostolica. Portaos de manera que la Iglesia, en el dia de vuestra ordenación sacerdotal, encuentre en vosotros lo que de vosotros quiere, a saber, que "os recomienden la sabiduria del cielo, las buenas costumbres y la larga practica de la virtud, para que luego el buen olor de vuestra vida deleite a la Iglesia de Jesucristo, y con la predicación y ejemplo edifiquéis la casa, es decir, la familia de Dios" (Cf. Pont. Rm de ordinat. presbyt.)

Solo asi podréis continuar las gloriosas tradiciones del sacerdocio católico y acelerar la hora tan deseada en la cual la humanidad pueda gozar los frutos de la paz de Cristo en el reino de Cristo.

Misa votiva

1. 73. Para terminar ya esta nuestra carta, nos complacemos en comunicaros a vosotros, venerables hermanos nuestros en el episcopado, y por vuestro medio a todos nuestros queridos hijos de uno y otro clero, que como solemne testimonio de nuestro agradecimiento por la santa cooperación con que ellos, siguiendo vuestra dirección y ejemplo, han hecho tan abundantemente fructuoso para las almas este Ano de la Redencion; y mas todavia para que sea perenne el piadoso recuerdo y la glorificación de aquel sacerdocio del cual el nuestro y el vuestro, venerables hermanos, y el de todos los sacerdotes de Jesucristo, no es sino una participación, hemos creido oportuno, oido el parecer de la Sagrada Congregación de Ritos, preparar una Misa propia votiva de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, que tenemos el gusto y consuelo de publicar junto con esta nuestra carta enciclica, y que se podra celebrar los jueves, conforme a las prescripciones liturgicas.

2. 74. No nos queda, venerables hermanos, sino dar a todos la bendición apostolica y paterna, que todos desean y esperan del Padre comun; la cual sea bendición de acción de gracias por todos los beneficios concedidos por la Divina Bondad en estos dos Anos Santos extraordinarios de la Redención, y que sea también una prenda de felicitaciones para el ano nuevo que va a comenzar.

Dado en Roma, junto a San Pedro, a 20 de diciembre de 1935, en el 56.° aniversario de nuestra ordenación sacerdotal, de nuestro pontificado ano decimocuarto.

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PIO XI, MAGISTERIO PONTIFICIO 821