PIO XI, MAGISTERIO PONTIFICIO 102

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Sociedad perfecta, externa, visible.

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Pero es lo cierto que Cristo Nuestro Señor instituyo su Iglesia como sociedad perfecta, externa y visible por su propia naturaleza, a fin de que prosiguiese realizando, de allí en adelante, la obra de la salvación del género humano, bajo la guia de una sola cabeza (
Mt 16,15) con magisterio de viva voz (Mc 16,15) y por medio de la administración de los sacramentos (Jn 3,5 Jn 6,48-59 Jn 20,22 Jn 18,18) fuente de la gracia divina; por eso en sus parabolas afirmo que era semejante a un reino (Mt 13, 24, 31, 33, 44, 47) a una casa (Mt 16,18) a un aprisco (Jn 10,16) y a una grey (Jn 21,15-17) Esta Iglesia, tan maravillosamente fundada, no podia ciertamente cesar ni extinguirse, muertos su Fundador y los Apostoles que en un principio la propagaron, puesto que a ella se le había confiado el mandato de conducir a la eterna salvación a todos los hombres, sin excepción de lugar ni de tiempo: "Id, pues, e instruid a todas las naciones" (Mt 28,19) y en el cumplimiento continuo de este oficio, ¿acaso faltara a la Iglesia el valor ni la eficacia, hallandose perpetuamente asistida con la presencia del mismo Cristo, que solemnemente le prometio: "He aquí que yo estaré siempre con vosotros, hasta la consumación de los siglos"? (Mt 28,20) Por tanto, la Iglesia de Cristo no solo ha de existir necesariamente hoy, manana y siempre, sino también ha de ser exactamente la misma que fue en los tiempos apostolicos, si no queremos decir -y de ello estamos muy lejos- que Cristo Nuestro Señor no ha cumplido su proposito, o se engano cuando dijo que las puertas del infierno no habian de prevalecer contra ella (Mt 16,18)

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9. Un error capital del movimiento ecuménico en la pretendida unión de iglesias cristianas. .

Y aquí se Nos ofrece ocasión de exponer y refutar una falsa opinión de la cual parece depender toda esta cuestión, y en la cual tiene su origen la multiple acción y confabulación el de los católicos que trabajan, como hemos dicho, por la unión de las iglesias cristianas. Los autores de este proyecto no dejan de repetir casi infinitas veces las palabras de Cristo: "Sean todos una misma cosa. Habra un solo rebano y un solo pastor" (Jn 17,21 Jn 19,16) mas de tal manera :las entienden, que, según ellos, solo significan un deseo y una aspiración de Jesucristo, deseo que todavía no se ha realizado. Opinan, pues, que la unidad de fe y de gobierno, nota distintiva de la verdadera y unica Iglesia de Cristo, no ha existido casi nunca hasta ahora, y ni siquiera hoy existe: podra, ciertamente, desearse, y tal vez algun día se consiga, mediante la concordante impulsión de las voluntades; pero en entre tanto, habra que considerarla solo como un ideal.

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"La division" de la Iglesia.

Anaden que la Iglesia, de suyo o por su propia naturaleza, esta dividida en partes, esto es, se halla compuesta de varias comunidades distintas, separadas todavía unas de otras, y coincidentes en algunos puntos de doctrina, aunque discrepantes en lo demás, y cada una con los mismos derechos exactamente que las otras; y que la Iglesia solo fue unica y una, a lo sumo desde la edad apostolica hasta tiempos de los primeros Concilios Ecuménicos. Seria necesario pues -dicen-, que, suprimiendo y dejando a un lado las controversias y variaciones rancias de opiniones, que han dividido hasta hoy a la familia cristiana, se formule se proponga con las doctrinas restantes una norma común de fe, con cuya profesión puedan todos no ya reconocerse, sino sentirse hermanos. y cuando las multiples iglesias o comunidades estén unidas por un pacto universal, entonces sera cuando puedan resistir solida y fructuosamente los avances de la impiedad...

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Esto es así tomando las cosas en general, Venerables Hermanos; mas hay quienes afirman y conceden que el llamado Protestantismo ha desechado demasiado desconsideradamente ciertas doctrinas fundamentales de la fe y algunos ritos del culto externo ciertamente agradables y utiles, los que la Iglesia Romana por el contrario aun conserva; anaden sin embargo en el acto, que ella ha obrado mal porque corrompio la religión primitiva por cuanto agrego y propuso como cosa de fe algunas doctrinas no solo ajenas sino mas bien opuestas al Evangelio, entre las cuales se enumera especialmente el Primado de jurisdicción que ella adjudica a Pedro y a sus sucesores en la sede Romana.

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En el numero de aquellos, aunque no sean muchos, figuran también los que conceden al Romano Pontifice cierto Primado de honor o alguna jurisdicción o potestad de la cual creen, sin embargo, que desciende no del derecho divino sino de cierto consenso de los fieles. Otros en cambio aun avanzan a desear que el mismo Pontifice presida sus asambleas, las que pueden llamarse "multicolores". Por lo demás, aun cuando podran encontrarse a muchos no católicos que predican a pulmon lleno la unión fraterna en Cristo, sin embargo, hallaras pocos a quienes se ocurre que han de sujetarse y obedecer al Vicario de Jesucristo cuando ensena o manda y gobierna. Entre tanto asevera que están dispuestos a actuar gustosos en unión con la Iglesia Romana, naturalmente en igualdad de condiciones juridicas, o sea de iguales a igual: mas si pudieran actuar no parece dudoso de que lo harian con la intención de que por un pacto o convenio por establecerse tal vez, no fueran obligados a abandonar sus opiniones que constituyen aun la causa por qué continuan errando y vagando fuera del unico redil de Cristo.

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10. La Iglesia Catolica no puede participar en semejantes uniones.

Siendo todo esto así, claramente se ve que ni la Sede Apostolica puede en manera alguna tener parte en dichos Congresos, ni de ningun modo pueden los católicos favorecer ni cooperar a semejantes intentos; y si lo hiciesen, darian autoridad a una falsa religión cristiana, totalmente ajena a la unica y verdadera Iglesia de Cristo.

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11. La verdad revelada no admite transacciones.

¿Y habremos Nos de sufrir -cosa que seria por todo extremo injusta- que la verdad revelada por Dios, se rindiese y entrase en transacciones? Porque de lo que ahora se trata es de defender la verdad revelada. Para instruir en la fe evangélica a todas las naciones envio Cristo por el mundo todo a los Apostoles; y para que éstos no errasen en nada, quiso que el Espíritu Santo les ensenase previamente toda la verdad (Jn 16,13) ¿y acaso esta doctrina de los Apostoles ha descaecido del todo, o siquiera se ha debilitado alguna vez en la Iglesia, a quien Dios mismo asiste dirigiéndola y custodiandola? Y si nuestro Redentor manifesto expresamente que su Evangelio no solo era para los tiempos apostolicos, sino también para las edades futuras, ¿habra podido hacerse tan obscura e incierta la doctrina de la Fe, que sea hoy conveniente tolerar en ella hasta las opiniones contrarias entre si? Si esto fuese verdad, habria que decir también que el Espíritu Santo infundido en los apostoles, y la perpetua permanencia del mismo Espíritu en la Iglesia, y hasta la misma predicación de Jesucristo, habria perdido hace muchos siglos toda utilidad y eficacia; afirmación que seria ciertamente blasfema.

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12. La Iglesia Catolica depositaria infalible de la verdad.

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Ahora bien: cuando el Hijo Unigénito de Dios mando sus legados que ensenasen a todas las naciones, impuso a todos los hombres la obligación de dar fe a cuanto les fuese ensenado por los testigos predestinados por Dios (
Ac 10,41) obligación que sanciono de este modo: el que creyere y fuere bautizado, se salvara; mas el que no creyere sera condenado (Mc 16,16) ) Pero ambos preceptos de Cristo, uno de ensenar y otro de creer, que no pueden dejar de cumplirse para alcanzar la salvación eterna, no pueden siquiera entenderse si la Iglesia no propone, integra y clara la doctrina evangélica y si al proponerla no esta ella exenta de todo peligro de equivocarse, Acerca de lo cual van extraviados también los que creen que sin duda existe en la tierra el deposito de la verdad, pero que para buscarlo hay que emplear tan fatigosos trabajos, tan :continuos estudios y discusiones, que apenas basta la vida de un hombre para hallarlo y disfrutarlo: como si el benignísimo Dios hubiese , hablado por medio de los Profetas y de su Hijo Unigénito para que lo revelado por éstos solo pudiesen conocerlo unos pocos, y ésos ya ancianos; y como si esa revelación no tuviese por fin ensenar la doctrina moral y dogmatica, por la cual se ha de regir el hombre durante el curso de su vida moral,

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13. Sin fe, no hay verdadera caridad.

Podra parecer que dichos "pancristianos", tan atentos a unir las iglesias, persiguen el fin nobilísimo de fomentar la caridad entre todos los cristianos, Pero, ¿como es posible que la caridad redunde en daño de la fe? Nadie, ciertamente, ignora que San Juan, el Apóstol mismo de la caridad, el cual en su Evangelio parece descubrirnos los secretos del Corazon Santísimo de Jesús, y que solia inculcar continuamente a sus discipulos el nuevo precepto Amaos unos a los otros, prohibio absolutamente todo trato y comunicación con aquellos que no profesasen, integra y pura, la doctrina de Jesucristo: Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no le recibais en casa, y ni siquiera le saludéis () Siendo, pues, la fe integra y sincera, como fundamento y raiz de la caridad, necesario es que los discipulos de Cristo estén unidos principalmente con el vinculo de la unidad de fe.

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14. Unión irrazonable. .

Por tanto, ¿como es posible imaginar una confederación cristiana, cada uno de cuyos miembros pueda, hasta en materias de fe, conservar su sentir y juicio propios aunque contradigan al juicio y sentir de los demás? ¿y de qué manera, si se nos quiere decir, podrian formar una sola y misma Asociación de fieles los hombres que defienden doctrinas contrarias, como, por ejemplo, los que afirman y los que niegan que la sagrada Tradición es fuente genuina de la divina Revelacion; los que consideran de institución divina la jerarquia eclesiastica, formada de Obispos, presbiteros y servidores del altar, y los que afirman que esa Jerarquia se ha introducido poco a poco por las circunstancias de tiempos y de cosas; los que adoran a Cristo realmente presente en la Sagrada Eucaristia por la maravillosa conversión del pan y del vino, llamada "transubstanciacion", y los que afirman que el Cuerpo de Cristo esta allí presente solo por la fe, o por el signo y virtud del Sacramento; los que en la misma Eucaristia reconocen su doble naturaleza de sacramento y sacrificio, y los que sostienen que solo es un recuerdo o conmemoración de la Cena del Señor; los que estiman buena y util la suplicante invocación de los Santos que reinan con Cristo, sobre todo de la Virgen María Madre de Dios, y la veneración de sus imagenes, y los que pretenden que tal culto es ilicito por ser contrario al honor del unico Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo? (Ver 1Tm 2,5)

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15. Resbaladero hacia el indiferentismo y el modernismo.

Entre tan grande diversidad de opiniones, no sabemos como se podra abrir camino para conseguir la unidad de la Iglesia, unidad que no puede nacer mas que de un solo magisterio, de una sola ley de creer y de una sola fe de los cristianos. En cambio, sabemos, ciertamente que de esa diversidad de opiniones es facil el paso al menosprecio de toda religión, o "indiferentismo", y al llamado "modernismo", con el cual los que están desdichadamente inficionados, sostienen que la verdad dogmatica no es absoluta sino relativa, o sea, proporcionada a las diversas necesidades de lugares y tiempos, y a las varias tendencias de los espiritus, no hallandose contenida en una revelación inmutable, sino siendo de suyo acomodable al a vida de los hombres.

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Además, en lo que concierne a las cosas que han de creerse, de ningun modo es licito establecer aquélla diferencia entre las verdades de la fe que llaman fundamentales y no fundamentales, como gustan decir ahora, de las cuales las primeras deberian ser aceptadas por todos, las segúndas, por el contrario, podrian dejarse al libre arbitrio de los fieles; pues la virtud de la fe tiene su causa formal en la autoridad de Dios revelador que no admite ninguna distinción de esta suerte. Por eso, todos los que verdaderamente son de Cristo prestaran la misma fe al dogma de la Madre de Dios concebida sin pecado original como, por ejemplo, al misterio de la augusta Trinidad; creeran con la misma firmeza en el Magisterio infalible del Romano Pontifice, en el mismo sentido con que lo definiera el Concilio Ecuménico del Vaticano, como en la Encarnación del Señor .

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No porque la Iglesia sanciono con solemne decreto y definio las mismas verdades de un modo distinto en diferentes edades o en edades poco anteriores han de tenerse por no igualmente ciertas ni creerse del mismo modo. ¿No las revelo todas Dios?

Pues, el Magisterio de la Iglesia el cual por designio divino fue constituido en la tierra a fin de que las doctrinas reveladas perdurasen incolumes para siempre y llegasen con mayor facilidad y seguridad al conocimiento de los hombres aun cuando el Romano Pontifice y los Obispos que viven en unión con él, lo ejerzan diariamente, se extiende, sin embargo, al oficio de proceder oportunamente con solemnes ritos y decretos a la definición de alguna verdad, especialmente entonces cuando a los errores e impugnaciones de los herejes deben mas eficazmente oponerse o inculcarse en los espiritus de los fieles, mas clara y sutilmente explicados, puntos de la sagrada doctrina.

Mas por ese ejercicio extraordinario del Magisterio no se introduce, naturalmente ninguna invención, ni se anade ninguna novedad al acervo de aquellas verdades que en el deposito de la revelación, confiado por Dios a la Iglesia, no estén contenidas, por lo menos implicitamente, sino que se explican aquellos puntos que tal vez para muchos aun parecen permanecer oscuros o se establecen como cosas de fe los que algunos han puesto en tela de juicio.

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16. La unica manera de unir a todos los cristianos. .

Bien claro se muestra, pues, Venerable Hermanos, por qué esta Sede Apostolica no ha permitido nunca a los suyos que asistan a los citados congresos de acatolicos; porque la unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo que procurando el retorno de los disidentes a la unica :y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día desdichadamente se alejaron; a aquella unica y verdadera Iglesia que todos ciertamente conocen y que por la voluntad de su Fundador debe permanecer siempre tal cual El mismo la fundo para la salvación de todos. Nunca, en el transcurso de los siglos, se contamino esta mistica Esposa de Cristo, ni podra contaminarse jamas, como dijo bien San Cipriano: No puede adulterar la Esposa de Cristo; es incorruptible y fiel. Conoce una sola casa y custodia con casto pudor la santidad de una sola estancia (S. Cipr. De la Unidad de la Iglesia Migne P. L. 4, col. 518-519 ) Por eso se maravillaba con razon el santo Martir de que alguien pudiese creer que esta unidad, fundada en la divina estabilidad y robustecida por medio de celestiales sacramentos, pudiese desgarrarse en la Iglesia, y dividirse por el disentimiento de las voluntades discordes (S. Cipr. (De la Unidad de la Iglesia Migne P. L. 4, col 519-B y 520-A. ) Porque siendo Porque siendo el cuerpo místico de Cristo, esto es, la Iglesia, uno (1Co 12,12) compacto y conexo (Ep 4,15) lo mismo que su cuerpo fisico, necedad es decir que el cuerpo místico puede constar de miembros divididos y separados; quien, pues, no esta unido con él no es miembro suyo, ni esta unido con su cabeza, que es Cristo (Ep 5,30 Ep 1,22)

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17. La obediencia al Romano Pontifice. .

Ahora bien, en esta unica Iglesia de Cristo nadie vive y nadie persevera, que no reconozca y acepte con obediencia la suprema autoridad de Pedro y de sus legitimos sucesores. ¿No fue acaso al Obispo de Roma a quien obedecieron, como a sumo Pastor de las almas, los ascendientes de aquellos que hoy yacen anegados en los errores de Focio, y de otros novadores?

Alejaronse ¡ay! los hijos de la casa paterna, que no por eso se arruino ni perecio, sostenida como esta perpetuamente por el auxilio de Dios. Vuelvan, pues, al Padre común, que olvidando las injurias inferidas ya a la Sede Apostolica, los recibira amantisimamente. Porque, si, como ellos repiten, desean asociarse a Nos y a los Nuestros, ¿Por qué no se apresuran a venir a la Iglesia, madre y maestra de todos los fieles de Cristo (Conc. Lateran. IV, c. 5 Denz-Umb. 436 ) Oigan como clamaba en otro tiempo Lactancio: Solo la Iglesia Catolica es la que conserva el culto verdadero, Ella es la fuente de la verdad, la morada de la Fe, el templo de Dios, quienquiera que en él no entre o de él salga, perdido ha la esperanza de vida y de salvaci6n, Menester es que nadie se engane a si mismo con pertinaces discusiones, Lo que aquí se ventila es la vida y la salvaci6n,'a la cual si no se atiende con diligente cautela, se perdera y se extinguira (Lactancio Div. Inst. 4, 30. Migne P.L. 6, col. 542-B a 543-A)

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18. Llamamiento a las sectas disidentes.

Vuelvan, pues, a la Sede Aposto1ica, asentada en esta ciudad de Roma, que consagraron con su sangre los Principes de los Apostoles San Pedro y San Pablo, a la Sede raiz y matriz de la Iglesia Catolica (S. Cipr. Carta 38 a Cornelio 3. Migne P.L. 3, col. 733-B. ) vuelvan los hijos disidentes, no ya con el deseo y la esperanza de que la Iglesia de Dios vivo, la columna y el sostén de la verdad (1Tm 3,15) abdique de la integridad de su fe, y consienta los errores de ellos, sino para someterse al magisterio y al gobierno de ella. Pluguiese al Cielo alcanzasemos felizmente Nos, lo que no alcanzaron tantos predecesores Nuestros; el poder abrazar con paternales entranas a los hijos que tanto nos duele ver separados de Nos por una funesta division.

Plegaria a Cristo y a María. .

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Y ojala Nuestro Divino Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad (
1Tm 2,4) oiga Nuestras ardientes oraciones para que se digne llamar ala unidad de la Iglesia a cuantos están separados de ella.

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Con este fin, sin duda importantísimo, invocamos y queremos que se invoque la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Divina Gracia, debeladora de todas las herejias y Auxilio de los cristianos, para que cuanto antes nos alcance la gracia de ver alborear el deseadísimo día en que todos los hombres oigan la voz de su divino Hijo, y conserven la unidad del Espíritu Santo con el vinculo de la paz (
Ep 4,3)

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19. Conclusión y Bendición Apostolica. .

Bien comprendéis, Venerables Hermanos, cuanto deseamos Nos este retorno, y cuanto anhelamos que así lo sepan todos Nuestros hijos, no solamente los católicos, sino también los disidentes de Nos; los cuales, si imploran humildemente las luces del cielo, reconoceran, sin duda, a la verdadera Iglesia de Cristo, y entraran, por fin, en su seno, unidos con Nos en perfecta caridad. En espera de tal suceso, y como prenda y auspicio de los divinos favores, y testimonio de Nuestra paternal benevolencia, a vosotros, Venerables Hermanos, y a vuestro Clero y pueblo, os concedemos de todo corazon la Apostolica Bendición.

Dado en San Pedro de Roma, el día 6 de enero, fiesta de la Epifania de Nuestro Señor Jesucristo, el ano 1928, sexto de Nuestro Pontificado.


Pio Papa XI

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MISERENTISSIMUS REDEMPTOR: Sobre la expiación que todos deben al Sagrado Corazón de Jesús

CARTA ENCICLICA

PIO XI



8 de mayo de 1928

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INTRODUCCION

Aparición de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque

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1. Nuestro Misericordiosísimo Redentor, después de conquistar la salvación del linaje humano en el madero de la Cruz y antes de su ascensión al Padre desde este mundo, dijo a sus apostoles y discipulos, acongojados de su partida, para consolarles: "Mirad que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"(
Mt 28,20). Voz dulcisima, prenda de toda esperanza y seguridad; esta voz, venerables hermanos, viene a la memoria fácilmente cuantas veces contemplamos desde esta elevada cumbre la universal familia de los hombres, de tantos males y miserias trabajada, y aun la Iglesia, de tantas impugnaciones sin tregua y de tantas asechanzas oprimida.

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Esta divina promesa, así como en un principio levanto los animos abatidos de los apostoles, y levantados los encendio e inflamo para esparcir la semilla de la doctrina evangélica en todo el mundo, así después alento a la Iglesia a la victoria sobre las puertas del infierno. Ciertamente en todo tiempo estuvo presente a su Iglesia nuestro Señor Jesucristo; pero lo estuvo con especial auxilio y protección cuantas veces se vio cercada de mas graves peligros y molestias, para suministrarle los remedios convenientes a la condición de los tiempos y las cosas, con aquélla divina Sabiduria que "toca de extremo a extremo con fortaleza y todo lo dispone con suavidad"(
Sg 8,1). Pero "no se encogio la mano del Señor"(Is 59,1) en los tiempos mas cercanos; especialmente cuando se introdujo y se difundio ampliamente aquel error del cual era de temer que en cierto modo secara las fuentes de la vida cristiana para los hombres, alejandolos del amor y del trato con Dios.

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Mas como algunos del pueblo tal vez desconocen todavía, y otros desdenan, aquellas quejas del amantísimo Jesús al aparecerse a Santa Margarita María de Alacoque, y lo que manifesto esperar y querer a los hombres, en provecho de ellos, placenos, venerables hermanos, deciros algo acerca de la honesta satisfacción a que estamos obligados respecto al Corazon Santísimo de Jesús; con el designio de que lo que os comuniquemos cada uno de vosotros lo ensene a su grey y la excite a practicarlo.

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2. Entre todos los testimonios de la infinita benignidad de nuestro Redentor resplandece singularmente el hecho de que, cuando la caridad de los fieles se entibiaba, la caridad de Dios se presentaba para ser honrada con culto especial, y los tesoros de su bondad se descubrieron por aquélla forma de devoción con que damos culto al Corazon Sacratísimo de Jesús, "en quien están escondidos todos los tesoros de su sabiduria y de su ciencia"(
Col 2,3).

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Pues, así como en otro tiempo quiso Dios que a los ojos del humano linaje que salia del arca de Noé resplandeciera como signo de pacto de amistad "el arco que aparece en las nubes"(Gn2,14), así en los turbulentisimos tiempos de la moderna edad, serpeando la herejia jansenista, la mas astuta de todas, enemiga del amor de Dios y de la piedad, que predicaba que no tanto ha de amarse a Dios como padre cuanto temérsele como implacable juez, el benignísimo Jesús mostro su corazon como bandera de paz y caridad desplegada sobre las gentes, asegurando cierta la victoria en el combate. A este proposito, nuestro predecesor Leon XIII, de feliz memoria, en su enciclica Annum Sacrum, admirando la oportunidad del culto al Sacratísimo Corazon de Jesús, no vacilo en escribir: "Cuando la Iglesia, en los tiempos cercanos a su origen, sufria la opresión del yugo de los Césares, la Cruz, aparecida en la altura a un joven emperador, fue simultaneamente signo y causa de la amplisima victoria lograda inmediatamente. Otro signo se ofrece hoy a nuestros ojos, faustísimo y divinisimo: el Sacratísimo Corazon de Jesús con la Cruz superpuesta, resplandeciendo entre llamas, con espléndido candor. En El han de colocarse todas las esperanzas; en El han de buscar y esperar la salvación de los hombres".

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La devoción al Sagrado Corazon de Jesús

3. Y con razon, venerables hermanos; pues en este faustísimo signo y en esta forma de devoción consiguiente, ¿no es verdad que se contiene la suma de toda la religión y aun la norma de vida mas perfecta, como que mas expeditamente conduce los animos a conocer íntimamente a Cristo Señor Nuestro, y los impulsa a amarlo mas vehementemente, y a imitarlo con mas eficacia? Nadie extrane, pues, que nuestros predecesores incesantemente vindicaran esta probadisima devoción de las recriminaciones de los calumniadores y que la ensalzaran con sumos elogios y solicitamente la fomentaran, conforme a las circunstancias.

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Así, con la gracia de Dios, la devoción de los fieles al Sacratísimo Corazon de Jesús ha ido de día en día creciendo; de aquí aquellas piadosas asociaciones, que por todas partes se multiplican, para promover el culto al Corazon divino; de aquí la costumbre, hoy ya extendida por todas partes, de comulgar el primer viernes de cada mes, conforme al deseo de Cristo Jesús.

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La consagracion

4. Mas, entre todo cuanto propiamente atane al culto del Sacratísimo Corazon, descuella la piadosa y memorable consagración con que nos ofrecemos al Corazon divino de Jesús, con todas nuestras cosas, reconociéndolas como recibidas de la eterna bondad de Dios. Después que nuestro Salvador, movido mas que por su propio derecho, por su inmensa caridad para nosotros, enseno a la inocentisima discipula de su Corazon, Santa Margarita María, cuanto deseaba que los hombres le rindiesen este tributo de devoción, ella fue, con su maestro espiritual, el P. Claudio de la Colombiére, la primera en rendirlo. Siguieron, andando el tiempo, los individuos particulares, después las familias privadas y las asociaciones y, finalmente, los magistrados, las ciudades y los reinos.

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Mas, como en el siglo precedente y en el nuestro, por las maquinaciones de los impios, se llego a despreciar el imperio de Cristo nuestro Señor y a declarar publicamente la guerra a la Iglesia, con leyes y mociones populares contrarias al derecho divino y a la ley natural, y hasta hubo asambleas que gritaban: "No queremos que reine sobre nosotros"(
Lc 19,14), por esta consagración que deciamos, la voz de todos los amantes del Corazon de Jesús prorrumpia unanime oponiendo acérrimamente, para vindicar su gloria y asegurar sus derechos: "Es necesario que Cristo reine. Venga su reino" (1Co 15,25). De lo cual fue consecuencia feliz que todo el género humano, que por nativo derecho posee Jesucristo, "unico en quien todas las cosas se restauran" (Ep 1,10), al empezar este siglo, se consagra al Sacratísimo Corazon, por nuestro predecesor Leon XIII, de feliz memoria, aplaudiendo el orbe cristiano.

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Comienzos tan faustos y agradables, Nos, como ya dijimos en nuestra enciclica Quas primas, accediendo a los deseos y a las preces reiteradas y numerosas de obispos y fieles, con el favor de Dios completamos y perfeccionamos, cuando, al término del ano jubilar, instituimos la fiesta de Cristo Rey y su solemne celebración en todo el orbe cristiano.

Cuando eso hicimos, no solo declaramos el sumo imperio de Jesucristo sobre todas las cosas, sobre la sociedad civil y la doméstica y sobre cada uno de los hombres, mas también presentimos el jubilo de aquel faustísimo día en que el mundo entero espontaneamente y de buen grado aceptara la dominación suavisima de Cristo Rey. Por esto ordenabamos también que en el día de esta fiesta se renovase todos los anos aquella consagración para conseguir mas cierta y abundantemente sus frutos y para unir a los pueblos todos con el vinculo de la caridad cristiana y la conciliación de la paz en el Corazon de Cristo, Rey de Reyes y Señor de los que dominan.

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LA EXPIACIÓN O REPARACION

5. A estos deberes, especialmente a la consagración, tan fructifera y confirmada en la fiesta de Cristo Rey, necesario es anadir otro deber, del que un poco mas por extenso queremos, venerables hermanos, hablaros en las presentes letras; nos referimos al deber de tributar al Sacratísimo Corazon de Jesús aquella satisfacción honesta que llaman reparacion.

Si lo primero y principal de la consagración es que al amor del Creador responda el amor de la criatura, siguese espontaneamente otro deber: el de compensar las injurias de algun modo inferidas al Amor increado, si fue desdenado con el olvido o ultrajado con la ofensa. A este deber llamamos vulgarmente reparacion.

Y si unas mismas razones nos obligan a lo uno y a lo otro, con mas apremiante titulo de justicia y amor estamos obligados al deber de reparar y expiar: de, justicia, en cuanto a la expiación de la ofensa hecha a Dios por nuestras culpas y en cuanto a la reintegración del orden violado; de amor, en cuanto a padecer con Cristo paciente y "saturado de oprobio" y, según nuestra pobreza, ofrecerle algun consuelo.

Pecadores como somos todos, abrumados de muchas culpas, no hemos de limitarnos a honrar a nuestro Dios con solo aquel culto con que adoramos y damos los obsequios debidos a su Majestad suprema, o reconocemos suplicantes su absoluto dominio, o alabamos con acciones de gracias su largueza infinita; sino que, además de esto, es necesario satisfacer a Dios, juez justísimo, "por nuestros innumerables pecados, ofensas y negligencias". A la consagración, pues, con que nos ofrecemos a Dios, con aquella santidad y firmeza que, como dice el Angélico, son propias de la consagración (S. Th. II-II q.81, a.8c), ha de anadirse la expiación con que totalmente se extingan los pecados, no sea que la santidad de la divina justicia rechace nuestra indignidad impudente, y repulse nuestra ofrenda, siéndole ingrata, en vez de aceptarla como agradable.

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Este deber de expiación a todo el género humano incumbe, pues, como sabemos por la fe cristiana, después de la caida miserable de Adan el género humano, inficionado de la culpa hereditaria, sujeto a las concupiscencias y miseramente depravado, había merecido ser arrojado a la ruina sempiterna. Soberbios filosofos de nuestros tiempos, siguiendo el antiguo error de Pelagio, esto niegan blasonando de cierta virtud innata en la naturaleza humana, que por sus propias fuerzas continuamente progresa a perfecciones cada vez mas altas; pero estas inyecciones del orgullo rechaza el Apóstol cuando nos advierte que "éramos por naturaleza hijos de ira" (
Ep 2,3).

En efecto, ya desde el principio los hombres en cierto modo reconocieron el deber de aquella común expiación y comenzaron a practicarlo guiados por cierto natural sentido, ofreciendo a Dios sacrificios, aun públicos, para aplacar su justicia.

Expiación de Cristo

6. Pero ninguna fuerza creada era suficiente para expiar los crimenes de los hombres si el Hijo de Dios no hubiese tomado la humana naturaleza para repararla. Así lo anuncio el mismo Salvador de los hombres por los labios del sagrado Salmista: "Hostia y oblación no quisiste; mas me apropiaste cuerpo. Holocaustos por el pecado no te agradaron; entonces dije: heme aquí" (He 10,5 He 10,7). Y "ciertamente El llevo nuestras enfermedades y sufrio nuestros dolores; herido fue por nuestras iniquidades" (Is 53,4-5); y "llevo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero" (1P 2,24); "borrando la cédula del decreto que nos era contrario, quitandole de en medio y enclavandole en la cruz" (Col 2,14), "para que, muertos al pecado, vivamos a la justicia" (1P 2,24).

Expiación nuestra, sacerdotes en Cristo

7. Mas, aunque la copiosa redención de Cristo sobreabundantemente "perdono nuestros pecados" (Col 2,13); pero, por aquella admirable disposición de la divina Sabiduria, según la cual ha de completarse en nuestra carne lo que falta en la pasión de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia (Col 1,24), aun a las oraciones y satisfacciones "que Cristo ofrecio a Dios en nombre de los pecadores" podemos y debemos anadir también las nuestras.

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8. Necesario es no olvidar nunca que toda la fuerza de la expiación pende unicamente del cruento sacrificio de Cristo, que por modo incruento se renueva sin interrupción en nuestros altares; pues, ciertamente, "una y la misma es la Hostia, el mismo es el que ahora se ofrece mediante el ministerio de los sacerdotes que el que antes se ofrecio en la cruz; solo es diverso el modo de ofrecerse" (Conc. Trid., sess.22 c.2); por lo cual debe unirse con este augustísimo sacrificio eucaristico la inmolación de los ministros y de los otros fieles para que también se ofrezcan como "hostias vivas, santas, agradables a Dios" (
Rm 12,1). Así, no duda afirmar San Cipriano "que el sacrificio del Señor no se celebra con la santificación debida si no corresponde a la pasión nuestra oblación y sacrificio" (Epist. 63 n.381).

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Por ello nos amonesta el Apóstol que, "llevando en nuestro cuerpo la mortificación de Jesús" (
2Co 4,10), y con Cristo sepultados y plantados, no solo a semejanza de su muerte crucifiquemos nuestra carne con sus vicios y concupiscencias (Ga 5,24), "huyendo de lo que en el mundo es corrupción de concupiscencia" (2P 1,4), sino que "en nuestros cuerpos se manifieste la vida de Jesús" (2Co 4,10), y, hechos participes de su eterno sacerdocio, "ofrezcamos dones y sacrificios por los pecados" (He 5,1).

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Ni solamente gozan de la participación de este misterioso sacerdocio y de este deber de satisfacer y sacrificar aquellos de quienes nuestro Señor Jesucristo se sirve para ofrecer a Dios la oblación inmaculada desde el oriente hasta el ocaso en todo lugar (
Ml 1-2), sino que toda la grey cristiana, llamada con razon por el Principe de los Apostoles "linaje escogido, real sacerdocio" (1P 2,9), debe ofrecer por si y por todo el género humano sacrificios por los pecados, casi de la propia manera que todo sacerdote y pontifice "tomado entre los hombres, a favor de los hombres es constituido en lo que toca a Dios" (He 5,1).

Y cuanto mas perfectamente respondan al sacrificio del Señor nuestra oblación y sacrificio, que es inmolar nuestro amor propio y nuestras concupiscencias y crucificar nuestra carne con aquella crucifixión mistica de que habla el Apóstol, tantos mas abundantes frutos de propiciación y de expiación para nosotros y para los demás percibiremos. Hay una relación maravillosa de los fieles con Cristo, semejante a la que hay entre la cabeza y los demás miembros del cuerpo, y asimismo una misteriosa comunión de los santos, que por la fe catolica profesamos, por donde los individuos y los pueblos no solo se unen entre si, mas también con Jesucristo, que es la cabeza; "del cual, todo el cuerpo compuesto y bien ligado por todas las junturas, según la operación proporcionada de cada miembro, recibe aumento propio, edificandose en amor" (Ef 4,15-16). Lo cual el mismo Mediador de Dios y de los hombres, Jesucristo proximo a la muerte, lo pidio al Padre: "Yo en ellos y tu en mi, para que sean consumados en la unidad" (Jn 17,23).

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Así, pues, como la consagración profesa y afirma la unión con Cristo, así la expiación da principio a esta unión borrando las culpas, la perfecciona participando de sus padecimientos y la consuma ofreciendo sacrificios por los hermanos. Tal fue, ciertamente, el designio del misericordioso Jesús cuando quiso descubrirnos su Corazon con los emblemas de su pasión y echando de si llamas de caridad: que mirando de una parte la malicia infinita del pecado, y, admirando de otra la infinita caridad del Redentor, mas vehementemente detestasemos el pecado y mas ardientemente correspondiésemos a su caridad.

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PIO XI, MAGISTERIO PONTIFICIO 102