EL PINTOR CHRISTIANO Y ERUDITO-Juan Interián de Ayala - LIBRO QUARTO.


CAPITULO PRIMERO.


De las Pinturas, e Imágenes de la Sacratísima Virgen en general; y qué es lo que en ellas se ha de aprobar, ó reprehender.

I A que hasta aquí en todo el libro antecedente he tratado lo que me ha parecido mas oportuno acerca de las Imágenes de Christo Señor, y Salvador nuestro, prepárome ahora para tratar con algún orden, segun es mi ánimo, de las de la Inmaculada Virgen María. Pero antes debo advertir CAPITULO I. al Lector, que no espere de mí en este lugar, la solución de las qüestiones mas enredadas de la Theología, ni de los nudos mas dificiles pertenecientes á la verdad de la Historia; pues querer tratar esto por extenso, no es obra propia de mi asunto: siendo únicamente mi ánimo investigar, y tratar (pero ciñéndome dentro los confines, y límites de la materia) quales deban ser las partes del Pintor pio, y erudito, dexándo á otros la discusion de lo demas. Con efecto, como despues de las Imágenes de Christo, ningúnas se ven con mas freqüencia, y ningúnas hay tampoco que sean mas dignas, que las de la Santísima Virgen; me parece necesario dar algunos avisos á los Pintores, para que nada cometan, que sea contrario á la verdadera piedad, y sólida erudicion, y en especial (qué es lo que mas se ha de precaver), que nada practiquen, que sea opuesto al decoro, y á la honestidad. Ciertamente, aunque he dicho ya varias cosas sobre este punto, no pondré reparo en añadir algunas mas; pues miro por tan grave esta materia, que no será inutil, ni importuno el repetir, e inculcar lo mismo muchas veces á los Lectores.

2 Primeramente: ¿quién habrá, que no haya visto Imágenes de la Bienaventurada Virgen hechas por excelentes Artífices, pintadas, ó trabajadas con cierta hermosura afectada, y poco decente? ¿Quién habrá, que no haya visto á las mismas, no á la verdad desnudas, sino vestidas en gran parte con poca decencia, y no segun correspondia á una magestad, y honestidad tan elevada? ¿Sin tapar su cabeza con algún velo, suelto el cabello, y tendido por su blanco cuello, descubierta su cerviz, y lo que es mas, sus pechos castísimos, exponiéndolos á la vista de todos: sus pies por fin, ó enteramente desnudos, ó calzados con ligeras sandalias? Por no decir nada por ahora, del color, y brillantéz de sus vestidos, sobre que dirémos algo mas abaxo. Todo CAPITULO II. hombre cuerdo conoce muy bien, quanto se alejan estas, y otras cosas semejantes de la recta razon, por mas que la audacia de algunos Pintores (que ellos ostentan como valentía, y pericia en el Arte) se haya propasado hasta querer pintar cosas monstruosas, antes que otras decentes, y honestas. No soy yo tal, que niegue, ó quiera dudar, que la Beatísima, é Inmaculada Virgen fuese de una hermosura en su semblante, y en todo su cuerpo, y que tuviese tal gracia en su boca, y castísimo rostro, que llenára de admiracion, y llevára tras sí los ojos de quantos la miraban. No soy tal, digo: pero sí niego, que para representar á la Virgen, sea preciso valerse de vanos afeytes poco conformes á las leyes del decoro, y de la modestia. ¿A qué fin, en lugar de la Inmaculada Virgen, purísima en el alma, y en el cuerpo, y por decirlo de una vez, en lugar de la Santísima Madre de Dios, representarnos, y ponernos á la vista á las Junos de Samos, á las Helenas de Esparta, ó á las Venus de Gnydo? Sé muy bien, que un Doctor de la Iglesia, Escritor de mucho nombre, y de singular piedad, dixo una cosa, que puede en cierta manera favorecer á este mal modo de concebir, y de opinar: pues hablando con la Sagrada Virgen, le dice (1065): Excedes en la hermosura de la carne á todas las mugeres, y en la excelencia de santidad, sobrepujas á los Angeles, y Arcángeles. Pero estos, y semejantes elogios, se han de concebir, y tomar con prudencia, y madurez. Pues, si hablamos de la hermosura de la Bienaventurada Virgen, unida (por explicarme así) con todas las demas circunstancias, ó tomada en concreto (si le es permitido á un Theólogo hablar en frase de la Escuela) esto es, junta con aquella modestia singular, y casi divina, con aquel resplandor de virtud, y de santidad, que despedian sus virginales CAPITULO III. ojos, por cuyo motivo dixo elegantemente el Poeta Latino:

Gratior & pulchro veniens è corpore virtus:

De este modo, no tiene duda, que la Santísima Virgen sobrepujó en la hermosura de la carne á todas las mugeres. Pero si la hermosura se toma simplemente, y en abstracto; yo no veo, que sea necesario decir (lo que sin embargo dexo al juicio de otros mas doctos) que la Santísima Madre del Salvador, excediese en la hermosura de la carne á quantas mugeres ha habido, y hay ahora: particularmente, por consistir esta hermosura del cuerpo, en especial entre los Europeos, en la blancura del color, mezclada con cierto resplandor encarnado en las mexillas. Y que la Sacratísima Virgen en ningúna manera tuvo este color cándido, y de leche, fuera de que nos lo enseñan algunas descripciones de Autores antiguos, que escribieron sobre esta materia; paréceme á mí verlo claramente en aquel divino Libro de los Cantares, donde se dá á entender algunas veces esto mismo, quando se habla en persona de la Inmaculada Virgen: tal es aquello (1066): Morena soy, pero hermosa, ó hijas de Jerusalen. Y estotro (1067): No mireis en que soy morena. Lo que esclarecidos Expositores, y de mucho nombre, que han interpretado el Libro de los Cantares, entienden literalmente de la Santísima Virgen. Y con gran razon; porque ¿quién se persuadirá, que la Inmaculada Virgen resplandeciese mas en el candor, y blancura como de rosa, que las mugeres Européas, Italianas, Francesas, y Flamencas, por no decir nada de las Españolas? Y así, entienda cada qual, como mejor le parezca, aquel pio elogio, el qual sin embargo consta ser, no solo verdadero, sino verdaderísimo; CAPITULO IV. si sabia, y prudentemente se entiende con el temperamento, que hemos insinuado.

3 Pero bien: sea enhorabuena la Bienaventurada Virgen el principal modelo de gracia, y hermosura carnal, y corporea; pregunto: ¿No es tambien, y con mucha mas razon, el principal exemplar, y modelo de pureza, y santidad? Eslo sin duda. Pues ¿á qué fin pintárnosla los Artífices, por mas sobresalientes que sean en su profesion (los que ciertamente se muestran menos circunspectos en esta parte) del modo que antes hemos referido? Qué ¿acaso para ostentar, no sé si diga, su pericia, ó su ligereza?

Porque ¿á qué viene el pintar á la Virgen, maestra, y dechado de todas las Vírgenes, descubierta la cabeza? ¿A qué, el cabello rubio, esparcido, y tendido por el blanco cuello?

¿A qué, sin tapar decentemente aquellos pechos, que mamó el Criador del Mundo? ¿A qué finalmente (omitiendo otras muchas cosas) el pintar sus pies, ó totalmente desnudos, ó cubiertos con poca decencia? sin embargo de que S. Clemente Alexandrino, con conceder solamente á los hombres el llevar algunas suelas para defender sus plantas de los tropiezos, y ardores de la arena (1068); reprueba toda desnudez en los pies de las mugeres. Omito aquí el que las Imágenes antiguas de la Santísima Virgen, particularmente las que se veneran en las Naciones del Oriente, rara vez, ó nunca, la representan, sino de medio cuerpo, para quitar á los mas débiles toda ocasion de algún pensamiento vano, ó impuro. Yo afirmo entre tanto, que todo Pintor pio, y sensato debe pintar á la Bienaventurada Virgen con la mayor honestidad, y gravedad que sea posible: aunque entre nosotros esté recibido el pintarla de cuerpo entero, sentada, ó en pie, conforme toda su estatura.

4 Y para que no parezca, que en estas, y otras cosas, CAPITULO V. que omito de propósito, he dicho algo, contra mi costumbre, libremente, y sin bastante fundamento, quiero poner aquí un pasage entero de un Autor, no de los muy antiguos, ni de los de mayor fama, lo que confieso; pero sin embargo de un Autor, tal, que mucho tiempo hace ha merecido por sus escritos, el que hagan algún caso de él los eruditos. Este es Nicéforo Calixto, el qual hablando de la Sacratísima Virgen, dice (1069): Sus costumbres, aspecto, y estatura fueron tales, como dice S. Epifanio: Se portaba en todo con honestidad, y gravedad, hablaba muy poco, y solamente lo necesario: oía á los demas con agrado, y afabilidad, dando á cada qual el honor, y reverencia que le era debido: fué de mediana estatura, aunque algunos dicen, que excedió algún tanto la regular. Y poco despues: Su color tiraba al de trigo. Observen esto los que dicen, que la Virgen fué muy blanca; pues el color parecido al de trigo, es evidente qual es: y las mugeres que lo tienen, no sin elogio de su hermosura, se llaman en nuestro idiotismo patrio, trigueñas. Pero oigamos otra vez á Nicéforo: Tuvo (añade) el cabello rubio, los ojos vivos, de color baxo, y parecido al de la aceytuna. Era algún tanto morena, tenia arqueadas las cejas, la nariz larga, hermosos los labios, y acompañados de una gran suavidad de palabras, el semblante no redondo, ni agudo, sino algún tanto carilargo, y largas las manos, y los dedos. Era finalmente enemiga de todo fausto, sencilla, y que en ningúna manera fingia su rostro, no llevando nada consigo, que oliera á delicadez, y venerando siempre la virtud excelente de la humildad. En quanto á los vestidos que usó, se contentó con el color natural, que tenia la ropa; lo que todavía manifiesta hoy el santo velo de su cabeza; y para decirlo en una palabra, en todas sus cosas, se le echaba de ver un agrado celestial. Hasta aquí CAPITULO VI. Nicéforo, el qual no introduxo en todo esto cosas nuevas, sí solo refirió las antiguas, y lo que en efecto habían dicho los mayores; pues lo mismo había escrito antes S. Anselmo (1070), lo mismo S. Juan Damasceno, Beda, y tambien (omitiendo á los demas) S. Epifanio, de quien es el testimonio, de que se vale el mismo Nicéforo.

5 Baste esto para instruir al Pintor, por lo tocante á la forma exterior de la Inmaculada Virgen; pero la hermosura verdaderamente celestial, y divina, que resplandecia en su rostro por el conjunto de su virtud, y santidad, no pienso, que haya alguno, que sea capaz, no solo de representarla con el pincel, pero ni de poderla concebir con el entendimiento. Pues, por lo que toca á esta hermosura, y á sus santísimas costumbres, llenos tenemos los libros de los Santos Padres; de suerte que seria dificil el juntar, lo que solamente S. Ambrosio ha escrito en varias partes sobre este excelente asunto. Mas, por lo que respeta al color de sus vestidos, que es otra de las cosas, que toca particularmente á los Pintores, nada hay mas freqüente entre ellos, aun los que suelen pintar con mas decencia, y modestia, que atribuir á la Virgen un manto de color ceruleo muy resplandeciente, y como ellos mismos lo llaman, color de ultramar; y ademas, una túnica de color totalmente purpureo, y sobremanera encarnado. Lo que, como se haya introducido ya por autoridad de la costumbre, y solo por esto no sea reprehensible; con todo, seria lo mejor pintarla vestida con ropa de colores mas sencillos, y mas propios de su virginal modestia, como son el color pardo, y blanco, ó ambos juntos. Ya hemos visto por lo que dice Nicéforo (y con las mismas palabras lo dice S. Anselmo) que la Virgen se contentó con usar de vestidos de lana del mismo color nativo: este, casi no es otro, sino el color pardo, y blanco, que no sobresale, y suele CAPITULO VII. llamarse gris. Por lo que si los Pintores usáran de estos dos colores solamente, se conformarian mucho mas, segun mi juicio, con la modestia, y sencillez virginal de la Madre de Dios. Todo lo dicho podria confirmarse con muchas razones; pero si alguno quiere instruirse de esto mas á fondo, lea al laborioso Escritor de la Vida, y excelencias de la Virgen, en los lugares, que cito abaxo (1071): aunque algunas citas de Autores, que se refieren en este libro, se alegan con poca fidelidad, acaso por incuria, ó falta del Impresor.

6 Pintan tambien muchas veces á la Madre de Dios (y con gran razon, por ser esta una de las principales insignias de su magestad, y dignidad) teniendo en sus brazos al Niño Jesus, ó adorándole reverentemente, dormido, y recostado sobre una almohada, ó colchoncillo; en cuya atención canta piamente la Iglesia: Adoró al mismo que engendró. Hasta aquí todo me parece bien: pero no, el que (1072) Los Pintores (son palabras no mias, sino de un grave Theólogo muy versado en esta materia) suelen freqüentemente pintar, ó esculpir desnudo al Niño Jesus; por cuyo motivo les reprehenden muchos varones de gran piedad, y prudencia. Porque ¿qué puede haber de edificación en semejante desnudez? ¡Y oxalá no se originara de aquí ningúna ruina, ni escándalo á los párvulos y flacos! Guárdense, pues, los Pintores (prosigue el mismo Autor) de experimentar con daño propio lo que dice el Señor (1073): Al que escandalizare á uno de estos párvulos, que creen en mí, mejor le fuera, que le fuera colgada del cuello una piedra de molino, y que fuera anegado en el profundo del mar. ¡Ay de aquel hombre por quien se origina el escándalo! Ciertamente, si quieren atender á las Pinturas antiguas, advertirán con facilidad, que en ellas el Niño Jesus está pintado con decencia, y honestidad, y que ellos se apartan CAPITULO VIII. mucho de la sencilléz de los mayores. Hasta aquí el citado Autor. A lo que, por lo que vamos tratando, nada me queda que añadir: porque, el que pinten, ó represen en á la Virgen con otros adornos, á saber, con corona en la cabeza, como la pintan muchas veces, y algunas, con cetro en la mano, es cosa pía, y no erronea; pues con esto, solamente se significa la magestad, é imperio de la Sacratísima Virgen, á quien freqüentemente saluda la Iglesia como á Señora, y Reyna, no solo del mundo, sí tambien de los Angeles, y de todos los Santos. Si ocurren otras mas mas particulares (como ciertamente se ofrecerán) las irémos notando mas oportunamente en sus propios lugares.




CAPITULO II.


De las Imágenes, y Pinturas de la Concepción de la Bienaventurada Virgen, y de las de su Natividad.

I Está ya tan recibida en la Iglesia, la pía, y verdadera sentencia, de que la Sacratísima Virgen en el primer instante de su animacion, prevenida por la divina gracia, fué santificada en el vientre de su madre; y la abrazan, y sostienen con tan firme adhesion todos los hombres píos, y eruditos, que con mucha razon prohibió la Silla Apostólica, y mandó en su edicto, que nadie afirmase, y mucho menos defendiese la sentencia contraria. Y como el Misterio de la Purísima Concepción de la Virgen, se funda en esta santificacion, que hemos dicho, de la qual se ven freqüentemente Imágenes, y Pinturas; me parece muy del caso notar en breves palabras, lo que mas regularmente puede ocurrir acerca de esta Imagen: yo en especial, que con formales palabras he jurado afirmar, predicar, y defender este Misterio; y soy uno, aunque el inferior de todos, entre los Theólogos de la Real Junta, que estan diputados para CAPITULO antecedente, advirtiendo, que si algunas de dichas Imágenes se encontraban aun (bien que me consta no ser esto freqüente) debian enteramente abandonarse, abolirse, y desterrarse; singularmente despues de haberse consultado con hombres sabio promover este mismo Misterio: y que finalmente, no quiero, ni puedo olvidarme, de que esta misma pia sentencia la defendió acérrimamente el Santísimo Doctor, y Martir S. Pedro Pascual, singular honor de mi Sagrada Orden (como lo he defendido por escrito contra algunos eruditos) quando con mucho fruto de sus discípulos estaba enseñando Theología. Este Santo Doctor, que nació en el año del Señor M.CC. XXVI. y consiguió la palma del martirio en el de M.CCC. dice así en una obra bastante célebre, de la que todavía restan exemplares, y á quien (acomodándose á la costumbre de aquellos tiempos) dió el nombre de Biblia pequeña (1074); de cuya obra, y trabajo, lleno de piedad, é instruccion, he dicho mucho en la Apología, que trabajé á favor del estado Religioso de este Santo Doctor, y Martir. Sus palabras, pues, traducidas con la mayor fidelidad del idioma Lemosino, dicen así: Conviene, pues, entender, y creer (y esto por una gracia particular), que esta mencionada Virgen es aquella, de quien dicen los Proverbios de Salomon, que fué elegida ante toda creación para ser Madre de Dios. Luego la dicha Virgen estuvo siempre en gracia de Dios ::::: y quiso, que fuese preservada del pecado original (que era mortal), y de qualquiera otra injuria, que la pudiese afear. Esto lo hizo Dios por una gracia particular, como que era, de quien había de tomar su carne ::::: Pues si la Virgen María hubiese contraido la mancha del pecado original, deberia decirse, que algún tiempo fué enemiga de Dios: lo que, ni se debe decir, ni creer; sino al contrario, que antes, y despues de su concepción fué querida de Dios, y estuvo siempre en su gracia. Esto hizo Dios, y pudo hacerlo por una gracia particular, así como hizo, que los tres muchachos, &c.

2 Tienen bastante noticia, segun pienso, aun los menos instruidos, que la Pintura, ó Imagen del Misterio de CAPITULO IX. la Inmaculada Concepción de María, se ha tomado de lo que S. Juan en su Apocalypsis, llama una grande señal, la que discribiéndola, dice (1075): Apareció en el cielo una grande señal: una muger vestida del sol, y la luna á sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas; lo que dicen muchos (que no es de mi asunto el referirlos aquí) deberse entender, no solo de la Iglesia Militante, sino tambien particularmente de la Santísima Virgen en el Misterio de su purísima Concepcion. Y así, el que pintáre mejor, y con mas viveza, la señal, que describe el Evangelista, este será tambien, el que pintará mejor, y mas propiamente, la Immaculada Concepción de la Soberana Señora. Mas, sobre de qué manera, y con qué colores deba pintarse, lo dice bien, y elegantemente, como que trataba cosas propias de su oficio, el Pintor muchas veces citado, que con razon mereció el nombre de erudito (1076), adonde remito al Lector por lo tocante á esta descripcion, contentándome con advertir algunas cosas. Porque en primer lugar, se ha de pintar á la Virgen en este Misterio, de edad, segun á mí me parece, muy tierna, como es la de diez, ó doce años, y no, como freqüentemente nos la representan los Pintores: por ser aquella edad, en la que ordinariamente se nos representa la hermosura, mas agena de mancha, y con mayor pureza. Fuera de esto, su vestido no ha de sujetarse á las leyes, que referimos arriba (1077); pues esta Imagen, no debe, ni puede pintarse segun la fe de la historia; porque la Sacratísima Virgen, en aquel primer instante, en que fué animada, y santificada plenísimamente, no fué vestida con alguna vestidura, ó adorno corporal, sino adornada de gracia, y dones celestiales. Píntesela, pues, con una túnica blanca, y resplandeciente, bordada, si así se quiere, con flores de oro, y con un manto ceruleo, ancho, y brillante, quanto sea LIBRO SEGUNDO. posible. Pues de esta manera (ademas de representarse mejor á la vista, la admirable dignidad del hecho) se apareció la Purísima Señora, como lo notó el referido Pintor, á la nobilísima virgen Portuguesa, Beatriz de Sylva, fundadora de la Orden de la Purísima Concepcion, que confirmó el Papa Julio II. el año de M.D.XI. Y ademas del vestido del sol, y de las estrellas, se le debe pintar también la luna á sus pies; pero no del modo, que han acostumbrado practicarlo algunos Pintores, esto es, mirando arriba las puntas, ó extremidades de la luna, sino al contrario, mirando abaxo. Este es aviso de un erudito intérprete del Apocalypsis, cuyas palabras pongo aquí (1078): En la conjunción del sol, de la luna, y de las estrellas:::: veo que yerran freqüentemente los Pintores vulgares. Pues estos suelen pintar la luna á los pies de la Soberana Señora, vueltas sus puntas ácia arriba: pero los que son peritos en la ciencia de las Matemáticas, saben con evidencia, que si el sol, y la luna están ambos juntos, y desde un lugar inferior, se mira la luna por un lado, las dos puntas de ella parecen vueltas ácia abaxo, de suerte, que la muger (de que allí se habla) estuviese, no sobre el cóncavo de la luna, sino sobre la parte convexâ de ella. Y así debia suceder, para que la luna alumbrase á la muger, que estaba arriba. Hasta aquí el citado Intérprete. Finalmente, si sobre la cabeza de la Virgen, ó bien, en el cielo abierto, se quiere pintar al Padre Eterno, como lo han representado varias veces los Pintores, añadirá esto gracia, y hermosura á la Pintura.

3 Algunos Pintores sabios añaden á esta Imagen otras cosas, que no son de mi intento el referirlas, por haberme propuesto solamente en esta tal qual obra, advertir á los Pintores las cosas, que necesitan de correccion, y enmienda, y se introducen acerca de pintar, ó esculpir CAPITULO I. las Imágenes Sagradas. Por tal juzgo, lo que yo mismo he observado en algunas Imágenes (bien que antiguas) de la Purísima Concepcion: esto es, que en ellas se veía á la Santísima Virgen estrechando con sus brazos al Niño Jesus. No, porque esto se haya de condenar por error, que no lo puede ser para los que saben, que la gracia original se confirió á María, en vista de que había de ser digna Madre de un tal Hijo; pero con todo sería lo mejor pintarla en este Misterio de su Inmaculada Concepcion, juntas las manos ante el pecho: así, por ser esto lo mas recibido, como tambien, porque de esta manera, se dá mejor á entender aquel instante, en que fué concebida, adornada de gracia tan superabundante, para concebir despues con la debida santidad, y pureza al mismo Verbo del Eterno Padre, que tomó carne en sus entrañas. Mas ocasion de tropiezo puede ser, lo que yo mismo he visto tambien alguna vez: á saber, pintada á la Virgen en este Misterio, juntas las manos ante el pecho sí; pero llevando en su vientre virginal al Niño Jesus, ceñido ya con la corona, y sustentando con su mano el mundo en figura de un globo. Y aunque á algunos, que estaban presentes, les pareció, que dicha Imagen respiraba piedad; pero yo, salvo el juicio de los demas, juzgo, que absolutamente no se puede admitir: no solo, por precaverse, y alejarse mas de este modo algunos incautos, y necios pensamientos; como por contener dicha Pintura una novedad insólita, la que siempre debe huirse: enseñándonos el Apostol (1079), que no solo se han de huir las novedades profanas en las cosas, sino tambien en las palabras.

4 Por lo que respeta á la Natividad de la Virgen, insistiendo en lo que es de mi propósito, apenas se ofrece nada que decir. Pues, el que aquella muchas veces santa, y bendita muger Santa Ana, madre de la CAPITULO II. Madre de Dios, que nos dió á luz un tan grande fruto, como es la Virgen Santísima, bendita entre todas las mugeres, á quien por tanto todo hombre pío puede aplicar con muchísima razon aquello del Poeta Lyrico, O matre pulchra filia pulchrior: Que Santa Ana, digo, se pinte como recien parida, recostada en la cama, sirviéndole diligentemente las criadas: Que el venerable, y santo padre de la misma Virgen S. Joachîn, se pinte, ó teniéndola en sus manos doblando ambas rodillas, levantados los ojos al cielo, como ofreciéndola á Dios, y dándole gracias por esta dulcísima prenda, ó bien, sentado, y pasmado de ver la hermosura de la hija recien nacida, presentándosela alguna muger ya mayor, ó tal vez de otro modo (aunque los que hemos indicado, parecen los mas aptos, y conformes al decoro); no se contiene en todo lo dicho ningún error, ni absurdo. Pero lo sería, y muy grave, si (lo que hicieron muchos, como afirma el Pintor muchas veces citado (1080), por ostentar, segun ellos piensan, su pericia en el Arte, ó por mostrar su vanidad, segun yo pienso) sería, digo, un grande error el representar desnuda á la Santísima Virgen recien nacida. Porque, ¿si el pintar desnudo al Niño Jesus, aun en su infancia, lo reprehendimos antes con harto motivo; con quanta mas razon abominarémos esto mismo en la representación de la Bienaventurada Virgen, á quien, ademas de las comunes reglas del decoro, y de la honestidad, se le debe por el sexô una reverencia mas circunspecta, y mas cauta? En quanto á lo que se añade á dicha Pintura por via de adorno, para significar, que el parto de Santa Ana estuvo sujeto á las leyes generales; si estas cosas son modestas, y segun las reglas del decoro, son muy conformes al sentido de la misma Iglesia, que ya alguna vez nos ha enseñado, que el parto de Santa Ana, aunque LIBRO TERCERO. muger santísima, no se exceptuó de las leyes comunes.

5 Pero, así como arriba diximos algo del gloriosísimo nombre de JESUS, esto es, que suele pintarse con ciertas letras dentro de un círculo, que representan los rayos del sol, es justo decir tambien algo aquí del glorioso nombre de María, que suelen pintarle, y describirle á la manera del nombre de Jesus. Con efecto, este bendito nombre, lleno de dulzura, y suavidad, sobre el qual han escrito muchas cosas, y muy pías los Padres de los siglos posteriores (los quales pueden verse por extenso en el celebérrimo Predicador Portugués del siglo pasado) (1081), empezó á celebrarse en algunas Iglesias, y Ordenes Regulares: cuya solemnidad extendió despues á toda la Iglesia universal el Pontífice de pía, y feliz memoria Inocencio XI., señalándole para su culto la Dominica infraoctava de la Natividad de la Virgen, particularmente por la causa, que en la misma festividad se refiere con estas palabras: Cuyo nombre venerable (esto es, el de María) que ya había tiempo, que se celebraba con culto particular en algunas partes del orbe Christiano, Inocencio XI. Romano Pontifice, por haberse conseguido en Viena de Austria, baxo el patrocinio de la Virgen María, la insigne victoria contra el feroz tyrano de los Turcos, que insultaba al Pueblo Christiano; para monumento perpetuo de tan gran beneficio:::: mandó, que se celebrase todos los años en la Iglesia universal. 6 Y para que se haga evidente, quanta ha sido la devocion, y reverencia, que se ha tenido en nuestra España, de muchos tiempos atras, á este bendito nombre de María, quiero poner aquí una cosa, que ni aun la saben muy bien, los mismos Españoles. Hubo en Valladolid un Varon recomendable por su zelo, y piedad, Pintor de profesion, y excelente en su Arte, como lo indican bastante las pinturas, que nos restan con el nombre CAPITULO I. de Diego Valentin Diaz. Este, no solo del dinero que ganaba con su Arte, sí tambien de la opulenta herencia de su hermano, que había muerto en América, mandó edificar un Colegio para alimentar, y educar huérfanas de honesta condicion, consiguiendo dedicar la Iglesia (que es bastante capaz, y que hermoseó él mismo en gran manera con muchos adornos, y pinturas) al dulcísimo nombre de María. Todavía exîste el edificio, no sin algunas señales (segun dicen) de quan acepto había sido á Dios; lo que no es menester referir aquí. En esta misma Iglesia está enterrado el Fundador de una obra tan pía, debaxo de un epitafio digno de que se traslade aquí, particularmente siendo fama comun, de que él mismo lo compuso quando vivo, como han hecho tambien otros hombres insignes en piedad, y doctrina. El epitafio dice así: Esta Iglesia hizo, y la dedicó al Nombre de María Santísima, Diego Valentin Diaz, Pintor, Familiar del Santo Oficio. Para cuya conservacion, y remedio de las Huérfanas de su Colegio, dexó toda su hacienda. Y aunque de todo se le dió el Patronazgo, fué su voluntad se dé al que sea mas bienhechor. Y á él, y á Doña María de la Calzada su muger, se les dexe esta sepultura. Fué á dar cuenta á Dios año de I660. Ayúdesele á pagar el alcance rogando á Dios por él.




CAPITULO III.


De las Pinturas, é Imágenes de la Presentación de la Virgen, y de su Desposorio.

I Aunque parece que en toda la Escritura se observa un alto silencio por lo perteneciente á las cosas de la Santísima Virgen, á su educacion, hechos, y obras santísimas; sin embargo, han dicho tanto posteriormente los Padres, y Doctores de la Iglesia sobre este punto, que es justo creer lo sabrian, ó por haber leido los CAPITULO II. códigos de los Escritores antiguos, que perecieron despues por la injuria de los tiempos; ó que pasando como de mano en mano, lo aprenderian por la tradicion: particularmente desde el tiempo de S. Epifanio Obispo de Chipre, que floreció en el siglo IV. de la Iglesia, y murió á principios del V. Lo que en tanto es verdad, que considerados, y exâminados con rigor estos, y otros testimonios tocantes á esta materia, con razon la Iglesia Romana, maestra siempre de la verdad, restauró de nuevo, y restableció la festividad de la Presentación de la Virgen en el Templo, la que, como cosa menos cierta, y averiguada, ó á lo menos algo nueva, había quitado ella misma del catálogo de las Fiestas, y solemnidades, que solia celebrar. Sobre lo qual (para que no quede defraudado del justo elogio) dicen, que fué el agente, y promotor de dicha Fiesta, Francisco Turriano, Varon de mucho nombre. Este, como lo prueba por extenso otro Escritor de la misma Religion igualmente pío, y docto, fué el primero, que emprendió una obra tan digna de alabanza. Pero óiganse las mismas palabras, aunque algo largas, de este sabio Escritor, por contenerse en ellas una noticia no vulgar, y que la ignoran muchos, que cada dia están manejando libros. Dice pues (1082): Finalmente, como hubiese llegado (Turriano) á la última vejez, escribiendo en Roma, murió santamente el mismo dia de la Presentación de la Bienaventurada Virgen: y no sin algunas muestras de benevolencia de la misma Señora para con Francisco Turriano. Pues, como el Romano Pontífice Pio V. hubiese quitado del Breviario, como menos antigua, la Fiesta de la Presentacion, sacó nuestro Turriano de su tesoro recóndito de Antigüedades, Autores antiquísimos Griegos, y Latinos, probando con sus testimonios, que Padres antiguos, y santísimos habían conocido, y celebrado mucho tiempo había, la Fiesta de la Presentacion. sobre la Pintura del Nombre de Jesus, resplandeciente en medio de los rayos del Sol. Y así logró con su exquisita erudicion, industria, y diligencia, y por la gran devocion, que tenia á la Virgen, que se restaurase de nuevo, y se restituyese á la Iglesia Católica esta solemnidad, que se había extinguido: cuya piedad fué del agrado de la Santísima Virgen, y (como es de creer) consiguió por su intercesion pasar á mejor vida el mismo dia de la Presentación (que había defendido con tanto esfuerzo) el año del Señor M.D.LXXXIV. Todo lo compendió, como acostumbra, el esclarecido Autor de la Bibliotheca Española (1083), el qual hablando de Turriano, dice: Murió en Roma en I584. el mismo dia de la Presentación de la Virgen, cuya antigüedad como hubiese defendido, consiguió, que se restituyese á los fastos de la Iglesia, de donde se había quitado.

2 En la descripción de este hecho, pintan regularmente los Pintores á la Virgen de muy tierna edad, y con razon, pues segun la comun, y recibida opinion, no tenia entonces mas de tres años: de manera que se apartó mucho de la verdad un Pintor, el qual (segun refiere otro, á quien hemos citado muchas veces) (1084) describiendo este mismo hecho, la representó como de edad de diez, y seis años. Píntanla tambien adornada con un rico vestido, lo que no me parece mal, por ser creible, que sus santos, y piadosos padres, como á niña muy tierna, la adornarian con mucha decencia, y que así la ofrecerian al Señor, para que en el Templo, en lugar proporcionado, separado de los hombres, y destinado á este fin, se dedicára con las demas vírgenes al ayuno, á la oracion, y á leer tambien el Hebreo, pasando así una vida inocentísima, conforme convenia á la que ya estaba destinada de Dios para la excelsa dignidad de Madre suya. Compendiólo todo elegantemente S. Damasceno con aquellas palabras, que en esta solemnidad CAPITULO III. canta la Iglesia (1085): Es llevada (dice) al Templo, y plantada despues en la casa de Dios, y alimentada por el espíritu, á la manera de olivo fructuoso, queda hecho domicilio de todas las virtudes: como que había abstraído su mente de toda la concupiscencia de esta vida, y de la carne, y que había conservado virgen su alma junto con el cuerpo, como convenia á la que había de recibir en su seno al mismo Dios. Aquí fué, aquí fué sin duda, donde creciendo poco á poco en edad, creció tambien su santidad junto con la Inmaculada Señora; de suerte que un antiguo, y elegante Panegirista de sus virtudes, dice tales cosas, que no puedo dexar de trasladarlas aquí, el qual despues de haber dicho algunas cosas en general, texiendo el panegírico de María, añade (1086): ¿Que diré yo de su parca comida, y de su grande inclinación á hacer bien? Esta fué mas que natural, y sin alteración en todos tiempos, y aquella tan escasa, que apenas daba á la naturaleza lo que exîgía, y era como un continuado ayuno cada dia. Y si alguna vez le instaba la gana de comer, su comida regular era precisamente para vivir: no para servirle de regalo alguno. Nunca apeteció el sueño, sino quando le fué necesario; y sin embargo, quando descansaba el cuerpo, velaba el ánimo, que suele muchas veces en sueños recorrer lo que ha leido antes, ó atar, y trabar las cosas que interrumpió el mismo sueño, ó executar lo que estaba ya preparado, ó anunciar lo que se debe hacer. Hasta aquí S. Ambrosio.

3 Pero volvamos al camino, de donde (aunque con mucho gusto) nos habían apartado algún tanto las alabanzas de la Virgen. Representan despues los Pintores á la muy tierna niña subiendo por sí sola, y sin ayuda de nadie las gradas, ó escalones; con tal alegria de ánimo, que á los que asistian, y particularmente á sus padres, les llenaba de gozo, y admiracion. Hacen en esto igualmente CAPITULO IV. bien: pues de quince gradas, como afirma Josepho (1087), constaba la escalera por donde se subia; pero no al altar, como con demasiada inadvertencia, y llevado (segun á mí me parece) de su propia imaginacion, escribió el Pintor muchas veces citado (1088). Pues, ni á la purísima Virgen la llevaron sus padres al altar del Templo, que era muy distinto de los nuestros; ni tampoco era costumbre entre los Hebreos, que los que se destinaban al Templo, y mucho menos las mugeres, se ofrecieran en el altar, sino en aquel lugar, y habitacion, donde la Virgen Santísima había de vivir con las demas vírgenes. Porque, el que hubiese en el Templo un tal lugar dividido oportunamente con sus casillas, y habitaciones, para que las vírgenes, y otras mugeres dedicadas al culto divino, pudieran habitar cómodamente, lo dice el mismo Josepho, á quien mas expresamente, que otros, sigue S. Ambrosio (1089): y que en aquellos tiempos antiguos, aun durante el Templo de Salomon, hubo semejantes habitacioncillas, se colige bastante de la misma Escritura, donde leemos, que Josabá, hija del Rey Jorám, hermana de Ochôzías, robó á Joás hijo de Ochôzías de en medio de los hijos del Rey (1090): y añade: Y estuvo con ella escondido seis años en la casa del Señor. Y que esto mismo se observase en el Templo, que se edificó despues, lo dá á entender lo que se refiere en los libros de los Machâbeos, donde hablando el Historiador de cierta calamidad, que amenazaba al Pueblo, dice (1091): Las vírgenes tambien, que estaban encerradas, salian al encuentro á Onías. Lo que con bastante comodidad parece poderse entender de las vírgenes encerradas en el Templo, y dedicadas al servicio divino. Y aun antes del mismo Templo de Salomon, se hace mas clara, y expresa mención de esto, quando se habla de CAPITULO V. las mugeres, que dormian en la entrada del Tabernáculo (1092). Pero el que quiera instruirse mas sobre este particular, vea al P. Pedro Canisio, escritor pío, y erudito (1093), el qual ha juntado muchas cosas sobre quanto pertenece á la Sagrada Virgen. Pasemos ya á lo que falta que notar sobre esta materia.

4 Nuestros Pintores, en las Imágenes de la Presentación de la Virgen, pintan en la cumbre de la escalera á un Sacerdote, que con los brazos abiertos está recibiendo á la dichosa Infanta, y nos representan, no á un Sacerdote como quiera, de los muchos, que servian en el Templo, sino al Sacerdote Sumo, como se echa de ver por sus insignias, á saber, por llevar puesta la tiara, y ademas, el superhumeral, y racional, y por otras semejantes. Suelen los Pintores tropezar en esto con freqüencia; lo que proviene de la ignorancia de los cargos, y dignidad, que tenia el Sumo Pontífice en el Pueblo de los Hebreos, la que fué en tanto grado, que rara vez le veia el Pueblo, el qual le tributaba un gran respeto, ya desde que entraba en el atrio del Templo: cuya explicación no es de mi asunto. Baste por ahora haber referido lo dicho, para que se haga mas clara, y manifiesta la ignorancia de muchos Pintores. Con efecto, no pocos Autores afirman, y enseñan (bien que esta es una cosa muy obscura) que el Sacerdote, que recibió á la Virgen, quando esta se ofreció en el Templo, no fué otro sino Zachârías. Pero, que este no fué Sacerdote Sumo, se colige del mismo Evangelio, como lo dirémos mas largamente en su lugar. De aquí se convence mucho mas, no deber pintarse Zachârías con aquellas vestiduras, y adornos propios solamente del Pontífice Sumo, sino con otros menos primorosos, de que se servian los Sacerdotes inferiores. Y si alguno, particularmente de los Pintores, pensase, que estas, y otras cosas me las finjo yo arbitrariamente, CAPITULO VI. gracias á Dios, que esto mismo lo notó un Pintor, á quien podrá ver qualquiera en el lugar, que va citado abaxo (1094). Y aunque hemos dicho arriba, cómo, y quáles eran las vestiduras de los Sacerdotes inferiores, me ha parecido bien poner aquí la descripcion, que de ellas hace el referido Autor. Estas son sus palabras: Viniendo al trage, que usaban los Sacerdotes comunes, quatro eran las cosas particulares que traían; y dexando la una, que eran los calzones, que llamaban femoralia (porque los cubria l' Alba). La primera de las tres era esta, que se llamaba túnica Linea, sobre que venia la pretina, ó ceñidor, que se llamaba Balteu, ó Zona; la tercera era la Mitra llamada Cidaris: como lo dixo Dios á Moysés (1095). Esta tunica era muy estrecha, y larga, blanca, y llana, de lienzo doblado, y las mangas justas de lo mesmo. La cinta, ó pretina era de quatro dedos de ancho, de lino, entretexida de varias flores, y sembrada de piedras preciosas, y despues de dar dos vueltas á la cintura, llegaba al suelo. La Mitra, ó Tiara era á modo de un morrion, ó medio globo (acaso hubiera dicho mejor; á la manera de lo que es muy usado en las naciones del Oriente, que nosotros llamamos Turbante) de lino muy delgado, que cubria la parte superior; cercábala una venda de otra tela de lienzo, que daba algunas vueltas á la cabeza, y cubria las costuras de la primera. Hasta aquí el mencionado Pintor, en que no se diferencia de los que han exâminado mas exâctamente esta materia: de todo lo qual se echa de ver, de qué manera debe pintarse el Sacerdote inferior, quando se representa en lo interior del Templo. Baste lo dicho por lo perteneciente á las Pinturas de la Presentación de la Virgen.

5 Mas, por lo que mira al Desposorio de dicha Señora, seria tal vez mas reducida esta Pintura, si solo CAPITULO VII. se buscára lo que es cierto, y fuera de duda. Pues lo cierto, y de Fé es, que la Virgen Santísima se desposó con Joseph, de la casa, y familia de David. En estos términos se explican los Evangelios (1096): Como estuviese desposada su Madre (de Jesus) María con Joseph. A la Virgen desposada con un varon, que se llamaba Joseph, de la casa de David, y el nombre de la Virgen era María (1097). Y despues: Subió tambien Joseph desde Galiléa de la Ciudad de Nazareth á Judea á la Ciudad de David, que se llama Belén, por ser de la casa, y familia de David, para empadronarse con María, que era la muger con quien estaba desposado. Y aunque han callado los Evangelistas las ceremonias, y ritos con que se celebró un tal Desposorio, lo enseñaron despues bastante clara, y copiosamente no pocos de los Santos Padres, y Doctores, á quienes siguiendo, como acostumbra, el Doctor Exîmio, hace esta compendiosa descripción (1098): Añaden los Padres haber sido costumbre de aquel Pueblo, el que estas vírgenes, que permanecian en el Templo, luego que habían cumplido la edad correspondiente, las remitiesen los Sacerdotes á casa de sus padres, para colocarlas en el estado del matrimonio; y que los padres de la Bienaventurada Virgen habían muerto al cabo de once años, que la Virgen había vivido en el Templo. En cuya atencion, tomaron parecer los Sacerdotes sobre lo que harian de aquel cuerpo sagrado, porque ni era conveniente, ni estaba en uso, que una muger ya crecida se quedase en el Templo; y por otra parte, temian dar á algnn varon, derecho, y potestad sobre dicho cuerpo. Pero que movidos por un instinto, é inspiración divina, determinaron entregarla en desposorio á un varon, que fuese á propósito para guardar su virginidad, y por tal se tuvo á Joseph, que era de la misma familia, y Tribu. CAPITULO VIII. Así parece discurre San Gregorio Niceno, Homil. de Christ. Nativit. S. Damasceno lib. 4. de Fide cap. I5. Niceph. ex Evod. lib. I. cap. 7. y lib. 2. cap. 3. Andr. Cretens. Orat. de Dormit. Virg. y Simeon Metaphrast. Orat. de Ortu Virg. Nombran tambien á Orígenes tract. 26. in Matth. y á Theophylacto Matth. 23. y á otros. Hasta aquí el citado Doctor, donde, conforme á la gravedad, y doctrina de un varon tan grande, nada se halla, sino lo que es mas conocido, y mas probable.

6 Pero otros añaden á esta narración muchas otras cosas, de que se valen los Pintores para adornar de mil maneras este Misterio: las que segun parece, se han tomado como de la fuente (á lo menos en gran parte) de cierto tratado, que antes estaba entre las obras de S. Gerónimo, ó de una Epístola, en que respondia el Santo á otra, que decian haberle escrito Heliodoro, y Cromacio; ya fuese que algunos Doctores Griegos, bien que no de los mas graves, ni antiguos, sino mucho mas modernos, hubiesen tomado esto del Autor supositicio de esta Epístola; ó ya (lo que tengo por mas verdadero), que de estos lo tomase el desconocido, é ignorante Autor de dicha Epístola. Por lo que, muchos tiempos ha, la han quitado de las obras del Santo hombres doctísimos; de suerte que ya no se halla en la edición de las obras de S. Gerónimo, que salió á luz expurgada por Mariano Victorio Obispo de Reati, y mucho menos en la que dieron al público los doctos, y eruditos PP. Benedictinos de la Congregación de S. Mauro el año de M.DC.XCIII. Siendo, digo, todo esto así, creo me concederá el Lector pio, y erudito, el referir sinceramente qual es el juicio, que ya mucho antes habían formado del tal tratado, ó Epístola, hombres excelentes en doctrina, y piedad. El Escritor, pues, de estas materias, á quien nunca pierdo de vista, llegando á este punto, dice (1099): CAPITULO IX. Lo tomaron los Pintores del Tratado de la Natividad de la Virgen, que anda entre las obras de S. Gerónimo, del qual tomaron tambien otras cosas. Pero, como sepan los doctos, que este Tratado es fabuloso, é indigno de S. Gerónimo, segun lo notaron algunos Escritores eruditísimos, y la misma obra lo dice, &c. Esto afirma el mencionado Autor; y para que no parezca, que lo dice voluntariamente, y sin fundamento, léanse los Autores, que cito abaxo, los quales en ningúna manera pueden tenerse por sospechosos (1100). Pero no por esto pienso, que debamos apartarnos del sentido comun, y vulgar: y juzgo con el Pintor tantas veces citado (1101), que este hecho puede representarse muy bien, pintando delante de un Sacerdote á la Santísima Virgen en la edad de su niñez, y adornada con mucha modestia (no profanamente, como lo hizo, segun afirma el mismo, otro Pintor, por otra parte de una profesion muy sagrada), y al Santo, y castísimo S. Joseph ya de edad varonil, y teniendo además un ramo muy florído, dándose mutuamente sus castísimas manos. Pues de este modo, se expresa bien, y oportunamente el Misterio: ó ya se refiera al hecho, que pretenden los Pintores, ó ya á la santidad de vida, pureza, y virginidad tambien del Santísimo Esposo: por ser verisimil (como lo notó el citado Molano, Escritor de quien me he valido principalmente en esta materia), que á fin de que del desposorio virginal naciese virgen el Hijo de la Inmaculada Virgen, fué tambien siempre virgen S. Joseph: de lo que tal vez volverémos á hablar despues. Pero no se ha de omitir aquí, que habiéndose celebrado dicho Desposorio, es enteramente cierto, y verdadero, y por tal lo debe tener todo Theólogo cuerdo, y prudente, que entre la Santísima Virgen, y su castísimo CAPITULO. Mas, supuesto que lo que voy á decir, servirá no poco para su mayor ilustracion, añado brevemente, que quando muchas veces se pintan los Apóstoles acompañando á Christo, se les debe pintar casi de la misma manera, por lo que toca al trage, Esposo S. Joseph, hubo verdadero matrimonio; pues para afirmar esto, ademas de la autoridad de los Padres antiguos, y el mas comun consentimiento de los Escolásticos, debe bastar el que esto mismo lo enseña el Doctor Angélico, con aquel juicio, y gravedad, que se echa de ver en todas sus obras (1102). Mas, sobre si esto es tan cierto, que pertenezca á aquella certeza, que es propia de la Fé Divina; lo afirma sin titubear el Pintor muchas veces citado (1103): pero yo le diria de buena gana al oido, no lo que antiguamente Apeles á cierto zapatero: Sutor non ultra crepidam, por hacer yo mucho aprecio del Arte de la Pintura; pero sí aquello de Bias, uno de los siete Sabios . Ne quid nimis. Porque, á mi juicio, es traspasar los límites, el que un Pintor, aunque erudito, pronuncie sobre si esto, ó lo otro, pertenece, ó no á la Fé. O si no, vea á lo menos quien gustase, lo que ademas de otros, escribió Miguel de Medina (1104) varon gravísimo de la Religion Seráfica, y Theólogo del Sagrado Concilio de Trento.




EL PINTOR CHRISTIANO Y ERUDITO-Juan Interián de Ayala - LIBRO QUARTO.