Redemptoris Mater ES 32


32 En la liturgia bizantina, en todas las horas del Oficio divino, la alabanza a la Madre está unida a la alabanza al Hijo y a la que, por medio del Hijo, se eleva al Padre en el Espíritu Santo. En la anáfora o plegaria eucarística de san Juan Crisóstomo, después de la epíclesis, la comunidad reunida canta así a la Madre de Dios: « Es verdaderamente justo proclamarte bienaventurada, oh Madre de Dios, porque eres la muy bienaventurada) toda pura y Madre de nuestro Dios. Te ensalzamos, porque eres más venerable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los serafines. Tú, que sin perder tu virginidad, has dado al mundo el Verbo de Dios. Tú, que eres verdaderamente la Madre de Dios ».

Estas alabanzas, que en cada celebración de la liturgia eucarística se elevan a María, han forjado la fe, la piedad y la oración de los fieles. A lo largo de los siglos han conformado todo el comportamiento espiritual de los fieles, suscitando en ellos una devoción profunda hacia la « Toda Santa Madre de Dios ».


33 Se conmemora este año el XII centenario del II Concilio ecuménico de Nicea (a. 787), en el que, al final de la conocida controversia sobre el culto de las sagradas imágenes, fue definido que, según la enseñanza de los santos Padres y la tradición universal de la Iglesia, se podían proponer a la veneración de los fieles, junto con la Cruz, también las imágenes de la Madre de Dios, de los Ángeles y de los Santos, tanto en las iglesias como en las casas y en los caminos.84Esta costumbre se ha mantenido en todo el Oriente y también en Occidente. Las imágenes de la Virgen tienen un lugar de honor en las iglesias y en las casas. María está representada o como trono de Dios, que lleva al Señor y lo entrega a los hombres (Theotókos), o como camino que lleva a Cristo y lo muestra (Odigitria), o bien como orante en actitud de intercesión y signo de la presencia divina en el camino de los fieles hasta el día del Señor (Deisis), o como protectora que extiende su manto sobre los pueblos (Pokrov), o como misericordiosa Virgen de la ternura (Eleousa). La Virgen es representada habitualmente con su Hijo, el niño Jesús, que lleva en brazos: es la relación con el Hijo la que glorifica a la Madre. A veces lo abraza con ternura (Glykofilousa); otras veces, hierática, parece absorta en la contemplación de aquel que es Señor de la historia (cf. Ap 5,9-14).85

Conviene recordar también el Icono de la Virgen de Vladimir que ha acompañado constantemente la peregrinación en la fe de los pueblos de la antigua Rus'. Se acerca el primer milenio de la conversión al cristianismo de aquellas nobles tierras: tierras de personas humildes, de pensadores y de santos. Los Iconos son venerados todavía en Ucrania, en Bielorusia y en Rusia con diversos títulos; son imágenes que atestiguan la fe y el espíritu de oración de aquel pueblo, el cual advierte la presencia y la protección de la Madre de Dios. En estos Iconos la Virgen resplandece como la imagen de la divina belleza, morada de la Sabiduría eterna, figura de la orante, prototipo de la contemplación, icono de la gloria: aquella que, desde su vida terrena, poseyendo la ciencia espiritual inaccesible a los razonamientos humanos, con la fe ha alcanzado el conocimiento más sublime. Recuerdo, también, el Icono de la Virgen del cenáculo, en oración con los apóstoles a la espera del Espíritu. ¿No podría ser ésta como un signo de esperanza para todos aquellos que, en el diálogo fraterno, quieren profundizar su obediencia de la fe?

84 Conc. Ecum. Niceno II: Conciliorum Oecumenicorum Decreta, Bologna 1973 (3), 135-138 (DS 600-609).
85 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, LG 59.


34 Tanta riqueza de alabanzas, acumulada por las diversas manifestaciones de la gran tradición de la Iglesia, podría ayudarnos a que ésta vuelva a respirar plenamente con sus « dos pulmones », Oriente y Occidente. Como he dicho varias veces, esto es hoy más necesario que nunca. Sería una ayuda valiosa para hacer progresar el diálogo actual entre la Iglesia católica y las Iglesias y Comunidades eclesiales de Occidente.86 Sería también, para la Iglesia en camino, la vía para cantar y vivir de manera más perfecta su Magníficat.

86 Cf Conc. Ecum. Vat. II, Decr. sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio,
UR 19.


3. El Magníficat de la Iglesia en camino


35 La Iglesia, pues, en la presente fase de su camino, trata de buscar la unión de quienes profesan su fe en Cristo para manifestar la obediencia a su Señor que, antes de la pasión, ha rezado por esta unidad. La Iglesia « va peregrinando ..., anunciando la cruz del Señor hasta que venga ».87 « Caminando, pues, la Iglesia en medio de tentaciones y tribulaciones, se ve confortada con el poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne, antes al contrario, persevere como esposa digna de su Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renovarse hasta que por la cruz llegue a aquella luz que no conoce ocaso ».88

La Virgen Madre está constantemente presente en este camino de fe del Pueblo de Dios hacia la luz. Lo demuestra de modo especial el cántico del Magníficat que, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos. Lo prueba su recitación diaria en la liturgia de las Vísperas y en otros muchos momentos de devoción tanto personal como comunitaria.

« Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí;
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos,
enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abraham y su descendencia por siempre »

(
Lc 1,46-55).

87 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, LG 8.
88 Ibid., LG 9.


36 Cuando Isabel saludó a la joven pariente que llegaba de Nazaret, María respondió con el Magníficat. En el saludo Isabel había llamado antes a María « bendita » por « el fruto de su vientre », y luego « feliz » por su fe (cf. Lc 1,42 Lc 1,45). Estas dos bendiciones se referían directamente al momento de la anunciación. Después, en la visitación, cuando el saludo de Isabel da testimonio de aquel momento culminante, la fe de María adquiere una nueva conciencia y una nueva expresión. Lo que en el momento de la anunciación permanecía oculto en la profundidad de la « obediencia de la fe », se diría que ahora se manifiesta como una llama del espíritu clara y vivificante. Las palabras usadas por María en el umbral de la casa de Isabel constituyen una inspirada profesión le su fe, en la que la respuesta a la palabra de la revelación se expresa con la elevación espiritual y poética de todo su ser hacia Dios. En estas sublimes palabras, que son al mismo tiempo muy sencillas y totalmente inspiradas por los textos sagrados del pueblo de Israel,89 se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón. Resplandece en ellas un rayo del misterio de Dios, la gloria de su inefable santidad, el eterno amor que, como un don irrevocable, entra en la historia del hombre.

María es la primera en participar de esta nueva revelación de Dios y, a través de ella, de esta nueva « autodonación » de Dios. Por esto proclama: « ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo ». Sus palabras reflejan el gozo del espíritu, difícil de expresar: « se alegra mi espíritu en Dios mi salvador ». Porque « la verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre ... resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la revelación ».90 En su arrebatamiento María confiesa que se ha encontrado en el centro mismo de esta plenitud de Cristo. Es consciente de que en ella se realiza la promesa hecha a los padres y, ante todo, « en favor de Abraham y su descendencia por siempre »; que en ella, como madre de Cristo, converge toda la economía salvífica, en la que, « de generación en generación », se manifiesta aquel que, como Dios de la Alianza, se acuerda « de la misericordia ».

89 Como es sabido, las palabras del Magníficat contienen o evocan numerosos pasajes del Antiguo Testamento.
90 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, DV 2.


37 La Iglesia, que desde el principio conforma su camino terreno con el de la Madre de Dios, siguiéndola repite constantemente las palabras del Magníficat. Desde la profundidad de la fe de la Virgen en la anunciación y en la visitación, la Iglesia llega a la verdad sobre el Dios de la Alianza, sobre Dios que es todopoderoso y hace « obras grandes » al hombre: « su nombre es santo ». En el Magníficat la Iglesia encuentra vencido de raíz el pecado del comienzo de la historia terrena del hombre y de la mujer, el pecado de la incredulidad o de la « poca fe » en Dios. Contra la « sospecha » que el « padre de la mentira » ha hecho surgir en el corazón de Eva, la primera mujer, María, a la que la tradición suele llamar « nueva Eva » 91 y verdadera « madre de los vivientes » 92, proclama con fuerza la verdad no ofuscada sobre Dios: el Dios Santo y todopoderoso, que desde el comienzo es la fuente de todo don, aquel que « ha hecho obras grandes ». Al crear, Dios da la existencia a toda la realidad. Creando al hombre, le da la dignidad de la imagen y semejanza con él de manera singular respecto a todas las criaturas terrenas. Y no deteniéndose en su voluntad de prodigarse no obstante el pecado del hombre,Dios se da en el Hijo: « Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único » (Jn 3,16). María es el primer testimonio de esta maravillosa verdad, que se realizará plenamente mediante lo que hizo y enseñó su Hijo (cf. Ac 1,1) y, definitiva mente, mediante su Cruz y resurrección.

La Iglesia, que aun « en medio de tentaciones y tribulaciones » no cesa de repetir con María las palabras del Magníficat, « se ve confortada » con la fuerza de la verdad sobre Dios, proclamada entonces con tan extraordinaria sencillez y, al mismo tiempo, con esta verdad sobre Dios desea iluminar las difíciles y a veces intrincadas vías de la existencia terrena de los hombres. El camino de la Iglesia, pues, ya al final del segundo Milenio cristiano, implica un renovado empeño en su misión. La Iglesia, siguiendo a aquel que dijo de sí mismo: « (Dios) me ha enviado para anunciar a los pobres la Buena Nueva » (cf. Lc 4,18), a través de las generaciones, ha tratado y trata hoy de cumplir la misma misión.

Su amor preferencial por los pobres está inscrito admirablemente en el Magníficat de María. El Dios de la Alianza, cantado por la Virgen de Nazaret en la elevación de su espíritu, es a la vez el que « derriba del trono a los poderosos, enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos, ... dispersa a los soberbios ... y conserva su misericordia para los que le temen ». María está profundamente impregnada del espíritu de los « pobres de Yahvé », que en la oración de los Salmos esperaban de Dios su salvación, poniendo en El toda su confianza (cf. Ps 25 Ps 31 Ps 35 Ps 55). En cambio, ella proclama la venida del misterio de la salvación, la venida del « Mesías de los pobres » (cf. Is 11,4 Is 61,1). La Iglesia, acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras delMagníficat, renueva cada vez mejor en sí la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que, cantado en el Magníficat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús.

La Iglesia, por tanto, es consciente —y en nuestra época tal conciencia se refuerza de manera particular— de que no sólo no se pueden separar estos dos elementos del mensaje contenido en el Magníficat, sino que también se debe salvaguardar cuidadosamente la importancia que « los pobres » y « la opción en favor de los pobres » tienen en la palabra del Dios vivo. Se trata de temas y problemas orgánicamente relacionados con el sentido cristiano de la libertad y de la liberación. « Dependiendo totalmente de Dios y plenamente orientada hacia El por el empuje de su fe, María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberaciónde la humanidad y del cosmos. La Iglesia debe mirar hacia ella, Madre y Modelo para comprender en su integridad el sentido de su misión ».93

91 Cf. por ejemplo S. Justino, Dialogus cum Tryphone Iudaeo, 100: Otto II, 358; S. Ireneo, Adversus Haereses III, 22, 4: S. Ch. 211, 439-449; Tertuliano, De carne Christi, 17, 4-6: CCL 2, 904 s.
92 Cf. S. Epifanio, Panarion, III, 2; Haer. 78, 18: PG 42, 727-730
93 Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre Libertad cristiana y liberación (22 de marzo de 1986), 97.


III PARTE - MEDIACIÓN MATERNA


1. María, Esclava del Señor

38 La Iglesia sabe y enseña con San Pablo que uno solo es nuestro mediador: « Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos » (1Tm 2,5-6). « La misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder » 94: es mediación en Cristo.

La Iglesia sabe y enseña que « todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres ... dimana del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo;se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y, lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta ».95 Este saludable influjo está mantenido por el Espíritu Santo, quien, igual que cubrió con su sombra a la Virgen María comenzando en ella la maternidad divina, mantiene así continuamente su solicitud hacia los hermanos de su Hijo.

Efectivamente, la mediación de María está íntimamente unida a su maternidad y posee un carácter específicamente materno que la distingue del de las demás criaturas que, de un modo diverso y siempre subordinado, participan de la única mediación de Cristo, siendo también la suya una mediación participada.96 En efecto, si « jamás podrá compararse criatura alguna con el Verbo encarnado y Redentor », al mismo tiempo « la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación, participada de la única fuente »; y así « la bondad de Dios se difunde de distintas maneras sobre las criaturas ».97

La enseñanza del Concilio Vaticano II presenta la verdad sobre la mediación de María como una participación de esta única fuente que es la mediación de Cristo mismo. Leemos al respecto: « La Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María, la experimenta continuamente y la recomienda a la piedad de los fieles, para que, apoyados en esta protección maternal, se unan con mayor intimidad al Mediador y Salvador ».98 Esta función es, al mismo tiempo, especial y extraordinaria. Brota de su maternidad divina y puede ser comprendida y vivida en la fe, solamente sobre la base de la plena verdad de esta maternidad. Siendo María, en virtud de la elección divina, la Madre del Hijo consubstancial al Padre y « compañera singularmente generosa » en la obra de la redención, es nuestra madre en el orden de la gracia ».99 Esta función constituye una dimensión real de su presencia en el misterio salvífico de Cristo y de la Iglesia.

94 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, LG 60.
95 Ibid., LG 60.
96 Cf. Ia fómula de mediadora « ad Mediatorem » de S. Bernardo, In Dominica infra oct. Assumptionis Sermo, 2: S. Bernardi Opera, V, 1968, 263. María como puro espejo remite al Hijo toda gloria y honor que recibe: Id., In Nativitate B. Mariae Sermo-De aquaeductu, 12: ed. cit. , 283.
97 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, LG 62.
98 Ibid., LG 62.
99 Ibid., LG 61.


39 Desde este punto de vista es necesario considerar una vez más el acontecimiento fundamental en la economía de la salvación, o sea la encarnación del Verbo en la anunciación. Es significativo que María, reconociendo en la palabra del mensajero divino la voluntad del Altísimo y sometiéndose a su poder, diga: « He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra » (Lc 1,3). El primer momento de la sumisión a la única mediación « entre Dios y los hombres » —la de Jesucristo— es la aceptación de la maternidad por parte de la Virgen de Nazaret. María da su consentimiento a la elección de Dios, para ser la Madre de su Hijo por obra del Espíritu Santo. Puede decirse que este consentimiento suyo para la maternidad es sobre todo fruto de la donación total a Dios en la virginidad. María aceptó la elección para Madre del Hijo de Dios, guiada por el amor esponsal, que « consagra » totalmente una persona humana a Dios. En virtud de este amor, María deseaba estar siempre y en todo « entregada a Dios », viviendo la virginidad. Las palabras « he aquí la esclava del Señor » expresan el hecho de que desde el principio ella acogió y entendió la propia maternidad como donación total de sí, de su persona, al servicio de los designios salvíficos del Altísimo. Y toda su participación materna en la vida de Jesucristo, su Hijo, la vivió hasta el final de acuerdo con su vocación a la virginidad.

La maternidad de María, impregnada profundamente por la actitud esponsal de « esclava del Señor », constituye la dimensión primera y fundamental de aquella mediación que la Iglesia confiesa y proclama respecto a ella,100 y continuamente « recomienda a la piedad de los fieles » porque confía mucho en esta mediación. En efecto, conviene reconocer que, antes que nadie, Dios mismo, el eterno Padre, se entregó a la Virgen de Nazaret, dándole su propio Hijo en el misterio de la Encarnación. Esta elección suya al sumo cometido y dignidad de Madre del Hijo de Dios, a nivel ontológico, se refiere a la realidad misma de la unión de las dos naturalezas en la persona del Verbo (unión hipostática). Este hecho fundamental de ser la Madre del Hijo de Dios supone, desde el principio, una apertura total a la persona de Cristo, a toda su obra y misión. Las palabras « he aquí la esclava del Señor » atestiguan esta apertura del espíritu de María, la cual, de manera perfecta, reúne en sí misma el amor propio de la virginidad y el amor característico de la maternidad, unidos y como fundidos juntamente.

Por tanto María ha llegado a ser no sólo la « madre-nodriza » del Hijo del hombre, sino también la « compañera singularmente generosa » 101 del Mesías y Redentor. Ella —como ya he dicho— avanzaba en la peregrinación de la fe y en esta peregrinación suya hasta los pies de la Cruz se ha realizado, al mismo tiempo, su cooperación materna en toda la misión del Salvador mediante sus acciones y sufrimientos. A través de esta colaboración en la obra del Hijo Redentor, la maternidad misma de María conocía una transformación singular, colmándose cada vez más de « ardiente caridad » hacia todos aquellos a quienes estaba dirigida la misión de Cristo. Por medio de esta « ardiente caridad », orientada a realizar en unión con Cristo la restauración de la « vida sobrenatural de las almas »,102 María entraba de manera muy personal en la única mediación « entre Dios y los hombres », que es la mediación del hombre Cristo Jesús. Si ella fue la primera en experimentar en sí misma los efectos sobrenaturales de esta única mediación —ya en la anunciación había sido saludada como « llena de gracia »— entonces es necesario decir, que por esta plenitud de gracia y de vida sobrenatural, estaba particularmente predispuesta a la cooperación con Cristo, único mediador de la salvación humana. Y tal cooperación es precisamente esta mediación subordinada a la mediación de Cristo.

En el caso de María se trata de una mediación especial y excepcional, basada sobre su « plenitud de gracia », que se traducirá en la plena disponibilidad de la « esclava del Señor ». Jesucristo, como respuesta a esta disponibilidad interior de su Madre, la preparaba cada vez más a ser para los hombres « madre en el orden de la gracia ». Esto indican, al menos de manera indirecta, algunos detalles anotados por los Sinópticos (cf. Lc 11,28 Lc 8,20-21 Mc 3,32-35 Mt 12,47-50) y más aún por el Evangelio de Juan (cf. Jn 2,1-12 Jn 19,25-27), que ya he puesto de relieve. A este respecto, son particularmente elocuentes las palabras, pronunciadas por Jesús en la Cruz, relativas a María y a Juan.

100 Ibid., LG 62.
101 Ibid., LG 61
102 Ibid., LG 61


40 Después de los acontecimientos de la resurrección y de la ascensión, María, entrando con los apóstoles en el cenáculo a la espera de Pentecostés, estaba presente como Madre del Señor glorificado. Era no sólo la que « avanzó en la peregrinación de la fe » y guardó fielmente su unión con el Hijo « hasta la Cruz », sino también la « esclava del Señor », entregada por su Hijo como madre a la Iglesia naciente: « He aquí a tu madre ». Así empezó a formarse una relación especial entre esta Madre y la Iglesia. En efecto, la Iglesia naciente era fruto de la Cruz y de la resurrección de su Hijo. María, que desde el principio se había entregado sin reservas a la persona y obra de su Hijo, no podía dejar de volcar sobre la Iglesia esta entrega suya materna. Después de la ascensión del Hijo, su maternidad permanece en la Iglesia como mediación materna; intercediendo por todos sus hijos, la madre coopera en la acción salvífica del Hijo, Redentor del mundo. Al respecto enseña el Concilio: « Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar ... hasta la consumación perpetua de todos los elegidos ».103 Con la muerte redentora de su Hijo, la mediación materna de la esclava del Señor alcanzó una dimensión universal, porque la obra de la redención abarca a todos los hombres. Así se manifiesta de manera singular la eficacia de la mediación única y universal de Cristo « entre Dios y los hombres ». La cooperación de María participa, por su carácter subordinado, de la universalidad de la mediación del Redentor, único mediador. Esto lo indica claramente el Concilio con las palabras citadas antes.

« Pues —leemos todavía— asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna ».104 Con este carácter de « intercesión », que se manifestó por primera vez en Caná de Galilea, la mediación de María continúa en la historia de la Iglesia y del mundo. Leemos que María « con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada ».105 De este modo la maternidad de María perdura incesantemente en la Iglesia como mediación intercesora, y la Iglesia expresa su fe en esta verdad invocando a María « con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora ».106

103 Ibid.,
LG 62.
104 Ibid., LG 62.
105 Ibid., LG 62; también en su oración la Iglesia reconoce y celebra la « función materna » de María, función « de intercesión y perdón, de impetración y gracia, de reconciliación y paz » (cf. prefacio de la Misa de la Bienaventurada Virgen María, Madre y Mediadora de gracia, en Collectio Missarum de Beata Maria Virgine, ed. typ. 1987, I, 120.
106 Ibid., LG 62.


41 María, por su mediación subordinada a la del Redentor, contribuye de manera especial a la unión de la Iglesia peregrina en la tierra con la realidad escatológica y celestial de la comunión de los santos, habiendo sido ya « asunta a los cielos ».107 La verdad de la Asunción, definida por Pío XII, ha sido reafirmada por el Concilio Vaticano II, que expresa así la fe de la Iglesia: « Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemeje de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte ».108 Con esta enseñanza Pío XII enlazaba con la Tradición, que ha encontrado múltiples expresiones en la historia de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente.

Con el misterio de la Asunción a los cielos, se han realizado definitivamente en María todos los efectos de la única mediación de Cristo Redentor del mundo y Señor resucitado: « Todos vivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego, los de Cristo en su Venida » (1Co 15,22-23). En el misterio de la Asunción se expresa la fe de la Iglesia, según la cual María « está también íntimamente unida » a Cristo porque, aunque como madre-virgen estaba singularmente unida a él en su primera venida, por su cooperación constante con él lo estará también a la espera de la segunda; « redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo »,109 ella tiene también aquella función, propia de la madre, de mediadora de clemencia en la venida definitiva, cuando todos los de Cristo revivirán, y « el último enemigo en ser destruido será la Muerte » (1Co 15,26).110

A esta exaltación de la « Hija excelsa de Sión »,111 mediante la asunción a los cielos, está unido el misterio de su gloria eterna. En efecto, la Madre de Cristo es glorificada como « Reina universal ».112 La que en la anunciación se definió como « esclava del Señor » fue durante toda su vida terrena fiel a lo que este nombre expresa, confirmando así que era una verdadera « discípula » de Cristo, el cual subrayaba intensamente el carácter de servicio de su propia misión: el Hijo del hombre « no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos » (Mt 20,28). Por esto María ha sido la primera entre aquellos que, « sirviendo a Cristo también en los demás, conducen en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar »,113 Y ha conseguido plenamente aquel « estado de libertad real », propio de los discípulos de Cristo: ¡servir quiere decir reinar!

« Cristo, habiéndose hecho obediente hasta la muerte y habiendo sido por ello exaltado por el Padre (cf. Ph 2,8-9), entró en la gloria de su reino. A El están sometidas todas las cosas, hasta que El se someta a Sí mismo y todo lo creado al Padre, a fin de que Dios sea todo en todas las cosas (cf. 1Co 15,27-28) ».114 María, esclava del Señor, forma parte de este Reino del Hijo.115 La gloria de servir no cesa de ser su exaltación real; asunta a los cielos, ella no termina aquel servicio suyo salvífico, en el que se manifiesta la mediación materna, « hasta la consumación perpetua de todos los elegidos ».116 Así aquella, que aquí en la tierra « guardó fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz », sigue estando unida a él, mientras ya « a El están sometidas todas las cosas, hasta que El se someta a Sí mismo y todo lo creado al Padre ». Así en su asunción a los cielos, María está como envuelta por toda la realidad de la comunión de los santos, y su misma unión con el Hijo en la gloria está dirigida toda ella hacia la plenitud definitiva del Reino, cuando « Dios sea todo en todas las cosas ».

También en esta fase la mediación materna de María sigue estando subordinada a aquel que es el único Mediador, hasta la realización definitiva de la « plenitud de los tiempos »,es decir, hasta que « todo tenga a Cristo por Cabeza » (Ep 1,10).

107 Ibid., LG 62; S. Juan Damasceno, Hom. in Dormitionem, I, 11; II, 2, 14: S. Ch. 80, 111 s.; 127-131; 157-161; 181-185; S. Bernardo, In Assumptione Beatae Mariae Sermo, 1-2: S Bernardi Opera, V, 1968, 228-238.
108 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, LG 59; cf. Pío XII, Const. Apost. Munificentissimus Deus (1 de noviembre de 1950): AAS 42 (1950) 769-771; S. Bernardo presenta a María inmersa en el esplendor de la gloria del Hijo: In Dominica infra oct. Assumptionis Sermo, 3: S. Bernardi Opera, V, 1968, 263 s.
109 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, LG 53.
110 Sobre este aspecto particular de la mediación de María como impetradora de clemencia ante el Hijo Juez, cf. S. Bernardo, In Dominica infra oct. Assumptionis Sermo, 1-2: S. Bernardi Opera, V, 1968, 262 s.; León XIII, Cart. Enc. Octobri mense (22 de septiembre de 1891): Acta Leonis, XI, 299-315.
111 Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, LG 55.
112 Ibid., LG 59.
113 Ibid., LG 36.
114 Ibid., LG 36.
115 A propósito de María Reina, cf. S. Juan Damasceno, Hom. in Nativitatem, 6, 12; Hom. in Dormitionem, I, 2, 12, 14; II, 11; III, 4: S. Ch. 80, 59 s.; 77 s.; 83 s.; 113 s.; 117; 151 s.; 189-193.
116 Conc. Ecum. Vat. II, Const. sobre la Iglesia Lumen gentium, LG 62


2. María en la vida de la Iglesia y de cada cristiano

42 El Concilio Vaticano II, siguiendo la Tradición, ha dado nueva luz sobre el papel de la Madre de Cristo en la vida de la Iglesia. « La Bienaventurada Virgen, por el don ... de la maternidad divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, a saber: en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo ».117 Ya hemos visto anteriormente como María permanece, desde el comienzo, con los apóstoles a la espera de Pentecostés y como, siendo « feliz la que ha creído », a través de las generaciones está presente en medio de la Iglesia peregrina mediante la fe y como modelo de la esperanza que no desengaña (cf. Rm 5,5).

María creyó que se cumpliría lo que le había dicho el Señor. Como Virgen, creyó que concebiría y daría a luz un hijo: el « Santo », al cual corresponde el nombre de « Hijo de Dios », el nombre de « Jesús » (Dios que salva). Como esclava del Señor, permaneció perfectamente fiel a la persona y a la misión de este Hijo. Como madre, « creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo ».118

Por estos motivos María « con razón es honrada con especial culto por la Iglesia; ya desde los tiempos más antiguos ... es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas ».119 Este culto es del todo particular: contiene en sí y expresa aquel profundo vínculo existente entre la Madre de Cristo y la Iglesía.120 Como virgen y madre, María es para la Iglesia un « modelo perenne ». Se puede decir, pues, que, sobre todo según este aspecto, es decir como modelo o, más bien como « figura », María, presente en el misterio de Cristo, está también constantemente presente en el misterio de la Iglesia. En efecto, también la Iglesia « es llamada madre y virgen », y estos nombres tienen una profunda justificación bíblica y teológica.121

117 Ibid., LG 63.
118 Ibid., LG 63.
119 Ibid., LG 66.
120 Cf. S. Ambrosio, De Institutione Virginis, XIV, 88-89: PL 16, 341; S. Agustín, Sermo 215, 4: PL 38, 1074; De Sancta Virginitate, II, 2; V, 5; VI, 6: PL 40, 397; 398 s.; 399; Sermo 191, II, 3: PL 38, 1010 s.
121 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen Gentium, LG 63.


Redemptoris Mater ES 32