Redemptoris missio ES 58

Promover el desarrollo, educando las conciencias

58 La misión ad gentes se despliega aun hoy día, mayormente, en aquellas regiones del Sur del mundo donde es más urgente la acción para el desarrollo integral y la liberación de toda opresión. La Iglesia siempre ha sabido suscitar, en las poblaciones que ha evangelizado, un impulso hacia el progreso, y ahora mismo los misioneros, más que en el pasado, son conocidos también como promotores de desarrollo por gobiernos y expertos internacionales, los cuales se maravillan del hecho de que se consigan notables resultados con escasos medios.

En la Encíclica Sollicitudo rei socialis he afirmado que « la Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer al problema del subdesarrollo en cuanto tal », sino que « da su primera contribución a la solución del problema urgente del desarrollo cuando proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre, aplicándola a una situación concreta ».108 La Conferencia de los Obispos latinoamericanos en Puebla afirmó que « el mejor servicio al hermano es la evangelización, que lo prepara a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve integralmente ».109 La misión de la Iglesia no es actuar directamente en el plano económico, técnico, político o contribuir materialmente al desarrollo, sino que consiste esencialmente en ofrecer a los pueblos no un « tener más », sino un « ser más », despertando las conciencias con el Evangelio. El desarrollo humano auténtico debe echar sus raíces en una evangelización cada vez más profunda ».110

La Iglesia y los misioneros son también promotores de desarrollo con sus escuelas, hospitales, tipografías, universidades, granjas agrícolas experimentales. Pero el desarrollo de un pueblo no deriva primariamente ni del dinero, ni de las ayudas materiales, ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la formación de las conciencias, de la madurez de la mentalidad y de las costumbres. Es el hombre el protagonista del desarrollo, no el dinero ni la técnica. La Iglesia educa las conciencias revelando a los pueblos al Dios que buscan, pero que no conocen; la grandeza del hombre creado a imagen de Dios y amado por él; la igualdad de todos los hombres como hijos de Dios; el dominio sobre la naturaleza creada y puesta al servicio del hombre; el deber de trabajar para el desarrollo del hombre entero y de todos los hombres.

108 Enc. Sollicitudo rei socialis (30 de diciembre de 1987),
SRS 41: AAS 80 (1988), 570 s.
109 Documentos de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla, México, (1979), 3760 (1145).
110 Discurso a los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, en Yakartas, Indonesia, 10 de octubre de 1989, 5: L'Osservatore Romano, ed. en lengua española, 22 de octubre de 1989.


59 Con el mensaje evangélico la Iglesia ofrece una fuerza liberadora y promotora de desarrollo, precisamente porque lleva a la conversión del corazón y de la mentalidad; ayuda a reconocer la dignidad de cada persona; dispone a la solidaridad, al compromiso, al servicio de los hermanos; inserta al hombre en el proyecto de Dios, que es la construcción del Reino de paz y de justicia, a partir ya de esta vida. Es la perspectiva bíblica de los « nuevos cielos y nueva tierra » (cf. Is 65,17 2P 3,13 Ap 21,1), la que ha introducido en la historia el estímulo y la meta para el progreso de la humanidad. El desarrollo del hombre viene de Dios, del modelo de Jesús Dios y hombre, y debe llevar a Dios.111 He ahí por qué entre el anuncio evangélico y promoción del hombre hay una estrecha conexión.

La aportación de la Iglesia y de su obra evangelizadora al desarrollo de los pueblos abarca no sólo el Sur del mundo, para combatir la miseria y el subdesarrollo, sino también el Norte, que está expuesto a la miseria moral y espiritual causada por el « superdesarrollo ».112 Una cierta modernidad arreligiosa, dominante en algunas partes del mundo, se basa sobre la idea de que, para hacer al hombre más hombre, baste enriquecerse y perseguir el crecimiento técnico-económico. Pero un desarrollo sin alma no puede bastar al hombre, y el exceso de opulencia es nocivo para él, como lo es el exceso de pobreza. El Norte del mundo ha construido un « modelo de desarrollo » y lo difunde en el Sur, donde el espíritu religioso y los valores humanos, allí presentes, corren el riesgo de ser inundados por la ola del consumismo. « Contra el hambre cambia la vida » es el lema surgido en ambientes eclesiales, que indica a los pueblos ricos el camino para convertirse en hermanos de los pobres; es necesario volver a una vida más austera que favorezca un nuevo modelo de desarrollo, atento a los valores éticos y religiosos. Laactividad misionera lleva a los pobres luz y aliento para un verdadero desarrollo, mientras que la nueva evangelización debe crear en los ricos, entre otras cosas, la conciencia de que ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el « desarrollo integral », abierto al Absoluto.113

111 Cf. Pablo VI, Enc. Populorum progressio, PP 14-21 PP 40-42: l.c., 264-268, 277 s.; Juan Pablo II, Enc. Sollicitudo rei socialis, SRS 27-41: l.c., 547-572.
112 Cf. Enc. Sollicitudo rei socialis, SRS 28 : l.c., 548-550.
113 Cf. ibid., cap. IV, SRS 27-34: l.c., 547-560; Pablo VI, Enc. Populorum progressio, PP 19-21 PP 41-42: l.c., 266-268, 277 s.


La Caridad, fuente y criterio de la misión

60 « La Iglesia en todo el mundo —dije en mi primera visita pastoral al Brasil— quiere ser la Iglesia de los pobres... quiere extraer toda la verdad contenida en las bienaventuranzas de Cristo y sobre todo en esta primera: "Bienaventurados los pobres de espíritu...". Quiere enseñar esta verdad y quiere ponerla en práctica, igual que Jesús vino a hacer y enseñar ».114

Las jóvenes Iglesias que en su mayoría viven entre pueblos afligidos por una pobreza muy difundida, expresan a menudo esta preocupación como parte integrante de su misión. La III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla, después de haber recordado el ejemplo de Jesús, escribe que « los pobres merecen una atención preferencial, cualquiera que sea la situación moral o personal en que se encuentren. Hechos a imagen y semejanza de Dios para ser sus hijos, esta imagen está ensombrecida y aun escarnecida. Por eso, Dios toma su defensa y los ama. Es así como los pobres son los primeros destinatarios de la misión y su evangelización es por excelencia señal y prueba de la misión de Jesús ».115

Fiel al espíritu de las bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a compartir con los pobres y los oprimidos de todo tipo. Por esto, exhorto a todos los discípulos de Cristo y a las comunidades cristianas, desde las familias a las diócesis, desde las parroquias a los Institutos religiosos, a hacer una sincera revisión de la propia vida en el sentido de la solidaridad con los pobres. Al mismo tiempo, doy gracias a los misioneros quienes, con su presencia amorosa y su humilde servicio, trabajan por el desarrollo integral de la persona y de la sociedad por medio de escuelas, centros sanitarios, leproserías, casas de asistencia para minusválidos y ancianos, iniciativas para la promoción de la mujer y otras similares. Doy gracias a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos por su entrega. También aliento a los voluntarios de Organizaciones no gubernamentales, cada día más numerosos, los cuales se dedican a estas obras de caridad y de promoción humana.

En efecto, son estas numerosas « obras de caridad » las que atestiguan el espíritu de toda la actividad misionera: El amor, que es y sigue siendo la fuerza de la misión, y es también « el único criterio según el cual todo debe hacerse y no hacerse, cambiarse y no cambiarse. Es el principio que debe dirigir toda acción y el fin al que debe tender. Actuando con caridad o inspirados por la caridad, nada es disconforme y todo es bueno ».116

114 Discurso a los habitantes de la « Favela Vidigal » era Río de Janeiro, 2 de julio de 1980, 4: AAS 72 (1980), 854.
115 Documentos de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla, México, 3757 (1142).
116 Isaac de Stella, Sermón 31: PL 194, 1793.



CAPÍTULO VI - RESPONSABLES Y AGENTES DE LA PASTORAL MISIONERA

61 No se da testimonio sin testigos, como no existe misión sin misioneros. Para que colaboren en su misión y continúen su obra salvífica, Jesús escoge y envía a unas personas como testigos suyos y Apóstoles: « Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra » (Ac 1,8).

Los Doce son los primeros agentes de la misión universal: constituyen un « sujeto colegial » de la misión, al haber sido escogidos por Jesús para estar con él y ser enviados « a las ovejas perdidas de la casa de Israel » (Mt 10,6). Esta colegialidad no impide que en el grupo se distingan figuras singularmente, como Santiago, Juan y, por encima de todos, Pedro, cuya persona asume tanto relieve que justifica la expresión: « Pedro y los demás Apóstoles » (Ac 2,14 Ac 2,37). Gracias a él se abren los horizontes de la misión universal en la que posteriormente destacará Pablo, quien por voluntad divina fue llamado y enviado a los gentiles (cf. Ga 1,15-16).

En la expansión misionera de los orígenes junto a los Apóstoles encontramos a otros agentes menos conocidos que no deben olvidarse: son personas, grupos, comunidades. Un típico ejemplo de Iglesia local es la comunidad de Antioquía que de evangelizada, pasa a ser evangelizadora y envía sus misioneros a los gentiles (cf. Ac 13,2-3). La Iglesia primitiva vive la misión como tarea comunitaria, aun reconociendo en su seno a « enviados especiales » o « misioneros consagrados a los gentiles », como lo son Pablo y Bernabé.


62 Lo que se hizo al principio del cristianismo para la misión universal, también sigue siendo válido y urgente hoy. La Iglesia es misionera por su propia naturaleza ya que el mandato de Cristo no es algo contingente y externo, sino que alcanza al corazón mismo de la Iglesia. Por esto, toda la Iglesia y cada Iglesia es enviada a las gentes. Las mismas Iglesias más jóvenes, precisamente « para que ese celo misionero florezca en los miembros de su patria », deben participar « cuanto antes y de hecho en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellas misioneros a predicar por todas las partes del mundo el Evangelio, aunque sufran escasez de clero ».117 Muchas ya actúan así, y yo las aliento vivamente a continuar.

En este vínculo esencial de comunión entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares se desarrolla la auténtica y plena condición misionera. « En un mundo que, con la desaparición de las distancias, se hace cada vez más pequeño, las comunidades eclesiales deben relacionarse entre sí, intercambiarse energías y medios, comprometerse aunadamente en la única y común misión de anunciar y de vivir el Evangelio... Las llamadas Iglesias más jóvenes... necesitan la fuerza de las antiguas, mientras que éstas tienen necesidad del testimonio y del empuje de las más jóvenes, de tal modo que cada Iglesia se beneficie de las riquezas de las otras Iglesias ».118

117 Conc. Ecum. Vat II. Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia.
AGD 20.
118 Exh. Ap. postsinodal Christifideles laici, CL 35: l.c., 458.


Los primeros responsables de la actividad misionera

63 Así como el Señor resucitado confirió al Colegio apostólico encabezado por Pedro el mandato de la misión universal, así esta responsabilidad incumbe al Colegio episcopal encabezado por el Sucesor de Pedro.119 Consciente de esta responsabilidad, en los encuentros con los Obispos siento el deber de compartirla, con miras tanto a la nueva evangelización como a la misión universal. Me he puesto en marcha por los caminos del mundo « para anunciar el Evangelio, para "confirmar a los hermanos" en la, fe, para consolar a la Iglesia, para encontrar al hombre. Son viajes de fe... Son otras tantas ocasiones de catequesis itinerante, de anuncio evangélico para la prolongación, en todas las latitudes, del Evangelio y del Magisterio apostólico dilatado a las actuales esferas planetarias ».120

Mis hermanos Obispos son directamente responsables conmigo de la evangelización del mundo, ya sea como miembros del Colegio episcopal, ya sea como pastores de las Iglesias particulares. El Concilio Vaticano II dice al respecto: « El cuidado de anunciar el Evangelio en todo el mundo pertenece al Cuerpo de los Pastores, ya que a todos ellos, en común, dio Cristo el mandato ».121 El Concilio afirma también que los Obispos « han sido consagrados no sólo para la salvación de todo el mundo ».122 Esta responsabilidad colegial tiene consecuencias prácticas. Asimismo, « el Sínodo de los Obispos, ... entre los asuntos de importancia general, había de considerar especialmente la actividad misionera, deber supremo y santísimo de la Iglesia ».123 La misma responsabilidad se refleja, en diversa medida, en las Conferencias Episcopales y en sus organismos a nivel continental, que por ello tienen que ofrecer su propia contribución a la causa misionera. 124

Amplio es también el deber misionero de cada Obispo, como pastor de una Iglesia particular. Compete a él, « como rector y centro de la unidad en el apostolado diocesano, promover; dirigir y coordinar la actividad misionera... Procure, además, que la actividad apostólica no se limite sólo a los convertidos, sino que se destine una parte conveniente de operarios y de recursos a la evangelización de los no cristianos ».125

119 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia,
AGD 38.
120 Discurso a los Cardenales y a los colaboradores de la Curia Romana, de la Ciudad del Vaticano y del Vicariato de Roma, 28 de junio de 1980, Insegnamenti III/1 (1980), 1887.
121 Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, LG 23.
122 Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, AGD 38.
123 Ibid., AGD 29.
124 Cf. ibid., AGD 38.
125 Ibid., AGD 30.


64 Toda Iglesia particular debe abrirse generosamente a las necesidades de las demás. La colaboración entre las Iglesias, por medio de una reciprocidad real que las prepare a dar y a recibir, es también fuente de enriquecimiento para todas y abarca varios sectores de la vida eclesial. A este respecto, es ejemplar la declaración de los Obispos en Puebla: « Finalmente, ha llegado para América Latina la hora ... de proyectarse más allá de sus propias fronteras, ad gentes. Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros. Pero debemos dar desde nuestra pobreza ».126

Con este espíritu invito a los Obispos y a las Conferencias Episcopales a poner generosamente en práctica todo lo que ha sido previsto en las Normas directivas, que la Congregación para el Clero emanó para la colaboración entre las Iglesias particulares y, especialmente, para la mejor distribución del clero en el mundo.127

La misión de la Iglesia es más vasta que la « comunión entre las Iglesias »: ésta, además de la ayuda para la nueva evangelización, debe tener sobre todo una orientación con miras a la especifica índole misionera. Hago una llamada a todas las Iglesias, jóvenes y antiguas, para que compartan esta preocupación conmigo, favoreciendo el incremento de las vocaciones misioneras y tratando de superar las diversas dificultades.

126 Documentos de la Conferenda General delEpiscopado Latinoamericano en Puebla, México, 2941 (368).
127 Cf. Normas directivas para la colaboradón de las Iglesias particulares y especialmente para una mejor distribución del clero en el mundo, Postquam Apostoli (25 de marzo de 1980): AAS 72 (1980), 343-364.



Misioneros e Institutos « ad gentes »

65 Entre los agentes de la pastoral misionera, ocupan aún hoy, como en el pasado, un puesto de fundamental importancia aquellas personas e instituciones a las que el Decreto Ad gentesdedica el capítulo del título: « Los misioneros ».128 A este respecto, se impone ante todo, una profunda reflexión, para los misioneros mismos, que debido a los cambios de la misión pueden sentirse inclinados a no comprender ya el sentido de su vocación, a no saber ya qué espera precisamente hoy de ellos la Iglesia.

Punto de referencia son estas palabras del Concilio: « Aunque a todo discípulo de Cristo incumbe la tarea de propagar la fe según su condición, Cristo Señor, de entre los discípulos, llama siempre a los que quiere, para que lo acompañen y para enviarlos a predicar a las gentes. Por lo cual, por medio del Espíritu Santo, que distribuye los carismas según quiere para común utilidad, inspira la vocación misionera en el corazón de cada uno y suscita al mismo tiempo en la Iglesia institutos que asuman como misión propia el deber de la evangelización, que pertenece a toda la Iglesia ».129

Se trata, pues, de una « vocación especial », que tiene como modelo la de los Apóstoles: se manifiesta en el compromiso total al servicio de la evangelización; se trata de una entrega que abarca a toda la persona y toda la vida del misionero, exigiendo de él una donación sin límites de fuerzas y de tiempo. Quienes están dotados de tal vocación, « enviados por la autoridad legítima, se dirigen por la fe y obediencia a los que están alejados de Cristo, segregados para la obra a que han sido llamados, como ministros del Evangelio ».130 Los misioneros deben meditar siempre sobre la correspondencia que requiere el don recibido por ellos y ponerse al día en lo relativo a su formación doctrinal y apostólica.

128 Cf. Decr. Ad gentes, sobre la acuvidad misionera de la Iglesia,
AGD 23-27.
129 Ibid., AGD 23.
130 Ibid. AGD 23


66 Los Institutos misioneros, pues, deben emplear todos los recursos necesarios, poniendo a disposición su experiencia y creatividad con fidelidad al carisma originario, para preparar adecuadamente a los candidatos y asegurar el relevo de las energías espirituales, morales y físicas de sus miembros.131 Que éstos se sientan parte activa de la comunidad eclesial y que actúen en comunión con la misma. De hecho, « todos los Institutos religiosos han nacido por la Iglesia y para ella; obligación de los mismos es enriquecerla con sus propias características en conformidad con su espíritu peculiar y su misión específica » y los mismos Obispos son custodios de esta fidelidad al carisma originarlo.132

Los Institutos misioneros generalmente han nacido en las Iglesias de antigua cristiandad e históricamente han sido instrumentos de la Congregación de Propaganda Fide para la difusión de la fe y la fundación de nuevas Iglesias. Ellos acogen hoy de manera creciente candidatos provenientes de las jóvenes Iglesias que han fundado, mientras nuevos Institutos han surgido precisamente en los países que antes recibían solamente misioneros y que hoy los envían. Es de alabar esta doble tendencia que demuestra la validez y la actualidad de la vocación misionera específica de estos Institutos, que todavía « continúan siendo muy necesarios »,133 no sólo para la actividad misionera ad gentes, como es su tradición, sino también para la animación misionera tanto en las Iglesias de antigua cristiandad, como en las más jóvenes.

La vocación especial de los misioneros ad vitam conserva toda su validez: representa el paradigma del compromiso misionero de la Iglesia, que siempre necesita donaciones radicales y totales, impulsos nuevos y valientes Que los misioneros y misioneras, que han con sagrado toda la vida para dar testimonio del Resucitado entre las gentes, no se dejen atemorizar por dudas, incomprensiones, rechazos, persecuciones. Aviven la gracia de su carisma especifico y emprendan de nuevo con valentía su camino, prefiriendo —con espíritu de fe obediencia y comunión con los propios Pastores— los lugares más humildes y difíciles.

131 Cf. ibid.,
AGD 23 AGD 27.
132 Cf. S. Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares y S. Congregación para los Obispos, Criterios para la relación entre los Obispos y los Religiosos en la Iglesia, Mutuae relationes (14 de mayo de 1978), 14 b: AAS 70 (1978), 482; cf. 28: l.c., 490.
133 Conc . Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, AGD 27.


Sacerdotes diocesanos para la misión universal

67 Colaboradores del Obispo, los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, están llamados a compartir la solicitud por la misión: « El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación "hasta los confines de la tierra", pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles ».134 Por esto, la misma formación de los candidatos al sacerdocio debe tender a darles « un espíritu genuinamente católico que les habitúe a mirar más allá de los limites de la propia diócesis, nación, rito y lanzarse en ayuda de las necesidades de toda la Iglesia con ánimo dispuesto para predicar el Evangelio en todas partes ».135 Todos los sacerdotes deben de tener corazón y mentalidad misioneros, estar abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo, atentos a los más alejados y, sobre todo, a los grupos no cristianos del propio ambiente. Que en la oración y, particularmente, en el sacrificio eucarístico sientan la solicitud de toda la Iglesia por la humanidad entera.

Especialmente los sacerdotes que se encuentran en áreas de minoría cristiana deben sentirse movidos por un celo especial y el compromiso misionero. El Señor les confía no sólo el cuidado pastoral de la comunidad cristiana, sino también y sobre todo la evangelización de sus compatriotas que no forman parte de su grey. Los sacerdotes « no dejarán además de estar concretamente disponibles al Espíritu Santo y al Obispo, para ser enviados a predicar el Evangelio más allá de los confines del propio país. Esto exigirá en ellos no sólo madurez en la vocación, sino también una capacidad no común de desprendimiento de la propia patria, grupo étnico y familia, y una particular idoneidad para insertarse en otras culturas, con inteligencia y respeto ». 136

134 Conc. Ecum. Vat. II. Decr. Presbyterorum Ordinis,
PO 10; cf. Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, AGD 39.
135 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Optatam totius, sobre la forrnación sacerdotal, OT 20; cf. « Guide de vie pastoral pour les prêtres diocésains des Eglises qui dépendent de la Congrégation pour l'Evangélisation des Peuples », Roma, 1989.
136 Discurso a los participantes en la Plenaria de la Congregación para la Evangelizadón de los Pueblos, 14 de abril de 1989, 4: AAS 81 (1989), 1140.


68 En la Encíclica Fidei donum, Pío XII con intuición profética, alentó a los Obispos a ofrecer algunos de sus sacerdotes para un servicio temporal a las Iglesias de África, aprobando las iniciativas ya existentes al respecto. A veinticinco años de distancia, quise subrayar la gran novedad de aquel Documento, que ha hecho superar « la dimensión territorial del servicio sacerdotal para ponerlo a disposición de toda la Iglesia ».137 Hoy se ven confirmadas la validez y los frutos de esta experiencia; en efecto, los presbíteros llamados Fidei donum ponen en evidencia de manera singular el vínculo de comunión entre las Iglesias, ofrecen una aportación valiosa al crecimiento de comunidades eclesiales necesitadas, mientras encuentran en ellas frescor y vitalidad de fe. Es necesario, ciertamente, que el servicio misionero del sacerdote diocesano responda a algunos criterios y condiciones. Se deben enviar sacerdotes escogidos entre los mejores, idóneos y debidamente preparados para el trabajo peculiar que les espera.138 Deberán insertarse en el nuevo ambiente de la Iglesia que los recibe con ánimo abierto y fraterno, y constituirán un único presbiterio con los sacerdotes del lugar, bajo la autoridad del Obispo.139 Mi deseo es que el espíritu de servicio aumente en el presbiterio de las Iglesias antiguas y que sea promovido en el presbiterio de las Iglesias más jóvenes.

137 Mensaje para la Jornada Misionera Mundial de 1982: Insegnamenti V/2 (1982), 1879.
138 Cf. Conc. Ecum. Vat. II. Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia,
AGD 38; S. Congregación para el Clero, Normas directivas Postquam Apostoli, 24-25: l.c., 361.
139 Cf. S. Congregación para el Clero, Normas directivas Postquam Apostoli, 29: l.c., 362 s.; Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes sobre la actividad misionera de la Iglesia, AGD 20.


Fecundidad misionera de la consagración

69 En la inagotable y multiforme riqueza del Espíritu se sitúan las vocaciones de los Institutos de vida consagrada, cuyos miembros, « dado que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia ... están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misional, según el modo propio de su Instituto ».140 La historia da testimonio de los grandes méritos de las Familias religiosas en la propagación de la fe y en la formación de nuevas Iglesias: desde las antiguas Instituciones monásticas, las Ordenes medievales y hasta las Congregaciones modernas.

a) Siguiendo el Concilio, invito a los Institutos de vida contemplativa a establecer comunidades en las jóvenes Iglesias, para dar « preclaro testimonio entre los no cristianos de la majestad y de la caridad de Dios, así como de unión en Cristo ».141 Esta presencia es beneficiosa por doquiera en el mundo no cristiano, especial mente en aquellas regiones donde las religiones tienen en gran estima la vida contemplativa por medio de la ascesis y la búsqueda del Absoluto.

b) A los Institutos de vida activa indico los inmensos espacios para la caridad, el anuncio evangélico, la educación cristiana, la cultura y la solidaridad con los pobres , los discriminados, los marginados y oprimidos. Estos Institutos, persigan o no un fin estrictamente misionero, se deben plantear la posibilidad y disponibilidad a extender su propia actividad para la expansión del Reino de Dios. Esta petición ha sido acogida en tiempos más recientes por no pocos Institutos, pero quisiera que se considerase mejor y se actuase con vistas a un auténtico servicio. La Iglesia debe dar a conocer los grandes valores evangélicos de que es portadora; y nadie los atestigua más eficazmente que quienes hacen profesión de vida consagrada en la castidad, pobreza y obediencia, con una donación total a Dios y con plena disponibilidad a servir al hombre y a la sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo.142

140 C.I.C.,
CIC 783.
141 Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, AGD 40.
142 Cf. Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, EN 69: l.c., 58 s.


70 Quiero dirigir unas palabras de especial gratitud a las religiosas misioneras, en quienes la virginidad por el Reino se traduce en múltiples frutos de maternidad según el espíritu. Precisamente la misión ad gentes les ofrece un campo vastísimo para « entregarse por amor de un modo total e indiviso ».143 El ejemplo y la laboriosidad de la mujer virgen, consagrada a la caridad hacia Dios y el prójimo, especialmente el más pobre, son indispensables como signo evangélico entre aquellos pueblos y culturas en que la mujer debe realizar todavía un largo camino en orden a su promoción humana y a su liberación. Es de desear que muchas jóvenes mujeres cristianas sientan el atractivo de entregarse a Cristo con generosidad, encontrando en su consagración la fuerza y la alegría para dar testimonio de él entre los pueblos que aún no lo conocen.

143 Cart. Ap. Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988),
MD 20: AAS 80 (1988), 1703.


Todos los laicos son misioneros en virtud del bautismo

71 Los Pontífices de la época más reciente han insistido mucho sobre la importancia del papel de los laicos en la actividad misionera.144 En la Exhortación Apostólica Christifideles laici,también yo me he ocupado explícitamente de la « perenne misión de llevar el Evangelio a cuantos —y son millones y millones de hombres y mujeres— no conocen todavía a Cristo Redentor del hombre,145 y de la correspondiente responsabilidad de los fieles laicos. La misión es de todo el pueblo de Dios: aunque la fundación de una nueva Iglesia requiere la Eucaristía y, consiguientemente, el ministerio sacerdotal, sin embargo la misión, que se desarrolla de diversas formas, es tarea de todos los fieles.

La participación de los laicos en la expansión de la fe aparece claramente, desde los primeros tiempos del cristianismo, por obra de los fieles y familias, y también de toda la comunidad. Esto lo recordaba ya el Papa Pío XII, refiriéndose a las vicisitudes de las misiones, en la primera Encíclica misionera sobre la historia de las misiones laicales.146 En los tiempos modernos no ha faltado la participación activa de los misioneros laicos y de las misioneras laicas. ¿Cómo no recordar el importante papel desempeñado por éstas, su trabajo en las familias, en las escuelas, en la vida política, social y cultural y, en particular, su enseñanza de la doctrina cristiana? Es más, hay que reconocer —y esto es un motivo de gloria— que algunas Iglesias han tenido su origen, gracias a la actividad de los laicos y de las laicas misioneros.

El Concilio Vaticano II ha confirmado esta tradición, poniendo de relieve el carácter misionero de todo el Pueblo de Dios, concretamente el apostolado de los laicos,147 y subrayando la contribución específica que éstos están llamados a dar en la actividad misionera.148 La necesidad de que todos los fieles compartan tal responsabilidad no es sólo cuestión de eficacia apostólica, sino de un deber-derecho basado en la dignidad bautismal, por la cual « los fieles laicos participan, según el modo que les es propio, en el triple oficio —sacerdotal, profético y real— de Jesucristo ».149 Ellos, por consiguiente, « tienen la obligación general, y gozan del derecho, tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo; obligación que les apremia todavía más en aquellas circunstancias en las que sólo a través de ellos pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesucristo ».150 Además, dada su propia índole secular, tienen la vocación específica de « buscar el Reino de Dios tratando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios ».151

144 Cf. Pío XII, Enc. Evangelii praecones: l.c., 510 s.; Enc. Fidei donum: l.c., 228 ss.; Juan XXIII, Enc. Princeps Pastorum: l.c., 855 ss.; Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi,
EN 70-73: l.c., 59-63.
145 Exh. Ap. postsinodal Chistifideles laici, CL 35: l.c., 457.
146 Cf. Enc. Evangelii praecones: l.c., 510-514.
147 Cf. Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, LG 17 LG 33 ss.
148 Cf. Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, AGD 35-36 AGD 41.
149 Exh. Ap. postsinodal Christifideles laici, CL 14: l.c. , 410.
150 C.I.C., cán. CIC 225, 1; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los seglares, AA 6 AA 13.
151 Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, LG 31; cf. C.I.C., cán. CIC 225, 2.


72 Los sectores de presencia y de acción misionera de los laicos son muy amplios. « El campo propio ... es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía ... »152 a nivel local, nacional e internacional. Dentro de la Iglesia se presentan diversos tipos de servicios, funciones, ministerios y formas de animación de la vida cristiana. Recuerdo, como novedad surgida recientemente en no pocas Iglesias, el gran desarrollo de los « Movimientos eclesiales », dotados de dinamismo misionero. Cuando se integran con humildad en la vida de las Iglesias locales y son acogidos cordialmente por Obispos y sacerdotes en las estructuras diocesanas y parroquiales, los Movimientos representan un verdadero don de Dios para la nueva evangelización y para la actividad misionera propiamente dicha. Por tanto, recomiendo difundirlos y valerse de ellos para dar nuevo vigor, sobre todo entre los jóvenes, a la vida cristiana y a la evangelización, con una visión pluralista de los modos de asociarse y de expresarse.

En la actividad misionera hay que revalorar las varias agrupaciones del laicado, respetando su índole y finalidades: asociaciones del laicado misionero, organismos cristianos y hermandades de diverso tipo; que todos se entreguen a la misión ad gentes y la colaboración con las Iglesias locales. De este modo se favorecerá el crecimiento de un laicado maduro y responsable, cuya « formación ... se presenta en las jóvenes Iglesias como elemento esencial e irrenunciable de laplantatio Ecclesiae.153

152 Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi,
EN 70: l.c. 60.
153 Exh. Ap. postsinodal Christifideles laici, CL 35: l.c., 458.



Redemptoris missio ES 58