Redemptoris missio ES 73

La obra de los catequistas y la variedad de los ministerios

73 Entre los laicos que se hacen evangelizadores se encuentran en primera línea los catequistas. El Decreto conciliar misionero los define como « esa legión tan benemérita de la, obra de las misiones entre los gentiles », los cuales, « llenos de espíritu apostólico, prestan con grandes sacrificios una ayuda singular y enteramente necesaria para la expansión de la fe y de la Iglesia ».154 No sin razón las Iglesias más antiguas, al entregarse a una nueva evangelización, han incrementado el número de catequistas e intensificado la catequesis. « El título de "catequista" se aplica por excelencia a los catequistas de tierras de misión ... Sin ellos no se habrían edificado Iglesias hoy día florecientes ».155

Aunque ha habido un incremento de los, servicios eclesiales y extraeclesiales, el ministerio de los catequistas continúa siendo siempre necesario y tiene unas características peculiares: los catequistas son agentes especializados, testigos directos, evangelizadores insustituibles, que representan la fuerza básica de las comunidades cristianas, especialmente en las Iglesias jóvenes, como varias veces he afirmado y constatado en mis viajes misioneros. El nuevo Código de Derecho Canónico reconoce sus cometidos, cualidades y requisitos.156

Pero no se puede olvidar que el trabajo de los catequistas resulta cada vez más difícil y exigente debido a los cambios eclesiales y culturales en curso. Es válido también en nuestros días lo que el Concilio mismo sugería: una preparación doctrinal y pedagógica más cuidada, la constante renovación espiritual y apostólica. La necesidad de « procurar ... una condición de vida decorosa y la seguridad social » a los catequistas.157 Igualmente, es importante favorecer la creación y el potenciamiento de las escuelas para catequistas, que, aprobadas por las Conferencias Episcopales, otorguen títulos oficialmente reconocidos por éstas últimas.158

154 Conc. Ecum. Vat II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia,
AGD 17.
155 Exh. Ap. Catechesi tradendae, CTR 66: l.c., 1331.
156 Cf. cán CIC 785, 1.
157 Decr. Ad gentes, sobre la actividad rnisionera de la Iglesia, AGD 17.
158 Cf. Asamblea Plenaria de la S. Congregación para la Evangelización de los Pueblos de 1969, sobre los catequistas y la relativa « Instrucción » de abril de 1970 Bibliografía misionera 34 (1970), 197-212, y S.C. de Propaganda Fide Memoria Rerum, III/2 (1976), 821-831.


74 Además de los catequistas, hay que recordar las demás formas de servicio a la vida de la Iglesia y a la misión, así como otros agentes: animadores de la oración, del canto y de la liturgia; responsables de comunidades eclesiales de base y de grupos bíblicos; encargados de las obras caritativas; administradores de los bienes de la Iglesia; dirigentes de los diversos grupos y asociaciones apostólicas; profesores de religión en las escuelas. Todos los fieles laicos deben dedicar a la Iglesia parte de su tiempo, viviendo con coherencia la propia fe.


Congregación para la Evangelización de los Pueblos y otras estructuras para la actividad misionera

75 Los responsables y los agentes de la pastoral misionera deben sentirse unidos en la comunión que caracteriza al Cuerpo místico. Por ello Cristo pidió en la última cena: « Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado » (Jn 17,21). En esta comunión está el fundamento de la fecundidad de la misión.

Pero la Iglesia es también una comunión visible y orgánica, y por esto la misión requiere igualmente una unión externa y ordenada entre las diversas responsabilidades y funciones, de manera que todos los miembros « dediquen sus esfuerzos con unanimidad a la edificación de la Iglesia ».159

Corresponde al Dicasterio misional « dirigir y coordinar en todo el mundo la obra de evangelización de los pueblos y la cooperación misionera, salvo la competencia de la Congregación para las Iglesias Orientales ».160 Por ello es de su competencia el que « forme y distribuya a los misioneros según las necesidades más urgentes de las regiones..., haga la planificación, dicte normas, directrices y principios para la adecuada evangelización y dé impulsos ».161 No puedo sino confirmar estas sabias disposiciones: para impulsar la misión ad gentes es necesario un centro de promoción, dirección y coordinación como es la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Invito, pues, a las Conferencias Episcopales y a sus organismos, a los Superiores Mayores de las Ordenes, Congregaciones e Institutos, a los organismos laicales comprometidos en la actividad misionera, a colaborar fielmente con dicha Congregación, que tiene la autoridad necesaria para programar y dirigir la actividad y la cooperación misionera a nivel universal.

La misma Congregación, que cuenta con una larga y gloriosa experiencia está llamada a desempeñar un papel de primera importancia a nivel de reflexión, de programas operativos, de los cuales tiene necesidad la Iglesia para orientarse más decididamente hacia la misión en sus diversas formas. Para conseguir este fin, la Congregación debe mantener una estrecha relación con los otros Dicasterios de la Santa Sede, con las Iglesias particulares y con las fuerzas misioneras. En una eclesiología de comunión, en la que la Iglesia es toda ella misionera, pero al mismo tiempo se ven siempre como indispensables las vocaciones e instituciones específicas para la labor ad gentes, sigue siendo muy importante el papel de guía y coordinación del Dicasterio misional para afrontar conjuntamente las grandes cuestiones de interés común, salvo las competencias propias de cada autoridad y estructura.

159 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, AGD 28.
160 Const. Ap. Pastor Bonus, sobre la Curia Romana (28 de junio de 1988), 85: AAS 80 (1988), 881; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, AGD 29.
161 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, AGD 29; cf. Juan Pablo II, Const. Ap. Pastor Bonus, sobre la Curia Romana, : l.c., 882.


76 Para la orientación y coordinación de la actividad misionera a nivel nacional y regional, son de gran importancia las Conferencias Episcopales y sus diversas agrupaciones. A ellas les pide el Concilio que « traten ..., de común acuerdo, los asuntos más graves y los problemas más urgentes, pero sin descuidar las diferencias locales »,162 así como el problema de la inculturación. De hecho, existe ya una amplia y continuada acción en este campo y los frutos son visibles. Es una acción que debe ser intensificada y mejor concertada con la de otros organismos de las mismas Conferencias, de manera que la solicitud misionera no quede reducida a la dirección de un determinado sector u organismo, sino que sea compartida por todos.

Que los mismos organismos e instituciones que se ocupan de la actividad misionera aúnen oportunamente esfuerzos e iniciativas. Que las Conferencias de los Superiores Mayores tengan también este mismo objetivo en su ámbito, en contacto con las Conferencias Episcopales, según las indicaciones y normas establecidas,163 recurriendo incluso a comisiones mixtas.164 De modo análogo, finalmente, hay que promover encuentros y formas de colaboración entre las diferentes instituciones misioneras, ya sea para la formación y el estudio,165 ya sea para la acción apostólica que hay que desarrollar.

162 Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia,
AGD 31.
163 Cf. ibid., AGD 33.
164 Cf. Pablo VI, Cart. Ap. motu proprio data Ecclesiae Sanctae (6 de agosto de 1966), II, 43: AAS 58 (1966), 782.
165 Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, AGD 34; Pablo Vl, Motu proprio Ecclesiae sanctae, III, n. 22: l.c., 787.


CAPÍTULO VII - LA COOPERACIÓN EN LA ACTIVIDAD MISIONERA

77 Miembros de la Iglesia en virtud del bautismo, todos los cristianos son corresponsables de la actividad misionera. La participación de las comunidades y de cada fiel en este derecho-deber se llama « cooperación misionera ».

Tal cooperación se fundamenta y se vive, ante todo, mediante la unión personal con Cristo: sólo si se está unido a él, como el sarmiento a la viña (cf.
Jn 15,5), se pueden producir buenos frutos. La santidad de vida permite a cada cristiano ser fecundo en la misión de la Iglesia: « El Concilio invita a todos a una profunda renovación interior, a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su participación en la obra misionera entre los gentiles ».166

La participación en la misión universal no se reduce, pues, a algunas actividades particulares, sino que es signo de la madurez de la fe y de una vida cristiana que produce frutos. De esta manera el creyente amplía los confines de su caridad, manifestando la solicitud por quienes están lejos y por quienes están cerca: ruega por las misiones y por las vocaciones misioneras, ayuda a los misioneros, sigue sus actividades con interés y, cuando regresan, los acoge con aquella alegría con la que las primeras comunidades cristianas escuchaban de los Apóstoles las maravillas que Dios había obrado mediante su predicación (cf. Ac 14,27).

166 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, AGD 35; cf. C.I.C. cánn. CIC 211 CIC 781.


Oración y sacrificios por los misioneros

78 Entre las formas de participación, el primer lugar corresponde a la cooperación espiritual: oración, sacrificios, testimonio de vida cristiana. La oración debe acompañar el camino de los misioneros, para que el anuncio de la Palabra resulte eficaz por medio de la gracia divina. San Pablo, en sus Cartas, pide a menudo a los fieles que recen por él, para que pueda anunciar el Evangelio con confianza y franqueza.

A la oración es necesario unir el sacrificio. El valor salvífico de todo sufrimiento, aceptado y ofrecido a Dios con amor, deriva del sacrificio de Cristo, que llama a los miembros de su Cuerpo místico a unirse a sus padecimientos y completarlos en la propia carne (cf.
Col 1,24). El sacrificio del misionero debe ser compartido y sostenido por el de todos los fieles. Por esto, recomiendo a quienes ejercen su ministerio pastoral entre los enfermos, que los instruyan sobre el valor del sufrimiento, animándoles a ofrecerlo a Dios por los misioneros. Con tal ofrecimiento los enfermos se hacen también misioneros, como lo subrayan algunos movimientos surgidos entre ellos y para ellos. Incluso la misma solemnidad de Pentecostés, inicio de la misión de la Iglesia, es celebrada en algunas comunidades como « Jornada del sufrimiento por las Misiones ».


« Heme aquí, Señor, estoy dispuesto, envíame »

(cf. Is 6,8)

79 La cooperación se manifiesta además en el promover las vocaciones misioneras. A este respecto, hay que reconocer la validez de las diversas formas de actividad misionera; pero, al mismo tiempo, es necesario reafirmar la prioridad de la donación total y perpetua a la obra de las misiones, especialmente en los Institutos y Congregaciones misioneras, masculinas y femeninas. La promoción de estas vocaciones es el corazón de la cooperación: el anuncio del Evangelio requiere anunciadores, la mies necesita obreros, la misión se hace, sobre todo, con hombres y mujeres consagrados de por vida a la obra del Evangelio, dispuestos a ir por todo el mundo para llevar la salvación.

Deseo, por tanto, recordar y alentar esta solicitud por las vocaciones misioneras. Conscientes de la responsabilidad universal de los pueblos cristianos en contribuir a la obra misional y al desarrollo de los pueblos pobres, debemos preguntarnos por qué en varias naciones, mientras aumentan los donativos, se corre el peligro de que desaparezcan las vocaciones misioneras, las cuales reflejan la verdadera dimensión de la entrega a los hermanos. Las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada son un signo seguro de la vitalidad de una Iglesia.


80 Pensando en este grave problema, dirijo mi llamada, con particular confianza y afecto, a las familias y a los jóvenes. Las familias y, sobre todo, los padres han de ser conscientes de que deben dar « una contribución particular a la causa misionera de la Iglesia, cultivando las vocaciones misioneras entre sus hijos e hijas ».167

Una vida de oración intensa, un sentido real del servicio al prójimo y una generosa participación en las actividades eclesiales ofrecen a las familias las condiciones favorables para la vocación de los jóvenes. Cuando los padres están dispuestos a consentir que uno de sus hijos marche para la misión, cuando han pedido al Señor esta gracia, él los recompensará, con gozo, el día en que un hijo suyo o hija escuche su llamada.

A los mismos jóvenes ruego que escuchen la palabra de Cristo que les dice, igual que a Simón Pedro y Andrés en la orilla del lago: « Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres » (
Mt 4,19). Que los jóvenes tengan la valentía de responder, igual que Isaías: « Heme aquí, Señor, estoy dispuesto, envíame » (cf. Is 6,8). Ellos tendrán ante sí una vida atrayente y experimentarán la verdadera satisfacción de anunciar la « Buena Nueva » a los hermanos y hermanas, a quienes guiarán por el camino de la salvación.

167 Exh. Ap. Familiaris consortio, FC 54: l.c., 147.


« Mayor felicidad hay en dar que en recibir »

(Ac 20,35)

81 Son muchas las necesidades materiales y económicas de las misiones; no sólo para fundar la Iglesia con estructuras mínimas (capillas, escuelas para catequistas y seminaristas, viviendas), sino también para sostener las obras de caridad, de educación y promoción humana, campo inmenso de acción, especialmente en los países pobres. La Iglesia misionera da lo que recibe; distribuye a los pobres lo que sus hijos más pudientes en recursos materiales ponen generosamente a su disposición. A este respecto, deseo dar las gracias a todos aquellos que dan con sacrificio para la obra misionera; sus renuncias y su participación son indispensables para construir la Iglesia y testimoniar la caridad.

Respecto a las ayudas materiales es importante comprobar el espíritu con el que se da. Para ello, es necesario revisar el propio estilo de vida: las misiones no piden solamente ayuda, sino compartir el anuncio y la caridad para con los pobres. Todo lo que hemos recibido de Dios —tanto la vida como los bienes materiales— no es nuestro sino que nos ha sido dado para usarlo. La generosidad en el dar debe estar siempre iluminada e inspirada por la fe: entonces sí que hay más alegría en dar que en recibir.

La Jornada Misionera Mundial, orientada a sensibilizar sobre el problema misionero, así como a recoger donativos, es una cita importante en la vida de la Iglesia, porque enseña cómo se ha de dar: en la celebración eucarística, esto es, como ofrenda a Dios, y para todas las misiones del mundo.



Nuevas formas de cooperación misionera

82 La cooperación se abre hoy a nuevas formas, incluyendo no sólo la ayuda económica sino también la participación directa. Nuevas situaciones relacionadas con el fenómeno de la movilidad humana exigen a los cristianos un auténtico espíritu misionero.

El turismo a escala internacional es ya un fenómeno de masas positivo, si se practica con actitud respetuosa en orden a un mutuo enriquecimiento cultural, evitando ostentaciones y derroches, y buscando la comunicación humana. Pero a los cristianos se les exige sobre todo la conciencia de deber ser siempre testigos de la fe y de la caridad en Cristo. También el conocimiento directo de la vida misionera y de las comunidades cristianas puede enriquecer y dar vigor a la fe. Son encomiables las visitas a las misiones, sobre todo por parte de los jóvenes, que van para prestar un servicio y tener una experiencia fuerte de vida cristiana

Las exigencias del trabajo llevan hoy a numerosos cristianos de jóvenes comunidades a regiones donde el cristianismo es desconocido y, a veces, proscrito o perseguido. Esto pasa también con los fieles de países de antigua tradición cristiana, que trabajan temporalmente en países no cristianos. Estas circunstancias son ciertamente una ocasión para vivir y testimoniar la fe. Durante los primeros siglos, el cristianismo se difundió sobre todo porque los cristianos, viajando o estableciéndose en regiones donde Cristo no había sido anunciado, testimoniaban con valentía su fe y fundaban allí las primeras comunidades.

Más numerosos son los ciudadanos de países de misión y los que pertenecen a regiones no cristianas, que van a establecerse en otras naciones por motivos de trabajo, de estudio, o bien obligados por las condiciones políticas o económicas de sus lugares de origen. La presencia de estos hermanos en los países de antigua tradición cristiana es un desafío para las comunidades eclesiales, animándolas a la acogida, al diálogo, al servicio, a compartir, al testimonio y al anuncio directo. De hecho, también en los países cristianos se forman grupos humanos y culturales que exigen la misión ad gentes. Las Iglesias locales, con la ayuda de personas provenientes de los países de los emigrantes y de misioneros que hayan regresado, deben ocuparse generosamente de estas situaciones.

La cooperación puede implicar también a los responsables de la política, de la economía de la cultura, del periodismo, además de los expertos de los diversos Organismos internacionales. En el mundo moderno es cada vez más difícil trazar líneas de demarcación geográfica y cultural; se da una creciente interdependencia entre los pueblos, lo cual es un estímulo para el testimonio cristiano y para la evangelización.


Animación y formación del Pueblo de Dios

83 La formación misionera del Pueblo de Dios es obra de la Iglesia local con la ayuda de los misioneros y de sus Institutos, así como de los miembros de las Iglesias jóvenes. Esta labor ha de ser entendida no como algo marginal, sino central en la vida cristiana. Para la misma « nueva evangelización » de los pueblos cristianos, el tema misionero puede ser de gran ayuda: en efecto, el testimonio de los misioneros conserva su atractivo incluso para los alejados y los no creyentes, y es transmisor de valores cristianos. Las Iglesias locales, por consiguiente, han de incluir la animación misionera como elemento primordial de su pastoral ordinaria en las parroquias, asociaciones y grupos, especialmente los juveniles.

Para conseguir este fin, es valiosa ante todo la información mediante la prensa misionera y los diversos medios audiovisuales. Su papel es de gran importancia en cuanto ayudan a conocer la vida de la Iglesia universal, las voces y la experiencia de los misioneros y de las Iglesias locales donde ellos trabajan. Conviene que en las Iglesias más jóvenes, que no están aún en condiciones de poseer una prensa y otros instrumentos, los Institutos misioneros destinen personal y medios para estas iniciativas.

Para esta formación están llamados los sacerdotes y sus colaboradores, los educadores y profesores, los teólogos, particularmente los que enseñan en los seminarios y en los centros para laicos. La enseñanza teológica no puede ni debe prescindir de la misión universal de la Iglesia, del ecumenismo, del estudio de las grandes religiones y de la misionología. Recomiendo que sobre todo en los Seminarios y en las Casas de formación para religiosos y religiosas se lleven a cabo tales estudios, procurando que algunos sacerdotes, o alumnos y alumnas, se especialicen en los diversos campos de las ciencias misionológicas.

Las actividades de animación deben orientarse siempre hacia sus fines específicos: informar y formar al Pueblo de Dios para la misión universal de la Iglesia; promover vocaciones adgentes; suscitar cooperación para la evangelización. En efecto, no se puede dar una imagen reductiva de la actividad misionera, como si fuera principalmente ayuda a los pobres, contribución a la liberación de los oprimidos, promoción del desarrollo, defensa de los derechos humanos. La Iglesia misionera está comprometida también en estos frentes, pero su cometido primario es otro: los pobres tienen hambre de Dios, y no sólo de pan y libertad; la actividad misionera ante todo ha de testimoniar y anunciar la salvación en Cristo, fundando las Iglesias locales que son luego instrumento de liberación en todos los sentidos.



La responsabilidad primaria de las Obras Misionales Pontificias

84 En esta obra de animación el cometido primario corresponde a las Obras Misionales Pontificias, como he afirmado varias veces en los Mensajes para la Jornada Mundial de las Misiones. Las cuatro Obras —Propagación de la Fe, San Pedro Apóstol, Santa Infancia y Unión Misional— tienen en común el objetivo de promover el espíritu misionero universal en el Pueblo de Dios. La Unión Misional tiene como fin inmediato y específico la sensibilización y formación misionera de los sacerdotes, religiosos y religiosas que, a su vez, deben cultivarla en las comunidades cristianas; además, trata de promover otras Obras, de las que ella es el alma.168 « La consigna ha de ser ésta: Todas las Iglesias para la conversión de todo el mundo ».169 Estas Obras, por ser del Papa y del Colegio Episcopal, incluso en el ámbito de las Iglesias particulares, « deben ocupar con todo derecho el primer lugar, pues son medios para difundir entre los católicos, desde la infancia, el sentido verdaderamente universal y misionero, y para estimular la recogida eficaz de subsidios en favor de todas las misiones , según las necesidades de cada una ».170 Otro objetivo de las Obras Misionales es suscitar vocaciones ad gentes y de por vida, tanto en las Iglesias antiguas como en las más jóvenes. Recomiendo vivamente que se oriente cada vez más a este fin su servicio de animación.

En el ejercicio de sus actividades, estas Obras dependen, a nivel universal, de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y, a nivel local, de las Conferencias Episcopales y de los Obispos en cada Iglesia particular, colaborando con los centros de animación existentes: ellas llevan al mundo católico el espíritu de universalidad y de servicio a la misión, sin el cual no existe auténtica cooperación.

168 Cf. Pablo VI, Cart. Ap. Graves et increscentes (5 de septiembre de 1966): AAS 58 (1966), 750-756.
169 P. Manna, Le nostre « Chiese » e la propagazione del Vangelo, Trentola Ducenta, 1952 (2) p. 35.
170 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia,
AGD 38.


No sólo dar a la misión, sino también recibir

85 Cooperar con las misiones quiere decir no sólo dar, sino también saber recibir: todas las Iglesias particulares, jóvenes o antiguas, están llamadas a dar y a recibir en favor de la misión universal y ninguna deberá encerrarse en sí misma: « En virtud de esta catolicidad —dice el Concilio—, cada una de las partes colabora con sus dones propios con las restantes partes y con toda la Iglesia, de tal modo que el todo y cada una de las partes aumenten a causa de todos los que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad ... De aquí se derivan... entre las diversas partes de la Iglesia, unos vínculos de íntima comunión en lo que respecta a riquezas espirituales, obreros apostólicos y ayudas temporales ».171

Exhorto a todas las Iglesias, a los Pastores, sacerdotes, religiosos y fieles a abrirse a la universalidad de la Iglesia, evitando cualquier forma de particularismo, exclusivismo o sentimiento de autosuficiencia. Las Iglesias locales, aunque arraigadas en su pueblo y en su cultura, sin embargo deben mantener concretamente este sentido universal de la fe, es decir, dando y recibiendo de las otras Iglesias dones espirituales, experiencias pastorales del primer anuncio y de evangelización, personal apostólico y medios materiales.

En efecto, la tendencia a cerrarse puede ser fuerte: las Iglesias antiguas, comprometidas en la nueva evangelización, piensan que la misión han de realizarla en su propia casa, y corren el riesgo de frenar el impulso hacia el mundo no cristiano, concediendo no de buena gana las vocaciones a los Institutos misioneros, a las Congregaciones religiosas y a las demás Iglesias. Sin embargo, es dando generosamente de lo nuestro como recibiremos; y ya hoy las Iglesias jóvenes —no pocas de las cuales experimentan un prodigioso florecimiento de vocaciones— son capaces de enviar sacerdotes, religiosos y religiosas a las antiguas.

Por otra parte, estas Iglesias jóvenes sienten el problema de la propia identidad, de la inculturación, de la libertad de crecer sin influencias externas, con la posible consecuencia de cerrar las puertas a los misioneros. A estas Iglesias les digo: lejos de aislaros, acoged abiertamente a misioneros y medios de las otras Iglesias y enviadlos también vosotras mismas al mundo. Precisamente por los problemas que os angustian tenéis necesidad de manteneros en continua comunicación con los hermanos y hermanas en la fe. Haced valer por todos los medios legítimos las libertades a las que tenéis derecho, acordándoos de que los discípulos de Cristo tienen el deber de « obedecer a Dios antes que a los hombres » (
Ac 5,29).

171 Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, LG 13.


Dios prepara una nueva primavera del Evangelio

86 Si se mira superficialmente a nuestro mundo, impresionan no pocos hechos negativos que pueden llevar al pesimismo. Mas éste es un sentimiento injustificado: tenemos fe en Dios Padre y Señor, en su bondad y misericordia. En la proximidad del tercer milenio de la Redención, Dios está preparando una gran primavera cristiana, de la que ya se vislumbra su comienzo. En efecto, tanto en el mundo no cristiano como en el de antigua tradición cristiana, existe un progresivo acercamiento de los pueblos a los ideales y a los valores evangélicos, que la Iglesia se esfuerza en favorecer. Hoy se manifiesta una nueva convergencia de los pueblos hacia estos valores: el rechazo de la violencia y de la guerra; el respeto de la persona humana y de sus derechos; el deseo de libertad, de justicia y de fraternidad; la tendencia a superar los racismos y nacionalismos; el afianzamiento de la dignidad y la valoración de la mujer.

La esperanza cristiana nos sostiene en nuestro compromiso a fondo para la nueva evangelización y para la misión universal, y nos lleva a pedir como Jesús nos ha enseñado: « Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo » (
Mt 6,10).

Los hombres que esperan a Cristo son todavía un número inmenso: los ámbitos humanos y culturales, que aún no han recibido el anuncio evangélico o en los cuales la Iglesia esta escasamente presente, son tan vastos, que requieren la unidad de todas las fuerzas. Al prepararse a celebrar el jubileo del año dos mil, toda la Iglesia está comprometida todavía más en el nuevo adviento misionero. Hemos de fomentar en nosotros el afán apostólico por transmitir a los demás la luz y la gloria de la fe, y para este ideal debemos educar a todo el Pueblo de Dios.

No podemos permanecer tranquilos si pensamos en los millones de hermanos y hermanas nuestros, redimidos también por la sangre de Cristo, que viven sin conocer el amor de Dios. Para el creyente, en singular, lo mismo que para toda la Iglesia, la causa misionera debe ser la primera, porque concierne al destino eterno de los hombres y responde al designio misterioso y misericordioso de Dios.



CAPÍTULO VIII - ESPIRITUALIDAD MISIONERA

87 La actividad misionera exige una espiritualidad específica, que concierne particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros.


Dejarse guiar por el Espíritu

Esta espiritualidad se expresa, ante todo , viviendo con plena docilidad al Espíritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo. No se puede dar testimonio de Cristo sin reflejar su imagen, la cual se hace viva en nosotros por la gracia y por obra del Espíritu. La docilidad al Espíritu compromete además a acoger los dones de fortaleza y discernimiento, que son rasgos esenciales de la espiritualidad misionera.

Es emblemático el caso de los Apóstoles , quienes durante la vida pública del Maestro, no obstante su amor por él y la generosidad de la respuesta a su llamada, se mostraron incapaces de comprender sus palabras y fueron reacios a seguirle en el camino del sufrimiento y de la humillación. El Espíritu los transformará en testigos valientes de Cristo y preclaros anunciadores de su palabra: será el Espíritu quien los conducirá por los caminos arduos y nuevos de la misión, siguiendo sus decisiones.

También la misión sigue siendo difícil y compleja como en el pasado y exige igualmente la valentía y la luz del Espíritu. Vivimos frecuentemente el drama de la primera comunidad cristiana, que veía cómo fuerzas incrédulas y hostiles se aliaban « contra el Señor y contra su Ungido » (Ac 4,26). Como entonces, hoy conviene orar para que Dios nos conceda la libertad de proclamar el Evangelio; conviene escrutar las vías misteriosas del Espíritu y dejarse guiar por él hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13) .


Vivir el misterio de Cristo « enviado »

88 Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar. Pablo describe sus actitudes: « Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de si mismo tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como un hombre; y se humilló a si mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz » (Ph 2,5-8).

Se describe aquí el misterio de la Encarnación y de la Redención, como despojamiento total de sí, que lleva a Cristo a vivir plenamente la condición humana y a obedecer hasta el final el designio del Padre. Se trata de un anonadamiento que, no obstante, está impregnado de amor y expresa el amor. La misión recorre este mismo camino y tiene su punto de llegada a los pies de la cruz.

Al misionero se le pide « renunciarse a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces y a hacerse todo para todos »: 172 en la pobreza que lo deja libre para el Evangelio; en el desapego de personas y bienes del propio ambiente, para hacerse así hermano de aquellos a quienes es enviado y llevarles a Cristo Salvador. A esto se orienta la espiritualidad del misionero: « Me he hecho débil con los débiles ... Me he hecho todo para todos, para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio » (1Co 9,22-23).

Precisamente porque es « enviado », el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. « No tengas miedo ... porque yo estoy contigo » (Ac 18,9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre.

172 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, AGD 24.


Amar a la Iglesia y a los hombres como Jesús los ha amado

89 La espiritualidad misionera se caracteriza además, por la caridad apostólica; la de Cristo que vino « para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos » (Jn 11,52); Cristo, Buen Pastor que conoce sus ovejas, las busca y ofrece su vida por ellas (cf. Jn 10). Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia, como Cristo.

El misionero se mueve a impulsos del « celo por las almas », que se inspira en la caridad misma de Cristo y que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente. El amor de Jesús es muy profundo: él, que « conocía lo que hay en el hombre » (Jn 2,25), amaba a todos ofreciéndoles la redención, y sufría cuando ésta era rechazada.

El misionero es el hombre de la caridad: para poder anunciar a todo hombre que es amado por Dios y que él mismo puede amar, debe dar testimonio de caridad para con todos, gastando la vida por el prójimo. EL misionero es el « hermano universal »; lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención a todos los pueblos y a todos los hombres, particularmente a los más pequeños y pobres. En cuanto tal, supera las fronteras y las divisiones de raza, casta e ideología: es signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusión ni preferencia.

Por último, lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia: « Cristo amó a la Iglesia y se entregó a si mismo por ella » (Ep 5,25). Este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana —como dice san Pablo— es « la solicitud por todas las Iglesias » (2Co 11,28). Para todo misionero y toda comunidad « la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia ».173

173 Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, PO 14.



Redemptoris missio ES 73