F. de Sales, Carta abierta

SAN FRANCISCO DE SALES




CARTA ABIERTA A LOS PROTESTANTES


DEFENSA DE LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA

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CAPITULO II: (1) Errores de los ministros sobre la naturaleza de la Iglesia


§1 - La Iglesia Cristiana es visible

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Por el contrario, señores, la Iglesia, que se opuso y contradijo a vuestros primeros ministros y que aun hoy en ida se opone a sus sucesores, es tan visible que nadie, por muy ciego que sea, puede pretender ignorar el deber que todos los cristianos tienen de reconocer que ella es la verdadera, única, inseparable y muy querida esposa del Rey celestial, lo que hace que vuestra separación sea aun mas inexcusable. Porque salir de la Iglesia y contradecir sus decretos será siempre convertirse en herejes y publicanos (
Mt 18,17), aunque sea como consecuencia de la persuasión de un ángel o serafín (Ga 1,8) ; pero si es debida a la persuasión de hombres pecadores en grande, como cualesquier otros, personas particulares sin autoridad, sin mandato, sin ninguna cualidad requerida a los profetas y predicadores, y nada más que el simple conocimiento de algunas ciencias, entonces romper todos los lazos y la mas religiosa obligación de obediencia que hay en este mundo, como es la que se debe a la Iglesia como Esposa de Nuestro Señor, es una falta que no puede repararse sino con un gran arrepentimiento y penitencia, a la cual, en nombre del Dios vivo, yo os invito.

Los adversarios, sabiendo que, de esta forma, su doctrina sería considerada como oro falso, trataron por todos los medios de escamotear esta prueba invencible, que nosotros tenemos como una de las marcas de la Iglesia verdadera, y por eso quisieron defender que la Iglesia es invisible e imperceptible, y por consecuencia, irreconocible.

Creo que esto es extremamente absurdo, y que hasta raya en el delirio y la rabia. Por dos caminos diversos llegan ellos a formular esta opinión de la invisibilidad: unos dicen que es invisible porque ella está formada solamente por personas elegidas y predestinadas; otros atribuyen esta invisibilidad a la raridad y disipación de los creyentes y fieles. Los primeros aseguran que la Iglesia es invisible siempre; los segundos afirman que esta invisibilidad duro cerca de mil años, más o menos, es decir, desde San Gregorio a Lutero, mientras el papado estaba en paz entre los cristianos. Dicen que durante ese tiempo habían muchos verdaderos cristianos secretos, que no revelaban sus intenciones y se contentaban con servir a Dios secretamente. Esta teología es tan condenable e imaginaria que los otros prefirieron decir que la Iglesia, durante esos mil años, no era visible ni invisible, sino que estaba sofocada y abolida por la impiedad e idolatría. Permitidme, os pido, que diga la verdad libremente. Todos esos discursos revelan tonteras, y no son más que sueños que se tienen velando, que no valen más que el que tuvo Nabucodonosor durmiendo; son precisamente lo contrario, si creemos en la interpretación que de él hizo Daniel (Da 2,34-35).

Nabucodonosor vio como, sin que mano ninguna la moviese, se desgajo del monte una piedra, la cual hirió la estatua en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzo... y la piedra que había herido a la estatua, se hizo una gran montaña, y lleno toda la tierra. Daniel interpreta esto como referido al Reino de Dios: un reino que nunca jamás será destruido y subsistirá eternamente (Da 2,44). Y, si este reino es grande, una montaña que lleno toda la tierra, ¿cómo podrá ser invisible o secreta? Y, si dura eternamente, ¿cómo podría haber desaparecido por espacio de mil años? Es evidente que este pasaje se refiere a la Iglesia Militante; si se refiriese a la Iglesia Triunfante, llenaría el cielo y no solo la tierra, y tendría lugar al fin de los tiempos, como interpreta Daniel, y no en medio de otros reinos de este siglo. Lo que dice referente a la piedra que cayó de la montaña sin intervención humana, lo dice de la generación temporal de Nuestro Señor, concebido en el vientre de la Virgen María, de su propia substancia, no por obra humana, pero si solamente por intervención del Espíritu Santo.

Por consiguiente, o Daniel se engaño en su interpretación del sueño o se engañan los adversarios de la Iglesia Católica cuando dicen que la Iglesia es invisible, o está escondida o abolida. Tened paciencia, en nombre de Dios: por orden y con brevedad mostraremos la inconsistencia de estas opiniones. Antes de todo, digamos qué es la Iglesia. Iglesia viene de la palabra griega que significa llamar; iglesia significa, pues, la asamblea o congregación de gente que ha sido llamada; sinagoga quiere decir, propiamente hablando, rebano. La asamblea de los judíos se llamaba sinagoga, la de los cristianos se llama Iglesia, por cuanto que los judíos eran como un rebano de ovejas, reunidos por el temor, al paso que los cristianos están congregados por la palabra de Dios, llamados continuamente en unión de caridad por la predicación de los Apóstoles y de sus sucesores.

De ella dijo San Agustín: "La Iglesia se denomina convocación, la sinagoga rebano; porque ser convocado es propio de los hombres, así como ser reunidos en rebano es propio de animales". Con razón se llamo al pueblo cristiano convocación o Iglesia, ya que el primer don que Dios hace al hombre para comunicarle su Gracia es llamarlo a la Iglesia; éste es el primer efecto de su predestinación: A éstos que ha predestinado, también los ha llamado (Rm 8,30), decía San Pablo a los romanos, y, en la Carta a los Colosenses: Y la paz de Cristo triunfe en vuestros corazones, a la cual fuisteis asimismo llamados para formar un solo cuerpo (Col 3,15). Ser llamado a un cuerpo es ser llamado en Iglesia, y en las semejanzas de la viña y del banquete con la Iglesia, que el Señor hace en el Evangelio de Mateo, a los trabajadores de la viña y a los invitados para el banquete los llama convocados y llamados: Muchos -dice- son los llamados, pero pocos los escogidos (Mt 20,16 Mt 22,14).

Los atenienses llamaban "iglesia" a la convocación de los ciudadanos, aunque la reunión de los extranjeros fuese llamada "diaclesia"; por eso, la palabra Iglesia conviene a los cristianos de manera propia, ya que ya no son extraños ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios (Col 2 Ep 2,19).

Si esta es la etimología de la palabra Iglesia, veamos cual puede ser su definición. La Iglesia es una santa (Ep 5,27) universidad o congregación general de hombres, unidos (Jn 11,52 Ep 4,4 cf. S.CiPr,) en la profesión de una misma fe cristiana, en la participación de los mismos sacramentos y sacrificio (1Co 10,16-21 He 7,11) y en la obediencia (Jn 10,16 Jn 21,17) al mismo vicario y lugarteniente general en la tierra de Nuestro Señor Jesucristo y sucesor de San Pedro, y bajo la dirección (Ep 4,11-12) de los legítimos obispos. Antes de todo, dije que es una santa compañía o asamblea, ya que la santidad interior... Quiero hablar de la Iglesia militante, de la cual las Escrituras nos dejaron tantos testimonios, y no de la que proponen los hombres. Pues bien, no se encuentra en todas las Escrituras una sola vez en que se diga que la Iglesia sea invisible. Estas son las razones, simplemente explayadas:

1. Nuestro Maestro y Señor nos remite a la Iglesia en nuestros diferendos (Mt 18,16-17); San Pablo enseña a Timoteo como ha de conversarse en ella (1Tm 3,15), convoca a los presbíteros de la Iglesia de Mileto (Ac 20,17) y les recuerda que fueron instituidos por el Espíritu Santo para apacentar la Iglesia (Ac 20,28). Él mismo es enviado por la Iglesia, juntamente con San Bernabé (Ac 15,3-4), es recibido por la Iglesia, confirma las Iglesias (Ac 15,41), instituye presbíteros y congrega la asamblea de la Iglesia (Ac 14,22/26), saluda a la Iglesia de Cesarea (Ac 18,22) e, inclusive, persiguió a la Iglesia (Ga 1,13). ¿Cómo podría entenderse todo esto de una Iglesia que fuese invisible? ¿Cómo se podría recurrir a ella para presentar las quejas, reunirla o gobernarla? Cuando la misma Iglesia enviaba a San Pablo, o lo recibía, o era saludada o perseguida, cuando él constituía presbíteros o los confirmaba, ¿acaso era solamente en figura, o de manera espiritual y sólo por la fe? Pienso que no hay nadie que no vea claramente que se trataba de una Iglesia visible y perceptible. Y cuando escribía sus epístolas, ¿acaso se dirigía a una quimera invisible?

2. ¿Qué nos dirán de las profecías, que nos presentan una Iglesia no solamente visible, sino también clara, ilustre, manifiesta y magnifica? Píntenla como una reina con vestido bordado de oro, y engalanada con varios adornos (Ps 45,10), como una montaña (Is 2,2 Mi 4,1-2), como un sol, como un plenilunio, como el arco iris, testigo fiel y cierto del favor de Dios a los hombres descendientes de Noé, que es lo que el salmo recuerda en nuestra traducción: Su trono resplandecerá para siempre en mi presencia, como el sol, y como la luna llena, y como testimonio fiel del cielo (Ps 88,38; Ct 6,9 Gn 9,13).

3. La Escritura muestra por todos lados que la Iglesia puede ser vista y reconocida. ¿No dice Salmón, en el Cantar de los Cantares, hablando de la Iglesia: Viéronla las doncellas y la aclamaron dichosísima; viéronla las reinas y demás esposas, y la colmaron de alabanzas? (Ct 6,8) Y en la continuación pone en los labios de las jóvenes las siguientes palabras: ¿Quién es ésta que va subiendo cual aurora naciente, bella como la luna, brillante como el sol, terrible como un ejército formado en batalla? (Ct 6,10) ¿Acaso no es esto declararla visible? Y cuando la llama así: "Vuélvete, vuélvete, oh Sulamite; vuélvete para que te veamos bien" (Ct 6,12), y ella responde: "¿Qué podréis ver en la Sulamite sino coros de escuadrones armados?" (Ct 7,1), ¿no es también declararla visible? Leyendo estos admirables cánticos y representaciones pastorales de los amores del celestial Esposo con la Iglesia, podrá verse cuan visible surge para dondequiera que nos volvamos. Así habla de ella Isaías: Allí habrá una senda y camino que se llamara camino santo: no lo pisara hombre inmundo; de tal suerte que aun los lerdos no se perderán (Is 35,8). ¿Por ventura no es evidente que debe estar descubierta y fácilmente reconocible, ya que en ella hasta los necios no se podrán perder?

4. Los pastores y doctores de la Iglesia son visibles y, por consiguiente, la Iglesia es ella misma visible; sino decidme: ¿acaso no son los pastores de la Iglesia una parte de la misma Iglesia? ¿No es necesario que los pastores y su rebano se reconozcan entre sí? ¿No es preciso que las ovejas conozcan la voz de sus pastores y los sigan? (Jn 10,4) ¿No debe el buen pastor buscar la oveja perdida, que reconoce sus pastos y su redil? ¡Buena sería la clase de pastores que no supiesen reconocer ni ver su rebano! No sé si necesitaré probar que los pastores de la Iglesia son visibles. ¡Niéganse tantas cosas evidentes! Creo yo que San Pedro era pastor, ya que el Señor le dijo: Apacienta mis ovejas (Jn 21,17); también lo fueron los Apóstoles, y todos se veían (Mt 1,16). Y creo que San Pablo veía a quienes decía: Velad sobre vosotros y sobre toda la grey, en la cual el Espíritu Santo os ha instituido obispos, para apacentar la Iglesia de Dios (Ac 20,28). Y cuando ellos, como niños en los brazos de sus padres, le besaban y bañaban su cara (de San Pablo) con lagrimas (Ac 20,37), creo que era porque los tocaba, sentía y veía, y lo que más firmemente me hace creer en eso es que lamentaban su ida, ya que les había dicho que no lo volverían a ver (Ac 20,38). Por consiguiente, ellos veían a San Pablo, y San Pablo también los veía. Digamos finalmente que Zwingli, Ecolampadio, Lutero, Calvin, Beza y Muscule son visibles, tal como sus contemporáneos, que muchos vieron y son llamados pastores por sus sectarios. Evidentemente, si ven los pastores, luego, también las ovejas.

5. Es propio de la Iglesia hacer la verdadera predicación de la palabra de Dios y la verdadera administración de los sacramentos. ¿No es todo eso visible? ¿Cómo podría entonces ser invisible el sujeto?

6. Es sabido que los Doce Patriarcas, los hijos de Jacob, fueron la fuente viva de la iglesia de Israel; y cuando su padre los reunió delante de si para bendecirlos (Gn 49,1-2), eran visibles y se veían unos a los otros. ¿Y por qué digo esto? Porque toda la historia sagrada da fe de la visibilidad de la antigua sinagoga; entonces, ¿por qué no lo sería también la Iglesia Católica?

7. Así como los Patriarcas, padres de la sinagoga de Israel - y de los cuales Nuestro Señor nació según la carne (Rm 9,5) - hacían visible la Iglesia (Judaica), así también los Apóstoles con sus discípulos, hijos de la sinagoga según la carne y, según el Espíritu, de Nuestro Señor, dieron inicio a la Iglesia Católica visiblemente, como dice el salmo: En lugar de tus padres te nacerán hijos; los cuales establecerás príncipes sobre toda la tierra (Si 44,17). Arnobio dijo: "Por doce patriarcas te nacieron doce Apóstoles". Estos Apóstoles, reunidos en Jerusalén con el pequeño grupo de discípulos y la gloriosísima Madre del Salvador, constituían la verdadera Iglesia. ¿Cómo? Visible, sin duda, y tan visible que el Espíritu Santo vino a regar estas plantas santas y viveros del Cristianismo (Ac 2,3).

8. ¿Cómo comenzaban a formar parte del pueblo de Dios los antiguos judíos? Por la señal visible de la circuncisión; nosotros por la señal visible del Bautismo. ¿Por quién fueron gobernados antiguamente? Por los sacerdotes del linaje de Ajaron, también visibles; nosotros, por nuestros obispos, visibles igualmente. ¿Quién les predicaba? Los doctores y profetas, visiblemente; a nosotros, también visiblemente, los predicadores y pastores. ¿Qué comida religiosa y sagrada tenían antiguamente? El cordero pascual y el mana, ambos visibles; nosotros, el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, signo visible de algo invisible. La sinagoga, ¿por quién era perseguida? Por los egipcios, babilonios, madianitas y filisteos, todos ellos pueblos visibles; la Iglesia por los paganos, turcos, moros, sarracenos y herejes, todos ellos, de la misma forma, visibles. ¡Santo Cielo! ¿Y aun preguntamos si la Iglesia es visible? ¿Qué es la Iglesia? Una asamblea de hombres con carne y huesos. ¿Aun diremos que se trata de espíritus y fantasmas, que solamente por ilusión aparece visible? ¡No y No! ¿Pero qué os hace pensar así? ¿De dónde os pueden venir esos pensamientos? Ved sus manos: mirad a sus ministros, oficiales y gobernadores; ved sus pies: mirad a sus predicadores, que la llevan al levante y al poniente, al mediodía y al septentrión - todos son de carne y huesos.

Tocadla; venid, como humildes niños, echaros en los brazos de vuestra dulce madre; vedla, consideradla en todo su cuerpo, y veréis como es visible y bella, ya que una cosa espiritual e invisible, no tiene ni carne ni huesos, mientras que ella los tiene, como lo estáis viendo (Lc 24,38-39). Éstas son nuestras razones, validas para cualquier objeción; pero ellos tienen otros argumentos, que les parece sacar de las Escrituras, pero que fácilmente rebatiremos en seguida. En primer lugar, Nuestro Señor tenía en su humanidad dos partes, el cuerpo y el alma; del mismo modo, la Iglesia, su Esposa, tiene también dos partes: una interior, invisible, que es como si fuera su alma - la Fe, la Esperanza, la Caridad, la Gracia; otra exterior y visible, como el cuerpo- la profesión de la fe, los cánticos y loores, la predicación, los sacramentos, el Sacrificio. De esta forma, todo cuanto se hace en la Iglesia tiene su parte interior y su parte exterior: la oración es interior y exterior (1Co 14,15); la fe llena el corazón de seguridad y la boca de confesión (Rm 10,9); la predicación se hace exteriormente por los hombres, pero hace falta la luz secreta del Padre Celestial, pues hace falta oírlo y aprender todo de Él para poder llegar al Hijo (Jn 6,44-45). En lo que respecta a los sacramentos, los signos son exteriores, pero la gracia es interior. ¿Quién no lo sabe? Tales son el interior y el exterior de la Iglesia. Lo más hermoso esta dentro, pues lo de fuera no es tan excelente, como ya decía el Cantar de los Cantares: ¡Qué hermosa eres, amiga mía, qué hermosa eres! Como de paloma, así son tus ojos, además de lo que dentro se oculta... Miel y leche tienes debajo de la lengua (es decir, en tu corazón, o sea, en el interior); y es el olor de tus vestidos como olor de incienso (Ct 4,1-11).

Éste es el exterior. Y el salmista dice: La hija del rey avanza llena de esplendor (es el interior), de brocados de oro son sus vestidos; con ellos es llevada delante del rey (su exterior). En segundo lugar, hay que considerar que tanto del interior como del exterior de la Iglesia puede decirse que es espiritual, pero de manera distinta, porque el interior es espiritual puramente y por su propia naturaleza, al paso que el exterior es por naturaleza corporal. No obstante, como tiende y está orientado al interior espiritual, llámaselo espiritual, como decía San Pablo (Ga 6,1) de los hombres que sometían su cuerpo al espíritu, aun cuando continuasen siendo corporales; y aunque una persona, por naturaleza, sea particular y privada, cuando realiza un oficio público, como los jueces, ¿no toma el nombre de publica? Ahora bien, si se dijo que la ley evangélica fue grabada en nuestros corazones y no en tablas de piedra exterior, como dice Jeremías (Jr 31,33), debemos responder que en el interior de la Iglesia y en su corazón reside lo principal de su gloria, que no deja de irradiar hasta el exterior, y que la hace visible y reconocible; por eso, cuando se dice en el Evangelio que llego la hora en que los verdaderos adoradores adoraran el Padre en espíritu y verdad (Jn 4,23), con esto se nos enseña que lo principal es el interior, y que es vana toda la acción exterior que no esté dirigida al interior para espiritualizarse.

Así también, cuando San Pedro llama a la Iglesia casa espiritual (1P 2,5), es porque todo lo que parte de la Iglesia tiende a la vida espiritual, y su mayor gloria es interior, y también porque no se trata de una casa hecha de cal y arena, sino de una casa mística de piedras vivas, donde la caridad hace las veces de cimiento. El Evangelio dice que el Reino de Dios no ha de venir con muestras de aparato (Lc 17,20). El Reino de Dios es la Iglesia, y por consiguiente, la Iglesia no es visible. Nosotros respondemos: en aquel momento, el Reino de Dios era Jesucristo con su Gracia, o, si preferís, los discípulos de Cristo mientras él estuvo en el mundo. Por eso se dice: el Reino de Dios está en medio de vosotros (Lc 17,21). Este Reino no apareció con el fausto y magnificencia humana que esperaban los judíos, y además, como dijimos, la joya más preciosa de esta princesa está escondida y no se puede ver. En cuanto a lo que San Pablo dice a los Hebreos (He 12,18-22), de que no os habéis acercado a una realidad sensible, como la del Sinaí, sino al monte Sión, a la celestial Jerusalén, no lo dice con el propósito de tornar invisible la Iglesia, pues San Pablo muestra en este pasaje que la Iglesia es mucho más rica y magnifica que la sinagoga, y que no se trata de una montaña natural como la del Sinaí, sino mística, lo que no quiere decir que sea invisible; aparte de que hay razón para que habla de la Jerusalén Celestial, es decir, de la Iglesia Triunfante - por eso habla de la multitud de los ángeles- como si nos quisiese decir que en la Antigua Ley Dios fue visto en la montaña de manera terrible, y que la Nueva Ley nos conduce a verlo en su gloria, en lo alto del paraíso.

Finalmente, éste es el argumento que todos aseguran que es el más fuerte: "Yo creo en la Santa Iglesia Católica". Si creo, es porque no la veo, porque es invisible. ¿Puede darse argumento más débil? ¿Los Apóstoles no creyeron en la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo? ¿Y no lo habían visto? El mismo Señor dice a Santo Tomas: "Tú has creído porque me has visto" (Jn 20,29). Y para hacerlo creyente, añade: Mete aquí tu dedo, y registra mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel (Jn 20,27). Notad bien que la visión no impide la fe, antes bien la produce. Ahora bien: lo que vio Santo Tomas fue una cosa, lo que creyó fue otra; vio un cuerpo y creyó en el espíritu y en la divinidad, porque no fue su visión, sino su fe que lo hizo exclamar: ¡mi Señor y mi Dios! (Jn 20,28). Asimismo, nosotros creemos en un solo Bautismo para la remisión de los pecados: se ve el Bautismo, más no la remisión de los pecados. Así, vemos la Iglesia, mas no la santidad interior; se ven los ojos de paloma, mas no el interior, que se oculta atrás de ellos; se ve el vestido ricamente bordado de oro, pero el esplendor de su gloria, que está dentro, nosotros lo creemos. En esta real Esposa hay de qué alimentar la visión interior y exterior, la fe y los sentidos, y todo para mayor gloria de su Divino Esposo.


§2 - En la Iglesia, hay buenos y malos, predestinados y réprobos

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Para probar la invisibilidad de la Iglesia, cada uno apunta sus razones, pero la más trivial entre todas es la que se refiere a la predestinación eterna. Ciertamente, no es pequeña la estratagema de desviar los ojos espirituales de la gente de la Iglesia Militante a la predestinación eterna, a fin de que, deslumbrados por el fulgor de misterio tan inescrutable, no veamos lo que tenemos ante nuestras narices. Dicen, pues, que hay dos Iglesias: una, visible e imperfecta, la otra, invisible y perfecta; y que la visible puede errar y desvanecerse al viento de los errores y de las idolatrías, y la invisible no. Si se les pregunta cuál es la Iglesia visible, responden que es la asamblea de los hombres que hacen una misma profesión de fe y tienen los mismos sacramentos, que está constituida por buenos y malos, y que de Iglesia solo tiene el nombre; y que la Iglesia invisible es la que está constituida solamente por los elegidos, quienes, no siendo conocidos por los hombres, son reconocidos y vistos por Dios solamente. Pero vamos a demostrar claramente que la verdadera Iglesia encierra buenos y malos, justos y réprobos; he aquí de donde:

1. ¿Acaso no era la verdadera Iglesia aquella que San Pablo llamaba Casa de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad (
1Tm 3,15)? Sin duda alguna, ya que no es propio de una iglesia errante y vagabunda el ser "columna de la verdad". Pues bien, el Apóstol atesta que en esta verdadera Iglesia, Casa de Dios, hay vasos para usos decentes y otros para usos viles (2Tm 2,20), es decir, buenos y malos.

2. ¿No es la verdadera Iglesia aquella contra la cual las puertas del infierno no prevalecerán? Y, así y todo, en ésta hay hombres que necesitan ser desatados de sus pecados y otros a quienes hay que retenérselos, como Nuestro Señor hace ver en la promesa y potestad que otorga a San Pedro (Mt 16,18-19). Aquellos a quienes se les retienen, ¿no son malos y réprobos? Es propio de los réprobos que sus pecados les sean retenidos, y normal en los elegidos que les sean perdonados; sin embargo, es evidente que aquellos cuyos pecados San Pedro tenia poder de perdonar o de retener estaban en la Iglesia, ya que es propio solo de Dios juzgar a los que están fuera de la Iglesia (1Co 5,13); por consiguiente, aquellos a quienes San Pedro debía juzgar no estaban fuera, sino dentro de la Iglesia, por lo que debía haber réprobos entre ellos.

3. ¿No nos enseña Nuestro Señor que, ofendidos por hermanos, y habiéndolos corregido dos veces de diversas maneras, los denunciemos en la Iglesia? Díselo a la Iglesia; pero si ni a la Iglesia oyere, tenlo como por gentil y al publicano (Mt 18,17). Ante este texto no es fácil escaparse, pues el argumento es incontestable: tratase de un hermano nuestro, que no es ni pagano ni publicano, pero se encuentra bajo la corrección y disciplina de la Iglesia, siendo, por eso, miembro de la Iglesia. Pero eso no impide que sea réprobo, obstinado. Los buenos, pues, no son los únicos que están en la verdadera Iglesia, sino también los malos hasta tanto sean expulsados; de no ser así, dígase que la Iglesia a la cual Nuestro Señor nos envía es una Iglesia errante, pecadora y anticristiana. ¡Eso sería blasfemar demasiado abiertamente!

4. Cuando Nuestro Señor dijo: El esclavo no mora para siempre en la casa; el hijo sí que permanece en ella (Jn 8,35), ¿no vale esto tanto como decir que en la casa de la Iglesia permanecen conjuntamente por un tiempo tanto los elegidos como los réprobos? Porque, ¿quién puede ser este servidor que no permanece siempre en la casa sino el que será lanzado a las tinieblas exteriores? Y ciertamente así lo entiende Él mismo cuando dice inmediatamente antes: Todo aquel que comete pecado, es esclavo del pecado (Jn 8,34). Los que no se quedan para siempre, quédanse, sin embargo, algún tiempo, mientras fueren reclamados para algún servicio.

5. San Pablo escribe a la Iglesia de Dios que estaba en Corinto (1Co 1,2), y, no obstante, quiere que sea expulsado de la misma un incestuoso (1Co 5,2); si se expulsa es porque está dentro, y si lo estaba y la Iglesia es solamente la asamblea de los elegidos, ¿cómo entonces se lo podría expulsar de ella? Los elegidos no pueden ser réprobos.

6. ¿Pero cómo podrán negar que los réprobos y malos puedan ser miembros de la Iglesia, si hasta pueden ser en ella pastores y obispos? Esto es cierto. ¿No es Judas un réprobo? Y, sin embargo, fue Apóstol y obispo, según el Ps 108,8 y también según San Pedro, que dice haber formado parte del ministerio del apostolado (Ac 1,17), y aun según todo el Evangelio, que lo incluye siempre en el colegio apostólico. Y Nicolás de Antioquía, ¿no fue diácono como San Esteban (Ac 6,5)? Y, con todo, muchos de los antiguos padres, entre ellos Epifanio, Filastro y Jerónimo, no hallan dificultades para tenerlo por heresiarca. Y, de hecho, los Nicolaitas, sus seguidores, anteponen sus abominaciones y son considerados verdaderos herejes por San Juan en el Apocalipsis (Ap 2,6).

San Pablo amonesta los sacerdotes de Éfeso, diciendo que el Espíritu Santo los instituyo obispos para apacentar la Iglesia de Dios (Ac 20,28), pero también les asegura que algunos de entre ellos se levantaran, sembrando doctrinas perversas con el fin de atraerse discípulos (Ac 20,30); habla a todos cuando dice que el Espíritu Santo los constituyo obispos, inclusive cuando dice que algunos entre ellos se levantarían algunos cismáticos.

¿Pero cómo podría yo traer aquí la recordación de tantos obispos y prelados que, habiendo sido colocados legítimamente en este oficio y dignidad, perdieron su primera gracia y murieron en la herejía? ¿Alguien vio jamás persona más santa, casta, caritativa y docta que el simple sacerdote Orígenes? ¿Quién puede leer lo que de él escribió Vicente de Lérins, uno de los más refinados y doctos escritores eclesiásticos, que relata su vejez abominable después de una admirable y santa vida, y no consternarse al ver como tan grande y valiente navío que, después de tantas tempestades pasadas, después de tantos y tan estupendos debates realizados con hebreos, árabes, caldeos, griegos y latinos, volviendo lleno de honra y riqueza espiritual, naufraga y se pierde en el puerto de su propia sepultura? ¿Quién se atrevería a decir que no hubiera pertenecido a la verdadera Iglesia un hombre que siempre combatió en defensa de la Iglesia y a quien toda la Iglesia honraba y tenía como uno de sus mayores doctores? Y bien: al fin de su vida, vedlo ahí hereje, excomulgado, fuera del arca santa, pereciendo en el diluvio de sus propias opiniones.

Todo esto se asemeja a la santa palabra de Nuestro Señor (Mt 23,2-3), que tiene a los escribas y fariseos como verdaderos pastores de la verdadera Iglesia de sus tiempos, llegando a mandar que se les obedezca; y, sin embargo, dice que son réprobos y no elegidos (Mt 23,12-13). ¿Comprendéis el absurdo que resultaría si únicamente los elegidos estuviesen en la Iglesia? Sería entonces cierta la creencia de los Donatistas de que no podríamos conocer a nuestros prelados, ni, por ende, obedecerlos, porque, ¿cómo conoceríamos realmente que son de la Iglesia aquellos que se dicen prelados y pastores (ya que es evidente que, mientras estamos vivos, no podremos saber quién está predestinado y quien no, como diré más adelante)? Y si no son miembros de la Iglesia, ¿cómo podrán ser sus jefes? Sería monstruoso que aquellos que son jefes de la Iglesia no perteneciesen a la misma.

Por consiguiente, no solamente puede un réprobo ser miembro de la Iglesia, sino inclusive su pastor; de la Iglesia no se puede decir que sea invisible, basándose en la afirmación de solo es constituida por predestinados. Quiero concluir este discurso con las comparaciones evangélicas que muestran claramente esta verdad. San Juan compara la Iglesia con un campo, en el cual hay grano y paja; el primero, para ser guardado en los graneros, la segunda para ser quemada en el fuego eterno (Mt 3,12). ¿No alude aquí a los elegidos y a los réprobos? Nuestro Señor la compara con la red lanzada al mar, en la cual se recogen peces buenos y malos (Mt 13,47); con el grupo de diez vírgenes, de las cuales cinco son prudentes y cinco necias (Mt 25,1-2); con tres criados, uno de los cuales es un inútil y es arrojado a las tinieblas exteriores (Mt 25,26-30); finalmente, la compara con una fiesta de bodas, a la cual fueron invitados buenos y malos, y estos últimos, no teniendo vestido adecuado, son arrojados a las tinieblas exteriores (Mt 22,2).

¿No bastan estas pruebas para comprender que no solo los elegidos, sino también los réprobos están en la Iglesia? Cerremos, pues, a tales opiniones la puerta de nuestro propio juicio, y a este propósito concluyamos con esta proposición que nunca se meditaría bastante: Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos (Mt 22,14). Todos los que están en la Iglesia fueron llamados, pero no son todos elegidos; Iglesia no significa elección, pero si convocación.

¿Donde encontraran en las Escrituras un pasaje que pueda servirles de excusa para tal absurdo, o contrapruebas tan claras como las que acabamos de ver? A los pertinaces nunca les faltan razones en contra. ¿Recordaran lo que se encuentra escrito de la Esposa en el Cantar de los Cantares, diciendo que es un huerto cerrado y fuente sellada, pozo de aguas vivas... (Ct 4,12-15) Toda hermosa y sin defecto, o como dice el Apóstol: Llena de gloria, sin mácula, ni arruga; santa e inmaculada (Ep 5,27)? De buena gana les ruego que vean lo que quieren concluir de estos pasajes, porque si quieren concluir que en la Iglesia no hay más que santos e inmaculados, sin arruga y gloriosos, les haré ver con el mismo pasaje que en la Iglesia no hay ni elegidos ni réprobos, porque, ¿no es la misma voz humilde de los justos y elegidos, como dice el gran Concilio de Trento (Ses. 6, c.11), la que suplica: "Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores"? Considero al Apóstol Santiago un elegido, y, sin embargo, él confiesa que todos tropezamos en muchas cosas (Jc 3,2).

San Juan cierra la boca a todos los elegidos, a fin de que nadie se gloríe de no cometer pecado; bien por el contrario, quiere que cada uno confiese el suyo (1Jn 1,8). Creo que David, en su arrebatamiento y éxtasis, sabía que era un elegido del Señor, y sin embargo dice que Todos los hombres son falaces (Si 115,11). Si queremos, pues, tomar a la letra estas santas cualidades de la Iglesia Esposa, de que no tiene mancha ni arruga, será preciso salir de este mundo para encontrar la verificación de tal retrato, porque los elegidos en este mundo no lo producen. Pongamos en limpio esta verdad.

1. La Iglesia, en lo que se refiere a su doctrina y costumbres, es un cuerpo bello, santo y glorioso. Las costumbres dependen de la voluntad; la doctrina del entendimiento; nunca habrá falsedad en el entendimiento de la Iglesia, ni maldad en su voluntad. Con la Gracia de su Divino Esposo, la Iglesia puede también decir, como Él: ¿Quién de vosotros me convencerá de pecado? (Jn 8,46). De ahí no se sigue que en la Iglesia no haya personas malvadas. Acordaos de cuanto dije anteriormente. La Esposa tiene unas y cabellos que no están vivos, aunque ella lo esté; el senado es soberano, pero no cada uno de los senadores; el ejército es victorioso, pero no cada uno de los soldados; gana las batallas, pero muchos soldados mueren en ellas. Así, la Iglesia Militante es siempre victoriosa y gloriosa frente a las puertas y potencias del infierno, aunque algunos de los suyos, o porque se pierden y no obedecen - como vosotros ahora estáis perdidos- queden disgregados y perdidos, o por otro accidente, sean heridos y mueran. Notad bien cada uno de los loores a la Iglesia de que están sembradas las Escrituras, haciéndole una corona, pues le son bien merecidos, así como las maldiciones a quien, estando en tan real camino, se pierde; es un ejército formado en batalla (Ct 6,9), pese a que algunos deserten.

2. ¿Quién no sabe que, con frecuencia, se atribuye a todo el cuerpo lo que en la realidad es propio de una sola de sus partes? La Esposa dice que su Esposo es blanco y rubio, y a continuación añade que sus cabellos son negros (Ct 5,10-11); San Mateo dice que los ladrones que estaban crucificados junto a Jesús blasfemaban (Mt 27,44), pero solo uno de ellos lo hacía, como nos relata San Lucas (Lc 23,39); se suele decir que la azucena es blanca, pero también tiene partes amarillas y verdes. Quien habla en términos amorosos usa este lenguaje, y el Cantar de los Cantares es un cántico casto y amoroso. Todas esas cualidades son justamente atribuidas a la Iglesia debido al grande numero de santas almas que en ella se encuentran, y que observan estrictamente los santos mandamientos de Dios, y alcanzaron la perfección que es posible alcanzar en esta peregrinación, pero no aquella perfección que esperamos en la bienaventurada Patria.

3. Además, aun cuando no hubiese otra razón para así calificar a la Iglesia que la esperanza de subir, toda pura y bella, hasta lo alto, al único puerto a que corre y aspira, esta razón bastaría para poderla llamar gloriosa y perfecta, principalmente por tener tan hermosas garantías de la santa esperanza. No sería justo entretenerse aquí en las mil futilidades por las cuales mil se hacen sonar mil falsas alarmas al pueblo simple. Se nos presenta el texto de San Juan: Yo conozco a mis ovejas, y ninguno Me las arrebatara (Jn 10,27-28); se nos alega que estas ovejas sean exclusivamente los predestinados que están en el rebano del Señor, se alude a lo dicho por San Pablo a Timoneo: El Señor conoce a los Suyos (2Tm 2,19); y por San Juan a los apostatas: De entre nosotros han salido, mas no eran de los nuestros (1Jn 2,19). ¿Qué dificultades hay en todo esto? Nosotros confesamos que las ovejas predestinadas oyen la voz de su pastor y tarde o temprano gozan de todas las propiedades de que habla San Juan (Jn 10); pero también confesamos que en la Iglesia, que es el rebano de Nuestro Señor, no hay ovejas solamente, sino también carneros.

De lo contrario, ¿por qué se habría dicho que en el juicio, al fin del mundo, las ovejas serán separadas (Mt 25,32 Ex 34,17)si no porque hasta el juicio, mientras la Iglesia esté en este mundo, en ella convivirán carneros y ovejas? Mal se los podría separar si nunca hubiesen estado juntos, y además, al fin de cuentas, tanto a predestinados como a réprobos se llama algunas veces ovejas, como atesta David: ¿Y por qué, oh Sión, nos has desechado para siempre, se ha encendido tu furor contra las ovejas que apacientas (Ps 73,1)? He andado errante como una oveja descarriada (Ps 118,176). Y en otro lugar, cuando él mismo dice: Escucha, ¡oh tu, Pastor de Israel!, tú que apacientas a José, como a ovejas (Ps 79,2), por José se refiere al pueblo de Israel, porque a José fue dada la primogenitura (1Ch 5,1), y el primogénito da nombre a la raza. Isaías (Is 53,6)compara a todos los hombres, tanto réprobos como elegidos, con ovejas: Omnes nos quasi oves erravimus; y así lo hace con el mismo Nuestro Señor, cuando dice, en el versículo 7: Quasi ovis ad occisionem ductus est.

Y también Ezequiel en todo su capítulo 34, donde, sin duda, llama rebano a todo el pueblo de Israel sobre el cual David debería reinar. ¿Y quién no sabe que en el pueblo de Israel no todos eran predestinados y elegidos? Así y todo, se los llama ovejas, y todos se encuentran juntos bajo un mismo pastor. Creemos, pues, que hay ovejas salvas y predestinadas -de esas habla San Juan- y ovejas condenadas -de que se habla en otros lugares- y todas se encuentran en un mismo redil.

De la misma forma, ¿quién niega que Nuestro Señor conozca a todos los suyos? Sin duda, Él sabía lo que se haría de Judas, y no por eso Judas dejo de ser Apóstol; supo lo que se tornarían sus discípulos que querían abandonarlo (Jn 6,67)por causa de la doctrina de la comida de su Carne, y, pese a ello, los recibió como discípulos. Una cosa es ser de Dios para la Iglesia Triunfante, según la eterna presciencia divina, y otra cosa muy distinta es ser de Dios para la Iglesia Militante, según la comunión presente de los santos. Los primeros son conocidos exclusivamente por Dios; los otros son conocidos por Dios y por los hombres. San Agustín dijo: "Según la eterna presciencia, ¡cuántos lobos hay dentro y cuantas ovejas hay fuera!" (Tract. 45 in Jn 12). Nuestro Señor conoce los que son suyos para la Iglesia Triunfante, pero además de esos hay otros en la Iglesia Militante que al final irán a la perdición, como ensena el mismo Apóstol cuando dice que en una casa grande hay todo tipo de vasos, unos para honra y otros para ignominia (2Tm 2,20). Lo que dice San Juan: De entre nosotros han salido, mas no eran de los nuestros (1Jn 2,19), no sirve de objeción, porque, como dice San Agustín, estaban con nosotros según el "numero", mas no según "el mérito", es decir, como el mismo doctor explica: "Estaban entre nosotros y eran de los nuestros por la comunidad de los Sacramentos, pero según la peculiar propiedad de sus vicios estaban ausentes"; ya eran herejes de alma y de voluntad, pese a no serlo según las apariencias exteriores. Esto no quiere decir que los buenos no estén juntos con los malos en la Iglesia; por el contrario, ¿cómo podrían salir de la compañía de la IGLESIA si no estuvieron en ella? Sin duda, estaban en ella de hecho, aunque fuera de ella de voluntad. Finalmente, he aquí un argumento que parece salirse de lo común: consta que "quien no tiene a Dios por Padre, no tiene a la Iglesia por madre"; consta asimismo que quien no tiene a Dios por Padre, tampoco tendrá a la Iglesia por madre; es así que los réprobos no tienen a Dios por Padre, luego no tienen a la Iglesia por madre y por lo mismo no pertenecen a la Iglesia. Pero la respuesta es fácil: admitamos la primera premisa, más no la segunda, que afirma que los réprobos no son hijos de Dios, y que deberá ser previamente explicada.

Todos los fieles bautizados pueden ser llamados hijos de Dios, con tal que sean fieles; de lo contrario, habría que quitar al Bautismo el nombre de regeneración o nacimiento espiritual que Nuestro Señor le dio (Jn 3,5); entendiéndolo así, hay muchos réprobos hijos de Dios, ya que hay muchos bautizados y fieles que serán condenados, los cuales, como dice la Verdad, creen por una temporada, y al tiempo de la tentación vuelven atrás (Lc 8,13). Así, negamos vehementemente la segunda premisa, que afirma que los réprobos no son hijos de Dios: siendo miembros de la Iglesia, pueden ser llamados hijos de Dios por la creación, por la redención, doctrina, profesión de fe, a pesar de que Nuestro Señor Se lamente de ellos en Isaías, que dice: He criado hijos, y los he engrandecido, y ellos me han despreciado (Is 1,2). Si algunos pretenden decir que los réprobos no tienen a Dios por Padre porque no serán sus herederos -según las palabras del Apóstol: Si eres hijo, también eres heredero (Ga 4,7)- negaremos la consecuencia, porque no solamente están en la Iglesia los hijos, sino también los criados, con la diferencia que los hijos quedaran para siempre herederos, al paso que los criados no, que serán expulsados de casa cuando el Maestro juzgare oportuno.

El mismo Señor es testigo en el Evangelio de San Juan (Jn 8,35)de que el hijo prodigo reconocía bien que muchos criados tenían pan abundante en la casa de su padre, mientras él, verdadero y legitimo hijo, moría de hambre guardando cerdos (Lc 15,15-17). Este argumento atesta la fe de la Iglesia Católica en este asunto. ¡Cuántos esclavos han sido vistos montados a caballo, y cuantos príncipes a pie como esclavos, puedo decir con el Eclesiastés (Lc 10,7)! ¡Cuántos cuervos y animales inmundos hay en esta arca eclesiástica, cuantas manzanas bellas y aromáticas aparecen en el manzano, que por dentro están llenas de gusanos, y aun así continúan unidas al árbol de que absorben su sustento! Quien tenga los ojos esclarecidos para ver el término del camino de los hombres, vería también en la Iglesia razones para decir: Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos, es decir, muchos que están en la Iglesia Militante no estarán en la Triunfante. ¡Cuántos hay dentro que estarán fuera, como San Antonio previo de Ario, y San Fulberto a Berengario! Es cierto entonces que no solamente los elegidos, sino también los réprobos, pueden estar y están en la Iglesia, y que aquellos que -por quererla tornar invisible- solo incluyen a los elegidos, hacen como el mal discípulo, que para no socorrer a su maestro se excusa diciendo que no haber aprendido nada de su cuerpo, sino solamente de su alma.



F. de Sales, Carta abierta