F. de Sales, Carta abierta 138

§8 - La verdadera Iglesia debe tener el espíritu de profecía.

138 La profecía es un gran milagro que consiste en el conocimiento cierto que el entendimiento humano tiene de las cosas sin experiencia ni discurso natural, sino por inspiración sobrenatural; por consiguiente, todo lo dicho de los milagros en general, debe aplicarse a éste en particular; pero, además, el profeta Joel predijo (Jl 2,28-29)que al fin de los tiempos, es decir, en la época de la Iglesia evangélica, según la interpretación de San Pedro (Ac 2,17), sucederá que derramaré Yo mi espíritu sobre toda clase de hombres; y profetizaran vuestros hijos y vuestras hijas; como Nuestro Señor había dicho, a los que creyeron, acompañarán estos milagros (Mc 16,17). Luego, la profecía debe perdurar siempre en la Iglesia, donde se encuentran los hijos e hijas de Dios, y donde sobre ellos derrama siempre su Santo Espíritu. El ángel dice en el Apocalipsis que el espíritu de profecía es el testimonio de Jesús (Ap 19,10); este testimonio de la asistencia de Nuestro Señor no se da solamente para los infieles, sino principalmente para los fieles, como dice San Pablo (1Co 14,22); ¿cómo, entonces, diréis que, habiéndolo Nuestro Señor dado una vez a su Iglesia, después lo quitaría? La causa fundamental por la cual se concedió permanece, luego, permanece la concesión. Sumemos a esto, como ya dije de los milagros, que la Iglesia tuvo profetas en todos los tiempos; no podemos, pues, pretender que no sea una de sus propiedades y una buena pieza de su dote.


Al subirse a lo alto llevo consigo cautiva a una grande multitud de cautivos, y derramo sus dones sobre los hombres... él mismo a unos ha constituido apóstoles, a otros profetas, y a otros evangelistas, y a otros pastores y doctores (Ep 4,8-11); si los espíritus apostólico, evangélico, pastoral y doctoral permanecen en la Iglesia, ¿por qué no ha de permanecer el profético? Es uno de los perfumes del vestido de la Esposa (Ct 4,11).


§9 - La Iglesia Católica tiene el espíritu de profecía, y la pretendida no.

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No hubo casi ningún santo en la Iglesia que no haya profetizado. Nombraré solamente los más recientes: San Bernardo, San Francisco, San Antonio de Padua, Santo Domingo, Santa Brígida, Santa Catalina de Sena, todos ellos fervorosos católicos. Los santos que acabo de mencionar son de ese número, tal como en nuestros días Gaspar Barzia y Francisco Javier. Entre nuestros antepasados, no hay uno que no nos haya contado con gran seguridad alguna profecía de Jean Borgeois, habiéndolo visto o escuchado muchos de ellos. El espíritu de profecía es el testimonio de Jesús (
Ap 19,10). Presentadnos ahora alguno de los vuestros que haya profetizado para vuestra Iglesia. Sabemos que las sibilas, de las cuales hablan casi todos los antiguos, fueron como las profetizas de los gentiles; Balaán también profetizo (Nb 22,24), pero lo hizo para la verdadera Iglesia, y, por ende, su profecía no dio autoridad a la iglesia en que se hacía, sino solo a aquella a que se dirigía. Tampoco niego que entre los gentiles haya una verdadera Iglesia, de poca gente, que tenga la fe en el Dios verdadero y observe los mandamientos de la ley natural por gracia de Dios; de eso atestiguan Job, en las antiguas Escrituras, y el buen Cornelio, con sus soldados, temerosos de Dios (Ac 10,2 Ac 10,7), en el Nuevo Testamento. ¿Donde están vuestros profetas? Si no los tenéis, creed que no sois del cuerpo para edificación del cual Nuestro Señor los dio, según San Pablo (Ep 4,11-12); además de eso, el espíritu de profecía es el testimonio de Jesús. Parece que Calvin quiso profetizar en el prefacio de su Catecismo de Ginebra, pero su predicción es de tal manera favorable para la Iglesia Católica que, cuando obtuviéremos su efecto, nos agradara considerarlo como profeta.


§10 - La verdadera Iglesia debe practicar la perfección de la vida cristiana.

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He aquí algunas extrañas enseñanzas de Nuestro Señor y sus Apóstoles. Un joven rico confesó haber observado los mandamientos de Dios desde su más tierna infancia; Nuestro Señor, que todo lo sabe, mirándolo, se aficiono por él, signo de que era verdadero aquello que había dicho, y le dio este consejo: Si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes, y tendrás un tesoro en el cielo: ven después, y sígueme (
Mt 19,21 Mc 10,16-22). San Pedro nos invita con su ejemplo y de sus compañeros: todo lo dejamos y Te seguimos (Mt 19,27), a lo que Nuestro Señor responde con esta solemne promesa: Vosotros que Me habéis seguido, os sentaréis sobre doce sillas y juzgaréis las doce tribus de Israel. Y cualquiera que habrá dejado casa o hermanos, o hermanas, o padre, o esposa, o hijos, o heredades por causa de Mi nombre, recibirá cien veces más y poseerá la vida eterna (Mt 19,28-29). Estas son las palabras; he aquí ahora el ejemplo: El Hijo del hombre no tiene sobre qué reclinar la cabeza (Mt 8,20); hízose pobre para enriquecernos a nosotros (2Co 8,9); Lucas dice que vivía de limosnas: Mulieres aliquae ministrabant ei de facultatibus suis (Lc 8,3); en dos salmos (Ps 109,22 Ps 40,18), que se refieren a su Persona, como interpretan San Pedro (Ac 1,20)y San Pablo (He 10,7), es llamado mendigo; cuando envió a sus Apóstoles a predicar, les dijo: Nequid tollerent in via nisi virgam tantum, y que no tomasen para el camino ni pan, ni alforja, ni dinero en el cinto, sino apenas sandalias en los pies, y que no llevasen dos túnicas (Mc 6,8-9). Sé que estas enseñanzas no son mandamientos absolutos, si bien que esto último así fue considerado por bastante tiempo; la única cosa que digo es que son consejos y ejemplos muy salutíferos.

Y he aquí aun otros parecidos, aunque tocantes a otro tema: Hay eunucos que nacieron tales del vientre de sus madres; y hay eunucos que fueron castrados por los hombres; y eunucos hay que se castraron a sí mismos por amor del Reino de los Cielos; qui potest capere, capiat (Mt 19,12). Eso mismo había sido predicho por Isaías: No diga el eunuco: "he aquí que soy un tronco seco", porque esto dice el Señor a los eunucos: "A los que observaren mis sábados, y practicaren lo que yo quiero, y se mantuvieren firmes en su alianza, les daré un lugar en mi casa, y dentro de mis muros, y un nombre más apreciable que el que le darían los hijos e hijas: daréles yo un nombre sempiterno que jamás se acabara" (Is 56,3-5). ¿quién no ve que el Evangelio responde justamente a la profecía? Y en el Apocalipsis se lee: Y cantaban como un cantar nuevo ante el trono, y delante de los cuatro animales, y de los ancianos... Estos son los que no se amancillaron con mujeres, porque son vírgenes.

Estos siguen al Cordero dondequiera que vaya (Ap 14,3-4). A esto se refiere la exhortación de San Pablo: Loable cosa es en el hombre no tocar mujer (1Co 7,1). Digo a las personas no casadas y viudas: bueno les es si así permanecen, como también permanezco yo (1Co 7,8). En orden a las vírgenes, precepto del Señor yo no lo tengo; doy, si, consejo, como quien ha conseguido del Señor la misericordia de ser fiel (1Co 7,25). Estas son las razones: Yo deseo que viváis sin inquietudes. El que no tiene mujer, anda solicito de las cosas del Señor, y en agradar a Dios. Al contrario, el que tiene mujer anda afanado en las cosas del mundo, y en como agradar a la mujer, y se halla dividido. De la misma manera la mujer no casada, o una virgen, piensa en las cosas de Dios, para ser santa en cuerpo y alma.

Pero la casada piensa en las del mundo, y en cómo ha de agradar al marido. Por lo demás yo digo esto para provecho vuestro; no para echaros un lazo, sino solamente para exhortaros a lo mas loable, y a lo que habilita para servir a Dios sin embarazo (1Co 7,32-35). En suma, el que da su hija en matrimonio obra bien; pero el que no la da, obra mejor (1Co 7,38). Después, hablando de la viuda, añade: Casese con quien quiera, con tal que sea según el Señor. Pero mucho más dichosa será si permanece según mi consejo; y estoy persuadido de que también me anima el Espíritu de Dios (1Co 7,39-40). Estas son las instrucciones de Nuestro Señor y de los Apóstoles, y este el ejemplo de Nuestro Señor, de nuestra Señora, de San Juan Bautista, de San Pablo, de San Juan y de Santiago, que vivieron todos en virginidad; y en el Antiguo Testamento, Elías y Eliseo, como ya habían hecho notar los antiguos. Finalmente, la humilde obediencia de Nuestro Señor, tan manifiesta en los Evangelios, no solamente la obligatoria a su Padre (Jn 6,38), sino también a San José, a su Madre (Lc 2,51), al César, a quien pago tributo (Mt 17,27), y a todas las criaturas, en su Pasión, por nuestro amor: Humiliavit semetipsum, factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis (Ph 2,8).

Y demostró la misma humildad, la cual vino a ensenar, diciendo: El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir (Mt 20,28); Estoy en medio de vosotros como un sirviente (Lc 22,27). Estos pasajes, ¿no son réplicas perpetuas y exposiciones de esta dulce lección: Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29)? ¿Y de esta otra: Si alguno quisiere venir en pos de mi, renúnciese a sí mismo, y lleve su cruz cada día, y sígame (Lc 9,23)? El que guarda los mandamientos, ya renuncia bastante a sí mismo lo suficiente para salvarse, se humillo suficientemente para ser ensalzado (Mt 23,12); pero queda todavía otra obediencia, humildad y de sí mismo, a la cual nos invitan el ejemplo y las enseñanzas del Señor.

Quiere que aprendamos de Él la humildad; se humillo no solamente a quien él era inferior, porque tomo la forma de siervo (Ph 2,7), sino también a sus propios inferiores; él desea, pues, que así como él se humillo no solamente por deber, sino ultrapasando el propio deber, así también nosotros obedezcamos con gusto a todas las criaturas, por su amor (1P 2,13); él quiere que renunciemos a nosotros mismos según su ejemplo, pues él renuncio tan firmemente a su voluntad que Se sometió a la propia cruz, y a servir a sus discípulos y servidores, como atesta quien, viendo esto tan extraño, exclamo: Non lavabis mihi pedes in aeternum! (Jn 13,8) ¿Qué nos resta, pues, sino reconocer en estas palabras y acciones el dulce convite a la sumisión y a la obediencia voluntaria que él nos hace, aun a quien no tenemos ninguna obligación? Esto sin apoyarnos siquiera sobre nuestro propio criterio y voluntad, según el dicho del Sabio (Pr 3,5), mas haciéndonos objetos y esclavos de Dios y de los hombres por amor a Dios. Los Recabitas fueron muy loados en Jeremías (Jr 35)porque obedecieron a su padre Jonadab en cosas duras y extrañas, a las cuales no tenía autoridad para obligarlos, como eran el no beber vino, ni ellos ni sus criados, ni sembrar, ni plantar, ni tener vinas, ni construir. Los padres, ciertamente, no pueden atar tan duramente las manos a su posteridad, si ella no lo consiente voluntariamente; los Recabitas, sin embargo, fueron loados y benditos por Dios, como aprobación de esta obediencia voluntaria con que habían renunciado a sí mismos, con una extraordinaria y perfecta renuncia.

Dicho esto, volvamos ahora a nuestro camino.

Estas enseñanzas y ejemplos aquí tan señalados de pobreza, castidad y abnegación de sí mismo, ¿para quién se hicieron? Para la Iglesia. ¿Por qué? Nuestro Señor es quien lo dice: Qui potest capere, capiat (Mt 19,12). ¿Y quién puede entenderlo? Quien tenga el don de Dios (1Co 7,7), y nadie tiene este don sino quien lo pidió (Sg 8,21). ¿Pero cómo le han de invocar, si no creen en Él? o ¿cómo creerán en Él si de Él nada han oído hablar? Y ¿cómo oirán de Él, si no se les predica? ¿Y cómo habrá predicadores, si nadie los envía? (Rm 10,14-15) Pero no hay misión alguna fuera de la Iglesia; luego, este qui potest capere, capiat, por consiguiente, no se dirige inmediatamente sino a la Iglesia y a aquellos que están en la Iglesia, porque fuera de la Iglesia no puede ser entendido. San Pablo dice con mayor claridad: Hoc ad utilitatem vestram dico: Os digo esto para provecho vuestro; no para echaros un lazo, sino solamente para exhortaros a lo mas loable, y a lo que habilita para servir a Dios sin embarazo (1Co 7,35).

De hecho, las Escrituras y los ejemplos que en ellas se contienen no son sino que para nuestra utilidad e instrucción (Rm 15,14); la Iglesia debe, pues, practicar estos santos consejos de su Esposo; de lo contrario, habría sido en vano y para nada que él los propusiera. Por eso, la Iglesia los tomo como propios, sacando de ellos grande provecho, como seguidamente veremos. Ni bien Nuestro Señor subió a los cielos, luego los cristianos vendían sus posesiones y traían su precio a los pies de los Apóstoles (Ac 4,34-35), y San Pedro, practicando la primera regla, decía: Aurum et argentum non est mihi (Ac 3,6).

San Felipe tenía cuatro hijas vírgenes (Ac 21,9), las cuales Eusebio asegura que permanecieron tales; San Pablo conservo la virginidad o el celibato (1Co 7,7), así como San Juan y Santiago; y cuando San Pablo reprendio como censurables algunas viudas jovenes, quae postquam lascivierint in Christum nubere volunt, habentes damnationem quia primam fidem irritam fecerunt (1Tm 5,11-12), el IV Concilio de Cartago (en que se encontraba San Agustín), San Epifanio, San Jerónimo, y todos los antiguos, interpretaron esto como refiriéndose a las viudas que, teniéndose consagrado a Dios para conservar su castidad, rompieron sus votos uniéndose en matrimonio, contra la fe que habían dado anteriormente al celestial Esposo. Por consiguiente, ya en aquellos tiempos eran practicados en la Iglesia los consejos de los eunucos y de la virginidad, dados por San Pablo. Eusebio de Cesarea explica que los Apóstoles instituyeron dos vías, una según los mandamientos y otra según los consejos; parece evidente que haya sido así, porque según el modelo de la perfección de vida practicada y aconsejada por los Apóstoles, una infinidad de cristianos conformo la suya, de cuyos testimonios la historia está llena.

¿Quién no sabe cuán admirables son los relatos del judío Filón sobre la vida de los primeros cristianos de Alejandría, en su libro intitulado De vita supplicum, o Tratado de San Marcos y sus discípulos? Como atestan Eusebio, Nicéforo, San Jerónimo, y entre otros Epifanio, Filon hablaba de los cristianos cuando escribía acerca de los Jesenos, que por algún tiempo, después de la Ascensión de Nuestro Señor, mientras San Marcos predicaba en el Egipto, fueron así llamados: o debido a Jesé, a cuya raza perteneció Nuestro Señor, o debido al nombre de Jesús, nombre de su Maestro, y que siempre tenían en la boca; quien lea los libros de Filón, vera que esos Jesenos o terapeutas, curadores o servidores, vivían en plena renuncia de sí mismos, de su carne y de sus bienes. San Marcial, discípulo de Nuestro Señor, en una epístola que escribió a los Tolosenses, relata que, por causa de su predicación, la bienaventurada Valeria, esposa de un rey terreno, había consagrado la virginidad de su cuerpo y de su espíritu al Rey Celestial. San Dionisio, en su obra De Hierarchiae Ecclesiae (cap. 6 §1,3), dice que los Apóstoles, sus maestros, llamaban a los religiosos de su tiempo terapeutas, o sea, servidores o adoradores, por el culto especial que prestaban a Dios, o monjes, debido a la unión en que vivían con Dios.

He aquí la perfección de la vida evangélica practicada en esos primeros tiempos de los Apóstoles y sus discípulos, los cuales, abriendo este camino que sube tan derecho para el cielo, fueron seguidos por una multitud de excelentes cristianos. San Cipriano guardo continencia y dio todos sus bienes a los pobres, como refiere el Diacono Poncio; otro tanto hizo San Pablo, el primer eremita, San Antonio y San Hilario, como afirman San Atanasio y San Jerónimo. San Paulino, obispo de Nola, según refiere San Ambrosio, habiendo nacido de una ilustre familia de Guyenne, repartió todos sus bienes a los pobres y, como aliviado de un pesado fardo, dijo adiós a su tierra y a sus familiares para servir mas plenamente a su Dios; de este ejemplo se sirvió San Martin para dejar todo e invitar a otros a la misma perfección. Jorge, Patriarca de Alejandría, dice que San Juan Crisóstomo abandono todo y se hizo monje.

Poticiano, gentilhombre africano, volviendo de la corte del emperador, conto a San Agustín que en el Egipto había numerosos monasterios y religiosos, que vivían en una gran dulzura y simplicidad de costumbres, y que en Milán había un monasterio, fuera de la ciudad, con un gran número de religiosos viviendo en gran unión y fraternidad, de los cuales San Ambrosio, obispo de la ciudad, era como su abad; les conto también que, junto a la ciudad de Tréveris, había un monasterio de religiosos donde dos cortesanos del emperador se habían hecho monjes, y que dos jovencitas, novias de estos cortesanos, al conocer la resolución de sus novios, consagraron igualmente a Dios su virginidad, retirándose del mundo para vivir en religión, pobreza y castidad; todo esto lo refiere San Agustín (Conf. VIII,6). Esto mismo cuenta Posidio de él, y también que instituyo un monasterio, lo que el propio San Agustín refiere en una de sus cartas (211). Estos santos padres fueron seguidos por San Gregorio, Juan Damasceno, Bruno, Romualdo, Bernardo, Domingo, Francisco, Luis, Antonio, Vicente, Tomas, Buenaventura, todos los cuales, habiendo renunciado y dicho adiós eterno al mundo y a sus pompas, se presentaron en perfecto holocausto al Dios vivo.

Concluyamos, pues: estas consecuencias me parecen inevitables. Nuestro Señor dejo plasmados en las Escrituras estos consejos de Castidad, Pobreza y Obediencia, que él mismo práctico e hizo practicar en su Iglesia naciente. Toda la Escritura y toda la vida de Nuestro Señor no fueron sino una instrucción para la Iglesia, y la Iglesia debe sacar provecho de ella. La Iglesia, pues, debía sacar provecho de ella ejercitándose en la castidad, pobreza y obediencia, o renuncia a sí misma. Item, la Iglesia hizo siempre y en todos los tiempos este ejercicio, luego, es una de sus características propias.

¿De qué habrían servido tantas exhortaciones si no hubiesen sido practicadas? La Iglesia verdadera debe resplandecer en la perfección de la vida cristiana; no quiere esto decir que todos en la Iglesia estén obligados a seguirla, bastando que solo en algunos de sus miembros y determinadas partes estuviese presente, a fin de que nada se haya escrito o aconsejado en vano, y que la Iglesia se sirva de cada una de las partes de las Escrituras sagradas.


§11 - La perfección de la vida evangélica es practicada en nuestra Iglesia, pero en la pretendida es menospreciada y abolida.

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La Iglesia actual, siguiendo la voz de su Pastor y Salvador y el camino trazado por sus antepasados, loa, aprueba y tiene en mucha estima la resolución de quienes se proponen la práctica de los consejos evangélicos, de los cuales cuenta con un gran numero. No dudo que, si hubieseis visitado las congregaciones de los Cartujos, Camaldulenses, Celestinos, Mínimos, Capuchinos, Jesuitas, Teatinos y muchos otros entre los cuales florece la disciplina religiosa, no pondríais en duda si los deberíais llamar ángeles terrestres o hombres celestes, y no sabríais qué admirar más: si una tan perfecta castidad de tanta juventud, o una tan profunda humildad entre tanta doctrina, o una tan grande fraternidad entre tanta diversidad; y todos, como celestiales abejas, trabajan en la Iglesia y de ella extraen la miel del Evangelio con los demás cristianos, sea predicando, sea escribiendo, sea rezando y meditando, sea ensenando y disputando, sea cuidando enfermos, sea administrando los sacramentos bajo la autoridad de los pastores.

¿Quién obscurecerá jamás la gloria de tantos religiosos de todas las ordenes, y de tantos sacerdotes seculares que, dejando voluntariamente su patria, o mejor dicho, su propio mundo, se expusieron a vientos y mares para aproximarse a las gentes del Nuevo Mundo, a fin de conducirlas a la verdadera fe e iluminarlas con la luz del Evangelio? Muchos, sin más provisiones que una viva confianza en la providencia de Dios, sin más recompensa que el trabajo, la miseria y el martirio, sin más pretensiones que la honra de Dios y la salvación de las almas, anduvieron entre los caníbales, canarios, negros, brasileños, moluquenses, japoneses y otras naciones extranjeras, quedándose en ellas, desterrándose ellos mismos de sus propios países a fin de que estos pobres pueblos no fuesen desterrados del paraíso. Sé que algunos ministros también fueron, pero con cálculos humanos, que fallaron; volvieron sin hacer nada, porque un mono (esto es, quien imita) es siempre un mono.

Pero los nuestros se quedaron allí en continencia perpetua, para fecundar la Iglesia con estas nuevas plantas; en pobreza extrema, para enriquecer a los pueblos con el comercio evangélico; y murieron en la esclavitud, para dar a este mundo la libertad cristiana. Pero si, en lugar de sacar provecho de estos ejemplos y confortar vuestros criterios con la suavidad de tan santo perfume, preferís mirar a ciertos lugares donde la disciplina monástica fue abolida, en los cuales de ella solo queda el hábito, me obligáis a deciros que solo buscáis las cloacas y desperdicios en vez de los huertos y jardines. Todos los buenos católicos lamentan la desgracia de esa gente y detestan la negligencia de sus pastores y la ambición de aquellos que, queriendo mandar, disponer y gobernar en todo, impiden las elecciones legitimas y el orden de la disciplina para apropiarse de los bienes temporales de la Iglesia.

¿Qué queréis? El Maestro sembró la buena simiente, pero el enemigo le mezclo la cizaña (
Mt 13,24-25); no obstante, la Iglesia, en el Concilio de Trento, restableció el orden, pero el propio concilio es despreciado por aquellos que debían cumplirlo, de la tal manera que los propios doctores católicos consideran que es un gran pecado entrar en esos monasterios tan relajados. La honra del orden apostólico no fue impedida por Judas, ni siquiera Lucifer impidió la del orden angélico, ni el diaconado lo fue por Nicolás; de la misma forma, esas abominaciones no deben impedir el brillo de tantos monasterios devotos que la Iglesia Católica conservo, en medio de la disolución de nuestro siglo de hierro, con el fin de que ni siquiera una palabra de su Esposo sea vana y no sea practicada. Por el contrario, señores, vuestra pretendida iglesia desprecia y detesta cuanto puede todo esto.

Calvin, en el libro IV de sus Instituciones, no trata de otra cosa que de la abolición de la observancia de los consejos evangélicos. Por lo menos, no me sabréis mostrar algún resquicio, ni ninguna prueba de buena voluntad entre vosotros a este respecto, ya que hasta los ministros se casan, cada cual comercia para juntar riquezas, y nadie conoce otro superior a no ser aquel a quien la fuerza hace reconocer, señal evidente de que esta pretendida iglesia no es aquella a la cual Nuestro Señor predico, y cuyo retrato diseño con tan hermosos ejemplos. Porque, si todos se casan, ¿en qué queda el consejo de San Pablo: Bonum est homini mulierem non tangere (1Co 7,1)? Y si todos corren tras las posesiones y el dinero, ¿a quién se dirigirán las palabras de Nuestro Señor: Nolite thesaurizare vobis thesauros in terra (Mt 6,19), y estas otras: Vade, vende omnia, da pauperibus (Mt 19,21)? Y si cada cual quiere mandar, ¿donde encontraremos la práctica de esta solemne sentencia: Qui vult venire post me abneget semetipsum? (Lc 9,23) Si se pusiere, pues, vuestra iglesia en comparación con la nuestra, la nuestra será la verdadera Esposa, que pone en práctica todas las palabras de su Esposo, y no deja inutilizado ni uno de los talentos de que habla la Escritura; la vuestra será falsa, porque no escucha la voz del Esposo, antes bien la menosprecia; no es razonable que, para tener la vuestra como creíble, se torne vana la menor silaba de la Escritura, la cual, no dirigiéndose sino a la verdadera Iglesia, sería vana e inútil si en la verdadera Iglesia no se hubiesen empleado todas sus piezas.


§12 - Tercera característica: la Universalidad o Catolicismo.

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El gran padre Vicente de Lérins, en su muy útil Memorial, dice que, sobre todo, tenemos que tener mucho cuidado en creer "lo que siempre fue creído, en todas las partes y por todos".... (Hay un corte en el manuscrito original. En la primera parte del párrafo trunco el Santo parecía decir que los) como los feriantes y hojalateros, porque todos los demás nos llaman católicos; porque si a esto añadimos romano, no es sino para ensenar al pueblo la sede del obispo que es pastor general y visible de la Iglesia, y ya desde el tiempo de San Ambrosio (De excessu Sat., § 47) era lo mismo estar en comunión con Roma y ser católico.

Pero en cuanto a vuestra iglesia, se llama en cualquier lugar Hugonote, Calvinista, Zwingliana, herética, pretendida, protestante, nueva o Sacramentaria; vuestra iglesia no existía antes de estos nombres, ni estos nombres antes de vuestra iglesia, porque son nombres propios; nadie os llama católicos: ni siquiera vosotros mismos os atrevéis a hacerlo. Sé bien que entre vosotros vuestras iglesias se llaman reformadas, pero tienen el mismo derecho sobre este nombre los luteranos, ubiquistas, anabaptistas, trinitarios y otros engendros de Lucifer, y ninguno nunca os lo cederá. El nombre de religión es común a la iglesia de los judíos y a la de los cristianos, a la antigua Ley y a la nueva; el nombre católico es propio de la Iglesia de Nuestro Señor; el nombre de reformada es una blasfemia contra Nuestro Señor, que formo y santifico su Iglesia en su Sangre, de tal manera que nunca tuviera que ser reformada aquella que es hermosa esposa (
Ct 4,7)y columna y apoyo de la verdad (1Tm 3,15).

Se pueden reformar los individuos y los pueblos, pero no la Iglesia ni la religión, porque, si ella era Iglesia y religión, estaba bien formada, ya que a la deformación se llama herejía e irreligión. El rojo de la sangre de Nuestro Señor es demasiado vivo y fino para tener necesidad de nuevos colores; vuestra iglesia, por ende, llamándose reformada, se separa de la formación que el Salvador le había dado.

No puedo dejar de deciros lo que entienden Beza, Lutero y Pedro Mártir. Pedro Mártir llama a los luteranos luteranos, y dice que vosotros sois sus hermanos; por consiguiente, sois luteranos. Lutero os llama fanáticos o Sacramentarios; Beza llama a los luteranos consubstancialistas y químicos, y a pesar de eso, los considera como iglesia reformada. He aquí, pues, los nuevos nombres que estos reformadores se dan unos a los otros; vuestra iglesia, por ende, no teniendo siquiera el nombre de católica, no puede en conciencia recitar el Símbolo de los Apóstoles, o entonces os juzgáis a vosotros mismos, ya que, confesando que la Iglesia es Católica y Universal, persistís en la vuestra que no lo es.

Verdaderamente, si San Agustín viviese ahora, se mantendría en nuestra Iglesia, ya que ésta, desde tiempos inmemoriales, siempre tuvo el nombre de católica.


§13 - La verdadera Iglesia debe ser antigua.

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Para que la Iglesia sea católica debe ser universal en el tiempo, y para ser universal en el tiempo debe ser antigua; por consiguiente, la antigüedad es una propiedad de la Iglesia, y, en comparación con las herejías, debe ser más antigua y precederlas, porque, como muy bien dice Tertuliano (Apologética, cap. 43; Contra Marcos, lib. 4, cap. 5), si la falsedad es una corrupción de la verdad, la verdad debe precederla. La buena simiente es sembrada antes de que el enemigo siembre la cizaña (
Mt 13,24-25); Moisés es anterior a Abiron, Datan y Coré; los ángeles anteriores a los diablos; Lucifer estuvo de pie en pleno día antes de caer en las tinieblas eternas; la privación debe seguir la forma.


San Juan dice de los heréticos: De entre nosotros han salido (1Jn 2,19), es decir, estaban dentro antes de salir de allá. La salida es la herejía, estar dentro es la fidelidad. La Iglesia precede la herejía; del mismo modo, la túnica de Nuestro Señor estuvo entera antes de haber sido dividida (Jn 19,23-24); y a pesar de que Ismael fue anterior a Isaac, no quiere esto decir que la falsedad sea anterior a la verdad, sino que la sombra verdadera del judaísmo es anterior al cuerpo del Cristianismo, como dice San Pablo (He 10,1).


§14 - La Iglesia Católica es antiquísima, y la pretendida es totalmente nueva.

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Decidnos ahora, por favor, si podéis señalar el tiempo y el lugar en el cual por primera vez nuestra Iglesia salió a luz desde el Evangelio, y el autor y el doctor que la convoco; emplearé las mismas palabras que un doctor y mártir de nuestra época (Beato Edmundo Campion, Decem Rationes, § 7, Historia), dignas de ser bien pesadas: "Reconocéis -y no podría ser de otro modo- que la Iglesia romana fue santa, católica y apostólica: -cuando mereció los santos loores del Apóstol: vuestra fe es celebrada por todo el mundo (
Rm 1,8); continuamente hago memoria de vosotros (Rm 1,9); y sé de cierto que en llegando a vosotros, mi llegada será acompañada de una abundante bendición del Evangelio de Cristo (Rm 15,29); a vosotros os saludan todas las Iglesias de Cristo (Rm 16,16)porque vuestra obediencia se ha hecho célebre por todas partes (Rm 16,19), ya que San Pablo, en libertad vigilada, allí sembró el Evangelio (Ac 28,30-31 2Tm 2,9); -cuando estando en ella San Pedro gobernó la Iglesia reunida en Babilonia (1P 5,13); -cuando Clemente, tan loado por el Apóstol (Ph 4,3), estuvo a su timón; -cuando los césares profanos Nerón, Domiciano, Trajano, Antonino, mataron a los obispos romanos en la época en que Dámaso, Siricio, Anastasio, Inocencio tenían el gobierno apostólico; y aun en el testimonio de Calvin, ya que libremente confiesa que en aquel tiempo aun no se habían extraviado de la doctrina evangélica.

Sabiendo esto, ¿cuando perdió entonces Roma esta fe tan celebrada? ¿Cuándo dejo de ser lo que era? ¿En qué época, bajo qué obispo, por qué medio, por qué fuerza, por causa de qué progreso la religión extraña se apodero de la ciudad y del mundo entero? ¿Qué voces, qué perturbaciones, qué lamentaciones suscito? ¿Acaso dormían todos en el mundo entero mientras Roma, digo bien, Roma, forjaba nuevos sacramentos, nuevos sacrificios y nuevas doctrinas? ¿No es extraño que ni siquiera un historiador, ni griego ni latino, ni local ni extranjero, haya dejado una alusión, en sus comentarios o memorias, a un acontecimiento tan grande"? Ciertamente, sería un caso insólito si los historiadores, que muestran tanta curiosidad en señalar la menor transformación de las ciudades y pueblos, hubiesen olvidado la más formidable de cuantas se pueden hacer, que es la transformación de la religión, en la ciudad y región más importante del mundo, como eran Roma e Italia. Decidme, señores, si sabéis cuando comenzó nuestra Iglesia ese pretendido error; decídnoslo con franqueza, porque es cosa cierta que, como dice San Jerónimo (Contra Lucifer § 28), haereses ad originem revocasse refutasse est. Remontemos el recorrido de la historia hasta los pies de la cruz mirando a uno y otro lado: nunca veremos una época, un paso, en que esta Iglesia católica haya mudado de rostro: siempre sigue siendo ella misma, en su doctrina y en sus sacramentos.

A este respecto, no necesitamos más testimonios contra vosotros del que los ojos de nuestros padres y abuelos, para decir cuando comenzó vuestra iglesia. En el ano de 1517, Lutero comenzó su tragedia, y en los años de 1534 y 1535 se llevo a la escena una pieza dramática en estas tierras, y Zwingli y Calvin fueron los dos principales personajes. ¿Queréis que os diga con todos los pormenores por qué sucesos y acciones, debido a qué fuerzas y violencia, esta reforma triunfo en Berna, Ginebra, Lausana y otras ciudades? ¿Qué lamentos y perturbaciones engendraron? Vemos y sentimos que no os agradaría este relato: en una palabra, vuestra iglesia no tiene aun ochenta años, su autor es Calvin, y sus efectos son la desgracia de nuestra época.

Y si queréis hacerla más antigua, decidnos donde estuvo anteriormente; no digáis que era invisible, porque si no se veía, ¿quién sabe dónde podría haber estado? Además de eso, Lutero os contradice, ya que afirma que al principio estaba solo. Luego, si Tertuliano, ya en su tiempo, afirma que los católicos rechazaban a los herejes por su novedad y posteridad, siendo así que la Iglesia no era aun sino una adolescente -Solemus, haereticos, compendii gratia, de posteritate praescribere- (Contra Hermog., cap. 1) ¿cuánta más razón tendremos ahora nosotros? Porque, si una de nuestras dos iglesias debe ser verdadera, ese título pertenece a la nuestra, que es antiquísima, y a vuestra novedad le toca el infame titulo de herejía.



F. de Sales, Carta abierta 138