F. de Sales, Carta abierta 1315

§15 - La verdadera Iglesia debe ser perpetua.

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Aunque la Iglesia fuese antigua, no sería universal en el tiempo si hubiese desaparecido en alguna época. La herejía de los Nicolaitas es antigua, pero no universal, ya que duro pocos años, y como una borrasca, que parece querer mover todo el mar y de prisa desaparece, o como un hongo, que nace de cualquier mal vapor, en una noche aparece y en un día se pierde, de la misma manera todas las herejías, por muy antiguas que hayan sido, todas desaparecieron, mientras la Iglesia dura perpetuamente. ¿Acaso no recordáis las palabras del Señor: Cuando Yo seré levantado en la tierra, todo lo atraeré a Mi (
Jn 12,32)? ¿No fue levantado en la cruz? ¿Cómo entonces dejaría la Iglesia, que había atraído, abandonada en la mitad del camino? ¿Cómo abandonaría esta presa que tan cara Le costó? El diablo, príncipe de este mundo, ¿habría sido vencido por el árbol de la cruz solamente por 300 o 400 años, para volver a ser amo durante mil años? ¿A tal punto queréis vaciar la cruz de su fuerza? ¿Tan inicuamente queréis comparar a Nuestro Señor, poniendo una alternativa entre él y el diablo? En la verdad, cuando un hombre valiente bien armado guarda la entrada de su casa, todas las cosas están seguras.

Pero si otro más valiente que él asaltándolo lo vence, lo desarmara de todos sus arneses, en que confiaba, y repartirá sus despojos (Lc 11,21-22). ¿Ignoráis que Nuestro Señor ha ganado Su Iglesia con Su Sangre (Ac 20,28)? ¿Quién podrá entonces quitársela de sus manos? Tal vez digáis que puede conservarla, pero no quiere; entonces acusáis su providencia. Dios dio dones a los hombres, apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, doctores, para la consumación de los santos, en función del ministerio para la edificación del Cuerpo de Cristo (Ep 4,11-12). ¿La consumación de los santos estaba ya hecha hace mil cien años? La edificación del Cuerpo Místico de Nuestro Señor, que es la Iglesia, ¿estaba ya terminada? O dejáis de llamaros constructores, o decid que no; y si no estaba terminada, ¿por qué hacéis daño a la bondad de Dios, diciendo que quito a los hombres lo que anteriormente les había dado? Los dones y gracias de Dios son irrevocables (Rm 11,29), o sea, no los otorga para volver a quitarlos.

Su providencia divina conserva perpetuamente la generación del pajarillo mas pequeño del mundo; ¿cómo, pues, abandonaría su Iglesia, que Le costó toda su Sangre, trabajos y sufrimientos? Dios saco a Israel del Egipto, de los desiertos, del Mar Rojo, de las calamidades y cautiverios; ¿cómo creeremos que abandonaría el Cristianismo en la incredulidad? Si tanto amo a su Agar, ¿cómo despreciaría a Sara? Refiriéndose a la Iglesia, canta el salmista: Dios la ha fundado para siempre (Ps 47,9); su trono (y habla de la Iglesia, trono del Mesías) resplandecerá para siempre en mi presencia, como el sol, y como la luna llena, y como testimonio fiel del cielo (Ps 88,37-38); Haré que subsista su descendencia por los siglos de los siglos (Ps 88,30); Daniel la llama reino que no se desvanecerá eternamente (Da 2,44); el ángel dice nuestra Señora que su reino no tendrá fin (Lc 1,33); Isaías dice de Nuestro Señor: si se da a sí mismo en expiación, vera descendencia, alargara sus días (Is 53,10); y en otro lugar: Asentaré con ellos eterna alianza... Cuantos los vieren los conocerán por ser ellos el linaje bendito del Señor (Is 61,8-9). Nuestro Señor, hablando de la Iglesia, ¿no dijo que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18), y no prometió a los Apóstoles, para ellos y para sus sucesores: Yo estaré siempre con vosotros, hasta la consumación de los siglos (Mt 28,20)? Si este designio o estas obras son de los hombres, dice Gamaliel, desaparecerán, pero si son de Dios no podréis destruirlas (Ac 5,38-39).

La Iglesia es obra de Dios: ¿quién podrá destruirla? Dejad a esos ciegos, porque toda planta que mi Padre Celestial no ha plantado, arrancada será de raíz (Mt 15,13). Pero la Iglesia fue plantada por Dios, y nadie podrá arrancarla. Dice San Pablo que todos revivirán en Cristo, pero cada cual a su vez: Cristo como el primero, después los que son de Cristo, y después será el fin (1Co 15,23); no hay interrupción entre los que son de Cristo y el fin, visto que la Iglesia debe durar hasta el fin. Es forzoso que Nuestro Señor reine entre sus enemigos hasta que haya sometido a sus adversarios debajo de sus pies (Ps 109,1-2; 1Co 15,25). ¿Y cuando los sujetara a todos sino al fin de los tiempos, en el día del juicio? Entretanto, es necesario que reine en medio de los enemigos. ¿Y donde están sus enemigos sino en la tierra? ¿Y donde reina él sino en su Iglesia?

Si esta Esposa murió después de haber recibido la vida del costado de su Esposo dormido en la cruz, si murió, pregunto, ¿quién la resucitara? (Aquí se repiten varias partes de un párrafo anterior.) La resurrección de un muerto no es un milagro menor que el de la creación. En la creación, Dios dijo, y fue hecho (Ps 148,5); inspiro el alma viviente (Gn 2,7), y ni bien la inspiro, el hombre comenzó a respirar. Pero Dios, queriendo reformar al hombre, empleo treinta y tres años, su Sangre y Agua y murió en el madero. Quien diga, pues, que la Iglesia está muerta o perdida acusa la providencia del Nuestro Salvador; quien se dice restaurador o reformador, como Beza llama a Calvin, Lutero y los demás, se atribuye la honra debida a Jesucristo y se hace más que los Apóstoles.

Nuestro Señor puso el fuego de Su caridad en el mundo (Lc 13,49); los Apóstoles, con el halito de su predicación, lo esparcieron y lo hicieron correr por el mundo entero. Ahora se dice que se había extinguido por el agua de la ignorancia y de la superstición. ¿Quién podrá volver a encenderlo? Soplar no sirve de nada. ¿Acaso será preciso golpear de nuevo con los clavos y la lanza a Jesucristo, Piedra Viva, para hacer brotar un nuevo fuego? De lo contrario, tendríamos que colocar a Lutero y a Calvin como piedra angular del edificio eclesiástico. Dice San Agustín a los Donatistas (In Ps 101, Sermo 2, § 7): ¡"Oh voz desvergonzada: que la Iglesia no exista porque tu no estás con ella"! No, no -dice San Bernardo (Sermo 79 in Ct ) - vinieron las torrentes, soplaron los vientos, pero ella no cayo, porque estaba fundada sobre la roca y la roca era Cristo (1Co 10,4).

¿Y entonces están condenados todos nuestros antepasados? Ciertamente que si, si la Iglesia hubiese perecido, porque fuera de la Iglesia no hay salvación. ¡Oh, qué correspondencia! ¡Riense ahora de nuestros antepasados, que tanto sufrieron para conservarnos la herencia del Evangelio, considerándolos locos e insensatos! Exclama San Agustín (De unitate Ecclesiae): "¿Qué nuevas nos traéis? ¿Tendremos que sembrar de nuevo la buena simiente para que crezca hasta la siega la que ya fue sembrada (Mt 13,30)? Porque, si decís que la que sembraron los Apóstoles está perdida por todos lados, os responderemos: leednos esto en las Escrituras, y no podréis leerlo sin falsificar lo que está escrito: que la simiente que al principio se sembró crecerá hasta el tiempo de su siega". La buena simiente son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del maligno, la siega es el fin del mundo (Mt 13,30-39). No digáis, pues, que la simiente fue ahogada o abolida, porque ella crece hasta el fin de los tiempos. La Iglesia no fue abolida cuando pecaron Adán y Eva, pues no era Iglesia, sino solo el principio de la Iglesia; además de eso, no pecaron de doctrina ni de creencia, sino de obra.

Tampoco cuando Aarón levanto el becerro de oro, porque Aarón no era el sumo sacerdote ni el jefe del pueblo, sino Moisés, que no idolatro, como tampoco lo hizo la tribu de Leví, que se unió a Moisés. Ni cuando Elías se lamento de estar solo (1S 19,14), porque no hablaba más que de Israel, mientras que Judá era la mejor y principal parte de la Iglesia; además de eso, lo que dice no es más que una forma de hablar para mejor expresar la justicia de su queja, ya que entonces habían siete mil hombres que no habían abandonado la idolatría (1S 19,18). Tratase de ciertas expresiones y demostraciones vehementes, propias de las profecías, que no deben verificarse sino de manera general, como tratándose de una desdicha, como cuando David dijo: Non est qui faciat bonum (Ps 13,3); o San Pablo: Omnes quaerunt quae sua sunt (Ph 2,21).

Ni tampoco cuando llegue la separación y la apostasía (1Th 2,3), ni cuando cese el sacrificio (Da 12,2), ni cuando el Hijo del hombre no hallara fe sobre la tierra (Lc 18,8), porque esto se verificara en los tres años y medio que reinare el Anticristo, durante los cuales, sin embargo, no perecerá la Iglesia, pues será alimentada en las soledades del desierto, como dicen las Escrituras (Ap 12,14).


§16 - Nuestra Iglesia es perpetua; la pretendida no.

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Os diré, como ya lo he hecho anteriormente (art. 14): mostradme una decena de años, desde que Nuestro Señor subió al cielo, en que nuestra Iglesia no haya existido: lo que os impide decir cuando comenzó nuestra Iglesia es que siempre existió. Porque, si quisiereis, de buena fe, esclarecer todo esto, Sanders, en su Visible monarchie y Gilberto Génébrard, en su Chronologie, os facilitaran suficientes luces, y sobre todo el docto César Baronius, en sus Annales.. Y, si no queréis comenzar a abandonar los libros de vuestros maestros y no tenéis los ojos cubiertos por una excesiva pasión, bastaría leer con atención las Centuries de Magdeburg para que vieseis por todos lados nada más que las obras de los católicos, porque, como muy bien dice un doctor de nuestros tiempos (Beato Edmundo Campion, ubi supra, art 14, p 124): "si no los hubiesen recogido, los habrían dejado mil quinientos años sin historia". Más adelante volveré a este tema (Art 18,20). En lo que a vuestra iglesia se refiere, supongamos que sea verdad esa gran mentira, o sea, que era del tiempo de los Apóstoles: ella no será la Iglesia Católica, ya que la Católica debe ser universal en el tiempo, esto es, debe durar para siempre; pero decidme donde estaba vuestra iglesia hasta hay cien, 200, 300 años; no sabréis decirlo, porque ella no existía; por consiguiente, no es la verdadera Iglesia.

Alguien dirá que existía, mas no era conocida. ¡Santo Dios! ¿Quién no dirá lo mismo? Adamitas, anabaptistas, cada cual entrara en ese discurso. Ya he demostrado (cap. 2, art. 1) que la Iglesia militante no es invisible y que es universal en el tiempo; ahora demostraré que tampoco puede ser desconocida.


§17 - La verdadera Iglesia debe ser universal en el espacio y en las personas.

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Decían los antiguos, sabiamente, que conocer bien la diferencia de los tiempos era un buen medio para entender las Escrituras, por falta del cual los judíos yerran, entendiendo como propio de la primera venida del Mesías lo que muy frecuentemente se dice de la segunda, y los ministros más aun, cuando quieren hacer a la Iglesia, desde San Gregorio para acá, tal como ella será en tiempos del Anticristo.

Interpretando así lo que está escrito en el Apocalipsis (
Ap 12,6-14), que la mujer huyo al desierto, toman aquí ocasión para decir que la Iglesia estuvo escondida y permaneció secreta hasta que se reveló con Lutero y sus discípulos. ¿Pero quién no ve que este pasaje no respira otra cosa sino el fin del mundo y la persecución del Anticristo? Siendo así que el tiempo está expresamente determinado en tres años y medio, lo mismo que en Daniel (Da 12,7). Y quien quiera, por alguna extraña glosa, ampliar este tiempo que la Escritura determino, contradice al Señor, que dice más bien que será acortado por amor de los elegidos (Mt 24,22). ¿Cómo se atreven a distorsionar las Escrituras, entendiendo cosa tan contraria a sus propias circunstancias? Por el contrario, se dice de la Iglesia que se parece al sol, a la luna, al arco iris (Ps 88,38), a una reina (Ps 44,10-14), a una montana tan grande como el mundo (Da 2,35); por consiguiente, ella no puede ni estar escondida, ni ser secreta, mas debe ser universal en extensión.

Me contentaré con traeros a la memoria dos de los mayores doctores de siempre. David había dicho: Grande es el Señor, y dignísimo de alabanza en la ciudad de nuestro Dios (Ps 47,2-3). "Es la ciudad situada sobre un monte -dice San Agustín- que no puede ocultarse; es la lámpara que no se puede ocultar debajo de un tonel, la conocida y celebrada por todos, como se deduce: el monte Sión está fundado con grande alegría del universo. Y, de hecho, Nuestro Señor, que decía que nadie enciende una lámpara para colocarla debajo del celemín, ¿cómo habría puesto tanta luz como la que hay en la Iglesia para cubrirla u ocultarla en cualquier yermo? Está en la montana que llena el universo, está en la ciudad que no puede ocultarse. Los Donatistas encuentran el monte, y cuando se les dice: "sube", dicen que no es una montana, y prefieren chocar de frente que buscar en ella una morada. Isaías, como leíamos ayer, grito: En los últimos días el monte en que se erigirá casa del Señor tendrá sus cimientos sobre la cumbre de todos los montes, y se elevara sobre los collados; y todas las naciones acudirán a él (Is 2,2).

¿Hay algo más visible que una montana? Pero sucede que hay otros montes desconocidos, porque están situados en un canto de la tierra. ¿Quién de vosotros conoce el Olimpo? Nadie, ciertamente, tal como los habitantes de allá no conocen nuestro monte Chiddaba; estos montes están sitos en regiones apartadas, pero el monte de Isaías llena toda la faz de la tierra. La piedra desgajada sin intervención humana, ¿no es Jesucristo, descendiente de la raza judaica sin intervención de matrimonio? ¿Y esta piedra no destruyo todos los reinos de la tierra, esto es, todos los dominios de ídolos y demonios? ¿No creció hasta llenar la tierra? Por consiguiente, es de este monte que se dijo que será asentado sobre todos los montes y toda la gente se aproxima a él. ¿Quién podrá perderse en este monte? ¿Quién chocara y partirá la cabeza contra él? ¿Quién ignora la ciudad colocada sobre el monte? No, no os admiréis de que sea desconocido a aquellos que odian a los hermanos, que odian a la Iglesia, porque por esto van a las tinieblas sin saber adónde van; se separaron del resto del universo, son ciegos de poco talento". Así hablaba San Agustín. Escuchemos ahora a San Jerónimo hablando a un cismático convertido: "Alégrome contigo y doy gracias a Jesucristo, mi Dios, pues de buena voluntad quisiste volver del ardor de la falsedad al convivio de todos, no diciendo ya como algunos: "¡Señor, sálvame, porque me falto la gracia!", y cuya voz impía apaga y envilece la gloria de la cruz, pretende someter el Hijo de Dios al diablo, y refiere a todos los hombres la queja proferida acerca de los pecadores.

Pero no creo que Dios haya muerto para nada: el maligno fue atado y derrotado, la palabra de Dios se cumplió: Pídeme, y te daré las naciones por herencia, y los confines de la tierra por posesión. ¿Donde están, decidme, esa gente tan religiosa, o mejor, demasiado profana, que construye mas sinagogas que iglesias? ¿Cómo serán destruidas las ciudades del diablo? Y los ídolos, ¿cómo serán abatidos? Si Nuestro Señor no hubiese tenido Iglesia, o si la hubiese tenido solamente en Cerdena, ciertamente estaría demasiado empobrecido. Ah, si Satanás hubiese poseído alguna vez el mundo, ¿cómo habrían sido acogidos los trofeos de la cruz e implantados en todos los rincones del mundo"? ¿Y qué diría ese grande personaje si ahora viviese? ¿Acaso no es envilecer el trofeo de Nuestro Señor? El Padre Celestial, por la grande humillación y anonadamiento que su Hijo sufrió en el árbol de la cruz, había hecho su nombre tan glorioso que todas las rodillas debieran doblarse para reverenciarlo (Ph 2,8-10), pues que ha entregado su vida a la muerte, y ha sido confundido con los facinerosos (Is 53,12) y ladrones, tuvo en herencia muchos pueblos; pero estos no tomaron en tanta cuenta los padecimientos del crucificado, quitando de su porción las generaciones de mil años, de tal manera que durante este tiempo solo había algunos servidores secretos, no siendo los otros sino hipócritas y malvados; heme aquí que me dirijo a vosotros, antepasados nuestros, a vosotros que llevasteis el nombre de cristianos y que habéis estado en la verdadera Iglesia: o poseíais la fe o no la poseíais.

Si no la poseíais, oh miserables, estáis condenados (Mc 16,16), y si la poseíais, ¿cómo no os opusisteis a la impiedad? ¿No sabéis que Dios hizo a cada uno responsable por su prójimo (Qo 17,12), y que quien cree internamente puede justificarse, pero quien quisiere obtener la salvación debe confesar su fe (Rm 10,10 Lc 12,8)? ¿Y cómo podríais decir: "Creí, por eso hablé" (Ps 115,1)? ¡También entonces sois unos miserables, porque habiendo recibido un talento tan bello, lo sepultasteis en la tierra! Pero si, por el contrario, oh Lutero y Calvin, la verdadera fe fue siempre publica en la antigüedad, sois vosotros los que sois unos miserables, ya que, para encontrar alguna excusa para vuestras fantasías, acusáis a todos los antiguos o de impiedad, si creyeron mal, o de cobardía, si se callaron.


§18 - La Iglesia Católica es universal tanto en las personas como en los lugares.

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La pretendida no. La universalidad de la Iglesia no requiere que todas las provincias o naciones reciban al mismo tiempo el Evangelio, bastando que esto ocurra sucesivamente, de suerte que de todos modos siempre se vea la Iglesia y que se reconozca que es la misma que estuvo en todo el mundo o en la mayor parte, a fin de que pueda decirse: Venite, ascendamus ad montem Domini (
Is 2,3). Porque la Iglesia será como el sol, y el sol no ilumina siempre igualmente en todas las regiones; basta que, en definitiva, nemo est qui se abscondat a calore ejus (Ps 18,7), de la misma manera bastara que al fin de los siglos se verifique la profecía de Nuestro Señor: que es preciso que se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén (Lc 24,47). Porque la Iglesia en los tiempos apostólicos echo ramas por todos lados, cargadas del fruto del Evangelio, como afirma San Pablo (CL 1,6); lo mismo dice San Ireneo en su tiempo, hablando de la Iglesia romana o papal, a la cual quiere que se refiera el resto de la Iglesia "por su más poderosa principalidad".

Prospero habla de nuestra Iglesia, no de la vuestra, cuando dice (Carmen de Ingratis, Pars 1ª, lin. 40-42): "Por el honor pastoral, Roma, sede de Pedro, es cabeza del universo; lo que no consiguió por guerras o por armas someter a su autoridad, la religión se lo ha ganado". Pues bien, veis que habla de la Iglesia que reconoce como jefe al Papa de Roma. En tiempos de San Gregorio había católicos en todas partes, como puede verse por las cartas que escribió a los obispos de casi todas las naciones. En los tiempos de Graciano, Valentiniano y Justiniano había católicos romanos en todas partes, como puede verse por sus leyes. Otro tanto dice San Bernardo de su tiempo; sabéis que fue así también en tiempos de Godofredo de Bullon.

Desde entonces, la misma Iglesia perdura hasta nuestros días, siempre romana y papal, de manera que aunque nuestra Iglesia fuese ahora menor de lo que es en la realidad, no por eso dejaría de ser católica, ya que continúa siendo la misma romana que fue y que estuvo establecida en casi todas las provincias de naciones y pueblos innumerables. Pero todavía esta esparcida por toda la tierra: en Transilvania, Polonia, Hungría, Bohemia y por toda Alemania, en Francia, Italia, Eslavonia, Candía, España, Portugal, Sicilia, Malta, Córcega, Grecia, Armenia, Siria y por todas partes.

¿Debería hacer referencia a las Indias Orientales y Occidentales? Quien quisiera ver un resumen de todo esto debería asistir a un capitulo, o asamblea general de los religiosos de San Francisco llamados Observantes: vería venir religiosos de todos los rincones del mundo, viejo y nuevo, para prestar obediencia a un simple, vil y abyecto; esto sería suficiente para verificar este paso de la profecía de Malaquías: In omni loco sacrificatur nomini meo (Ml 1,11). Por el contrario, señores, los pretendidos no pasan los Alpes, de nuestro lado, ni los Pirineos, del lado de España; Grecia no os conoce, las otras tres partes del mundo no saben quiénes sois, y nunca oyeron hablar de cristianos sin sacrificios, sin altar, sin sacerdocio, sin jefes y sin cruce, como vosotros sois; en Alemania, vuestros compañeros Luteranos, Brencianos, Anabaptistas y Trinitarios roen vuestra porción; en Inglaterra, los puritanos, en Francia, los libertinos.

¿Cómo, pues, os obstináis en permanecer así separados del resto del mundo como los Luciferianos o los Donatistas? Os diré como decía San Agustín (De unitate Ecclesiae, cap. 17) a uno de vuestros semejantes: dignaros, por favor, instruirnos sobre este punto: ¿cómo es posible que Nuestro Señor haya perdido su Iglesia en el mundo entero y la haya recuperado solamente en vosotros? Ciertamente empobreceréis demasiado a Nuestro Señor, dice San Jerónimo.

¿Porque, si decís que vuestra iglesia ya fue católica en el tiempo de los Apóstoles, entonces demostrad que lo era en aquellos tiempos, porque todas las sectas dirán lo mismo; como injertaréis ese pequeño brote de pretendida religión en este antiguo y santo tronco? Procurad que vuestra iglesia toque por una continuación perpetua la primitiva iglesia, porque si no se tocan, ¿cómo tendrán la misma savia una y otra? Esto no lo conseguiréis nunca. Tampoco estaréis jamás -si no os unís a la obediencia de la Católica- no estaréis jamás, repito, con los que cantaran: Redimisti nos in Sanguine tuo ex omni tribu, et lingua, et populo, et natione, et fecisti nos Deo nostro regnum (Ap 5,9-10).


§19 - La verdadera Iglesia debe ser fecunda.

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Tal vez digáis que después de que vuestra iglesia extienda sus alas, al final será también católica por la sucesión de los tiempos.

Pero eso sería hablar a la aventura, porque si San Agustín, Crisóstomo, Ambrosio, Cipriano, Gregorio y todo ese ejército de excelentes pastores no hubiesen sabido actuar bastante bien como para que la Iglesia no diese con la cara por el suelo muy poco después, como dicen Calvin, Lutero y los otros, ¿qué apariencia hay de que ahora se fortifique bajo la responsabilidad de vuestros ministros, los cuales ni en santidad ni en doctrina son comparables con aquellos? Si la Iglesia no fructifico en Primavera, Verano ni Otoño, ¿cómo queréis que en su Invierno se puedan ahora recoger frutos? Si no camino en su adolescencia, ¿hacia dónde queréis que corra en su vejez? Digo más: vuestra iglesia no solo no es católica, sino que ni siquiera puede serlo, pues no tiene fuerza ni virtud para producir hijos, sino solo para robar las crías de otros, como hace la perdiz; pero es una de las propiedades de la Iglesia el ser fecunda.

Por eso, entre otras razones, se la llama paloma (
Ct 6,8); y si su Esposo, cuando quiere bendecir a un hombre, torna su mujer fecunda, sicut vitis abundans in lateribus domus suae (Ps 127,3), y hace habitar la estéril en su casa, madre jubilosa de hijos (Ps 112,9), ¿no debía también Él tener una Esposa que fuese fecunda? Tanto más cuando, según la santa palabra, este desierto debía tener muchos hijos (Is 54,1 Ga 4,27), y esta nueva Jerusalén debía estar muy habitada y tener una grande descendencia: ambulant gentes in lumine tuo, dice el profeta (Is 60,3-4), et reges in splendore ortus tui. Leva in circuitu oculos tuos et vide; omnes isti congregati sunt, venerunt tibi; filii tui de longe venient et filiae tuae de latere surgent; y también: Pro eo quod laboravit anima eius, ideo dispertia, ei plurimos (Is 53,11-12).

Esta fecundidad de bellas naciones de la Iglesia se hace principalmente por la predicación, como dice San Pablo: Per evangelium ego vos genui (1Co 4,15); la predicación de la Iglesia, por consiguiente, debe ser inflamada: Ignitun eloquiun tuun, Domine (Ps 118,140). ¿Y qué de más activo, vivo, penetrante y pronto para combatir y mudar las formas de cualquier materia que el fuego?


§20 - La Iglesia católica es fecunda; la pretendida, estéril.

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Así fue la predicación de San Agustín en Inglaterra, de San Bonifacio en Alemania, de San Patricio en Irlanda, de Willibrord en Frisia, de Cirilo en Bohemia, de Adalberto en Polonia, Austria y Hungría, de San Vicente Ferrer, de Juan Capristano; así fue la predicación de los fervorosos hermanos Enrique, Antonio, Luis, de Francisco Javier y mil otros que expulsaron la idolatría por la santa predicación, y todos ellos eran católicos romanos. Por el contrario, vuestros ministros no han convertido aun ninguna provincia del paganismo, ni ninguna comarca; dividir el cristianismo, hacer sectas, dividir la túnica de Nuestro Señor, esos son los efectos de la predicación de ellos.

La doctrina cristiana católica es una lluvia suave que hace fecunda la tierra estéril; la vuestra parece más una tormenta de granizo, que estraga y arrasa la cosecha, y convierte en un yermo la más fértil campiña Tened cuidado con lo que dice San Judas: "Desdichados de ellos, que... imitando la rebelión de Coré -Coré era un cismático-, perecerán. Estos son los que contaminan vuestros convites cuando asisten a ellos sin vergüenza, cebándose a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de aquí para allá por los vientos" (
Jdt 11-13); tienen el exterior de las Escrituras, pero les falta el licor interior del espíritu: arboles otoñales infructuosos; no tienen más que el follaje de la letra, pero carecen del fruto de la inteligencia; dos veces muertos: muertos en cuanto a la caridad, por la división, y muertos en cuanto a la fe, por la herejía; sin raíces, que ya no podrán mas dar fruto; son olas bravas del mar, que arrojan las espumas de sus torpezas en debates, disputas y agitaciones; exhalaciones errantes, que no pueden servir de guía a nadie y carecen de firmeza en la fe, mudando constantemente.

¿Por ventura, nos admiraremos de que vuestra predicación sea estéril? No tenéis más que cascara sin savia; ¿cómo queréis vosotros que ella germine? No tenéis más que la vaina sin la espada, la letra sin la inteligencia; no es, pues, extraño que no podáis dominar la idolatría; por eso, San Pablo, hablando de los que se separan de la Iglesia, afirma: Sed ultra non proficient (2Tm 3,9). Si entonces vuestra iglesia no puede de forma alguna llamarse católica hasta al presente, menos debe esperar que lo venga a ser en el futuro, porque su predicación es floja y sus predicadores aun no han enfrentado, como dice Tertuliano, el compromiso de ethnicos convertendi, más solamente el de nostros avertendi. ¿Qué iglesia es esa que no está unida ni es santa ni católica y, lo que es peor, no puede tener ninguna esperanza razonable de serlo alguna vez?




F. de Sales, Carta abierta 1315