Poicarpo martirio

El martirio de Policarpo

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(Carta de la Iglesia de Esmirna a la Iglesia de Filomelium,1,7-11,13-16)

Os escribimos, hermanos, la presente carta sobre los sucesos de los mártires, y señaladamente sobre el bienaventurado Policarpo, quien, como el que estampa un sello, hizo cesar con su martirio la persecución. Podemos decir que todos los acontecimientos que le precedieron no tuvieron otro fin que mostrarnos nuevamente el propio martirio del Señor, tal como nos relata el Evangelio. Policarpo, en efecto, espero a ser entregado, como lo hizo también el Señor, a fin de que también nosotros le imitemos, no mirando solo nuestro propio interés, sino también el de nuestros prójimos (Ph 2,4). Porque es obra de verdadera y solida caridad no buscar solo la propia salvación, sino también la de todos los hermanos (...).

Sabiendo que habían llegado sus perseguidores, bajo y se puso a conversar con ellos. Se quedaron maravillados al ver la edad avanzada y su enorme serenidad, y no se explicaban todo aquel aparato y afán para prender a un anciano como él. Al momento, Policarpo dio órdenes de que se les sirviera de comer y de beber cuanto apetecieran, y les rogo, por su parte, que le concedieran una hora para orar tranquilamente. Se lo permitieron y, puesto en pie, se puso a orar tan lleno de gracia de Dios, que por espacio de dos horas no le fue posible callar. Todos los que le oían estaban maravillados, y muchos sentían remordimientos de haber venido a prender a un anciano tan santo.


Una vez terminada su oración, después de haber hecho en ella memoria de cuantos en su vida habían tenido trato con él, lo montaron sobre un pollino y así le condujeron a la ciudad, día que era de gran sábado. Por el camino se encontraron al jefe de policía Herodes, y a su padre Nicetas, que lo hicieron montar en su carro y sentándose a su lado, trataban de persuadirle, diciendo: "¿Pero qué inconveniente hay en decir: César es el Señor, y sacrificar y cumplir los demás ritos y con ello salvar la vida?"

Policarpo, al principio, no les contesto nada; pero como volvieron a preguntar de nuevo, les dijo finalmente: "No tengo intención de hacer lo que me aconsejáis". Ellos, al ver su fracaso de intentar convencerle por las buenas, comenzaron a proferir palabras injuriosas y le hicieron bajar tan precipitadamente del carro, que se hirió en la espinilla. Sin embargo, sin hacer el menor caso, como si nada hubiera pasado, comenzó a caminar a pie animosamente, conducido al estadio, en el que reinaba tan gran tumulto que era imposible entender a alguien.

En el mismo momento que Policarpo entraba en el estadio, una voz sobrevino del cielo y le dijo: "ten buen ánimo, Policarpo, y pórtate varonilmente". Nadie vio al que dijo esto; pero la voz la oyeron los que de los nuestros se hallaban presentes. Seguidamente, mientras lo conducían hacia el tribunal, se levanto un gran tumulto al correrse la voz de que habían prendido a Policarpo.

Al llegar a presencia del procónsul, le pregunto si él era Policarpo. Respondiendo afirmativamente el mártir, el procónsul trataba de persuadirle para que renegase de la fe, diciéndole: "Ten consideración a tu avanzada edad", y otras cosas por el estilo, según tienen por costumbre, como: "Jura por el genio del César; muda de modo de pensar; grita: ¡Mueran los ateos!".

A estas palabras, Policarpo, mirando con grave rostro a toda la muchedumbre de paganos que llenaban el estadio, tendiendo hacia ellos la mano, dando un suspiro y alzando sus ojos al cielo, dijo:

-Sí, ¡mueran los ateos!

-Jura y te pongo en libertad. Maldice de Cristo.


Entonces Policarpo dijo:

-Ochenta y seis años hace que le sirvo y ningún daño he recibido de Él; ¿cómo puedo maldecir de mi Rey, que me ha salvado?

Nuevamente insistió el procónsul, diciendo:

-Jura por el genio del César.

Respondió Policarpo:


-Si tienes por punto de honor hacerme jurar por el genio, como tú dices, del César, y finges ignorar quién soy yo, óyelo con toda claridad: yo soy cristiano. Y si tienes interés en saber en qué consiste el cristianismo, dame un día de tregua y escúchame.

Respondió el procónsul:

-Convence al pueblo.

Y Policarpo dijo:

-A ti te considero digno de escuchar mi explicación, pues nosotros profesamos una doctrina que nos manda tributar el honor debido a los magistrados y autoridades, que están establecidas por Dios, mientras ello no vaya en detrimento de nuestra conciencia; mas a ese populacho no le considero digno de oír mi defensa.


Dijo el procónsul:

-Tengo fieras a las que te voy a arrojar, si no cambias de parecer.

Respondió Policarpo:

-Puedes traerlas, pues un cambio de sentir de lo bueno a lo malo, nosotros no podemos admitirlo. Lo razonable es cambiar de lo malo a lo justo.

Volvió a insistirle:

-Te haré consumir por el fuego, ya que menosprecias las fieras, como no mudes de opinión.


Y Policarpo dijo:

-Me amenazas con un fuego que arde por un momento y al poco rato se apaga. Bien se ve que desconoces el fuego del juicio venidero y del eterno suplicio que está reservado a los impíos. Pero, en fin, ¿a qué tardas? Trae lo que quieras (...).

Enseguida fueron colocados en torno a él todos los instrumentos preparados para la pira y como se acercaban también con la intención de clavarle en un poste, dijo:


-Dejadme tal como estoy, pues el que me da fuerza para soportar el fuego, me la dará también, sin necesidad de asegurarme con vuestros clavos, para permanecer inmóvil en la hoguera.

Así pues, no le clavaron, sino que se contentaron con atarle. Él entonces, con las manos atrás y atado como un cordero egregio, escogido de entre un gran rebaño preparado para el holocausto acepto a Dios, levantando sus ojos al cielo dijo:

-Señor Dios omnipotente, Padre de tu amado y bendecido siervo Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento de Ti, Dios de los ángeles y de las potestades, de toda la creación y de toda la casta de los justos, que viven en presencia tuya:

Yo te bendigo, porque me tuviste por digno de esta hora, a fin de tomar parte, contado entre tus mártires, en el cáliz de Cristo para resurrección de eterna vida, en alma y cuerpo, en la incorrupción del Espíritu Santo.

¡Sea yo con ellos recibido hoy en tu presencia, en sacrificio pingüe y aceptable, conforme de antemano me lo preparaste y me lo revelaste y ahora lo has cumplido, Tu, el infalible y verdadero Dios!

Por lo tanto, yo te alabo por todas las cosas, te bendigo y te glorifico, por mediación del eterno y celeste Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu siervo amado, por el cual sea gloria a Ti con el Espíritu Santo, ahora y en los siglos por venir. Amén.

Apenas concluida su suplica, los ministros de la pira prendieron fuego a la leña. Y levantándose una gran llamarada, vimos un gran prodigio aquellos a quienes fue dado verlo; aquellos que hemos sobrevivido para poder contar a los demás lo sucedido. El fuego, formando una especie de bóveda, rodeo por todos lados el cuerpo del mártir como una muralla, y estaba en medio de la llama no como carne que se abrasa, sino como pan que se cuece o como el oro y la plata que se acendra al horno. Percibíamos un perfume tan intenso como si se levantase una nube de incienso o de cualquier otro aroma precioso.

Viendo los impíos que el cuerpo de Policarpo no podía ser consumido por el fuego, dieron orden al verdugo para que le diese el golpe de gracia, hundiéndole un puñal en el pecho. Se cumplió la orden y broto de la herida tal cantidad de sangre que apago el fuego de la pira, y el gentío quedo pasmado de que hubiera tal diferencia entre la muerte de los infieles y la de los escogidos.

Al número de estos elegidos pertenece Policarpo, varón admirable, maestro en nuestros tiempos, con Espíritu de apóstol y profeta; obispo, en fin, de la Iglesia católica de Esmirna. Toda palabra que salió de su boca, o ha tenido ya cumplimiento o lo tendrá con certeza.


Pero el maligno... dispuso las cosas de modo que no nos fuera dejado su cuerpo, aunque muchos eran los que deseaban apoderarse de sus santos restos. En efecto, Nietas... fue a suplicar al gobernador que no se nos diera el cadáver, diciendo: No vaya a suceder que abandonen al crucificado y empiecen a adorar a éste. Esto era una sugerencia de los judíos, quienes insistían en ello y aun montaron una guardia cuando nosotros fuimos a recogerlo de la pira. Ignoraban que nosotros ni jamás podremos abandonar a Cristo, que padeció por la salvación del mundo entero de los que se salvan, él inocente, por nosotros, pecadores, ni jamás daremos culto a otro alguno. Porque a él le adoramos porque es hijo de Dios, mientras que a los mártires les tributamos un justo homenaje de afecto como a discípulos e imitadores del Señor, a causa del amor insuperable que mostraron por su rey y maestro. ¡Ojala que nosotros pudiéramos también acompañarles y llegar a ser discípulos con ellos!

Así pues, el centurión, viendo la porfía de los judíos, hizo colocar el cadáver en el centro y lo hizo quemar, a la manera como ellos suelen hacerlo. Así nosotros más tarde pudimos recoger sus huesos, más valiosos que las piedras preciosas y más estimables que el oro, y los colocamos en lugar adecuado. Allí, nos concederá el Señor celebrar el natalicio de su martirio, reuniéndonos todos en cuanto nos sea posible con júbilo y alegría, para celebrar la memoria de los que ya terminaron su combate, y para ejercerlo y preparación de los que aun han de combatir...


(1) EUSEBIO, Historia Eclesiástica, V. 20,3-8. (volver)
(2) IRENEO, Adversus Haereses, III,3,4. (volver)
(3) Carta a los Filipenses, cap. 3-6. (volver)



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