Aquino - SEGUNDA CORINTIOS 8


Capítulo 3



10
(
2Co 3,1-5)

LECTIO 1: 2 Corintios 3,1-5

Dice que no necesita de recomendaciones ni del aura popular, porque de tales cosas es de las que menos necesita el ministro del Evangelio.

1. ¿Es que comenzamos otra vez a recomendaros a nosotros mismos? ¿O es que necesitamos, como algunos, cartas de recomendación para vosotros o de vuestra parte?
2. Nuestra carta sois vosotros, escrita én nuestros corazones, conocida y leída de todos los hombres:
3. siendo notorio que sois una carta de Cristo hecha por nuestro ministerio, escrita no con tinta sino con el Espíritu del Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas que son corazones de carne.
4. Tal confianza la tenemos por Cristo para con Dios:
5. No porque seamos capaces de pensar cosa alguna por nosotros mismos, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios.

Habiendo dado el Apóstol su excusa, con la que captó la benevolencia de sus oyentes, consiguientemente prosigue aquí con su propósito, tratando de los ministros del Nuevo Testamento. Y acerca de esto hace dos cosas. Porque primero exalta, la dignidad dejos buenos ministros; segundo, subraya la malicia de los malos ministros, y esto en el capítulo X y con posterioridad. Acerca de lo primero hace dos cosas. La primera, exaltar el ministerio del Nuevo Testamento; la segunda, ponderar el uso de tal ministerio en los demás, exhortándolos a lo que dice en el Capítulo 6: Como cooperadores, etc. Acerca de lo primero exalta el ministerio del Nuevo Testamento por tres razones. La primera es por la dignidad en este capítulo; la segunda es por el uso (cap. 4,1): Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio; la tercera es por el premio (cap. 5): Sabemos que si esta tienda de nuestra mansión terrestre se desmorona, nos dará Dios en el cielo otra casa. Acerca de lo primero hace dos cosas. La primera, desbaratar una objeción; la segunda, recomendar a los ministros del Nuevo Testamento: Es El quien nos ha hecho capaces, etc. (2Co 3,6).

Acerca de lo primero débese saber que el Apóstol quiere recomendar a los ministros del Nuevo Testamento, de los que uno era él mismo. Y por esto, para que los Corintios no le objetaran que así quería él recomendarse a sí mismo, al instante excluye tal cosa, diciendo: ¿Es que comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos, etc.? En lo cual hace dos cosas. La primera, pantear la cuestión; la segunda, resolverla: ¿O es que necesitamos, etc.? Su pregunta es ésta: Digo que no somos nosotros adulteradores de la palabra de Dios, como los falsos, sino que con ánimo sincero hablamos como de parte de Dios. Pero ¿acaso diciendo esto empezamos otra vez a recomendarnos, o sea, que decimos estas cosas como si quisiéramos buscar nuestra gloria y no la de Dios? Y dice que otra vez, porque en la primera Epístola se recomendaba a sí mismo suficientemente diciendo: Cual prudente arquitecto, etc. Y no decimos esto como si buscáramos nuestra gloria, sino la de Dios. La boca de otro sea la que alabe (Pr 27,2). Pues bien, a esta cuestión responde diciendo: ¿O es que necesitamos?, etc. Y muestra que no gustosamente se recomienda. Y acerca de esto muestra dos cosas. La primera, que no necesita de la recomendación de los hombres; la segunda, que tampoco esto les pide é! mismo a ellos: Tal confianza la tenemos por Cristo para con Dios. Acerca de lo primero son dos cosas las que indica: la primera, que no necesita de la recomendación de ellos para su propia gloria; la segunda, la causa de ello: Nuestra carta sois vosotros. Así es que dice: Digo que no empezamos por recomendarnos a nosotros mismos porque no necesitamos de recomendación. Y esto lo dice así: ¿O es que necesitamos nosotros, verdaderos ministros, como algunos, esto es, los talsos, cartas de recomendación, o sea, avisos laudatorios para vosotros, de otros, o de nuestra parte, para otros enviados?

Pero en contra está lo que dice en Col 4,10: Marcos, primo de Bernabé, respecto del cual ya recibisteis avisos, etc. Aun los legados del Papa siempre llevan consigo cartas de presentación. Porque esto no es algo malo.

Respondo: Débese decir que recibir tales cartas de personas famosas, con el solo objeto de ser recomendado y honrado por ellas, mientras no sea uno conocido por sus buenas obras, no es algo malo, y esto lo hacen los legados del Papa. Y el Apóstol ya era conocido y se recomendaba entre ellos por sus buenas obras, por lo cual no necesitaba de cartas de recomendación. Y por eso de inmediato indica la causa de ello agregando: nuestra carta sois vosotros. Como si dijera: Yo tengo buenas cartas, no necesito de otras. Y por lo mismo acerca de esto hace dos cosas. La primera, indicar cuál sea la csrfa que tiene; la segunda, explicar esto mismo: siendo notorio, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas: mostrar su carta y decir que ésta es suficiente para su propia recomendación: escrita en nuestros corazones. Así es que dice así: Nuestra carta sois vosotros, esto es, la carta por la que se manifiesta nuestra dignidad, con la cual nos recomendamos, de modo de no necesitar de otras cartas. Nuestra gloria sois vosotros (2Co 1,14). Hi¡itos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto (Gal. 4,19). Pero ¿acaso no es suficiente esta epístola? Lo es por estar escrita en nuestros corazones. Donde toca dos cosas, que son la causa de la suficiencia de tales cartas. La una es que se entienda y se sepa por qué se envía, y cuando ésta se tenga buscar las demás. Y en cuanto a esto dice: escrita en nuestros corazones, porque siempre os tenemos en la memoria, por el especial cuidado que de vosotros tenemos. Y es justo que yo piense así de todos vosotros, por cuanto os llevo en el corazón (Ph. 1,7).

La segunda es que aquel al cual se envía la lea y la conozca; de otra manera no cuidaría de su recomendación. Y en cuanto a esto dice: conocida y leída de todos los hombres. Sabido es, repito, que por nosotros habéis sido constituidos y convertidos. Se lee que a nuestro ejemplo también otros os imitan. Escribe la visión, y nótala en las tablillas para que se pueda leer corrientemente (Habac. 2,2). Y cómo se conoce esta epístoa lo explica diciendo: siendo notorio. Y acerca de esto hace tres cosas. La primera, explicar de quién sea esta carta; la segunda, cómo fue escrita; y la tercera en qué. De quién sea lo muestra: es de Cristo. Y por eso dice: siendo notorio que sois de Cristo, esto es, por Cristo informados y conducidos, es claro que de manera principal y autoritativa. Uno solo es para vosotros el Maestro (Mt 23,8). Y por nosotros de manera secundaria e instrumentalmente. Por lo cual dice: por nuestro ministerio. Así es preciso que los hombres nos miren (1Co 4,1). Sea Cefas, etc. (1Co 3,22). Y de qué manera esté escrita lo muestra porque no es con tinta, o sea, no mezclada con errores, como los seudoapóstoles, no mudable e imperfecta, como la antigua ley, que a nadie conduce a la perfección (Hebr. 7,18-19). Porque la tinta es negra, entendiéndose por ella el error, y débil, por lo cual representa la mutabilidad. Así es que no está escrita con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo, o sea, con el Espíritu Santo, en el cual vivís y por cuya eseñanza habéis sido instruidos. En Ei fuisteis sellados (Ep 1,13). Y dónde esté escrita lo indica agregando: no en tablas de piedra, como la antigua ley, para excluir toda dureza, como si dijera: no en duros corazones de piedra como los judíos. Hombres de dura cerviz (Ac 7,51). Sino en tablas que son corazones de carne, o sea, en corazones dilatados por la caridad, y de carne, esto es, blandos por el deseo de cumplir y de entender. Quitaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra (Ez. 36,26). Tal confianza la tenemos por Cristo, etc. Arriba demostró el Apóstol que no buscaba su gloria por no necesitarla; y aquí hace ver que no sólo no buscaba su propia gloria sino que además todas las cosas buenas que hace no se las atribuye a sí mismo sino a Dios.

Y acerca de esto hace dos cosas. Porque primero atribuye a Dios todos los bienes que tiene y hace; y segundo, indica la causa de ello: no porque seamos capaces, etc. Así es que primero dice: Digo que no necesitamos de cartas de recomendación y que vosotros sois nuestra carta de recomendación hecha por nuestro ministerio. Ni tampoco buscamos nuestra gloria sino la de Cristo: y tal confianza, esto es, para decir esto, la tenemos para con Dios, la referimos a Dios. O bien una confianza que tiende hacia Dios, por cuyas fuerzas digo esto, porque El mismo obra en mí; confianza que tenemos por Cristo, por quien tenemos acceso al Padre, como se dice en Romanos 5,2. El cual nos unió a Dios. Dice Jeremías 1 7,7: Bienaventurado el varón que tiene puesta en el Señor su confianza. Y por estar unido a Dios por Cristo tengo esta confianza. Obraré con confianza (Ps. 1 1,6). Y la causa de tal confianza es que cuanto hago, aun el principio mismo del obrar, a Dios lo atribuyo. Y por eso dice: No porque seamos capaces de pensar, y ni siquiera de expresar ni de realizar. Porque en todo proceso del obrar, primero es el asentimiento, que se hace pensando; en seguida la expresión con palabras, y finalmente la realización por la obra: de donde resulta que así ni el pensar tiene uno por sí mismo, sino de Dios; y no hay duda de que no sólo la perfección de la buena obra es de Dios sino también su incoación. Aquel que en vosotros comenzó la buena obra, etc. (Ph. 1,6). Y esto es contra los pelagianos que dicen que la incoación de la buena obra es cosa nuestra y que su perfección se le debe a Dios. Todas nuestras obras Tú nos las hiciste (Is 26,12). Pero para que no por esto se piense que se suprime la libertad de la voluntad, dice: por nosotros mismos como propia nuestra, como si dijera: Ciertamente puedo hacer algo, lo cual pertenece al libre albedrío; pero lo que haga no es por mí sino por Dios, que esto mismo puede dar; para así tanto preservar la libertad del hombre, diciendo: por nosotros mismos, o sea, por nuestra parte, como ponderar la gracia divina, diciendo: no como propia nuestra sino que viene de Dios.

Esto mismo lo sostiene también el Filósofo: que nunca por el libre aibedrío puede el hombre hacer algo bueno sin la ayuda de Dios. Y la razón que da es que en lo que hacemos hay que investigar aquello por lo que obramos. Y esto no es proceder hasta el infinito, sino llegar a algo primero, como es la deliberación. Así es que de esta manera obro el bien porque la deliberación me determina a esto, y esto procede de Dios. Por lo cual dice que la deliberación del bien procede de algo que está por encima del hombre y que lo mueve a obrar bien. Y esto es Dios, que mueve a los hombres y todo lo que hacen para obrar, pero de diversos modos. Porque como tal movimiento es recibido en lo que es movido, es necesario que esto sea según el modo de su naturaleza, esto es, de la cosa movida. Y por eso mueve El todas las cosas conforme a sus naturalezas; así es que a las que por su naturaleza sean libres, por lo cual tienen el dominio de sus acciones, libremente las mueve para sus operaciones propias como a creaturas racionales e intelectuales. Y a las demás no libremente sino conforme al modo de su naturaleza. Ahora bien, aun cuando no seamos capaces de pensar algo por nosotros, como por nosotros solos, sin embargo tenemos cierta capacidad, por la cual podamos querer el bien y empecemos a creer, y esto procede de Dios. ¿Qué cosa tienes que no hayas recibido? (1Co 4,7).



11
(
2Co 3,6-11)

LECTIO 2: 2 Corintios 3,6-11

Pondera a los ministros del Nuevo Testamento, cuyo ministerio excede al ministerio del Antiguo Testamento.

6. El es quien nos ha hecho idóneos ministros del Nuevo Testamento: no de la letra sino del espíritu. Porque la letra mata, mas el espíritu vivifica.
7. Que si el ministerio de muerte grabado con letras sobre piedras fue con tanta gloria que no podían fijar la vista los hijos de 1srael en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual era perecedera,
8. ¿cómo no ha de ser de mayor gloria el ministerio del Espíritu?
9. Porque si el ministerio de la condenación fue con gloria, mucho más abunda en gloria el ministerio de la justicia.
10. Pues no era gloria lo que se glorificó en este aspecto, en comparación de esta gloria sobreeminente.
11. Porque si lo que era pasajero fue glorioso, mucho más será con gloria lo que perdura.

Una vez ponderado el ministerio del Nuevo Testamento, aquí consiguientemente pondera a sus ministros. Y primero pone dos cosas que corresponden a las palabras primeramente expresadas. Porque primero había hablado del don recibido de Dios, al decir: nuestra capacidad, etc.; y la confianza concebida por el don, cuando dijo: Tal confianza, etc. Así es que primero determina las cosas que corresponden al don percibido; luego, las que corresponden a la confianza concebida: Teniendo, pues, una tan grande esperanza, etc. Acerca de lo primero hace tres cosas. Primero indica qué don han recibido de Dios, o sea, el ministerio del Nuevo Testamento; segundo, dice cómo es el Nuevo Testamento: no de la letra, sino del espíritu; tercero, por la dignidad del Nuevo Testamento deduce la dignidad de sus ministros: Que si el ministerio, etc. Así es que dice: Digo que nuestra capacidad procede de Dios, quien nos ha hecho idóneos ministros del Nuevo Testamento (A vosotros se os dará el nombre de ministros de Dios: Is 61,6). Y en esto tenemos el lugar de los ángeles. Haces que tus ángeles, etc. (Ps. 103,4). Pero no sólo nos hace ministros, sino además idóneos. Porque a cada cosa Dios le da cuanto necesita para que pueda alcanzar la perfección de su naturaleza. De aquí que, por haberlos constituido Dios ministros del Nuevo Testamento, también les dio la idoneidad para ejercer este ministerio, a no ser que haya un impedimento de parte de quienes lo reciben. Y para semejante ministerio ¿quién puede creerse capaz (2Co 2,17), como los Apóstoles constituidos por Dios? Y qué cosa sea el Nuevo Testamento lo explica agregando: no de la íetra, etc. Y lo explica en cuanto a dos cosas: en cuanto a en qué consiste y en cuanto a la causa por la cual fue dado: porque la letra mata, etc.

Acerca de lo primero débese saber que el Apóstol habla con profundidad; porque dice Jeremías 31-32: Yo haré una nueva alianza con la casa de 1srael, no como aquella que contraje con sus padres. Y luego: 1mprimiré mi ley en sus entrañas, y la grabaré en sus corazones (Jerem. 31,33). Así es que el Antiguo Testamento se escribe en un libro, que luego se rocía con sangre, como se dice en Hebreos 9,19-20: Tomó la sangre y roció el libro, etc., diciendo: esta es la sangre del pacto, etc. Y así es patente que el Antiguo Testamentó es testamento de la letra; y en cambio el Nuevo Testamento es el Testamento del Espíritu Santo, con el cual la caridad de Dios se difunde en nuestros corazones, como se dice en Romanos 5,5. Y así mientras el Espíritu Santo produce en nosotros la caridad, que es la plenitud de la ley, tenemos el Nuevo Testamento, no de la letra, esto es, que se tenga que escribir con letra, sino del espíritu, o sea, por el Espíritu que vivifica. La ley del Espíritu de vida (Rm 8,2), o sea vivificante. La causa por la cual se ha dado el Nuevo Testamento por el Espíritu la expresa así: porque la letra mata en circunstancias favorables. Porque la letra de la ley da únicamente el conocimiento del pecado. Por medio de la ley nos viene el conocimiento del pecado (Rm 3,20). Y de que conozco el pecado sólo dos cosas se siguen. Porque la ley, mientras por ella se conoce, no reprime la concupiscencia; sino que más bien, llegada la ocasión, la aumenta, por cuanto la concupiscencia más ardientemente inclina a la cosa prohibida. De aquí que tal conocimiento, de ninguna manera destruida la causa de la concupiscencia, mata, por lo cual agrega la prevaricación. Porque mas grave es pecar a la vez contra la ley escrita y la natural que únicamente contra la ley natural. El pecado, tomando ocasión del mandamiento, me engañó y por él mismo me mató (Rm 7,2). Ahora bien, aun cuando ocasionalmente mate, en cuanto que aumenta la concupiscencia, y agrega la prevaricación, sin embargo no es mala la antigua ley porque al menos prohibe lo malo. Pero es imperfecta, en cuanto que no quita la causa. Así es que la ley sin espíritu interior que imprima el precepto en el corazón, es ocasión de muerte. Por lo cual fue necesario que se nos diera la ley del espíritu, que produciendo la caridad en el corazón, vivifique. El Espíritu es el que vivifica (Jn 6,63).

En consecuencia de lo dicho, muestra el Apóstol la dignidad de su ministerio. Y acerca de esto hace dos cosas. La primera, enseñar que el ministerio del Nuevo Testamento excede al ministerio del Antiguo Testamento; la segunda, que no sólo lo excede, sino que el ministerio del Antiguo Testamento casi no tiene gloria ninguna en comparación con el Nuevo: Pues no era gloria, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. La primera, mostrar que el ministerio del Nuevo Testamento excede al del Antiguo; la segunda, dar la razón de ello: porque si el ministerio, etc. Acerca de lo primero débese saber que el Apóstol se basa en lo que dice el Éxodo (34,29), donde nuestro texto dice que Moisés tenía el rostro con dos cuernos, de modo que no podían acercársele. Otros manuscritos dicen: el rostro resplandeciente, lo cual es preferible; porque no se debe entender literalmente que tuviese él dos cuernos, como algunos lo pintan; sino que se dice que tenía el rostro con cuernos por el brillo o rayos de luz de su rostro que se le veían como si fueran cuernos. Y eso se refuta de esta manera. Y primeramente por un símil, y se puede proceder de menor a mayor. Porque consta que si lo que es menor tiene algo de gloria, cuánto más lo que es mayor. Es así que el Antiguo Testamento, que es menor que el Nuevo, gozaba de gloria, tanto que no podían fijar la vista los hijos de 1srael en el rostro de Moisés, luego es claro que de mucho mayor gloria goza el Nuevo. Ahora bien, que el Antiguo Testamento sea menor que ei Nuevo, se prueba de triple manera.

Primero en cuanto al efecto, porque aquél es Testamento de muerte, y éste lo es de vida, como se ha dicho. Y en cuanto a esto dice el Apóstol que si el ministerio de muerte, o sea, el antiguo, que es ocasión de muerte; y esto corresponde a lo que dice así: la letra mata, etc. Lo segundo en cuanto al modo de ser transmitido, porque el Antiguo fue comunicado con letras en tablas de piedra; y el Nuevo fue impreso espiritualmente en corazones ole carne, y esto lo indica cuando dice: grabada con letras, o sea, perfectamente grabada en piedras, en tablas de piedra. Y esto corresponde a esto otro que dice: no de la letra sino del espíritu. Lo tercero en cuanto a la perfección, porque la gloria del Antiguo Testamento carece de confianza, porque la ley no lleva a nadie a la perfección. Y en el Nuevo tenemos la gloría con esperanza de mejor gloria, o sea, sempiterna. Mi salvación durará para siempre (Is 51,6,8).

Y esto lo indica diciendo: la cual es perecedera (Si os circuncidáis, Cristo de nada os aprovechará: Gal. 5,2).

Y deduce la conclusión diciendo: ¿cómo no ha de ser de mayor gloria el ministerio de la justicia?, lo cual es evidente.

En seguida indica la razón de todo ello diciendo: Porque si el ministerio de la condenación, etc. He aquí su razón: La gloria se debe mas a la justicia que a la condenación; y el ministerio del Nuevo Testamento es un ministerio de justicia porque interiormente vivifica justificando. Ahora bien, el ministerio del Antiguo Testamento es ministerio de condenación ocasionalmente. La letra mata, mas el espíritu da vida (2Co 3,6). Es así que el> ministerio de condenación, o sea, el ministerio del Antiguo Testamento, que ocasionalmente es causa de condenación, como se ha dicho, se da con gloria, lo cual se ve en el rostro de Moisés; luego es evidente que mucho más abunda en gloria, o sea, que da abundante gloria a sus ministros el ministerio de justicia, esto es, el del Nuevo Testamento, por el cual se da el espíritu, per el cual, a su vez, se tiene la justicia y la consumación de las virtudes. Los sabios poseerán ía gloria (Pr 3,35). En este punto hubo la costumbre de plantear cuestiones de comparación entre Moisés y Pablo; pero si rectamente se consideran ías palabras del Apóstol, no son necesarias; porque no se establece aquí una comparación de persona a persona, sino de ministerio a ministerio. Pero como los seudoapóstoles podrían decir que aun cuando sea mayor el ministerio del Nuevo Testamento que el ministerio del Antiguo Testamento, sin embargo no es mucho mayor; por eso bueno es que pongamos atención en ¡o que hacían tanto en aquel como en este ministerio, porque simultáneamente guardaban las observancias legales con el Evangelio. Aquí consiguientemente lo reprueba el Apóstol, diciendo: Pues no era gloria, etc. Y acerca de esto hace dos cosas. Porque primero muestra que el ministerio del Nuevo Testamento sin posible comparación excede al ministerio del Antiguo; segundo, indica la razón de ello: Porque si ¡o que era pasajero, etc. Así es que dice: Dije que el ministerio de la justicia abunda en gloria, mientras que la gloria del antiguo ministerio no se debe llamar gloría, porque no era gloria lo que se glorificó, etc., lo cual se explica de dos maneras. De un primer modo: Pues no era gloria, etc., esto es, aquella gloria nada es en comparación con esta del Nuevo Testamento, porque aquella gloria no se les dio a todos los ministros, sino sólo a Moisés, y no brilló en todo Moisés, sino en parte, o sea, sólo en su rostro particularmente. Y por eso: no era gloria lo que se glorificó, o sea, no se debe glorificar en comparación de esta gloria sobreeminente, en comparación con la muy superior gloria del Nuevo Testamento, la cual abunda en gracia, para que por ella purificados los hombres puedan ver no la gloria del hombre, sino la de Dios. De una segunda manera así: no era gloria lo que se glorificó, corno si dijera: Porque en esta parte, o sea, en atención a esta naturaleza particular por la que somos siervos, no era gloria, no es glorioso aquello que brilló en el Antiguo Testamento; y esto en comparación de esta gloria sobreeminente que hay en el Nuevo, porque es la gloria de Dios Padre. Y en seguida indica la causa de ello diciendo: porque si lo que era pasajero, etc. Y su razón es ésta: Lo que se da para que pase nada es en comparación con lo que se da para que siempre permanezca. Así es que si el Antiguo Testamento era pasajero, desaparece. Mas cuando ílegue lo perfecto, entonces lo parcial se acabará (1Co 13,10). Porque por la gloria de Moisés asistido al menos por una gloria parcial consta que el Nuevo Testamento permanece, porque aquí se incoa, y se perfecciona en la patria. ES cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Luc. 21,33). Será mucho mayor en la gloria eterna, en la cual se perfeccionara. Será, digo, para nosotros que somos sus ministros.



12
(
2Co 3,12-18)

LECTIO 3: 2 Corintios 3,12-18

Dice que con gran esperanza y gran confianza en Dios desempeña su ministerio, afirmando que mayor confianza se encuentra en la Nueva Ley que en la antigua.

12. Teniendo, pues, una tan grande esperanza, usamos de toda confianza:
13. Y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que no contemplasen los hijos de 1srael su rostro, lo cual era perecedero.
14. Pero sus entendimientos fueron embotados. Porque hasta el día de hoy, en la lectura del Antiguo Testamento ese mismo velo permanece, sin ser removido (lo que en Cristo desaparece).
15. Y así, hasta el día de hoy, siempre que es leído Moisés, un velo está puesto sobre el corazón de ellos.
16. Mas cuando vuelvan al Señor será quitado el velo.
17. Ahora bien, el Señor es el Espíritu. Y donde está el Espíritu del Señor allí hay libertad.
18. Y todos nosotros, contemplando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, en la misma imagen somos transformados de claridad en claridad, coma por el Espíritu del Señor.

Habiendo indicado las cosas que corresponden a la exaltación del don recogido de Dios, aquí consiguientemente indica las que corresponden a la exaltación de la confianza concebida por ese mismo don. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero pone la confianza concebida por el don; luego, compara la confianza del Antiguo Testamento con la del Nuevo: Y no como Moisés. Así es que primero dice: Teniendo, pues, una tan grande esperanza, en virtud de lo que se nos ha dicho a nosotros, que vemos la gloria de Dios. En la esperanza hemos sido salvados (Rm 8,24). Usamos de toda confianza, esta es, con toda confianza obramos cuanto pertenece al ejercicio de este ministerio, por lo cual crece nuestra esperanza. El justo se mantiene a pie firme como el león, sin asustarse de nada (Pr 28,1). Bienaventurado el varón que tiene puesta en Dios su confianza (Jr 17,7). Consiguientemente, así como antepone don a don, así antepone la confianza en el Nuevo Testamento a la confianza en el Antiguo, diciendo: Y no como Moisés, etc. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero presenta un hecho del Antiguo Testamento; segundo, lo explica: que era perecedero. Ahora bien, el hecho que presenta se lee en Éxodo 24, donde dice que cuando Moisés le hablaba al pueblo velaba su rostro, que porque por su resplandor no podían verlo cara a cara ios hijos de 1srael. Y por eso dice: Y no como Moisés, etc.; como si dijera: Digo que usamos de grande confianza, y tanta, que no nos pasa a nosotros lo que a Moisés, que no descubría su rostro al pueblo, porque aún no era llegado el tiempo de revelar la claridad de la verdad. Así es que nosotros poseemos la confianza sin velos.

En seguida explica lo que dijera del velo: que era perecedero. Porque el velo aquel era la oscuridad de las figuras, la cual fue suprimida por Cristo. Y acerca de esto hace tres cosas. La primera, indicar la supresión de ese velo; la segunda, cómo tal supresión tiene lugar en los Judíos: Pero sus entendimientos fueron embotados, etc.; la tercera, cómo tiene lugar esa supresión en los ministros del Nuevo Testamento: Y todos nosotros contemplando a cara descubierta, etc. Así es que dice que Moisés se ponía un velo, de género, en su rostro, el cual velo desaparecerá, esto es, será quitado por Cristo, cumpliendo en verdad lo que Moisés comunicaba en figura; porque todo les ocurría a ellos en figura; porque así Cristo con su muerte quitó el velo de la muerte del cordero pascual. Y por eso en el instante en que entregó su espíritu, el velo del templo se rasgó. Y también al enviar el Espíritu Santo a los corazones de los fieles, para que entendieran espiritualmente lo que los Judíos entendían carnalmente. Y quitó el velo aquél cuando se les abrió la percepción para que entendieran las Escrituras (Luc. 24,32). Y qué efecto tenga en los Judíos la dicha desaparición del velo lo muestra diciendo: Pero sus entendimientos fueron embotados, etc. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero muestra que no les fue quitado en estado de infidelidad; segundo, que se les quitará al convertirse ellos: Mas cuando vuelvan al Señor.

Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero muestra la razón por la cual no tiene lugar esa supresión en los Judíos; segundo, que por lo mismo aún los cubre ese velo: hasta el día de hoy, etc. Así es que dice que se quita en los que creen, pero no en cuanto a los Judíos infieles; y la razón de ello es que sus entendimientos fueron embotados: se les ha entorpecido la razón, sus entendimientos están debilitados y cerrados; ni pueden ver la claridad de la luz divina -de la verdad divina- sin el velo de las figuras. Y esto porque han cerrado los ojos para no ver, no obstante que se rasgó el velo del templo. Y por eso la infidelidad es por culpa de ellos, no por defecto de la verdad, porque, quitado el velo, a todos los ojos de la mente que se abren por la fe se les manifiesta clarísimamente la verdad. La ceguera ha venido de una parte de israei (Rm 1 1,25). Yo he venido a este mundo para un juicio (Jn 9,39). Porque así lo profetizaba Is (6,10): Embota el corazón de ese pueblo. Y ciertamente se les ha embotado el entendimiento para que, manifiesta a nosotros la verdad, hasta el día de hoy no entiendan. Pero ese mismo velo que estaba en el Antiguo Testamento, antes de que fuese rasgado el velo del templo como una lección del Antiguo Testamento -como no entienden aquello de distinta manera que antes, porque hasta ahora se atienen a las figuras, para que no descubran la verdad, esto es, para que no la entiendan-, ese velo de Dios, repito, no creen que sea figura sino la verdad, figura que ciertamente desaparece en cuanto a los fieles, y en cuanto en sí es para todos por Cristo, esto es, en la fe de Cristo; pero en ellos permanece porque no creen que haya venido Cristo.

En seguida, cuando dice: Y así hasta el día de hoy,

etc., muestra de qué manera permanece hasta el día de hoy el velo en los Judíos en cuanto infieles, aun cuando haya sido quitado por Cristo. Acerca de lo cual se debe saber que de dos maneras se dice que se le pone a alguien un velo. O porque se le pone a la cosa que se ve para que no pueda ser vista; o porque se le pone al que ve para que no vea; pero del uno y del otro modo les estaba puesto a los Judíos el velo en la Antigua Ley. Porque sus corazones estaban obstruidos, para que por su dureza no conocieran la verdad, y además el Antiguo Testamento aún no se completaba ni cumplía porque todavía no venía la verdad. iPor lo cual en señal de esto el velo estaba en el rostro de Moisés, y no en los rostros de ellos; pero, al venir Cristo, el velo fue quitado del rostro de Moisés, o sea, del Antiguo Testamento, por estar ya cumplido, pero sin embargo no es quitado de los corazones de ellos. Y esto lo dice así: Y así, hasta el día de hoy, como si dijera: Ha sido quitado de los fieles el velo del Antiguo Testamento; pero hasta ahora, cuando se lee a Moisés, o sea, cuando se les expone el Antiguo Testamento (Porque Moisés tiene desde generaciones antiguas en cada ciudad hombres que lo predican, puesto que en las sinagogas él es leído todos los sábados: Hechos 15,21), el velo, esto es, la ceguera, está puesto sobre el corazón de ellos. El endurecimiento ha venido de una parte de 1srael, etc. (Rm 1 1,25).

Ahora bien, el cuándo y el cómo se les quitará ese velo lo muestra en seguida diciendo: Mas cuando vuelva al Señor, etc. Y primero explica cómo ha de ser quitado el velo; luego, agrega la razón de ello: Ahora bien, el Señor es el Espíritu, etc. Así es que dice que el dicho velo aún está puesto en ellos, pero no que el Antiguo Testamento esté velado, sino que son los corazones de ellos los que están velados. Y por eso, para que sea quitado nada falta sino que se conviertan, y esto lo dice así: Mas cuando vuelva alguno de ellos a Dios por la fe en Cristo, por la misma conversión será quitado el velo. Los residuos de Jacob, los residuos, digo, se convertirán al Dios fuerte (Is 10,21). Y esto mismo lo tenemos en la Epístola a los Romanos (II,25-32). Y débese observar que cuando trata de ceguera habla en plural. Por lo cual dice: sobre el corazón de ellos. Y cuando trata de conversión habla en singular, diciendo: Mas cuando vuelva, para indicar la facilidad de ellos para el mal y la dificultad para el bien, como si pocos se convirtieran.

Ahora bien, la razón por la cual se conviertan y se quite el velo de este modo es que Dios quiere. Porque se podría decir que el velo ese se les ha puesto por mandato de Dios, y que por eso no se puede quitar. Pero el Apóstol muestra que no sólo se puede quitar, sino que además será quitado por El, que es el Señor; y esto lo dice así: Ahora bien, el Señor es Espíritu. Lo cual se puede leer de dos maneras. La primera: entendiéndose el Espíritu de parte del sujeto, para que diga: el Espíritu, esto es, el Espíritu Santo, que es el autor de la Ley, es el Señor, o sea, que obra por su propio arbitrio de libertad. El Espíritu sopla donde quiere (Jn 3,8). Repartiendo a cada cual según quiere (1Co 12,1 1). Y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad; como si dijera: Por ser espíritu el Señor puede dar libertad para que podamos iibremente aprovechar la escritura del Antiguo Testamento sin velo. Y por eso, quienes no tienen ei Espíritu Santo no pueden usarlo libremente. Vosotros, hermanos, fuisteis llamados e la libertad (Gal. 5,13). Cual libres, no ciertamente como quien toma la libertad por velo de la malicia (1P 2,16). La segunda manera, entendiendo por el Señor a Cristo; y entonces se lee así: El Señor, esto es, Cristo, es espiritual, o sea, espíritu de potestad, y por eso, donde está el espíritu del Señor, o sea, la ley de Cristo espiritualmente entendida, no escrita con letras, sino impresa por la fe en los corazones, allí está la libertad, sin el impedimento de velo alguno.

Es de saberse que con ocasión de estas palabras: Donde está el espíritu del Señor allí hay libertad; y cié aquellas otras: No se ha dado la ley para el justo, algunos dijeron erróneamente que al varón espiritual no ie obligan los preceptos de la ley divina; pero esto es falso, porque los preceptos de Dios son las reglas de la voluntad humana. Y no hay hombre alguno, ni tampoco ángel alguno, cuya voluntad no deba ser regulada y dirigida por la ley divina. Por lo cual es imposible que haya algún hombre que no esté sometido a los preceptos de Dios. Así es que estas palabras: No se ha dado la ley para el justo se explican de esta manera: No se ha dado la ley en atención a los justos que por un hábito interior se mueven a las cosas que la ley de Dios preceptúa, sino en atención a los injustos, no sin que también los justos estén obligados a observarla. Y de manera semejante, donde está el Espíritu del Señor allí hay libertad se entiende que es libre quien es causa de sí mismo. Ahora bien, el siervo es a causa def Señor; así es que todo aquel que obra por sí mismo, libremente obra; y quien por otro es movido, no obra libremente. Así es que quien evita el mal, no por ser el mal sino por el mandato del Señor, no es libre; pero quien evita el mal por ser el mal, ése es ubre. Pues bien, esto lo hace el Espíritu Santo, quien perfecciona la mente en su interior mediante el buen hábito, para que de tal manera evite el mal por amor como si lo mandara la ley divina; y por eso se dice que es libre no porque no se sujete a la ley divina, sino porque por el buen hábito se inclina a obrar ¡o que la ley divina ordena.

En seguida, cuando dice: Y todos nosotros, etc., explica de qué manera los fieles de Cristo están totalmente libres del dicho velo. Así es que dice: Digo que de aquéllos se quitará el velo al convertirse alguien como nosotros, no alguno, sino todos los que somos fieles de Cristo. A vosotros ha sido dado conocer ios misterios, etc. (Luc. 8,10). A cara descubierta, sin velo sobre el corazón como aquéllos; y por rostro se entiende el corazón o la mente, porque así corno por el rostro se ve corporalmente, así también por la mente se ve espiritualmente. Quita el velo de mis ojos, y contemplaré las maravillas de tu ley (Ps. 1 18,18). La gloría del Señor, no de Moisés; porque la gloria significa la claridad, como dice Agustín. Ahora bien, los Judíos veían cierta gloria en el rostro de Moisés por haber hablado él con Dios; pero esta gloria es imperfecta, porque no es la claridad por la cual Dios mismo es glorioso; y esto es conocer al propio Dios: o bien a la gloria del Señor, esto es, al Hijo de Dios. El hijo sabio es la gloria del Padre (Pr 10,1). Contemplando -speculantes- no se entiende aquí desde atalaya o cima -specula-, sino mediante un espejo -a speculo-, o sea, conociendo al mismo Dios glorioso mediante el espejo de la razón, en la cual hay cierta imagen de El mismo; y lo contemplamos cuando por la consideración de sí mismo asciende el hombre a cierto conocimiento de Dios, y así es transformado. Porque como todo conocimiento sea por la asimilación del cognoscente a lo conocido, es necesario que quienes ven de alguna manera se transformen en Dios. Y si en verdad perfectamente ven, perfectamente se transforman, como los bienaventurados en la patria por la unión de fruición (Sabemos que cuando se manifieste seremos semejantes a El: 1 Jn 3,2). Mas si se ve imperfectamente, imperfectamente se transformará uno, como aquí por la fe (Porque ahora miramos en un enigma, a través de un espejo: 1Co 13,12); y por eso dice: en la misma imagen, esto es, tal como vemos. Somos transformados, digo, de claridad en claridad, en lo cual se distingue un triple grado de conocimiento en los discípulos de Cristo. El primero es de la claridad del conocimiento natural a la claridad del conocimiento de la fe. El segundo es de la claridad del conocimiento del Antiguo Testamento a la claridad del conocimiento de la gracia del Nuevo Testamento. El tercero es de la claridad del conocimiento natural y del Antiguo y del Nuevo Testamento a la claridad de la visión eterna. Aunque nuestro hombre exterior vaya decayendo, el hombre interior se renueva (2Co 4,16). Pero ¿de dónde proviene esto? No de la letra de la ley, sino como por el Espíritu del Señor. Porque todos cuantos son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios (Rm 8,14). Tu espíritu, que es bueno, me conducirá a la tierra de la rectitud (Ps. 142,10).




Aquino - SEGUNDA CORINTIOS 8