Aquino - SEGUNDA CORINTIOS 12


Capítulo 4



13
(
2Co 4,1-2)

LECTIO 1: 2 Corintios 4,1-2

Habla del ejercicio del Ministerio y de lo que se debe hacer y de qué cosas malas se deben evitar.

1. Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio, en virtud de la misericordia que hemos alcanzado, no decaemos de ánimo;
2. antes bien hemos desechado las ocultas infamias, no procediendo con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino recomendándonos por la manifestación de la verdad a la conciencia de todo hombre en presencia de Dios.

Una vez manifestada la dignidad del ministerio del Nuevo Testamento, consiguientemente enseña aquí cómo debe ser el ejercicio de ese ministerio. Y acerca de esto hace dos cosas. Porque primero muestra cómo debe ser para obrar el bien el ejercicio del ministerio; y segundo, cómo debe ser sufriendo pacientemente los males: Pero este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, etc. (2Co 4,7). Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero habla del uso de este ministerio; luego, excluye la objeción: Si todavía nuestro Evangelio aparece cubierto, etc. (2Co 3,3). Así es que dice: Por ser este ministerio de tan gran dignidad en sí mismo y en sus ministros, por lo mismo, teniendo nosotros este ministerio, esto es, la dignidad de administrar las cosas espirituales. Así es preciso que tas hombres nos miren (1Co 4,1). En cuanto que yo soy apóstol de los gentiles, honro mi ministerio (Rm 1 1,13). El cual lo tenemos, digo, no por nosotros mismos, ni por nuestros méritos, sino en virtud de la misericordia que hemos alcanzado de Dios, esto es, por la misericordia de Dios que para esto hemos alcanzado de Dios. Mas fui objeto de misericordia (1Tm 1,13).

En seguida cuando dice: no decaemos de ánimo, etc. explica el ejercicio del dicho ministerio, que debe ser para obrar el bien, y esto en cuanto a dos cosas. Primero en cuanto a evitar las cosas malas; segundo, en cuanto a obrar las cosas buenas: por la manifestación, etc. Ahora bien, enseña a evitar las cosas malas en e( ejercicio de este ministerio, tanto en cuanto a la vida como en cuanto a la doctrina. Pero en cuanto a la vida de dos maneras: en cuanto a la operación y en cuanto a la intención. Porque quien evita obrar el mal y tiene buena intención, de manera perfecta evita el mal. Y al obrar se evita el mal si pacientemente se sufren los males en la adversidad, por lo cual dice: no decaemos de ánimo por falta de paciencia. No nos cansemos, pues, de hacer el bien (Galat. 6,9). Cuando soy débil entonces soy fuerte (2Co 12 10). También se evita en la prosperidad, usando con templanza de las cosas que ocurren prósperamente, por lo cual dice: antes bien hemos desechado las ocultas infamias, o sea, que desechamos de nosotros las cosas que hacen torpe e infame al hombre, las cosas inmundas y torpes, y también las ocultas, no sólo las manifiestas. Deshaciéndonos de toda mancha y resto de malicia (Sant. 1,21). Da vergüenza hasta el nombrar las cosas que ellos hacen en secreto (Ep 5,12). Y en la intención se evita el mal de la vida si la intención es recta, y en cuanto a esto dice: no procediendo con astucia, esto es, con astucia y simulación e hipocresía, como hacen los falsos, que una cosa pretenden en apariencia, y otra es la que procuran en lo interior del corazón. Los simuladores y los astutos provocan la ira de Dios (Jb 36,13). Y en la doctrina se evita el mal cuando del modo debido se enuncia la palabra de Dios, y en cuanto a esto dice: ni adulterando la palabra de Dios. Lo cual lo explica doblemente, como consta arriba (cap. 2). Y primero no mezclando con la doctrina de Cristo la falsa doctrina, cosa que hacían los seudoapóstoles, diciendo que las observaciones legales debían guardarse júntamente con el Evangelio; segundo, no predicando por lucro ni por la propia gloria. Y de éstos el primero es lobo, y el segundo es mercenario. Y, en cambio, quien predica la verdad y lo hace por la gloria de Dios, es el pastor. Por lo cual dice Agustín: El Pastor debe ser amado, y el lobo, evitado; y el mercenario, momentáneamente tolerado. Pero como no basta para la justicia perfecta el solo evitar lo malo, sino que se necesita obrar el bien, consiguientemente agrega que se debe obrar el bien en el ejercicio mismo del dicho ministerio. E indica tres bienes, que se deben hacer contra un triple mal.

El primero, el bien contra el mal de la doctrina; el segundo contra el mal de obra; el tercero contra el mal de intención. Contra el mal de la doctrina, que se debe evitar, hace el bien de la verdad manifiesta. Y en cuanto a esto dice: por la manifestación de la verdad. Como si dijera: no decaemos de ánimo, sino que evitando el mal, marchamos y adelantamos en la manifestación de la verdad, o sea, que la verdad pura enseñamos. Yo para esto nací, a fin de dar testimonio de la verdad (Jn 18,37). Los que me esclarecen obtendrán la vida eterna (Eccli. 24,31). Contra el mal de obra son las buenas obras, y en cuanto a esto dice: recomendándonos a nosotros mismos, etc. Y esto no lo hacemos diciendo de nosotros cosas buenas, porque no fácilmente se le puede creer al que a sí mismo se recomienda, si no es obrando el bien; porque hacemos tales obras que por ellas mismas nos hacemos recomendables a la conciencia de todo hombre (Tened en medio de los Gentiles una conducta irreprochable, etc.: 1 Pedro 2,12). Contra el mal de intención hacemos ei bien haciéndonos recomendables, no sólo a la conciencia de todo hombre, sino también en presencia de Dios, que mira el interior de los corazones. No es aprobado el que se recomienda a sí mismo, etc. (2Co 10,1 8). Haced el bien no sólo delante de Dios sino también delante de los hombres (Rm 12,17). Y según Agustín en ia Glosa, el Apóstol cumple en esto el mandato del Señor (Mt 5,16): Así brille vuestra luz ante los hombres, de modo tal que, viendo vuestras obras buenas, glorifiquen a vuestro Padre del Cielo; y también (Mt 6,1): Cuidad de no practicar vuestra justicia a la vista de los hombres con el objeto de ser mirados por ellos. Lo primero, en esto que dice: recomendándonos, etc.; y lo segundo, en esto otro: en presencia de Dios (Porque no es judío el que lo es exteriormente, etc.: Rm 2,28). O bien puede leerse todo esto más bien conforme a la continuación de la carta, de modo que diga: Por eso teniendo este ministerio, conforme a la misericordia, etc., no decaemos, pues cubre el déficit de las buenas obras; pero desechamos las ocultas infamias, etc.



14
(
2Co 4,3-6)

LECTIO 2: 2 Corintios 4,3-6

Dice que si a algunos se les oculta el Evangelio, no sería por defecto del propio Evangelio, sino por la ceguera de la mente, con la cual Dios castiga a los de este mundo.

3. Y si todavía nuestro Evangelio está encubierto, es para los que se pierden para quienes está encubierto.
4. Para esos incrédulos, cuyos entendimientos ha cegado el Dios de este siglo, para que no les alumbré la luz del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.
5. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo Señor nuestro, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús.
6. Pues Dios, que dijo que la luz saliese de en medio de las tinieblas, El mismo resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo.

Aquí consiguientemente responde el. Apóstol a cierta tácita objeción. Porque se podría haberle dicho por alguien: Tú dices que tu ánimo no decae en la manifestación de la verdad de Cristo; pero no parece así, pues son muchos los que te contradicen. Así es que responde a esta cuestión. Y acerca de esto hace dos cosas. Porque primero resuelve la dicha cuestión; y luego excluye una cierta duda que parece seguirse de su respuesta: Porque no nos predicamos a nosotros mismos, etc. Y acerca de lo primero hace tres cosas. La primera, mostrar a quiénes se les oculta la verdad de Cristo; la segunda, indicar la causa de esa ocultación: cuyos entendimientos ha cegado el Dios de este siglo; la tercera, mostrar que tal ocultación no se debe a defecto de la verdad del Evangelio: para que no les alumbre, etc. Así es que dice: Dije que no decaemos de ánimo en la dicha manifestación; pero, sí nuestro Evangelio, es claro que el que predicamos, está encubierto, o sea, oculto, no está encubierto para todos, sino tan sólo para los que se pierden, excitándolos a que no haya en ellos ese impedimento. La predicación de la cruz parece una necedad a los ojos de los que se pierden (1Co 1,18). Así es que la causa de esa ocultación no es por parte del Evangelio, sino por la culpa y malicia de ellos mismos. Y esto lo agrega diciendo: Para esos incrédulos, cuyos entendimientos ha cegado el Dios de este siglo. Lo cual se puede explicar de tres modos.

Del primer modo así: el Dios de este siglo, o sea, el Dios que es el Señor de este siglo y de todas las cosas por creación y por naturaleza, conforme a aquello del Salmo 23,1: Del Señor es la tierra y cuanto ella contiene: el mundo y todos sus habitadores. Esos incrédulos cuyos entendimientos ha cegado, no induciéndolos a la maldad, sino con razón, ciertamente, por el demérito de los precedentes pecados retirando la gracia. Embota el corazón de ese pueblo (Is 6,10). De aquí que también incluye los pecados precedentes, diciendo para esos incrédulos, como si su incredulidad fuera la causa de su ceguera. Del segundo modo así: el Dios de este siglo, o sea, el diablo, a quien se le llama Dios de este siglo, o sea, de los que viven profanamente, no por creación sino remedando, en lo que los profanos lo imitan. E imitan al diablo los que son de su bando (Sg 2,25). Porque así él ciega sugiriendo, induciendo e inclinando al pecado. Y así, cuando ya estén inmersos en pecados, son cubiertos por las tinieblas de los pecados, para que no vean. Tienen entenebrecido el entendimiento... a causa del endurecimiento de su corazón (Ep 4,18). Del tercer modo así: Dios tiene razón de último fin y es el cumplimiento de los anhelos de toda creatura. De aquí que cualquiera que sea la cosa que alguien constituya para sí como fin último en lo que descanse su deseo, se puede decir que es su Dios. Por lo cual cuando tienes por fin las delicias entonces se dice que las delicias son tu Dios; lo mismo habrá que decir de las voluptuosidades de la carne o de los honores. Y entonces se explica así: el Dios de este siglo, o sea, aquello que los hombres viviendo profanamente constituyen como fin para sí mismos, como por ejemplo las voluptuosidades, o las riquezas o cualquiera otra cosa semejante. Y así Dios ciega las mentes, en cuanto que impide que los hombres puedan ver aquí la luz de la gracia y la de la gloria en el futuro. Cayó sobre eüos fuego, es claro que el de la concupiscencia, para que no vieran el sol (Ps. 57,9). Así es que la ceguera de los infieles no es por parte del Evangelio sino por la culpa de los infieles. Y por eso agrega: para que no íes alumbre, etc. En donde es de saberse que Dios Padre es la fuente de todo el hombre. Dios es luz, y en El no hay tiniebla alguna (1Jn 1,5). Y de esta luz fontanal se deriva la imagen de tal luz, o sea, el Hijo Verbo de Dios. El cual es el resplandor de su gloria (Hebr. 1,3). Así es que este resplandor de gloria, imagen de la luz fontanal, recibió nuestra carne, y en este mundo hizo muchas obras gloriosas y divinas.

Así pues, la declaración de esta luz es el Evangelio, por lo cual el Evangelio se llama también noticia de la claridad de Cristo, noticia que tiene ciertamente vir-va. Luminosa es e inmarcesible la sabiduría (Sg 6,13). Y en verdad que en cuanto de suyo es resplandece en todos, y a todos los ilumina, pero quienes presentan un obstáculo no son iluminados, y esto lo dice así: por eso cegó los entendimientos de ios incrédulos, es claro que para no resplandecer en ellos, en las inteligencias de los incrédulos, aun cuando resplandeciendo en Sí mismo sea la iluminación del Evangelio que ilumina, el cual ciertamente es iluminante porque es la gloria de Cristo, su claridad. Y nosotros vimos su gloria, etc. (Jn 1,14). La cual gloria le proviene a Cristo de que es la imagen de Dios. El es la imagen del Dios invisible (Colos. 1,15). La Glosa hace notar que Cristo es la imagen perfectísima de Dios. Porque para que algo sea perfectamente la imagen de algún otro ser, tres cosas se requieren, y estas tres cosas se hallan perfectamente en Cristo. La primera es la semejanza; la segunda es el.origen; la tercera es la perfecta igualdad. Porque si entre la imagen y aquello de lo cual es la imagen hay desemejanza, y aquélla no procede de esto otro, y si además no hay igualdad perfecta, la cual existe si tienen la misma naturaleza, no habría allí razón perfecta de imagen. Porque la semejanza del rey en el denario no se dice que sea perfectamente la imagen del rey, porque falta allí la igualdad conforme a la misma naturaleza; en cambio, la semejanza del rey en su hijo se dice que es la perfecta imagen del rey, porque hay allí las tres cosas que hemos dicho. Es así que estas tres cosas las hay en Cristo hijo de Dios, porque es semejante al Padre, nace del Padre y es igual al Padre; luego de manera eminente y perfecta se le llama imagen de Dios.

En seguida, cuando dice: Porque no nos predicamos a nosotros mismos, etc., resuelve el Apóstol cierta duda. Porque podría alguien contra lo ya dicho decirle al Apóstol: Arriba dijiste que vuestro Evangelio está encubierto, y ahora dices que el Evangelio de Cristo ilumina; así es que si aceptamos que el Evangelio de Cristo ilumina, no se puede sostener aquí que vuestro Evangelio esté encubierto. Y por eso, para resolver esta cuestión hace dos cosas. Primero enseña que una misma cosa son su Evangelio y el Evangelio de Cristo; segundo, de qué depende que su Evangelio sea iluminante: Pues Dios, que dijo, etc. Así es que primeramente dice: Digo que la manifestación de la claridad de Cristo es el Evangelio de Cristo y nuestro. Nuestro, ciertamente, en cuanto predicado por nosotros; de Cristo, en cuanto El es predicado en el mismo Evangelio. Y esto es lo que quiere decir que no nos predicamos a nosotros mismos, o sea, que no nos recomendamos ni exaltamos a nosotros, ni en nuestro interés, o sea, que ni en alabanza nuestra ni en nuestro lucro convertimos nuestra predicación, sino que todo lo referimos a Cristo y a su alabanza. Nosotros predicamos a Cristo, etc. (1Co 1,23). Para anunciar todas tus alabanzas, no las mías, en las puertas, etc. (Ps. 72,28). Sino a Jesucristo Señor nuestro, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús. Como si dijera: A Jesús lo predicamos como a Señor, y a nosotros como siervos. Y la razón de esto es que principalmente buscamos la gloria de Cristo y no la nuestra. Porque es siervo el que está para el servicio del Señor. De aquí que al ministro de la 1glesia que no pretende la gloria de Dios ni el bien de los subditos no se le llama verdadero administrador, sino tirano. Porque quien bien administra debe ser como el siervo que trabaja por la honra y el bien de los subditos. El mayor servirá al menor (Gen. 25,23). Porque libre de todos, a todos me esclavicé (1Cor. 9,19).

En seguida, cuando dice: Pues Dios, que dijo, etc., enseña de dónde toma su Evangelio la virtud iluminativa. Donde se da a conocer el orden de proceder observado por el Apóstol, orden que es éste: Hubo una vez, antes de convertirnos a Cristo, en que estábamos envueltos en tinieblas, como vosotros y otros en quienes no resplandece la claridad de la gloria de Cristo. Pero ahora, habiéndonos llamado Cristo a Sí por su gracia, esas tinieblas han sido quitadas de vosotros, y resplandece ya en nosotros la virtud de la gloria de la claridad de Cristo, y de tal manera resplandece en nosotros, que no solamente estamos iluminados para que podamos nosotros ver, sino que también iluminemos a los demás. Así es que por la espiritual gracia y el abundante resplandor de la claridad de la gioria de Cristo en nosotros, nuestro Evangelio tiene virtud iluminativa; y esto lo dice así: Digo que nuestro Evangelio ilumina, porque Dios que dijo, esto es, que con su solo mandato hizo que la luz saliese, lo cual fue para la separación de los elementos, cuando con la luz que hizo iluminó el caos tenebroso. Dijo: sea la luz (Sen. 1,3). Yo hice nacer en los cielos la luz indeficiente (Eccii. 24,6). El mismo Dios resplandeció en nuestros corazones, esto es, en nuestras mentes, primeramente en tinieblas por ia ausencia de la luz de la gracia y la oscuridad del pecado. Para iluminar a los que en tinieblas y en sombra de muerte yacen (Luc. 1,79). Resplandeció, digo, no sólo para iluminarnos, sino para iluminación, o sea, también para que a otros iluminemos. A mí, el mínimo de todos los santos, me ha sido dada esta gracia: evangelizar, etc. (Ep 3,8). Vosotros sois la luz del mundo (Mt 5,14). Digo que para iluminaciórf del conocimiento, o sea, para que hagamos que otros conozcan. Digo que de la gloria de Dios, o sea, de la clara visión divina, en ei rostro de Cristo. Dice la Glosa: por Jesucristo, que es el rostro del Padre, porque sin El no se conoce al Padre; pero sería mejor decir así: para iluminación de la santa claridad de Dios, claridad que resplandece en el rostro de Cristo Jesús, para que por la misma gloria y claridad se conozca a Cristo Jesús; como si dijera: En suma, Dios resplandece en nosotros para iluminación, para que por esto se conozca a Jesucristo y sea predicado a los Gentiles.



15
(
2Co 4,7-10)

LECTIO 3: 2 Corintios 4,7-10

Muestra a los ministros del Evangelio expuestos a las tribulaciones pero no abandonados.

7. Pero este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que la grandeza sea del poder de Dios y no de nosotros.
8. Con toda clase de tribulaciones padecemos, pero no abatidos. En grandes apuros, mas no desesperados.
9. Padecemos persecución, mas no estamos abandonados. Abatidos, mas no confundidos. Somos arrojados a peligros de muerte, mas no perecemos.
10. Siempre llevamos por doquiera en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.

Habiendo tratado arriba del ejercicio del ministerio del Nuevo Testamento en cuanto al bien que se debe hacer, aquí trata de su ejercicio en cuanto a los males

-que se deben soportar. Y acerca de esto hace dos cosas. Porque primero muestra el aguante de los males que padecían; luego, explica esto: Porque siempre nosotros ios que vivimos, etc. (2Co 4,2). Acerca de >lo primero hace tres cosas. Primero indica por qué causa se exponían a las tribulaciones por Dios; segundo, de cómo se portan pacientemente en tales tribulaciones: Con toda dase de tribulaciones padecemos; tercero, da la razón de tal paciencia: siempre llevamos por doquiera la muerte de Jesús. Así es que dice: Dios resplandeció en nuestros corazones para iluminación de otros con una luz que ciertamente es el máximo tesoro. Pues es un tesoro infinito, etc. (Sg 7,14). La sabiduría y la ciencia son tus riquezas (Is 33,6). Mas este máximo tesoro no lo tenemos en un rico recipiente sino en algo vil y de barro; y esto es así para que sea a Dios a quien se atribuya la eficacia. Y esto lo dice así: este tesoro lo Nevamos, o sea, la luz con que a los otros iluminamos, en vasijas de barro, o sea, en un cuerpo frágil y pobre. Conoce bien El la fragilidad de nuestro ser (Ps. 102,14). Lo que es el barro en manos del alfarero, eso sois vosotros en mi mano (Jerem. 18,6). Ahora bien, Señor, Tú eres nuestro padre; nosotros somos «el barro, y Tú el alfarero (Is 64,8). Por eso llevamos este tesoro en vasijas de barro para que la grandeza de esta luz sea del poder de Dios, o sea, que a Dios se atribuya, y no de nosotros se crea que es. Porque si fuéramos ricos, si poderosos, si nobles según la carne, cualquier cosa grande que hiciéremos, no a Dios sino a nosotros mismos la atribuiríamos. Pero como ahora somos pobres y despreciables, esa grandeza se atribuye a Dios y no a nosotros. Y por eso quiere Dios tenernos en el desprecio y exponernos a las tribulaciones. No sea que digan: nuestra mano robusta (Deut. 32,27). A fin de que delante de Dios no se gloríe ninguna carne (1Co 1,29).

En seguida, cuando dice: Con toda clase de tribulaciones padecemos, etc., muestra la paciencia que tenían en cuanto padecían. Y acerca de esto hace dos cosas. La primera, mostrar los males que en general padecían; la segunda, decirlos en particular: Perplejos, mas no desesperados, etc. Así es que dice: Verdaderamente tenemos este tesoro en vasijas de barro; porque con toda case de tribulaciones padecemos; como si dijera: ninguna manera de tribulación nos falta. Por muchas tribulaciones es menester que pasemos para entraren el reino de los cielos (Ac 14,21). Ni hay que admirarse de ello, pues leemos en Lucas 24,26: ¿No era necesario que el Cristo muriese así para que entrase en su gloria? Pero aun cuando así seamos atribulados, sin embargo no estamos abatidos. Y habla tomando ejemplo del viajero, que cuando no le consta cuál es el camino por el que se salga de algún lugar estrecho y peligroso, se atribula; como si dijera: Los hombres que sólo en el mundo confían sufren si de todas partes son atribulados por el mundo, porque no se les presenta el camino del remedio, por no esperar sino en el propio mundo. Pero nosotros, aun cuando seamos atribulados en el mundo, como sin embargo confiamos en Dios y esperamos en Cristo, se nos presenta claramente el camino de la salida y del auxilio por Dios, y por eso no nos abatimos.

En seguida, cuando dice: En grandes apuros, etc., indica las tribulaciones en especial. Son cuatro con las que los hombres suelen sufrir, y con estas mismas fueron atribulados los Apóstoles, a saber: con las cosas exteriores, en cuanto a la tranquilidad de la situación, en la lesión de la fama y en el sufrimiento del propio cuerpo. Así es que en cuanto a lo primero dice: En grandes apuros, o sea, por grande pobreza. Porque la palabra griega aporos en latín quiere decir pobre; como si dijera: Tan pobres somos, que nos falta lo necesario. Hasta la hora presente sufrimos hambre (1Co 4,2). Pero no desesperamos ds Dios, quien es nuestro tesoro. Porque las riquezas no se buscan por sí mismas sino para llenar las necesidades de la vida. Por lo cual los hombres que viven sin el auxilio de Dios y sin la esperanza en Dios, si carecen de lo necesario se sienten fracasados; y, en cambio, quienes en solo Dios confían y esperan, por más pobres que se vean, no desesperan. Dice adelante: Como que nada tenemos, aunque lo poseemos todo (2Co 6,10). Y no sólo, sino que, por lo contrario, con esto otro también sufrimos: padecemos persecución, de lugar en lugar. Los perseguiréis de ciudad en ciudad (Mt 23,34). Mas no estamos abandonados de Dios, sin que muestre su auxilio. No re abandonaré ni te desampararé (Hebr. 13,5). Confíen en ti los que conocen tu nombre (Ps. 9,2). Pero además somos ofendidos en la fama porque somos abatidos, o sea, que somos despreciados y reputados por nada. Vendrá tiempo en que cualquiera que os quite la vida, creerá hacer un obsequio a Dios (Jn 16,2). Dichosos seréis cuando os insultaren (Mt 5,2). Pero como cuando alguien es despreciado y sufre a causa del desprecio, el que es despreciado suele ofuscarse; mas cuando no sufre con motivo del desprecio, no es confundido, y a éstos no los alcanza la causa del desprecio, por esto dice: Mas no confundidos. Como si dijera: Como nos toca el motivo, no nos preocupamos. Señor, en Ti tengo puesta mi esperanza: no quede yo para siempre confundido (Ps. 30,2). Pero como si todo esto fuese poco, a las tribulaciones les agrega otra cosa más grave, diciendo: Somos arrojados a peligros de muerte, pero no perecemos, o sea, no nos apartamos del bien, o bien no perecemos, porque Dios nos sustenta. Y cuando te creerás consumido renacerás (Jb 2,17). Hemos venido a ser como la basura del mundo (1Co 4,13). Somos reputados como ovejas para el matadero (Ps. 43,22).

En seguida, cuando dice: Siempre llevamos por doquiera en el cuerpo la muerte de Jesús, agrega la razón de su paciencia. Acerca de lo cual se debe saber que tal fue en Cristo el curso de las cosas. Porque teniendo desde el principio de su concepción una carne capaz de padecer, padeció y murió; pero interiormente vivía con vida espiritual. Pero después de la resurrección esa vida espiritual y gloriosa redundó en el cuerpo, y ese mismo cuerpo fue hecho glorioso e inmortal, porque habiendo Cristo resucitado de entre los muertos, ya no muere, etc. De aquí que en el cuerpo de Cristo se consideran dos estados, el de la muerte y el de la gloria. Y por eso dice el Apóstol que los peligros de muerte y todos los sufrimientos pacientemente los soportemos, para que alcancemos la vida gloriosa. Y esto lo dice así: Siempre llevamos, esto es, en todas las cosas y dondequiera, la muerte de Jesús, o sea, por Jesús, o bien a semejanza de la muerte de Jesús (Las señales de Jesús las llevo yo en mi cuerpo: Ps 6,17); porque por la verdad padecemos, como Jesús, en nuestro cuerpo, no sólo en el espíritu (Por amor de ti estamos todos los días destinados a la muerte: Ps. 43,22). Para que también la vida de Jesús, o sea, la vida de la gracia que Jesús da; o bien la vida de la gloria-; que Jesús alcanza por la pasión (¿No era necesario que el Cristo sufriese así para entrar en su gloria?: Luc. 24,26), o sea, para que manifiestamente se les muestre aun a los enemigos. Así es que habla de lo futuro, es claro que de la resurrección, o también de ahora de la vida de la gracia, en nuestro cuerpo, no sólo en las almas (Rotas las vasijas de barro aparecieron las luces: Jueces 7,20). Por lo cual dice Ambrosio: En virtud de la prometida resurrección no temía morir. Por doquiera, esto es, en todas partes sufriendo y soportando, porque a dondequiera que vayamos, padecemos, pero no somos confundidos. Y esto para que la vida de Jesús, que está ahora oculta en nuestro corazón, se manifieste en nuestro cuerpo, cuando sea reformado el cuerpo de nuestra humildad, etc. (Ph. i,20). Y ya moristeis, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Colos. 3,3). Si hemos muerto con El, también con El viviremos (2Tm 2,11).



16
(
2Co 4-11)

LECTIO 4: 2 Corintios 4,11-15

Habla de la esperanza de la gloria que los ministros del Evangelio tienen por la resurrección de Cristo.

11. Porque nosotros, los que vivirnos, somos siempre entregados a la muerte por causa de Jesús, para que de igual modo la vida de Jesús sea manifestada en nuestra carne mortal.
12. De manera que en nosotros obra la muerte, mas en vosotros la vida.
13. Pero, teniendo el mismo espíritu de fe, según está escrito: "Creí y por esto hablé", también nosotros creemos, y por esto hablamos;
14. sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos pondrá y nos colocará con vosotros.
15. Pues todas las cosas se hacen por causa de vosotros, para que abundando la gracia en acción dé gracias por muchos, abunde para la gloria de Dios.

Habiendo hablado de la paciencia de los Apóstoles en los males, y de la causa de la paciencia, aquí las explica; y primero lo que dijo de la esperanza de la gloria; luego, lo que dijera acerca de su paciencia: Por lo cua! no desfallecemos, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero explica la esperanza que tiene de la gloria; luego muestra de dónde le proviene tal esperanza: Pero teniendo el mismo espíritu de fe, etc. Acerca de lo primero hace tres cosas. La primera, mostrar de qué modo lleva en su cuerpo la pasión de Jesús. La segunda, manifestar de qué modo lleva en sí la vida de Jesús: para que de igual modo la vida de Jesús. La tercera, manifestar qué es lo que de esto proviene para él y para otros: de manera que la muerte, etc. Así es que primero dice: Digo que llevamos la muerte en nuestros cuerpos, no porque estemos muertos, sino porque nosotros que vivimos, con vida corporal o bien con las virtudes, somos siempre entregados a la muerte, o bien en peligros de muerte. Y esto ciertamente por causa de Jesús. Somos reputados como ovejas para el matadero (Ps. 43,22). Y de qué modo llevemos en el cuerpo la vida de Jesús lo explica agregando: para que de igual modo la vida de Jesús inmortal e impasible sea manifestada en nuestra carne por ahora mortal, de tal modo que nuestra carne mortal reciba la inmortalidad en la resurrección. Pues es necesario que esto corruptible se vista de incorruptibilidad (1Co 15,53). Y qué sea lo que de esto provenga lo agrega diciendo: de manera que obra la muerte, o sea, que ejerce su dominio sobre nosotros. Mas la vida, es claro que la presente,, obra en vosotros, porque estáis en prosperidad, conforme a lo que di¡o en 1Co 4, ¡0: Nosotros somos insensatos, etc. Para que la muerte obre en nosotros el bien mayor: la consecución de la vida espiritual. De gran precio es a los ojos del Señor la muerte de sus santos (Ps. 115,15). En cambio, la vida terrena que amáis obra en vosotros un gran mal, a saber, la muerte eterna. El justo trabaja para poder vivir (Pr 10,16). Quien ama su alma, la pierde; y quien aborrece su alma en este mundo la conservará para vida eterna (Jn i 2,25). O de otra manera: Dos cosas hubo en Cristo: la muerte corporal y la vida espiritual. Así es que dice: De manera que la muerte obra en nosotros; como si dijera: En nosotros no sólo obra la vida espiritual, en cuanto reproducimos espiritualmente, sino que también obra la muerte, o sea, que por la esperanza de la resurrección y por el amor de Cristo, las señales de la muerte de Cristo aparecen en nosotros, en cuanto nos ofrecemos a los padecimientos de la muerte (Por amor de TI estamos todos los días destinados a la muerte: Ps. 43,22); y en cambio en vosotros obra solamente la vida de Cristo, por la cual se injerta en vosotros la vida de la fe y vida espiritual. De aquí que le provenga al Apóstol esta esperanza de certeza y que diga: Pero teniendo el mismo espíritu de fe, etc. Y acerca de esto hace dos cosas.

Primero indica la causa de la certeza; segundo, deduce la misma certeza: Sabiendo que el que resucitó, etc. Porque la causa de tal certeza es el espíritu que infunde la fe en el corazón de ellos. Por lo cual primero indica esta causa; y luego la explica por un ejemplo: según está escrito, etc. Así es que dice: Por esto esperamos y no desfallecemos, porque vivimos teniendo el mismo espíritu de fe que los antiguos tuvieron, porque .aun cuando hayan cambiado los tiempos, sin embargo el espíritu y la fe no cambian, fuera de que aquéllos creían que Cristo vendría y padecería, y nosotros creemos que ya vino y padeció. Y aquí el espíritu es el Espíritu Santo que es espíritu de fe. Pero todas estas cosas las obra el mismo y único Espíritu, etc. (1Co 12,1 1). Y allí mismo: A otro palabra de ciencia en el mismo espíritu (1Co 12,8). Así es que teniendo este espíritu, que los antiguos tuvieron, hacemos lo mismo que aquéllos, y creemos. Y dice qué fue lo que aquél (los hicieron: Creí, a saber, a Dios y perfectamente. Y esto lo hicieron todos los antiguos (Y todos estos que por la fe recibieron tales testimonios, etc.: Hebr. 1 1, .39). Y por esto, porque creemos, hablamos, o sea, confesamos la fe. Con el corazón se cree para justicia ¡(Rm 10,10). Lo cual también hacemos nosotros, porque en virtud de que creemos hablamos y confesamos la fe y predicamos. No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído (Ac 4,20). Así es que el Espíritu Santo es la causa de esta certeza.

Finalmente saca la conclusión que desea, a saber, la propia certeza. Y primero acerca de su salvación personal; luego, acerca de la salvación de los demás: y nos colocará con vosotros, etc. Así es que dice: Sabiendo, o sea, teniendo la ciencia cierta de que el que resucitó al Señor Jesús, a saber, Dios Padre, o toda la Trinidad, nos resucitará también a nosotros, para que tengamos la misma gloria con Jesús, porque por ser miembros suyos debemos estar con nuestra cabeza. Donde yo estaré mi servidor estará también (Jn 12,26). Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos, resucitará tambien nuestros cuerpos mortales (Rm 8, ! 1). Y no sólo estoy cierto de nuestra salvación sino también de la vuestra, porque nos colocará con vosotros, esto es, que estaremos júntos, porque así como nosotros somos miembros de Cristo, así también por nosotros lo sois vosotros. Y así estaremos siempre con el Señor (1Th 4,1 7). Allí donde esté el cuerpo, allí se júntarán las águilas (Mt 24,28). Y por eso dice con vosotros, para impulsarlos al bien, por cuanto les enseña que no son inferiores sino iguales. Y muy bien puedo decir esto con certeza, porque todas las cosas son para vuestro beneficio. Pues todas las cosas que soportamos, todas las gracias que recibimos de Dios son por causa de vosotros, o sea, para instruiros con nuestro ejemplo. Y con esto, para que abundando la gracia por nosotros, en vosotros abunde por muchos para la gloria de Dios, esto es, para que muchos den gracias a Dios por tanto beneficio. Dando gracias siempre y por todo al Dios y Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo (Ep 5,20).




Aquino - SEGUNDA CORINTIOS 12