Aquino - A LOS HEBREOS 15

15

Capítulo 4

(He 4,1-8) 1

Lección 1: Hebreos 4,1-8

Exhórtalos a que por la fe se esfuercen por entrar en aquel descanso, no sea que, como aquéllos, por incrédulos, no entraron, ellos tampoco entren.

1 Temamos, pues, que haya alguno entre nosotros que sea excluido de la entrada en el descanso de Dios, por haber despreciado la promesa que de El se nos había hecho.
2 Puesto que se nos anunció también a nosotros del mismo modo que a ellos, pero a ellos no les aprovechó la promesa oída, por no ir acompañada con la fe de los que la oyeron.
3 Al contrario, nosotros, que hemos creído, entraremos en el descanso, según lo que dijo: Tal es el juramento que hice en mi indignación: jamás entrarán en mi descanso; y es el descanso en que habita Dios acabadas ya sus obras desde la creación del mundo.
4 Porque en cierto lugar habló así del día séptimo: y descansó Dios al día séptimo de todas sus obras.
5 Y en éste dice: jamás entrarán en mi descanso.
6 Pues como todavía faltan algunos por entrar en él, y los primeros a quienes fue anunciada la buena nueva no entraron por su incredulidad,
7 por eso de nuevo establece un día, y es hoy, diciendo, al cabo de tanto tiempo, por boca de David, según arriba se dijo: si hoy oyereis su voz, no queráis endurecer vuestros corazones.
8 Porque si Josué les hubiera dado este descanso, nunca después hablaría la Escritura de otro día.

Echada por delante y explicada la autoridad de David, entabla ahora el Apóstol, fundándolo en ella, su argumento: despierta primero el ansia de entrar en el susodicho descanso y exhorta a darse prisa a entrar. Cuanto a lo primero, nos sobresalta con un santo temor y muestra que hemos de andar solícitos por ello. Dice, pues: díjose que se dio por ofendido de los que no creyeron, de modo que ¡uro que no entrarían en su descanso. "Luego también temamos nosotros", esto es, con un temor casto y solícito. "Bienaventurado el hombre que está siempre temeroso de ofender a Dios" (Pr. 28,14); "mire, pues, no caiga el que piensa estar firme" (1Co X,12); ya que este temor es para lo bueno un provechoso admonitor y compañero de las 3 virtudes espirituales: la fe, la esperanza y la caridad (Eccli. 24).

Pero ¿temer qué? "que, por haber despreciado la promesa, haya alguno entre nosotros que sea excluido de la entrada en el descanso de Dios", pues la dicha o felicidad consiste en eso: en entrar en ella (Tb 13; He. 12); porque, como dice el Crisóstomo, mayor pena tienen los condenados por haber sido excluidos de la visión de Dios que por los otros tormentos que padecen. Y dice: "se le juzgue", esto es, por el juicio divino: "¡apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno!" (Mt 25); o según las opiniones humanas. "Porque tened bien entendido que ningún fornicador o impúdico, o avariento, lo cua! viene a ser una idolatría, será heredero del reino de Cristo y de Dios" (Ep 5,5). Es, pues, de temer no sea alguno de vosotros excluido, puesto que a vosotros se hizo la promesa de entrar: '"y reposará mi pueblo en hermosa mansión de paz, y en tabernáculos de seguridad, y en el descanso de la opulencia" (Is 32,1 8); "ya desde ahora dice el Espíritu que descansen de sus trabajos" (Ap. 14,13). Es, pues, de temer que por culpa nuestra, por haber despreciado la promesa, que hicimos a un lado, dejando la fe, la esperanza y la caridad, por la que podemos entrar, de hecho no entremos en aquel descanso; lo cual acontece por el pecado mortal.

Por consiguiente, al decir: "puesto que se nos anunció también a nosotros", nos da a entender que es un desvelo que nos ha de quitar el sueño; acerca de lo cual, nos propone su intención y la demuestra. Cuanto a lo primero, muestra que esta promesa se nos hizo a nosotros y que no es suficiente. Dice, pues: "puesto que se nos anunció", esto es, se no prometió; donde es de saber que lo que en el Antiguo Testamento era promesa temporal ha de entenderse espiritualmente; pues todo lo que les sucedía era figura de lo que a nosotros nos concierne (1Co X; Rm XV).

-"pero a ellos no les aprovechó". Muestra que no es suficiente la promesa si de nuestra parte no ponemos el mayor empeño para que nos sea provechosa; de donde dice que palabra oída y no creída de nada les sirvió; porque serán justificados no los oidores de la ley, mas los que la ponen por obra. Y añade: "por no ir acompañada de ia fe", porque así como del entendimiento y de lo entendido se hace una cosa, así del corazón del creyente y de la misma fe resulta un todo (1Co 6). Y lo que agrega: "de lo que oyeron" puede ser la razón de por qué la palabra no estuvo acompañada de la fe; esto se refiere a lo que oyeron de los exploradores y no les dieron fe. O puede ser una determinación tomada por la fe, que ha de fundarse en lo que se oyó, ya que la fe proviene del oír (Rm X); pues ias palabras de Dios tienen tal fuerza que, apenas oídas, deben ser creídas (Ps 99).

Al decir luego: "porque entraremos en el descanso", prueba su intento, pues muestra que creer nos es tan necesario como a ellos y trae a este propósito dos autoridades, de donde saca su argumentación: "pues como todavía faltan algunos por entrar en él". Dice, pues: también a nosotros se nos dijo, como a ellos, que "entraremos en el descanso" (Ps 4; Job XI), que lo es de dos géneros: uno en los bienes exteriores, para el cual sale uno del descanso de la mente; otro en los bienes espirituales, que es íntimo y para el cual se entra (Mt 25; Cant. 1). Pone luego la autoridad: "corno ¡uré", que ya se explicó.

-"acabadas ya sus obras desde la creación del mundo". Pone dos autoridades: una de la ley (Gn. 2); otra, citada con frecuencia, del Salmo 94. Dice, pues, cuanto a la primera: "acabadas ya sus obras...", que puede leerse de dos maneras: de una, sin enim, sino con dijo a secas, y es un texto más claro, de modo que el sentido sea éste: digo que entraremos en el descanso, figurado ya de antemano desde la creación del mundo, del cual descanso, prefigurado por el día séptimo, dijo, es a saber, el Espíritu Santo que habla en la Escritura (II P. 1), "en cierto lugar famoso (Gn. 2), del día séptimo: y así descansó Dios de todas sus obras", obras, digo, acabadas ya desde la creación del mundo. O dijo el Espíritu Santo, en cierto lugar, del día séptimo; y esto lo dijo luego de haber narrado las obras de los seis días, acabadas ya desde la creación del mundo. Mas, si se lee dicit enim, la construcción es manca, y el sentido es éste: se nos dijo que entraremos, y esto acabadas ya sus obras desde la creación del mundo, pero, cuándo y cómo, ya lo dijo en cierto lugar... Y dice: "acabadas sus obras", para designar las obras de los seis días que fueron perfectas; y "desde la creación del mundo", porque primero fue creado el mundo, y después de seis días se le dio la perfecta y debida disposición en cada una de sus partes.

Pero, acerca de la distinción de estos días, de un modo y de otro hablan los santos; pues, como parece por la Primera Parte de la Suma, c. 74, art. 2 y 3, San Agustín la explica diferentemente que los otros; mas, llámese como se quiera, es cosa manifiesta que esas obras fueron perfectas, con la doble perfección que tuvieron: una, según las partes del mundo, que son el cielo y los 4 elementos, por lo que mira a sus esencias, como se explica en la primera parte de la Suma; y esto por medio de las obras: la de la creación, el primer día; la de la distinción el segundo y tercero; en lo cual concuerda San Agustín con los otros santos.

Otra perfección es la que concierne a cada parte y pertenece a la obra de ornato: la de la parte superior el cuarto día; la de la región intermedia, el aire y el agua, el quinto día; la de la tierra, el más bajo elemento, el sexto día. Esta perfección le cuadra al número senario, que se origina de sus partes alícuotas tomadas al mismo tiempo, que son 1,2 y 3; porque seis veces uno da 6, lo mismo dos veces 3; y 2 y 3 mas 1 son 6. Ya pues, siendo el senario el primer número perfecto, -porque, aunque al ternario le venga de algún modo el saco según lo dicho, ya que tres veces uno da 3, y 1 más 2 son 3; con todo, dos veces uno no da 3, ni dos veces dos, sino dos- por el senario se designa la perfección de las cosas, y en pos de la perfección se promete el descanso, que no se le da sino al que trabaja. Y así en el séptimo día, en que el estado del mundo se mudó de bien en mejor, como en cualquier otro día, había cierta variación; de ahí que en él haya dado principio el estado de la propagación y por eso se le enumere con los otros días; y así, en la séptima edad del mundo colócase el estado de ios que descansan. Pero, según San Agustín, el séptimo día no es sino el conocimiento angélico respecto del descanso de Dios de sus obras.

Se objeta: si descansó el día séptimo, ¿quién entonces lo hizo si no es obra de Dios? Ademas, dice San Juan: "mi Padre, hoy como siempre, está obrando incesantemente; y Yo, ni más ni menos" (5,17).

Respondo: entiéndese allí descanso, no en cuanto se opone a trabajo, sino a movimiento; ya que Dios, aunque al producir no se mueva, mas como nosotros no hablamos de El sino por medio de cosas sensibles, que no tienen operación sin movimiento, por eso mismo, ampliamente hablando, llámase movimiento, y en este sentido se dice haber descansado, porque cesó de producir nuevas especies; ya que las cosas que posteriormente se hicieron se hallaban virtualmente en las ya producidas, o según su virtud activa, como en los animales perfectos, o según las razones seminales, o según la materia, como en los minerales. Por eso entonces no hubo muertos resucitados, sino cuerpos que pudieran resucitarse. Hubo también ciertos seres creados a su semejanza, como las almas racionales, que sólo Dios las hace. Así que descansó Dios de producir cosas, porque todas de algún modo se adelantaron, como va dicho; con todo, hoy como siempre, está obrando incesantemente conservando y gobernando lo que creó. Así que el séptimo día, como cualquier otro, Dios lo hizo, porque entonces se añadió algo: empezó el estado de propagación; cualquiera adición, como se dijo, variaba el estado del mundo y constituía un día.

O, según San Agustín, no dice simplemente descansó, sino "descansó de sus obras", ya que eternamente descansa en Sí mismo, pero entonces también descansó, no en sus obras, sino de sus obras; que de muy diverso modo obra Dios y un artífice cualquiera; porque el artífice trabaja por necesidad, como el albañil que hace una casa para descansar en ella; lo mismo el herrero que hace un cuchillo para sacar dinero. De donde la aspiración de cualquier artífice descansa en su obra; lo cual no sucede con Dios, pues no le mueve al trabajo su propia indigencia, sino el hacer a otros partícipes de su bondad. De donde no descansa en la obra, sino de producir la obra, y descansa en sola su bondad.

Por consiguiente, al decir: "pues como todavía faltan algunos por entrar en él", saca la argumentación de las premisas; acerca de lo cual toma el sentido de aquella segunda autoridad: "si oyereis su voz", y arguye con la primera: "luego resta todavía un solemne descanso o sábado para el verdadero pueblo de Dios". Cuanto a lo primero, saca dos consecuencias de la segunda autoridad y demuestra que las dos se entienden de él; "porque, si Josué les hubiera dado este descanso, nunca después hablaría la Escritura de otro día". Toma pues las dos autoridades que se entienden de él; porque "está muy puesto en razón", es a saber, que los padres antiguos no hubiesen entrado en él. Otra cosa es que en tiempo de David aún quedase por dárseles otro descanso; porque, aunque se les hubiese prometido un descanso en la tierra de promisión, con todo, por el hecho de que "después de largo tiempo dice: si oyereis hoy su voz...", muestra que aún resta otro descanso; de otra suerte no hiciera mención del descanso diciendo: hoy... Hay, pues, un descanso en el que nosotros entraremos, y en el cual no entraron ellos "por su incredulidad". Por tanto, ya que elíos no entraron, resta que entren otros a quienes se hizo la promesa, ya que "a quienes primero se anunció no entraron", esto es, los Judíos, a quienes se hizo la promesa. Resta, pues, que algunos entren, y la razón es porque, si Dios creó al hombre para la eterna bienaventuranza, ya que lo hizo a su imagen y semejanza, tuvo que prepararle el descanso. Mas, dado que alguno por culpa suya sea de tal descanso excluido, no empero por eso Dios quiere que esa preparación le salga vana. Por lo cual falta que algunos entren, como se ve en los invitados a las bodas (Mt 20); y por eso "establece, esto es, nos fija el día séptimo, el día de la gracia, diciendo por boca de David: si hoy oyereis su voz...", y repite la autoridad, que ya quedó explicada. Como decíamos, Dios le preparó al hombre la bienaventuranza para descanso, y no quiere que esa preparación le salga en vano; de suerte que, si uno no entra, otro entrará en su lugar, como lo muestra la parábola de las bodas (Mt 22). De ahí que diga Nuestro Señor: "manten lo que tienes, no sea que otro se lleve tu corona" (Ap. 3,1 i); como . si dijera: si no la recibes tú, no faltará quien la reciba. "Quitará de en medio una multitud innumerable y sustituirá otros en su lugar" (Jb 34,24).

-"Porque, si Josué les hubiera dado ese descanso. .." Prueba que faltan algunos por entrar, porque, si Jesús de Nave, esto es, Josué, les hubiera dado ese descanso a los hijos de 1srael, nunca después hablaría la Escritura de otro día, esto es, no nos estuviera reservado otro descanso, ni después de aquel día nos hablara de otro el profeta David. De donde se colige que aquel descanso era un símbolo del descanso espiritual.

16
(
He 4,9-13)

Lección 2: Hebreos 4,9-13

Hay, pues, que apresurarse a entrar en ese descanso, donde a todas las obras sigue el sábado. Por añadidura trata algunas cosas del poder de la palabra de Dios.

9 Luego resta todavía un solemne descanso o sábado para el verdadero pueblo de Dios.
10 Así, quien ha entrado en este su descanso ha descansado de todas sus obras, así como Dios de las suyas.
11 Esforcémonos, pues, a entrar en aquel descanso, a fin de que ninguno imite el sobredicho ejemplo de incredulidad.
12 Puesto que la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que cualquier espada de dos filos, y que entra y penetra hasta los pliegues del alma y del espíritu, hasta las júnturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.
13 No hay criatura invisible a su vista; todas están desnudas y patentes a los ojos de este Señor, de quien hablamos.

Trajo el Apóstol dos autoridades para probar arriba su propósito, una del Génesis y otra del Salmo 94, y sacó su conclusión de la segunda autoridad. Aquí hace lo mismo con la primera, porque primero pone la conclusión y da luego la razón de la consecuencia: "así, quien ha entrado en este su descanso". Cuanto a lo primero, es de saber que el Apóstol, en el conjúnto de todas sus palabras, hace mención de un triple descanso: del de Dios, que descansa de sus obras; del temporal, que tuvieron los hijos de 1srael en la tierra de promisión; del eterno, cuyo símbolo y figura son estos dos. Mas el Apóstol, antes de hacer mención del descanso eterno, dice aquí que después del terrenal "resta todavía, esto es, queda, un solemne descanso o sábado para el verdadero pueblo de Dios", que en la ley vieja se representaba por el sábado, esto es, el descanso eterno. "Llamarás al sábado día de reposo y santo o consagrado a la gloria del Señor" (Is 58); "y habrá mes de mes y sábado de sábado" (Is 66), esto es, perpetuo descanso. Y le llama sabatismo o solemne sábado porque, así como en la antigua ley el sábado representaba el descanso de Dios de sus obras, a que se refiere el Génesis, del mismo modo aquél será el descanso de los santos de sus obras (Ap. 14).

De ahí que añada: "así, quien ha entrado en este su descanso", porque así como Dios 6 días trabajó y el séptimo descansó, de modo parecido desígnase el tiempo presente por el espacio de 6 días, por la perfección de ese número. Quien, pues, trabaja a ley de hombre de bien, al séptimo día "descansa de todas sus obras, así como Dios de las suyas"; mas no de cualesquiera obras, porque hay unas allí que se ejercitarán para siempre, conviene a saber, ver, amar y alabar a Dios (Ap. 4), sino de las que suponen sudor y trabajo. "Desfallecerá fatigada de cansancio la edad lozana, y se caerá de flaqueza la juventud; mas los que tienen puesta en el Señor su esperanza adquirirán nuevas fuerzas, tomarán alas como de águila, correrán y no se fatigarán, andarán y no desfallecerán" (Is 40,30).

Mueve, en pos, a darse prisa: "esforcémonos", y pone primero ia exhortación e inmediatamente después la razón de la entrada en aquel descanso. Asimismo, acerca de lo primero, exhorta a darse prisa y señala el riesgo de la tardanza. Dice, pues: "porque resta todavía un solemne sábado"... "por eso hemos de darnos prisa a entrar en ese descanso". Y señaladamente dice entrar, porque no ha salido para entrar en los bienes exteriores, sino en los interiores (Ex. 15; Mt 25).

Hay, pues, muchas razones para darnos prisa a entrar:

a) porque el camino es larguísimo (Pr. 7; Lc 19); y dícese lejano por la distancia y diferencia de un estado a otro, ya que allí se tendrá la plenitud de todo bien y la inmunidad de todo mal; asimismo la cabal inteligencia de las cosas y la perfecta visión a medida del deseo; aquí, en cambio, todo lo contrario de esas cosas;

b) porque el tiempo es muy breve (Jb 14);

c) porque, además de breve y poco, es también incierto (Eccl. 9);

d) por el apremiante llamamiento que nos aguija por dentro con el estímulo de la caridad (Is 59; 2Co 5; Salmo 1 18);

e) por el peligro de la dilación, como se ve en las vírgenes necias, que por haber llegado tarde no pudieron entrar. Por eso dice: "a fin de que ninguno imite el sobredicho ejemplo de incredulidad"; como si dijera: por incrédulos los antiguos no pudieron entrar. Escarmentemos, pues, en cabeza ajena, y a ejemplo de su culpa no seamos incrédulos, y, en pena de ella, así como ellos no seamos excluidos del descanso (Lc 1). Para eso nos ponen delante de los ojos las penas con que otros fueron ejecutados, para que andemos con cautela. "Azotado el hombre impío o escandaloso, el necio será más cuerdo" (Pr. 19,25). Comenta la Glosa: peor cosa es no escarmentar. De donde parece que quien con el castigo del otro no se enmienda seré castigado con mayor rigor. Pero entonces el pecado de Adán, que no pecó por el mal ejemplo ajeno, sería menos grave.

Respondo: estos modos de hablar han de entenderse siempre según y conforme; porque sucede que dos pecados, que mirados en sí no dicen uno respecto del otro mayor gravedad, con todo, por alguna circunstancia, sí la dirían; así como dos adulterios de suyo iguales son, pero es más grave el que procede de malicia que el que de pasión o flaqueza. Lo mismo una palabra ociosa cuando se dice con cierta malicia.

Y cómo hay que darse prisa nos lo enseña el Apóstol (1Co 1X); pues tanto el que corre como el que pelea ha de irse a la mano en todo. Hay, pues, que darse alas, despojándose de estorbos, no sólo para abstenerse de pecados, mas para evitar las ocasiones (Pr. 3).

Pero los Proverbios dicen lo contrario: "quien anda precipitado tropezará" (19,2). Respondo que hay dos modos de darse prisa: o precipitándose, y esto es reprensible, o al estilo del refrán: "vísteme despacio, que estoy de prisa", y esto es loable; porque, como dice el Filósofo, los hombres deben de asiento tomar maduro consejo, mas, una vez tomado, ha de ser rápidamente ejecutado. Así que la prisa que se reprende es la que sin consejo se emprende, que por desaconsejada es precipitada, y es ésta la que es el blanco de la objeción; mas la sujeta a la reflexión, llevada luego a la ejecución, es virtuosa y loable, y a ésta nos exhorta aquí el Apóstol.

-"Puesto que la palabra de Dios es viva y eficaz". Da la razón de la antedicha admonición,, de modo especial en lo que se refiere al peligro; y esta razón tómase de parte de Cristo, que, por su doble naturaleza, según la divina es el Verbo del Padre, según la humana el pontífice que se ofrece en la cruz. Pone pues, primero, la razón tomada de parte de la divinidad; luego la de parte de la humanidad; y del Hijo de Dios dice 3 cosas:

a) señala su poder y virtud, "puesto que es viva la palabra de Dios";

b) su conocimiento, puesto que "discierne los pensamientos";

c) su autoridad, porque de El es "de quien hablamos".

Su poder nos lo demuestra de 3 maneras: cuanto a su naturaleza, cuanto a su potestad: eficaz, y cuanto a su operación: "más penetrante que cualquier espada de dos filos". Dice, pues: "viva es la palabra de Dios". Este texto de suyo ofrece, al parecer, dificultad, pero se hace más claro conferido con otra traducción, porque, donde nosotros tenemos sermo: palabra, en griego tienen lagos, que significa lo mismo; y así lo explica también San Agustín: "la palabra que os he hablado", esto es, Yo mismo que soy la palabra (Sg 18). De modo semejante aquí la palabra de Dios es viva, conviene a saber, la palabra de Dios viva; porque el Verbo de Dios, concebido desde la eternidad en el entendimiento paterno, es la palabra primordial a que se refiere eí Eclesiástico: "la fuente de la sabiduría es el Verbo de Dios en las alturas"; y por ser primordial, de El se derivan todas las otras palabras, que no son otra cosa que ciertas concepciones expresadas en la mente del ángel o en la nuestra. De donde tal palabra es la expresión de todas las palabras, como una especie de fuente; y lo que se dice de aquella palabra se acomoda en cierta manera a las otras según su modo. Dícese, por ejemplo, de aquélla que es viva; y viva está una cosa mientras tiene su operación y movimiento. Así como una fuente, cuyas aguas corren, dícese viva,, así aquella palabra que tiene perpetuo vigor. "Tu palabra, Señor, permanece para siempre"; "porque así como el Padre tiene en Sí mismo la vida, así también ha dado al Hijo el tener la vida en Sí mismo" (Jn 5,26).

O puede referirse a la naturaleza humana; que vivo está, aunque otros le juzguen muerto, porque, una vez resucitado, ya no torna a morir. "Muerto estuve, pero heme otra vez vivo y para siempre" (Ap. 1). De modo parecido también la palabra escrita es viva e indeficiente; "más no por eso la palabra de Dios deja de tener su efecto" (Rm 9,6).

Por tanto, al decir: eficaz, demuestra su poder; que por eso se le llama palabra eficaz, por el sumo poder y fuerza infinitamente efectiva que tiene, ya que por El fueron hechas todas las cosas (Jn 1) y por ese "Verbo del Señor los cielos adquirieron su consistencia" (S. 32,6). Asimismo es eficaz, porque todas las palabras proferidas por Dios, valiéndose del ángel o del hombre, de El mismo reciben su eficacia. "La palabra que saldrá de mi boca no volverá a Mí vacía, sino que obrará todo aquello que Yo quiero" (Is 55,2); "su palabra está llena de poder" (Eccli. 8).

-"y más penetrante". Demuestra su operación y la explica: "entra". Dice, pues: "y más penetrante", que propiamente se dice de lo que entra en lo profundo de una cosa, y puede serlo de dos maneras: de una, porque obra en lo íntimo (Is 26); de otra, porque conoce la intimidad (Jn 2; Eccli. 24); ya que la operación y conocimiento de Dios alcanza y penetra la intimidad de las cosas; de ahí que diga: "que toda espada de dos filos", porque de todas las armas la más penetrante por su acerada punta es la espada, mayormente la de dos filos; por cuya razón compárase la palabra de Dios a la espada de dos filos, porque los tiene afilados y agudos tanto para obrar como para conocer (Ep 6; Is 27).

O dícese de dos filos respecto de la operación, porque los tiene para llevar adelante lo bueno y destruir lo malo (Ap. 1); o respecto del conocimiento, y dícese "más que toda espada de dos filos", esto es, que todo entendimiento humano, llamado también de dos filos, pues puede echar para una y otra parte de la conclusión hasta acabar la investigación y fijar allí su agudeza, es a saber, en la verdad, ya que en el orden causal vemos que siempre la causa primera obra más íntimamente que la posterior. De ahí que lo que la naturaleza produce es más entrañable y profundo que lo que produce el arte. Así que, por ser Dios sencillamente la primera causa, con su operación se produce lo más íntimo que tiene una cosa, es a saber, su ser.

-"y que entra y penetra hasta los pliegues del alma". Manifiesta lo que había dicho de la operación, en lo que se refiere al espíritu y en lo que al cuerpo: "hasta las junturas y tuétanos"; porque, según el Apóstol, el hombre consta de cuerpo,, de alma y de espíritu (1Th 5). Es de todos sabido lo que es el cuerpo; el alma es la que da vida al cuerpo; el espíritu en las cosas corpóreas llámase algo sutil; significa, por tanto, las substancias inmateriales (Is 31) y dícese ser aquello que nos pone en comunicación con las substancias espirituales; el alma, en cambio, lo que nos pone en comunicación con los brutos. Así que el espíritu es la mente humana, es a saber, el entendimiento y la voluntad. De ahí que digan algunos que en nosotros hay diferentes almas: una que da vida y perfección al cuerpo, y ésta se llama propiamente alma; otra es el espíritu, que tiene un entendimiento con que entendemos y una voluntad con que queremos; razón por la cual estas dos potencias con más propiedad se llaman substancias que las almas. Pero todo esto ha sido condenado en el libro que trata de los dogmas eclesiásticos.

Por consiguiente, habrá que decir que una misma cosa es la esencia del alma, que por su esencia da vida al cuerpo, y por su potencia, que se llama entendimiento, es el principio del entender y por él entiende lo eterno. Cómo sea esto, es cosa llana; pues vemos que cuanto más perfecta es la forma, menos su operación sujétase a la materia; así como las formas de los elementos, por imperfectísimas, no trasponen las lindes de la materia. Siendo, pues, el alma, de todas las formas la nobilísima, necesario es que tenga alguna operación, de modo especial el alma racional, que sobrepuja de todo punto la potencia de la materia; y a esta operación le damos por nombre entender, a zaga de la cual le sigue su inclinación: querer.

Hay una triple diferencia entre las operaciones del alma, que atañe respectivamente al alma, al espíritu y a las partes de la razón; de modo que según eso:

a) llámase alma el asiento de las potencias, por cuyo medio obra conjúntamente con el cuerpo;

b) espíritu, la sede de las restantes, por las que obra sin él.

La primera diferencia entre estas potencias y operaciones, procedente de las mismas, es la de la misma razón respecto de la sensualidad -que es una potencia por la que ei alma obra júnto con el cuerpo- porque la razón hace presa en lo inmaterial; la sensualidad en lo material y sensible.

La segunda diferencia es de las partes de la sensualidad, porque ésta lleva otro orden y tiene otro estado, según se enderece, por su naturaleza, al propio objeto, o según se gobierne por la razón; ya que la misma concupiscible de una manera se la considera como cierta fuerza en orden a su objeto, y de otra como participante de la razón.

La tercera es de las partes de la misma razón,, según los diferentes objetos de la misma, porque o se endereza a Dios, y apuntar a este blanco es lo supremo en ella, o a los efectos espirituales o temporales. Ahora bien, todas estas divisiones y diferencias las obra y discierne la palabra de Dios, conviene a saber, cómo la sensualidad se distingue de la razón; asimismo qué diferencia hay de la misma sensualidad en sí considerada, y de las partes de la razón, y qué le resulta al alma de la consideración de las cosas espirituales y terrenales.

Otra explicación puede darse, según la Glosa, de dos maneras: de una, de modo que por alma se entiendan los pecados carnales que se hacen por obra y con deleite del cuerpo, como la lujuria, la gula y otros parecidos; y por el espíritu los pecados espirituales que se hacen por obra de la mente, como la soberbia, la vanagloria y otros del mismo jaez. De otra, de modo que por el alma se entiendan los malos pensamientos, y por el espíritu los buenos; y así tenemos el sentido de lo que penetra hasta dividir el alma y el espíritu, esto es, discierne entre los pecados carnales y espirituales, entre los buenos y los malos pensamientos.

Por consiguiente, al decir: "de las junturas y tuétanos", declara lo que había dicho de la operación de Dios respecto de lo temporal. Y es de saber que una cosa no puede penetrar y llegar a otra por dos motivos: uno por la trabazón, otro por la inclusión, cosas ambas que no pueden ser obstáculo a la palabra de Dios. Porque en nosotros hay ciertas obstrucciones o trabazones, es a saber, de arterias y nervios; también hay partes muy metidas y ocultas, como los tuétanos encerrados dentro de los huesos; todo lo cual patente está y manifiesto a los divinos ojos; por cuya razón ninguna dificultad hay para que penetre allí su mirada.

O por junturas puede entenderse la conjunción o la estrecha unión de las partes del alma entre sí, como entre el alma y el espíritu; como si dijera: no sólo llega a conocer la diferencia y la división del alma y del espíritu, sino también a conocer cómo se unen; pues conoce cómo a la sensualidad la gobierna la razón; y por tuétano puede entenderse lo que está oculto en la sensualidad y en la razón (Mt X).

Trata luego del conocimiento del Verbo, al decir: "y discierne los pensamientos"; y acerca de esto muestra que todo está sujeto a su conocimiento y cómo es él; y que el motivo de no conocerse una cosa es o porque está oculta, o por desconocida e invisible. En el primer caso, lo más oculto que hay es lo que está escondido en el corazón, que es profundísimo e inescrutable: "perverso es el corazón de todos los hombres e impenetrable" (Jr 17,9). Según la versión de los 70, dice así: "profundo es el corazón del hombre... "; y en ese corazón enciérranse a candado y cerrojo los pensamientos, pero el Verbo de Dios los conoce (Is 1).

En el segundo caso, de no conocerse una cosa por ignorada de todo punto e invisible, está lo que esconde la voluntad, que no se conoce; así la intención del fin, que por su misma naturaleza es invisible; pues lo que el hombre hace o piensa danlo a conocer sus acciones, mas, con qué intención lo haga, averigüelo Vargas. Para Dios, en cambio, no hay nada oculto; por eso añade: "y ías intenciones del corazón". Dice el Salmo: "Tú, que escudriñas corazones y entrañas" (7,10), esto es, los pensamientos y las intenciones.

Pero es de saber que lo que dice penetrante puede referirse a la operación, como está dicho; y así difieren penetrante y discernidor. Mas, si se refiere al pensamiento, entonces lo que aquí dice: y discernidor, es explicación de aquél; como si dijera: dices tú que es mas penetrante... estás en lo justo, porque no sólo eso, sino discernidor de junturas y tuétanos, esto es, de pensamientos e intenciones, pues dase el nombre de junturas a ciertos enlaces o trabazones; y así el pensamiento, en que hay ciertos enlaces de términos, puede llamarse juntura mientras de uno se encamina a otro (Is 58; 5), Asimismo el tuétano está profundamente escondido en los huesos (Jb 21).

Y al decir: "no hay a su vista criatura invisible", da a entender que, lo que por su naturaleza es invisible, no lo es para Dios ni le está oculto; porque el que nosotros no lo veamos es por razón de la simplicidad de la cosa, más delgada y sutil que nuestros ojos, corporales o intelectuales, como son las substancias separadas, que en esta vida no podemos ver; mas, siendo el entendimiento divino lo mas simple y sutil que hay, no hay criatura en presencia suya que le sea invisible. Mas, ¿por ventura su conocimiento, como algunos quisieron, cíñese sólo a lo universal? No, sino que "todas están desnudas y patentes a los ojos de este Señor". Entiéndese por el ojo la fuerza cognoscitiva, y por las cosas sensibles las espirituales; mas señaladamente dice ojos en plural, por la diversidad de cosas que entiende, porque no una, sino multitud conoce.

Dice también "desnudas y patentes" porque hay dos modos de conocer algo: uno superficial y otro profundo; así como el hombre se ve desnudo sin nada encima, no tal vestido. Mas para Dios todo está patente, como se mira liso y llano; pues no hay cosa exterior que sirva de estorbo al conocimiento de Dios, así como estorba el vestido para ver al hombre. Por eso dice desnudas (Jb 26).

Dice también patentes, pues no hay nada tan oculto en realidad que se escabulla del conocimiento de Dios.

Pero Habacuc dice lo contrario: "limpios son siempre tus ojos; no puedes Tú ver el mal, ni podrías sufrir delante de Ti la iniquidad" (!,13). Entonces no todas las criaturas le están desnudas. Respondo: en Dios hay la ciencia que llaman de simple inteligencia y la ciencia de aprobación. Del primer modo conoce todas las cosas, aun las malas y las que no tienen ser; del segundo conoce las buenas, en la realidad que tienen.

Por consiguiente, demuestra la perfección de su autoridad, al decir: "de quien hablamos"; y esta autoridad es la de juzgar, siendo como es El "el que está por Dios constituido Juez de vivos y muertos" (Ac X,42). A El se encaminan, pues, nuestras palabras, conviene a saber, para darle cuenta de nuestras obras, "siendo como es forzoso que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo para que cada uno reciba el pago debido a las buenas o malas acciones que habrá hecho mientras ha estado revestido de su cuerpo" (2Co 5,10).

Por tanto, ya que es tan poderoso, tan sabio y de grandeza tanta, démonos prisa a entrar... pues para el juicio tres requisitos son menester:

a) potestad para ir a la mano a los subditos (Eccli. 7), que, según San Mateo 28, le viene que ni nacida a Cristo.

b) celo de la rectitud, es a saber, que la sentencia judicial no la motive el odio o la envidia, sino el amor a la justicia (Pr. 3), que es como la divisa y blasón de Cristo (Is 9).

c) sabiduría, a tenor de la cual se forme el juicio (Eccl. Xj; y Cristo es la virtud de Dios y la sabiduría de Dios.

Esta potestad judicial compétele a Cristo, en cuanto hombre (Jn 5), no ciertamente por la condición de la naturaleza -según San Agustín- porque así todos los hombres tuvieran semejante potestad, mas por la gracia de cabeza, que Cristo recibió en la naturaleza hu mana; y compétele de este modo esta potestad por 3 razones:

1- por afinidad de Cristo con los hombres y conveniencia de ellos mismos; porque así como Dios se vale para obrar de las causas intermedias, como más próximas a los efectos; de la misma manera se vale de Cristo hombre para juzgar a los hombres, a fin de que el juicio tenga mayor suavidad; "pues no es tal nuestro pontífice -como ya se dijo- que sea incapaz de compadecerse de nuestras miserias".

2- porque en el juicio final -según dice San Agustín- será la resurrección de los muertos, que Dios resucitará por medio del Hijo del hombre; así como por el mismo Cristo resucita las almas, en cuanto Hijo de Dios.

3- porque -como dice San Agustín- estaba muy puesto en razón que los reos llamados a juicio viesen a; su juez; y habiendo de ser juzgados buenos y malos, falta que a unos y a otros se les muestre en el juicio la forma del hombre, y la forma de Dios se reserve a solos, los buenos.

Esta potestad bien le entalia al hombre que es primero entre todos, tanto por su persona divina, como por su dignidad de cabeza y su plenitud de gracia habitual, que además alcanzó por sus méritos. Y dice bien una cosa con otra, que, según la justicia de Dios, constituido sea juez quien por esa justicia trajo perpetua lid y venció, y que con toda justicia condene a los culpables quien sin justicia juzgado fue y condenado. "Vencí y estoy sentado en el trono de mi Padre" (Ap. 3); por el trono se entiende la potestad judicial. "Te sentaste sobre el trono, justo Juez" (Ps 9,5). Comenta San Agustín: se sentará a juzgar quien delante del juez estuvo en pie; condenará, asimismo, como a reos, el que inmerecidamente fue hecho tal.


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Aquino - A LOS HEBREOS 15