Aquino - A LOS HEBREOS 20

20

Capítulo 6

(He 6,1-6)

Lección 1: Hebreos 6,1-6

Apacienta con sólido manjar a los Hebreos, afirmando que no quiere echar otros fundamentos que los que están ya echados, y espanta con un santo terror a los que, después de arrepentidos, han vuelto a caer en pecado.

1 Dejemos, pues, a un lado las instrucciones que se dan a aquellos que comienzan a creer en Jesucristo, y elevémonos a lo que hay de más perfecto, sin detenernos en echar de nuevo el fundamento, hablando de la penitencia de las obras muertas o pecados anteriores al bautismo, de la fe en Dios,
2 y de la doctrina sobre los bautismos, de la imposición de las manos, de la resurrección de los muertos y del juicio perdurable.
3 Y he aquí lo que, con el favor de Dios, vamos a hacer ahora.
4 Porque es imposible que aquellos que han sido una vez iluminados, que asimismo han gustado el don celestial de la Eucaristía, que han sido hechos partícipes de los dones del Espíritu Santo,
5 que se han alimentado con la santa palabra de Dios y la esperanza de las maravillas del siglo venidero,
6 y que, después de todo esto, han caído; es imposible, digo, que sean renovados por la penitencia, puesto que, cuanto es de su parte, crucifican de nuevo en sí mismos al Hijo de Dios y le exponen al escarnio.

Arriba hizo mención el Apóstol del pontificado de Cristo según el orden de Melquisedec, y mostró la flojedad de los Hebreos a quienes iba destinada su carta. Vuelve aquí de nuevo a la carga y júnto con la intención, que les abre y declara, les muestra su dificultad. Cuanto a lo primero, les manifiesta y explica su propósito: que, dejando a un lado las instrucciones elementales de la doctrina cristiana, quiere dedicarse a temas más elevados. De ahí lo que dice: dicho está ya que a los perfectos hay que apacentarlos con manjar sólido; "por tanto, dejando a un lado las instrucciones que se dan a aquellos que comienzan a creer en Jesucristo", por las cuales empieza en nosotros el ser que nos da Cristo por la doctrina de la fe (Ep 3), "elevémonos a ¡o que hay de más perfecto", esto es, a lo que toca a la quinta esencia de la doctrina de Cristo. "Pero cuando fui ya hombre hecho, di de mano a las cosas de niño" (1Co 13,2).

Según la Glosa, esto último puede referirse o al entendimiento o al afecto, de modo que diga que, apenas llegado a edad adulta, habrá que dejarse de niñerías para vacar a ocupaciones de varones perfectos (1Co 2); o, si lo segundo, que hay que salir de mantillas y apuntar al blanco de la perfección (Gn. 17).

Pero aquí se ofrecen dos objeciones: la primera, de lo que dijo: "interrumpiendo los comienzos", porque nunca han de interrumpirse; pues "dije: ahora empiezo" (Ps 76); "no dejaré la justificación que he comentado a hacer" (Jb 27,6). Respondo: digamos que eso acontece de dos maneras: o cuanto a la estimación, y así debe el hombre ser siempre como el que camina y aspira a cosas mayores (Ph 3); o cuanto al progreso en ¡la perfección, y así debe siempre esforzarse por pasar al estado perfecto: "mi única mira es, olvidando las cosas de atrás, y atendiendo sólo y mirando a ias de delante, ¡r corriendo hacia el hito" (Ph 3,13); que en el camino de Dios, dice San Bernardo, no ir adelante es volver atrás.

La otra objeción se refiere a lo que dice: "elevémonos a lo más perfecto"; porque la perfección consiste en los consejos (Mt 19). Es así que no todos están obligados a los consejos; luego... Respondo: hay dos clases de perfección: una exterior, que consiste en actos exteriores, que son señales de los interiores, como la virginidad, la pobreza voluntaria; y a ésta no están todos obligados. La otra es interior y consiste en el amor de Dios y del prójimo (Coi. 3), a la cual tampoco están todos obligados, pero sí lo están a aspirar a ella; porque si alguno no quisiese amar más a Dios no haría lo que exige la caridad. Y dice: "elevémonos", a proporción del impulso comunicado por el Espíritu Santo (Rm 8), o como transportados por Dios, que carga nuestra flaqueza (Is 46), o en vehículo mutuo llevándonos unos a otros (Ga 6).

Al decir luego: "no echando otra vez", explica ¡o antedicho, e intenta demostrar qué elementos son esos que sirven para dar principio a la doctrina de Cristo, para lo cual se vale de una comparación; ya que por la fe levanta el alma su edificio espiritual. Y así como en el edificio material échanse primero los cimientos, lo mismo aquí los primeros rudimentos de la doctrina de Cristo son como los cimientos.

Pero en contra de esta explicación está el capítulo XI, donde se pone como fundamento la fe, que no es más que una (Ep 4); aquí, en cambio, se ponen 6, lo que no parece que ¡leve camino. Respondo: la fe es el fundamento de las virtudes; las 6 cosas que aquí pone son fundamento de la doctrina de Cristo. Dice, pues: "no echando de nuevo el fundamento", como si tan firmemente hubiésemoslo asentado, tan a plomo y nivel, que no fuese menester asentarlo de nuevo; o tan recientemente, que saliese sobrando asegundar. Y en esto sigue un esmerado orden el Apóstol; porque así como en materia de generación y de movimiento, cualquiera que sea, hay antes un alejamiento del término de donde se parte, y luego un acercamiento al término a donde se va; así aquí la penitencia es alejarse del pecado, y de esta suerte es a modo de fundamento en esta vida. Pues nadie -según San Agustín- teniendo a su arbitrio su voluntad, puede entablar nueva vida si no le pesa de la pasada; (como dice el proverbio: borrón y cuenta nueva). De ahí que el Señor, al principio de su predicación, los exhortase a hacer penitencia (Mt 4). Por eso dice: "hablando de la penitencia de las obras muertas"; que así se llaman o las que de suyo son muertas, o aquellas a las que se ha hecho morir; y vivas, cuando está buiiente su propia virtud, cesando la cual, se dicen muertas. Pues nuestras obras están ordenadas a la bienaventuranza, que es el fin del hombre; por tanto, cuando a la bienaventuranza no se enderezan ni enderezarse pueden, se dicen muertas, y éstas son las que se hacen en pecado mortal (He XI). Pero a las obras hechas en caridad el pecado les da muerte; de ahí que no tengan virtud para merecer la vida eterna; "todas cuantas buenas obras había hecho se echarán en olvido" (Ez. 18,24); mas la penitencia logra que tornen a cobrar vida; de donde otra vez se les juzga dignas de la vida eterna.

En el acercamiento al término la fe está primero, y por eso dice: "el fundamento de la fe en Dios"; y es propio de la fe el asentimiento y la creencia del hombre no en las cosas que él ve, sino en el testimonio de otro. Ahora bien, dicho testimonio o es sólo del hombre, y en éste no estriba la virtud de la fe, porque el hombre puede engañar y ser engañado; o procede del juicio divino, y éste es incontrastable en firmeza y verdad, porque nace de la misma verdad, que ni puede engañar ni ser engañada. Por eso dice: en Dios, conviene a saber, para dar su asentimiento a lo que Dios dice (Jn 14).

Lo segundo en este procedimiento son los sacramentos de la fe, que introducen en ella, y son dos, pues sólo de éstos trata aquí el Apóstol: el bautismo, por el que somos engendrados de nuevo, y la confirmación, por la que confirmados. Cuanto a lo primero, dice: "y de la doctrina sobre los bautismos".

Mas en la carta a los Efesios dice lo contrario: "una fe, un bautismo". Luego no hay muchos bautismos. Respondo que hay 3: bautismo de agua, bautismo de sangre y bautismo de deseo; pero los dos últimos no tienen fuerza si no se refieren al primero; porque a los. que tienen uso de razón, si no se ofrece la oportunidad de recibir el primero, por lo menos pídeseles tengan, propósito de recibirlo cuando se pudiere, mientras reciben los otros. Por tanto, no son 3 sacramentos, sino, uno el que nos reengendra para la salvación (Jn 3); y entre éstos el que más participa del efecto del bautismo es el de sangre, con tal que el propósito sea de, recibir el primero, o no se tenga lo contrario en la mente, como es manifiesto en los 1nocentes que no. estaban en contraria disposición; ya que el bautismo si tiene eficacia es por los méritos de la Pasión de Cristo (Rm 6).

Por tanto, así como ei que se bautiza confórmase, sacramentalmente a la muerte de Cristo, de la misma manera el mártir es una viva réplica de ella; por cuya razón este bautismo tiene todo el efecto del bautismo, en cuanto a limpiar de toda culpa y pena de pecado, no en cuanto a imprimir carácter; de suerte que el que padeciese el martirio sin haber recibido el bautismo, si tornase a la vida, tendría que ser bautizado. La penitencia, en cambio, no tiene tan totalmente el efecto del bautismo, pues no quita toda la pena, aunque quite; la culpa. Mas así como el mártir se conforma a la muerte de Cristo por la pasión exterior, así el penitente por la interior (Ga 5); de modo que puede ser tanta que deje absuelto de culpa y pena, como viose en el buen Ladrón y la Magdalena. De aquí que la penitencia ss llame bautismo, en cuanto suple el lugar del bautismo; y fue instituida, porque no es lícito repetir el bautismo. Llámanse, pues, estas prácticas con ese nombre: bautismo, porque tienen su efecto, mas no hay más de un solo bautismo, porque su efecto es nulo si no hay propósito de recibirlo (el primero).

El segundo sacramento de los incipientes consiste en la misma imposición de las manos; por eso dice: "de la imposición de las manos", que es doble: una es para hacer milagros, como cuando Cristo imponiéndoselas a los enfermos les daba salud (Lc 4); y ésta no es sacramental; otra sí lo es, la del sacramento del orden (I Ti. 5) y la de la confirmación, para renovarse en espíritu, "haciéndonos renacer por ei bautismo, y renovándonos por el Espíritu Santo" (Ti. 3,5), pues dase en la confirmación el Espíritu Santo para corroboración y denuedo, es a saber, para que el hombre confiese el nombre de Cristo sin miedo delante de los hombres. Porque así como en la naturaleza es primero engendrado el hombre para ser, y luego para crecer y hacerse robusto, lo mismo en el ser de la gracia.

Sigue, en tercer lugar, el término del movimiento en que éste termina, el cual es doble también, porque dos cosas esperamos: la resurrección de los cuerpos -que es fundamento de nuestra fe y sin la cual es ésta de ningún valor, por lo cual dice: "de la resurrección de los muertos"- y la remuneración, que hará el Juez en el juicio (Eccl. 12), y así dice: "y del juicio perdurable", no porque ese juicio dure mil años, como quería Lactancio, porque será en un momento; sino que se dice eterno, porque la sentencia que allí se dará será irrevocable, para siempre: "e irán éstos al eterno suplicio, y los justos a la vida eterna" (Mt 25,46). Y sépase que todo esto, que aquí dice quiere tratar, son como unos rudimentos de la fe. De aquí que la predique a los novicios en ella en Hechos 17 y en muchos otros lugares.

Al decir a continuación: "y he aquí lo que vamos a hacer ahora", indica la dificultad de llevar a efecto su propósito, que es difícil en sí y respecto de los oyentes. De donde da a entender que en esto, por encima de todo, ha menester del socorro divino, y con una semejanza pone nota en la flaqueza de algunos. Dice, pues: elevémonos a lo que hay de más perfecto, y he aquí lo que haremos, con el favor de Dios. Frase preñada, que envuelve más sentido de lo que dicen las palabras; pues no es tanta la necesidad de que Dios lo permita como de que Dios lo haga; "puesto que estamos en sus manos nosotros y nuestros discursos" (Sg 7,16). Por tanto, ha de ponerlo todo en manos de Dios, con la confianza en el socorro divino (Jn X; Stg. 4).

-"Porque es imposible..." Hace notar su flaqueza en ser tibios y flojos para oír; porque, así como en los achaques corporales no hay estado más peligroso que el de las recaídas, así también en los espirituales: el que después de haber vivido en gracia cae en pecado con mucha dificultad se yergue para obrar lo bueno. Y, acerca de esto, explica de qué dones se les había hecho gracia, qué dificultad les había traído la reincidencia en el pecado y, por último, indica el porqué. De esos bienes o dones unos son presentes, otros futuros. Al presente tuvieron la regeneración espiritual, a cuyo propósito dice: "iluminados", es a saber, por el bautismo, que muy acertadamente se llama iluminación, porque el bautismo es el principio de la regeneración espiritual, donde el entendimiento es iluminado por la fe. "Verdad es que en oíro tiempo no erais sino tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor" (Ep 5,8).

Participan también de los bienes de Dios, respecto de lo cual dice: "que asimismo han gustado el don celestial", que es la gracia, y se dice celestial, porque de los cielos la manda Dios (Ps 67; Stg. 1). Particípase asimismo en ellos de la divina bondad; "por el cual, es a saber, por Cristo, nos ha dado Dios las grandes y preciosas gracias que había prometido" (II P. 1,4). Por lo cual dice: "que han sido hechos partícipes de los dones del Espíritu Santo". Puesto que todos los dones se dan por amor, atribuye por dicha razón esta participación al Espíritu Santo. Ahora bien, participar es tener parte en alguna cosa; mas sólo Cristo tuvo en plenitud al Espíritu Santo (Jn 3); los otros santos sólo en parte, y la participación que tuvieron no fue de su substancia, sino de sus distribuciones (He 2; 1Co 12).

Otrosí, al presente tuvieron para instruirse la doctrina; acerca de lo cual dice: "que se han alimentado con la santa palabra de Dios", que se dice buena, porque es la palabra de la vida eterna (Jn 6; Salmo 1 18). Y dice gustaron, porque esta palabra no sólo ilumina el entendimiento, sino que alimenta el afecto, en lo cual hay cierto sabrosearse con su sabor. "Gustad y ved cuan suave y delicioso es el Señor" (Ps 33).

Pero los bienes futuros los tienen en esperanza, y por eso dice: "y la esperanza de las maravillas del siglo venidero" (Rm 8). Algunos tienen ciertos bienes de éstos no sólo en esperanza, sino también en cierta incoación o comienzo, y éstos son las dotes del alma, es a saber, la visión, la posesión y fruición; y se las tiene en cierto comienzo en cuanto que la fe, la esperanza y la caridad, que corresponden a éstas, se las tiene al presente. Pero hay otros bienes, que sólo en esperanza se tienen, como las dotes del cuerpo, es a saber, sutileza, agilidad, impasibilidad, claridad.

Por consiguiente, al decir: "y que después de esto han caído" (en apostasía o han dejado a Dios), indica la dificultad, nacida de la caída, de levantarse. Donde es de notar que no dice simplemente caídos, lapsi, sino prolapsi, esto es, en redondo, de gran caída; porque, si hubiesen simplemente caído, no fuera tan dificultosa la levantada. "Siete veces caerá el justo, y volverá a levantarse" (Pr. 24,16). Porque, si dijese el Apóstol: imposible que se levanten los que han caído hasta romperse la nuca, entonces pudiera decirse que con eso daba a entender la máxima dificultad de levantarse, es a saber, por el pecado y por la soberbia, como se ve en los demonios. Mas, por decir que los que una vez caídos no pueden por la penitencia ser renovados de nuevo, y sabiendo por otra parte que no hay pecado en el mundo de que no pueda arrepentirse el hombre, por tal razón el texto hay que entenderlo de otra manera; y hay que saber también que de aquí tomó pie un cierto Novato, presbítero de la 1glesia romana, de errar en esta materia, diciendo que, después del bautismo, para la penitencia ya no hay lugar; afirmación errónea, como dice San Atanasio, porque el mismo Pablo recibió arrepentido al incestuoso de Corinto, como parece por 2Co 2 y Ga 4, donde dice: "hijitos míos, por quienes segunda vez padezco dolores de parto". Hay, pues, que entender, como dice San Agustín, que no dice sea imposible hacer penitencia, sino "renovarse de nuevo", esto es, bautizarse otra vez (Ti. 3); pues nunca podría un hombre arrepentirse en tal forma que tuviese que bautizarse de nuevo. Y a esto se refiere el Apóstol, porque, según la ley, los Judíos repetidas veces se bautizan o lavan, como parece por Marcos 7. Por tanto, a esto se endereza lo que dice el Apóstol: a quitar ese error.

-"puesto que cuanto es de su parte crucifican de nuevo en sí mismos al Hijo de Dios". 1ndica por qué no se repite el bautismo, conviene a saber, porque es una configuración de la muerte de Cristo, como parece por Romanos 6,3: "cuantos hemos sido bautizados en Jesucristo lo hemos sido con la representación y en virtud de su muerte". Pero ésta no se repite, porque Cristo resucitado de entre los muertos ya no muere (Rm 6); de suerte que los que se rebautizan crucifican a Cristo de nuevo. O expliqúese de modo que se signifique la repugnancia con la gracia de Cristo, es a saber, que quieran con frecuencia pecar y en pos bautizarse otra vez, de arte que el texto no se refiera a la repetición del bautismo, sino a la caída de los que pecan, que, cuanto es de su parte, crucifican de nuevo a Cristo, que murió por nuestros pecados de una vez por todas (I P. 3). Así que tú, bautizado, cuando pecas, das ocasión, cuanto es de tu parte, a que Cristo sea de nuevo crucificado; con lo que infieres contumelia a Cristo, en cuya sangre, habiéndote ya lavado, te manchas (Ap. 1).


21
(
He 6,7-8)

Lección 2: Hebreos 6,7-8

Con la semejanza de la tierra cultivada por el hombre, que brota espinas y abrojos, amonesta a los que, después de la penitencia o del bautismo, pecan de nuevo.

7 Porque la tierra, que embebe la lluvia que cae a menudo sobre ella, y produce hierba que es provechosa a los que la cultivan, recibe la bendición de Dios;
8 mas la que brota espinas y abrojos es desamparada, y queda expuesta a la maldición, y al fin para en ser abrasada.

Mostró arriba el Apóstol la dificultad de llevar a efecto su intento, por culpa de ellos; ahora ¡lustra esto mismo con una comparación: la de la buena tierra y la de la mala. Según una exposición, quiso el Apóstol decirnos que los que una vez fueron bautizados no pueden bautizarse otra vez o renovarse por la penitencia. Según otra exposición, que allí se dejó, quiso decirnos ser imposible que los que una vez fueron iluminados en esta vida sean por la penitencia otra vez renovados en la otra vida. "Todo cuanto pudieres hacer de bueno, hazlo sin perder -Tiempo, puesto que ni obra, ni pensamiento, ni sabiduría, ni ciencia han lugar en el sepulcro, hacia el cual vas corriendo" (Eccl. 9,10); "se llega la noche, cuando ya nadie puede trabajar" (Jn 9). Expóngase, pues, rursus, de nuevo, en el sentido de: después de esta vida; y la razón es por las dos causas de la penitencia: una, el mérito de la Pasión de Cristo, que la hace eficaz (1Jn 2); otra, el ejemplo de penitencia que tenemos en Cristo, es a saber, por la consideración de su austeridad, de su pobreza y, por último, de su Pasión. "Cristo padeció, dejándoos ejemplo" (I P. 2).

De este modo, pues, se entiende lo que dice: "crucificando de nuevo", esto es, sacando fruto de la cruz de Cristo, y esto cuanto a lo que da eficacia a la penitencia; "y le exponen al escarnio", cuanto al ejemplo de penitencia; y así la palabra escarnio se toma en buen sentido. Y la semejanza de la tierra puede referirse o a lo antedicho: "elevémonos a lo más perfecto", y el sentido será que elevándonos tendremos la bendición, como la tierra buena; o a lo que se sigue inmediatamente, según ambas exposiciones, acerca del bautismo o acerca de la otra vida, aunque la del bautismo está más ajustada a la letra; de suerte que el sentido es el siguiente: así como la tierra cultivada, si de nuevo germina abrojos, ya no se cultiva, sino se quema; de la misma manera el hombre que, después de bautizado, comete pecado, ya no es lavado otra vez.

Y, en lo tocante a la buena tierra, considérese el beneficio que recibe, el fruto que produce, el premio que se le da. Esta tierra es el corazón humano (Lc 8); y llámase tierra, porque, así como la tierra necesita de lluvia, así el hombre de la gracia de Dios. "Visitaste la tierra y la regaste" (Ps 64,10); "y al modo que la lluvia y la nieve descienden del cielo, y no vuelven alié, sino que empapan la tierra y la penetran, y la fecundan, a fin de que dé simiente que sembrar y pan que comer" (Is 55,10).

Mas el beneficio que recibe es la doctrina de la fe, que es como la lluvia que cae, que hace llover Dios sobre ios corazones de los oyentes por las palabras de ios predicadores y doctores. "Derrama las lluvias a manera de torrentes, que se desgajan de las nubes" (Jb. 36,27; Is 5). Empapase con esta lluvia cuando entiende lo que oye y le cobra afición (Is 55). Esta doctrina está sobre sí, esto es, le cae encima, y esto por lo que mira al principio de esta doctrina; o sobre sí, porque hay una doctrina que es de la tierra, por la que el hombre se apega a lo terreno; otra, celestial, que le enseña cosas del cielo (Stg. 3); o sobre sí, esto es, sobre la capacidad de la razón humana; porque las otras ciencias inventadas se ajustan a la humana razón; ésta es divinamente inspirada (Eccl. 3). Y dice de esta lluvia que embebe la tierra, que cae no siempre ni rara vez, sino a menudo, porque, en sentir de San Agustín, y lo trae la Glosa, si siempre, perdería su estimación; si rara vez, no sería suficiente ni se pondría empeño por ella. (Jb. 19).

El fruto consiste en que "produce hierba que es provechosa a los que la cultivan". Este fruto son las buenas obras que hace el hombre por la doctrina recibida (Gn. 1); tierra que es primero cultivada por Dios (Jn XV); cultivada también por el prelado (1Co 3); cultivada asimismo por el hombre (Pr. 24). Por lo que mira a Dios, es a propósito para su gloria (1Co X); meritoria y gloriosa para otros (1Th 2), y para el mismo que la cultiva fructuosa para la vida eterna (Rm 6).

Al decir luego que "recibe la bendición de Dios", muestra el premio que se le da, que es la bendición divina, y no es otra cosa que la hechura en nosotros de la bondad, imperfecta por cierto en la presente vida, pero perfecta en la futura (I P. 3).

-"mas la que brota espinas y abrojos". Trata ahora de la tierra mala, en la que supone el beneficio, que se convierte en maleficio, por el mal fruto que produce, al que se sigue la pena. Así pues, los frutos son las espinas, esto es, los pecados menores; y los abrojos, los mayores, que punzan la propia conciencia; en veces también la ajena, es a saber, los que van contra el prójimo (Gn. 3).

En la pena pone la reprobación divina, el juicio condenatorio, finalmente el castigo. Cuanto a lo primero, dice: "es reprobada"; pues, así como la predestinación es el principio de la remuneración, así también la reprobación señal es de condenación. Así pues, la resistencia reiterada a los preceptos de la salvación indicio es de reprobación, si se obstina en pecar. "Llamadlos plata espuria; porque el Señor ya los ha reprobado" (Jr 6,30). Y es condenación, porque "está expuesta a la maldición" (Mt 25); y castigo, "cuyo paradero es la quemazón" (Is 9).

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(
He 6,9-12)

Lección 3: Hebreos 6,9-12

Tiene la mejor esperanza de su salvación, porque Dios no es injusto, y porque se acuerda de las muchas buenas obras que ya han hecho.

9 En lo demás, carísimos hermanos, aunque os hablarnos de esta manera, tenemos mejor opinión de vosotros y de vuestra salvación;
10 porque no es Dios injusto para olvidarse de lo que habéis hecho, y de la caridad que por respeto a su nombre habéis mostrado en haber asistido y en asistir a los santos.
11 Mas deseamos que cada uno de vosotros muestre el mismo fervor hasta el fin, para el cumplimiento de su esperanza,
12 a fin de que no os hagáis flojos, sino imitadores de aquellos que por su fe y paciencia han llegado a ser los herederos de las promesas celestiales.

Por haber dicho el Apóstol muchas cosas, duras al parecer, acerca de su estado de vida, ahora, para que no vayan a entregarse a la desesperación, les pone de manifiesto con qué intención lo di¡o, es a saber, para apartarlos de los peligros. De ahí que les manifieste la confianza que tiene en ellos y por qué motivo. Dice, pues: quedó dicho anteriormente que la tierra que produce espinas y abrojos está expuesta a la maldición... ; mas, por que no creáis que lo digo por vosotros, digo más bien que "en mejor opinión os tengo y espero con más fundada esperanza vuestra salvación", por vuestra fe y caridad. Donde, sin decir: ¡agua va!, por dos cosas nos muestra loable su estado antecedente de vida, es a saber, por lo que ya eran, -porque al decir: mejor, supone que estaban en buen estado-, y por lo que esperaban: "lo más cercano a la salvación" (Rm 13); pues tanto más se acerca a ella, cuanto más medra en obras buenas. "Con todo eso, así hablamos", esto es, para haceros cautos, y esto procede de caridad (S. 140).

Al decir luego: "porque no es Dios injusto para olvidarse de lo que habéis hecho", muestra en qué estriba su confianza, que es en un doble motivo: en sus bienes pasados y en la promesa de Dios. Mas porque el Apóstol había dicho que confiaba en ellos y, por otra parte, los había reñido ásperamente, da de ambas cosas cumplida razón: de lo primero, porque se acuerda de los muchos bienes que hicieron. De ahí que diga: confiamos. ¿Por qué? "porque no es Dios injusto para olvidarse de lo que habéis hecho".

Ezequiel dice lo contrario: "pero si el justo se desviare de su justicia y cometiere la maldad, todas cuantas obras buenas había hecho se echarán en olvido"; y añádese: "no es justo el proceder del Señor" (!8,24). -Respondo que el hombre caído en pecado puede portarse de dos maneras: de una, perseverando en el mal, y entonces Dios de todas cuantas buenas obras hizo se olvida; de otra, arrepintiéndose, y entonces de las buenas obras antecedentes se acuerda, porque las anota a su cuenta de méritos. De ahí lo que dice la Glosa: lo mortificado revive.

Pero entonces se ofrece esta duda, pues consta que la justicia tiene ojo al mérito; si pues, como dice la Glosa, la justicia exige que Dios no se olvide, si uno se arrepiente, luego el salir de pecado es obra del mérito, y así, merece la gracia, lo cual es imposible.

Respondo que hay dos ciases de mérito: uno que estriba en la justicia, y éste es el mérito de condigno; otro, que en sola la misericordia, y éste se llama de congruo; y a éste se refiere cuando dice que es justo, esto es, congruo, que merezca el hombre que hace muchos bienes; porque esta misericordia está en cierto modo unida a la justicia, más que en aquel que nunca otra cosa hizo. De esta manera no olvida Dios lo que se hace por amor; que a solo El se debe la vida eterna (Jn 14); pues lo que de amor no procede no es meritorio (1Co 13). Por eso aquí no dice solamente "de vuestras obras", sino añade: "y de la caridad", porque -como comenta San Gregorio- el amor de Dios no se está mano sobre mano; que, si en verdad es amor, trabaja con grande ardor; si a trabajar no se entrega, bastardea de sí y reniega (1Jn 3); por eso añade: "que por respeto a su nombre habéis mostrado" (Col 3). ¿Qué fue lo que mostraron y en qué? lo indica al decir: "en haber asistido a los santos", conviene a saber, socorriéndolos en sus necesidades (Mt 20; Rm 12). Y porque en toda obra buena es necesaria la perseverancia, por eso agrega: "y en asistir". Por tanto, si incurristeis en alguna falta, por su divina misericordia acompañada de la justicia, os perdonará Dios.

-"Mas deseamos que cada uno..." 1ndica por qué motivo les había hablado tan sacudidamente, es a saber, por el deseo de su salvación. De ahí que les muestre ese deseo, -júnto con el riesgo inminente- que declara por un ejemplo. Dice, pues: lo que dijimos no fue porque desesperásemos de vosotros, sino más bien porque "deseamos que cada uno" esto es, de cada uno (Ph 1); pero ¿qué? "muestre el mismo fervor", esto es, que andéis solícitos en mostrar con obras este fervor por el bien, que siempre tuvisteis. Por donde se ve que las obras piadosas han de hacerse con fervor (Lc X); asimismo, enderezarse a la propia salvación. ¿Por qué razón? "para el cumplimiento de su esperanza", es a saber, para que, acabando lo comenzado, consigáis lo que esperáis (Rm 5); y todo esto "hasta el fin"; que el que perseverare hasta el fin ése se salvará.

-"a fin de que no os hagáis flojos". Señala el riesgo de ser perezosos: que la pereza es un temor doblado: el temor de hacer algo bueno, por miedo o de quedarse a medio camino, o de arrepentirse de haberlo emprendido (Pr. 22). De ahí que a los perezosos nunca les falten obstáculos que alegar.

-"sino imitadores de aquéllos". Les pone un ejemplo; como si dijera: nada de flojera, sino la diligencia toda entera para imitar, tomándolos de ejemplo, a ios profetas (Stg. 5) y a los otros santos, es a saber, a los apóstoles (1Co 2), "que por su fe, sin la cual es imposible agradar a Dios (He XI), y paciencia en soportar la adversidad, han llegado a ser los herederos de las promesas"; ya que por la fe formada y la paciencia adquiérese la herencia prometida (He XI).

23
(
He 6,13-20)

Lección 4: Hebreos 6,13-20

Otro motivo de su confianza es la promesa hecha a los padres, el primero de los cuales fue Abraham.

13 Por eso, en la promesa que Dios hizo a Abraham, como no tenía otro mayor por quien jurar, juró por Sí mismo diciendo:
14 está bien cierto de que Yo te llenaré de bendiciones, y te multiplicaré sobremanera.
15 Y así, aguardando con longanimidad, alcanzó la promesa.
16 Los hombres juran por quien es mayor que ellos, y el juramento es la mayor seguridad que pueden dar para terminar sus diferencias.
17 Por lo cual, queriendo Dios mostrar más cumplidamente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento,
18 para que a vista de dos cosas inmutables, promesa y juramento, en que no es posible que Dios mienta, tengamos un poderosísimo consuelo los que consideramos nuestro refugio y ponemos la mira en alcanzar los bienes que nos propone la esperanza,
19 la cual sirve a nuestra alma como de un áncora segura y firme, y penetra hasta el santuario que está del velo adentro;
20 donde entró Jesús por nosotros el primero como nuestro precursor, constituido pontífice por toda la eternidad, según el orden de Melquisedec.

Arriba indicó el Apóstol por qué depositaba su confianza en ellos, a saber, por los bienes que hicieron; aquí indica lo mismo, por la promesa hecha a los patriarcas. De ahí la promesa con que da comienzo, y después el porqué de lo antedicho. Acerca de lo primero muestra a quién se hizo la promesa, su efecto y que el modo de ella es conveniente. La promesa se hizo a Abraham (Ga 3), y la razón es porque por la fe nos unimos a Dios y, por consiguiente, por la fe conseguimos las promesas. El primer ejemplo de fe lo tenemos en Abraham, por haber sido el primero que se apartó del trato de los infieles (Gn. 12); asimismo, porque fue el primero que creyó algo sobrenatural, "contra toda esperanza" (Rm 4). De ahí que diga el Génesis: "creyó Abraham a Dios, y su fe repútesele por justicia" (15,6); pues fue el primero en recibir el signo de esa fe, es a saber, la circuncisión (Rm 4).

El modo de la promesa se refiere a dos cosas: al juramento interpuesto y a las palabras de la promesa. Dice, pues: queriendo Dios dar a entender que su promesa era de firmeza incontrastable, "como no tenía otro mayor por quien jurar, ¡uro por Sí mismo" (Ps 1 ¡2; Gn. 22); en lo cual tienes la muestra de que el juramento de suyo no es ilícito, ya que la Escritura no atribuye a Dios nada que sea de suyo pecado; que intento suyo es ordenarnos y conducirnos a Dios (Ep 5). Con todo, prohíbese el mucho jurar (Eccli. 23) y el jurar en vano (Ex. 20).

Por consiguiente, al decir: "está bien cierto de que Yo te llenaré de bendiciones", muestra el modo de cumplir la promesa, como si dijera: si no te bendijere, no se me crea, de suerte que sea una especie de juramento medio ejecutivo. Y dice: "bendiciendo", modo de hablar que pertenece a la colación de los bienes, ya que la bendición del Señor es la que enriquece (Pr. X); "y te multiplicaré sobremanera", frase para indicar una prole numerosa; y ambas promesas se le hicieron a Abraham (Gn. 14 y 25). La repetición: "bendeciré bendiciendo" es para designar ios bienes temporales y espirituales y la permanencia de la bendición; o te llenaré de bendiciones con la abundancia de hijos santos, que en Gn. 22 se designan por estrellas del cielo; "y te multiplicaré sobremanera", con abundancia de hijos malos y perversos, que allí mismo, Gn. 22, se designa por arena del mar. Se hace mención repetida de la multitud, o por referirse a la prole numerosa buena o mala, o por la continua multitud; o te bendeciré en bienes de gracia, y te multiplicaré en bienes de gloria (Ps 30).

El efecto de la promesa fue que "aguardando con longanimidad, alcanzó la promesa". La longanimidad no es sólo para acometer grandes empresas, sino también es una larga paciencia para esperar. A Abraham se le hizo la promesa y, con todo -como se dice en Hechos 7-, jamás fue suyo un terrón de tierra; ni aun viejo tuvo hijos, mas no por eso perdió la esperanza. "Tomad, hermanos, por ejemplo de paciencia en los malos sucesos y desastres a los profetas" (Stg. 5); "poned los ojos en Abraham vuestro padre" (Is 51).

Al decir después: "pues los hombres juran por quien es mayor que ellos", da razón de lo que acaba de decir; acerca de lo cual pone lo que entre los hombres se acostumbra, señala el porqué de esa costumbre y agrega el fruto de la razón. Y pónese un doble uso: uno, que toca al objeto por el cual se jura; otro, al efecto del juramento. El objeto o persona por quien se jura es mayor, y esto con toda razón; que jurar no es otra cosa que confirmar la dudosa. Porque, así como en las ciencias, apoyo en cuenta tenido, sólo en lo mas conocido; así, porque entre los hombres nada hay más cierto que Dios, por El se jura y su nombre, por lo mas cierto y mayor (que puede tener el hombre).

Pero, al contrario, a veces se jura por el Hijo, que es menor, como cuando se dice: por Cristo nuestro Señor; en veces por las criaturas, así como José juró por la salud del Faraón (Gn. 42).

Respondo que hay dos maneras de jurar por Dios: por simple atestación, como cuando sin más se dice: por Dios que así es, como si dijera: testigo me es Dios de que así es verdad como suena (Rm 1); otras veces por execración, que es cuando se pone a Dios por vengador, si así no fuere como se jura, pongo por ejemplo: va en ello mi cabeza, mi alma, o cosa parecida, como juró el Apóstol: "mas Dios verdadero me es testigo, y va en ello mi alma" (2Co 1,18); como si dijera: pongo al tablero mi vida, si es falso mi testimonio, en que va el nombre de Dios; y este modo de jurar es serio en máximo grado.

Por la criatura se jura, no en calidad de criatura, mas porque en ella reluce algún indicio o destello del poder de Dios; por ello, ya que toda potestad de Dios dimana, cuando alguno tal poder sobre alguna multitud ejerce, jurando por él, se jura también por Dios, de cuyo poder es él un destello o reverbero. José juró de este modo: por vida de Faraón. Esto es, pues, lo que quiere decir que "los hombres ¡uran por quien es mayor que ellos".

Del jurar hay que excluir a los que en otra ocasión faltaron al juramento, pues que debe demostrársele la máxima reverencia, y presúmese que no le rendirán la debida, fundándose en lo pasado. Tampoco habrá que obligar a los niños antes de la pubertad, porque aún no tienen perfecto el uso de la razón, para saber que al juramento hay que rendir la debida reverencia. Asimismo, ni a personas de elevada dignidad, -que el juramento se exige de quienes en dicho o hecho alguna duda se tiene-; pues semejantes personas pierden de su autoridad si hay duda de la verdad de las cosas que ellas dicen. De ahí que en los decretos, q. 2, c. 4, se diga que por ligero motivo no ha de obligarse a un sacerdote a jurar.

Las causas por las que es lícito jurar son éstas:

a) para consolidar la paz, como juró Labán (Gn. 30);

b) para conservar la fama;

c) para mantener la lealtad, como los feudatarios con sus señores;

d) para obedecer, si lo que manda el superior es algo honesto;

e) para dar seguridad;

f) para atestiguar la verdad. Así juró el Apóstol:

"Dios me es testigo de que continuamente hago memoria de vosotros" (Rm 1).

-"y el juramento es la mayor seguridad que pueden dar para terminar sus diferencias". Pone el efecto del juramento, que consiste en que por él dase fin entre los hombres a todas sus diferencias; porque así como en las ciencias, en llegando a los principios primeros que se pueden demostrar, se acaba la discusión; así por divina ley, cuando a la verdad primera se ha llegado, y es entonces invocada por testimonio ella misma, se hace pausa "y ya no más litigio ni controversia" (Ex. 22).

-"Por lo cual, queriendo Dios mostrar más cumplidamente". Señala por qué razón quiso Dios se jurase, es a saber, para hacer manifiesta la firmeza en su promesa; por eso dice: en lo cual, esto es, por eso mismo interpuso el juramento, "queriendo Dios mostrar más cumplidamente"; porque si lo prometido era más que suficiente, lo jurado más aún archisuficiente fue. Queriendo, digo, mostrar "a los herederos la promesa", esto es, de la cosa prometida (Rm 9) "la inmutabilidad de su consejo".

Es de saber que en las cosas que de Dios proceden dos hay que considerar: el mismo procedimiento de las cosas y el consejo divino que de tal procedimiento es la causa. El consejo de Dios es de todo punto inmutable: "Yo hablo y sostengo mi resolución, y hago que se cumplan todos mis deseos" (Is 46,10); pero la disposición bien puede mudarse; porque a veces el Señor pronuncia el fallo o sentencia según lo exigen el orden y la andanza de las cosas, como parece en Is 38,1: "dispon de las cosas de tu casa; porque vas a morir y estás al fin de tu vida"; pues era tal el curso de la enfermedad, que naturalmente de ella había de morir. Lo mismo en Jonás 3,4: "de aquí a cuarenta días Nínive será destruida", porque merecía su destrucción. O ¡o de Jeremías 18,7: "Yo pronunciaré de repente mi sentencia contra una nación y contra un reino para arrancarle, destruirle y aniquilarle. Pero si la tal nación hiciere penitencia de sus pecados, por los cuales pronuncié el decreto contra ella, me arrepentiré Yo también del mal que pensé hacer contra ella"; y entonces se trata de una profecía conminatoria. Pero otras veces el fallo o sentencia es según lo pide el consejo eterno de Dios, y en este caso Dios ni se arrepiente ni de él desiste (i S. XV). Con todo, cuando a su promesa oblígase el Señor con juramento, la profecía es predestinativa y manifestadora del consejo divino, y esta promesa es enteramente inmutable.

-"para que a vista de dos cosas inmutables". Muestra el fruto de la promesa, y primero en qué consiste ese fruto; segundo, qué se deriva de él. El fruto consiste en hacer cierta nuestra esperanza, por lo cual dice; "tengamos un poderosísimo, esto es, firmísimo consuelo" en la esperanza; "a vista de dos cosas inmutables» en que no es posible que Dios mienta", es a saber, el que promete, que es Dios y no miente (Nm. 23), y el juramento, entibo el más firme de la verdad. Y es de saber que así como ei deleite sensible es experiencia sensible, y la memoria es de cosas pasadas, la esperanza loes de las futuras (I Me. 2; Is 40). Tengámosla, digo, "los que consideramos nuestro refugio, de las impugnaciones del enemigo y de los males del mundo y ponemos la mira en alcanzar los bienes que nos propone la esperanza" (Ps 89). "Torre fortísima el nombre del Señor (Pr. 18); a ella se acoge el justo y será ensalzado".

-"la cual sirve a nuestra alma como de un áncora-segura y firme". Muestra que los fieles alcanzan esta promesa, y para eso se vale de una comparación: la del ancla, a la que compara la esperanza; porque, así como aquélla deja a la nave inmóvil en el mar, así también la esperanza al alma déjala firme en Dios en este mundo, que es como un mar (Ps 103). Pero esta ancla debe ofrecer seguridad, esto es, que no se rompa; por eso está hecha de hierro (II Ti. 1). Asimismo firmeza, de suerte que no se mueva fácilmente. De parecido modo ha de estar el hombre ligado a esta esperanza, como a la nave el ancla; aunque hay su diferencia, porque el ancla se fija en lo profundo, mas la esperanza en lo más alto, en Dios; que en la presente vida nada hay sólido y firme en que se afirme y pueda el alma descansar. De donde dícese allí (Gn. 8) que la paloma no halló en dónde reposar los pies; por eso dice que ha de adentrarse a lo interior del velo; porque el Apóstol, haciendo una diferencia entre las cosas que había en el tabernáculo, entiende por lo que llamaban Sancta el estado presente de la 1glesia; mas por el Sancta Sanctorum, que estaba separado del Sancta por un velo, el estado de la gloria futura.

Allí quiere se fije el ancla de nuestra esperanza, en ese lugar que ahora un velo esconde de nuestros ojos (Is 64; Salmo 90), donde la fijó nuestro precursor que allí penetró. De ahí que diga San Juan: "os voy a disponeros el fugar" (14; Mq. 2). Por eso dice que como precursor entró por nosotros hasta el santuario que está del velo adentro y allí fijó nuestra esperanza, como se dice en la colecta de la vigilia y del día de la Ascensión. Empero, porque adentro del velo no era lícito entrar sino al Sumo Sacerdote (Lv. 16), por eso dice que "Jesús fue constituido pontífice por toda la eternidad, según el orden de Melquisedec". He aquí con cuánta elegancia torna el Apóstol a tomar el hilo, ya que, habiendo empezado con el sacerdocio, de donde se desvió con largo rodeo, vuelve ahora a hablar de él, como se ve.


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Aquino - A LOS HEBREOS 20