Aquino: Efesios


SANTO TOMAS DE AQUINO COMENTARIO A LA EPÍSTOLA DE SAN PABLO A LOS EFESIOS

Traducción Castellana del Texto Latino por J.I.M.

EDITORIAL TRADICIÓN, S. A. MÉXICO, 1978

Derechos reservados (c) en cuanto a la traducción castellana por Editorial Tradición, S. A.

Av. Sur 22 No. 14 (entre Oriente 259 y Canal de San Juan), Col Agrícola
Oriental. México 9, D. F.

Primera edición: Abril de 1978.-1,000 ejemplares.

Título del original latino: Sancti Thomae Aquinatis Doctoris Angelici super Epistolam Sancti Pauli Apostoli ad Ephesios expositio

1

PROLOGO

"Yo afiancé sus columnas" (Ps 74,4). No es menor hazaña -como dice el sabio- (conquistar) que procurar mantener lo conquistado. No inmerecidamente, por tanto, se hace plausible el Apóstol, quien, ya que a los Efesios no los fundó en la fe, una vez fundados, de tal manera les hizo echar raíces que, con toda verdad, -hablando de la Iglesia de los Efesios- pudiese decir: Yo afiancé sus columnas: yo, quiero decir, Israelita por linaje, Cristiano por religión, Apóstol por dignidad. Israelita por raza, pues lo soy, del linaje de Abraham, de la tribu de Benjamín (2Co 11,22). Asimismo por religión Cristiano: "pues la verdad es que estoy muerto a la ley antigua, por lo que me enseña la ley misma; a fin de vivir para Dios, estoy clavado en la cruz juntamente con Jesucristo. Y yo vivo, o más bien, no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí. Así la vida que vivo ahora en esta carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios" (Ga 2,19). Otrosí Apóstol por dignidad, "el menor de todos" (1Co 15). Y de todas 3 cosas en 2Co 11,22: "¿Son hebreos?, yo también lo soy. ¿Son israelitas?, también yo. ¿Son del linaje de Abraham?, también lo soy yo. ¿Son ministros de Cristo? (aunque me expongo a pasar por imprudente), diré que yo lo soy más que ellos".

Tal debe ser el predicador de la sabiduría de la salud, a saber, Israelita en la contemplación de Dios, Cristiano en la fe religiosa, Apóstol en la autoridad de su oficio. Yo, pues, Judío de origen que busco a Dios por la fe, Apóstol de Dios por imitación, afiancé las columnas de esta iglesia. Las afiancé para que no vacilasen en su fe, como el arquitecto lo hace con el edificio para que no se venga al suelo. De aquí que se le dijera a Pedro: "y tú, cuando te conviertas, confirma en ella a tus hermanos" (Lc 22,32), encargo que cumplió Pablo. De donde le viene como nacido lo de Jb 4: "tus palabras eran el sostén de los vacilantes, y tú fortalecías las trémulas rodillas de los débiles". Asimismo los confirmó para que no se dejasen amedrentar de falsos temores, así como el Obispo confirma al niño para armarlo de fortaleza contra la pusilanimidad. De ahí que en el Ps 88,21, se le diga a David: "con mi sagrado óleo le ungí, para que mi mano esté siempre con él, y mi brazo le fortalezca. No lo engañará el enemigo, ni el maligno lo abatirá".

"Con la palabra del Señor, escrita por Pablo, los cielos, esto es, los Efesios, firme y sólidamente se asentaron" (Ps 32,6), es a saber, para que no perdiesen el premio de la gloria; así como el prelado o el príncipe confirma la donación, para que después no se quite. "Mas tú por mí inocencia me has recibido, y conservado incólume, y me pondrás en tu presencia para siempre" (Ps 40,13). Estas confirmaciones pedía el Salmista diciendo: "Haz firme, oh Dios, esto que has obrado con nosotros" (Ps 32). Estas prometía el Apóstol: "pero fiel es Dios, que os fortalecerá y defenderá del espíritu maligno" (2Th 3,3). Yo, pues, he afianzalestis columnas, es a saber, a los fieles de la Iglesia de Éfeso, pues los fieles se dicen columnas porque deben ser rectos, estar levantados y ser fuertes: rectos por la fe, levantados por la esperanza, fuertes por la caridad. Rectos digo por la fe, porque la fe nos muestra el camino recto para llegar a la patria; en significación de lo cual estaba la nube en forma de columna, de que habla el Ex 13: "e iba el Señor delante para mostrarles el camino, de día en una columna de nube"; ya que la fe, a modo de nube, porque es enigmática, tiene obscuridad; disolución, porque se acaba; humedad, porque excita a devoción. Levantados por la esperanza, que encara la puntería en lo sobrenatural y divino, de donde es representada por la columna de humo, de la cual se dice: "viendo subir de la ciudad una columna de humo" (Jg 20,40); pues la esperanza, a modo de humo de fuego, proviene de la caridad, sube a lo alto, al fin se disipa, es a saber, en la gloria. Fuertes por la caridad "porque el amor es fuerte como la muerte" (Ct 8,6); de donde signo e indicio de ella es una columna de fuego, que todo lo consume, al que hace alusión el libro de la Sabiduría: "tuvieron por guía una luminosa columna de fuego" (Sg 18,3); porque así como el fuego ilumina ¡o diáfano, apura y afina los metales, las incendajas las reduce a nada; así también la caridad ilustra con su resplandor las acciones, purifica la intención y da muerte a todos los vicios.

Pónese, pues, de manifiesto, cuál sea la causa eficiente de esta carta, Pablo, como se hace notar allí: Yo. La final, la confirmación en la fe, que asimismo se hace notar: afiancé. La material, los Efesios: sus columnas. La formal se da a conocer por la división de la carta y el modo de proceder. Esta carta la encabeza el glosador con un prólogo o argumento, donde toca principalmente el por qué y el modo de escribir y nos presenta a los Efesios, a quienes alaba el Apóstol y los describe en tres pinceladas: por la región Asianos, porque eran del Asia Menor; por la religión, porque ya estaban adoctrinados con la predicación de la verdad cristiana; por la perseverancia, porque se habían mantenido firmes en la fe. Lo primero se refiere a la patria; lo segundo a la gracia; lo tercero a la perseverancia. Alábalos el Apóstol y añade aquí también el por qué y el modo de escribir, en que incluye estas 4 circunstancias: a) el por qué de la escritura; b) el autor que es el Apóstol, que escribe (por su puño y letra, o por el amanuense); c) el lugar de donde escribe, de Roma, desde la cárcel; d) el delegado, de quien se vale para escribir, el diácono Tíquico. Bastante claro está todo por la misma carta.


CAPITULO 1



2
(
Ep 1,1-6)

Lección 1: Efesios 1,1-6


Después de saludar a los Efesios, hacerles patente su afecto y confirmarlos en sus buenos hábitos, da principio San Pablo a su narración.

1. Pablo, por voluntad de Dios, apóstol de Jesucristo, a todos los santos, residentes en Éfeso y fieles en Cristo Jesús.
2. La gracia sea con vosotros, y la paz de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo.
3. Bendito el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha colmado en Cristo de toda suerte de bendiciones espirituales del cielo,
4. así como por El mismo nos escogió antes de la creación del mundo, para ser santos y sin mácula en su presencia, por la caridad;
5. habiéndonos predestinado a ser hijos suyos adoptivos por Jesucristo a gloria suya, por un puro efecto de su buena voluntad.
6. a fin de que se celebre la gloria de su gracia,

Escribe el Apóstol esta carta a los Efesios, Asíanos del Asia Menor, que es parte de Grecia. San Pablo no los convirtió a la fe -que ya antes de venir a ellos estaban convertidos (Ac 19)- sino los confirmó en ella. Pero después de su conversión y confirmación por el Apóstol, mantuviéronse firmes en la fe, no la recibieron como falsos conversos. Así pues, merecedores se habían hecho de consuelo, no de reprensión, y por eso San Pablo no les escribe carta para darles una buena mano, mas para consolarlos. Escríbeles, por medio de Tíquico, el diácono, desde la ciudad de Roma , con la intención de confirmarlos en sus buenos hábitos y despertarles la aspiración a metas más elevadas.

Su modo de proceder nos lo indica la división de la carta. Va por delante el saludo, que les hace patente su afecto; sigúese la narración, en la que los confirma en sus buenos hábitos; en pos la exhortación, con la que los enciende a desear bienes de más alta esfera; por último la conclusión, en la que los esfuerza para el combate espiritual.

En el saludo pónese la persona que saluda, la saludada, la forma del saludo. Nómbrase primero la persona: Pablo; segundo, su autoridad: Apóstol de Cristo; tercero, el dador de la autoridad: por voluntad de Dios. Dice pues: Pablo Apóstol, contrapuesto el nombre a la dignidad, porque Pablo es un nombre humilde, y Apóstol, de dignidad; ya que quien se humilla será exaltado (Lc 14 Lc 18). Apóstol, digo, de Jesús, no de Satanás, como los seudoapóstoles. "Y no es de admirar… ; así no es mucho que sus ministros se transfiguren en ministros de justicia" (2Co 11,15). Apóstol, repito, y esto no por mí linda cara, mas "por voluntad de Dios"; al revés de lo que pasa en muchos, que "reinaron, pero no por Mí" (Os 8,4).

-"a todos los santos, residentes en Éfeso y fieles", suple, les escribe; o yo, Pablo, escribo a los que han arribado a la santidad, mediante el ejercicio de las virtudes, en lo que a costumbres se refiere; y a los que se han mantenido fieles, en lo tocante al fin, por la rectitud del conocimiento y la doctrina; o a los santos, esto es, los mayores y perfectos; y a los fieles, los menores e imperfectos, "y a los fieles", digo, "en Cristo", no en sus acciones.

-"la gracia sea con vosotros y la paz". A renglón seguido añádese la forma del saludo, adornado de 3 galoncillos o ribetes, que hacen agraciada cualquier dádiva, es a saber, la suficiencia del don: "la gracia y la paz"; el poder del dador: "de Dios Padre"; la excelencia del mediador: "y del Señor Jesucristo". Que entonces viene el don, como caído del cielo, cuando es bastante lo que se da; cuando el poderoso, como el rey o príncipe, lo da; cuando por una solemne embajada, como por la del del Hijo, lo da.

Dice pues: "la gracia", es a saber, de la justificación de la culpa, "y la paz", esto es, la tranquilidad de la mente, o la reconciliación con Dios, cuanto a quedar libre de la pena debida por la ofensa; "con vosotros", suple sea; "de Dios nuestro Padre", de quien todo bien procede (Jc 1); "y del Señor Jesucristo", sin cuya mediación ninguna merced se otorga. De aquí que casi todas las oraciones concluyan asir Por Nuestro Señor Jesucristo. No nombra al Espíritu Santo, que se sobreentiende en los extremos, por ser nexo entre el Padre y el Hijo, o en los dones que se le apropian: la gracia y la paz.

Dando gracias luego: "bendito el Dios y Padre", los confirma en el bien de 3 maneras: a) de parte de Cristo, de quien recibieron muchos bienes; b) de parte de ellos, que fueron mudados y trasladados del estado malo en que vivían al bueno en que al presente viven; c) de parte del Apóstol, por cuyo ministerio y diligencia fueron confirmados en ese buen estado. Y al dar gracias distingue, de los beneficios hechos a todos, los que de manera especial a los Apóstoles y de modo particular a los Efesios. Aquí toca 6 de esos beneficios hechos en general al género humano: El 1 de bendición, por la certeza de la futura gloria.

El 2 de elección, por la preordenada separación de la masa de perdición.

El 3 de predestinación, por la preordenada asociación con los buenos, a saber, los hijos de adopción.

El 4 de gratificación, por la colación de la gracia.

El 5 de redención, por la libertad de la pena, esto es, del cautiverio del diablo.

El 6 de perdón, por la anulación de la culpa.

Cuanto al beneficio de la bendición considera ya el loor que en obsequio de Dios debe rendirse, ya el beneficio por el cual debe rendírsele: "que nos ha colmado en Cristo de toda suerte de bendiciones espirituales del cielo". Dice pues: "sea bendito", esto es, bendígale yo, bendecidle vosotros, bendíganle los demás, con el corazón, con la boca, con las obras; alabado sea "el Dios y Padre", es a saber, el que es Dios por su esencia divina, y padre por la propiedad de la generación. La conjunción de Dios y Padre no es por razón del supuesto, que es el mismo, mas por razón de la significación esencial y relativamente considerada. Padre, digo, "de Nuestro Señor Jesucristo", esto es, del Hijo, que es Señor nuestro según la divinidad, Jesucristo según la humanidad; el cual, a saber, Dios, "nos ha bendecido", al presente con la esperanza, en lo porvenir con la posesión de la realidad. Pone el pretérito por el tiempo futuro, por la certidumbre de lo que dice. Repito, nos ha bendecido, aunque hemos merecido la maldición, "con todo género de bendiciones espirituales", es a saber, cuanto al alma y cuanto al cuerpo; que entonces será el cuerpo espiritual (1Co 15). Con bendición, digo, bajada de las alturas, esto es, del cielo; y esto en Cristo, quiero decir, por Cristo, o por obra de Cristo; que El es quien "transformará nuestro vil cuerpo, y le hará conforme al suyo glorioso". Esta sí que es bendición y hésenos de ir el alma por ella; tanto por razón de la causa eficiente, porque es Dios mismo esta bendición; como por razón de la materia, porque nos ha bendecido; y por razón de la forma, porque nos ha colmado de todo género de bendición espiritual; y últimamente por razón del fin, porque son bendiciones del cielo. "Ved: ¡así es bendecido el varón que teme al Señor!" (Ps 127).

Sigúese el segundo beneficio de la elección, cuando dice: "así como por El mismo nos escogió", que tiene en su abono el haber sido libre, porque "por El mismo nos escogió"; eterna, porque "antes de la creación del mundo"; fructuosa, porque "para que fuésemos santos y sin mácula en su presencia"; de pura gracia, porque "por la caridad". Dice pues: su bendición será de tal guisa, que no por nuestra linda cara, sino por gracia de Cristo nos la dará, así como por El mismo nos escogió, y. apartándonos de pura gracia de la masa de perdición, de antemano dispuso en El mismo, esto es, por Cristo, salvarnos. "No me habéis elegido vosotros a Mí, sino Yo a vosotros" (Jn 15). Y esto "antes de la creación del mundo", esto es, desde toda la eternidad, antes que hubiésemos nacido. (Rm 9)

-"Nos eligió", repito, no porque tuviésemos en nuestro haber la santidad, "si ni siquiera existíamos", mas para esto, "para que fuésemos santos", ejercitando las virtudes, "y sin mácula", dando muerte a los vicios; cosas ambas que obra la elección, según las 2 partes de la justicia: "apártate del mal y haz el bien" (Ps 33,15). Santos, digo, "en su presencia", esto es, internamente en el corazón, teatro reservado a sólo sus divinos ojos (1S 16). O "en su presencia", esto es, para verle a El, porque, según San Agustín, todo el galardón consiste en la visión. Y esto lo hizo, no por méritos nuestros, mas por su caridad, o por la nuestra, con la que formalmente nos santifica.

-"Habiéndonos predestinado". Tercer beneficio por el que Dios, con una providencia amorosísima, dispuso de antemano, salvar a los suyos deparándoles la compañía y trato de los buenos. Seis cosas incluye el concepto efe predestinación:

1) el acto eterno: predestinó.

2) el objeto temporal: nosotros.

3) el provecho presente: la adopción.

4) el fruto futuro: El mismo, la gloria.

5) el modo gratuito: un puro efecto de su buena voluntad.

6) el debido efecto: que se celebre la gloria de su gracia.

Dice pues: el cual, es a saber, Dios, "nos predestinó", esto es, por sola su bella gracia, se anticipó a elegirnos "para hijos adoptivos suyos"; "porque no habéis recibido el espíritu de servidumbre para obrar todavía solamente por temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción de hijos" (Rm 8,15); y más abajo: "aguardamos el efecto de la adopción de los hijos de Dios".

Porque, a.sí como para que un hierro se ponga al rojo vivo es menester caldearlo en la fragua, porque la participación de una cosa no se logra sino por aquello que por su naturaleza es tal, así también la adopción filial ha de hacerse por medio del hijo natural. Por eso añade el Apóstol: "por Jesucristo".

Y esto es lo tercero que se toca en este beneficio, a saber, el mediador atrayente. "Envió Dios a su Hijo, formado de una mujer, y sujeto a la ley, para redimir a los que estaban debajo de la ley, y a fin de que recibiésemos la adopción de hijos" (Ga 4,4). Y esto, "tomándole a El por dechado", esto es, tanto cuanto a su molde nos ajustamos y le servimos en espíritu. "Mirad qué amor hacia nosotros ha tenido el Padre, queriendo que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos en efecto" (1Jn 3,1); y más adelante: "sabemos, sí, que, cuando se manifestare claramente Jesucristo, seremos semejantes a El". Donde conviene notar que los predestinados tienen con el Hijo de Dios dos semejanzas: una perfecta y otra imperfecta, o por gracia; y dícese imperfecta por 2 razones: a) porque esta semejanza sólo apunta a la reforma del alma (Col 3) y b) porque, aun cuanto al alma, tiene cierta imperfección; porque nuestro conocimiento de ahora es parcial (1Co 13,9). La otra perfecta lo será en la gloria, cuanto al cuerpo (Ph 3) y cuanto al alma, porque llegado que fuere lo perfecto, lo imperfecto dejará de ser (1Co 13). Lo que aquí, pues, dice el Apóstol, de haber predestinado Dios nuestra adopción filial, puede referirse a la imperfecta asimilación con el Hijo de Dios, que en esta vida se logra por la gracia; pero es mejor referirla a la perfecta, que será en la patria, de la cual se dice en Rm 8,23: "suspiramos de lo íntimo del corazón, aguardando el efecto de la adopción de los hijos de Dios".

La causa de la predestinación divina no es ninguna necesidad que tenga Dios, ni deuda de parte de los predestinados, sino más bien un puro efecto de su buena voluntad; con lo cual se nos encarece el cuarto beneficio, porque proviene de puro amor; ya que la predestinación, conforme a razón, presupone la elección, y la elección el amor.

Señálase, con todo, una doble causa a este beneficio inmenso: una eficiente, la simple voluntad de Dios: "Con quien quiere usa de misericordia, y a quien quiere endurece" (Rm 9,18); y otra final, para alabar y conocer la bondad de Dios: "a fin de que se celebre la gloria de su gracia". Y esto es nuevo encarecimiento de este insigne beneficio, es a saber, un servicio provechoso en su ejercicio; ya que la causa de la divina predestinación es la pura voluntad de Dios, y el fin de ella el conocimiento de su bondad. Donde conviene advertir que la voluntad de Dios no tiene causa, por ningún motivo, sino que de todas las cosas es la primera causa. Empero, con todo eso, puede señalársele alguna razón, o de parte de lo querido, o de parte del queriente. En este sentido, cierta razón de la divina voluntad es su bondad, que es objeto de la voluntad divina y la mueve; de donde razón de todo lo que Dios quiere es la divina bondad. "Todas las cosas las ha hecho el Señor para gloria de sí mismo" (Pr 16,4). De parte de lo querido la razón de la divina voluntad puede ser algún ser creado, como cuando quiere coronar a Pedro, porque peleó en buena lid; pero esta razón no es la causa de querer, sino la causa de que así se haga.

Pero es de saber, de parte del objeto querido, que los efectos son la razón de la divina voluntad, mas de tal suerte que el efecto anterior es razón del ulterior; con todo eso, en llegando al primer efecto, no puede señalársele ya más causa que la voluntad divina; pongo por caso: Dios quiere que el hombre tenga manos, para que sirva a la razón; y que el hombre tenga razón, porque quiso que fuese hombre; y quiso que fuese el hombre, por la perfección del universo. Y por ser éste el primer efecto en la criatura, no puede señalársele al universo alguna razón de parte de la criatura, sino de parte del Creador, y ésta no es otra cosa que la voluntad divina. Luego, según esta norma, ni a la predestinación puede señalársele alguna razón de parte de la criatura, sino sólo de parte de Dios; pues sus efectos son dos, a saber, la gracia y la gloria. Mas a los efectos que se eslabonan en orden a la gloria, de parte de lo querido puede señalárseles alguna razón, es a saber, la gracia. Pongo por caso: coronó a Pedro, porque éste peleó en buena lid, y esto postrero, porque fue confirmado en gracia; mas a la gracia, que es el primer efecto, no puede señalársele alguna razón de parte del hombre, como el por qué de la predestinación; porque esto sería afirmar -y en esto consiste la herejía Pelagiana- que el hombre tiene de sí, y no por la gracia, el principio del bien obrar. Y así queda en claro que la razón de la predestinación es la simple voluntad de Dios, o, como dice el Apóstol: "por un puro efecto de su buena voluntad".

Mas para que se entienda cómo todo lo hace y quiere Dios por causa de su bondad, es de saber que ser necesario obrar unas cosas por amor del fin puede entenderse de 2 maneras: o para alcanzar el fin, como el enfermo que toma la medicina para cobrar salud; o por amor de difundir el fin, como el médico que ejercita su arte para comunicar a otros la salud. Mas Dios de ningún bien exterior tiene necesidad, según lo del Salmo XV; y así, cuando se dice que Dios quiere y hace todo por su bondad, no ha de entenderse que lo que hace lo haga para comunicarse su bondad, mas para difundirla en otros. Y comunícase la divina bondad a la criatura racional con toda propiedad, a fin de que la misma la conozca; y de esta suerte todo lo que Dios hace en las criaturas racionales lo ha creado para alabanza y gloria suya, conforme a lo que dice Isaías : "a todos aquellos que invocan mi nombre los creé, los formé e hice para gloria mía" (Is 43,7), es a saber, para que conozcan mi bondad y conociéndola la alaben. Por eso añade el Apóstol: "a fin de que se celebre la gloria de su grada", esto es, para que conozcan que Dios se merece toda alabanza y toda gloria.

Mas no dice: en alabanza de su justicia, que no tiene lugar donde no hay deuda, o en algún caso aun rédito; porque la predestinación para la vida eterna no es deuda, como ya se dijo, sino pura gracia dada de balde. Ni sólo dice de la gloria, sino añade de la gracia, como si dijera: de la gloriosa gracia -que tal es en realidad la gracia-, en cuyo modo de hablar despliega sus galas la magnificencia de la gracia, que consiste también en la magnitud de la gloria y el modo de dar, porque la da, no sólo no mereciéndola por méritos precedentes, mas desmereciéndola por deméritos ya existentes; lo que hace decir a San Pablo: "pero lo que hace brillar más la caridad de Dios hacia nosotros es que entonces mismo, cuando éramos aún pecadores, fue cuando, al tiempo señalado, murió Cristo por nosotros"; y poco después: "cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con El por la muerte de su Hijo" (Rm 5,8). Queda, pues, claro que la predestinación divina no tiene otra causa, ni puede tenerla, que la simple voluntad de Dios; y está claro también que la divina voluntad que predestina no tiene otra explicación que la comunicación a los hijos de la bondad divina.



3
(
Ep 1,7)

Lección 2: Efesios 1,7

Muéstranos la gracia que Dios nos ha dado de balde por Cristo, por cuya sangre fuimos redimidos.

Mediante la cual nos hizo gratos a sus ojos en su querido Hijo.

7. En quien por su sangre logramos la redención, y el perdón de los pecados, por las riquezas de su gracia.

Aquí pone el Apóstol el cuarto beneficio, es a saber, el de la gratificación en la colación de la gracia; en donde habla de la colación de este beneficio, y muestra el modo de darlo y con qué condición. Dice pues: afirmo que hemos sido predestinados, como hijos adoptivos, para alabanza y gloria de su gracia, digo la gracia, "mediante la cual nos hizo gratos a sus divinos ojos"; acerca de lo cual es de saber que lo mismo es caerle bien a uno que serle querido; ya que yo amo al que me lleva los ojos y el corazón. Habiéndonos pues Dios amado desde toda la eternidad, puesto que por amor nos eligió antes de la creación vdel mundo, como va dicho, ¿cómo es que en el transcurso del tiempo vino de su bella gracia a hacernos este don? A esto se responde que, a quienes amó en Sí mismo desde la eternidad, a éstos en el tiempo, y en la propia naturaleza de cada uno, los hace gratos; cuanto a lo eterno y lo temporal hay esta diferencia: que lo eterno no ha sido hecho, lo temporal dícese que se hace. De donde aquí exclama el Apóstol: "nos gratificó", esto es, nos hizo gratos, por ser por dignación suya queridos. "Mirad qué amor hacia nosotros ha tenido el Padre, queriendo que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos en electo" (1Jn 3,1). Costumbre ha sido distinguir la gracia gratis data, dada de balde, sin merecimientos de parte del agraciado (Rm 11), y la gratum faciens, la que hace agradable, la que nos hace gratos y aceptos a Dios, de la cual se trata aquí.

Notemos que unos son amados por otro, y otros por sí mismos; que cuando a uno mucho lo quiero, quiérolo a él y lo que es de su pertenencia; y a nosotros nos quiere Dios, mas no por nosotros mismos sino en Aquel que por sí mismo le es querido al Padre. Por eso añade el Apóstol: "en su querido Hijo", por el cual nos ama, es a saber, a proporción de nuestra semejanza con El, porque el amor se funda en la semejanza. De donde se dice en el Eclesiástico que "todo animal ama a su semejante" (Si 13,19). Pero el Hijo es por su naturaleza semejante al Padre; razón por la cual es principalmente y por sí querido, y por tanto, de modo natural y excelentísimo, es amado del Padre. Nosotros, en cambio, somos hijos por adopción, tanto cuanto mayor es nuestra conformidad con la imagen del Hijo, y, por consiguiente, participamos en alguna forma del divino amor. "El Padre ama al Hijo, y ha puesto todas las cosas en su mano. Aquel que cree en el Hijo de Dios tiene vida eterna" (Jn 3,35); "nos ha trasladado al reino de su Hijo muy amado" (Col 1,13).

-"En quien logramos la redención". Explícase aquí de qué modo, o bien de parte de Cristo, o de parte de Dios. De parte de Cristo es doble, ya que por 2 cosas Cristo nos hizo gratos; pues 2 son los estorbos que en nosotros se oponen a la gratificación divina: la mácula del pecado y la culpa de la pena. Y así como a la vida es contraria la muerte, así a la justicia el pecado, de suerte que alejados, por causa suya, de la semejanza divina, gratos a Dios no fuésemos, mas por Cristo nos hizo gratos; en primer lugar, quitando la pena, que nos trajo el pecado, de cuyo cautiverio, como él dice, nos redimió Cristo; que "no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero inmaculado y sin tacha, fuisteis rescatados de vuestra vana conversación, que recibisteis de vuestros padres" (1P 1,18). En segundo lugar, porque nos libró de la servidumbre, en que nos había estancado la culpa, de la cual no podíamos por nosotros mismos dar plena satisfacción; pues por su muerte dio por nosotros satisfacción a Dios Padre y con esto finiquitó a la funesta culpa. Por eso dice: "para perdón de los pecados". "¡He aquí el Cordero de Dios, ved aquí el que quita los pecados del mundo!" (Jn 1 Lc 24).

El modo de parte de Dios se expresa en las palabras "por las riquezas de su gracia", como si dijera que Dios, al hacernos gratos, no sólo nos perdonó la culpa, sino que nos dio a su Hijo, que pagó por nosotros; y esto fue efecto de sobreabundante gracia, con la cual y por este medio quiso conservarle a la naturaleza humana su lugar honroso, cuando por la muerte de su Hijo quiso librar a los hombres de la servidumbre del pecado y de la muerte, como si de justicia se les debiese. Por eso dice: "por las riquezas de su gracia", como si dijera: el hecho de haber sido redimidos y agraciados, por la satisfacción de su Hijo, fue efecto de una abundante gracia y misericordia, en la medida que a los que la desmerecen se concede la misericordia y la compasión.

Lo que va dicho lo hemos explicado conforme a la exposición de la Glosa, que parece traída por los cabellos, porque lo mismo se contiene en un concepto que en otro: elegit y praedestinavit; ya que lo mismo es decir nos eligió que nos predestinó. Y equivale a lo mismo decir "para ser santos e inmaculados" y decir: "para ser hijos adoptivos suyos". Por lo cual es de saber que es costumbre del Apóstol, cuando habla en una materia difícil, hacer, en las palabras que inmediatamente se siguen, una explicación de las que preceden, de suerte que no se trata de inculcar las palabras sino de explanarlas, y éste es el estilo que aquí observa el Apóstol. De donde, abalanzada cada palabra con el mismo fiel, hagamos otra división desde el principio, y digamos que esta parte: "bendito el Dios" se divide primero en 3 partes, porque el Apóstol, lo primero, da gracias: "bendito el Dios y Padre"; lo segundo, hace una letanía de todos los beneficios que la divina largueza nos ha otorgado: "que nos ha colmado de toda suerte de bendiciones espirituales"; lo tercero, hace de los divinos beneficios en especial una expresa declaración: "así como por El mismo nos escogió". Esta parte se divide en otras 2, porque, primero, expresa distintamente los beneficios; segundo, los expone: "habiéndonos predestinado". Y explica los beneficios: a) cuanto a la elección; b) cuanto a sus secuelas: "para que seamos santos". Y empieza su exposición con la elección, que es doble, a saber, de la justicia presente y de la predestinación eterna. De la primera dice San Juan: "¿por ventura nos os elegí 12, y uno de vosotros es un demonio?" Mas de esta elección no trata el Apóstol, porque no existió antes de la creación del mundo, y por eso al instante manifiesta que lo entiende de la segunda, a saber, de la eterna predestinación, de la cual dice: "nos predestinó". Y porque dice también: "en Cristo", es a saber, para que fuésemos semejantes y conformes a Cristo, razón por la cual somos adoptados por hijos, por eso añade: "para ser adoptados por hijos por Jesucristo". Mas lo que dice: "en caridad", lo explica al decir: "en quien por su sangre logramos la redención"; como si dijera: nosotros la tenemos; "e inmaculados" lo explica cuando dice: "para perdón de los pecados". Por fin, "en su presencia", al decir: "para alabanza de su gloriosa gracia".



4
(
Ep 1,8-10)

Lección 3: Efesios 1,8-10

Hace un recuento de los beneficios singulares hechos a los Apóstoles, que se resumen en la excelencia de la sabiduría y en la revelación del misterio escondido, que explica en qué consiste.

8. que con abundancia ha derramado sobre nosotros, colmándonos de toda sabiduría y prudencia.

9. para hacernos conocer el misterio de su voluntad, fundada en su mero beneplácito, por el cual se propuso

10. el restaurar en Cristo, cumplidos los tiempos prescritos, todas las cosas de los cielos, y las de la tierra, por El mismo.

Después de haber expuesto los beneficios hechos generalmente a todos, menciona aquí el Apóstol los hechos dé modo especial a los Apóstoles. Divídese esta parte en 2, que tratan respectivamente de los beneficios hechos a los Apóstoles de modo singular y de su causa. Acerca de lo primero propone los beneficios hechos singularmente a los Apóstoles cuanto a la excelencia de la sabiduría y cuanto a la revelación especial del misterio escondido, y explica en qué consiste ese misterio. Dice pues: afirmo que, por las riquezas de su gracia, todos los fieles en general, tanto vosotros como nosotros, logramos la redención y el perdón de los pecados por la sangre de Cristo; y esta gracia la ha derramado Dios "con sobreabundancia sobre nosotros", esto es, ha sido más abundante que en otros. De donde se pone de manifiesto la temeridad -por no decir error de los que se atreven a comparar, en gracia y gloria, a algunos santos con los Apóstoles; porque estas palabras dan claramente a entender que los Apóstoles, después de Cristo y su santísima Madre, tienen mayor gracia que cualesquiera otros santos. Mas si se objetare que otros santos pudieron tener tantos méritos cuantos los Apóstoles y otro tanto, por consiguiente, de gracia, se responde que la objeción estaría en su lugar si a proporción de los méritos se diese la gracia; pero si así fuese, ya no sería gracia, como se dice en Rm 11.

Por tanto, así como Dios dispuso de antemano levantar a mayor dignidad a algunos santos, de la misma manera derramó sobre ellos con mayor abundancia su gracia, así como a Cristo hombre confirióle una gracia singular, por haberlo elevado a unidad de persona con el Verbo. Lo mismo a la gloriosísima Virgen María, que eligió para madre suya, la llenó de gracia cuanto al alma y cuanto al cuerpo; y a los Apóstoles, por haberios llamado a una singular dignidad, dotólos también del privilegio de una gracia singular; por lo cual dice el Apóstol: "nosotros mismos que tenemos las primicias del espíritu", con antelación en el tiempo y mayor abundancia que los demás (Glosa). Es pues temerario parangonar con los Apóstoles a algún santo, ya que en ellos, por tener la primacía, como pastores de la Iglesia, sobreabundó la gracia divina, engalanada con sabiduría de todo género. "Os daré pastores según mi corazón, que os apacentarán con la ciencia y con la doctrina" (Jr 3,15). Dos cualidades han de tener los pastores, a saber, que descuellen en el conocimiento de las cosas divinas y tengan maña para poner en ejecución la vida religiosa; porque a los súbditos hay que instruirlos en la fe, y para esto es necesaria la sabiduría, que es el conocimiento de las cosas divinas, y a esto va lo que dice: "colmándonos de toda sabiduría". "Yo pondré unas palabras en vuestra boca y una sabiduría a que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros enemigos" (Lc 21,15). Asimismo hay que gobernarlos en las cosas exteriores, y para esto es necesaria la prudencia, que sirve para manejarse bien en las cosas temporales, y por eso dice: "y prudencia" (Mt 10). Así se ve con claridad qué beneficio hizo Dios a los Apóstoles cuanto a la excelencia de la sabiduría.

Sigúese el otro beneficio cuanto a la excelencia de la revelación "para hacernos conocer el misterio", como si dijera: nuestra sabiduría no consiste en conocer las naturalezas de las cosas, el curso de las estrellas, la revolución de los planetas… sino en sólo Cristo; "puesto que no me he preciado de saber otra cosa entre vosotros, sino a Jesucristo, y Este crucificado" (1Co 2,2). Por eso dice aquí: "para hacernos conocer el misterio", esto es, el sagrado secreto, el misterio de la Encarnación, que al principio estuvo escondido.

La causa de este secreto escondido la añade diciendo: "de su voluntad"; porque, a no conocerse sus causas, tampoco se conocerían los efectos futuros, así como no conocemos un futuro eclipse si no conocemos su causa. Siendo pues causa del misterio de la Encarnación la voluntad de Dios -ya que por el excesivo amor que Dios tuvo a los hombres se quiso encarnar (Jn 3)- y dejando nuestros ojos en cerradísimas tinieblas para sus divinas trazas (1Co 2); sigúese que la causa de la Encarnación fue una pura obscuridad, a no ser para aquellos a quienes Dios lo reveló, como dice el Apóstol, por medio del Espíritu Santo: "para hacernos conocer el misterio", esto es, el sagrado secreto, que por esto es secreto, porque es obra de su voluntad. "Yo te glorifico, Padre mío. Señor del cielo y de la tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeñuelos" (Mt 11,25). Asimismo en Col 1,26: "el misterio escondido a los siglos y generaciones pasadas, y que ahora ha sido revelado a sus santos, a quienes Dios ha querido hacer patentes las riquezas de la gloria de este arcano".

Y en qué consista este misterio lo expone seguidamente diciendo: "fundada en su mero beneplácito", sentencia enredada que debe construirse así: "para hacernos conocer". Y este misterio consiste en "restaurar todas las cosas en Cristo", esto es, por Cristo. Digo todas las cosas "de los cielos, y las de la tierra". Restaurar, repito, en El, es a saber, en Cristo, "cumplidos los tiempos prescritos", y esto "según su beneplácito". Donde se tocan 3 cosas, es a saber: la causa del misterio y su utilidad y la sazón del tiempo.

En cierto modo alude a la causa al decir: "según su beneplácito"; porque, aunque bueno es todo lo que a Dios agrada, con todo, este beneplácito de Dios por antonomasia se dice bueno, ya que por él llegamos a la perfecta fruición de la bondad; "a fin de acertar qué es lo bueno, y lo más agradable, y lo perfecto que Dios quiere de vosotros" (Rm 12,2 Ps 146). La sazón del tiempo estuvo en la dispensación de la plenitud, de la cual se dice en Ga 4,4: "mas cumplido que fue el tiempo, envió Dios a su Hijo, formado de una mujer".

De donde el Apóstol da aquí de mano a una frívola controversia en que los Gentiles acostumbraban enzarzarse; porque como se dice en Jb 24: "al Todopoderoso están presentes los tiempos". Por consiguiente, así como todo lo dispensa y ordena, del mismo modo los tiempos, dispensando y acomodándolos a los efectos que produce según su oportunidad. Y así como dispuso tiempos para otros efectos producidos por El, así también para el misterio de la Encarnación dispuso con antelación, desde toda la eternidad, un tiempo determinado, que empezó a existir, en opinión de la Glosa, luego que el hombre quedó convicto, antes de la ley escrita, de su necedad, es a saber, cuando daba culto, como si fuesen el Creador, a las criaturas, "y mientras que se jactaban de sabios, pararon en ser unos necios" (Rm 1,22); y convicto también de impotencia por la ley escrita, que no podía cumplir; para que así los hombres no presumiesen de su sabiduría y virtud, ni despreciasen, por consiguiente, la venida de Cristo, sino que como enfermos y en cierto modo ignorantes suspirasen con mayores ansias por que Cristo viniese. Y efecto de este misterio es restaurarlo todo; que tal denominación se adapta a la ejecución de cuanta cosa se hizo en atención al hombre. "En aquel tiempo restauraré el tabernáculo de David, que está por tierra, y repararé los portillos dé sus muros, y reedicaré lo destruido, y lo volveré a poner en pie" (Am 9,2). Todas las cosas, digo, de los cielos, esto es, los Ángeles, no porque Cristo hubiese muerto por los Ángeles, sino porque con la redención del hombre se hizo un reparo general de la ruina angélica (109). Mas con esto no vayamos a caer en el error de Orígenes creyendo, como él fantaseó, que Cristo redimirá también a los Ángeles condenados (los demonios). "Y las de la tierra", haciendo las paces entre ella y el cielo (restableciendo la paz entre cielo y tierra, por medio de la sangre que derramó en la cruz) (Col 1,20); lo que ha de entenderse cuanto a la suficiencia, aunque no todo se restaure cuanto a la eficacia.




Aquino: Efesios