Aquino: Efesios 5

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Ep 1,11-12)

Lección 4: Efesios 1,11-12

Demuestra que los beneficios excelentes que recibió no los recibió por sus méritos, mas por gracia de Dios; y que el fin de la vocación gratuita, que aquí propone, y de la predestinación voluntaria, es la alabanza y gloria de Dios.


11. Por El fuimos también nosotros llamados como por suerte, habiendo sido predestinados según el decreto de Aquel que hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad,
12. para que seamos la gloria y el blanco de las alabanzas de Cristo, nosotros los judíos, que hemos sido los primeros en esperar en El.

Arriba trató el Apóstol de la abundante gracia que él y los otros Apóstoles recibieron de Cristo; mas no fuese alguno a creer que por sus propios méritos la recibieron, muestraque no fue así, sino que de balde la recibieron, llamados por Dios sin consideración a sus propios méritos. Divídese esta parte en 3, a saber: la vocación gratuita, la voluntaria predestinación de Dios y el fin de ambas. Dice pues: dije que esta gracia se derramó sobreabundantemente sobre nosotros y que todo fue restaurado en Cristo; por el cual, esto es, por Cristo, "fuimos también nosotros llamados como por suerte", esto es, no por nuestra linda cara, mas por divina elección; por lo cual "damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho dignos de participar de la suerte de los santos" (Col 1,12); "que está en tu mano" (Ps 30,16). Para cuya inteligencia es de saber que entre los hombres suceden muchas cosas que parecen casuales y contingentes, y no son sino disposiciones tomadas con mucho acuerdo por la divina Providencia. Las suertes no son otra cosa que la indagación de la divina Providencia sobre una cosa contingente y humana; de donde San Agustín, sobre aquello del Ps 30,16: "en tu mano está mi suerte", dice que las suertes no son cosa mala, sino la indagación de la voluntad divina en las dudas e incertidumbres.

Pero en esta indagación hay que evitar 3 pecados: a) de superstición; pues toda vana e ilícita religión es superstición; y en las suertes se incurre en pecado de ilícita superstición cuando en ellas se entabla algún pacto con los demonios. Así se dice en Ez 21: "el rey de Babilonia se parará en la encrucijada, al principio de los dos caminos, buscando el adivinar por medio de la mezcla de las saetas; preguntará a los ídolos y consultará las entrañas de los animales"; porque mezclar las saetas es un género de sortilegio, e interrogar los ídolos, de superstición; y condénase ahí el sortilegio entre los pecados que huelen a superstición;

b) de tentación de Dios; que cuando un hombre por sí puede hacer algo y saber lo que debe hacer, si entonces por suertes o cosa parecida quiere averiguar de Dios lo que debe hacer, tienta a Dios. Mas cuando apremia la necesidad, ni él por sí mismo puede ayudarse en nada, lícitamente entonces indaga de Dios qué debe hacer. "No sabiendo lo que debemos hacer, no nos queda otro recurso que volver a Ti nuestros ojos" (II Par. X10,12);

c) de vanidad, que es cuando investigamos de cosas impertinentes e inútiles, en que no nos va ni nos viene, corno, por ejemplo, de los futuros contingentes, de los que dice Jesucristo: "no os corresponde a vosotros el saber los tiempos y momentos que tiene el Padre reservados en su poder" (Ac 1,7).

Así pues, según lo dicho,, las suertes pueden ser divisorias, consultorias y adivinatorias. Son divisorias las de los que se reparten la herencia, que, no pudiendo llegar a un acuerdo, echan suertes, mostrando, por ejemplo, un anillo, una baraja… y diciendo: el que se la saque tendrá esta parte de la herencia. Tales suertes pueden lícitamente echarse. "La suerte acaba las contiendas y las decide aun entre los poderosos" (Pr 18,18), esto es, entre los que quieren hacer partijas.

Las consultarías son cuando uno, en duda de lo que debe hacer, consulta a Dios echando suertes. En el libro de Jonás se cuenta que, cuando sobrevino aquella tempestad en el mar, consultaron a Dios echando suertes, para saber por culpa de quién se había levantado aquella borrasca. Y este género de suertes es lícito, mayormente en las necesidades y en las elecciones de las potestades seculares. De aquí que empleen unas bolitas de cera, que llaman redolinos, en algunos de los cuales ponen cédulas y en otros no, de modo que a los que les toque el redolino con las cédulas tengan voz en la elección. Aun los Apóstoles se valieron de este medio, en una elección espiritual, cuando cayó la suerte en Matías (Ac 1,26); pero esto antes de la venida del Espíritu Santo; mas después de su venida, ya no es lícito en tales elecciones acudir a las suertes, porque acudiendo a ellas se haría injuria al Espíritu Santo, ya que es creíble que provea a su Iglesia de buenos pastores. De aquí que, cuando eligieron a los 7 diáconos, ya no echaron suertes; y de entonces para acá ya no es lícito emplear este medio en ninguna elección eclesiástica.

Las adivinatorias son la indagación de cosas futuras reservadas exclusivamente al conocimiento divino; suertes viciadas siempre de curiosidad, con su mixtura de vanidad.

Ya pues, no siendo las suertes sino la indagación de las cosas que por divina voluntad se hacen, y estando su gracia pendiente de sola la divina voluntad, de ahí que se diga suerte la gracia de la elección divina, ya que a modo de suerte, según su oculta providencia, llámanos Dios por una gracia interna, y no por méritos que tengamos.

Que es lo que dice: "predestinados", por voluntaria predestinación de Dios (Rm 8); cuya razón -de la tal predestinación- no son nuestros méritos, sino la pura voluntad de Dios. Por eso añade: "según su decreto". -"Sabemos también nosotros que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios, de aquellos, digo, que El ha llamado según su decreto para ser santos" (Rm 8,28). Y prueba que ha predestinado según su decreto, porque no sólo eso, sino todo lo que Dios hace "lo hace conforme al designio de su voluntad" (Ps 134 Is 46). Mas no dice conforme a su voluntad, porque no creas que procede sin ton ni son, sino "conforme al designio de su voluntad", esto es, conforme a su voluntad gobernada por la razón, empero no considerada como discursiva, sino como que entraña una cierta y deliberada voluntad.

Toca por último el fin de ambas: predestinación y vocación, es a saber, la gloria de Dios. De donde dice: "para que seamos la gloria y el blanco de las alabanzas de Cristo" y por nosotros, que hemos creído en Cristo, se dé a Dios la gloria. "Los montes y los collados resonarán delante de Dios en cánticos de alabanza" (Is 55,12). Y alabanza de la gloria de Dios -en sentir de San Ambrosio- es cuando muchos se ganan para la fe, como es gloria del médico tener muchos pacientes y curarlos. "Los que teméis al Señor, esperad en El, que su misericordia vendrá a consolaros" ().



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Ep 1,13-14)

Lección 5: Efesios 1,13-14

Hace un recuento de los beneficios que Dios ha hecho de manera especial a los Efesios, como son la predicación del Evangelio, la conversión a la fe y la justificación gratuita.

13. en El habéis esperado también vosotros, luego que habéis oído la palabra de la verdad (el Evangelio de vuestra salud) y en quien habiendo asimismo creído recibisteis el sello del Espíritu Santo que estaba prometido,
14. el cual es la prenda de nuestra herencia hasta la perfecta libertad del pueblo, que se ha adquirido para loor de la gloria de El mismo.

Luego que hizo el Apóstol una enumeración de los beneficios hechos a todos los fieles en general, y de modo especial a los Apóstoles, como consecuencia enumera aquí los hechos a los Efesios. Divídese esta parte en 2, en que propone los beneficios hechos y el afecto que en él se ha despertado por causa de los mismos. Subdivídese nuevamente la primera, según los 3 beneficios de la predicación, de la conversión a la fe y de la justificación. Dice pues cuanto al primero: "en el cual", a saber, en Cristo, vosotros también, "luego que habéis oído", esto es, por cuyo favor y poder habéis oído "la palabra de la verdad", es a saber, la palabra de la predicación, tan pronto como Cristo os mandó sus predicadores. "Y ¿cómo oirán hablar de El, si no se les predica? Y ¿cómo habrá predicadores, si nadie los envía?" (Rm 10,14). "Así que la fe proviene del oír, y el oír depende de la predicación de la palabra de Cristo" (Rm 10,17). Oyen, pues, gracias al que les envió los predicadores (Lc 11): bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica.)

Tres cartas de recomendación da el Apóstol a esta palabra de la predicación: la primera de parte de la verdad, al decir: "la palabra de la verdad", ya que su origen lo trae de Cristo, del cual se dice: "tu palabra es la verdad" (Jn 17 Jc 1). La segunda, porque es la buena nueva; de donde dice: "Evangelio", o anuncio del sumo bien y de la vida eterna; y por antonomasia la palabra de la fe se llama Evangelio, como si dijéramos: anuncio del sumo bien. "¡Oh, cuan hermosos son los pies de aquel que sobre los montes anuncia y predica la paz; de aquel que anuncia la buena nueva; de aquel que pregona la salud!" (Is 52,7). "Súbete sobre un alto monte tú que anuncias buenas nuevas a Sión" (Is 40,9). Y esto cuanto a los bienes futuros. La tercera carta de recomendación es de parte de los bienes presentes, porque salva. De donde dice: "de vuestra salud", porque creído da la salud. "Que no me avergüenzo del Evangelio; siendo él, como es, la virtud de Dios para salvar a todos los que creen" (Rm 1,16). "Quiero renovaros la memoria del Evangelio que os he predicado, que vosotros recibisteis, en el cual estáis firmes, y por el cual sois salvados" (1Co 15,1).

Cuanto al beneficio de la conversión a la fe dice: "en el cual", a saber, Cristo, habiendo creído por obra suya, "habéis sido sellados". Y este beneficio se apropia a la fe porque es necesaria para los oyentes; que de balde oyera uno la palabra de la verdad si no creyese, y el mismo creer es por obra de Cristo; "que de gracia habéis sido salvados, por medio de la fe, no por obra vuestra, ya que es don de Dios" (Ep 2,8).

Mas cuanto al beneficio de la justificación dice: "habéis sido sellados"; y esto "por el Espíritu Santo que se os ha dado", del cual dice 3 cosas, a saber, que es sello, espíritu de promesa y prenda de herencia. Es sello en cuanto que por El se infunde la caridad en nuestros corazones, por la que nos distinguimos de los que no son hijos de Dios; y en este sentido dice: "habéis sido sellados", es a saber, divididos del rebaño del diablo. "No queráis contristar con vuestros pecados al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados" (Ep 4,30). Que así como los hombres marcan sus rebaños para con la marca distinguirlos de los demás, así también el Señor quiso marcar su rebaño, esto es, su pueblo, con una marca espiritual. El Señor tuvo un pueblo de modo muy singular dedicado a Sí, que en el Antiguo Testamento fue el judío. "Vosotros, pues, ¡oh hombres!, vosotros sois los rebaños míos, los rebaños que Yo apaciento" (Ez 34,31); de donde toma pie el Salmista para decir: "nosotros somos su pueblo y ovejas de su dehesa". Mas puesto que este rebaño se apacentaba con pastos corporales, es a saber, con una doctrina que hacía mucho hincapié «n el cuerpo y en los bienes temporales (Is 1); por la misma causa lo separó y distinguió el Señor de otros pueblos con una marca corporal, a saber, la de la circuncisión: "estará mi pacto señalado en vuestra carne" (Gn 17,13); pero antes se dice: "circuncidaréis vuestra carne, en señal de la alianza contraída entre Mí y vosotros".

Eso en el Antiguo; mas en el Nuevo Testamento tiene por rebaño al pueblo cristiano. "Mas ahora os habéis convertido al pastor y obispo o superintendente de vuestras almas" (1P 2,25 Jn 10). Pero este rebaño se apacienta con pastos de doctrina espiritual y bienes espirituales, y por lo mismo lo ha distinguido el Señor de otros con una marca espiritual, que es el Espíritu Santo, por el que se distinguen los que son de Cristo de los que no lo son; y siendo el Espíritu Santo amor, luego dásele a uno cuando hácese amador de Dios y del prójimo (Rm 5).

Así pues, señal de distinción es la caridad, que proviene del Espíritu Santo, -"En esto conocerán que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros" (Jn 13,35)-, y el sello con que somos marcados es el Espíritu Santo; el cual se dice espíritu de promesa por 3 razones: a) porque fue prometido a los fieles (Ez 36); b) porque se da con cierta promesa; pues por el hecho mismo de dársenos, hacémonos hijos de Dios, ya que por el Espíritu Santo hacémonos una cosa con Cristo (Rm 8) y, por consiguiente, hacémonos hijos de Dios adoptivos; por cuya causa tenemos la promesa de la herencia eterna, porque, si somos hijos, también somos herederos (Rm 8).

Dícese prenda, en tercer lugar, por cuanto nos da certeza de la herencia prometida; ya que el Espíritu Santo, al adoptarnos por hijos de Dios, se trueca, por decir así, en espíritu de promesa y en sello de fianza de que la alcanzaremos. Pero, según la Glosa, otro texto dice: que es arra de la herencia, y quizá mejor, porque prenda a secas es algo diferente de la cosa por la cual se da, y se devuelve luego que la persona que recibió la prenda recobra lo suyo que se le debía. Arra, en cambio, no es cosa diferente de la que se da ni se devuelve, pues dase del mismo precio, que no ha de quitarse sino completarse; pero Dios nos dio como prenda la caridad, por el Espíritu Santo, que es espíritu de verdad y de amor. Por consiguiente, esta prenda no es otra cosa sino cierta particularidad e imperfecta participación de la divina caridad y amor, que no ha de quitarse sino perfeccionarse; por tanto, con más propiedad dícese arra que prenda; con todo eso, puede decirse también prenda, ya que por el Espíritu Santo, de su liberalidad y largueza, nos hace Dios gracia de diversos dones, de los cuales quédanse algunos en la patria, como la caridad, que jamás fenece; otros en cambio que por su imperfección no permanecen, como la fe y la esperanza, que se acabarán. Así pues el Espíritu Santo dícese arra respecto de lo que permanece, mas al contrario prenda respecto de lo que se acabará.

Pero a qué fin nos sellaron lo añade diciendo: "para ser libres"; porque si alguno adquiriese de nuevo algunos animales y los añadiese a su rebaño, los marcaría en señal de haberlos adquirido. Y Cristo se conquistó un pueblo entre los Gentiles, "tengo otras ovejas que no son de este redil, y es necesario que las traiga a él" (Jn 10); por eso las marcó con el sello de adquisición: su sangre preciosa (1P 2 Ac 20). Mas por haber Cristo adquirido este pueblo, no de manera que nunca hubiera sido suyo, sino que alguna vez lo fue suyo, pero que entonces se veía oprimido por la servidumbre del diablo, a la que por el pecado había venido a parar, por eso no dice sencillamente adquirió sino que añade: "para ser libres"; como si dijera: no simplemente nos adquirió de nuevo, sino que como si por su sangre nos hubiese rescatado del cautiverio diabólico. "No habéis sido rescatados con oro o con plata, cosas deleznables" (1P 1,18). Así pues, nos adquirió Cristo rescatándonos, no porque con eso medre en algo Dios, que de nuestros bienes no tiene necesidad (Jb 35); sino "para loor de la gloria de El mismo", esto es, para que sea alabado el mismo Dios (Is 43).



7
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Ep 1,15-19)

Lección 6: Efesios 1,15-19

Por los beneficios que Dios les ha hecho se siente Pablo enternecido con los Efesios, y dando gracias de los pasados pide por que en lo futuro reciban otros.


15. Por eso yo, estando, como estoy, informado de la fe que tenéis en el Señor Jesús, y de vuestra caridad para con todos los santos,
16. no ceso de dar gracias por vosotros, acordándome de vosotros en mis oraciones,
17. para que Dios, Padre glorioso de Nuestro Señor Jesucristo, os dé espíritu de sabiduría y de ilustración, para conocerle,
18. 1lluminatos oculos cordis vestri, ut sciatis quae sit spes sepáis cuál es la esperanza de su vocación, y cuáles las riquezas y la gloria de su herencia destinada para los santos,
19. y cuál aquella soberana grandeza de su poder sobre nosotros que creemos.

Luego de haber enumerado el Apóstol los beneficios hechos a los Efesios por Cristo, muestra aquí cómo ha crecido su afecto para con ellos. Divídese esta parte en 3, en que respectivamente recuerda las cosas buenas que le contaron de ellos, da gracias por los beneficios recibidos y hace oración por que reciban otros nuevos. Las cosas buenas que le contaron de ellos son 2, según el norte a que han de mirar, o Dios, o el prójimo. Cuanto a lo primero, la fe, o brújula que apunta al norte divino, dice: "por eso yo, estando, como estoy, informado de la fe que tenéis en el Señor Jesús", que hace por cierto que Dios habite en el hombre (Ep 3); asimismo purifica los corazones (Ac 15) y justifica sin la ley; pues pensamos que "el hombre se justifica por la "fe sin las obras de la ley" (Rm 3,28).

Cuanto a lo segundo, la caridad, que apunta al norte humano, el prójimo, dice: "y de vuestra caridad", esto es, obras de caridad, que son indicio espiritual de que el hombre que las hace es discípulo de Cristo (Jn 13); caridad, digo, "para con todos los santos"; porque a todos los que amamos por caridad debemos amarlos o porque son santos o para que lo sean. "Así que, mientras tenemos tiempo, hagamos bien a todos, y mayormente a aquellos que son, mediante la fe, de la misma familia del Señor que nosotros" (Ga 6,10).

-"No ceso de dar gracias". Aquí las da el Apóstol por los bienes y beneficios que de ellos le habían contado. Pero se objeta que no siempre podía estar dando continuamente las gracias. Respondo: dice el Apóstol: no ceso, se entiende, a su debido tiempo, o no ceso, porque habitualmente estoy inclinado a dar por vosotros incesantemente las gracias (Col 1 Rm 1). Por consiguiente, ora también el Apóstol por que en lo futuro Dios les conceda otros beneficios: "acordándome de vosotros en mis oraciones". Y esta parte se divide en 3, donde propone y explica ciertas cosas que les pide y les muestra el modelo y la forma de ellas.

Dice pues cuanto a lo primero: no sólo doy gracias por los beneficios que en lo pasado habéis recibido, y por los bienes que me han contado de vosotros, sino que pido también para que en lo futuro se mejoren en tercio y quinto. "Acordándome de vosotros en mis oraciones, para que Dios, Padre glorioso de nuestro Señor Jesucristo"; donde es de saber que Nuestro Señor Jesucristo es Dios y hombre. En cuanto hombre tiene a Dios, siendo compuesto de alma y cuerpo, a cada una de cuyas partes, por ser creaturas, les corresponde tener a Dios; y en cuanto Dios tiene padre (). De modo semejante, por ser Dios, es gloria del Padre (He 1), y también es gloria nuestra, por ser la vida eterna (1Jn 5,20). Dice pues así: "para que Dios, Padre glorioso de nuestro Señor Jesucristo", en cuanto hombre, y Padre del mismo, en cuanto Dios, Padre, digo, de la gloria, es a saber, de Cristo, que es gloria suya (Pr 23), y gloria nuestra, por cuanto a todos nos da la gloria.

-"os dé", las cosas que pide, que son 2. Donde conviene saber que hay ciertos dones comunes a todos los santos, a saber, los que son necesarios para la salvación, como la fe, la esperanza, la caridad, que tenían, como es notorio. Pero hay otros dones especiales, y éstos pide para ellos, y en primer lugar el don de la sabiduría: "que os dé espíritu de sabiduría", que nadie sino Dios puede dar (Sg 9). El segundo don que pide es el de entendimiento, que consiste en la revelación o manifestación de secretos espirituales, y por eso dice: "y de ilustración", proveniente también de solo Dios (Da 2).

Explica de qué naturaleza son las cosas que pide diciendo que pertenecen al don de sabiduría y de entendimiento. Al de sabiduría pertenece el conocimiento de las cosas divinas. De donde se sigue que pedir el don de sabiduría es lo mismo que pedir tengan conocimiento de Dios, que es lo que aquí pide: "para conocerle"; como si dijera: esto es lo que pido, que por el espíritu de sabiduría "tengáis iluminados los ojos de vuestro corazón para conocer a Dios mejor", con un conocimiento más claro (Ps 12). Esta doctrina de principal intento va enderezada contra aquellos que parece no tienen ojos sino para las cosas temporales, habiendo, por el contrario, mayor necesidad, y aun gloria, en conocer a Dios. "No se gloríe el sabio en su saber; ni se gloríe el valeroso en su valentía; ni el rico se gloríe en sus riquezas; mas el que quiera gloriarse, gloríese en conocerme y saber que Yo soy el Señor" (Jr 9,23).

Tres cosas pone tocantes al don de entendimiento, una que mira al estado presente, y dos al futuro. Al estado presente pertenece la esperanza, que es necesaria para salvarse, "porque por la esperanza nos salvamos" (Rm 8,24); por eso dice: "a fin de que sepáis cuál, esto es, cuanta es la esperanza de su vocación", es a saber, la virtud de la esperanza, y de qué cosas de tomo; y esta virtud es de las mayores ya que se trata de las mayores cosas, que en la excelencia ocupan la precedencia: "Nos ha regenerado con una viva esperanza, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos" (); y la más fuerte de las virtudes. "Tengamos un poderosísimo consuelo los que consideramos nuestro refugio y ponemos la mira en alcanzar los bienes que nos propone la esperanza, la cual sirve a nuestra alma como de un áncora segura y firme" (He 6,18). Mas ya que lo que esperamos son cosas de la otra vida, los dos elementos restantes pertenecen también a ella: uno, que mira a todos los justos en general, que es el premio esencial: "y cuáles las riquezas y la gloria". Donde toca 4 cosas que pertenecen a aquellos dones: a) que son copiosísimas; por eso dice: "riquezas"; "en su casa hay gloria y riquezas" (CXI; Pr 8 Pr 1); b) esclarecidísimas; que eso quiero decir, "de la gloria" (Rm 2); c) de firmeza inconmovible; que es la ¡dea de "herencia"; porque lo que es hereditario se posee con seguridad. "Por eso sus bienes están asegurados en el Señor" (Si 31,2 Ps 15); d) serán íntimas: "para sus santos". "Porque las aflicciones, tan breves y tan ligeras de la vida presente nos producen el eterno peso de una sublime e incomparable gloria" (2Co 4,17 Rm 8).

Otro elemento que pone, tocante a la gloria futura, es uno que mira especialmente a los Apóstoles. De donde dice: "y cuál aquella soberana grandeza de su poder sobre nosotros", es a saber, los Apóstoles; como si dijera: aunque a todos los santos dispense abundantemente las riquezas de su gloria, sin comparación las dispensará con mayor abundancia a los Apóstoles; pues la grandeza del poder se demuestra por el efecto. De donde cuanto mayor efecto del poder divino en alguno, tanto con mayor brillo manifiéstase ahí el poder divino, aunque en sí mismo sea uno e indiviso. Por consiguiente, ya que mayor efecto del poder divino se halló en los Apóstoles, a proporción del mismo será también la grandeza de su poder. Que así sea efectivamente lo demuestra diciendo: "que creemos", esto es, que somos las primicias de los creyentes. "Nosotros también creemos, y por eso hablamos; estando ciertos de que quien resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros con Jesús" (2Co 4,13). Por lo cual decía: "sé de quién me he fiado" (1Tm 1). Por tanto, aquellos de entre vosotros que han sido instrumentos para que otros se instruyeran y a la fe vinieran, como doctores, serán galardonados con un premio que exceda con eminencia a los demás; porque, como dice la Glosa, los doctores consumados en ciencia y doctrina tendrán un acrecentamiento de gloria superior al que comúnmente todos tendrán; razón por la que en Daniel 12 los doctos se asemejan al esplendor del firmamento, pero los doctores a las estrellas: "mas los que hubieren sido sabios brillarán como la luz del firmamento; y como estrellas por toda la eternidad aquellos que hubieren enseñado a muchos la justicia o la virtud".



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Ep 1,20-21)

Lección 7: Efesios 1,20-21

Pone por dechado de nuestra exaltación la de Cristo, cuya gloria, virtud y poder inmenso, celebra con grandísimas alabanzas.




Traducción:

según la eficacia de su poderosa virtud,

20. que El ha desplegado en la persona de Cristo, resucitándole de entre los muertos, y colocándole a su diestra en los cielos,
21. sobre todo principado, y potestad, y virtud, y dominación, y sobre todo nombre, por celebrado que sea, no sólo en este siglo, sino también en el futuro.

Después de enumerar los beneficios que desea el Apóstol les haga Dios a los Efesios en lo futuro, pone aquí como consecuencia la forma y dechado de esos beneficios; que así como forma y dechado de nuestra justicia es la vida de Cristo, así de nuestra gloria y exaltación la de Cristo. Por eso propone aquí el Apóstol en general la forma de la exaltación de los beneficios y de los dones, y luego la manifiesta en especial.

Y la forma y dechado de la operación divina en nosotros es la operación divina en Cristo; que eso dice: "según la operación", esto es, a semejanza de la operación "de su poderosa virtud", es a saber, de la virtuosa potencia de Dios "que El ha desplegado en la persona de Cristo", suple, exaltando aquella cabeza, con la misma virtuosa potencia obrará en nosotros. "Estamos aguardando al salvador Jesucristo Señor nuestro, el cual transformará nuestro vil cuerpo, y le hará conforme al suyo" (Ph 3,22). Y es frecuente leer en la Escritura que nuestra exaltación será semejante a la de Cristo; "con tal, no obstante, que padezcamos con El, a fin de que seamos con El glorificados" (Rm 8,17); "al que venciere le haré sentar conmigo en mi trono; así como Yo fui vencedor y me senté con mi Padre en su trono" (Ap 3,21).

Consiguientemente explica el dechado y la forma en especial, poniendo de manifiesto lo que pertenece a la exaltación de Cristo, y hablando de Cristo en cuanto hombre dice: "resucitándole de entre los muertos". Y cuanto a esta exaltación reseña 3 beneficios: 1) el paso de la muerte a la vida: "resucitándole de entre los muertos"; 2) la exaltación a una gloria altísima: "colocándole a su diestra"; 3) la sublimación al máximo poder: "poniendo todas las cosas como escabel de sus pies".

Dice, pues, respecto de lo primero, que esto lo obrará con la misma operación .que en Cristo, es a saber, Dios Padre, con el mismo poder que tiene con Cristo. De donde si Dios Padre lo resucitó, el mismo Cristo se resucitó a Sí mismo (Rm 8).

Respecto de lo segundo, la alteza de la gloria puede considerarse tomando por punto de comparación a Dios, a las criaturas corporales y a las espirituales. Si pues se considera, tomando como punto de comparación a Dios, entonces está colocado a su diestra, que no ha de entenderse materialmente la mano derecha, porque "Dios es espíritu" (Jn 4); sino metafóricamente; que así como por la diestra entiéndese la parte más noble y poderosa del hombre, así, cuando decimos que Cristo Jesús está sentado a la diestra de Dios, entendemos que, según su humanidad, en los bienes del Padre, aventájase en preeminencia a los demás; y según la divinidad, que es igual al Padre. De donde el Salmo CIX: "dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi diestra". Asimismo San Marcos: "así el Señor Jesús, después de haberles hablado, fue elevado al cielo por su propia virtud, y está allí sentado a la diestra de Dios" (Mc 16,19).

En comparación de las criaturas corporales dice: "en los cielos", ya que los cuerpos celestes, en comparación de otros cuerpos, ocupan el más alto lugar. "El que descendió es el mismo que ascendió sobre todos los cielos" (Ep 4). Pero en comparación de las espirituales dice, primero, que Cristo sobre algunas fue encumbrado especialmente; segundo, que en general sobre todas: "sobre todo principado, y potestad y virtud… y sobre todo nombre, por celebrado que sea".

Para mejor inteligencia de esta cuestión, es de saber que entre los Ángeles hay 9 órdenes, a cuatro de los cuales, los intermedios, se refiere aquí el Apóstol; pues por encima de ellos estén los 3 superiores: los Tronos, los Querubines y Serafines; y debajo los 2 inferiores: los Arcángeles y los Ángeles. Y estos 9 órdenes se distinguen en 3 jerarquías o sagrados principados; a cualquiera de las cuales corresponden 3 órdenes, mas en lo que toca a la primera todos los doctores están de acuerdo en que el orden supremo corresponde a los Serafines, el segundo a los Querubines y el tercero a los Tronos. No así en los órdenes de las otras 2 jerarquías, la ínfima y media, en que discuerdan Dionisio y San Gregorio; pues Dionisio pone, en escala descendente en el orden supremo de la media jerarquía, a las Dominaciones; en el orden segundo, a las Virtudes; y en el tercero, a las Potestades. En la ínfima jerarquía puso en el orden supremo a los Principados, en el orden segundo a los Arcángeles y en el tercero a los Ángeles. Esta asignación de órdenes a jerarquías concuerda con el texto presente, ya que el Apóstol, por escala ascendente, empieza con el supremo de la última jerarquía, que es el séptimo.

San Gregorio, en cambio, se va por otro camino, porque pone a los Principados, que pertenecen al orden segundo de la media jerarquía, en medio de las Dominaciones y Potestades; y a las Virtudes, que pertenecen al orden supremo de la ínfima jerarquía en medio de las Potestades y de los Arcángeles. Y esta asignación también se apoya en palabras del Apóstol: "sean Tronos o Dominaciones, Principados o Potestades" (Col 3), donde enumera esos órdenes por escala descendente. Mas dejando la ordenación de San Gregorio (hasta que leamos la Carta a los Colosenses), seguiremos con la de Dionisio más de acuerdo con el tertio presente.

Para cuya inteligencia es de saber que el orden de las cosas puede considerarse a 3 visos: 1) según que estén en la primera de todas las causas, es a saber, en Dios; 2) según que en las causas universales; 3) según que estén determinadas para especiales efectos. Y ya que en todo lo que acontece en las criaturas meten mano los Ángeles, por eso mismo, según la triple acepción del orden en las cosas, distínguense 3 angélicas jerarquías, a las que corresponde respectivamente recibir la razón de las cosas en la misma cumbre de ellas, a saber, en Dios; en sus causas universales; en sus propios efectos; pues cuanto más altas las inteligencias angélicas, tanto con mayor universalidad reciben la luz de Dios. Por tanto, toca a la suprema jerarquía administrar las cosas en lo que mira a Dios, y por la misma razón la nomenclatura de sus órdenes dice respecto a su función con Dios: porque Serafines es lo mismo que ardientes y unidos a Dios por amor; Querubines es algo así como resplandecientes, por cuanto conocen con un conocimiento sobreeminente y perfectísimo los secretos divinos; y Tronos por cuanto Dios como que se sienta en ellos para ejercer sus juicios. Pero de estos 3 órdenes no hace aquí el Apóstol ninguna mención.

A la jerarquía de en medio toca la administración de las cosas en lo que mira a las causas universales. De donde los nombres con que se denominan los órdenes de esa jerarquía entrañan la idea de potestad, ya que las causas universales han de señorear con virtud y potestad sobre las inferiores y particulares. 3 cosas pertenecen a las Potestades de gobierno universal: a) que haya quienes dirijan mandando; b) que haya quienes quiten los estorbos a la ejecución de lo mandado; c) que haya quienes ordenen cómo poner en ejecución lo mandado. Lo primero pertenece a las Dominaciones que, como dice Dionisio, están libres de toda sujeción, ni son enviadas al mundo exterior, sino que mandan a los que son enviados. Lo segundo pertenece a las virtudes, que dan facilidad para cumplir lo mandado. Lo tercero a las Potestades, que se encargan de hacer que otros pongan en ejecución lo mandado.

A la ínfima jerarquía toca la administración de las cosas en lo que mira a especiales efectos, de donde los nombres con que se nombran. Así que llámanse Ángeles los que toman a pechos aquellas cosas que pertenecen a la salvación de cada uno; Arcángeles, lo que pertenece a la salvación y utilidad de los grandes; Principados los que están al frente de cada provincia. Esto supuesto, Cristo está sobre todos; y de estos 4 órdenes hace el Apóstol mención especial; ya que si se nombran como se nombran es por la dignidad, y por tratarse de la dignidad de Cristo, para demostrar que sobrepuja a toda dignidad creada.

Por consiguiente, cuando dice: "y sobre todo nombre, por celebrado que sea", muestra que Cristo generalmente ha sido exaltado sobre toda criatura espiritual; porque, aunque había dicho esto mismo hablando de las criaturas espirituales que reciben su nombre de la potestad que tienen; mas porque, además de ellas, hay otros órdenes de espíritus celestiales en la Sagrada

Escritura, es a saber, Tronos, Querubines y Serafines, que no había mencionado; por eso muestra que O1fisto, en cuanto hombre, ha sido exaltado sobre todos estos órdenes; por lo cual añade diciendo: "y sobre todo nombre", esto es, no sólo sobre los principados, áino sobre todo lo que puede tener algún apellido o nombradla. Porque es de saber que ¡mpónese nombre a una cosa para conocerla) significa pues la substancia de ella, ya que el significado del nombre es su razón definitiva. Así pues, cuando dice: "y sobre todo nombre, por celebrado que sea", da a entender que ha sido exaltado sobre toda substancia de que pueda tenerse justicia y que pueda nombrarse en alguna forma, claro está, sin incluir la substancia divina, que es incomprensible. De donde lo que dice la Glosa: "sobre todo nombre", quiere decir, que puede nombrarse. Y para que no se entienda que está sobre el nombre de Dios, por eso añade: "que se nombra"; ya que la majestad divina no puede nombrarse o encerrarse en algún nombre. Mas agrega: "no sólo en este siglo, sino también en el futuro"; porque muchas cosas suceden en este siglo que dé algún modo las conocemos y nombramos; y algunas en el siglo futuro que ,aquí no pueden entenderse ni nombrarse, ya que, como dice 1Co 13,9: "ahora nuestro conocimiento es imperfecto, e imperfecta la profecía". Con todo eso, los bienaventurados, que viven en el siglo futuro, les dan algún nombre, de los que dice el Apóstol que "oyó palabras inefables, que no es lícito a un hombre el proferirlas" (2Co 12,4). Pues también sobre todos estos nombres fue exaltado Cristo: "le dio un nombre, que está sobre todo nombre" (Ph 2).




Aquino: Efesios 5