Aquino: Efesios 17

17
(
Ep 3,7-9)

Lección 2: Efesios 3,7-9

Pablo toca el punto del desempeño de los ministerios divinos, y muestra que ha recibido ayuda para eso.

7. del cual yo he sido constituido ministro, por el don de la gracia de Dios, que se me ha dado conforme a la eficacia de su poder.
8. A mí, el más inferior de todos los santos, se me dio esta gracia: de anunciar entre los gentiles las riquezas ininvestigables de Cristo
9. y de ilustrar a todos los hombres, descubriéndoles la dispensación del misterio que después de tantos siglos había estado en el secreto de Dios, criador de todas las cosas.

Luego de haber mostrado el Apóstol que le fue dispensada la gracia de conocer los misterios divinos, muestra aquí lo mismo cuanto al desempeño de ellos, para cuyo ministerio, si se le cometió el oficio, diósele también el auxilio de la gracia. Fiósele asimismo, a modo de ministerio, la ejecución de lo divino, como él dice: se me confió este ministerio de anunciar que los gentiles, por el Evangelio, son coherederos y particioneros de las promesas de Dios en Cristo Jesús, "del cual yo, Pablo, he sido constituido ministro"; como si dijera: no cumplo con mi cometido o lo llevo a efecto, de propio impulso o como cosa mía, mas como ministerio que de Dios procede (Ac 9). De ahí que diga: "a nosotros, pues, nos ha de considerar el hombre como unos ministros de Cristo, y dispensadores de los misterios de Dios" (1Co 4).

-"por el don de la gracia de Dios", esto es, el auxilio que para el desempeño de estos ministerios se le dio, que fue doble: uno, la misma facultad de llevar a efecto; otro, la misma operación o actualidad. La facultad la da Dios infundiendo la virtud y la gracia, que dan al hombre aptitud y eficacia para obrar; más la operación al obrar internamente en nosotros moviendo e instigando al bien. Habiéndolo así recibido de Dios, por lo cual dice el Apóstol: "he sido constituido ministro", mas ciertamente no por mis méritos o por mí propia virtud, sino "por el don de la gracia de Dios, que se me ha dado"; pues no tiene otra explicación que habiendo sido antes perseguidor, sea yo ahora tan idóneo instrumento de los divinos misterios. "He trabajado más copiosamente que todos; pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo" (1Co 15,10).

-"conforme a la operación" que Dios hace, por cuanto su poder "obra en nosotros, por su buena voluntad, no sólo el querer, sino el ejecutar" (Ph 2,13). Lo cual, según la Glosa, puede explicarse de otra manera, es a saber, que lo que acaba de decirse se refiera a lo precedente: que el ser los Gentiles coherederos y miembros de un mismo cuerpo y copartícipes de la promesa de Dios Padre es un don que Dios hizo a los Gentiles en Cristo, esto es, por Cristo; y esto conforme a la eficacia de su poder, o, en otras palabras, por el hecho de haber obrado tan poderosamente, resucitando a Cristo de la muerte.

-"A mí, el más inferior de todos los santos". Refiérese al oficio que le han confiado, cuya gracia se encarece por 3 razones:

a) por la condición de su persona;

b) por la magnitud del encargo: "anunciar las riquezas de Cristo";

c) por la utilidad del fruto: "manifestar la sabiduría de Dios".

Encarece, pues, el oficio que le han encargado, por la condición de su persona. Porque si un rey confíase un elevado cargo a un magnate o excelente príncipe, no le haría tan gran favor en ponerlo a él, de tanta categoría, en tan ilustre empleo; pero si a un nadilla de por ahí lo encumbrase a un oficio de lustre y de muchísima dificultad, gran cortesía le hace y no poco favor le otorga, y tanto más cuanta mayor ventaja le lleva la excelencia del oficio. Del mismo modo encarece San Pablo la gracia del oficio que le han encomendado: "a mí, el más inferior de todos los santos". Y llámase el menor, no por el poder que le han dado, mas por consideración al pretérito estado de su vida, de perseguidor de la Iglesia de Dios (1Co 15 Is 60 Ga 2).

Segundo encarecimiento, por la magnitud del oficio: revelar y manifestar los secretos de Dios, que son grandes y ocultos, pongo por caso la grandeza de Cristo y la salvación de los fieles hecha por El, dos puntos en que se cifra todo el Evangelio.

Cuanto a lo primero dice: "evangelizar", como si dijera: se me dio esta gracia de anunciar lo bueno (1Co 1 1Co 9), es a saber, "las riquezas ininvestigables de Cristo", que son las verdaderas riquezas. "Dios, que es rico en misericordia" (Ep 2); "rico para todos los que lo invocan" (Rm 10); "¿o desprecias tal vez las riquezas de su bondad, y de su paciencia, y largo sufrimiento?" (Rm 2,4). Como si dijera: estas riquezas son en verdad insondables, pues tanta es su misericordia que no se la puede escandallar o hallarle fondo. "La sabiduría y la ciencia son tus riquezas saludables, y el temor del Señor tu tesoro" (Is 33,6), es a saber, de Cristo, porque en

Cristo moró abundantísimamente el temor del Señor (Is 11), y en El están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2), que no se pueden apear, porque la ciencia y sabiduría de Cristo por perfectas son insondables. "¿Acaso puedes tú comprender los caminos de Dios, o entender al Todopoderoso hasta lo sumo de su perfección?" (Jb 11,7). Como si dijera: claro está que no; pues no puede llegarse a un perfecto conocimiento del Creador por medio de las criaturas en quienes reluce una huella suya. De tales riquezas estupefacto se pasma el Apóstol diciendo: "¡Oh profundidad de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios: cuan incomprensibles son sus juicios, cuan insondables sus caminos!" (Rm 11,33).

Cuanto a lo segundo, esto es, a manifestar a los fieles la salvación que proviene de Cristo, dice: "e ilustrar a todos los hombres", no sólo Judíos, sino también Gentiles, por la predicación y los milagros (Si 24 Ac 9 Mt 5); ilustrar, digo, cuanto está de mi parte, a todos los que quieran creer (1Tm 2), a fin de que entiendan "cuál es la dispensación del misterio", ya que estas cosas ningún valor tienen si no se dispensan; como si dijera: derramaré luz sobre este punto, a saber: con cuánto amor y con qué admirable traza llevóse a efecto el misterio de la arcana redención; y estas inapeables riquezas os han sido dispensadas por Cristo.

Mas porque pudiera objetarse: esto que dices, aunque grande, todos lo saben; por eso responde el Apóstol que no es así, porque "después de tantos siglos había estado en el secreto de Dios". Donde es de saber que todo lo contenido en el efecto hállase en virtud latente en sus causas, así como en la virtud del sol hállanse todas las cosas sujetas a generación y corrupción. Con todo eso, unas cosas están allí escondidas y otras manifiestas; porque el calor manifiestamente está en el fuego, no así la razón de ciertas cosas que produce a ocultas. Dios, en cambio, es causa eficiente de todas las cosas, mas produce algunas, cuya razón puede estar patente, a saber, las que produce por medio de las causas segundas. Otras, por el contrario, están escondidas en El a saber, las que produce inmediatamente por Sí mismo. Esta es la razón de hallarse solo en Dios escondido este misterio de la redención humana, porque por Sí mismo lo obró El. Esto es lo que quiere decir: "de siglos escondido en Dios", esto es, reservado exclusivamente al conocimiento de Dios; de suerte que si hay cosa que merezca la denominación de grande ésia es: investigar los secretos de la Causa Primera. "Enseñamos sabiduría entre los perfectos; mas una sabiduría no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo que se destruyen, sino que predicamos la sabiduría de Dios en el misterio, sabiduría recóndita, que predestinó Dios antes de los siglos", Dios, digo, que todo lo creó (1Co 2,6).



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Ep 3,10-12)

Lección 3: Efesios 3,10-12


La dignidad del misterio pénese de realce por haberse revelado las cosas más subidas a los personajes de más elevada alcurnia.

10. con el fin de que en la formación de la Iglesia se manifieste a los principados y potestades en los cielos la sabiduría de Dios en los admirables y diferentes modos de su proceder,
11. según el eterno designio que puso en ejecución por medio de Jesucristo nuestro Señor,
12. por quien, mediante su fe, tenemos segura confianza y acceso libre a Dios.

Demostrada la dignidad del oficio por la magnitud del encargo, encarece aquí el Apóstol dicha dignidad por la utilidad del efecto, a saber: la revelación de grandes cosas a grandes personajes; acerca de lo cual 3 cosas hay que considerar: 1º a quiénes se hace esta revelación: "a los Principados";



2- por quién: "por la Iglesia"; 3° qué es lo que se revela: "la multiforme sabiduría de Dios".

Y para pintamos esta sabiduría 4 cosas toca el Apóstol: a) su multiplicidad: "la multiforme sabiduría de Dios"; b) el modo de esta multiplicidad: "el eterno designio"; c) la autoridad de esta multiplicidad: "por medio de Jesucristo nuestro Señor"; d) el efecto de esta autoridad: "por quien tenemos segura confianza y acceso".

Así pues, la sabiduría que se revela es multiforme, como se dice en Jb 11,5: "Ojalá se dignase Dios responderte, y abrir sus labios para hablar contigo, y te hiciese ver los secretos de su sabiduría, y la multiplicidad de sus leyes"; "porque en ella tiene su morada el espíritu de inteligencia, santo, único, multiforme" (Sg 7,22); múltiple, a saber, en los efectos; único en la esencia; y el modo de multiplicarse la ciencia revelada es "según el eterno designio", esto es, distinción y determinación de los diversos tiempos; ya que Dios ordena que unas cosas sean para unos tiempos, y otras para otros, y conforme a esto esta sabiduría dícese multiforme según el eterno designio, porque a diversos tiempos adorna de diversos efectos. El autor de esta multiplicidad es Cristo; de ahí que diga: "que puso en ejecución en Cristo Jesús Señor nuestro", esto es, por Cristo; ya que El muda los tiempos y las estaciones (He 1).

Puede también referirse lo que dice: "puso en ejecución", 0 a la eterna predestinación, ya que la puso en ejecución el Padre en su Hijo (Ep 1), por ser el Hijo la

sabiduría del Padre, pues nada define u ordena de antemano sino por medio de la sabiduría; o a darle su cabal a la predestinación, que Dios Padre consumó por medio de su Hijo "en quienes nos hallamos al fin de los siglos" (1Co 10,2).

El efecto del autor es la magnitud del fruto, que de Cristo nos viene, "por quien tenemos segura confianza"; acerca de lo cual indica los bienes que recibimos, y el medio apropiado por el que lo recibimos, "por la fe suya". Los bienes que recibimos son dos: uno que pertenece a la esperanza de conseguir lo que queremos, y cuanto a esto: "tenemos la segura confianza de que por El", por Cristo, llegaremos al cielo y a la herencia eterna (Jn 16 2Co 3). Otro bien pertenece a la facultad de conseguirlo; como dice: "tenemos acceso confiado a Dios" (He 4 Jr 3 Rm 5). Y añade por qué medio se nos dan estos bienes: "por su fe", a saber, la de Cristo. "Justificados, pues, por la fe, mantengamos la paz con Dios mediante nuestro Señor Jesucristo" (Rm 5).

Así pues, para resumir lo dicho en breves palabras, digamos que la sabiduría de Dios, de multiforme variedad, ha sido revelada según la distinción y fijación anticipada de Jos siglos, que nos ha dado una firme confianza de acercarnos al Padre mediante la fe en El.

Indica luego a quiénes se ha revelado esta multiforme sabiduría de Dios, y entonces se toma el texto que arriba dejamos: "con el fin de quo se manifieste a los Principados y Potestades", para hacernos ver la grandeza de los personajes; y porque también en la tierra hay príncipes y potestades añade: "en las regiones celestiales", esto es, en el cielo, donde estaremos nosotros.

Notemos aquí que Principados y Potestades son dos órdenes que según su nombre significan preeminencia en obrar. El orden de las Potestades está ordenado para quitar los estorbos de la salvación, y el de los Principados para llevar a efecto las buenas obras. Que al orden de los Principados toque llevar la batuta está claro por aquello del Salmo: "preceden los príncipes, detrás van los citaristas" (Ps 67,26); y que a las Potestades dar sofrenada está claro también: "¿quieres tú no tener que temer nada de aquel que tiene el poder? Pues obra bien, y merecerás de él alabanza; porque el príncipe es un ministro de Dios puesto para tu bien. Pero si obras mal tiembla, porque no en vano ciñe espada, siendo como es ministro de Dios, para ejercer su justicia, castigando al que obra mal" (Rm 13,3). Grandes, pues, son estos personajes, a quienes se dio a conocer, puesto que son los santos Ángeles, por quienes son dirigidos y defendidos los santos.

De qué medio se valga para darles a conocer esta multiforme sabiduría de Dios, lo añade diciendo: "por medio de la Iglesia", expresión que entraña no poca dificultad; porque la Glosa lo expresa de esta manera: por medio de la predicación de los Apóstoles en la Iglesia. Un sentido que pudiera admitirse y que lleva algún camino sería éste: que los Ángeles aprendieron de los Apóstoles; pues vemos que en el cielo entre los Ángeles los superiores, que inmediatamente son iluminados por Dios, iluminan y enseñan a los inferiores que no reciben esa iluminación. No parece, pues, va fuera de camino decir que enseñen a los Ángeles los Apóstoles, que inmediatamente fueron enseñados por Dios, según aquello de San Juan (Jn 1): "El Hijo Unigénito, existente en el seno del Padre, El mismo en persona es quien le ha hecho conocer a los hombres".

Pudiéramos pasar por ello, si no se atravesase otra dificultad; pues teniendo Cristo dos naturalezas, la divina y la humana, cierto que cuanto a la humana enseñó Cristo inmediatamente a los Apóstoles; pero los Ángeles, aun los inferiores, ven inmediatamente la naturaleza divina; de otra suerte no fuesen bienaventurados, ya que en la sola visión de la divina esencia consiste la bienaventuranza de la criatura racional. No es pues conveniente ni razonable decir que a los santos que están en la patria los enseñan los viadores, por perfectos que sean; porque, aunque "entre los nacidos de mujeres ningún profeta es mayor que Juan Bautista, con todo, aquel que es más pequeño en el reino de Dios es mayor que él", como dice San Lucas (Lc 7,28). Decir que a los demonios los enseñen los hombres, esto sin prejuicio es creíble; mas que a los bienaventurados, que inmediatamente miran al Verbo, espejo sin mácula en que reaparece conveniente, luce todo, les enseñen los viadores, no debe decirse ni

Digamos entonces que se dio a conocer a los Ángeles por medio de la Iglesia, esto es -como dice la Glosa- por medio de la predicación de los Apóstoles; no que los Ángeles hayan aprendido de ellos, sino en ellos; porque, como dice San Agustín, antes de crear Dios las criaturas -antes, digo, en el orden de la naturaleza, no del tiempo, en que todo simultáneamente fue creado- infundió en las mentes angélicas la razón de las cosas naturales, con lo que los Ángeles pudiesen conocer las cosas naturales de dos modos: uno, porque las conocieron en el Verbo, y este conocimiento se llama matutino; otro, porque las conocieron en sus propias naturalezas, y este conocimiento se llama vespertino.

Demás de esto, es de notar que los misterios de la gracia tienen ciertas razones que sobrepujan la capacidad de todas las criaturas, y, por consiguiente, no fueron infundidas en las mentes angélicas, sino ocultas se quedan en solo Dios. Por tanto, los Ángeles no las conocen en sí mismas, ni aun en Dios, sino en los efectos, como se van dando a conocer. Siendo, pues, de tal género, las razones que pertenecen a la multiforme sabiduría de Dios, es a saber, quedándose escondidas en solo Dios, para salir luego a vistas en sus efectos exteriores, es cosa clara que los Ángeles no las conocieron ni en sí mismas, ni en el mismo Verbo, ni por medio de los Apóstoles u otros viadores; sino desplegadas en los mismos Apóstoles, primero las conocieron escondidas en la mente divina. Así como una casa o la idea de hacerla nadie puede conocerla mientras está en la mente del artífice, sino sólo Aquel que penetra en las almas, es a saber, Dios; pero después que la idea ha salido ya a vistas en el efecto extrínseco, porque la casa ya está hecha; de la misma manera llega uno al conocimiento de la casa ya hecha, que primero estaba escondida en la mente del artífice, mas no por la casa, sino en la casa.

La otra explicación del "a fin de que se manifieste a los Principados" es que la conjunción ut no se tome en sentido causal sino en cierta manera consecutivo y que se lea como sigue: ilustrar a todos los hombres, descubriéndoles la dispensación del misterio que después de tantos siglos había estado en el secreto de Dios, criador de todas las cosas, pero tan secreto y escondido que se da a conocer a los Principados… quiere decir, este misterio de tal suerte estuvo escondido en Dios que vinieron a conocerlo los Principados no desde la eternidad, sino al empezar los siglos, porque toda criatura principio tiene. Y llegó a su noticia, no por medio de la Iglesia terrena, sino de la celeste, porque allí está la verdadera Iglesia, la que es madre nuestra, a la que nos dirigimos, de cuyo dechado la nuestra, la militante, es imitación. Así que la preposición per sólo indica el orden de la naturaleza, de suerte que decir por la Iglesia celestial sea lo mismo que de uno en otro; así como se dice: eso se hizo notorio por todo el reino o la ciudad, porque las nuevas, al paso que las palabras, corren de boca en boca. En los Hechos 9,42, a propósito de la resurrección de Tabita, beguina de San Pedro, se dice que este hecho "fue notorio en toda la ciudad de Jope, por cuyo motivo muchos creyeron en el Señor".

El Maestro de las sentencias echa por otro camino en la lectura de San Agustín de suerte que el texto aludido se lea así: por la Iglesia, esto es, por todos los que están en la Iglesia terrena; pero esto no corresponde a la intención de San Agustín. Aquí vendría bien preguntarse si los Ángeles, al principio del mundo, conocieron el misterio de la Encarnación. Los Ángeles mayores sí -responde el Maestro- pero no los menores; por eso preguntan: "¿quién es éste que viene de Edón y de Bosra, con las vestiduras teñidas de sangre?" (Is 63,1). Pero esta opinión es contraria a la del bienaventurado Dionisio, que toma las dos interrogaciones que hacen los Ángeles sobre Cristo de la Sgda. Escritura; una del Ps 23: "¿quién es este rey de la gloria?"; la otra de Is 63: "¿quién es éste que viene de Edón?" La primera interrogación o pregunta, según él, es de los Ángeles inferiores; la segunda, de los supremos; y así parece, porque a la primera no responde Dios, sino otro; por eso dice: "el Señor de los ejércitos; El es el Rey de la gloria"; pero a la segunda responde inmediatamente el mismo Dios; de donde habla en esta forma: "Yo soy el que predico la justicia y soy el protector que da la salud".

Así pues, según Dionisio, unos y otros a medias supieron y a medias ignoraron, porque al principio supieron en general del misterio de la Encarnación, pero en especial las razones de ese misterio las vinieron a saber tiempo adelante o en el decurso del tiempo, según se iban dando a conocer en sus efectos exteriores.

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Ep 3,13-17)

Lección 4: Efesiso 3,13-17

Exhorta San Pablo a los Efesios a no desmayar en la fe por las tribulaciones que padecen, y ruega al Señor les entre en provecho su exhortación.

13. Por tanto, os ruego no decaigáis de ánimo en vista de tantas tribulaciones como sufro por vosotros, pues estas tribulaciones son para vuestra gloria.
14. Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo,
15. el cual es el principio y la cabeza de toda esta gran familia que está en el cielo y sobre la tierra,
16. para que, según las riquezas de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu el ser fortalecidos envirtud en el hombre interior,
17. y el que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, estando arraigados y cimentados en caridad.

Tratado que hubo el Apóstol de la dignidad de su oficio, que pertenece a su condición, trata aquí luego de lo tocante a su aflicción, es a saber, de sus trabajos y padecimientos; a cuyo propósito los exhorta a no alterarse por sus tribulaciones, sino a tener paciencia; mas como para eso es necesario el auxilio divino, con la oración armado se adelanta, para que por la divina gracia logren no turbarse.

Dice pues: sucede que por la grandeza de mi oficio y firmeza que tengo por la fe de Cristo padezco tribulaciones, mas no me quitan la paz ni pueden arrancarme de Cristo. "¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿la tribulación? ¿la angustia?" (Rm 8); como si dijera: nada. "Por tanto, os ruego, y os induzco a ello, a no decaer de ánimo en vista de tantas tribulaciones como padezco por vosotros", quiero decir que, por ocasión de mis tribulaciones, no vaya a apagarse en vosotros enteramente la fe y dejéis de hacer buenas obras; "no desmayéis perdiendo los aceros" (He 12,3). Digo que no habéis de perder el ánimo, porque estas tribulaciones las padezco por vosotros, esto es, van encaminadas a vuestro provecho (2Co 1); o para vuestra probación (Sg 3)

-"que son para gloria vuestra", esto es, si no desmayáis y estáis a pie firme en las tribulaciones; porque el que perseverare hasta el fin se salvará. Otro modo de entender esa gloria es que el soportar esas tribulaciones es para vuestra gloria en este sentido: que Dios expuso a sus Apóstoles y profetas a los padecimientos y tribulaciones por vuestra salud (Os 6 2Co 1).

Por consiguiente, al decir: "por esta causa", les implora el auxilio divino por medio de la oración para que saquen provecho de su exhortación; y primero.se adelanta con la oración, luego da gracias como si ya hubiera sido escuchada. Propone asimismo el objeto de la oración, su propósito y fruto. Y como la oración se hace oír por medio de la humildad (Ps 101 Si 35), luego al punto humillándose empieza diciendo: "por esta causa, a saber, para que no desmayéis en la fe, doblo mis rodillas al Padre", que por dos razones es señal de humildad: a) porque el que dobla las rodillas en cierto modo se empequeñece y se sujeta al que le dobla las rodillas; de suerte que esta muestra exterior es un reconocimiento de la propia fragilidad y pequenez.

b) porque en la rodilla estriba la fortaleza del cuerpo; así que cuando alguno dobla la rodilla hace una protestación de cuan flaco es su poder o virtud; razón por la cual el hacer con el cuerpo señales exteriores es para manifestarle a Dios la conversión y el ejercicio espiritual interior del alma. Así Manases en su oración: "doblo las rodillas de mi corazón".

Describe después el objeto de la oración, que es Dios, y lo describe por afinidad y por autoridad; pues por afinidad levantamos el rostro para orar con confianza, como dice: "al Padre de nuestro Señor Jesucristo", cuyos hijos somos (Jc 1 Is 63). Por autoridad confírmase la confianza de obtener lo que pedimos, porque El "es el principio y la cabeza de toda esta gran familia que está en el cielo y sobre la tierra".

Aquí pudiera ponerse a discusión si en el cielo hay paternidad, y brevemente podría responderse que en el cielo, esto es, en Dios o en los seres divinos hay una paternidad, que es principio de toda paternidad; pero al presente no es esto lo que se averigua, por ser cosa de todo fiel conocida, sino si en los cielos, esto es, en los Ángeles hay alguna paternidad, y respondo que la paternidad es exclusiva de los seres dotados de vida y conocimiento. Hay dos vidas, una en potencia, otra en acto. La vida en potencia consiste en tener obras vitales en potencia; así que un hombre dormido, cuanto a los actos exteriores, dícese vivir en potencia. La vida en acto consiste en estar actualmente ejercitando las acciones vitales; de modo que no es sólo padre el que da la potencia de la vida, mas puede también denominarse con ese nombre el que da el acto de la vida. Así pues, todo aquel que induce a otro a un acto vital, pongo por caso, a una buena obra, a entender, querer, amar, puede llamarse su padre; "porque aun cuando tengáis millares de ayos en Jesucristo, no tenéis muchos padres" (1Co 4,15). Por tanto, siendo así que entre los Ángeles unos a otros se iluminan, perfeccionan y purifican, y éstos sean actos jerárquicos, es claro que un Ángel es padre de otro, como el maestro es padre del discípulo.

Ahora bien, es cosa dudosa que se derive de la divina la paternidad celeste y terrestre; más bien parece que no, que tal es el nombramiento según el conocimiento que tenemos de las cosas que nombramos; pero no habiendo otra vía de llegar a conocer sino por medio de las criaturas, cuanto nombre imponemos, antes que al mismo Dios, ajústasele a las criaturas con mayor propiedad y conveniencia.

Respondo y digo que de dos modos podemos tomar el nombre de una cosa nombrada: a) o en cuanto expresa o significa un concepto intelectual, ya que las voces son divisas o señales de las pasiones o conceptos que están en el alma, y de esta manera primero está el nombre en las criaturas que en Dios; b) o en cuanto manifiesta la quididad o esencia de la cosa nombrada exteriormente, y así primero está en Dios. Por tanto, este nombre paternidad, en cuanto significa la concepción del entendimiento que da nombre a la cosa, hállase primero en las criaturas que en Dios, porque lo que a prima faz se nos da a conocer es antes la criatura que Dios; pero en cuanto significa la misma cosa nombrada, hállase primero en Dios que en nosotros, porque en verdad toda virtud generativa de Dios proviene para tenerla nosotros. Por eso dice: de quien toda paternidad, en cielo y tierra, dimana y tiene nombre; como si dijera: la paternidad de las criaturas es como nombre o el timbre de una voz; pero aquella paternidad divina, por la que el Padre al Hijo, sin rastro de impureza, da su naturaleza, total y sin fealdad, ¡ésa es paternidad! Por consiguiente, al decir: "para que os conceda", indica lo que pretende con la oración y de qué medio se ha de valer para conseguirlo. Así pues: digo (San Pablo) que os ruego no desmayéis sino os mantengáis a pie firme varonilmente; pero sabiendo que eso no lo podréis de vuestra cosecha, sin un favor especial de Dios, por eso le pido a El os lo conceda (Jc 1); y esto "según las riquezas de su gloría", esto es, según la opulencia y magnificencia de su majestad. "En mi mano están las riquezas y la gloria, la opulencia y la justicia" (Pr 8,18 Ps 118); riquezas, digo, que hacen "a la virtud fortalecerse" -"el que robustece al débil, y el que da mucha fuerza y vigor a los que no son para nada" (Is 40,29)-. Y esto "en lo interior del hombre", que si por dentro no está el hombre fortalecido, muy fácilmente por el enemigo es vencido (Is 9). Tómese entonces nuevamente esa partícula interpuesta, es a saber, "por medio de su Espíritu", con la que muestra de qué medio ha de valerse para conseguir lo que pide; porque el mismo Espíritu que robustece es espíritu de fortaleza, y es causa de no desmayar en las tribulaciones, y lo conseguimos por la fe que es fortísima; porque la fe es el fundamento o firme persuasión de las cosas que se esperan, esto es, hace que esas cosas subsistan en nosotros. Por eso dice San Pedro que al demonio le resistamos "firmes en la fe" (1P 5,9).

Añade: "que Cristo habite por la fe en vuestros corazones" (1P 3); pero no sólo por la fe que como don es fortísima, sino también por la caridad que esta en los santos. Por eso agrega: "estando arraigados y cimentados en la caridad" (1Co 13 Ct 5). Por tanto, así como un árbol sin raíces y una casa sin cimientos fácilmente se vienen al sueio; del mismo modo el edificio espiritual, si no está arraigado y cimentado en la caridad, no puede durar.



20
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Ep 3,18-21)

Lección 5: Efesios 3,18-21

Pónese en la fe el fruto del robustecimiento de los Efesios, en la fe, digo, que no es otra cosa sino el conocimiento de la humanidad y divinidad de Cristo.

18. a fin de que podáis comprender con todos los santos cuál sea la anchura y longura y la alteza y profundidad de este misterio,
19. y conocer también aquel amor de Cristo hacia nosotros, que sobrepuja a todo conocimiento, para que seáis plenamente colmados de todos los dones de Dios.
20. Y, en fin, a aquel Señor que es poderoso para hacer infinitamente más que todo lo que nosotros pedimos, o de todo cuanto pensamos según el poder que obra en nosotros;
21. a El sea la gloria, por medio de Cristo Jesús, en la Iglesia, por todas las generaciones de todos los siglos. Amén.

Indicó arriba el Apóstol el propósito de su oración y petición por los Efesios, es a saber, la corroboración del espíritu en la fe y en la caridad; por consiguiente, aquí muestra el fruto de esa corroboración, que es cierto conocimiento. De ahí que primero proponga la misma noticia, luego la eficacia de tal noticia y conocimiento. Dice pues: de tal modo, carísimos, arraigados y cimentados habéis de estar en la caridad, "que podáis comprender cuál sea la anchura…", texto que puede leerse

de dos maneras: de una, más apegada a la intención del Apóstol, que es la siguiente: Es pues de saber qué tanto para el porvenir como para el tiempo presente nos es necesario el conocimiento de Dios; porque en el futuro el conocimiento de Dios y de la humanidad tomada por el Verbo será nuestro gozo. "La vida eterna consiste en conocerte a Ti, solo Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Tú enviaste" (Jn 17,3). "Entrará, en la contemplación de la divinidad, y saldrá, en la contemplación de la humanidad, y hallará pastos" (Jn 10,9). Y porque la fe es principio de aquel futuro conocimiento, ya que es el fundamento de las cosas que se esperan (He 11), a tales cosas como que las hace subsistir en nosotros a modo de cierto comienzo. De ahí que nuestra fe consista en la divinidad y humanidad de Cristo (1Co 2). Así que primero trata del conocimiento de la divinidad; después, de los misterios de la humanidad.

El conocimiento de la divinidad lo manifiesta por estas palabras: "para que podáis", como si dijera: cobrad fuerzas por la fe y la caridad, que con esta condición llegaréis a la vida eterna, donde tendréis a Dios presente y lo conoceréis perfectamente. Que Dios se manifieste al amante, claramente lo dice San Juan: "el que me ama será amado de mi Padre, y Yo le amaré y Yo mismo me manifestaré a él" (Jn 14,21). Que se manifieste al creyente, lo dice Isaías : "si no creyereis no entenderéis" (Is 7); porque es necesario, para que podáis comprender, que seáis robustecidos por la fe y la caridad. Donde es de saber que comprender se toma algunas veces por incluir, y entonces es menester que en el ámbito del comprensor se contenga totalmente lo comprendido. Otras se toma por aprehender, y entonces dice remoción de distancia e insinúa la vecindad. De la primera manera no hay entendimiento creado que pueda comprender a Dios, "¿Acaso puedes tú comprender los caminos de Dios, o entender al Todopoderoso hasta lo sumo de su perfección?" (Jb 11,7), como si dijera: por cierto que no; porque así pudiera perfectamente conocerlo, cuanto da de sí su cognoscibilidad. Pero no se entiende de este conocimiento o de este modo de conocer, sino del otro, lo que se dice: "para que podáis comprender". Es una de las 3 dotes, y de ésta habla el Apóstol, al decir: "para que podáis comprender", esto es, tener a Dios presente y en su presencia conocerlo. "No que lo haya logrado ya todo, ni llegado a la perfección, pero yo sigo mi carrera para ver si alcanzo aquello para lo cual fui destinado por Jesucristo" (Ph 3,12). Esta comprensión es común "a todos sus santos" (Ps 149), a quienes se dice lo de 1Co 9: "corred de manera que alcancéis".

-"cuál sea la anchura". Notemos que estas palabras parecen tener su origen en las de Job arriba citadas: "¿acaso puedes tú comprender los caminos de Dios?"; como si dijera: es incomprensible, y da por razón de esta incomprensibilidad lo que sigue: "Es más alto que los cielos; ¿qué harás, pues? Es más profundo que los infiernos; ¿cómo has de poder conocerle? Su dimensión es más larga que la tierra y más ancha que el mar" (Jb 11,8). De donde al parecer Job nos lo muestra comprensible, por atribuirle la diferencia de estas 4 dimensiones, a que alude el Apóstol diciendo: "para que podáis comprender cuál sea la anchura…", como si dijera: es menester tengáis tanta fe y caridad que podáis por fin comprender lo que es comprensible. Así lo explica Dionisio; no por eso hay que entender, de ninguna manera, que estas dimensiones en Dios sean corporales, porque "Dios es espíritu"; pero sí metafóricamente están en Dios. Así que por la anchura desígnase la dimensión o extensión de su virtud y de la sabiduría divina sobre todas las cosas (Si 1). Por la longitud desígnase su eterna duración (Ps 101,9). Por la alteza o sublimidad la perfección o nobleza de su naturaleza, que excede infinitamente a toda criatura (Ps 112). Por la profundidad la incomprensibilidad de su sabiduría. "¡Oh, cuan grande es su profundidad! ¿Quién podrá llegar a sondearla?" (Si 7,25).

Así pues, queda liso y llano que el fin de nuestra fe y caridad es llegar a un perfecto conocimiento de la fe, por la que conozcamos la infinita extensión de su virtud, su eterna e infinita duración, la alteza de su naturaleza perfectísima, la profundidad e incomprensibilidad de su sabiduría, del modo que a nuestra capacidad es permitido.

Por consiguiente, por sernos aún necesario otro conocimiento, es a saber, el de los misterios de la humanidad, por eso añade: "y conocer también aquel amor de Cristo hacia nosotros, que sobrepuja todo conocimiento". Donde es de saber que todo lo que abarca el misterio de la Redención y el de la Encarnación de Cristo es todo él una pura obra de amor. Porque el haberse encarnado de puro amor procedió (Ep 2); el haber muerto, de amor también (Jn 15 Ep 5); por cuyo motivo exclama San Gregorio:

¡Oh amor de caridad inestimable! Que para hacer al siervo redimible Diste en precio a tu Hijo ya pasible.

Por tanto, conocer el amor de Cristo es conocer todos los misterios de la Encarnación de Cristo y Redención nuestra, que dimanaron del inmenso amor de Dios, amor que sobrepuja todo entendimiento creado y toda ciencia, por ser incomprensible al pensamiento. Por eso dice: "que sobrepuja todo conocimiento", conviene a saber, natural, y está por encima de todo entendimiento creado (Ph 4); "el amor de Cristo" esto es, que por medio de Cristo nos tuvo Dios Padre (2Co 5).

Puede leerse el texto también de modo que se refiera a la perfección de nuestra caridad, como si dijera: fortaléceos, arraigados y cimentados en la caridad, para que podáis, no sólo conocer, sino comprender con todos los santos; porque este don, a saber, el de la caridad, es común a todos, ya que nadie puede ser santo sin caridad, como se dice en Ep 3; podáis, digo, comprender "cuál sea la anchura", a saber, de la caridad, que se extiende hasta a los enemigos, "tus mandamientos son espaciosos en demasía" (Ps 118); pues ancha es la caridad para difundirse. La longura de la caridad consiste en la perseverancia, porque jamás se acabará; aquí empieza y en la gloria tendrá su perfección (1Co 13 Ct 7). Su alteza, si está fija la mira en el celeste blanco, quiero decir, que a Dios no se le ame por míramientos temporales -que semejante caridad no tendría fuerza- sino por Sí solo (Jb 40). Su hondura y profundidad, si se atiende al origen de la misma caridad; porque el hecho de amar a Dios no tiene su origen en nosotros sino en el Espíritu Santo, como se dice en Rm 5: "el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo".

Por tanto, el que uno tenga una caridad larga, ancha, profunda y elevada, y otro no, proviene del insondable misterio de la divina predestinación (Si 1). Luego todo esto es para que podáis comprender, esto es, alcanzar con todos los santos perfectamente, cuál sea la anchura, para que vuestra caridad se extienda hasta los enemigos; cuál sea la longura, a saber, para que nunca se acabe; cuál sea la alteza, a saber, para que Dios sea amado por Sí mismo; y cuál la profundidad, esto es, de la predestinación…

Aquí hay que saber que Cristo, a cuyo arbitrio quedó elegir el género de muerte que quisiese, porque por amor murió, eligió la muerte de cruz en que se hallan las antedichas 4 dimensiones. Allí está la anchura, es a saber, en el madero atravesado en que quedaron sus manos enclavadas, porque nuestras obras han de extenderse por caridad hasta los enemigos. Allí la longura en el palo vertical, en que se apoya todo el cuerpo, porque la caridad, que soporta y salva al hombre, debe ser perseverante (Mt 10). Allí la alteza en el leño superior, en que la cabeza se reclina; porque nuestra esperanza debe levantarse a lo eterno y divino. (1Co 11). Allí también está lo profundo en el madero que estriba en la tierra y sostiene la cruz, y se oculta a la vista; porque lo profundo del amor divino nos sostiene, pero no se ve, ya que, como va dicho, el por qué de la predestinación excede nuestra razón.

Así pues, hemos de comprender la virtud de nuestra caridad y la de Cristo, pero no sólo, mas conocer aún el amor de Cristo que sobrepuja toda ciencia (humana); pues nadie puede tantear la hondura del amor con que Cristo nos amó, o esguazar el amor o caridad de la ciencia de Cristo, que va conjunta con la ciencia de Cristo; digo la caridad que a otra caridad hace ventaja, es a saber, a la que está sin ciencia. ¿Mas por ventura es cierto que la caridad con ciencia descuella sobre la que está sin ciencia? Tal parece que no, que en ese caso caridad mucho mayor tuviera un teólogo que una velezuela santita. Respondo: esto se entiende de la ciencia de afición; porque en virtud del conocimiento es arrastrado a más amar, que Dios más conocido, a proporción es tanto mas amado. Por cuyo motivo San Agustín esto rogaba: conózcate a Ti, conózcame a mí. O si esto se dice es por aquellos que, celosos de Dios, lo son sin ciencia. A tal caridad, a la de éstos, aventájase la que con la predicha ciencia está conjunta.

-"para que seáis plenamente colmados de todos los dones de Dios". Refiérese a la eficacia del conocimiento divino, esto es, que tengáis una perfecta participación en todos los dones de Dios, para que aquí seáis plenamente colmados de virtudes, y allí de felicidad, obra por cierto de la caridad (Si 24).

-"y, en fin, a aquel Señor que es poderoso para hacer…" Da gracias el Apóstol de haber Dios oído su oración; acerca de lo cual apunta 3 cosas: el poder de Dios para conceder lo pedido, un ejemplo de esta potestad, materia del hacimiento de gracias. El poder de Dios nos lo pinta infinito llamándole "poderoso", es a saber, Dios Cristo, y Dios Padre, "que poderoso es para hacerlo todo" (Ex 15 Rm 16): y para hacer "infinitamente más" que todo lo que nosotros acertamos a pedir por el afecto, o a entender por el entendimiento; y esto es lo que quiere decir "que todo lo que nosotros pedimos, o todo cuanto pensamos".

Ejemplo de esta abundancia, que derramó en nosotros, la muestra diciendo: "según el poder que obra en nosotros", como si dijera: a la vista está si ponemos los ojos en lo que obró en nosotros los hombres. Porque eso de hacerse Dios hombre, y el hombre Dios y consorte de la naturaleza divina, ¿en qué seso o afecto podía caber, o ser de él entendido y menos pedido a Dios? Con todo, según su poder, esta obra magna la obró en nosotros, en la Encarnación de su Hijo (2P 1). A esto alude el Eclesiástico: "¿quién es capaz de referir todas sus obras?" (Si 18,2). O ¿quién puede investigar sus maravillas? Pues y su omnipotente grandeza, ¿quién podrá jamás explicarla?

O también -otra explicación- lo que obró en nosotros, esto es, los Apóstoles, a quienes dio la gracia de anunciar las insondables riquezas de Cristo, y de ilustrar a todos los hombres, descubriéndoles la dispensación del misterio que después de tantos siglos había estado en el secreto de Dios.

La materia del hacimiento de gracias es el doble beneficio que Dios nos hizo: la institución de la Iglesia y la Encarnación del Hijo de Dios. Dice pues: a El, es a saber, Dios Padre, sea la gloria, en la Iglesia, esto es, por lo que hizo en la Iglesia, que instituyó en Cristo, es a saber, por Cristo, o en favor de Cristo, a quien nos dio. A El, digo, sea la gloria, para que glorioso se deje ver, no sólo al presente, sino "por todas las generaciones de todos los siglos", esto es, del siglo que lo abarca todo (1Tm 1).



Aquino: Efesios 17