Aquino: Efesios 31

31
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Ep 5,1-2)

Lección 1: Efesios 5,1-2


Propóneles a los Efesios a Cristo, como dechado que imitar, mayormente en el amor.

1. Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos muy queridos,
2. y proceded con amor, a ejemplo de lo que Cristo nos amó, y se ofreció a Sí misino a Dios en oblación y hostia de olor suavísimo.

Después de haberlos exhortado a la benignidad ya la misericordia, que son efectos de la caridad, aquí les propone un ejemplo. Acerca de lo cual, indúcelos primero a la imitación del dechado, Dios, y muestra en segundo lugar en qué deben imitarlo. Dice pues: dije que debéis mutuamente perdonaros, así como Dios en Cristo os perdonó; "sed, pues, imitadores de Dios", ya que esto es necesario, aunque no fácil. "Mas ¿quién es el hombre, dije, para poder seguir las obras del rey su Criador?" (Si 2,12). Pero, a no ser en unión con Dios, la naturaleza humana jamás llegará a su perfección. De ahí que diga Job: "sus huellas siguieron mis pisadas" (Jb 23). Luego imitarlo hemos, conforme a las posibilidades que tenemos, pues toca al hijo imitar al padre. Por eso añade: "como los hijos a su padre", que lo es Dios por la creación. "¿Por ventura no es El tu Padre, que te rescató, que te hizo y te crió?" (Dt 32,6). Y agrega: "queridísimos", es a saber, a quienes eligió para participar de Sí mismo; "y proceded", donde primero pone el modo de imitarlo: en caridad, y luego la muestra de esa inmensa caridad o amor: "entregóse a Sí mismo por nosotros". Así que el amor de Dios, o la caridad, hace que seamos hijos muy queridos (Rm 8).

Hemos, pues, de imitarlo en el amor. Y dice: "caminad, proceded", esto es, id siempre adelante (Gn 15); y esto "en el amor", porque el amor es un bien de tal calidad, que debe el hombre adelantar en él, y una deuda tal, que debe el hombre estarla siempre pagando. "Ninguna deuda tengáis con nadie sino la del mutuo amor" (Rm 13). O digamos, en el amor, que es el camino para seguir a Dios a más corta distancia; (1Co 12 1Co 13 Col 3) y esto a ejemplo de Cristo; de donde añade: "así como Cristo nos amó" (Jn 13). Y ya que, según San Gregorio, la prueba que el amor es de verdad por las obras se muestra en realidad, por eso añade: "y entregóse a Sí mismo por nosotros". "La vida que vivo ahora, la vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y entregóse a Sí mismo a morir por mí" (Ga 2 Ap 1 Is 53). Y por habernos sido esta muerte provechosa y necesaria, por eso añade: "en oblación y hostia". Habla aquí el Apóstol a usanza de la antigua ley, en la cual (Lv 4), cuando uno pecaba, tenía que ofrecerse por él la que se llamaba hostia y oblación por el pecado. Lo mismo cuando uno daba gracias a Dios o quería conseguir algo, era necesario -como se dice en Lv 3- ofrecer una hostia pacífica, la cual -como se dice allí mismo- era para el Señor una oblación de suavísimo olor.

Todo lo cual tuvo su cumplimiento en Jesucristo, quien, para que fuésemos limpios de pecados y alcanzásemos la gloria, "entregóse a Sí mismo por nosotros en oblación", por medio de aquellas cosas que durante su vida hizo (Is 53), "y hostia de olor suavísimo a Dios" por el pecado. Alude aquí a lo que se dice en Lv 3; aunque ciertamente aquel olor no le era entonces a Dios agradable como tal olor, sino por cuanto significaba la oblación odorífera del cuerpo de Cristo, Hijo de Dios (Gn 27 Ct 1). Así es como debemos ofrecernos espiritualmente a Dios en sacrificio (Ps 50).



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Ep 5,3-4)

Lección 2: Efesios 5,3-4

Destiérrase de todo punto la vejecía del pecado carnal, para revestirse de la limpieza de una vida nueva.


3. Pero la fornicación, y toda especie de impureza o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como corresponde a los santos,
4. ni tampoco palabras torpes, ni truhanerías, ni bufonadas, lo cual desdice de vuestro estado; sino, antes bien, acciones de gracias.

En líneas anteriores el Apóstol, luego de amonestarlos a dejar lo envejecido para tomar lo nuevo, enseña con esa veda a los Efesios a evitar los vicios espirituales; aquí, con nueva prohibición, les veda también los vicios carnales, valiéndose del mismo procedimiento de prohibir lo viejo de esos vicios para inducirlos a la novedad de la virtud contraria; y junto con la prohibición propóneles la pena de esos vicios y precávelos contra los embaucadores para no dejarse engañar. Da de mano primero a ciertos vicios que hacen cabeza, luego a los que hacen cauda o secuela. Los vicios a que da de mano son 3:

a) la lujuria natural, que es cuando peca con mujer ajena; por eso dice: "la fornicación" (Os 4), de que hay que huir (1Co 6), como hacía Job, que hizo pacto con sus ojos de ni por pensamiento saber de doncella (Jb 31). Dícese fornicación, de la palabra latina fornix: arco triunfal, porque cerca de él estaban los lupanares o prostíbulos (Pr 20);

b) la lujuria no natural: "toda inmundicia", esto es, toda polución contra la naturaleza, es a saber, la que no se ordena a la generación (Sa. 5);

c) la avaricia; aunque había que preguntar ¿por qué? ¿Tiene acaso que ver con los pecados de la carne?

Respondo: digamos que no, pero tampoco separada a mil leguas, sino que es como un cancel divisorio entre los pecados espirituales y los carnales; lo cual queda claro si consideramos estos dos elementos que tiene el pecado: el objeto y la delectación en el objeto. Así pues, hay pecados cuyo objeto y delectación son espirituales, como la ira; pues la venganza, que es el objeto de la ira, y la delectación de ahí nacida, son algo espiritual; lo mismo la vanagloria. Otros pecados son del todo carnales, en objeto y delectación, como la gula y la lujuria; pero la avaricia es un término medio, porque su objeto es carnal: el dinero, mas la delectación es espiritual, pues todo su descanso es para el avaro el dinero. Y esta es la razón de catalogar mitad la avaricia con los pecados carnales por razón del objeto, y mitad con los espirituales por razón del deleite (He 13,5).

O digamos también que la avaricia se opone a la justicia, y entonces se toma por la especie de lujuria, que es el adulterio y consiste en el uso injusto de la mujer ajena, así como la avaricia es el uso injusto del dinero. Pero arriba dijo: "el que robaba ya no robe"; aquí en cambio que "ni aun se nombre" este vicio; pues los primeros vicios que en el combate espiritual hay que vencer son los carnales; que en vano se fatiga uno luchando contra los vicios de dentro, si primero no vence los vicios de fuera, es a saber, los carnales, contra los cuales hay perpetua guerra. Por eso dice: aun se nombre entre vosotros, como corresponde

ni a los santos", es a saber, abstenerse de acciones, de pensamientos, de dichos (Is 14 Si 41 2Co 6).

-"ni tampoco palabras torpes". Pone ahora los vicios que van convoyando a esta dama (la lujuria). Acerca de lo cual primero da de mano a dicho cortejo, para poner luego en su lugar la escolta de virtudes contrarias. 3 pues son los vicios que destierra de la vida cristiana, es a saber, la torpeza, que consiste en los tocamientos torpes, abrazos y besos libidinosos (Pr 6). Asimismo las truhanerías, esto es, palabras que provocan al mal. Así, dice el Si 9 de la mala mujer que "su conversación quema como fuego". En tercer lugar las bufonadas, esto es, chufetas y cuchufletas, con que algunos quieren agradar a otros. Pero, además de que "de toda palabra ociosa darán cuenta el día del juicio" (Mt 12), todas estas cosas impuras son mortales, en cuanto se ordenan a los pecados mortales; porque una cosa, aunque buena de suyo, si se ordena al pecado mortal, es mortal. De ahí induce a lo contrario, es a saber, al nacimiento de gracias. "Allí será el gozo y la alegría, el nacimiento de gracias y las voces de alabanza" (Is 51,3).



33
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Ep 5,5-7)

Lección 3: Efesios 5,5-7

Declárales la pena de estos vicios, que es la exclusión de la visión divina, y los pone sobre aviso para que no se dejen engañar.

5. Porque tened bien entendido que ningún fornicador, o impúdico, o avariento, lo cual viene a ser una idolatría, será heredero del reino de Cristo y de Dios.
6. Nadie os engañe con palabras vanas, pues por tales cosas descargó la ira de Dios sobre los incrédulos.
7. No queráis, por tanto, tener parte con ellos.

En la lección anterior prohibió el Apóstol los pecados carnales; aquí amenaza con pena de condenación, que se inflige a los pecadores; y primero los certifica de que así es, luego, pecado a pecado, señala cuáles abarca esta pena. Dice pues: "tened bien entendido", esto es, tened por cierto, no sólo habitualmente, sino actualmente (1Jn 3), ¿qué cosa? "que ningún fornicador, o impúdico, o avariento, lo cual viene a ser una idolatría, será heredero del reino de Cristo y de Dios". Advirtamos que aquí llama a la avaricia idolatría, porque efectivamente hay idolatría cuando se rinde a la criatura la honra debida a solo Dios. Ahora bien, esta honra se le debe por doble título, es a saber, el de poner en El nuestro fin, y el de, como término, depositar en El nuestra confianza. Luego, el que en las criaturas pone esta confianza y este fin es reo de idolatría. Y así lo hace el avaro, que pone en una cosa creada su fin y también toda su confianza. "De su plata y de su oro se forjaron ídolos para su perdición" (Os 8,4); porque, como dicen los Pr 11,28: "quien confía en sus riquezas caerá por tierra".

Pero -se objetará - siendo así que en los otros pecados pone su fin el hombre en la criatura que ama y estele unido con ternura, ¿por qué también en ellos no se le llama al pecador idólatra? Respondo: porque la idolatría consiste en rendirle exteriormente a algún objeto el culto que no se le debe. Ahora bien, en los otros pecados pónese el fin en lo interior, como para buscar la propia exaltación. Pero el que pone el fin en las riquezas, lo pone en ellas, como hace el idólatra, en un objeto exterior.

Más todavía, ¿por ventura el avaro, al rendirle a la criatura la honra que a solo Dios se debe, es realmente idólatra de suyo? Digo que no, porque en materia moral las acciones u obras se juzgan por el fin. Es entonces de suyo idólatra el que de por sí y como tal pretende rendir culto a la criatura; cosa que no intenta el avaro de por sí y como tal, sino accidentalmente lo hace, por cuanto ama a la criatura con amor superfluo y desordenado. Mas ¿qué será del tal? Que no tendrá parte en la herencia, que es para los hijos (Rm 8), y los tales no son hijos, porque son carnales; luego ni herederos, que, como dice 1Co 15: "la carne y la sangre no poseerán el reino de Dios", esto es, a Dios, que dice: "Yo soy su herencia" (Ez 44).

Mas pudiera objetarse: si esta herencia es el mismo Dios, siendo como es indivisible e impartible, ¿por qué dice dividiendo: "en el reino de Cristo y de Dios", como si esta herencia fuese divisible? Respondo: nuestra herencia consiste en la fruición de Dios, pero ahora Dios goza y disfruta de Sí de otra manera, y nosotros de El, perqué en Dios ese gozo y disfrute de Sí es perfecto, ya que el conocimiento que de Sí tiene también es perfecto, y ama totalmente, sin dejar parte, cuanto en Sí es conocible y amable, no así nosotros; que, aunque en la patria le conoceremos perfectamente y, por consiguiente, le amaremos -ya que el conocimiento de algo simple, bien que no total, abarca todo el objeto; como la luz del sol, si estuviese compuesta de puntos, el ojo humano la abarcaría toda, pero no totalmente en sus partes, al contrario del ojo del águila que de un vistazo la abarcaría- pero no le abarcaremos totalmente; por cuyo motivo parece haber allí cierta particular imperfección; razón por la cual dice de Cristo y de Dios conjuntamente, cual si pusiera parte con parte, esto es, porque por Cristo, y no por otro, se alcanza la herencia. Al decir luego: "nadie os engañe", da de mano a las trapazas de los embusteros, amonestándolos a que no se dejen dar gato por liebre dando oídos a vanas palabras, y que no se hagan a una con ellos imitándolos en sus malas acciones. Así que primero quita del paso los trampantojos en que pudieran caer, luego les muestra en qué podrán conocerlos. Notemos entonces que en los vicios carnales sólo les enseña a precaver el engaño, porque desde el principio, para que los hombres pudiesen espaciarse a sus anchas disfrutando de sus concupiscencias, se devanaron los sesos para hallar razones justificativas de que la fornicación y otros deleites venéreos no eran pecados. Por eso dice: "con vanas palabras", que tales son, como nuez vana, las que dicen no ser pecados los placeres venéreos, ni excluir del reino de Cristo y de Dios. "Que nadie os deslumbre con sutiles discursos" (Col 2,4).

Que de tal ralea sean esos embaidores, y tales sus melifluidades y risas fingidas con que engaitan a la gente, lo demuestra con el castigo con que Dios castiga esos pecados carnales, que, a no ser pecados, no fueran condenados a multa y pena, pues siendo Dios justo, no inflige pena si no existe culpa. Ahora bien, tales deleites los castiga Dios; luego son pecados. Prueba la menor diciendo: "pues por tales cosas descargó la ira de Dios", es a saber, por los pecados carnales, "sobre los incrédulos o hijos de la desconfianza", como se vio en el diluvio y en los Sodomitas. Asimismo la tribu de Benjamín fue toda ella casi raída de la faz de la tierra por causa de tales pecados. Y llámalos hijos de la desconfianza, porque los que se dan a semejantes pecados desesperan de alcanzar la vida eterna; pues si la esperasen entregándose a los deleites vedados, habría que llamar a eso más bien presunción que esperanza, la cual se apoya en los méritos para esperar con fundamento y razón la bienaventuranza advenidera. De ahí que arriba dijera: "los cuales, no teniendo ninguna esperanza, se entregan a la disolución, para zambullirse, con un ardor insaciable, en toda suerte de impurezas". "No haya prado donde no dejemos las huellas de nuestra intemperancia" (Sg 2,8). Mas ¿por qué? Porque "no creyeron que hubiese galardón para el justo".

Dice, por tanto, que "sobre los hijos de la desconfianza", esto es, que no la tienen de alcanzar los gozos eternos, "descargó la ira de Dios" por los pecados; o dígase, de desconfianza, esto es, en quienes, por lo que mira a méritos, no hay motivo ninguno para esperar. Por consiguiente, la conclusión: "no queráis, por tanto, tener parte con ellos", es a saber, haciéndoos cómplices de tales obras; porque "¿qué tiene que ver la justicia con la iniquidad? Y ¿qué compañía puede haber entre la luz y las tinieblas? O ¿qué concordia entre Cristo y Belial? O ¿qué parte tiene el fiel con el infiel?" (2Co 6,14).



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Ep 5,8-11)

Lección 4: Efesios 5,8-11

Amonéstalos a que, ya que han echado por el camino de la virtud, no echen pie atrás y tornen a la vida viciosa.

8. Porque verdad es que en otro tiempo no erais sino tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Y así, proceded como hijos de la luz.
9. El fruto de la luz consiste en proceder con toda bondad y justicia y verdad,
10. inquiriendo lo que es agradable a Dios.
11. No queráis, pues, ser cómplices de las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien reprendedlas.

En páginas anteriores el Apóstol puso un ¡hasta aquí! a los pecados carnales, dando de mano a las falacias de los embusteros y amenazando con la pena eterna; aquí señala otra razón, tornada de su condición, de la que saca dos conclusiones. La condición la examina a dos visos: en su aspecto pretérito y en el presente. Dice pues: "erais un tiempo tinieblas", esto es, estabais enceguecidos por la ignorancia y el error (Ep 4 Ps 81) y entenebrecidos por el pecado. "El camino de los impíos está lleno de tinieblas; no advierten el precipicio en que van a caer" (Pr 4,19). Pero notemos que no dice indeterminadamente tenebrosos, sino tinieblas; porque así como cualquier hombre parece ser Jo que principalmente se halla en él, pongamos por ejemplo, toda una ciudad parece ser el rey, y lo que el rey hace dícese que lo hace la ciudad; de la misma manera, cuando reina el pecado en el hombre, dícese todo el hombre pecado y tinieblas.

-"mas ahora sois luz en el Señor". Aquí pone la condición presente; como si dijera: pero ahora tenéis la luz de la fe (Ph 2 Mt 5). Mas, al contrario, dícese de San Juan Bautista que "no era él la luz"; entonces, ¿cómo puede decirse de los otros fieles que son luz? Respondo: no se llaman luz por esencia, sino por participación.

Al decir luego: "proceded como hijos de la luz", saca las dos conclusiones, puesto que había dicho que fueron en otro tiempo tinieblas, y que ahora son luz. Por consiguiente, la primera conclusión es que se ajusten a lo que ahora son; la segunda, que eviten lo que antes fueron; y pone primero la admonición, seguida de su explicación. Dice pues: puesto que ahora sois luz, haced obras luminosas; luego portaos como hijos de la luz (Jn 12). Pensamiento que explana diciendo: "que el fruto de la luz consiste…" De dos modos se dice que procede uno como hijo de la luz: cuanto a la substancia o género de la obra; cuanto al modo o intención del que la hace. De suerte que primero pone las obras que conviene hacer, luego con qué intención deben hacerse.

Dice entonces: dicho queda que os portéis como hijos de la luz, cuyos frutos son las obras esclarecidas y fructíferas: "mis flores dan frutos de gloria y de riqueza" (Si 24,23); y esto "en toda bondad". Donde conviene advertir que todo acto virtuoso se reduce a 3 cosas; porque es menester que el agente guarde orden consigo, para con el prójimo y para con Dios. Orden consigo, de arte que en sí mismo sea bueno; por lo cual dice: "en toda bondad" (Ps 118). Para con el prójimo, por medio de la justicia: "en justicia" (Ps 118). Para con Dios, por medio del conocimiento y confesión de la verdad: "y verdad" (Za 8). O explicando el texto de otra manera, de suerte que la bondad se refiera al corazón, la justicia a la obra, la verdad a la boca (Ep 4 Za 8).

-"inquiriendo". Muéstrales con qué intención han de obrar, no de repente, sino inquiriendo, esto es, discerniendo con la razón, o, como dice en Ga 6,4: "examine cada uno sus propias obras"; inquiriendo, digo, "lo que es agradable a Dios", esto es, procuréis hacer lo que es agradable a Dios (Rm 12).

Después, por contraposición, los exhorta a no volver a las andadas, al estado que dejaron: "y no queráis ser cómplices"; porque los que tal hacen son, dice San Pedro (2P 2,22: "como el perro que vuelve a comer lo que vomitó, y la marrana lavada que torna a revolcarse en el cieno". Divídese esta parte en dos, con amonestación en la primera para que no obren mal, y en la segunda aconsejándolos para que no dejen sin reprensión lo malo. Dice pues: "inquiriendo lo que es agradable a Dios. Y no queráis ser cómplices de las obras infructuosas de las tinieblas", esto es, de las obras carnales cuyo paradero son las tinieblas perpetuas; y son infructuosas, porque es veloz como el rayo su deleite momentáneo. "Arboles otoñales, infructuosos, dos veces muertos, sin raíces; olas bravas de la mar, que arrojan las espumas de sus torpezas" (Jc 1,12). "Y ¿qué fruto sacasteis entonces de aquellos desórdenes de que al presente os avergonzáis?" (Rm 6,21). Asimismo, como capa de malhechores, buscan los sitios tenebrosos, por la torpeza de sus malas acciones, con las que se ponen al nivel de los brutos. "Ei ojo del adúltero está aguardando la obscuridad, diciendo: nadie me verá; y embózase para que no sea conocido su rostro. Fuerza de noche las casas, según lo acordado por entrambos entre día, y huyen de la luz. Si da de repente sobre ellos la aurora, míranla como sombra de muerte; y así andan de noche tan agitados como de día" (Jb 24,15).

No queráis, pues, ser sus cómplices, imitándolos, ayudándolos, consintiendo sus perversas acciones. "¿Qué comunicación puede haber entre un hombre santo y un perro, (impío)?" (Si 13,22). Pero no basta la no comunicación, si no se acude a la reprensión, porque, como dice San Agustín, Dios algunas veces castiga a los que sin culpa tienen trato con ellos, porque algunos buenos no reprenden, como es razón, a los malos; "que a cada uno mandó el amor (y corrección) de su prójimo" (Si 17,12). Por eso dice: "antes bien, reprendedlas" (2Tm 4). Mas ¿por ventura pecamos siempre si no reprendemos? Responde San Agustín: si el no reprender nace de un temor caritativo, es a saber, no sea que el reprendido, sintiéndose escarnecido, vuélvase entonces peor, y a los buenos dé aflicción, digo que así no hay pecado. Pero si el no reprender nace del miedo a perder la prebenda y beneficio (porque el reprendido airado se volverá contra ti), digo que por este vicio de codicia sí hay pecado.



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(
Ep 5,11-14)

Lección 5: Efesios 5,11-14

Explica por qué no han de hacerse cómplices de las acciones gentílicas, porque es vergonzoso aun decirlas.

12. Porque las cosas que hacen ellos en secreto no permite el pudor ni aun decirlas.
13. Mas todo lo que es reprensible se descubre por la luz; siendo la luz la que lo aclara todo.
14. Por eso dice el Señor: levántate tú que duermes, y resucita de la muerte, y te alumbrará Cristo,

Luego de las amonestaciones que puso arriba, que no tuviesen parte en las obras tenebrosas, que reprendiesen a los pecadores, señala aquí el Apóstol el por qué de ellas. Dice pues: bien dije que no os hicierais cómplices; más todavía: que deberíais reconvenir y redargüir a tales hombres. ¿Por qué? "Porque las cosas que hacen en secreto no permite el pudor ni aun pronunciarlas". Esto se refiere a los vicios carnales, que, por brutales, salen de compás y término en deshonestidad y torpeza; donde apenas hay pizca de bien racional, siendo como son tales actos a nosotros y a los brutos comunes.

-"Mas todo lo que es reprensible". Aquí va la razón de la otra monición, con su autoridad confirmativa; y cuanto a lo primero, quiere probar que es conveniente que reconvengan a los delincuentes, de esta manera: lo que por malo se vende, y así ostenta la fachada, es digno de reprensión; que es toda redargución cierta manifestación. Mas ya que toda manifestación se hace por medio de luz, y vosotros sois la luz; luego es cosa conveniente que los saquéis a la luz y a la pública vergüenza. La mayor de este silogismo la pone allí diciendo: "mas todo lo que es reprensible"; y la menor también: "todo lo que se manifiesta"; como si dijera: por eso es conveniente los reprendáis, porque, como dice 1Co 2,15: "el hombre espiritual discierne o juzga de todo, y nadie que no tenga esta luz puede a él discernirle". De aquí la explicación de la Glosa: todo ¡o que es reprensible, es a saber, los pecados, se descubre por la luz, esto es, por los hombres buenos y santos, que son hijos de la luz; se descubre, digo, por medio de la confesión, según aquello: "quien encubre sus pecados no podrá ser dirigido; mas el que los confesare y se arrepintiere de ellos alcanzará misericordia" (Pr 28,13). Y todo lo que por medio de la confesión sale a la luz es luz, esto es, se convierte en luz.

Lo antedicho lo confirma por autoridad diciendo: "por eso dice el Señor: levántate tú que duermes", que así expone la Glosa: por ser luz, dice, a saber, el Espíritu Santo: tú, que duermes, levántate… Pero éste no es estilo de Pablo. Digamos, por tanto, que aquí introduce el Apóstol la figura del profeta Isaías: "levántate, oh Jerusalén, recibe la luz", diciendo: por eso dice, a saber, la Escritura: levántate de la negligencia en obrar bien, tú, que duermes. "¿Hasta cuándo has de dormir, tú, oh perezoso?" (Pr 6,9). "¿Acaso el que duerme no volverá a levantarse?" (Ps 40,9).

-"y resucita de la muerte", esto es, de las obras muertas o que dan la muerte (He 9 Is 26). Levántate, pues, "y te iluminará Cristo" (Ps 26). Pero al decir eso ¿quiere decir que podemos por nosotros resucitar de los pecados? Respondo.: para la justificación del impío dos cosas son menester: la cooperación del libre arbitrio para resucitar y la misma gracia. Y ciertamente este primer paso lo da el libre arbitrio prevenido de la gracia, o ayudado de la gracia preveniente, para luego, con la gracia subsiguiente, obrar con mérito. Por eso dice Jeremías: "conviértenos, Dios, y nos convertiremos".



36
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Ep 5,15-17)

Lección 6: Efesios 5,11-17

Quiere que procedan con cautela, como hacen los sabios, y que rescaten el tiempo, porque los días que atraviesan son breves y malos.

15. Y así, mirad, hermanos, que andéis con gran circunspección, no como necios,
16. sino como prudentes, recobrando el tiempo perdido, porque los días de nuestra vida son malos.
17. Por tanto, no seáis indiscretos, sino atentos sobre cuál es la voluntad de Dios.

Arriba puso coto el Apóstol a las mañas viejas de las falacias carnales, aquí los exhorta a la novedad contraria a ellas: a la falacia y a la lujuria; y primero los induce a la cautela contraria a la falacia, muestra su novedad y enseña su modo. Dice, por tanto: "así que (como una conclusión de las premisas), mirad que andéis con gran circunspección". La cautela es una condición de la prudencia, por la que uno evita los impedimentos de las cosas en la vida práctica; cautela que todos deben tener. "Dirige tus ojos reciamente, y adelántese tu vista a los pasos que des" (Pr 4,25). Esta es industria propia de sabios, y por eso dice: "no como necios", desmañados para evitar los estorbos (Ps 75), "sino como prudentes" (Si 2). Algunos dicen: si castamente no, al menos con cautela; pero no es éste el sentir del Apóstol, que dice cautamente, como si dijera: guardaos de los hombres que hacen guerra a la castidad.

Muestra la necesidad de esta cautela diciendo: "recobrando el tiempo", que puede explicarse de dos maneras:

a) Algunas veces recobra uno alguna cosa de su propiedad a cambio de presentes o algo parecido, así como se dice que uno redime su vejación con presentes o dinero, o cuando renuncia a su derecho. Dice pues: todo el tiempo, esto es, el tiempo de la calumnia; por consiguiente, recobrando el tiempo, "ya que los días son malos". Desde que pecó Adán, desde entonces emboscados están los enemigos y armadas sus zancadillas para hacernos caer en pecado. No así en el estado de la inocencia, en que no le era menester al hombre abstenerse de algo lícito, porque en su voluntad no había cosa que lo impulsara al pecado. Pero ahora es necesario recobrar el tiempo, "porque los días son malos", esto es, debemos evitar la malicia de los días, precaver, como dice el Qo 7, el día malo, y abstenerse aun de ciertas cosas lícitas; que "si todo me es lícito, pero no todo es conveniente" (1Co 10,22). De este modo se dice que uno redime su vejación, porque deja malograrse algo que de derecho le corresponde.

b) sucede que alguno una buena parte de su vida la vivió en pecado, y ésta se reputa por tiempo perdido. Mas ¿cómo recobrarlo, no teniendo el hombre de dónde echar mano para pagar sus deudas? Respondo: diremos que tanto más debe dedicarse a obras buenas cuanto primero se estancó en las malas; porque "demasiado tiempo habéis pasado durante vuestra vida anterior entregados a las mismas pasiones que los paganos, viviendo en lascivias, en codicias, en embriagueces, en glotonerías, en excesos en las bebidas, y en idolatrías abominables" (1P 4,3). Pero la primera explicación es mejor.

Al decir después: "por tanto, no seáis indiscretos", enseña de qué modo ha de cautelarse uno: por tanto, es a saber, para que podáis recobrar el tiempo, no queráis ser imprudentes. Diferencia hay entre sabiduría y prudencia; porque la prudencia es una especie de sabiduría, pero no es toda la sabiduría. "La sabiduría del hombre está en su cordura" (Pr 10,23); que al sabio sin mas (simpliciter) le toca poner orden en todo; al sabio (secundum quid) según su término y facultad poner orden en lo que abarca su acotada sabiduría (1Co 3); ya que poner orden es propio del sabio, como dice Aristóteles en su Metafísica. Ahora bien, todo ordenador tiene presente el fin. Por consiguiente, sin más es sabio el que conoce el fin, o el que obra por el fin universal, es a saber, Dios. "En esto consiste vuestra sabiduría" (Dt 4) que, corno dice San Agustín, es el conocimiento de las cosas divinas. La prudencia, en cambio, es la providencia en una cosa particular, a saber, cuando uno pone en orden sus acciones, y, por consiguiente, la sabiduría para el hombre está en su prudencia. Por eso dice: "no seáis imprudentes, sino avisados". Así como la razón especulativa ordena y juzga, lo que hay que hacer; pero conviene sacar conclusiones y juzgar por principios, lo mismo en lo que ha de llevarse a la práctica; y este primer principio por el que debemos juzgarlo y gobernarlo todo es la voluntad de Dios; y, por tanto, en las cosas morales y divinas el entendimiento debe tener por principio la voluntad de Dios, que, si es así, es un entendimiento que obra con prudencia (Dt 32). Así lo enseñó Cristo: "Hágase tu voluntad" (Mt 6). Por puro don de Dios lo recibimos (Rm 5). La otra manera es dispositiva, y aun así no hay en nosotros capacidad suficiente para recibirlo, esto es, para disponernos, sin la gracia de Dios. "No porque seamos suficientes por nosotros mismos para concebir algún buen pensamiento, como de nosotros mismos; sino que nuestra suficiencia (o capacidad para todo lo bueno) viene de Dios" (2Co 3,5). O dígase que alguno recibe al Espíritu Santo -mas no que está lleno del Espíritu Santo- cuando tiene la gracia del Espíritu Santo para alguna operación del hombre, no para todas; que entonces se dice lleno, cuando el Espíritu Santo le sirve generalmente para todo.

El modo de este henchimiento se reduce al amor de Dios y del prójimo, que toca cuando dice: "habiéndoos", de parte de Dios, y de parte del prójimo, al decir: "subordinados unos a otros". Cuanto a lo primero, pónese la meditación espiritual, con su modo y materia, la alegría espiritual, el hacimiento de gracias. Dice pues: "hablando entre vosotros"; acerca de lo cual es de considerar que hay dos géneros de locución, una exterior y otra interior, según que un hombre hable con otros o consigo mismo. Esta última debe ser de compunción: "hablaré en medio de la amargura de mi alma" (Jb 10,1). Asimismo debe hacerse en secreto. "Mas tú cuando hubieres de orar, entra en tu cámara, y, a puerta cerrada, ora en secreto a tu Padre" (Mt 6,6 Sg 8). La materia de la meditación son los Salmos. Dice: "entreteniéndoos con Salmos". Salmear es usar el salterio; y así, decir con salmos es lo mismo que entretenerse en buenas acciones. "Tocad el salterio y tañed el címbalo, la dulcísona cítara con el arpa" (Ps 80,3). -"con himnos", esto es, alabanzas divinas (Ps 140); "y canciones espirituales" que hacen suspire uno por la vida eterna. (Rm 12 Ps 91 Ps 97).

Meditemos, pues, a propósito de la recta operación, qué hay que hacer; sobre las divinas alabanzas, qué imitar; acerca del gozo y fiesta del cielo, qué servicio y cómo lo hemos de prestar. Así que el primer efecto del Espíritu Santo es la sagrada meditación, el segundo el regocijo espiritual, ya que de tanto meditar enciéndese en el corazón el fuego de la caridad. "Enardecióse mi corazón dentro del pecho; al reflexionar se escendió fuego" (Ps 38,4). De aquí la alegría espiritual que se engendra en el alma. Por eso dice: "cantando y loando al Señor en vuestros corazones", esto es, que al hacer nuestras acciones las hagamos con sentimientos bañados de gozo espiritual (1Co 14 Col 3).

Con esto quedan corridos y avergonzados los herejes que yerran diciendo que al Señor han de cantársele cánticos espirituales solamente, pero que en vano se le cantan cánticos vocales; porque en las alabanzas de la Iglesia hay algo de por sí digno de consideración, y esto es lo que el Apóstol insinúa al decir: "en vuestros corazones". Y este algo tiene su buen porqué, que somos nosotros y los demás. Nosotros, para que nuestra alma se despierte y mueva a devoción interior -que si a alguno con eso se le alborotase la sensualidad o se le subiesen los humos de la gloria vana, eso sería contra la intención de la Iglesia-. Los otros, porque con esos cantos la gente indocta se hace más devota. "Mientras al son del arpa cantaba el arpista, la virtud del Señor se hizo sentir sobre Elíseo" (4 Reyes,3,15).

El tercer efecto es el hacimiento de gracias, porque, embargado uno con esos sentimientos, reconoce que todo se lo debe a Dios. Que cuanto más enamorado está uno de Dios, y más lo conoce, tanto mayor diferencia advierte entre Dios mayor y él, hombre, menor; más todavía, se ve casi nada en comparación de Dios. "Ya, Señor, te conocía de oídas; pero ahora parece que te veo con mis propios ojos. Por eso yo me acuso a mí mismo, y hago penitencia envuelto en polvo y ceniza" (Jb 42,5). Por eso dice: "dando siempre gracias por todo", es a saber, por los dones, y por los acontecimientos, o prósperos o adversos (Ps 33); porque también éstos son dádivas en nuestro camino al cielo (Jc 1 Ac 5 1Th 5). Y esto "en el nombre de nuestro Señor Jesucristo", porque por El nos vienen todos los bienes (Rm 5). Pero añade: "a Dios", en cuanto por la creación es nuestro autor, "y padre", en cuanto nos envió a Cristo, por el cual nos dio nueva vida. Y así hemos de dar gracias a Dios por los bienes de naturaleza; y al Padre por los de gracia. Tocante al prójimo, el modo del henchimiento lo señala diciendo: "subordinados unos a otros por el santo temor de Cristo", esto es, no por el temor humano, sino por el de Cristo.




Aquino: Efesios 31