Aquino - A LOS GALATAS 9

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Ga 2,11-14)

Lección 3: Gálatas 2,11-14

Nada le enseña Pedro a Paulo, sino más bien al contrario porque Paulo le fue útil a Pedro por la corrección con la que tuvo que corregirlo.

11. Mas cuando Cejas vino a Antioquia cara a cara le resistí, porque era reprensible.
12. Pues él, antes que viniesen ciertos hombres de júnto a Santiago, comía con los Gentiles. Mas cuando llegaron aquéllos se retraía y se apartaba, por temor a los que eran de la circuncisión.
13. Y en su simulación incurrieron también los demás Judíos, tanto que aun Bernabé fue arrastrado por ellos a aquella simulación.
14. Mas viendo yo que no andaban rectamente conforme a la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: Si tú, siendo judío, vives como los Gentiles, y no judaicamente, ¿cómo fuerzas a los Gentiles a judaizar?

Habiendo mostrado arriba el Apóstol que nada de utilidad recibió él del canfrontamiento con los dichos Apóstoles, aquí muestra que él sí les fue de provecho a los demás, Y primero muestra de qué manera le fue útil a Pedro corrigiéndolo; segundo, manifiesta lo que dijo: pues él antes que viniesen, etc. Así es que dice: En verdad que ellos nada me enseñaron, sino que más bien yo les enseñé a ellos, y especialmente a Pedro; porque cuando Cefas vino a Antioquía, donde la 1glesia era de los Gentiles, yo le resistí cara a cara, esto es, manifiestamente. No respetes a tu prójimo cuando cae, no reprimas tu palabra cuando puede ser saludable (Eccli 4,27). O bien, en su cara, esto es, no en oculto, Como infamando y temerosamente, sino públicamente y como igual suyo. No aborrezcas en tu corazón a tu hermano, sino corrígele abiertamente (Lev 19,17). Y esto porque era reprensible.

Objeción.-Pero en contra está que todo esto ocurrió después de recibida la gracia del Espíritu Santo; y después de recibida esa gracia de ninguna manera pecaron los Apóstoles.

Respuesta.-Débese decir que después de recibida ia gracia del Espíritu Santo de ningún modo pecaron mortalmente los Apóstoles, y este don lo tuvieron por el poder divino, que los confirmó. Yo fui quien dio firmeza a sus columnas (Ps 74,4). Sin embargo, pecaron venialmente y esto les ocurrió por la fragilidad humana. Si dijésemos que no tenemos pecado, ni venial, nosotros mismos nos engañamos. (1Jn 1,8). Y sobre lo que dice la Glosa: le resistió como igual débese decir que el Apóstol Pablo se le enfrentó a Pedro en cuanto al ejercicio de la autoridad, no en cuanto a la autoridad del poder. Y de lo dicho tenemos una enseñanza: de humildad para los prelados, para que no desdeñan el ser corregidos por los inferiores y los subditos; de celo y libertad para los subditos, para que no teman corregir a los prelados, principalmente si la falta es pública y redunda en perjuicio del pueblo.

En seguida, cuando dice: Pues él, antes que viniesen, etc., aclara lo que dijera. Y primero que era reprensible en lo que le dijo; segundo, que se lo reprendió a Pedro: Mas viendo yo que no andaban rectamente, etc. Acerca de lo primero hace tres cosas. Primero muestra qué era lo que Pedro pensaba; segundo, cómo obraba: Mas cuando Cefas vino etc.; tercero, qué se seguía de ello: Y en su simulación incurrieron, etc. Así es que acerca de lo primero dice que Pedro juzgaba que no debían observarse las prescripciones legales. Y esto lo manifestaba de hecho porque antes.de que viniesen ciertos Judíos celantes de las dichas prescripciones, de júnto a Santiago, obispo de la 1glesia ¡erosolimitana, comía Pedro con los Gentiles, esto es, indistintamente comía de los alimentos de los Gentiles; cosa que hacía por impulso del Espíritu Santo, que le había dicho: Lo que Dios ha purificado no lo llames profano, como leemos en Hechos 10,15, cosa que él mismo les dijo -en el siguiente capítulo- a los Judíos que contra él se levantaran por haber comido con los incircuncisos, como dando la razón de ello. Y cómo obraba lo muestra aquí Pablo diciendo que estando con los Judíos se retraía del trato con los fieles que habían sido Gentiles, adhiriéndose tan sólo a los Judíos y juntándose con ellos. Por lo cual dice: Mas cuando Cefas vino de Judea, se retraía de los Gentiles convertidos, y se apartaba de ellos. Y esto por temor a los que eran de la circuncisión-, esto es, a los Judíos, no ciertamente con temor humano o mundano, sino por temor de caridad, por no escandalizarlos, como se dice en la Glosa. Y por eso con los Judíos se hizo como Judío, simulando sentir con los débiles; pero sin embargo temía desordenadamente, porque ¡arnés debe abandonarse la verdad por temor al escándalo. Y qué se seguía de tal simulación lo agrega diciendo: que en su simulación incurrieron también los demás Judíos que estaban en Antioquía, haciendo distinción de alimentos y separándose de los Gentiles, no habiendo hecho tal cosa antes de su simulación. Y no sólo ellos se le unieron a Pedro, sino que de tal modo penetró esa simulación en el corazón de los fieles, que aun Bernabé, que conmigo era doctor de los Gentiles, y hacía y enseñaba lo contrario, fue arrastrado por ellos a la misma simulación, retrayéndose de los Gentiles. Y esto porque, como se dice en el Eclesiástico 10,2, Cual es el gobernador de la ciudad, tales son sus habitantes. Y allí mismo: Cual es el juez del pueblo tales son sus ministros.

En seguida, cuando dice: Mas viendo yo, etc., aclara lo que dijera sobre la reprensión con la que corrigió a Pedro. Y acerca de esto hace tres cosas. La primera, indicar la causa de la reprensión; la segunda, el modo de su reprensión; la tercera, las palabras de la reprensión. Ahora bien, el motivo de la reprensión no es leve, sino justo y útil, por el peligro en que estaba la verdad evangélica. Y por eso dice: Pedro era reprensible, pero viendo, yo sólo, que no andaban rectamente, los que así obraban^ conforme a la verdad del Evangelio, porque con ello se extinguía la verdad, si se obligaba a los. Gentiles a guardar las prescripciones legales, como adelante se verá claramente. Y no andaban rectamente porque la verdad, sobre todo cuando está en grave peligro, se debe predicar públicamente, ni es lícito hacer lo contrario en atención al escándalo de algunos. Lo que os digo de noche decidlo a la luz del día (Mt 10,27). La senda del justo es recta: derecha es la vereda por donde el justo camina (¡Is 26,7). En cuanto al modo de la reprensión fue el conveniente por haber sido público y manifiesto. Por lo cual dice: Dije a Cefas, esto es, a Pedro, en presencia de todos, porque su simulación constituía un peligro para todos. A los pecadores repréndelos delante de todos (I Tim 5,20). Lo cual débese entender de los pecados públicos y no de los ocultos, en ios que se debe guardar el orden de la corrección fraterna. Ahora bien, habiéndole dicho él Apóstol a Pedro lo debido al reprenderlo, agrega todavía: Si tú, siendo Judío, etc.; como si dijera: Oh Pedro, si tú, siendo Judío de nación y de raza, vives como los Gentiles y no judaicamente, esto es, observas las costumbres de los Gentiles y no las de los Judíos, porque sabes que la diferenciación de los alimentos nada nos da, ¿cómo fuerzas a los Gentiles, no ciertamente con un mandato, sino con el ejemplo de tu conducta, a judaizar? Y dice fuerzas, porque según dice el Papa León, más obligan los ejemplos que las palabras. Así es que Pablo reprende a Pedro por haber sido éste mismo instruido por Dios, habiendo vivido primero judaicamente, para que en lo sucesivo ya no hiciera distinción de alimentos (Lo que Dios ha purificado no lo llames profano: Hechos 10,15), y sin embargo él mismo hacía lo contrario.

Mas débese saber que con ocasión de estas palabras se suscitó una no pequeña controversia entre Jerónimo y Agustín. Y según lo que claramente se colige de sus palabras, se ve que disienten en cuatro cosas. Y primero en cuanto al tiempo de las prescripciones legales, sobre cuándo debieron obser1arse. Porque Jerónimo distingue dos tiempos: el uno antes de la Pasión de Cristo, y el otro después de la Pasión. Así es que pretende Jerónimo que esas prescripciones estaban vigentes antes de la Pasión de Cristo, esto es, que poseían su virtud, en cuanto que por la circuncisión se borraba el pecado original, y por los sacrificios y oblaciones se aplacaba a Dios. Pero dice que después de la Pasión no sólo ya no tenían vida y estaban muertas sino que, lo que es más, eran mortíferas y que cualquiera que después de la Pasión de Cristo las guardare pecaba mortalmente.

Agustín, en cambio, distingue tres tiempos. El uno antes de la Pasión de Cristo, y concordando con Jerónimo dice que en este tiempo estaban vigentes las prescripciones legales. Otro tiempo es inmediatamente después de la Pasión de Cristo, antes de la divulgación de la gracia (como el tiempo de los Apóstoles al principio), durante el cual según Agustín no tenían ya vida las dichas prescripciones pero sin ser todavía mortíferas para los Judíos convertidos, con tal que al observarlas no pusieran en ellas la esperanza, de modo que aun los mismos Judíos que las guardaren no pecaban. Mas si ponían en ellas la esperanza los convertidos que las guardaren pecaban mortalmente, porque poniendo en ellas la esperanza como si fueran necesarias para la salvación por cuanto en ellas había, expulsaban la gracia de Cristo. El otro tiempo dice que es después de la divulgación de la verdad y de la gracia de Cristo, y dice que en este tiempo esas prescripciones estaban muertas y eran mortíferas para todos los que las guardaren. Y la razón de todo es que si a los Judíos inmediatamente después de la conversión se les hubieran prohibido las observancias legales, les habría parecido que se les emparejaba con los idólatras, a quienes al instante se les prohibía el culto de los ídolos, y así las prescripciones legales no habrían sido buenas como tampoco lo había sido la dolatría. Por lo cual, por moción del Espíritu se permitió que fueran observadas por poco tiempo, por la finalidad dicha, para mostrar así que habían sido buenas. En consecuencia dice Agustín que así se mostraba que la madre Sinagoga era llevada con todo honor al sepulcro, no prohibiéndose las dichas prescripciones legales inmediatamente después de la Pasión de Cristo. Y quien no las guardare de ese modo no honraría a la madre Sinagoga sino que la dejaría sin enterrar.

Lo segundo en que disienten los dichos Jerónimo y Agustín eé en cuanto a la observancia de las prescripciones legales por los propios Apóstoles. Porque Jerónimo dice que los Apóstoles nunca las guardaban en verdad, sino que simulaban guardarlas, para evitar el escándalo de los fieles procedentes de la circuncisión. Y dice que de este modo simuló Pablo cuando cumplió su voto en el Templo de Jerusalén, como consta en Hechos 21,26; así como cuando circuncidó a Timoteo, según se lee en Hechos 16,3; y como cuando por consejo de Santiago aceptó algunas de las prescripciones, como se dice en Hechos 15,20. Y obrando así no engañaban a los demás, porque lo hacían no en atención a observar las prescripciones legales, sino por otras causas, así como descansaban en sábado no por observar la Ley, sino por el descanso mismo. Así también se abstenían de los alimentos que eran impuros según la Ley, no por observancia de la Ley, sino por otras causas, como por ser execrables y otras semejantes.

En cambio, Agustín dice que los Apóstoles guardaban las prescripciones legales, y con esta intención, pero sin poner en ellas la esperanza como si fuesen necesarias para la salvación. Y que esto les era lícito por su procedencia judía. De tal manera, sin embargo, que las guardaban antes de la divulgación de la gracia; y de aquí que como en ese tiempo los otros Judíos convertidos podían sin peligro guardarlas, sin poner en ellas la esperanza, así también ellos mismos.

Lo tercero en que disienten es en cuanto al pecado de Pedro. Porque Jerónimo dice que en la predicha simulación no pecó Pedro, porque obró por caridad y no por temor humano alguno, como se ha dicho.-Agustín, en cambio, dice que Pedro pecó aunque venialmente, y esto por la falta de discreción que tuvo, adhiriéndose demasiado al partido de los Judíos para evitarles el escándalo. Y es más fuerte el argumento de Agustín contra Jerónimo, porque Jerónimo invoca de su parte a siete doctores, de los cuales Agustín excluye a cuatro -el Laodicense, y el Alejandrino, Orígenes y Dídimo-, en cuanto son tachados de herejía. Y a los otros tres les opone tres, que tiene a favor suyo y de su opinión, a saber, Ambrosio, Cipriano y el propio Pablo, quien claramente dice que Pedro era reprensible. De modo que siendo imposible decir que en la Sagrada Escritura se contiene algo falso, no seré cuerdo decir que Pedro no fue reprensible. Por lo cual es más justa la opinión y sentencia de Agustín, porque mejor concuerda con las palabras del Apóstol.

Lo cuarto en que disienten es en cuanto a la reprensión de Pablo. Porque Jerónimo dice que Pablo no reprendió en verdad a Pedro sino simuladamente, así Como simuladamente observaba Pedro las prescripciones legales; de modo que así como Pedro simulaba guardarlas por no escandalizar a los Judíos, así también Pablo, por no escandalizar a los Gentiles mostró desagradarle lo que hacía Pedro, y simuladamente lo reprendió, y obraban así como por convenio, cuidando así de los fieles que de uno y otro dependían. Y Agustín dice que así como Pedro observaba en verdad las prescripciones legales, así también dice que verdaderamente lo reprendió Pablo y no simuladamente. Y Pedro ciertamente pecó por esa observancia, porque de allí resultaba el escándalo para los Gentiles, de quienes se, retraía. Y Pablo no pecó reprendiéndolo, porque de su reprensión no se seguía escándalo alguno.

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Ga 2,15-16)

Lección 4: Gálatas 2,15-16

La verdad de la doctrina predicada por Pablo se muestra por la amistad de los Apóstoles con él, que tanto repetía que la justicia no procede de la Ley.

15. Nosotros somos Judíos de nacimiento, y no pecadores procedentes de la Gentilidad.
16. Mas, sabiendo que el hombre es justificado, no por obras de la Ley, sino por la fe en Jesucristo, nosotros mismos hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo, y no por las obras de la Ley; puesto que por las obras de la Ley no será justificada ninguna carne.

Por la autoridad de los demás Apóstoles mostró arriba la verdad de la doctrina apostólica por él predicada; aquí muestra lo mismo por la amistad de ellos y por su ejemplo. Y acerca de esto hace dos cosas. La primera demostrar sus tesis por la amistad de los Apóstoles; la segunda, mostrar la objeción de ios adversarios. Y si queriendo ser justificados en Cristo, etc. (Gal 2,17). Acerca de lo primero hace tres cosas. La primera, anteponer la calidad de los Apóstoles; la segunda, apuntar la amistad de ellos: Mas, sabiendo que el hombre es justificado, no por obras de la Ley, etc.; la tercera, la estricta condición: puesto que por las obras de la Ley, etc. Ahora bien, la calidad de los Apóstoles y del mismo Pablo consiste en que descienden de Judíos por natural origen. Y esto lo dice así: Nosotros, yo y los demás Apóstoles, somos de nacimiento, esto es, por natural origen, Judíos, no prosélitos. Hebreos son; yo también lo soy (2Co 1 1,22). Y este es un gran loor, porque, como se dice en Jn 4,22: la salud procede de los judíos. Y no pecadores procedentes de la Gentilidad, esto es, no somos pecadores al igual que los Gentiles idólatras e impuros.

Objeción. Pero en contra está lo que se dice en 1 Juan 1,8: Si dijésemos que no tenemos pecado, nosotros mismos nos engañamos, y no hay verdad en nosotros; así es que los Judíos son pecadores.

Respuesta. Débese decir que hay diferencia entre el que peca y el pecador. Porque en el primero hay un acto, y en el segundo hay prontitud o hábito para pecar. De aquí que la Escritura acostumbra llamar pecadores a los cargados y abrumados con los más graves e inicuos de los pecados. Así es que los Judíos, enorgullecidos por la Ley, como a fuerzas apartados por ella de los pecados, llamaban pecadores a los Gentiles que carecían del freno de la Ley y estaban propensos a pecar. Ni nos dejemos llevar aquí y allá de todos los vientos de opiniones, etc. (Ef 4,14). Así es que diciendo el Apóstol: y no pecadores procedentes de la Gentilidad quiere decir: no somos del número de los pecadores que hay entre los Gentiles, etc.

Enseguida, cuando dice: Mas, sabiendo que ej hombre es justificado,, no por obras de la Ley, etc., indica en dónde radica la confianza de los Apóstoles:-no en las prescripciones legales sino en la fe de Cristo. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero expresa la razón de la confianza apostólica; segundo, asienta esa misma confianza apostólica: nosotros mismos hemos creído en Cristo. Así es que la confianza apostólica estaba en la fe y no en las dichas prescripciones. Y la razón de ello es que aun cuando éramos Judíos de nacimiento y amamantados con esas prescripciones, sin embargo, sabiendo con certeza que no se justifica el hombre por las obras de la Ley, esto es, por las obras legales, sino por la fe de Jesucristo, por eso, abandonándolas nos convertimos a los preceptos de la fe. Así que concluimos ser justificado el hombre por la fe sin las obras de la Ley (Rm 3,28). No se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual debamos salvarnos (Ac 4,12).

Objeción. Pero en contra está lo que se dice en Romanos 2,13: No son justos delante de Dios los que oyen la Ley, sino los que la cumplen, etc. Por lo tanto, parece que el hombre es justificado.por las obras de la Ley.

Respuesta. Débese decir que ser justificado se puede entender de dos maneras: a saber, realizar la justicia y ser hecho justo. Ahora bien, del primer modo es justificado el hombre que hace las obras de justicia. Y nadie se hace justo sino por Dios, por la gracia. Así es que débese saber que de las obras de la Ley unas eran morales, y otras ceremoniales. Las morales, aun cuando se incluían en la Ley, sin embargo no se podían llamar propiamente obras de la Ley, siendo que por moción natural y por ley natural es llevado el hombre a ellas. En cambio, las ceremoniales se llaman propiamente obras de la Ley. Así es que por lo que ve al cumplimiento de la justicia por las obras morales y también por las ceremoniales, en tanto es justificado el hombre en cuanto el observarlas sea obra de obediencia, para que alcancen a ser sacramentos, y así se entiende según les dice el Apóstol a los Romanos (2,13). Mas en cuanto a hacerse justo el hombre por las obras de la Ley es claro, que el hombre no es justificado por éstas, porque los sacramentos de la antigua Ley no conferían la gracia. Adelante (4,9) dice: ¿Cómo tornáis otra vez a estas observancias que son sin vigor ni suficiencia?, esto es, que ni confieren la gracia ni,la contienen. En cambio, los sacramentos de la Nueva Ley, aun cuando sean elementos materiales, sin embargo no son elementos sin eficacia, porque en sí mismos contienen la gracia, por lo cual también pueden justificar. Y los que en la antigua Ley eran justos no eran justos por las obras de la ley, sino solamente por la fe de Cristo, a quien -Dios estableció como mediador por la fe, como se dice en Romanos 3,25. De aquí que los propios sacramentos de la antigua Ley no fueron sino ciertas declaraciones dé fe en Cristo, como también lo son nuestros Sacramentos, pero de manera diferente, porque aquellos sacramentos configuraban la gracia de Cristo como futura; y en cambio de nuestros sacramentos se afirma que contienen la gracia actual y presente. Y por eso claramente dice que el hombre no es justificado por obras de la Ley, sino por ia fe en Jesucristo, porque aun cuando antiguamente algunos de los observantes de la Ley eran justificados, sin embargo esto no se debía sino a la fe en Jesucristo. Así es que del conocimiento que los Apóstoles tenían de que la justificación no es por las obras de la Ley sino por la fe en Jesucristo, se explica ei cambio de los Apóstoles eligiendo la fe de Cristo y abandonando las obras de la Ley. De aquí que agrega: y nosotros mismos hemos creído en Cristo Jesús, porque, como se dice en Hechos 4,12: No se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, etc. De aquí que continúa así: para ser justificados (Justificados, pues, por la fe, etc.: Rm 5,1). Y para que nadie crea que júntamente con la ley de Cristo justifican las obras de la Ley, agrega: y no por las obras de ia Ley (Así que concluimos ser justificado el hombre por la fe, etc.: Rm 3,28). De aquí concluye su principal propósito, diciendo que si los Apóstoles, que son judíos por nacimiento, no tratan de justificarse por las obras de la Ley, sino por la fe, puesto que por las obras de la Ley no será justificada carne alguna, ningún hombre podrá justificarse por las obras de la Ley. Porque aquí se toma la palabra carne con el significado de hombre, esto es, la parte significa el todo, como en Is 40,5: Se revelará la gloria de Yahvéh, y toda carne a una la verá. Y diciendo: puesto que, etc., concluye como de lo mayor a lo menor. Porque se ve que sería más natural o racional que sean Judíos los que se justifiquen por las obras de la Ley y no por la fe, que no los demás; pero aquello no es así; luego, etc.

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Ga 2,17-18)

Lección 5: Gálatas 2,17-18

Enseña que Cristo no es ministro def pecado aun cuando por Cristo seamos justificados del pecado.

17. Y si, queriendo ser justificados en El mismo, hemos sido hallados también nosotros pecadores, ¿entonces Cristo es ministro de pecado? De ninguna manera.
18. Mas si lo que yo había destruido lo edifico de nuevo, me constituyo prevaricador.

Habiendo mostrado el Apóstol por el cambio de los Apóstoles que no se deben observar las prescripciones legales, cosa que él mismo había dicho, aquí presenta la cuestión en sentido contrario. Y acerca de esto hace tres cosas. Primero plantea la cuestión; luego, la resuelve: De ninguna manera, etc.; tercero, explica su solución: Pero yo estoy muerto a la Ley por la Ley misma, etc. Lo primero se puede exponer de dos maneras según la Glosa. Primero así: Porque podría alguien decir que abandonando los Apóstoles la Ley y viniendo a la fe de Cristo pecaban. Pero de aquí deduce el Apóstol un cierto inconveniente, a saber, que Cristo sería el autor del pecado por llamar a los hombres a su fe. Y esto lo dice así: Y si, esto es, pero si nosotros los Apóstoles queriendo ser justificados, en El mismo, esto es, por El mismo, a saber por Cristo, hemos sido hallados, o sea, que manifiestamente se nos comprueba que también nosotros somos pecadores por el abandono de la Ley, ¿entonces Cristo es ministro de pecado?, esto es, ¿nos lleva al pecado quien nos llamó del estado de la Ley a su fe?.Adelante (Gal 4,4-5) dice: sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban debajo de la Ley; para redimirlos del peso de la Ley. Responde el Apóstol: De ninguna manera, porque más bien es ministro de justicia. Por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos (Rm 5,19). El cual no cometió pecado alguno, etc. (1P 2,22). Y que Cristo no es ministro de pecado apartando de la Ley antigua es algo claro porque si yo mismo lo que había destruido, a saber, la soberbia que se gloriaba de la Ley, lo edifico de nuevo, queriendo volver a que nos gloriemos de la Ley, me constituyo prevaricador yo mismo, volviendo a tomar lo que había destruido. Volvió el perro a su vómito, etc. (2 Pedro 2,22). Maldito sea del Señor quien reedificare a Jericó (Jos 6,26). Así es que dice: Lo que yo había destruido, no la propia Ley, como pretenden los tviani-queos, porque la Ley es santa (Rm 7,12), sino la soberbia de la Ley, de la cual se dice en Romanos 10,3: Esforzándose por establecer su propia justicia, etc. Y si alguien objeta que el mismo que en otro tiempo destruyera la fe de Cristo, se hacía prevaricador al edificarla, es clara la respuesta porque pretendió destruir la fe de Cristo, pero no prevaleció gracias a la Verdad. ¿Por qué me persigues? Dura cosa es para ti el dar coces contra el aguijón (Ac 9,5). Pero la soberbia de la Ley era vana, y por eso pudo ser destruida, y no debía ser reconstruida.

De una segunda manera se puede explicar, refiriendo el hemos sido hallados también nosotros pecadores no al abandono de la Ley, como ya se expuso, sino más bien a la propia observancia de la Ley. Porque es claro que cualquiera que desee ser justificado, públicamente confesará no ser justo sino pecador. Así es que el sentido es éste: Si nosotros, queriendo ser justificados en Cristo, por el hecho mismo de que queremos justificarnos, somos hallados, esto es, con razón comprobamos que también nosotros mismos somos pecadores, por el hecho de que observamos la Ley, ¿acaso Cristo es ministro de pecado, para que mandara a los hombres después de su Pasión observar las prescripciones legales, cosa que no puede hacerse sin pecado? Y debemos observar que esta exposición tiene lugar según la opinión de Jerónimo, que considera mortíferas las dichas observancias inmediatamente después de la Pasión de Cristo.

De un tercer modo se puede exponer refiriendo el hemos sido hallados también nosotros pecadores al estado en que la Ley se observaba, no, sin embargo, a que ellos mismos cometieran una falta por la observancia de la Ley, sino por defecto de la Ley misma, que no podía quitar el pecado, para que el sentido sea éste: Si queriendo ser justificados en El mismo, también nosotros somos hallados pecadores, o sea, que tenemos pecado, no desapareciendo el pecado por la Ley, según aquello de Romanos 3,9: Así Judíos como Gentiles todos están sujetos al pecado, ¿acaso Jesucristo es ministro de pecado para volvernos a la observancia de la Ley, en la cual estábamos sometidos al pecado? Y esta explicación tiene lugar conforme a la exposición de Agustín. Y Pablo responde a una y otra exposición: De ninguna manera, porque yo destruí la Ley carnalmente entendida, juzgando y enseñando espiritualmente. De aquí que si de nuevo quisiere edificar las observancias carnales de la Ley, sería yo un prevaricador de la Ley espiritual.

Y de un cuarto modo se puede exponer así: Dije que el hombre no es justificado por las obras de la Ley. Podría alguien decir que tampoco por la fe de Cristo, porque muchos después de recibida la fe de Cristo pecan. Y esto lo dice así: Si queriendo ser justificados en Cristo, esto es, por la fe de Cristo, después de recibida la fe de Cristo, se halla que también nosotros mismos los fieles somos pecadores, esto es, que vivimos en pecado, ¿acaso Jesucristo es ministro de pecado y de condenación, así como el ministro de la antigua Ley es ministro de pecado y de condenación? No porque la Ley llevara al pecado sino ocasionalmente, porque prohibía el pecado y no confería la gracia adyuvante para resistir al pecado. De aquí que se dice en Romanos 7,8: Mas el pecado estimulado con ocasión del mandamiento produjo en mí toda suerte de malos deseos. Pero Cristo da la gracia adyuvante. La gracia y la verdad fue traída por Jesucristo (Jn 1,17). Luego de ninguna manera es ministro de pecado, ni directa, ni ocasionalmente.

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Ga 2,19-21)

Lección 6: Gálatas 2,19-21

Muestra que él desecha la Ley y que no por esto comete iniquidad y que para vivir para Dios está muerto a la Ley.

19. Porque yo, por la Ley, morí a la Ley a fin de vivir para Dios: con Cristo he sido crucificado.
20. Y ya no vivo yo, sino que en mí vive Cristo. Y si ahora vivo en la carne, vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí.
21. No desecho la gracia de Dios. Porque si por la Ley ¡se obtiene la justicia, luego en balde murió Cristo.

Aquí explica el Apóstol la solución dada arriba. Y primero explica la solución; luego, deduce su principal propósito: no desecho la gracia de Dios, etc. Pero veamos que procediendo el Apóstol como investigador, no deja sin examinar la menor duda. Y por eso aun cuando sus palabras parezcan intrincadas, sin embargo, si con diligencia se les atiende, se ve que nada dice sin causa, lo cual es manifiesto en las palabras propuestas. Tres cosas hace en esto: La primera, indicar la solución; la segunda, explicar la enunciación de la solución: con Cristo he sido crucificado, etc.; la tercera, hacer a un lado la duda: y si ahora vivo, etc. Así es que como el Apóstol había dicho: Mas si lo mismo que he destruido, etc., lo cual se entiende acerca de la antigua Ley, podría ser tenido por alguien como destructor de la Ley, y en consecuencia como inicuo, según aquello del Salmo 1 18,126: Los soberbios han echado por tierra tu Ley; por eso el Apóstol quiere mostrar de qué modo destruye él la Ley sin ser, sin embargo, inicuo, diciendo: Porque yo, por la Ley, etc.; en lo cual débese saber que cuando alguien desecha la Ley por la misma Ley, el tal es un clarificador de la Ley, no un inicuo. Ahora bien, se desecha la Ley por la Ley cuando en la Ley se da algún precepto local o temporal, para que esa Ley se observe en tal o cual tiempo o en tal o cual lugar, y no en otro alguno, y esto mismo se expresa en la propia Ley. Si entonces alguien en otro tiempo o en otro lugar no observa la Ley, destruye la Ley por la Ley misma, y de esta manera destruyó el Apóstol la Ley. De aquí que destruí, dice, en cierto modo la Ley, pero por la Ley, porque yo morí a la Ley por la Ley, esto es, por la propia autoridad de la Ley la abandoné, como muerto a la Ley.

Porque la autoridad de la Ley, por la cual murió a la Ley, aparece en muchos lugares de la Sagrada Escritura. En Jeremías 31,31, sin embargo, bajo otras palabras: Confirmaré una alianza nueva con la Casa de Israel, etc.; en Deuteronomio 18,18: El Señor suscitará un profeta de en medio de vuestros hermanos, etc.; y en otros muchos lugares; así es que el Apóstol no es un transgresor al destruir la Ley.

O de otra manera: Yo, por la Ley, a saber, la espiritual, morí a la Ley carnal. Porque se muere a la Ley cuando se desecha la Ley liberado de la Ley. Según aquello de Romanos 7,2: en muriendo su marido, la mujer queda libre de la ley del marido. Y en cuanto el Apóstol estaba sujeto a la ley espiritual dice que está muerto a la Ley, esto es, desligado de la observancia de la Ley. La ley del espíritu de vida que está en Cristo Jesús me ha liberado de la ley del pecado, etc., (Rm 8,2). Puede haber otro modo de desechar la Ley sin prevaricación porque ciertamente cuando una ley está escrita en el papel entonces se llama ley muerta, y cuando está en la mente del legislador entonces se llama ley viva. Y es claro que si alguien obra conforme a la palabra del legislador contra la ley escrita, desata la ley, y se desata de la ley muerta, y guardará la ley viva conforme al mandato del legislador. Así es que dice según esto: morí a la Ley escrita y muerta, esto es, me desligué de ella, a fin de vivir para Dios, esto es, para dirigir mis actos conforme a sus palabras y ordenarlos a su honor. Porque la ley establecida en escritos algo transmite en atención a los extraños y a los que no pueden oírle su palabra viva; pero a los que con El están no se la dice por escrito, sino tan sólo de palabra. Porque al principio eran hombres débiles, sin fuerzas para alcanzar a Dios. Por lo cual fue necesario darles los preceptos de la Ley por escrito, para que por la Ley fueran llevados como de la mano por el pedago-do a oírle sus preceptos, conforme a lo que adelante dice: La Ley fue nuestro ayo que condujo a Cristo, etc. (Gal 3,24). Pero habiendo llegado júnto al Padre por Cristo, como se dice en Romanos 5,1.0, ya no somos instruidos por la Ley sobre los mandatos de Dios, sino por el mismo Dios. Y por eso dice: Llevado de la mano por la Ley morí a la Ley escrita, para vivir para Dios, esto es, para el propio autor de la Ley, para ser instruido y dirigido por El mismo.

En seguida, cuando dice: con Cristo he sido crucificado, etc., explica lo que dijera. Porque dijo que murió a la Ley y que vive para Dios. Y estas dos cosas las explica. Y primero que murió a la Ley, por lo cual dice: con Cristo he sido crucificado; segundo, que vive para Dios, diciendo: Y ya no vivo yo, sino que en mí vive Cristo. Y lo primero se puede explicar de dos maneras. La primera, como en la Glosa, así: Conforme al origen carnal cada hombre nace hijo de ira. Eramos por naturaleza hijos de ira (Ef 2,3). Y nace también en la vetustez del pecado. Envejeciste en país extranjero (Bar 3,2). La cual vetustez del pecado se quita por la cruz de Cristo, y se confiere la novedad de la vida espiritual. Así es que dice el Apóstol: con Cristo he sido crucificado, esto es, la concupiscencia o fómite del pecado, y todo lo semejante, murió en mí por la cruz de Cristo. Nuestro hombre viejo fue crucificado júntamente con El, etc. (Rm 6,6). Además, por haber sido crucificado con Cristo, no sólo morí al pecado, sino que también resucité con Cristo resucitado. El cual fue entregado por nuestros pecados (Rm 4,25). Así es que de esta manera renueva en nosotros la nueva vida, destruida la vetustez del pecado. Y por eso dice: Y ya no vivo yo, etc., esto es, por haber sido crucificado con Cristo, tengo fuerzas para obrar bien, ya no yo según la carne, porque ya no tengo la vetustez que primero tenía, sino que en mí vive Cristo, esto es, la novedad, que se nos ha dado por Cristo. O de otra manera: Se dice que el hombre vive para aquello en lo que principalmente finca su afecto y en lo que más se deleita. De aquí que los hombres que se deleitan al máximo o en el estudio o en la caza, se dice que eso es sui vida. Ahora bien, cada hombre tiene algún particular afecto por el que busca lo que le es provechoso; así es que mientras alguien vive buscando sólo lo que le es provechoso, vive sólo para sí mismo; pero cuando busca el bien de los demás, se dice que también para ellos vive. Así es que como el Apóstol renunciara a su propio querer por la cruz de Cristo, se decía muerto a su propio deseo, diciendo: con Cristo he sido crucificado, esto es, por la cruz de Cristo hice a un lado mi propio o privado querer. Por lo cual decía: Líbreme Dios de gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Sal 6,14). Si uno murió por todos, luego consiguientemente todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos (2Co 5,14-15). Y ya no vivo yo, como si quisiera mi propio bien; sino que en mí vive Cristo, esto es, tanto amo a Cristo, que el mismo Cristo es mi vida. Mi vivir es Cristo, y el morir es mi ganancia (Ph 1,21).

Y cuando en seguida dice: Y si ahora vivo, etc., responde a la duda que podría ser doble por las palabras anteriores. La una es de cómo él mismo vive, y no es él el que vive; la segunda es de cómo está crucificado. Y explica estas dos cosas. Y primero la primera, de cómo vive y no es él mismo el que vive, diciendo: Y si ahora vivo, etc. Donde débese notar que se dice con propiedad que viven los seres que se mueven por un principio intrínseco. Ahora bien, el alma de Pablo estaba fija entre Dios y el cuerpo, de modo que el cuerpo era vivificado y movido por el alma de Pablo, pero su alma lo era por Cristo. Así es que en cuanto a la vida de la carne vivía el propio Pablo; y esto es lo que dice así: Y si ahora vivo en la carne, esto es, la vida de la carne; pero en cuanto a la relación con Dios, Cristo vivía en Pablo, por lo cual dice: vivo por la fe en el Hijo de Dios, por la cual habita en mí y me mueve. Mi justo vive de la fe (Hab 2,4). Y observemos que dice en la carne, no de la carne, porque esto es malo. Lo segundo que muestra es que está crucificado, diciendo: porque el amor de Cristo, que me mostró muriendo por mí en la cruz, hace que siempre esté clavado en ella. Y esto lo dice así: El cual me amó (El nos amó primero a nosotros: 1 Jn 4,10). Y a tal grado me amó, que se entregó a Sí mismo por mí, y no hay otro sacrificio. Nos amó y nos lavó de nuestros pecados con su sangre (Ap 1,5). Así como Cristo amó a su 1glesia y se sacrificó por ella, etc. (Ef 5,25). Pero débese observar que el mismo Hijo se entregó a Sí mismo; y que el Padre entregó al Hijo (El que ni a su propio Hijo perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros: Rm 8,32); y Judas lo entregó, como se dice en Mateo 26. Y en todo esto hay una sola cosa, pero no una sola intención, porque el Padre lo hizo por caridad, el Hijo por obediencia y a la vez con caridad, y Judas por codicia y traidoramente.

En seguida, cuando dice: No desecho la gracia de Dios, deduce la principal conclusión. Y primero la deduce; segundo, explica el modo. Así es que dice: Por haber recibido tanta gracia de Dios que se entregó a Sí mismo, y por vivir yo en la fe del Hijo de Dios, no desecho la gracia del Hijo de Dios, esto es, no la rechazo ni me muestro ingrato. La gracia de Dios no ha sido estéril en mí (ICo 15,10). De aquí que otro texto dice así: No soy ingrato a la gracia de Dios. Atendiendo a que ninguno se aparte de la gracia de Dios (Hebr 12,15), es claro que haciéndose indigno por ingratitud. Ahora bien, la manera de rechazarla, y de ser ingrato sería el decir que la Ley es necesaria para ser justificado. Por lo cual dice: Porque si por la Ley se obtiene la justicia, luego en balde murió Cristo, esto es, si la Ley es suficiente, o sea, si las obras de la Ley bastan para justificar al hombre, sin motivo murió Cristo, y en balde, porque murió precisamente para justificarnos. Cristo murió una vez por nuestros pecados (1P 3,18). Y si esto pudiera realizarse por la Ley, inútil sería la muerte de Cristo. Pero no murió El en balde, ni en vano sufrió, como se dice en Is 49,6-13; porque sólo por El existe la gracia justificante y la verdad, como se dice en Jn 1,3-4. Y si antes de la Pasión de Cristo hubo justos, esto fue también por la fe en el Cristo que habría de venir, en quien creían y por cuya fe se salvaron.

Aquino - A LOS GALATAS 9