Aquino - A LOS GALATAS 33

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Ga 5,13-15)

Lección 3: Gálatas 5,13-15

Los amonesta para que no usen de esta libertad, y para que no dejen de ayudarse con mutua caridad.

13. Porque vosotros fuisteis llamados a la libertad, hermanos; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para la carné, sino que servios los unos a los otros por caridad de espíritu.
14. Pues toda la Ley se cumple en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
15. Pero si os mordéis y os devoráis mutuamente, ¡mirad no vayáis a destruiros mutuamente!

Una vez dada la muestra de cómo mantenerse firmes y hecho a un lado el obstáculo, aquí indica su manera. Y primero enseña el modo de estar firmes; luego, lo explica: Pues toda la Ley, etc. Acerca de lo primero hace tres cosas. La primera, señalar la condición del estar de pie; la segunda, hacer a un lado el mal uso del estar de pie; tercero, indicar su mejor modo. Porque su naturaleza' es la libertad. Porque la naturaleza de toda actitud pertenece a la servidumbre o a la libertad; pero la actitud de la fe de Cristo, a la cual lleva el Apóstol, pertenece a la libertad, y es la libertad misma. Por lo cual dice: Porque vosotros, etc.; como si dijera: Con razón os perturban, porque llevan de lo mejor a lo peor, porque vosotros habéis sido llamados, es claro que por Dios, a la libertad de la gracia. Porque no habéis recibido el espíritu de servidumbre para obrar todavía por temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción de hijos, etc. (Rm 8,15). No somos hijos de la esclava, sino de la libre (Gal 4,31). Y digo que a vosotros, que habéis sido liberados por Cristo, os quieren reducir a servidumbre. Ahora bien, el mal uso de nuestra condición es el caer en lo peor, y es una caída que la libertad del espíritu se emplee para la servidumbre de la carne. Los Gálatas ya eran libres de la Ley. Pero para que no.crean que les es lícito incurrir en pecados que la Ley prohibía, habla también el Apóstol del mal uso de la libertad, diciendo: sólo que no toméis de esa libertad pretexto, etc., como si dijera: Sois libres, mas de tal manera que no abuséis de vuestra libertad pensando que podéis pecar impunemente. Cuidad de que esta libertad que tenéis no sirva de tropiezo a los flacos (ICo 8,9). Y el modo de permanecer de pie es por la caridad. Por lo cual dice: sino por caridad de espíritu, etc. Todo el ser está en la caridad, sin la cual el hombre es nada (ICo 13,1-3). Y conforme a los diversos grados de la caridad se distinguen diversos estados. De manera, pues, que el estado de gracia no es por inclinación de la carne, sino por caridad de espíritu, porque procede del Espíritu Santo, por quien debemos sujetarnos y servirnos mutuamente. Sobrellevad los unos las cargas de los otros (Sal 6,2). Procurando anticiparos unos a otros en las señales de honor y deferencia (Rm 12,10). Pero habiendo dicho arriba que están llamados a la libertad, ¿qué es lo que ahora dice? Servios los unos a los otros. A lo cual débese decir que esto lo exige la caridad: que mutuamente nos sirvamos, y sin embargo ella es libre. Mas débese saber que, como el Filósofo dice, libre es el que es causa de sí mismo, mas el siervo es causado por otro, que o lo mueve o es su fin, porque el siervo no se mueve por sí mismo a obrar, sino por su señor y para utilidad de éste. Así es que, en cuanto a la causa que mueve, la caridad es libre, porque obra por sí misma. La caridad de Cristo nos urge (2Co 5,14), de manera espontánea, a obrar; mas el siervo, posponiendo su propio provecho, se aplica al buen servicio de los prójimos.

En seguida, cuando dice: Pues lóela ley, etc., explica lo que dijera, y primeramente sobre el amor, luego en cuanto a la libertad que no se nos ha dado como ocasión para la carne: Proceded según el espíritu, etc. Acerca, de lo primero amonesta a obrar por caridad: primero por la utilidad que obtenemos en su consecución; segundo, por el daño en que incurrimos por negligencia en la caridad: Pero si os mordéis, etc. Ahora bien, la utilidad que obtenemos por la caridad cumplida es la máxima, porque con ella cumplimos toda la Ley. Y por eso dice: Pues toda la Ley, etc.; como si dijera: Se debe tener caridad porque toda la Ley se cumple con un solo mandamiento, con el solo precepto de la caridad. Quien ama al prójimo cumple la Ley (Rm 13,8). Y adelante dice (Rm 13,10): La plenitud de la Ley es el amor. Por lo cual dice: El fin de los preceptos es la caridad (I Tim 1,5).

Objeción'. Pero en contra se dice en Mateo 22,40: En estos dos mandamientos, amor a Dios y al prójimo, está cifrada toda ia Ley y los Profetas. Por lo tanto, no se cumple con un solo precepto.

Respuesta. Débese decir que en el amor de Dios está incluido el amor del prójimo. Y tenemos este mandamiento de Dios: que quien ama a Dios, ame también a su hermano (1Jn 4,21). Y a la inversa, al prójimo lo amamos a causa de Dios; así es que toda la Ley se cumple con el único precepto de la caridad. Porque a ese precepto se reducen los mandamientos de la Ley. Porque todos los preceptos o son morales, o son ceremoniales o son judiciales. En efecto, morales son los preceptos del Decálogo, de los cuales tres pertenecen al amor de Dios, y los otros siete al amor del prójimo. Los judiciales, por su parte, consisten en que quien robe algo, pague el cuadruplo, y hay otros semejantes a éste, que de manera semejante pertenecen al amor del prójimo. Y los ceremoniales son los sacrificios y cosas semejantes, que se reducen al amor de Dios. Y así es manifiesto que todos se cumplen con el solo precepto de la caridad: Amarás a tu amigo * como a ti mismo, está escrito en el Levítico (19,18). Mas dice: Como a ti mismo, no cuanto a ti mismo, porque conforme al orden de la caridad debe el hombre amarse más a sí mismo que a los otros. Mas esto se explica de tres maneras. La primera, refiriéndolo a la verdad del amor. Porque amar es querer el bien para el otro. Y por eso decimos que amamos a alguien a quien le deseamos el bien, y también amamos ese bien que para él queremos; pero de modo diverso, porque cuando quiero el bien para mí, me amo simplemente por mí mismo; mas el bien que quiero para mí no lo amo por sí mismo sino en atención a mí. Así es que amo al prójimo como a mí mismo, esto es, de la misma manera que a mí mismo, cuando quiero el bien para él por él mismo, no por serme útil o deleitable. La segunda, refiriéndolo a la justicia del amor. Como cada cosa está inclinada a querer para sí lo que en sí mismo tiene de mejor, y siendo ei entendimiento, la razón, lo mejor que tiene el hombre, se sigue que se ama quien para sí mismo quiere el bien del entendimiento y de la razón. Así es que a tu prójimo lo amas como a ti mismo cuando para él quieres el bien del entendimiento y de la razón. La tercera, refiriéndolo al orden, de modo que así como te amas a ti mismo por* La Vulgata dice amigo; Sto. Tomás pone prójimo. (S. A.)

Dios, así también por El mismo ames al prójimo, es claro que para que alcance a Dios.

En seguida, cuando dice: Pero si os mordéis, etc., induce al ejercicio de la caridad para huir del daño en que incurrimos si la descuidamos. En lo cual se les habla a los Gálatas todavía como a espirituales, absteniéndose de mencionar los vicios mayores, para ceñirse a los que parecen menores, a saber, los de la lengua. Por lo cual dice: Pero si os mordéis, etc.; como si dijera: Toda la ley se cumple con el amor, pero si os mordéis, esto es, rebajando al prójimo, quitándole en parte la fama; porque quien muerde no lo arranca todo sino parte; y os devoráis, esto es, si arrancáis toda la fama y ofuscáis totalmente con vuestras detracciones. Porque quien come, todo lo enguye. No queráis, hermanos, hablar mal los unos de los otros (Sant 4,2). Digo que si así descuidáis la caridad, ved el daño que os amenaza: que os destruyáis mutuamente.-Guardaos de esos canes, guardaos de los malos obreros, etc. (Filip 3,2). En balde he consumido mis fuerzas (Is 49,4).- Porque, según dice Agustín, el vicio de la competencia y de la envidia alimenta los pleitos entre los hombres, para destrucción de la sociedad y de la vida.

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Ga 5,16-17)

Lección. 4: Gálatas 5,16-17

Por lo cual dice que se debe permanecer en el bien del espíritu, contra el cual lucha la carne; pero permaneciendo en él por la fe de Cristo,

16. Digo, pues, en Cristo: andad en él Espíritu, y no cumpliréis los apetitos de la carne.
17. Porque la carne desea en contra del espíritu, y el espíritu en contra de la carne. Porque estas cosas son opuestas entre sí, a fin de que no hagáis cuanto queráis.

Habiendo explicado el Apóstol en qué consiste el ser uno espiritual, o sea, el mantenerse en la caridad, en seguida trata aquí de la causa correspondiente, a saber, del Espíritu Santo, a quien dice él que se debe seguir. En lo cual indica un triple beneficio del Espíritu Santo. De los cuales el primero es la liberación de la servidumbre de la carne; el segundo es la liberación de la servidumbre de la Ley; y el tercero es la donación de la vida o el "seguro respecto de la condenación de la muerte. Lo segundo así: Y si sois conducidos por el espíritu, etc. (Gal 5,18). Lo tercero, así: Si vivirnos por el espíritu, etc. (Gal 5,25). Acerca de lo primero hace dos cosas. La primera, indicar el primer beneficio del espíritu; la segunda, mostrar la necesidad del beneficio: Porque la carne, etc. Así es que dice: Digo que por caridad del espíritu debéis serviros mutuamente, porque nada aprovecha sin la caridad. Pero esto lo digo en Cristo, o sea, por la fe de Cristo; andad en el Espíritu, esto es, en vuestra mente y razón. Porque a veces a nuestra mente se le llama espíritu, según aquello de Efesios 4,23: Renovaos en el espíritu de vuestra mente; y en 1Co 14,15, se dice: Cantaré salmos con el espíritu, y cantaré salmos con la mente. O bien andad en el Espíritu, esto es, adelantad en el Espíritu Santo obrando bien. Porque el Espíritu Santo mueve y estimula a los corazones a obrar bien. Los que se rigen por el espíritu de Dios, etc. (Rm 8,14). Así es que se debe andar en el espíritu, esto es, con la mente, para que la razón misma o mente concuerde con la ley de Dios, como se dice en Romanos 7,16. Porque el espíritu humano es vano de por sí, y si no es regido por otro distinto, fluctúa de aquí para allá, como se dice en el Eclesiástico 24,8, y como si fuera de parturienta tu corazón sufrirá con mil imaginaciones, si no le fuere quitada de arriba su aflicción. Por lo cual de algunos se dice en Efesios 4,17: Proceden según la vanidad de sus pensamientos. Así es que no puede permanecer firme la razón humana sino en cuanto es regida por el espíritu divino. Por lo cual dice el Apóstol: andad en el Espíritu, esto es, por el Espíritu Santo que os rija y conduzca. Al cual debemos seguir como a quien nos muestra el camino. Porque el conocimiento sobrenatural del fin no es cosa nuestra sino del Espíritu Santo. Ni ojo vio, ni oreja oyó, ni pasó a hombre por pensamiento cuáles cosas, etc. (ICo 2,9). Y en seguida: Mas a nosotros nos lo ha revelado Dios por medio de su Espíritu (ICo 2,10). También como inclinándonos. Porque el Espíritu Santo mueve e inclina el afecto a querer debidamente. Los que se rigen por el espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios (Rm 8,14). Tu espíritu, que es bueno, me conducirá a la tierra de la rectitud (Ps 142,10). Se debe pues andar en el espíritu porque libera de ia corrupción de la carne. Por lo cual sigue diciendo: y no cumpliréis los apetitos de la carne, o sea, las delectaciones de la carne que la propia carne sugiere. Esto lo deseaba el Apóstol, diciendo: ¡Infeliz de mí! ¿Quién me liberará de este cuerpo de muerte? (Rm 7,24). Y allí mismo contesta: la gracia de Dios. Y luego concluye: Por consiguiente, nada hay ahora digno de condenación en aquellos que están en Cristo Jesús y que no siguen ia carne (Rm 8,1). La razón de ello la agrega, diciendo: Porque la ley del espíritu de vida que está en Cristo Jesús me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte (Rm 8,2). Y éste es el peculiar anhelo de los santos: el no cumplir los apetitos a que instiga la carne; mas de tal manera que no se incluyan en esto los deseos que son por necesidad de la carne, sino tan sólo los que son superfluos.

En seguida, diciendo: Porque la carne desea en contra del espíritu, indica la necesidad del dicho beneficio, la cual resulta de la lucha entre la carne y el espíritu. Y primero enuncia la tal lucha; luego, la manifiesta por una señal evidente: Porque estas cosas son opuestas entre sí. Así es que dice: Necesario es que por el espíritu venzáis los deseos de la carne. Porque la carne desea en contra del espíritu.

Pero parece que aquí surge una duda, porque como el desear es un acto del alma tan sólo, no parece que tenga que ver con la carne. Pero a esto se debe decir, según Agustín, que se dice que la carne desea en cuanto el alma según la misma carne desea, así como se dice que el ojo ve, siendo más bien que es el alma la que ve mediante el ojo. Así es que de esta manera el alma desea por la carne cuando apetece las cosas que son deleitables según la carne. Y por sí misma desea el alma cuando se deleita en las cosas que son conforme al espíritu, como son las obras de virtud, y la contemplación de las cosas divinas, y la meditación de la sabiduría. El deseo de la sabiduría conduce al reino eterno (Sab 6,21).

Pero si la carne desea por el espíritu, ¿cómo desea en contra de él? Pues por la razón de que el deseo de la carne impide el deseo del espíritu. Porque siendo buenas las cosas deleitables de la carne, que son inferiores e> nosotros; y siendo buenas las cosas deleitables del espíritu, que están por encima de nosotros, sucede que ocupándose el alma de las cosas inferiores, que son las de la carne, se aparta de las superiores, que son las del espíritu.

Pero parece también dudoso esto de que el espíritu desee contra la carne. Porque si por espíritu entendemos aquí el Espíritu Santo, y el deseo del Espíritu Santo sea contra las cosas malas, se sigue, según parece, que la carne, contra la cual desea el espíritu, es algo malo, y así se incurre en el error de los maniqueos.

Respondo: débese decir que el espíritu no desea contra la naturaleza de la carne, sino contra sus deseos, los que son innecesarios. Por lo cual arriba se dijo: No cumpliréis los apetitos de la carne, es claro que ios superfluos. Porque en los deseos necesarios no se opone el espíritu a la carne, porque como se dice en Efesios 5,29, Nadie aborreció jamás a su propia carne.

En seguida, diciendo: Porque estas cosas, etc., indica la señal de la lucha, como si dijera: Por los hechos consta que entre sí luchan y guerrean, por cuanto para que no todo lo que queráis, o buenas cosas o malas, las hagáis, esto es, os permitáis hacer. No hago el bien que amo, sino antes el mal que aborrezco, etc. (Rm 7,15). Sin embargo, no se suprime la libertad del albedrío. Porque como el libre albedrío lo sea por poder elegir, hay libertad del albedrío en las cosas sujetas a elección. Ahora bien, no todas las cosas que se relacionan con nosotros dependen de manera absoluta de nuestra elección, sino relativamente. Porque en especial puedo evitar este o aquel movimiento de concupiscencia o de cólera; pero nov podemos evitar en general todos los movimientos de cólera o de concupiscencia, debido a la seducción del fomes introducida por el primer pecado. Pero débese notar que en materia de concupiscencias fiay cuatro géneros de hombres, de los cuales ninguno hace cuanto quiere. Porque los intemperantes, que adrede les dan gusto a sus pasiones carnales, según aquello de Proverbios 2,14: Se gozan en el mal que han hecho, hacen ciertamente lo que quieren en cuanto obedecen a sus pasiones, pero en cuanto su propia razón les objeta y los contraría, hacen lo que no quieren. Los incontinentes, por su parte, que se forman el propósito de abstenerse, y sin embargo son vencidos por las pasiones, hacen ciertamente lo que no quieren, en cuanto obedecen a esas mismas pasiones contra su propósito, y así éstos hacen más de lo que quieren. Mas los moderados que de ninguna manera quieren caer en la concupiscencia, hacen lo que quieren mientras no pecan; pero como no pueden no desear de manera absoluta, hacen lo que no quieren. Y los temperantes, ciertamente hacen lo que quieren en cuanto no desean con su carne domeñada; pero como no la pueden domeñar totalmente sin que en algo se oponga al espíritu, así como tampoco la maldad puede estar creciendo sin que la razón lo desapruebe, por eso cuando a veces caen en la concupiscencia hacen lo que no quieren en lugar de hacer lo que quieren.

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Ga 5,18-21)

Lección 5: Gálatas 5,18-21

La libertad respecto de la Ley es por el Espíritu y se manifiesta en sus efectos, poniendo en claro las obras de la carne.

18. Y si vosotros sois conducidos por el espíritu, no estáis sujetos a la Ley.
19. Y manifiestas son las obras de la carne, las cuales son. fornicación, impureza, impudicia, lujuria,
20. idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, cóleras, riñas, disensiones, sectas.
21. envidias, homicidios, embriagueces, crápula, y otras cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya tengo dicho, que los que tales cosas hacen no alcanzarán el reino de Dios.

Habiendo mostrado el Apóstol que por el espíritu somos liberados de los deseos de la carne, aquí muestra que por él mismo nos liberamos de la servidumbre de la Ley. Y primero señala el beneficio del espíritu; luego, lo demuestra por el efecto: Manifiestas son las obras de la carne. Así es que dice: Digo que si andáis en el espíritu, no sólo no cumpliréis los deseos de la carne, sino que, lo que es más, si sois conducidos por el espíritu (lo que ocurre cuando hacéis lo que el espíritu sugiere, como director y gobernador, y no lo que piden los sentidos y el amor propio), no estáis sujetos a la Ley. Dice el Salmo (142,10): Tu espíritu, que es bueno, me conducirá a la tierra de la rectitud; no ciertamente como forzador sino como director. Por estas palabras Jerónimo entiende que después del advenimiento de Cristo nadie que tenga al Espíritu Santo debe guardar las observancias legales. Pero débese saber que estas palabras: Si sois conducidos por el espíritu, no estáis sujetos a la Ley, se pueden referir o bien a los preceptos legales ceremoniales, o bien a los morales. Si se refieren a los ceremoniales, débese saber que una cosa es observar la Ley, y otra estar bajo la Ley. Guardar la Ley es hacer las obras de la Ley sin poner en ellas la esperanza; pero estar bajo la Ley es poner la esperanza en las obras de la Ley. Ahora bien, en la primitiva 1glesia había algunos justos observantes de la Ley, pero sin estar bajo la Ley, en cuanto que observaban las obras de la Ley, pero sin estar bajo la Ley como si en ellas pusieran la esperanza. Y de esta manera también Cristo estuvo bajo la Ley. Y sujeto a la Ley, etc. (Sal 4,4). Y así queda excluida la opinión de Jerónimo. Mas si se refieren a las morales, así, el estar bajo la Ley se puede entender de una de dos maneras: o bien en cuanto a la obligación, y de esta manera todos los fieles están bajo la Ley, porque fue dada para todos. De aquí que se dice en Mateo 5,17: No he venido a destruir la Ley, sino a darle cumplimiento. O bien en cuanto a la coacción, y así los justos no están bajo la Ley,'porque la moción y el impulso del Espíritu Santo, que esta en ellos, viene siendo el propio impulso de ellos. Porque la* caridad inclina precisamente a lo que la Ley preceptúa. Así es que como los justos tienen la ley interior, espontáneamente hacen lo que la Ley manda, sin coacción por parte de ella. Y quienes quisieran obrar mal, pero se reprimen por vergüenza o por miedo a la Ley, éstos son los coaccionados por ella. Y así los justos están bajo la Ley que tan sólo preceptúa pero sin coacción, coacción bajo la cual solamente los injustos están. Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad (2Co 3,17). No se puso la Ley para el justo (I Tim 1,9), en cuanto tenga que coaccionarlo.

En seguida, cuando dice: Y manifiestas son las obras de la carne, etc., lo que dijera lo prueba por el efecto. Y primero pone las obras dé la carne, que contrarían al Espíritu Santo; luego, muestra cómo las obras del espíritu no son prohibidas por la Ley: Para los que viven de esta suerte no hay Ley que sea contra ellos (Gal 5,23). Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero indica las obras de la carne, que son prohibidas por la Ley; luego, indica las obras del espíritu, que no son prohibidas por ella: Al contrario, los frutos del Espíritu, etc. (Gal 5,22). Acerca de lo primero hace dos cosas. La primera, enumerar las obras de la carne; la segunda, agregar el daño que de ellas se sigue: Os prevengo, etc.

Mas hay una duda sobre lo primero. Primeramente sobre que incluye aquí el Apóstol algunas cosas que no pertenecen a la carne y que sin embargo llama obras de la carne, como la idolatría, las sectas, los celos, y otras semejantes.

Contesto: débese decir, con Agustín (Lib. 4 De civitate Dei, cap. 2), que vive según la carne cualquiera que viva conforme a sí mismo. Por lo cual se entiende aqyí carne por todo el hombre. Así es que todo cuanto provenga del desordenado amor de uno mismo se llama obra de la carne. O bien débese decir que hay pecados que por doble razón se puede decir que son carnales, a saber, en cuanto a su consumación, y así se llaman carnales sólo aquellos que se consuman con deleite de la carne, como la lujuria y la gula; y en cuanto a la raíz y así todos los pecados se llaman carnales, en cuanto que la corrupción de la carne pesa sobre el alma, como se dice en la Sabiduría 9,15. Con el resultado de que, debilitado el entendimiento, más fácilmente puede ser engañado y no es posible la perfección de su operación. Por lo cual de esto mismo se siguen grandes males, como sectas, herejías, y otros semejantes. Y de este modo se dice que el lomes es el principio de todos los pecados.

Hay una segunda duda, porque, como el Apóstol dice: Los que tales cosas hacen no alcanzarán el reino de Dios, y nadie es excluido del reino de Dios si no es por él pecado mortal, se sigue por lo tanto que todos los que enumera son pecados mortales, siendo lo contrarío lo evidente, porque entre ellos hay muchos que no son pecados mortales, como son las contiendas, los celos y otros semejantes. -

Contestación. Débese decir que ;odos los pecados aquí enumerados son de algún modo mortales: algunos, ciertamente, según su género, como el homicidio, la fornicación, la idolatría y semejantes; otros, según su consumación, como la cólera, cuya consumación es en perjuicio del prójimo. Por lo cual si se consiente en ese perjuicio, hay pecado mortal. Y de manera semejante, la comilona se ordena a la delectación con los alimentos, y si en tales delectaciones pone alguien su fin, peca mortaimente, por lo cual ya no se le llama a eso comilonas, sino crápula; y de manera semejante se debe juzgar de otras cosas por el estilo.

Hay una tercera duda, ésta sobre el orden y enumeración de los dichos pecados. Acerca de esto débese decir que cuando el Apóstol hace listas de diversos vicios en distintos pasajes y de maneras distintas, no trata de enumerarlos todos ordenadamente y conforme a una regla, sino tan sólo aquellos en ios que se desbordan y se exceden las gentes a las que les escribe. Por lo cual no hay que buscar en esas listas nada exhaustivo, sino capítuJos de diversidad. Bajo estos aspectos, débese saber que el Apóstol enumera ciertos vicios de la carne que se dan en cosas que no son necesarias para la vida, y otros que ocurren en cosas que le son necesarias.

Acerca de lo primero indica ciertos vicios que se dan en el hombre respecto a sí mismo; otros, que se dan contra Dios; y otros, contra el prójimo. Contra sí mismo son cuatro, que indica por delante porque manifiestamente proceden de la carne, de los cuales dos pertenecen al acto carnal de la lujuria, a saber, la fornicación, que ocurre cuando se llega el libertino a la libertina, o bien en cuanto al natural uso de la lujuria; y la impureza, en cuanto al uso contra natura. Ningún fornicador o impuro, etc. (Ef 5,5). Quienes todavía no han hecho penitencia de la impureza y fornicación y deshonestidad, etc. (2Co .12,21). Los otros dos se ordenana los mismos actos. El uno es exterior, como los tocamientos, las miradas, los besos, y cosas semejantes; y en cuanto a esto dice: impudicia (Los cuales, no teniendo ninguna esperanza, se abandonan a la disolución: Ef 4,19). Ei otro es interior, a saber, con pensamientos inmundos; y en cuanto a esto dice: lujuria (Cuando las asaltan los placeres contrarios a Cristo quieren casarse: 1 Tim 5,2). Contra Dios indica dos, de los cuales uno es por el que se impide por los enemigos de Dios el culto divino; y en cuanto a esto dice: idolatría (No seáis adoradores de los ídolos: 1Co 10,7. Porque la adoración de los execrados ídolos es causa de todo mal, y principio y fin: Sab 14,29). El otro es por el que se celebra pacto con los demonios; y en cuanto a esto dice: hechicerías, que se hacen por artes mágicas, y se llaman en latín veneficia, de veneno, por el daño que le hacen al hombre. No quiero que tengáis ninguna sociedad con los demonios (ICo 10,20). Queden fuera los perros y los hechiceros (Ap 22,15). Y contra el prójimo señala nueve males, siendo el primero las enemistades y el último el homicidio, porque a esto se llega de aquello. Así es que primero es la enemistad en el corazón, la cual es el odio al prójimo. Los enemigos del hombre serán las personas de su misma casa (Mt 10,36). Y por eso dice: enemistades. Mas de éstas nace el pleito de palabra. Por lo cual dice: contiendas, que consiste en la impugnación de la verdad con el atrevimiento de los gritos. Es honor del hombre el huir de contiendas (Prov 20,3). El segundo es los celos, que consisten en disputar con otro por obtener lo mismo. Por lo cual dice: celos, que nacen de las contiendas. El tercero se da cuando a alguien se le atraviesa otro que tiende a la misma cosa, por lo cual se encoleriza contra él, y por eso dice: cóleras (La ira del hombre no se compadece con la justicia de Dios: Sant 1,20. Que no se ponga el sol estando airados: Ef 4,26). El cuarto ocurre cuando de la cólera se llega a los golpes, y en cuanto a esto dice: riñas (El odio mueve a riñas: Prov 10,12). El quinto es las disensiones, que si ocurren en las cosas humanas, así se llaman cuando hay parcialidades en la 1glesia. Y os ruego, hermanos, que os recatéis de aquellos que causan entre vosotros disensiones y escándalos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido; y evitad su compañía (Rm 16,17). Si son relativas a las cosas divinas, se llaman sectas, y los sectarios son los herejes. 1ntroducirán sectas de perdición (2 Pedro 2,1). Y luego: Blasfemando, no temen sembrar herejías (2 Pedro 2,10). Y de esto se siguen las envidias, cuando aquellos con los que hay emulación prosperan. Al apocado lo mata la envidia (Jb 5,2). Y de todo lo anterior se siguen los homicidios de pensamiento y de obra. El que odia a su hermano es un homicida (1Jn 3,15). Y en cuanto a los vicios tocantes a la ordenación acerca de las cosas necesarias a la vida, indica dos: el uno en cuanto a la bebida, por lo cual dice: ebriedades, es claro que asiduas (Velad, no suceda que se ofusquen vuestros corazones con la glotonería y la embriaguez, etc.: Luc 2!,34); y el otro en cuanto a la comida, y sobre esto dice: crápula (No en comilonas y borracheras: Rm 13,13).

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Ga 5,22-23)

Lección 6: Gálatas 5,22-23

Se enumeran las obras del espíritu, contra las cuales nada hace la Ley antigua.

22. En cambio, el fruto del Espíritu son: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad,
23. mansedumbre, fe, modestia, continencia, castidad.

Habiendo señalado las obras de la carne, consiguientemente pone aquí el Apóstol las. obras del espíritu. Y primero las enumera; luego muestra cuál es la actitud de la Ley respecto de las obras del espíritu y respecto de las obras de la carne: No hay ley que sea contra ellos, etc. (Sal 5,24). Por lo que toca a lo primero, enumera los bienes espirituales que denomina frutos.

De lo cual resulta una duda, porque se llama fruto aquello con lo que se goza uno; pero con nuestros actos no debemos gozarnos, sino en solo Dios; luego los actos que enumera aquí el Apóstol no se deben llamar frutos. Además, la Glosa dice que tales obras del espíritu son por sí mismas apetecibles; mas lo que por sí mismo se apetece no se relaciona con otro; luego las virtudes y sus obras no hay por qué referirlas a la bienaventuranza.

Respondo: Débese decir que el fruto se llama así por dos razones: como adquirido, por ejemplo, por el trabajo o el estudio. Glorioso es el fruto de las buenas obras (Sab 3,15). Y como producto, como del árbol se produce el fruto. Un árbol bueno no puede dar frutos malos (Mt 7,18). Pues bien, las obras del espíritu se llaman frutos, no como conseguidos o adquiridos, sino como producidos; y el fruto que es conseguido tiene razón de último fin, mas no el fruto producido. Y sin embargo el fruto así entendido dos cosas entraña, a saber: 19 que es lo último del productor, así como lo último que se produce por el árbol es su fruto, y 2' que es suave y deleitable. Su fruto es dulce a mi paladar (Cant 2,3). Y así, las obras de las virtudes y del espíritu son algo último en nosotros. Porque el Espíritu Santo está en. nosotros por la gracia, por la cual adquirimos el hábito de las virtudes, y por eso tenemos fuerzas para obrar conforme a la virtud. También son deleitables. Y a la vez son fructuosas. Cogéis por fruto vuestro la santificación (Rm 6,22), o sea, que con las obras os santificáis, por lo cual se llaman frutos. También se dicen flores respecto de la futura bienaventuranza, porque así como por las flores se tiene la esperanza del fruto, así también por las obras de las virtudes se tiene la esperanza de la vida eterna y bienaventurada. Y así como en la flor hay cierta incoación del fruto, así también en las obras de las virtudes hay cierta incoación de la bienaventuranza, la cual se tendrá cuando se perfeccionen el conocimiento y la caridad. Y con esto se contesta a lo que en segundo lugar se objeta. Porque de dos maneras se puede decir que algo se debe apetecer por sí mismo, porque el propter -el por esto o por lo otro- puede designar la causa formal o bien la causa final. Las obras de las virtudes deben ser apetecidas por sí mismas formalmente, pero no finalmente, porque en sí mismas tienen la delectación. Porque una medicina dulce se apetece por sí misma formalmente, porque en sí misma tiene por qué ser apetecible, a saber, la dulzura, la cual sin embargo se apetece por el fin, es claro que por sanar. La medicina amarga, en cambio, no es apetecible por sí misma formalmente, porque no deleita por razón de su apariencia, y sin embargo se" apetece en atención a otra cosa finalmente, a saber, por obtener la salud, que es su fin. Por todo esto se ve con cuánta razón llama obras el Apóstoi a los efectos de la carne, y frutos a los efectos del espíritu.

Porque hemos dicho que fruto se llama a algo final y suave que es producto de la cosa. Ahora bien, lo que se produce de algo por encima de su naturaleza no tiene razón de fruto, sino como de otro germen. Ahora bien, las obras de la carne y los pecados están por fuera de la naturaleza de aquellas cosas que Dios implantó en nuestra naturaleza. Porque Dios sembró en la naturaleza humana ciertas semillas: a saber, el natural apetito del bien y el conocimiento, y todavía agregó los dones de la gracia. Por lo cual, como las obras de las virtudes son producidas por ellas de manera natural, se llaman frutos, y no obras de la carne. Y por esto dice el Apóstol: ¿Y qué frutos sacasteis entonces de aquellas cosas de que al presente os avergonzáis? (Rm 6,21). Por lo tanto, es claro por lo dicho que los frutos del espíritu se llaman obras de las virtudes, tanto porque tienen en sí mismos suavidad y dulzura, como porque son de cierta manera el producto último en el orden de la conveniencia dé los dones. Ahora bien, se establece la diferencia de dones, bienaventuranzas, virtudes y frutos entre sí de la siguiente manera. Porque en la virtud hay que considerar el hábito y el acto. El hábito de la virtud perfecciona para bien obrar. Y si en verdad perfecciona para bien obrar de modo humano, se llama virtud. Mas si perfecciona para bien obrar por encima del modo humano, se llama don. Por lo cual el Filósofo por encima de las virtudes comunes pone ciertas virtudes heroicas, como por ejemplo, el conocer las cosas invisibles de Dios bajo enigma al modo humano. Y este conocimiento pertenece a la virtud de la fe. Pero conocerlas claramente y de manera sobrehumana, pertenece al don de entendimiento. Y en cuanto al acto de virtud, o bien es perfeccionante, y así es bienaventuranza; ó bien es deleitante, y así es fruto. Y de estos frutos se dice en el Apocalipsis 22,2: De una y otra parte del río estaba el árbol de vida, que produce doce frutos, etc. Así es que dice: el fruto del Espíritu que brota, en el alma, de la siembra espiritual de la gracia, es caridad, gozo, paz, etc.; los cuales frutos ciertamente se distinguen en que perfeccionan o interiormente o exteriormente. Así es que primeramente indica los que perfeccionan interiormente; y luego los que perfeccionan exteriormente: bondad, etc. Ahora bien, interiormente el hombre se perfecciona y ordena tanto respecto de. los bienes como respecto de los males. Con las armas de la justicia a la diestra y a la siniestra (2Co 6,7).

Respecto de los bienes se perfecciona, primero, ciertamente, en el corazón, por el amor. Porque así como entre los movimientos naturales el primero es la inclinación del apetito de la naturaleza a su fin, así tamben el primero de los movimientos interiores es la inclinación al bien, inclinación llamada amor, por lo cual el primer fruto es la caridad. La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones (Rm 5,5). Y por la caridad se perfeccionan las demás virtudes, por lo cual dice el Apóstol (Colos 3,14): Sobre todo mantened la caridad, etc. Y el último extremo en el que el hombre se perfecciona interiormente es el gozo, que procede de la presencia del bien amado. Y quien tiene caridad, tiene ya lo que ama. El que permanece en la caridad, en Dios permanece, y Dios en él (1Jn 4,16). Y de esto brota el gozo. Alegraos siempre en ei Señor; vivid alegres, repito (Ph 4,4). Pero este gozo debe ser perfecto. Para lo cual se requieren dos cosas. La primera, que por su perfección la cosa amada sea suficiente para el amador. Y en cuanto a esto dice: paz. Porque el amante goza de paz cuando posee de manera completa la cosa amada. Desde que me hallo en su presencia, como quien ha encontrado la paz (Cant 8,10). La segunda, que haya una perfecta fruición de la cosa amada, lo cual es también gozar de paz, de modo que aunque sobrevenga cualquier cosa, si goza uno perfectamente de la cosa amada, por ejemplo de Dios, no puede ser impedido en su fruición. Gozan de suma paz los amadores de tu Ley, sin que hallen tropiezo alguno (Ps 1 18,

165). Así es que al gozo se le llama fruición de la caridad; y a la paz, perfección de la caridad. Y por estas cosas se perfecciona el hombre interiormente en cuanto a los bienes.

También en cuanto a los males perfecciona y ordena el Espíritu Santo, y primeramente contra el mal que perturba la paz, la cual se perturba por los acontecimientos adversos; pero para esto perfecciona el Espíritu Santo por la paciencia, que hace que lo adverso se tolere pacientemente, por lo cual dice: paciencia.- Mediante vuestra paciencia salvaréis vuestras almas (Lc 21,19). Que la paciencia perfeccione la obra (Sant 1,4). En segundo lugar, contra el mal que impide el gozo por el aplazamiento de la cosa amada, el espíritu contrapone la longanimidad, queno se abate por la espera. Y en cuanto a esto dice: longanimidad.-Si se tarda, espérala, pues vendrá ciertamente (Habacuc 2,3). Con longanimidad, etc. (2Co 6,6). Por lo cual dice el Señor: Quien perseverare hasta el fin, éste se salvará (Mt 10,22; 24,13).

En seguida, cuando dice: bondad, etc., pone los frutos del espíritu que perfeccionan en cuanto a lo exterior. Ahora bien, cosas exteriores al hombre son o bien aquello que es como él mismo, o bien lo que es por debajo de él mismo. Como él mismo es el prójimo; sobre él mismo, Dios; debajo de él mismo, la naturaleza sensitiva y el cuerpo. Por lo tanto, en cuanto al prójimo se perfecciona primero en verdad el corazón por la recta y buena voluntad. Y en cuanto a esto dice: bondad, esto es, rectitud y dulzura del ánimo. Porque aun cuando el hombre tenga buenas todas las demás facultades, no se puede decir que sea bueno si no tiene buena voluntad conforme a la cual use bien de todas ellas. La razón de ello es que lo bueno es algo perfecto. La perfección es doble: la perfección que es el ser mismo de la cosa; y su operación, siendo ésta mayor que la primera. Así es que se dice que es absolutamente perfecto lo que alcanza la perfecta operación de sí, la cuales su segunda perfección. Así es que como el hombre abarca con su voluntad los actos de cualquiera de sus facultades, la voluntad recta hace un buen uso de todas sus potencias, y consiguientemente hace bueno al hombre mismo. Y de este fruto se dice en Efesios 5,9: El fruto de la luz consiste en proceder con toda bondad, etc. En segundo lugar en la obra, para que comunique sus cosas con el prójimo, y en cuanto a esto dice: benignidad, esto es, generosidad con sus cosas. Dios ama al que da con ategría (2 Cqr 9,7). Porque la benignidad es una como ardiente bondad que hace que el hombre se apresure a aliviar las necesidades de los demás. Porque benigno es el espíritu de la sabiduría (Sb 1,6). Revestios, como escogidos que sois de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de benignidad, etc. (Colos 3,12). Perfeccionan también respecto de los males por otros provocados, para que mansamente, reciba uno y soporte las molestias del prójimo; y en cuanto a esto dice: mansedumbre (Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón: Mt 1 1,29. Dará su gracia a los mansos: Prov 3,34). Y a lo que está por encima de nosotros, o sea, a Dios, ordena el espíritu por la fe; por lo cual dice:1 fe, la cual es cierto conocimiento de las cosas invisibles con certeza. Le creyó Abraham a Dios, y repútesele por justicia (Gen 15,6). El que se llega a Dios debe creer que Dios existe (Hebr 2,6). Por lo cual ¡o que le agrada a Dios es i'a fe y la mansedumbre (Eccli 1,34-35). Respecto de lo que está, por debajo de nosotros, a saber, el cuerpo, dirige el espíritu, y primero en cuanto a los actos exteriores del cuerpo, lo cual hace mediante la modestia, la cual dicta su regla lo mismo a los actos que a las palabras; y en cuanto a esto dice: modestia (Sea vuestra modestia patente a todos los hombres: Filip 4,5). Y en segundo lugar en cuanto al apetito sensitivo interior, y en cuanto a esto dice: continencia, la cual se abstiene aun de lo lícito, y castidad, que de lo lícito usa rectamente, según la Glosa. O, de otra manera, se llama continencia porque aun cuando sea combatido el hombre por perversas concupiscencias, sin embargo, por la fuerza de la razón se mantiene firme, para no ser arrebatado; y así, el nombre de continencia está tomado del hecho de que se mantiene uno firme en la lucha. Y se llama castidad por el hecho de que uno ni es atacado ni es arrebatado, y viene de castigar. Porque se dice que se castiga bien el que en todas las cosas se porta ordenadamente.

Objeciones y respuestas. Sobre esto surgen dos dudas. La primera, porque como los frutos del espíritu luchan contra las obras de la carne, parece que el Apóstol debería haber puesto tantos frutos del espíritu cuantas obras de la carne puso, y no lo hizo. A lo cual débese decir que no lo hizo porque son más los vicios que las virtudes. La segunda duda surge porque los frutos del espíritu aquí puestos no corresponden a las obras de la carne. A lo cual se debe decir que el Apóstol no intentó dejarnos aquí un tratado de las virtudes y de los vicios, por lo cual no opone lo uno contra lo otro, sino que enumera algunos de éstos y algunas de aquéllas, según lo que se ve que conviene para su propósito; y sin embargo, si bien se considera todo, en algún modo se contraponen. Porque a la fornicación, que es el amor de lo ¡lícito, se contrapone la caridad; a la 1mpureza, la impudicia y la lujuria, que son seducciones carnales y que de la fornicación provienen, contrapone el gozo, que es la espiritual delectación que se desprende de la caridad, como está dicho. A la idolatría se contrapone la paz. Ya lo que se llama hechicerías, etc., hasta las disensiones, se contraponen la paciencia, la longanimidad y la bondad. A lo que se llama sectas se contrapone la fe. A lo que llama envidia, la benignidad. A lo que llama homicidios, mansedumbre. A lo que llama embriagueces, crápula y otras cosas semejantes, contrapone la modestia, la continencia y la castidad.


Aquino - A LOS GALATAS 33