Aquino - A LOS HEBREOS



Colección "SANTO TOMAS DE AQUINO"

COMENTARIO DE SANTO TOMAS DE AQUINO

A LA EPÍSTOLA A LOS HEBREOS

S. Thomae Aquinatis Doctoris Angelici in omnes S. Pauli Apostoli Epístolas Commentaria

Petri Marietti 1896

Traducción Castellana del Texto Latino por J.I.M.

EDITORIAL TRADICIÓN, S. A. MÉXICO,1979

Derechos Reservados (c) en cuanto a la traducción castellana por Editorial Tradición, S. A.

Av. Sur 22 No. 14 (entre Oriente 259 y Canal de San Juan), Col Agrícola Oriental. México 9, D. F.

Primera Edición Marzo de 1979.-1,500 ejemplares.

Título del original latino: Sancti Thomae Aquinatis Doctoris Angeiici super Epistolam Sancti Pauli Apostoli ad Hebreos expositio



1

PROLOGO

"No hay igual a Ti entre los dioses, Señor, y no hay obra semejante a tu obra" (Ps 85). Por las cuales palabras dase a entender la excelencia de Cristo a dos visos: en cotejo de otros dioses y en comparación de sus efectos.

a) Cuanto a lo primero, si es verdad que naturalmente no hay más que un solo Dios (Dt. 6); por participación hay muchos dioses, tanto en el cielo como en la tierra (1Co 8,5); que en veces, como parece por Job 1 y 2, a los mismos Angeles se les llama dioses; y en veces a los profetas, como se dice de Moisés "Yo te he constituido Dios de Faraón" (Ex. 7,1). Asimismo de los sacerdotes dícese allí mismo: "no hablarás mal de los dioses" (Ex. 22,28); y en el v. 8: "si ef ladrón no parece, el dueño de la casa será presentado ante los dioses". Pero a los Angeles si les dicen dioses es por la refulgencia abundantísima de la divina claridad (Jb 25); mas entre los dioses no tienen comparación con Cristo, que es el resplandor de la gloria del Padre (Ep 1). Los profetas, por haberles hablado Dios, gozan del mismo título. Luego con más razón, como dijo San Juan, X, y mayor excelencia es Cristo Dios, que es sustancialmente el mismo Verbo de Dios. Y a los sacerdotes, si se les da el nombre de dioses, es por ser ministros de Dios (Is. 61,6); pero Cristo con mucho mayor motivo, no siendo ministro, sino Señor de todo (Est. 4; Ap. 20) "y como Señor en su propia casa" (He 3). Así pues, Cristo es el gran Dios, que lleva la gala entre todos los dioses, porque es resplandor, porque es Verbo, porque es Señor.

b) Manifiéstase, en segundo lugar, esta excelencia por sus efectos; donde, si a obras vamos,3 excelentes en Cristo hallamos:

una, que abarca todas las criaturas, la de la creación (Jn 1).

otra, que a sola la criatura racional se extiende, a quien Cristo baña de luz, la de la iluminación (Jn 1).

la tercera, de la justificación, exclusiva de las personas santas, que son justificadas y cobran vida por El mismo y su gracia que vivifica; 3 modos por los que a los antedichos dioses no les es dado obrar; pues los Angeles no son creadores, sino creaturas (Ps 103); los profetas son iluminados, no iluminan (Jn 1); los sacerdotes no justificaban (He 10). Luego a todas luces demuéstrase la excelencia de Cristo, y ésta es la materia de esta carta a los Hebreos, que se distingue de las otras, porque en algunas de ellas trátase de la gracia del Nuevo Testamento respecto de todo el cuerpo místico de la 1glesia, y esto en todas las cartas que manda a las iglesias, es a saber, a los Romanos, a los Corintios, a los Gálatas, hasta en la primera a Timoteo. En otras, porque, tratando de lo mismo, las dirige a los miembros principales, como en las que envía a determinadas personas en particular, esto es, a Timoteo, a Tito, a Filemón.

En ésta, en cambio, el hincapié que hace en la gracia es en atención a la cabeza, Cristo; que lo mismo que en el natural, así también en el cuerpo de la 1glesia se hallan estas 3 cosas, es a saber: el mismo cuerpo místico, los miembros principales, los prelados y los mayores, y la cabeza, Cristo, de donde se deriva la vida a todo el cuerpo.

Pero antes de llegar a la división, es de saber que antes del Concilio Niceno, algunos pusieron en duda que esta carta fuese de Pablo; y con dos argumentos prueban que no lo era: el uno, porque no sigue el camino trillado que en las otras cartas; ya que aquí ni pone su nombre ni encabeza con un saludo lo escrito; el otro, que se gasta otro estilo, y aun mas relamido; ni se hallará otra carta que lleve tanto orden como ésta en palabras y frases. De aquí que la ahijaran o a Lucas Evangelista, o a Bernabé o a Clemente papa; ya que éste escribió a los Atenienses como si al hilo siguiese en todo este estilo. Mas los antiguos doctores, Dionisio especialmente y algunos otros, toman las palabras de esta carta como testimonios en abono de Pablo; y San Jerónimo la coloca entre las cartas de Pablo. Digamos, pues, a lo primero, que el no haber puesto su nombre fue por un triple motivo: uno, porque no era apóstol de los judíos, sino de los gentiles (Gal. 2); por lo mismo no hizo mención de su apostolado al principio de esta carta, pues no quería insinuar, sino a los mismos gentiles, el oficio de su apostolado.

segundo, porque su nombre era odioso a los judíos, por haber dicho, como parece por Hechos 22, que ceremonias legales no había por qué ya observarlas; por eso cose su boca a dos cabos, no fuese a suceder se despreciase, por cosa de menos valer, la saludabilísima doctrina de esta carta.

tercero, porque era judío (2Co XI), y los de casa no ven con buenos ojos la excelencia de los suyos (Mt 13).

Al otro argumento se responde que, si el estilo es más elegante, es porque manejaba con más garbo la lengua hebrea, en que escribió esta carta, como mas connatural, aunque las sabía todas; razón por la cual pudo hablar con más gala en su propio idioma que en otro ajeno. De ahí que diga: "porque dado que yo sea tosco en el hablar, no lo soy ciertamente en la ciencia" (2Co XI,6); y Lucas, que fue un excelente hablista, trasladó del hebreo al griego este ornato.


2

Capítulo 1

(He 1,1-2)

Lección 1: Hebreos 1,1-2

Exáltase a Jesucristo, Hijo de Dios, por la propiedad de su origen, grandeza de su dominio y operación de su poder.

1 Dios, que en otro tiempo habló a nuestros padres, en diferentes ocasiones, y de muchas maneras por los profetas,
2 nos ha hablado últimamente en estos días, por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero universal de todas las cosas, por quien creó también los siglos y cuanto ha existido en ellos;

La razón de escribir esta carta fueron los errores de unos judíos que, convertidos a la fe de Cristo, querían uncir a la misma coyunda Evangelio y observancias legales, como si para salvarse no fuese suficiente la gracia de Cristo. De ahí la división en dos partes; pues de una y de muchas maneras enaltece la excelencia de Cristo, para darle con esto al Nuevo preferencia sobre el Antiguo Testamento. Trata, en segundo lugar, de los medios que unen a los miembros con su cabeza, es a saber, de la fe (cp. XI). E intenta demostrar la excelencia del Nuevo respecto del Antiguo Testamento, por medio de la excelencia de Cristo, trayendo a colación las 3 categorías de personas cualificadas del Antiguo Testamento, conviene saber:

a) los Angeles, por quienes se entregó la ley (Ga 3).

b) Moisés, por quien o por cuyo medio se dio la ley (Jn i; Dt. 34).

c) el sacerdocio, puesto al servicio de la ley (He 1X). De donde, por este orden, da a Cristo la preferencia

sobre los Angeles, sobre Moisés, sobre el sacerdocio. En este capítulo lo antepone a los Angeles y concluye con la reverencia que hay que mostrar a la Nueva Ley. Aún más: junto con la excelencia de Cristo, demuestra que esto es verdad en El, en razón de lo cual los Angeles no llegan a ella. Lo singular de esta carta es que a cada palabra corresponden, siguiendo su orden, sendas sentencias. La excelencia de Cristo la señala y reduce a:

1) la propiedad de origen, llamándolo verdadero y natural Hijo de Dios, al decir: "nos habló por medio de su hijo".
2) la magnitud de su señorío: "a quien constituyó heredero universal de todas las cosas".
3) el poder de su operación: "por quien creó también los siglos".
4) la sublimidad de su dignidad: "el cual siendo el resplandor de su gloria..."

Mas ya que su intento es exaltar a Cristo, para de rechazo exaltar con eso al Nuevo Testamento, de ahí que anteponga al Viejo el Nuevo.

Por lo que hace al Viejo Testamento señala 5 cosas:

la.) el modo de transmitirlo, porque "en diferentes ocasiones y de muchas maneras".
2a.) el tiempo, al decir: "en otro tiempo".
3a.) el autor o dador: "Dios".
4a.) las personas a quienes se dio: "nuestros padres".
5a.) los ministros por cuyo medio se les dio: "los profetas".

Dice, pues: "en diferentes ocasiones", en atención a 3 cosas, por lo que mira a la división:

a) cuanto a las diversas personas, ya que no a una sola, sino a muchas, es a saber, a Abraham, a Noé y a otras.

b) cuanto a los tiempos diferentes, y todo esto para certificarnos de su verdad. Por eso dice San Mateo: "al romper el día, a la hora de nona" (XX).

c) asimismo, cuanto a lo ahí mostrado, que era divino (Ex. 3).

Otrosí, los acontecimientos futuros (Sg 8) y promesas de los bienes advenideros, a lo menos en figura (Eccli. 5). También cuanto a las diversas figuras, pues ya en figura de león, ya en figura de piedra (Dn. 2; Job XI).

-"y de muchas maneras", que a 3 géneros de visiones se refiere:

- a las corporales, como los dedos que escribían (Dn. 5).

- a las imaginarias, como el Señor sentado (Is 6).

- a las intelectuales, como las tenía David (Ps 118).

Por lo cual dice Oseas 12: "les multipliqué las visiones". Refiérese también a diversos modos de hablar, ya que unas veces claro, otras obscuro, y apenas hay modo de hablar de que el Antiguo Testamento no eche mano (Pr. 22), como atrayendo a los justos, corrigiendo a los malos, instruyendo a los ignorantes; que para todo sirve la Divina Escritura (2Tm 3).

Toca, en segundo lugar, el tiempo de la transmisión de esta doctrina, que fue el pasado, porque "en otro tiempo", esto es, no de repente, ya que las cosas que de Cristo se decían eran de tal magnitud que, a no> irlas aprendiendo poco a poco, al paso del tiempo, no era posible darles crédito; en razón de lo cual dice San Gregorio: al paso del tiempo, del divino conocimiento creció el aumento (Is 48).

En tercer lugar, el autor de ella, que habla, Dios (Ps 84); el que no miente (Nm. 23); y por estos 3 capítulos hace recomendable al Antiguo Testamento, es a saber, por la autoridad, porque procede de Dios; por la sutileza y sublimidad, porque "en diferentes ocasiones y de diversas maneras"; por su firmeza y estabilidad, porque "ya de tiempo atrás".

En cuarto lugar, a quiénes se dio, "a los padres"; y por eso nos es familiar y bien recibido (Ac 13).

En quinto, a qué ministros, pues no a juglares, sino "a los profetas", por quienes antes lo había prometido* (Rm 1; Hch. X).

- "últimamente, en estos días". Contraponiéndolo a lo que dijo en el versículo primero, describe ahora la doctrina del Nuevo Testamento y señala 5 cosas,4 de las cuales son diferentes de las 4 anteriores, y una es la misma por los cuatro costados; pues, por lo que había dicho: "multifarie... ", indica que toda multitud bien ordenada ha de encaminarse a un fin; por cuya razón dice que, aunque por múltiples trazas, todo va encaminado a esto último (Pr. 23; Is X). Asimismo, en tiempo de expectación y tinieblas, aquello, pero esto "en estos días", esto es, en tiempo de gracia; "que la noche se fue quedando atrás, y el día acercando" (Rm 13,12).

Donde hay que notar que allí dice "hablando", pero aquí "habló", para indicar que el modo de hablar del Nuevo Testamento le hace ventaja al del Viejo. Para cuya evidencia es de saber que de 3 cosas ha menester nuestra locución: de la concepción del vocablo, por la que conciba primero la mente lo que ha de hablar la boca; de la expresión de la misma palabra concebida, por la que el empreño se dé a entender; de la manifiestación de la misma cosa expresada, para que se haga evidente. Dios, por consiguiente, hablando concibió, con única y sempiterna concepción (Jb 33), que fue la eterna generación del Hijo, de la cual dice el Salmo 2: "díjome el Señor: Tú eres mi Hijo, hoy te engendré". Expresó lo concebido, y esto de 3 maneras:

a) al dar a luz a las criaturas, es a saber, cuando el Verbo concebido, siendo semejanza del Padre, hácese también semejanza o dechado, a cuya traza se conforman y hacen todas las criaturas. "Di¡o Dios: hágase la luz" (Gn. 1).

b) por ciertas nociones, por las que las especies de todas las cosas, que en el Verbo escondidas yacían, comunicólas, pongamos por caso, a las mentes angélicas y a las de los santos, y esto por revelaciones sensibles, o imaginarias, o intelectuales; en razón de lo cual semejante manifestación, procedente del Verbo eterno, llámase locución (Jr 1).

c) por la asunción de la carne, de la cual se dice: "y el Verbo se hizo carne" (Jn 1). Razón por la cual dice San Agustín que, la misma correspondencia que hay entre la palabra de la voz y la palabra del corazón, ésa misma guardan entre sí el Verbo encarnado y el Verbo increado. Mas la primera expresión, es a saber, en la creación, no está ordenada a la manifestación. Es claro que esa expresión no puede llamarse locución; por eso nunca se dice que Dios hable creando las creaturas, sino

- que por ellas se le conoce (Rm 1).

La segunda expresión, que es la producción de las especies en la mente humana o angélica, ordénase sólo al conocimiento de la sabiduría divina y puede, por tanto, llamarse locución.

En cambio, la tercera, por la asunción de la carne, ordénase al ser, y al conocimiento, y a la manifestación expresada; ya que por la asunción de la carne el Verbo se hizo carne y nosotros hemos llegado o llegando vamos a un conocimiento de Dios más perfecto (Jn 1 8), y se nos manifestó expresamente: "después de tales cosas, se ha dejado ver sobre la tierra y ha conversado con los hombres" (Bar. 3,38).

Así pues, aunque Dios hable en el Nuevo y en el Antiguo Testamento, a nosotros más perfectamente, porque allí habla por revelaciones a las mentes de los hombres, aquí por la encarnación del Hijo. Diose a los padres el Viejo Testamento, cuando a Dios lo veían de lejos y a remota distancia lo miraban; pero a nosotros, los Apóstoles, el Nuevo, viéndolo en su propia persona (1Jn 1). "Alianza que no la hizo solamente con nuestros padres, sino con nosotros también, que al presente somos y vivimos. Cara a cara nos habló en el monte" (Dt. 5,3). De donde parece que aquella locución fue promesa (Ga 3); ésta su cumplimiento (Jn 1). Asimismo, allí "habló por medio de los profetas", aquí "por medio de su Hijo", que es el Señor de los profetas: "el Hi¡o Unigénito, existente en el seno del Padre, El mismo en persona es quien le ha hecho conocer a los hombres" (Jn 1,18).

Pero aquellos por quienes habla Dios ¿todos son por ventura profetas? A lo cual se responde que para que uno sea verdadero profeta 5 requisitos son menester:

1) la revelación de aquellas cosas que sobrepujan el conocimiento humano; de otra suerte no se llamara profeta, sino sabio,, como Salomón, cuya mente fue iluminada para apear lo que no excede la razón humana; de aquí que ni los judíos le llamen profeta, sino sabio.

2) la inteligencia de las cosas reveladas; que, a no entenderlas, no fuese profeta; "pues necesaria es para la visión la inteligencia" (Dn. X,1); razón por la cual Nabucodonosor, que no entendió la revelación que tuvo, no se llama profeta, sino Daniel que la entendió.

3) que en la visión de las cosas, que lo sacan de quicio, no haga pie el profeta, como si fuesen reales, mas como en figuras; de otra suerte no sería profeta, sino frenético, a quien los fantasmas, a que da cuerpo, antójansele personas de carne y hueso (Jr 33).

4) que perciba con certeza lo revelado, como si por demostración lo supiese; de lo contrario, sería sueño y no profecía (Is L).

5) que tenga voluntad de anunciar lo revelado; motivo por el cual algunos no tienen por profeta a Daniel, pues no recibe a esta traza sus revelaciones; y así, no se dice de Daniel, como de otros profetas: "hízome el Señor entender su palabra" (Jr 20).

Mas se pregunta de nuevo ¿por qué dice: "en los profetas", habiendo más bien de decir por los profetas? A esto se responde que, si lo hizo, fue para dar de mano a ciertos errores:

a) al de Porfirio: que los profetas, no movidos del Espíritu Santo, sino de propio impulso, inventaban lo que decían; y contra éste dijo: "en los profetas", como dando a entender que lo que ellos hablaban, no de sí lo hablaban, sino que Dios hablaba en ejlos; "porque no traen su origen las profecías de la voluntad de los hombres, sino que los varones santos de Dios hablaron, siendo inspirados del Espíritu Santo" (II P. 1,21).

b) al de los que decían que la profecía era cosa natural, con cierta disposición para ella, como la de algún melancólico, de tan vehemente imaginación, que las cosas que fantasea pasan en su aprehensión de imaginadas a creídas; por lo cual dice: "habló por los profetas", como si dijera: la profecía no ha lugar por cierto artificio de pasión y disposición natural, mas por interna locución divina (Jn 3).

c) al de otros que afirmaban se tenía a modo de hábito, como la ciencia, de suerte que quede a su arbitrio profetizar; lo cual no es cierto, ya que el espíritu de profecía no queda cortado y medido a voluntad de los profetas, sino cuando su mente es ilustrada con la luz de lo alto. De ahí que dijese Elíseo: "su alma está llena de amargura, y el Señor me lo ha ocultado, y no me ha revelado nada de eso" (2 R. 4,27). Por eso dice: "en los profetas", como si dijera: no porque lo tengan todos y siempre, como el hábito, sino aquellos a quien plugo a Dios hablar.

d) al de Priscila y Montano: que los profetas no entendían lo que decían, lo cual es falso. De ahí que se diga de Ageo profeta, que "tuvo en su mano la palabra del Señor"; lo cual quiere decir en su potestad; y en í Corintios 14: "tas espíritus o dones proféticos están sujetos a los profetas". Por lo cual dice: "en Los profetas", esto es, en el entendimiento y potestad de los profetas.

Así que es clara esta propiedad de Cristo de ser Hijo natural. "E! Padre está en Mí, y Yo en el Padre" (Jn 14). Mas ¿por ventura de aquellos hijos de quienes "Yo dije: sois dieses e hijos del Altísimo todos"? (Ps 81). Claro que no, porque aquéllos se dicen hijos en genera!, pero Este ha sido constituido heredero y dueño de todo. O ¿acaso de aquéllos otros de quienes se dice en Jn : "dioles poder de llegar a ser hijos de Dios?" No por cierto, puesto que aquéllos se dicen hechos, mas Éste es el Hijo por quien hizo los siglos. O ¿quizá de esos hijos que se glorían "esperando la gloria de los hijos de Dios"? (Rm 5,2). Tampoco, ya que aquéllos por la esperanza de la gloria son hijos, Este, en cambio, es el mismo resplandor de la gloria. Unos se dicen hijos, porque a imagen de este Hijo (Rm 8) fueron hechos; El, por el contrario, es la misma imagen y figura de su substancia. Otros, según Filipenses 2,16: por conservar en sí la palabra de Dios; pero este Hijo por sustentarlo todo con su poderosa palabra. Luego es manifiesta, por lo que toca a la propiedad de origen, la excelencia de Cristo, y en copia sobreabundante comparativa y respectivamente, en lo que mira a los otros hijos de Dios; con lo cual queda demostrada la eminencia del Nuevo Testamento en cotejo del Viejo.

Mas en ambas partes emplea "locutus est" o "loquens", dando a entender, contra el Maniqueo, que uno mismo es el autor del Antiguo y el del Nuevo Testamento (Ep 2; Rm 3). Asimismo diose a nuestros padres aquél, pero éste a nosotros, esto es, a los Apóstoles, que vimos a. Cristo en propia persona (Dt. 5). Otrosí, aquél por medio de los profetas, pero éste "en su Hijo", esto es, por su Hijo, que es el Señor de los profetas (Jn 1); y con esta ocasión, desde un principio, nos lo presenta el Apóstol por Hijo.

Por consiguiente, la grandeza de su señorío la señala en Cristo, al decir: "a quien constituyó heredero"; porque, como se dice en Gálatas 4: "si es hijo, es también heredero de Dios". Pero en Cristo hay dos naturalezas, a saber, la divina y la humana. Según su filiación natural, no ha sido constituido heredero, porque lo es natural; pero, en cuanto hombre, fue hecho hijo de Dios (Rm 1), y en este sentido fue constituido heredero universal, como verdadero Hijo del Padre. "Héseme dado toda potestad" (Mt 28); y esto sobre toda criatura, que quedó sujeta a su señorío. Asimismo, no circunscrito a un solo linaje, sino a todo género de hombres, así judíos como gentiles (Ps 2).

- "a quien constituyó heredero de todas las cosas". Cuanto a la propiedad de origen, demostrada ya la excelencia de Cristo, saca aquí a plaza la misma excelencia, cuanto a la majestad de su señorío; y por cierto que hacen buen maridaje "nos ha hablado por medio de su Hijo" y "fue constituido heredero", porque si somos hijos, seremos también herederos (Rm 8). Pero, conforme a la doctrina de las dos naturalezas, así como, según la divina, no fue constituido hijo, siéndolo natural desde toda la eternidad; así ni heredero, siéndolo natural desde esa misma eternidad. Por el contrario, según la humana, así como fue hecho hijo de Dios (Rm 1), así también heredero de todas las cosas, como él dice: "a quien constituyó heredero, esto es, dueño, de todas las cosas" (Mt 2!; Mi. 1).

Y por cierto, según la divina naturaleza, cuádrale a Cristo ser heredero y Señor por nacimiento. En primer lugar, porque es El la virtud de Dios y la sabiduría de Dios (1Co 1,24), por cuyo medio lo hace el Padre todo. Por tanto, si a título de Creador llámase el Padre Señor de todo, de modo semejante también el Hijo, por quien vienen al ser todas las cosas (Pr. 8).

En segundo lugar, porque el Hijo es la sabiduría del Padre, por la que gobierna todo (Sg 8). Si pues, al Padre, a título de gobernador, se le llama Señor (Sg 8), no menos al Hijo le cuadra el señorío. Asimismo, el Padre es Señor, por cuanto que a El, como a primer principio y último fin de todo, están ordenadas y dirigidas las cosas todas; igualmente el Hijo, sabiduría del Padre que precede a todo, (Eccli. 1; Sg 16) es Señor.

También, según la naturaleza humana, viénele a pelo a Cristo el haber sido constituido heredero y Señor de todo: lo primero, por razón de la unión, por el hecho mismo de haber sido tomado aquel hombre y elevado a la persona del Hijo de Dios (Ac 3; Ep 1). Lo segundo, por razón de la potestad, ya que todo le sirve y obedece (Mt 28). Lo tercero, por razón de la sujeción: "al nombre de Jesús dóblese toda rodilla" (Ph 2). Pero dice de todos, término que se refiere a la naturaleza toda del universo mundo, sobre el que le fue dado señorío, según aquello: "todo lo pusiste debajo de sus pies" (Ps 8). Refiérese también a todo el género humano, de manera que el sentido sea éste: de todos, esto es, así judíos, como todos los otros hombres, según lo del Salmo 2: "pídemelo y te daré en herencia todas las gentes"; y en Ester 13: "Tú eres Señor de todos".

Por consiguiente, al decir: "por quien hizo también los siglos", muestra el poder de la operación de Cristo, razón por la cual fue constituido heredero de todas las cosas; no como dice Fotino, no por haberlo merecido con el mérito de su buena vida, siendo El hecho en el tiempo; mas, por el contrario, por haber sido hechas todas las cosas, así como por el Padre, igualmente por El; que por El hizo el Padre los siglos.

Pero es de saber que esta preposición, per, denota la causa del acto; lo cual es de dos maneras: de una, porque es causa de la hechura de parte del hacedor, como cuando el elemento causal,, a quien se júnta, es causa de la acción según que sale del agente; que siempre la hechura está en medio del hacedor y lo hecho. Puede, pues, denotar, respecto del agente, la causa fina!, como cuando el artífice trabaja por la ganancia; algunas veces la causa formal, como cuando el fuego calienta por el calor; otras, en cambio, la causa eficiente, como cuando el valido trabaja por medio del rey. De ningún modo de éstos es el Hijo causa del Padre, porque por medio suyo obre el Padre ni porque del Hijo venga el Padre. Pero algunas veces el elemento causal es causa de la acción, según que en lo hecho termina, como el artífice que trabaja por medio del martillo; pues el martillo no es causa de que obre el artífice, sino de que lo artificial proceda de él, como el fierro de que reciba la operación del artífice; y así el Hijo es causa de lo hecho, y el Padre obra por medio del Hijo.

Mas ¿por ventura es el Hijo inferior al Padre? Así parece, porque lo que es causa de que lo hecho se haga tal parece tener razón de instrumento. Pero a esto se responde que si el Padre y el Hijo no tuviesen numéricamente la misma operación y el mismo poder o virtud, mantuviérase en pie la objeción. Así pues, Padre e Hijo tienen la misma operación y virtud, como la misma naturaleza y el mismo ser; y del Padre se dice que hace por El los siglos, porque engendró al que hizo los siglos. "Todo lo que hace el Padre lo hace también el Hijo" (Jn 6). Llámase siglo el espacio de una cosa temporal. Son, pues, sucesiones de los tiempos. No hizo, por tanto, sólo los tiempos sempiternos -en sentir de algunos filósofos que tal dijeron y que los ángeles crearon las cosas temporales-, sino también los temporales, que aquí llama siglos (He XI; Jn 1); con lo cual da abajo con el error maniqueo, primero, por llamarlo (a Dios) autor del Antiguo Testamento, segundo, por decir que El hizo los siglos temporales.

3
(
He 1,3)

Lección 2: Hebreos 1,3

Muéstrase la excelencia de Cristo por la alteza de la gloria, que consiste en estar sentado a la diestra del Padre en las alturas.

3 el cual siendo como es el resplandor de su gloria, y vivo retrato de su substancia, y sustentándolo todo con su poderosa palabra, después de habernos purificado de nuestros pecados, está sentado a la diestra de la Majestad en lo más alto de los cielos,

Demostrada por el Apóstol la excelencia de Cristo, cuanto a la propiedad de origen, majestad de su señorío y virtud de su operación, demuéstrase aquí también, cuanto a su gloria y dignidad sublime. Divídese esta parte en dos: una indica que Cristo es idóneo para esta dignidad; otra señala la misma dignidad. La idoneidad la demuestra por dos cualidades que lo hacen a uno capaz de algo grande: una es el fácil manejo en la administración, otra la industria y denuedo en la ejecución. Cuanto a lo primero,3 requisitos son necesarios para facilitar la administración de una dignidad:

a) sabiduría, para que no yerre en el gobierno (Ecl. X; Pr. 8).

b) nobleza de linaje, para no ser menospreciado cuando mande (Pr. 31).

c) virtud poderosa para ejecutar; como dice el Eccli. 7,6: "no pretendas ser juez, si no te hallas con valor para hacer frente a las injusticias". Requisitos todos 3 que, por hallarse en Cristo, indican en El la facilidad para ia susodicha dignidad; pues no sólo es sabio, sino la misma sabiduría; no sólo es noble, sino la misma nobleza; no solo es poderoso, sino la misma potencia: "resplandor de su gloria, vivo retrato de su substancia, sostén de todo con su palabra"; 3 requisitos, como va dicho, que hacen a un hombre idóneo para alcanzar una gran dignidad.

Lo primero, el resplandor de la sabiduría (Pr. 3); y así, la señala en Cristo, diciendo: "el cual siendo el resplandor de la gloria". Según San Ambrosio, la gloria es una clara noticia, de alabanza acompañada; como si dijéramos, cierta manifiesta noticia de la bondad de alguno; mas, como se dice en San Mateo, y también en San Lucas (18 y 19): "bueno nadie sino sólo Dios". De donde, por excelencia y por esencia, la bondad es El; los otros seres, por participación, son buenos; y así, por antonomasia o excelencia, cuádrale a solo Dios ia gloria (Is 42; 1 Ti. 1). Por consiguiente, el conocimiento de la bondad divina,, por antonomasia o excelencia, dícese gloria, esto es, una clara noticia de la bondad divina, acompañada de alabanza. Esta, en cierto modo, la tiene el hombre, porque ahora conozco en parte (iCo 13); con mayor excelencia, ios ángeles; pero perfecta, sólo Dios; ya que a Dios nadie le ha visto jamás (Jn 1,18), ni los ángeles le abarcan con su capacidad, sino El a Sí solo. Luego, a boca llena dícese gloria el solo conocimiento de Dios de Sí mismo, por la clarísima y perfecta noticia que de Sí mismo tiene. Y ya que el resplandor es lo primero que lo resplandeciente echa de sí, y la sabiduría es cierto género de luminar (Eccli. 8); de ahí que la primera concepción de la sabiduría es como una especie de resplandor. Así que el Verbo del Padre, que es cierta concepción de su entendimiento, es el resplandor de la sabiduría con que se conoce; en razón de lo cual el Apóstol llama al Hijo resplandor de la gloria, esto es, de la divina clara noticia; con lo que no sólo por sabio, mas lo señala por la misma sabiduría engendrada (Is 62).

Lo segundo que hace al hombre a propósito para una gran dignidad es la nobleza de la prosapia; cualidad que demuestra tenerla Cristo, ya que le llama "vivo retrato de su substancia"; que a un príncipe le viene, como anillo al dedo, júnto con la sabiduría la nobleza (Dt. 1). Pénese aquí figura por carácter o imagen, como si dijera: imagen de su substancia. Pero es de saber que, aunque imagen diga semejanza, no toda semejanza es imagen; pues la blancura en la pared no es imagen de mi blancura, sino imagen y semejanza en especie. Así que propiamente imagen de alguna cosa es lo que tiene la semejanza de su especie o es la señal expresada de la especie; y entre los accidentes no hay señal tan acabadamente expresada como la figura de la especie; de donde quien describe la figura de un anima! describe también su imagen. Por tanto el Hijo, que es imagen de Dios invisible, llámase con toda propiedad figura; pero ¿figura de quién? "de su substancia"; ya que son múltiples las imágenes de uno; que algunas veces es un signo representativo de la especie que nada tiene de común con ella, como la imagen de un hombre en la pared, que no tiene ni pizca de la verdadera especie humana; otras, aseméjasele en la especie, no sólo en la representación, sino también en el ser, como el hijo es imagen verdadera del padre (Gn. 5), esto es, en la naturaleza de la especie; por lo cual añade: "de su substancia"; ya que, según San Agustín, llámase el Hijo imagen del Padre, porque es de la misma naturaleza que El.

Dice, pues, que es figura de su substancia. Mas ¿por qué no de su naturaleza? Porque es posible que la naturaleza de la especie se multiplique en multitud de individuos, en compuestos de materia y forma. De donde el hijo de Suerte no tiene numéricamente la misma naturaleza que su padre. Empero la substancia nunca se multiplica; pues no es otra la substancia del padre y otra la del hijo; ni se divide según los diversos individuos. Siendo, pues, una y numéricamente la misma naturaleza en el Padre y el Hijo de Dios, por eso no dice de la naturaleza, que se divide, sino de la substancia indivisible. "Mi Padre y Yo somos una misma cosa" (Jn X,30), y "Yo estoy en el Padre, y el Padre en Mí" (Jn 14).

Lo tercero que hace al hombre idóneo es la virtud y el poder (Eccii. 7), por cuya razón la muestra en Cristo diciendo: "sustentándolo todo con su palabra poderosa"; que es propio oficio de príncipes y poderosos

var sobre sí el peso y dirección del orbe (Jb 9,13), y que, por tanto, desempeña Cristo. Mas veamos qué carga, con qué y para qué. Tocante a lo primero, es de saber que lo que no puede tenerse en pie, y menos echar a andar, ha menester ser cargado. Ahora bien, toda criatura no puede de suyo ni subsistir ni obrar. La razón es clara, porque, quitada la causa, se quita el efecto; y causa de toda substancia es Dios, pues no menos lo es de la cosa en vía de llegar a ser que el albañii de que se haga ía casa; de suerte que, así como por falta del albani! cesa de edificarse la casa, y por ausencia del so! deja de producirse y haber luz en el aire, ni más ni menos, si retira el Señor su virtud divina, acábase en toda criatura el ser y hacerse y subsistir. Susténtalo, pues, todo cuanto a su ser, y también cuanto a su obrar, ya que, retirándoles su influjo, cesa todo movimiento en las causas segundas, siendo como es El la primera causa, que tiene mayor influjo que la segunda (Jb 38). Es, pues, cosa llana que lo sustenta todo.

Pero ¿con qué lo sustenta? Con su palabra poderosa. Pues ya que el Apóstol, al hablar de la creación, dijo que Dios todo lo hizo por el Hijo (ya que había dicho: "por quien hizo también los siglos"); y aquel por quien uno obra no parece obrar por su virtud, sino en virtud de quien obra por él, como el valido, por quien obra el rey, no obra por virtud propia; con lo que parece que el Hijo no obra por propia virtud; por tal razón dice el Apóstol que lo sustenta todo "con su palabra poderosa", pues, siendo el mismo la causa de ser y de conservar, al decir que el Hijo por su virtud es la causa de la conservación, por el hecho mismo da a entender que también es la causa del ser. Pero ¿entonces no por virtud del Padre? Sí por cierto, por virtud de El, porque es la misma en ambos: obra, pues, por virtud propia y por virtud del Padre, pues su virtud la tiene del Padre; empero no dice el Apóstol "por virtud suya", sino "por la palabra de su virtud", para mostrar que, así como el Padre todo lo produjo por el Verbo (Ps 32), con lo que el poder o la virtud del Padre sale a plaza con su mayor realce, así también el Hijo todo ¡o hizo con la misma palabra que es El mismo. Y con esto muestra el Apóstol la potencia de su virtud, porque tiene la misma que el Padre, obra lo mismo y por lo mismo que El.

Pero entonces se ofrece una duda, porque el Padre, al decir, produce al Verbo; luego el Hijo, al decir, produciría al Verbo, y así el Verbo del Padre sería el Verbo del Hijo; en correspondencia de lo cual dicen los griegos que, así como el Hijo es imagen del Padre, así el Espíritu Santo es imagen del Hijo -y la explicación que da San Basilio es que esa "palabra poderosa" es el Espíritu Santo; porque así como el Hijo es el Verbo del Padre, como dicen, de la misma manera el Espíritu Santo es el Verbo del Hijo; por consiguiente, por El hace el Hijo lo que por el Hijo el Padre.- Pero, hablando con toda propiedad, no se llama verbo sino lo que procede como concepto del entendimiento, a lo que se añade la procedencia a semejanza de la especie; y el Espíritu Santo, aunque semejante, no tiene esto por razón del modo de su procesión, pues no procede, como concepto, del entendimiento, mas como amor, de la voluntad.

La Glosa explica de otra manera el "con su palabra poderosa", interpretándolo así: con su imperio. Pero aquí nuevamente se ofrece la duda de qué cosa sea este verbo o palabra, porque el imperio del hombre o es algo exterior proferido por la voz, ío cual no puede decirse del ser divino, pues nada procedente del Hijo, que lo sustenta todo, es extrínseco a la naturaleza divina; o algo interior concebido en el corazón, cosa que tampoco se puede admitir, pues nada concibe la mente de Dios que no sea el Verbo eterno. Luego este imperio, así concebido en ía mente del Hijo, sería el Verbo eterno, y entonces habría dos Verbos eternos, lo cual fuese blasfemia afirmarlo. Por tanto, al argumento hay que responder, como explica San Agustín, aquello de Juan: "la palabra que he hablado, ésta lo juzgará" (12), esto es, Yo mismo lo juzgaré, que soy el Verbo del Padre. Lo mismo en el caso presente: con su palabra poderosa, esto es, por Sí mismo, que es el Verbo todopoderoso. Así que, por estos 3 argumentos 3 cualidades demuestra de Cristo:

a) por el resplandor su coeternidad con el Padre, contra Arrio; ya que en las criaturas el resplandor es contemporáneo, pero aquél es coeterno.

b) por la imagen su consubstancialidad; pues, no siendo de la misma naturaleza resplandeciente y resplandor, no fuese alguno a creer que no era de la misma naturaleza que el Padre, dice que es imagen o figura de su substancia.

c) por la palabra su omnipotencia; porque el hijo, aunque de la misma naturaleza que ei padre, pero si está enfermo degenera de la virtud paterna, por eso añade: "sustentándolo todo con su palabra poderosa". Queda, pues, Cristo enaltecido, por voz del Apóstol,

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a título de coeterno, de consubstancial, de todopoderoso.

- "después de habernos purificado de nuestros pecados". Muestra con eso lo que para la idoneidad de su dignidad es el segundo requisito, es a saber, el denuedo y buena mano que tuvo para obrar; que no poca fue menester para que, lo que por naturaleza le tocaba corno Dios, El se lo hubiese ganado a punta de lanza por la pasión en la naturaleza que tomó. En razón de lo cual bien dice en Fiiip. 2,9 que por haberse hecho "obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, le ensalzó Dios". Así que purificar de los pecados, aunque le compete por su naturaleza divina, compétele también por el mérito de la pasión (Eccli. 47, Mt 1).

Por razón de la naturaleza divina y por razón de la propiedad de Hijo compéteie también a Cristo la purgación de los pecados. Por razón de la naturaleza divina, porque la culpa o pecado propiamente es el mal de la criatura racional, y la reparación de este mal o pecado no puede hacerlo sino sóio Dios; ya que el pecado, o todo el punto de él, radica en la voluntad, y ésta no puede moverla más que Dios. "Perverso es el corazón de todos los hombres e impenetrable; ¿quién podrá conocerlo?" (Jr 17,9). Y la razón es porque lo que mayor vecindad tiene con el fin no lo reduce a él sino la primera causa agente; y la voluntad está destinada al último fin, porque para eso fue hecha, para gozar de Dios y, por consiguiente, sólo Dios la mueve y hace entrar por cuerda derecha. Siendo, pues, Cristo verdadero Dios,' es claro que puede purificarnos de nuestros pecados.

"¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?11

(Mt 9, Is 42).

Compétele también a Cristo, por razón de propiedad, dicha purificación; para cuya evidencia es de saber que en el pecado lo primero es la transgresión de la ley eterna y del derecho divino, ya que todo pecado es iniquidad, que es transgresión de la ley. "Han quebrantado las leyes, han alterado el derecho, rompieron fa alianza sempiterna" (Is 24,5). Siendo, pues, la ley eterna y el derecho divino incumbencia del Verbo eterno, es claro que a Cristo, en cuanto Verbo,' compete purificar de pecados (Ps 106).

Lo segundo que trae consigo el pecado es la pérdida de ia luz de la razón y, por consiguiente, de la sabiduría divina en el hombre, ya que dicha luz es una participación de la sabiduría divina. "Porque no tuvieron sabiduría perecieron" (Bar. 3,27); "errados van los que obran el mal" (Pr. 14,22); y, según el Filósofo, todo el que mal obra es ignorante; y enderezar la proa rumbo a la divina sabiduría tócale a quien es la divina sabiduría, que es Cristo (1Co 1; Sg 9).

Lo tercero, la disforme desemejanza de la imagen de Dios en el hombre (Pr. 2); de ahí que diga San Lucas del hijo pródigo que partió a una región lejana; y semejante fealdad a quien incumbe conformarla a su primitiva forma es al Hijo, que es imagen del Padre (1Co 14).

Lo cuarto, la pérdida de la herencia eterna, en señal de lo cual fue echado el hombre del paraíso; y el reparo de esta quiebra toca con toda propiedad al Hijo, que es el heredero (Rm 8; Ga 4).

Queda, pues, claro que a Cristo incumbe purificar de pecados, por razón de ambas naturalezas, la divina y la humana.

Mas ¿de qué modo hizo esa purgación? En parte ya va dicho y está claro; pues lo primero en el pecado es la perversidad de la voluntad, por ia que el hombre se aparta del bien inconmutable, y para enderezar esta perversidad ofreció Cristo la gracia justificante (Rm 3).

Lo segundo, la mancha que queda en el alma de la perversidad de la voluntad, y para lavarla dio su sangre (Ap. 1).

Lo tercero, el reato de la pena en que incurre el hombre por la culpa, y para dar satisfacción por ella ofrecióse a Sí mismo como víctima en el ara de la cruz (Ep 4).

Lo cuarto, la servidumbre del diablo, a que el hombre pecando queda sujeto, porque el que comete pecado esclavo es del pecado, y para arrancarnos de esta servidumbre nos redimió (Ps 30).

Por tanto, al decir: "está sentado a la diestra", insinúa de paso la misma dignidad, como si dijera: el estar sentado no desdice de El, siendo el resplandor y figura y sustento de todas las cosas. 3 cosas suelen incluirse en la palabra sesión: una, la autoridad dei que está sentado (Jb 29). Muchos asisten en la divina curia (Dn. 7), pero de ninguno se lee que esté allí sentado, porque todos son servidores y ministros (He 1,14), sino Este sólo tiene dignidad real (Dn. 7): "ie dio el poder... y el reino" (Mt 25).

Otra, la estabilidad y firmeza (Lc 24; Dn. 7; He. 13). Asimismo, alguna vez estar sentado encierra el concepto de humildad, ya que el sentado está más abajo que los que están de pie (Ps 138); y en este sentido no se toma aquí, sino de los dos primeros modos.

Pero, al contrario, dicen los Hechos: "he aquí que veo ios cielos abiertos y a Jesús de pie". Mas a esto se responde que estar de pie o sentado, y semejantes posturas corporales, dícense de Dios por semejanza; por tanto, estar de pie o sentado dícense a diversos visos, según el tiempo y la ocasión; porque estar sentado, por razón de la inmovilidad; pero estar de pie, por la utilidad para una fuerte resistencia; de donde, si estaba de pie, era como para ayudar a Esteban, que se hallaba en terrible trance. Pero añade el Apóstol que "está sentado a la diestra". Si se refiere a la naturaleza divina, quiere decir que en un todo es igual al Padre; si a la humana, que en los bienes del Padre El tiene la primacía, ía llave dorada (Me. 16; S. 109).

Mas entre los que tienen asesores, unos son simplemente mayores, como el emperador o el rey; otros no simplemente mayores, sino según y conforme, como los validos y prepósitos. Cristo, claro es, no está sentado a la diestra de algún juez inferior, como valido o prepósito,, sino del que simplemente es mayor, porque "a ía diestra de la majestad" (Is 6; Pr. 25). Pero, aunque está así sentado a la diestra de la majestad, tiene también Cristo su majestad, porque tiene la misma que el Padre (Mt 25; Lc 9).

Dice más: no sólo de la majestad, sino "en lo más alto de los cielos", esto es, sobre toda criatura (Eccli. 24).

Así pues, se sienta en lo más alto, porque fue elevado sobre toda criatura (Ps 8). Y según el Crisóstomo, procede el Apóstol en este lugar a guisa del que quiere instruir a un niño, que no le propone de golpe y porrar zo lo perfecto y sumo, mas paso a paso y su poco a poco, ya lo sublime, ya proponiéndole lo más bajo e ínfimo; así también aquí, ya propone lo divino, al decir: en el Hijo; ya lo humano, al decir: a quien constituyó heredero; y así en otros pasajes, como parece por la Glosa.

(He 1,4-7)

Lección 3: Hebreos 1,4-7

Nos muestra a Cristo superior a los Angeles por el señorío y filiación divina, porque Cristo se llama Hijo y ios Angeles servidores o criados.

4 hecho tanto más superior y excelente que los ángeles, cuanto es más aventajado el nombre que recibió por herencia.
5 Porque, ¿a cuál de los ángeles dijo jamás: Hijo mío eres Tú, Yo te he engendrado hoy? Y asimismo: ¿Yo seré Padre suyo y El será Hijo mío?
6 Y otra vez, al introducir a su Primogénito en el mundo, dice: adórenle todos los ángeles de Dios.
7 Asimismo, en orden a los ángeles, dice la Escritura: El, que a sus ángeles o embajadores los hace espíritus o ligeros como el viento, y a sus ministros activos como la ardiente llama.

Como va dicho, el intento del Apóstol en todo el capítulo es anteponer, en punto a excelencia, a Cristo a los ángeles; de ahí que hubiese puesto 4 títulos tocantes a dicha excelencia, es a saber:

a) cuanto al origen, porque es Hijo;

b) cuanto al señorío, porque es heredero;

c) cuanto a la operación, porque "hizo los siglos";

d) cuanto a la honra, porque "está sentado a la diestra de la majestad".

Ahora, en esta parte, demuestra el Apóstol que cuanto a estos 4 títulos aventaja a los Angeles. Dice, pues: "hecho tanto más superior que los ángeles", esto es, más santo y, por tanto, más allegado a Dios, con que propone la ventaja que hace Cristo a los ángeles (Ep 1). Pero entonces brota esta dificultad: ¿en qué sentido lo entiende el Apóstol, si según la naturaleza divina o la humana? Porque si lo primero, no parece verdad, ya que según ella, fue engendrado, no hecho; según la humana, no es mejor que los ángeles (He 2). A esto se responde que Cristo, según la naturaleza humana, dos cosas tuvo en esta vida, es a saber, la flaqueza de la carne, y, en este sentido, quedó por debajo de los ángeles (He 2); asimismo, tuvo la plenitud de la gracia, y en este otro sentido, aun en la humanidad,' aventajó a los ángeles en gracia y gloria (Jn 1).

Mas no es así como se entiende aquí; pues no entiende el Apóstol que fuese superior cuanto a la gracia, mas cuanto a la unión de la naturaleza humana a la divina; y en este sentido se dice hecho, en cuanto que por la hechura de esa unión llegó a ser superior a los ángeles y a decirse y ser en efecto Hijo de Dios. Por eso añade: "cuanto es más aventajado el nombre que recibió por herencia".

Por lo que hace a este nombre, muestra la ventaja en 3 cosas:

a) cuanto a la sigrfificación, porque el nombre propio de los ángeles es el de enviados o embajadores, que es nombre de ministros o servidores; pero el nombre propio de Cristo es el de Hijo de Dios; y este nombre lleva tanta ventaja al otro que, por mucha diferencia que uno ponga, hay espacio para más, por ser la distancia infinita. "¿Cuál es el nombre de Este que tal hizo? ¿Y qué nombre tiene su Hijo? Dilo tú, si es que lo sabes" (Pr. 30,4). Porque el nombre del Hijo es, como el del Padre, incomprensible (Ph 2).

Mas quizá repliques que también los ángeles se llaman hijos de Dios (Jb 1 y 2). A esto se responde que si así se llaman, mas no por naturaleza y por esencia, sino por cierta participación. El, en cambio, es esencialmente Hijo de Dios; por cuya razón tiene un nombre mucho muy diferente del de ellos; y esto es lo segundo:

b) cuanto al modo: "¿quiéij semejante a Dios entre los hijos de Dios?" (Ps 88). Como si dijera: por naturaleza, ninguno;

c) cuanto a la herencia, porque este nombre lo heredó; que la herencia es consecuencia del origen. De donde Cristo tiene por naturaleza y por origen ser Hijo; los ángeles por don de la gracia (Mt 21). Sigúese, pues, que su nombre lo heredó; no así los ángeles.

-"porque ¿a cuál de los ángeles dijo jamás...?"

Viene a las pruebas y trata del nombre que le cuadra a Cristo, según la divinidad y según la humanidad. Cuanto a lo primero, alega la autoridad del Salmista: "díjome el Señor: mi Hijo eres Tú" (2,7); y a esto alude lo de: "¿a cuál de los ángeles di¡o jamás?" Como si dijera: claro que a ninguno de los ángeles fueron dichas semejantes palabras, sino a solo Cristo. Donde pueden advertirse 3 cosas:

1- el modo del origen en la palabra Hijo.

2- la singularidad de la filiación: "Tú eres mi Hijo".

3- la autoridad: "hoy te engendré Yo": "Ego hodie".

Este modo no es carnal, sino intelectual y espiritual, ya que Dios es espíritu y, por consiguiente, no engendra de manera carnal, sino espiritual e intelectual. Por lo que toca al entendimiento, al hablar, engendra la palabra, que es su concepto; por lo cual señaladamente dijo: "el Señor me dijo", esto es, el Padre al Hijo. Decir, pues, el entendimiento del Padre no es otra cosa que concebir el Verbo en el corazón (Ps 44; Job 33; Eccli. 24).

Cuanto a lo segundo, esta generación es singular, porque dice: "Tú eres m1 Hijo", como si dijera: aunque muchos otros se llaman hijos, el ser hijo natural es propiedad suya exclusiva; porque los otros, si se llaman hijos, es por participar de este Verbo de Dios. San Juan llamó dioses a quienes Dios dirigió su palabra; pero Cristo es la misma palabra, el Verbo.

a la epístola a los hebreos

Cuanto a lo tercero, esta generación no es temporal, sino eterna, porque "hoy te engendré". La diferencia que hay del tiempo a la eternidad es que el tiempo varía como el movimiento, cuya medida es la variación y la sucesión; de ahí que se denomine por la sucesión de futuro y pretérito. La eternidad, por el contrario, es la medida de una cosa inmoble y, por consiguiente, no hay allí variación por sucesión, sino que siempre está presenté; por cuya razón se hace notar por el adverbio de tiempo presente, hoy, esto es, en la eternidad. Mas porque lo que se hace, por no estar todavía hecho, está, por consiguiente, inacabado; mas lo que está hecho está completo y, por tanto, perfecto; por eso no dice: te engendro; mas, porque está perfecto, te engendré. Pero porque no se piense que su generación estriba toda en el tiempo pretérito y, por consiguiente, en falta, añade hoy y júnta al presente el pretérito, es a saber, hoy y engendré, para que sepamos que la misma generación está en un ser y está acabada y perfecta; y así en el hoy la permanencia, y en el engendré se designa la perfección, de suerte que el sentido sea éste: eres perfecto, Hijo mío; con todo, tu generación es eterna y siempre eres por Mí engendrado; así como es perfecta la luz en el aire, y, sin embargo de eso, procede siempre del sol. "el cual fue engendrado desde el principio, desde los días de la eternidad" (Mi. 5,2; Salmo 109). Pudiera también exponerse esto de la generación temporal, de suerte que dijera: hoy, esto es, en el tiempo, te engendré.

Por tanto, al decir: "y asimismo: Yo seré Padre suyo. ..", indica su intento, lo segundo que conviene a Cristo según la humanidad, y esto por otra autoridad. Según la Glosa, esto lo dice Is : "Yo seré Padre suyo"; pero en Is no se halla tal, sino aquello: "un hijo se nos ha dado". En cambio, en 2 Reyes 7 y 1 Crónicas 28, se hallan estas mismas palabras del Señor, que se las dice a David refiriéndose a Salomón, que era figura de Cristo. A propósito, es de saber que en el Antiguo Testamento dícense algunas cosas del que es figura, no en cuanto tales cosas, sino en cuanto es figura, y entonces no se le aplican a él, sino en cuanto se refieren a lo figurado. Por ejemplo, en el Salmo 71, algunas cosas se dicen de David o de Salomón sólo en cuanto eran figura de Cristo; otras también en cuanto que son ciertos hombres, y lo que de ellos se dice puede aplicarse a ellos y también a Cristo, como aquello: "Dios, da tu juicio al rey", porque eso puede acomodársele a Salomón. Mas lo que de ellos se dice en cuanto son figura nunca puede aplicárseles a ellos, como, por ejemplo, lo de "dominará de mar a mar", porque de ninguna manera puede verificarse en Salomón.

Así, volviendo al intento, aunque esto se diga de Salomón, puede también exponerse de Cristo, que era figurado por él. Dice, pues: seré, que está en tiempo futuro, para indicar que la Encarnación del Hijo tiempo llegaría en que fuese realidad (Sa. 4). Pero arriba, al hablar de la generación eterna, dijo: "eres Tú", como sin movimiento; mas aquí, al hablar de la generación temporal, dice: "in filium", será hijo mío, que indica el término de algún movimiento; pues la asunción lleva consigo movimiento hacia la filiación. Y porque toda moción hácese por operación de alguno con término en algún efecto; por eso pone primero la operación del que obra, porque la asunción no se hizo por virtud de la humanidad, sino de la divinidad, al decir: "Yo seré su Padre", esto es, lo tomaré para unirlo a la persona del Hijo. Y añade el efecto que se siguió, pues fue recibido para ser unido personalmente al Hijo: "y El será mi Hijo". De lo primero dice San Lucas: "la virtud del Altísimo", es a saber, del que hace la asunción o la toma, "te cubrirá con su sombra". De lo segundo la carta a los Romanos: "que le nació según la carne del linaje de David". Nuevamente: "le seré", esto es, para honra y provecho suyo, lo glorificaré (Jn 14); "y El será para Mí", esto es, para honrarme manifestando mi nombre a los hombres (Jn 14)

-"Y otra vez, al introducir a su Primogénito en el mundo". Aquí trata del señorío de Cristo-, por el cual es heredero del universo. Donde muestra este señorío, de manera especial sobre los ángeles, poniendo de parte de ellos y de Cristo la razón de ese señorío. Cuanto a lo primero, trae la autoridad del Salmista, al decir: "adórenle todos sus ángeles"; pues la adoración no se le rinde sino al Señor; luego, si los ángeles le adoran, es Señor de ellos. Queriendo el Apóstol alegar esta autoridad, toca primero la intención del Salmista diciendo: "y otra vez, al introducir...", de modo que hable de la venida de Cristo al mundo. Por eso dice: y cuando la Escritura introduce, esto es, dice que lo introduzcan, al Primogénito, como si dijera: dicho está que Cristo, con título especial es el Hijo, y no los ángeles; luego es el engendrado principalísimamente por el Padre. Llámesele, pues, primogénito (Rm 8); y Éste había que introducirlo en el mundo. Advirtamos, de paso, con qué orden habla el Apóstol, ya que primero dice que dimana del Padre, que fue tomado para constituir una persona, y ahora lo hace llegar al conocimiento de los hombres y llama a la Encarnación introducción en el mundo. Mas, por el contrario, Cristo la llama salida: "salí del Padre y vine al mundo" (Jn 16). Pero digamos que es introducción también la salida, como en la reconciliación de un caballero con un príncipe, que primero sale a él el mediador, y luego lo introduce. Algo semejante hay en 1 Reyes 20, entre David y Jonatás. De esta manera Cristo, mediador entre Dios y los hombres, salió primero a buscar a los hombres, y luego los puso en presencia del Padre ya reconciliados (He 2). O digamos que introduce significa: lo mete dentro de los corazones humanos, porque la Escritura, al hablar de la venida de Cristo, dice que hay que recibirlo dentro de los corazones, y este recibimiento se hace por medio de la fe (Ep 3; Salmo 95); pues, cuando la Escritura dice que las gentes deben creer, dice que Cristo entrará en sus corazones. Y esto que dice: iterum: otra vez, se expone de muchos modos; pues dice el Crisóstomo que de la Encarnación del Verbo, que se llama introducción, no una sino repetidas veces habla la Escritura. Así, por ejemplo, ya qué primero estaba en el mundo de modo invisible por la potencia de la divinidad, mas de nuevo lo introduce en el mundo, en forma visible, según la presencia de la humanidad. O de otra manera, ya que arriba había dicho: seré su Padre, esto es, lo tomaré para unirlo personalmente a Mí. Y otra vez, al introducirlo, es a saber, a este Primogénito, elevado a la unidad personal, pues no bastaría decir que se le introduce, si no se dice de qué manera, pues no como a un cualquiera del mundo, ni como a los ángeles, mas por encima de todos. Por eso dice: "adórenle todos los ángeles" (Ps 96; Neh. 9; Ap. 7).

Al decir luego: "en orden a los ángeles", pénese, de parte de los ángeles, la razón por la que lo adoran, como si dijera: justo es que lo adoren, porque son servidores. De donde dice: "El, que a sus ángeles o embajadores ios hace espíritus o ligeros como el viento, y a sus ministros activos como la ardiente llama"; pues Dios obra algunas veces iluminando el entendimiento (Jn 1); otras mueve a obrar (Is 26); y lo primero lo hace en nosotros por medio de los ángeles (Ps 75); lo segundo también, como dice Dionisio. Así que, en cuanto se vale de ellos para iluminar, se llaman embajadores, que tienen por oficio anunciar lo que su señor lleva oculto en el corazón; mas en cuanto mediadores de las obras divinas ¡lámanse ministros (Ps 102). Son, pues, embajadores y ministros; y cuáles sean los describe por las dos cosas corporales más a propósito: una el aire, cuya propiedad está que ni nacida para un embajador, y para un ministro el fuego; ya que el aire tiene una capacidad receptible de luz y de impresiones, y asimismo devuelve muy bien lo recibido y velozmente se mueve; cualidades que ha de tener el buen embajador, es a saber, que retenga lo que le dicen, que lo comunique fielmente, que rápido lo ejecute.

Todas 3 cosas que a los ángeles les vienen de perlas; pues, por ser, según Dionisio, espejos limpísimos, reciben a maravilla las luces divinas (Mt 18), las reflejan con vivísimos reverberos (Ap. 1) y son veloces (Is. i 8). Liámanse espíritus, porque así se llama toda substancia invisible; de ahí que al aire así se le llame. Asimismo, son fuego en su calidad de ministros, por ser el fuego, entre todos los elementos, el más activo para obrar y más eficaz; en razón de lo cual, en el Salmo 103, donde se dice de los ángeles que son sus ministros, se añade: "los haces fuego ardiente". Otrosí, el fuego causa calor, por el que se significa la caridad (Cant. 8); por eso se les describe en forma de fuego y se les llama Serafines (Is 6). Todavía más, el fuego se mueve siempre hacia arriba; así los ángeles y buenos ministros todo lo que hacen siempre lo refieren a gloria de Dios, como parece en Tobías 12 por el arcángel Rafael: "bendecid al Dios del cielo". No dice: a mí, sino a Dios. No así el ángel malo, que dice: "si postrándote me adorares"; mas el ángel bueno, como leal servidor, dice "¡cuidado con hacerlo!", sino "adora a Dios".

(He 1,8-9)

Lección 4: Hebreos 1,4-7

Ensálzase la regia dignidad de Cristo por la autoridad, equidad y bondad de su gobierno, que, por ser a propósito para dicho oficio, para eso fue ungido: para desempeñarlo.

8 Al hijo, en cambio, le dice: el trono tuyo, ¡oh Diosi, subsistirá por los siglos de los siglos; cetro de rectitud el cetro de tu reino.
9 Amaste la justicia, y aborreciste la iniquidad; por eso, ¿oh Diosi, el Dios y Padre tuyo te ungió con óleo de júbilo mucho más que a tus compañeros.

Arriba probó el Apóstol por autoridad que los ángeles son emba adores o ministros; ahora lo prueba por razón, de parte del mismo Cristo, e intenta probar la regia dignidad de Cristo, lo primero, ensalzándola, lo segundo, mostrando para ella su idoneidad. Así que primero encarece su regia autoridad; segundo, la equidad de su gobierno; tercero, su bondad. Dice, pues: "en cambio al Hijo le dice: el trono tuyo, ¡oh Diosi"; y son palabras de Dios Padre, que habla por la lengua del profeta, como por pluma de escribano. Dice, pues: ¡Oh Dios Hijo, tu trono... ! con lo que se significa la regia majestad, ya que el trono es la sede real, mas la cátedra del maestro, y el tribunal asiento del juez, todo lo cual conviénele a Cristo; el trono (Ps 88), porque es nuestro rey (Lc 1); la cátedra, porque es el Maestro (Jn 3); el tribunal (II*.Co 5), porque es nuestro juez (Is 33).

Correspóndele el trono a Cristo, según la naturaleza divina, en cuanto Dios (Ps 46); en cuanto hombre, por el mérito de la pasión, victoria y resurrección (Ap. 3). Este trono es perpetuo. "Su reino no tendrá fin" (Lc i; Dn. 7). Es claro que ese reino es eterno, ya porque por naturaleza le corresponde, porque es Dios (Ps 144); ya en cuanto hombre, por dos razones: una, porque no es reino ordenado a cosas temporales, sino eternas (Jn 18); otra, porque la 1glesia, que es reino suyo, durará hasta el fin del mundo, y entonces entregará Cristo ese reino a Dios y al Padre para darle su consumación y perfección. De suerte que el reino de Cristo es para encaminar a los hombres a la vida eterna; no así el reino de los hombres, que por eso se acaba con la vida presente.

-"cetro de rectitud el cetro de tu reino". Encarece la calidad de su reino por la equidad, que muy a pelo es descrito por la vara; pues va diferencia entre un gobierno tiránico y un gobierno real, ya que el tiránico busca el propio provecho con gravamen de los subditos; el real, en cambio, ordénase de principal intento para provecho de los subditos; por cuyo motivo el rey es padre y pastor; puesto que el pastor no corrige a espadazos, sino con vara (Ps 88); que asimismo le sirve para dirigir la grey (Mi. 7). Otrosí, es báculo para los flacos (Ps 22) y arma ofensiva contra los enemigos (Nb 24); pero también es cetro de rectitud (Is 11).

Mas advirtamos que alguna vez ejércece el gobierno a punto crudo de derecho, como cuando se observa lo que de suyo es justo; y sucede que, aunque una cosa es justa de suyo, pero comparada con otra fuera perniciosa si se observase; en cuyo caso convendría se aplicase el derecho común; lo cual, si se lleva a efecto, rinde por fruto un gobierno equitativo y justo. El reino del antiguo testamento se llevaba con ese rigor de justicia, "carga que ni nosotros, ni nuestros padres, pudimos soportar" (Ac XV); mas el reino de Cristo es reino de justicia y de equidad, ya que en él no se impone sino una suave observancia, "pues mi yugo es dulce y mi carga ligera" (Mt XI. S. 95).

-"amaste la justicia". Ensalza ahora la bondad del gobernante; pues algunos, si guardan la justicia, no lo hacen precisamente por amor a ella, sino más bien por temor, por vanagloria, por miedo, con lo que tal gobierno no dura; pero Este guarda la justicia por amor a ella. Dice, pues: "amaste la justicia", como si dijera: si la vara es recta y justiciera, esto es porque amaste la justicia. "Amad la justicia los que sois jueces" (Sg 1). Pero el que no ama la justicia no es justo (Mt 5). Algunos hay que aman por cierto la justicia, mas son remisos para corregir lo malo; Cristo, en cambio, aborrece, esto es, reprueba la iniquidad (Ps 1 18; Sg 14; Eccli. 12). Por eso dice: "y aborreciste la iniquidad".

-"Por eso Dios te ungió". Muestra la idoneidad de Cristo para ejecutar y gobernar, en donde la duda es por el "propterea": por eso. Trátase con tales palabras de la unción espiritual, porque Cristo estuvo lleno del Espíritu Santo. Pues ¿acaso estuvo lleno porque amó la justicia? Luego mereció la gracia, que es asentar una afirmación contraria a lo que dice Romanos XI: "sí por obras, luego no por gracia"; y ésta es una razón común. Pero lo que hace más a nuestro propósito es que Cristo desde su misma concepción estuvo lleno del Espíritu Santo (Jn 1). Así que no mereció.

Respondo: aquí hay que andar con cautela para no caer en el error de Orígenes. Según él, todas las criaturas espirituales, aun el alma de Cristo, fueron creadas desde el principio, y conforme a su adhesión o despego, más o menos intenso, a merced de su arbitrio, hízose una distinción entre almas y ángeles. De ahí que diga en el Periarjón que el alma de Cristo, por su vehemente adhesión a Dios, amando la justicia y aborreciendo la iniquidad, mereció mayor plenitud de gracia que todas las substancias espirituales. Pero es herejía afirmar tal cosa, es a saber, que cualquier alma, aun la de Cristo, haya sido creada antes que el cuerpo -con especial razón en Cristo- ya que al mismo tiempo ert el primer instante fue formada el alma y formado el cuerpo, y todo el compuesto tomado por el Hijo de Dios. ¿A qué viene, pues, decir: "propterea": por eso? Hay una Glosa que parece inclinarse al sentir de Orígenes. Mas si queremos salvarla de error, diremos que en la Escritura se dice que algo se hace cuando se da a conocer; como, por ejemplo, en Ph 2: "se hizo obediente. .. por lo cual Dios lo ensalzó". ¿Acaso por los méritos de su Pasión mereció Cristo ser Dios? ¡Líbrenos Dios de afirmar tal cosa!, que éste es el error de Fotino.

Digamos, pues, que sobrepuja todo mérito el hecho de que Cristo sea Dios, mas por su pasión mereció darse doquiera a conocer por Dios y que tal nombre se lo haya dado Dios. .. Así que ese texto: por eso te ungió Dios, hay que interpretarlo en este sentido: por haber Tú amado la justicia, mereciste que esto se hiciese notorio. O mejor de este otro modo, de suerte que "propterea": por lo cual, no signifique causa meritoria, sino final, como si dijera: el haberte ungido Dios con el óleo de santificación, con que eran ungidos los sacerdotes y reyes -como parece por David y Salomón- y vasos sagrados; asimismo los profetas -como parece por Eliseo- fue para que alcanzases la posesión de un trono perpetuo y un cetro de rectitud.

Mas ¿por qué se hacía esta santificación por medio de la unción? La razón es literal: ya que por vivir en una región demasiado caliente los orientales sentían necesidad de ungirse, en ocasión de alguna solemnidad, para que no se les comiese el pellejo. Lo mismo hacían los pobres: "No tiene tu esclava otra cosa en su casa sino un poco de aceite para ungirse" (2 Reyes,4,2). Y en la Escritura se nos cuentan estas cosas al estilo humano. Pues porque entonces era costumbre se ungiesen los hombres, o para festejar a Cristo o a la propia persona, por eso, para indicar la excelencia de Cristo, dice que fue ungido "con óleo de alegría", puesto que es rey (Is 32 y 35), sacerdote (Ps 109) y profeta (Dt. 18), y convenía fuese ungido con óleo de santificación y de alegría.

De El proceden los Sacramentos, que son canales o vasos de la gracia (Is 22). Conviene también esta unción a los cristianos, puesto que son reyes y sacerdotes (I P. 2; Ap. 5) y tienen al Espíritu Santo, que es espíritu de profecía (Jpel 2) y, por consiguiente, están ungidos con invisible unción (2Co 1; 1 Jn 2).

Mas ¿qué comparación hay entre Cristo ungido y los cristianos ungidos? Esta, a saber, que Cristo la tiene primero y de principal intento; nosotros y los demás derramada de El (Ps 127); por eso dice: "mucho más que a tus compañeros" (Jn 1), De donde otros se dicen santos, pero El el santo de los santos, siendo como es la raíz de toda santidad. Y dice con óleo de alegría o de júbilo, porque de esta unción procede la alegría espiritual; "que el reino de Dios no consiste en comer y beber, sino en la justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14; Ga 5; Salmo 103; Is 61).

La repetición de: "Dios, Dios" tiene doble exposición: una, que el nombre Dios está repetido en nominativo, de suerte que el sentido sea éste: te ungió Dios por Sí mismo Dios; a nosotros, en cambio, nos ungió por Ti, Cristo hombre, mediador entre Dios y los hombres (II P. 1). Otra, según San Agustín en la Glosa, que el nombre está en nominativo y vocativo, de modo que se interprete así: ¡Oh Cristo, que eres Dios Hijo, Dios Padre te ungió... ! exposición que, al parecer, está más de acuerdo con el texto griego; con todo, no parece la verdadera, ya que Cristo no fue ungido en cuanto Dios, porque así no le conviene recibir al Espíritu Santo, sino darlo a otros. Respondo: digamos que en persona lo mismo es Dios y hombre, pero fue ungido en cuanto hombre. Y cuando se dice: ¡Oh Dios, Diosi, uno mismo es Dios y hombre, ungido y ungidor, y una misma cosa con El en persona.


Aquino - A LOS HEBREOS