Aquino - A LOS HEBREOS 6

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He 1,10-12)

Lección 5: Hebreos 1,10-12

Demuéstrase que Cristo es superior en poder a los ángeles, porque es Creador e inmutable; las creaturas, en cambio, son mudables.

10 Y en otro lugar: Tú eres, ¡oh Señor!, el que al principio fundaste la tierra, y obra de tus manos son los cielos.
11 Ellos perecerán, mas Tú permanecerás siempre el mismo, y todos como vestidos envejecerse han,
12 y como un manto o ropa, así los mudarás, y quedarán mudados; pero Tú eres para siempre el mismo, y tus años nunca se acabarán.

De 4 excelencias, con que Cristo aventaja a los ángeles, probadas ya dos, es a saber, por ser Hijo y heredero, prueba ahora la tercera, esto es, que les hace ventaja por el poder de operación, ya que por El hizo el Padre los siglos; lo cual prueba el Apóstol por autoridad de la misma profecía, mostrando su virtud operativa en cuanto Creador y haciendo ver cuánto va de Creador a creatura. Para ilustrar lo primero, pinta la creación de los cielos y de la tierra, cuyo texto puede leerse de dos maneras: de una, como si el profeta se dirigiese al Padre, de suerte que diga: "Tú, joh Señor!, es a saber, Dios Padre, al principio fundaste la tierra", esto es, en tu Hijo, que es el principio (Jn 8). Y esto equivale a decir: Tú fundaste la tierra por medio de tu Hijo (Ps 103); y el Hijo es la sabiduría engendrada, habiéndole antes llamado el esplendor de la gloria; y lo que aquí dice corresponde a lo que había dicho arriba: "por quien hizo los siglos".

De otra manera, como si se dirigiese al Hijo: "y Tú, ¡oh Señor!, es a saber, el Hijo, fundaste la tierra al principio, esto es, del tiempo, para descartar la opinión, de los que defienden la eternidad del mundo; o en el principio, es a saber, de la producción de las cosas, para dar de mano la otra opinión de los que afirman que las cosas corporales no fueron creadas al mismo tiempo que las espirituales, sino después (Sn. 1; Ecli. 18).

Es de saber que de 3 modos puede distinguirse la tierra del cielo: de uno, si por tierra, tal como suena, entiéndese el elemento de la tierra; y por cielo los cuerpos superiores, así como Moisés no menciona el aire, porque lo incluye en el agua; así aquí entiende por cielo el mismo cielo y los otros dos elementos, es a saber, el aire y fuego, que tienen más parecido con la naturaleza del cielo, como consta por el lugar donde están. Así también lo toma Moisés (Gn. 1) y dice fundaste, para indicar 3 cosas que pertenecen a la tierra: la quietud, la perpetuidad, el orden. La quietud, porque todas las otras cosas participan de movimiento; la tierra, en cambio, y sola ella, totalmente persevera inmóvil, de suerte que el sentido sea éste: fundaste, esto es, la hiciste firme. "Asentaste la tierra sobre sus bases; no se conmoverá por todos los siglos" (Ps 103,5).

2* La perpetuidad, ya que entre las partes de un edificio lo más firme es el cimiento. "Pasa una generación, y le sucede otra; mas la tierra queda siempre estable"

(Eccl. 1,4). Según esto, "fundaste la tierra" equivale a: le diste perpetua solidez.

3* El orden, porque así como el cimiento, base del edificio, yace en lo más hondo, así la tierra, entre todos los elementos, tiene el último lugar (Is 48; Salmo 94).

Mas no dice: hiciste los cielos, sino "obra de tus manos son los cielos", porque lo que uno hace con sus manos parece que lo hace con más cuidado y, por consiguiente, este modo de hablar es para señalar la nobleza y hermosura de los mismos (Is 48). Otra cosa es que por tierra entienda toda la naturaleza corpórea; y en ese sentido se entendería "fundaste la tierra", porque la materia es el lugar y fundamento de las formas, y por los cielos las substancias espirituales (Ps 148); que obras de sus manos se llaman, porque los hizo a su imagen y semejanza. O por tierra entiéndense los imperfectos en la 1glesia, porque son fundamento de los demás; que, a no haber vida activa en la 1glesia, no existiera la contemplativa, que está representada por los cielos. Y esto ha sucedido (o ha venido sucediendo en la 1glesia) al principio (o desde un principio), esto es, por el Hijo. "En tu boca he puesto mis palabras para que fundes la fierra, es a saber, los imperfectos, y plantes los cielos" (Is 51,16), esto es, los perfectos.

Por lo que toca a los cielos dice: "obras de tus manos son los ciebs"; y dice así, y no simplemente hiciste los cielos, por 4 razones:

I* para cerrar la puerta al error de los que dicen que Dios es el alma del cielo y, por consiguiente, que a todo el mundo y sus partes hay que rendirles culto como a Dios, como hacían los idólatras; y a este dislate le sale al paso diciendo: "obras de tus manos son los cielos", como si dijera: no se te ajustan como el cuerpo al alma, sino están sujetos y proporcionados a tu virtud y voluntad. "Ni suceda tampoco que alzando los ojos al cielo, mirando el sol y la luna, y todos los astros del cielo, cayendo en error, adores y reverencies las criaturas que el Señor Dios tuyo crió para el servicio de todas las gentes" (Dt. 4,19).

2- para darnos a entender la dignidad y hermosura de los cielos, que lo que hacemos con todo cuidado decimos hacerlo con las manos. Para indicar, pues, que en los cielos se pulió la mano para hacerlos, con su divina sabiduría, de una factura muy superior a la de las otras criaturas corporales, dice: obras de tus manos son los cielos; y esto es cosa clara, porque la diversidad en estas cosas inferiores puede reducirse a la disposición de la materia; mas la diversidad de los cuerpos celestes no puede reducirse sino a la sabiduría divina. De aquí que, cuando se hace mención de la creación del cielo, añádese "prudentemente" o "inteligentemente" o algo por el estilo, según aquello de Jeremías: "estableció los cielos con prudencia" (IV), y según lo del Salmo: "hizo inteligentemente los cielos" (135).

3* para mostrar que en los cielos es donde más resplandores derrama, según la Glosa, el poder divino del Creador; pues no hay en las criaturas cosa semejante en que más reluzca tanto el poder de Dios, y esto por razón de su orden y magnitud; "pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se puede a las claras venir en conocimiento del Creador" (Sg 13,5).

4- para significar que entre todos los cuerpos los celestes reciben de Dios más inmediatamente su influjo, y por ellos se comunica o deriva a los cuerpos inferiores. "¿Entiendes tú el orden o movimientos de los cielos, y podrás dar la razón de su influjo sobre la tierra?" (Jb 38,33), como si dijera: si bien consideras la disposición del cielo, no podrás atribuir la causa a ninguna cosa terrena, sino a Dios.

Puede darse otra explicación, de modo que por tierra se entienda toda la materia corporal, y por cielos las substancias espirituales, en esta forma: al principio del tiempo fundaste la tierra, esto es, la materia corporal; en otras palabras, la estableciste como fundamento de las formas; y así se entiende lo del Salmo: "alabad al Señor desde la tierra" (148,7); pero los cielos, esto es, las substancias espirituales (148), son obra de tus manos, porque los hiciste a tu imagen y semejanza.

Otra tercera explicación, que por la tierra se entiendan los ínfimos en la 1glesia, y por los cielos los supremos, y el sentido sería éste: al principio, esto es, por medio del Hijo, fundaste la tierra, esto es, los activos e ínfimos en la 1glesia, y dícense fundados porque son como fundamento de los demás; que, a no haber activos en la 1glesia, los varones contemplativos no estarían en pie; pero los cielos, esto es, los contemplativos y más perfectos, son obra de tus manos, esto es, los dotaste de más aventajada preeminencia. "Los cielos cuentan la gloria de Dios" (Ps 18,2); "oíd, ¡oh cielosi, esto es, los mayores; y tú, ¡oh tierra!, presta toda tu atención, esto es, los menores" (Is 1,2).

Por consiguiente, al decir: "ellos perecerán", indica la diferencia que hay entre la creatura y el Creador, y esto por dos cualidades propias del Creador: la eternidad y la inmutabilidad: "y todos como vestidos envejecerse han". Cuanto a lo primero, pone el acabamiento de la criatura y el no acabamiento de Dios: "Tú permanecerás siempre el mismo". Dice,, por tanto: "ellos, los cielos, perecerán". Pero el Eclesiastés dice lo contrario: "mas la tierra queda siempre estable"; luego, como parece, con mucha mayor razón los cielos.

Respondo: en sentir de San Agustín y del Filósofo, diremos que en cualquier mutación hay generación y corrupción; de donde todo lo que se muda perece del estado que antes tenía. Luego el decir que los cielos perecerán no ha de entenderse cuanto a la substancia, pues, como dice Job: "son tan sólidos y estables como si fueran vaciados de bronce" (37,1 8), sino cuanto al estado que ahora tienen. "Vi un cielo nuevo y una nueva tierra" (Ap. 2 1; 1Co 7).

Mas ¿cómo mudarán estado? De diferentes maneras; porque los cielos superiores muévense, es cierto, según el lugar, mas no se alteran. Los inferiores, en cambio, es a saber, el fuego y el aire, muévense y altéranse y están sujetos a la corrupción. Así pues, el estado de todos los cielos es mudable; pero entonces cesará el movimiento en los superiores, y la corrupción en los inferiores, porque el aire será purificado con el fuego de la conflagración. "Así, los cielos que ahora existen, y la tierra, se guardan por la misma palabra para ser abrasados por el fuego en el día del juicio y del exterminio de los hombres malvados" (II: P. 3,7). Todos perecerán y se mudarán del estado en que ahora están, y así en cierto modo perecerán, mas Tú, Señor, permanecerás (Ps 101). Aquí muestra la permanencia del Creador; como si dijera: en Ti no cabe mudanza ni sombra de variación, como dice Santiago 1,17. "Mas Tú, Señor, permaneces para siempre, y tu nombre por todas las generaciones" (Ps 101,13), lo cual puede entenderse también de Cristo hombre (He 13).

-"Y todos como vesfido envejecerse han". Muestra, cuanto a la inmutabilidad, la diferencia entre Dios y la criatura; y pone primero la mutabilidad de la criatura, y luego la inmutabilidad de Dios; describe, además, la razón de la mutabilidad de la criatura. Cuanto a lo primero, es de saber que en el ámbito del tiempo lo nuevo y lo viejo se suceden; de donde lo que no está sujeto de algún modo a la medida dei tiempo no puede envejecerse. Ahora bien, el movimiento de los cielos se mide con el tiempo, pero el movible mismo mídese con el ahora "nunc" del tiempo. Luego en el cielo pueden hallarse la novedad y la vejecía; vejecía que no ha de explicarse en los cielos como si su substancia se disminuyese o corrompiese en algo, sino sólo en lo que mira a la duración del tiempo, por cuya medida ya no se medirán; por lo cual dice: "corno vestido envejecerán". Porque la causa de ia mudanza de los cielos no será por falta de virtud en ellos que en algo se disminuya, ya que si el movimiento cesase en ellos por falta de esa virtud, la cesación tendría entonces causa natural, que pudiera alcanzarse por la razón natural, siendo así que en San Mateo se dice lo contrario: "mas en orden al día y a la hora nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo" (24,36). Luego será por la necesidad del fin; porque todas las criaturas corporales ordénanse a las espirituales, y todo el movimiento, que sirve a la generación y corrupción, ordénase a la generación del hombre. De suerte que, en cesando la generación del hombre, que será cuando se complete el número de los elegidos y predestinados, cesará ese movimiento. Por eso se llama vestidura, que se emplea para el uso, y cesando el uso se deja, como cuando un hombre, llegado el verano, se quita el vestido caliente, y el frío, llegado el invierno. Del mismo modo, el estado que el mundo tiene ahora, acomodado a este fin, en habiéndose completado aquel número de elegidos, ya no estará acomodado ni será necesario y, por tanto, como el vestido, será dejado. "El cielo y la tierra pasarán" (Lc 21).

A continuación pone la misma mudanza, al decir: "y como un manto, así los mudarás", esto es, los cielos, y dice bien: los mudarás Tú, ¡oh Diosi, pues no se mudarán por sí o por su propia virtud, mas por virtud de Dios; como el manto que se toma para usarlo, y después de usado se deja, según conviene al tiempo y al fin. Y ¡o llama manto, pues por él se manifiesta y se cubre la gloria del hombre; así también Dios por las criaturas se nos manifiesta y oculta (Rm 1; Sg 13). Y dice: "se mudarán", pues para siempre quedarán mudados. Dígase lo propio de los cielos espirituales, que perecen con la vida presente por la muerte del cuerpo. "Todos nos vamos muriendo y deslizando como el agua derramada por tierra, la cual nunca vueive atrás" (2 S. ¡4,14; Is 57). Asimismo "envejecerán", porque, como se dice más abajo (He 8,13), lo que se da por anticuado y viejo cerca está de quedar abolido. "Y los mudarás", es a saber, en lo que toca a los cuerpos, cuando "este cuerpo corruptible sea revestido de incorruptibiidad" (1Co 15,53). Y mudaranse también de mente, cuando de la visión enigmática, con que ahora le ven, sean elevados a la visión cara a cara (Jb 14).

Añade luego la inmutabilidad de Dios: "pero Tú eres para siempre el mismo", en que asienta su propósito y lo muestra con una señal: "y tus años". Dice pues: "ellos perecerán, pero Tú", es a saber, el Hijo de Dios, contra los Arríanos, eres el mismo, esto es, permaneces el mismo y nunca te mudas (Mal. 3; Stg. 1); y señal de esta inmutabilidad es que "tus años nunca se acabarán".

Donde es de saber que años de Dios se llaman su duración, como años del hombre la duración del hombre, que cojea de dos pies, parcial o totalmente considerada. Parcialmente o según sus partes, porque, siendo temporal, una parte sucede a la otra, y viniendo una, deja de ser la otra. Cojea también totalmente, porque deja de ser del todo. Lo cual no sucede en la duración de Dios, pues, siendo siempre, no deja de ser del todo (Ps 91); ni parcialmente, porque la eternidad es toda júnta y en un ser (Jb 36).

Mas siendo una e inmutable, ¿por qué se le llama años en plural, y no año en singular? La razón es porque el conocimiento de las cosas inteligibles lo recibe nuestro entendimiento por medio de las cosas sensibles, que es por donde empieza nuestro conocimiento: por los sentidos. De ahí que a Dios, simplicísimo como El es, nos lo presenta Is , a la traza de una figura corporal, sentado en un trono alto y elevado (6). Así también su duración, no obstante ser simple y uniforme, la trazamos con cosas de nosotros conocidas; de donde unas veces se dice año, otras día y otras mes, porque incluye todas las diferencias de tiempo.

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He 1,13-14) 6

Lección 6: Hebreos 1,13-14

Otra excelencia de Cristo, por la que aventaja a los ángeles, es el estar sentado a la diestra del Padre; éstos, en cambio, como simples ministros, están presentes.

13 En fin, ¿a qué ángel ha dicho jamás: siéntate Tú a mi diestra, mientras tanto que pongo a tus enemigos por tarima de tus pies?
14 ¿Por ventura no son todos ellos unos espíritus que hacen el oficio de servidores enviados de Dios, para ejercer su ministerio en favor de aquellos que deben ser los herederos de la salud?

Tres excelencias ha demostrado el Apóstol en que excede Cristo a los Angeles; aquí prueba la cuarta, a que ya se había referido antes, es a saber, que está sentado a la diestra de la majestad, prerrogativa que pertenece a su dignidad; y primero trae la autoridad de David y demuestra luego que a los Angeles les faltan tamaños para llegar a esta dignidad. Cuanto a lo primero describe la dignidad de Cristo y la indica por una señal: "mientras tanto que pongo". Dice, pues: "en fin, ¿a qué ángel ha dicho jamás Dios?", como si dijera: no hallamos que esto se lo hubiera dicho a un ángel, sino

a Cristo; que alega este texto como dicho de Sí (Mt 22). El "siéntate a mi diestra" puede referirse a la naturaleza divina en la que Cristo es igual al Padre, porque tiene la misma potestad regia y judicial que el Padre (Jn 16); el cual lo dijo desde toda la eternidad, porque diciéndolo engendró al Hijo, y engendrándolo le dio la igualdad consigo. Puede también referirse a la naturaleza humana, según la cual está sentado en eí más alto sitial, heredero de la flor y nata de los bienes del Padre; que entonces el Padre lo dijo cuando unió a la naturaleza humana a su Verbo; lugar que arriba queda más ampliamente explicado en donde había dicho: está sentado a la diestra.

-"mientras tanto que pongo". Muestra por una serial la dignidad de Cristo, donde se ofrece una doble duda: una, porque en cuanto Dios todas las cosas le están sujetas al Hijo desde la eternidad. Asimismo, porque en la resurrección dice Cristo: háseme dado todo poder. ¿Qué, pues, espera para ponerlo como escabel de sus pies? Y es de saber que de dos maneras puede estar una cosa en potestad de otro: de una, por lo que mira a la autoridad, y así todas las cosas están sujetas al Hijo de Dios, en cuanto Dios, desde la eternidad, si se atiende a la preordenación de los sucesos y al tiempo en que sucedieron; mas desde el principio de su concepción, en cuanto hombre. De otra, por lo que toca al ejercicio de la potestad, y así no todas las cosas le están sujetas, sino sólo al fin del mundo, pues no ejerce aún ese poder sobre todas las cosas sujetándoselas todas (¡Ph 3).

Mas ¿qué quiere decir aquí escabel? Puede decirse que no otra cosa se entiende por tal término sino una plena y perfecta sujeción; que enteramente sujeto a otro dícese lo que él puede hollar con sus pies. También de otra manera y haciendo violencia a la palabra, pues así como Dios es cabeza de Cristo (1Co XI), así los pies de Cristo son su humanidad (Ps 131). Así que 'pondré por escabel" significa: no sólo someteré a tus enemigos a tu divinidad, sino también a tu humanidad; punto en que desbarró Orígenes, que no quiso ni entendió sino un modo de sujeción, al decir: así como estar sujeto a la luz no significa otra cosa sino ser iluminado por ella; de la misma manera, por ser Cristo la verdad, la justicia, la bondad o cosa semejante, sujetarse al salvador no significa otra cosa que salvarse; y por eso quiso que al fin todos se salvasen, aun los demonios, pues, de otra suerte, no estarían a Cristo sujetas todas las cosas. Pero esto se opone de punta en blanco a lo que dice San Mateo: "id, malditos, al fuego eterno" (25).

De donde es de saber que hay dos modos de sujeción: uno, por voluntad de los súbditos, así como los buenos ministros se sujetan a su señor, por ejemplo, al rey, y de esta manera sólo los buenos se sujetan a Cristo. Otro, por voluntad del señor, y así, hay cierta violencia de parte de los subditos. De esta suerte quedarán sujetos los malos a Cristo, no porque quieran su señorío, mas porque Cristo hará en ellos su voluntad, castigando a los que aquí no quisieron hacer la de El, lo cual se designa con toda propiedad por el escabel, pues lo que se huella queda estrujado. "El cielo es mi trono, esto es, los buenos y celestiales; pero la tierra, es a saber, los malos y terrenales, son el escabel de mis pies" (Is 66).

Otra duda se ofrece y es cuando dice: "mientras tanto que pongo", porque si se sentará hasta que ponga, luego habiendo puesto no se sentará. Respondo que semejantes dicciones "doñee" y "quoadusque" unas veces se ponen de modo restringido y determinado, es a saber, cuando designan el término de la cosa a que van unidas, como si digo: siéntate aquí hasta que vuelva. Otras, sin restricción, cuando no se fija límite, como si se dice: éste mientras vivió no se arrepintió, pues ni aun ya muerto lo hizo. Que, como dice San Jerónimo, lo que conviene señalar es lo que ofrece duda; mas lo que no déjase al buen entendedor. Dudoso es que alguno se arrepienta en vida, mas no después de su muerte. Así en el caso propuesto; pues ya que muchos, impugnan y blasfeman a Cristo, parece dudoso que esté ahora sentado; mas no lo será cuando todo le esté sujeto, y por eso no se hace mención de ello.

Indica, por tanto, que esta dignidad no les cuadra a los ángeles, al decir: "¿por ventura no son todos ellos unos espíritus que hacen el oficio de servidores?" Donde señala el oficio que desempeñan, su ejecución y el fruto de la ejecución. Dice, pues: "por ventura..."; "ministros suyos que hacéis su voluntad" (Ps 102,21). Daniel dice lo contrario: "miles de millares le servían" (Vil); donde acota San Gregorio: unos sirven, otros asisten; no todos, por consiguiente, son servidores. Respondo: digamos que así como vemos que hay dos clases de artífices: unos que ejecutan con las manos, otros que disponen y como que ordenan lo que hay que hacer; del mismo modo en los ángeles, porque unos como que ejecutan por orden divina lo que mira a nosotros, otros como que mandan lo que hay que hacer. Empleando, pues, la palabra administradores, en amplia acepción, así para los que ejecutan, como para los que mandan, en este sentido todos son administradores o servidores, en lo que mira a la ejecución de la voluntad de Dios, de parte de los superiores para con los intermedios, de los intermedios para con los ínfimos, y de los ínfimos para con nosotros. Mas si se llaman servidores los que ejecutan y asistentes los que reciben sus órdenes inmediatamente de Dios, en este caso unos sirven, otros asisten y transmiten sus órdenes a otros. Así pues, asistentes son los que reciben inmediatamente del mismo Dios las ilustraciones divinas; de ahí que se llamen con nombres en conexión con Dios, como Serafines: amantes de Dios; Querubines: conocedores; Tronos: portadores. Administradores o servidores son los que reciben sus órdenes de éstos y las transmiten a otros.

Mas contra esta doctrina está, al parecer, lo que afirma San Gregorio: que los que disfrutan íntimamente de la contemplación divina son los que se dicen asistir delante de Dios; lo cual parece corresponde a todos, ya que todos los ángeles, según San Mateo, ven por esencia a Dios. Respondo: uno de ios primeros que estudiaron los libros de Dionisio, Juan Escoto, su primer comentador, queriendo salvar el dicho del Apóstol y el dicho de San Gregorio, dice que los Angeles inferiores, por no ser asistentes, no ven por esencia a Dios. Pero esta opinión es herética, ya que, consistiendo la bienaventuranza medularmente en la visión de Dios, seguiríase que los Angeles inferiores, al no ver a Dios por esencia, no serían dichosos; que también es dicho del Señor que "sus ángeles siempre ven el rostro de Dios" (Mt 18). Por tanto, hay que concluir que todos ven a Dios por esencia, pero que no todos le asisten.

Para cuya evidencia es de saber que, así como Dios, al conocer su esencia, conócese a Sí mismo y todas las otras cosas, del mismo modo los ángeles, al ver la esencia de Dios, lo conocen a El y todas las cosas en El; en cuya visión, la razón de ser dichosos es precisamente porque ven a Dios y no porque conocen las cosas en Dios. De ahí que diga San Agustín en el libro de sus Confesiones: dichoso el que te ve, aunque no viera lo demás; mas el que te conoce a Ti y las otras cosas conoce no es más dichoso por estar en posesión de ellas, sino dichoso porque a Ti solo te posee. Ahora bien, la visión por ia que a Dios ven por esencia es común a todos los bienaventurados; no así la visión por la que conocen las cosas en Dios, en la que un ángel aventaja a los otros; pues los ángeles superiores, siendo de inteligencia y naturaleza más elevada, ven en Dios más cosas que los intermedios, y los intermedios que los ínfimos. De aquí que éstos vean lo que toca a su oficio y lo que otros han de ejecutar, lo cual no ven los inferiores con tanta perfección, por cuya razón cometen su ejecución a otros, y por esto ellos solos asisten, pero todos ven a Dios; en señal de lo cual dice Dionisio que a unos ángeles que preguntaban, el mismo Dios inmediatamente les respondió, como se lee en Is : "¿quién es este que viene de Edom?"- "Yo, el que predica la justicia" (63); y a otros les responde por otros ángeles, como aquello del Salmo 23: "¿quién es este rey de la gloria?" responden los ángeles, y no Dios: "el Señor de los ejércitos, El es el Rey de la gloria". Así queda a buena luz el oficio de los ángeles.

Pero opónese a esto la ejecución del oficio que aquí se toca, al decir: "enviados para ejercer su ministerio", con lo que parece que a todos incumbe ese menester; por ejemplo, lo que dice Is 6: "voló hacia mí uno de los Serafines", que son del orden supremo. Luego si éstos son enviados, con tanto mayor razón los otros. Mas repara contra lo dicho Dionisio, que dice haber aprendido del Apóstol que sólo son enviados los inferiores, no los superiores.

Respondo: algunos dicen que una que otra vez, por casos que se presentan, son enviados y salen a desempeñar su cometido los ángeles superiores; mas a mí me parece que los cuatro más encumbrados, es a saber, los Serafines, los Querubines, los Tronos y Dominaciones, nunca son enviados, sino los inferiores, como parece por sus nombres, pues las Virtudes son enviadas para obrar milagros; las Potestades para alejar las potestades (satánicas) aéreas; los Principados para el gobierno de una comunidad o reino, y así de los demás. Las Dominaciones así se üaman, porque ponen orden en todas estas cosas inferiores; los otros 3 órdenes denomínanse por el género de operación que desempeñan inmediatamente para con Dios y dispensan sobre los demás.

Así que, acerca de la palabra: missi: enviados, digamos que por misión se entiende: una, que dice movimiento local, y de esta manera sólo los inferiores son enviados; otra, que se hace por la aplicación y dirección de un nuevo efecto en la criatura, y de este modo son enviados el Hijo y el Espíritu Santo, y también los ángeles superiores, porque su virtud se comunica a los inferiores para transmitirse a otros. Respecto del término: volavit: voló, hay que decir que los inferiores se valen cíe los nombres de aquellos por cuya virtud y autoridad obran y a ellos atribuyen sus operaciones; y porque aquel inferior desempeñaba su oficio por virtud de un Serafín, por eso se le dio el nombre de Serafín, no siendo por naturaleza Serafín.

A continuación añade el fruto del oficio, al decir: "en favor de aquellos que deben ser los herederos de la salud"; que, aunque todos son llamados, no todos tendrán parte en la herencia; así que hace fruto la misión en aquéllos que tienen parte en la herencia. "Hemos medicinado a Babilonia, y no ha curado" (Jr 5!,9). O exponiéndolo de otra manera: "propter eos": en favor de aquéllos, pónese el fruto de la ejecución, que consiste en que los hombres alcancen la herencia de la salvación, ya que todo el orden de acción para con nosotros a esto se endereza: a que se acabale el número de los elegidos (Ps 90). Y dice: "propter eos", por aquéllos, no por todos, porque aunque todos son los llamados, son pocos los escogidos, como afirma San Mateo 24. Y dice la herencia, pues a ella sólo llegan los hijos; que si hijos, también son herederos. Y dice capiunt: alcanzan, porque es necesario que a fuerza de trabajo, de estudio y de afán consigan el reino de Dios, "que padece violencia" (Mt XI). Así pues, alcanzarán la herencia los que se afanan por guardar y llevar a efecto las ilustraciones e inspiraciones del Señor mandadas por medio de los ángeles buenos; de otra suerte, se les dirá lo que a Babilonia por el profeta: "la medicinamos, pero no ha curado" (Jr 51).

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Capítulo 2

(He 2,1-4)

Lección 1: Hebreos 2, 1-4

Enseña que hay que prestar obediencia más al Nuevo Testamento que al Yielo, porque el Nuevo tiene por autor a Cristo, el Hijo de Dios, y el Viejo pasó por manos de Moisés que, aunque siervo de Dios, es hombre al fin.

1 Por tanto, es menester que observemos con mayor empeño las cosas que hemos oído, a fin de que no quedemos por desgracia del todo vacíos.
2 Pues si la Ley promulgada por los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió el justo castigo que merecía,
3 ¿cómo lo evitaremos nosotros, si desatendemos el Evangelio de tan grande salud?, la cual, habiendo comenzado el Señor a predicarla, ha sido después confirmada hasta nosotros por los que la habían oído,
4 atestiguándola Dios con señales y portentos y variedad de milagros, y con los dones del Espíritu Santo que ha distribuido según su beneplácito.

Demostró el Apóstol que por muchos títulos aventaja Cristo a los ángeles, de donde concluye que mayor obediencia se merece la doctrina de Cristo, es a saber, el Nuevo Testamento, que el Viejo. Y cuanto a esto pone primero la conclusión, alega en segundo lugar una razón a propósito de la conclusión, y en tercero confirma la consecuencia de la razón. Tocante al primer punto, es de saber que en el Éxodo, después de haber dado sus preceptos judiciales y morales, añade: "he aquí que Yo mando mi ángel" (23); y a continuación: "observa, pues, y (c)ye su voz". Por consiguiente, si se observase el mandamiento del ángel, por quien fue dada la ley, se dispondría la entrada a la patria. De ahí que diga San Mateo: "si quieres entrar a la vida, guarda los mandamientos". Si pues guardar los mandamientos de la Ley es cosa necesaria, luego mayor obligación nos incumbe de obedecer los mandamientos de quien es superior a los ángeles, por cuyo medio se dio la Ley. Y a esto se refiere lo que dice: "por tanío, es menester que observemos con mayor empeño las cosas que hemos oído" (Abd. 1; Ha. 3), Y dice con mayor empeño por 3 razones:

a) por la autoridad del que habla, porque éste es el Creador y el Hijo de Dios, aquél criatura y siervo de Dios. "Hay que obedecer primero a Dios que a los hombres" (Ac Xj y también que a los ángeles;

b) por el provecho de lo hablado, porque son palabras de vida eterna (Jn 6), y aquéllas sobre bienes temporales (Is 2);

c) por la suavidad de su observancia, porque éstas son llevaderas (1Jn i; Mt X!); aquéllas incomportables (Ac 9).

Demuestra lo mismo, en segundo lugar, por el riesgo que amenaza, al decir: "no sea que por desgracia quedemos del lodo vacíos", esto es, nos condenemos para siempre; donde es de saber que uno derrámase como agua por las penas corporales (2 S. 14, ¡4), deslizase como corriente por la culpa, mas queda corporaimente como vaso rajado, por la condenación eterna, que deja escurrir todo lo Que contiene, pues ni un tiesto queda. "Será toda hecha pedazos, como se rompe con un fuerte golpe una vasija de alfarero, sin que ninguno de sus tiestos sirva ni aun para ¡levar un ascua de un hogar, o para sacar un poco de agua de un pozo" (Is 30,14).

Alega, por tanto, una razón a propósito, que contiene una condicional, con una comparación del Nuevo y del Antiguo Testamento. Pénese en el antecedente la condición del Antiguo Testamento, y en el consecuente la del Nuevo. Por lo que mira al Antiguo Testamento, asienta la autoridad de ia ley, la firmeza de ia verdad, la necesidad de su observancia. Pone primero la autoridad, porque la ley no fue dada por arbitrio humano, sino por mano de los ángeles (Ga 3). "Moisés es quien, mientras el pueblo estaba congregado en el desierto, estuvo tratando con el ángel, que le hablaba en el monte Sinaí" (Ac 7,38). Ni hay por qué admirarse, pues, como prueba Dionisio, las revelaciones de las ilustraciones divinas nos llegan por medio de los ángeles.

La firmeza de la verdad la demuestra diciendo: "fue firme y perseveró en su vigor", ya que todo lo que estaba anunciado en la Ley vieja se cumplió punto por punto sin faltar una tilde (Mt 5; Pr. 12; Salmo 88). Mantúvose, pues, firme, porque no fue invalidada.

La necesidad de su observancia la señala en el castigo con que hace justicia ejemplar en los prevaricadores; de donde dice: "y toda transgresión y desobediencia recibió el justo castigo que merecía"; donde pone una razón correspondiente a doble culpa, es a saber, al pecado de omisión y al de transgresión. Lo primero corresponde a los preceptos afirmativos, lo segundo a los negativos. Lo primero desígnase con el nombre de desobediencia. Mas ¿por ventura es un pecado general la desobediencia? Por lo que aquí se dice parece que sí; a lo que hay que añadir que un pecado se dice especial por la intención de un fin especial. De donde cuando uno no guarda el precepto con esta intención, de arte que lo desprecie, entonces tenemos un pecado especial; mas cuando por alguna causa, pongo por caso, arrastrado por la concupiscencia, entonces no es especial pecado, sino la condición consiguiente al pecado. Otra cosa es lo que se llama prevaricación (Ps 1 18).

Asimismo señala otra cosa de parte de la pena, al decir: "recibió el justo castigo que merecía"; que en la retribución se atiende a la cantidad de la culpa, de arte que a mayor pecado mayor castigo. En la paga, en cambio, a la calidad, de suerte que al que pecó, abrasado por el fuego de la sensualidad, se le dé tormento con fuego. Recibiré, pues, por sus buenas acciones, una buena paga y una mala por las malas. Así que paga (merces) empléase en ambos sentidos, bueno y malo, en cuanto dice justicia en la retribución. Y



dice justa por la igualdad de la pena, es a saber, que corresponda al número de los pecados el de los latigazos vengadores. El Levítico y el Deuteronomio, en sus capítulos 26 y 28, tratan de esas penas. Comenta la Glosa: justa, para que nadie piense que la misericordia atropella a la justicia.

Pone, por consiguiente, el consecuente de su condicional, en que describe la condición del Nuevo Testamento, al decir: "¿cómo lo evitaremos nosotros...?" Donde muestra la necesidad de observarlo, el origen del Nuevo Testamento y la firmeza de su verdad. Dice, pues: si la Ley promulgada por los ángeles castiga a los desobedientes y prevaricadores, ¿cómo escaparemos nosotros de ese castigo, si desatendemos el Evangelio de tan grande salud? Con que a los que descuidan su observancia dáseles a entender el peligro que les amenaza. Arriba llamó al Antiguo Testamento salud, por razón de que la palabra ordénase sólo al conocimiento, como lo hace el Antiguo Testamento, que nos hace llegar al conocimiento del pecado (Rm 3) y asimismo al conocimiento de Dios (Ps 47 y 75); mas no confería la gracia que lleva a la vida eterna, al revés del Nuevo, que sí la confiere (Jn ! y 6; Salmo 1 18).

Encarécelo, en segundo lugar, por la cantidad de esa salvación, que llama tanta, esto es, demasiado grande, que en verdad lo es si se repara en los peligros de que libra, pues no sólo saca a paz y salvo de los peligros de la muerte corporal, sino también de la espiritual; "pues El es el que ha de salvar a su pueblo o librarle de sus pecados" (Mt i,21).

Asimismo es grande, porque es universal, esto es, no de un pueblo solo ni de un peligro, sino de todos los hombres y de todos los enemigos; "Salvador de todos" (I Ti. 4; Lc 1).

Grande también, porque es eterna (Is 45). Por consiguiente, no hornos de ser negligentes para alcanzarla, sino poner en ello todo nuestro afán, puesto que "es una tierra muy opulenta y fértil31 (Jue. 18,9). Bien dijeron aquellos exploradores1 "no os descuidéis ni perdáis tiempo", porque, si nos descuidamos, llevaremos el castigo de nuestra negligencia, no sólo perdiendo el bien, sino incurriendo en el mal, es a saber, de la condenación eterna, que no podremos evitar. Por eso dice: "¿cómo nos escaparemos?" (Mt 3; Job XI; Salmo 138).

El origen de la doctrina del Nuevo Testamento lo muestra al decir: "la cual habiendo comenzado", en donde lo pone doble: el primero no por los ángeles, mas por el mismo Cristo (Jn 1); por lo cual dice: "la cual habiendo comenzado el Señor a predicarla", porque tiene doble principio: uno simplemente, desde la eternidad, que procede del Verbo mismo (Ep 1); otro es el de la predicación, que tuvo principio en el tiempo con el Verbo encarnado.

Su segundo origen está en los Apóstoles, que la recibieron y oyeron de Cristo. De ahí que diga: "ha sido después confirmada hasta nosotros por los que la habían oído", esto es, por medio de su predicación. "Lo que fue al principio, ¡o que vimos y oímos" (1Jn 1; Lc 1).

Pone por último la firmeza del Nuevo Testamento muy superior a la del Vielo, cosa que demuestra con el testimonio de Dios que no puede mentir. De donde dice: "ha sido después confirmada, atestiguándola Dios..." Es cíe saber que el testimonio se da por el habla, que es una señal sensible; y Dios atestiguó la verdad de la doctrina del Nuevo Testamento con dos señales sensibles, es a saber, con ios milagros y los dones del Espíritu Santo. Cuanto a lo primero dice: "ha sido confirmada, atestiguándola Dios con señales", en lo que foca a los milagros menores, como la curación del cojo, o de la suegra de Pedro que tenía fiebre (Ac 3; 14; 28; Mt 8).

b) "y portentos", por lo que mira a los mayores, corno la resurrección de un muerto (Ac 9); y dícese portento, como si dijéramos tendido a lo lejos, porque señala algo remoto, como el ocurrido en tiempo de Ezequías del retroceso del sol, por cuya causa el rey de Babilonia envió una embajada para investigar el prodigio (2 Cr. 32). Pero el portento capital es haberse Dios hecho hombre. "Veisme aquí a mí y a mis hijos, que me dio el Señor para que sirvan de señal y portento a 1srael" (Is 8, i 8), es a saber, que yo sea hombre, y que mis hijos lo crean; pues pasma ciertamente que en el humano corazón hubiese podido caber esta creencia.

c) "y variedad de milagros": quiere decir que ios milagros y portentos se refieran a ío que sobrepuja la virtud de la naturaleza, pero con esta diferencia: que se diga señal que está fuera y por encima de la naturaleza, mas no contra ella; el portento, en cambio, es lo que está contra la naturaleza, como el parto virginal y la resurrección de los muertos. Mas "la virtud'* (otra especie de milagro) se refiera a lo que es conforme a la naturaleza cuanto a la substancia del hecho, no empero cuanto al modo de hacerse, como la curación de la fiebre, que la puede hacer el médico, aunque no al instante. O que "virtudes" se refieran a las virtudes de la mente, que dio el Señor a sus predicadores, es a saber, la fe, la esperanza y la caridad.

d) "y con los clones del Espíritu Santo". Pero el libro de la Sabiduría dice lo contrario: "el Espíritu Santa es único" (7); ¿cómo, pues, se distribuye? Hemos de decir que no se distribuye esencialmente, sino que sus dones se distribuyen. "Hay, sí, diversidad de dones espirituales, mas el Espíritu es uno mismo" (1Co 12,4). Todas las gracias se atribuyen al Espíritu Santo, porque se dan por amor, y el amor se apropia al Espíritu Santo. Ciertamente, dice San Gregorio, el Espíritu Santo es amor. O por esa palabra entiéndanse las distribuciones que hace el Espíritu Santo, porque a uno se le da el donde hablar con profunda sabiduría, a otro el de hablar con mucha ciencia, a otro el de obrar milagros, a quién el don de profecía, y así de los demás; y todo eso no por méritos que uno tenga, ni por necesidad de la naturaleza, sino según su beneplácito (Jn 3; 1Co 12; Mt 28).


Aquino - A LOS HEBREOS 6