Aquino - A LOS HEBREOS 12

12

Capítulo 3

(He 3,1-6)

Lección 1: Hebreos 3,1-6

Aventájase Cristo a Moisés y Aarón en que Ei es hijo; ellos, en cambio, siervos y ministros.

1 Por lo cual, vosotros, santos hermanos, partícipes que sois de la vocación celestial, poned los ojos en Jesús, apóstol y pontífice de nuestra profesión,
2 el cual es fiel al que le ha constituido tal, como lo fue también Moisés con respecto a toda su casa.
3 Pues que fue reputado digno de gloria, tanto mayor que la de Moisés, cuanto mayor dignidad tiene que la casa aquel que la fabricó.
4 Pues toda casa por alguno es fabricada; mas el que crió todas las cosas es Dios.
5 Y, a la verdad, Moisés fue fiel en toda la casa de Dios como un sirviente, enviado de Dios para anunciar al pueblo todo lo que tenía orden de decirle;
6 pero Cristo se ha dejado ver como hijo en su propia casa, cuya casa somos nosotros, si hasta el fin mantenemos firme la animosa confianza en El, y la esperanza de la gloria.

Como arriba se dijo, la Ley antigua de 3 personas recibió su autoridad, es a saber, del ángel, de Moisés y del pontífice Aarón; y en los capítulos anteriores antepuso (San Pablo) en el cotejo a Cristo, autor del Nuevo Testamento, a los ángeles, por quienes fue dada la Ley; aquí intenta anteponerlo a Moisés, que fue el promulgador y como legislador del Antiguo Testamento; y del cotejo saca a Cristo aventajado sobre Moisés, de donde concluye que a Cristo hay que obedecerle con más rendimiento que a Moisés. Píntanos primero la dignidad de Cristo e indica qué hay de común entre El y Moisés; asimismo la condición de a quienes endereza la carta y de Aquel de quien viene hablando. A sus oyentes los describe de 3 maneras:

a) por razón de la caridad; de donde los llama "hermanos", como si dijese: ya que por ser del linaje de Abraham, sois hermanos unos para con otros y también de Cristo (Mt 23; He. 2); y esta fraternidad la amasa la caridad: "ved cuan bueno es y cuan deleitoso habitar unidos tas hermanos" (S. 132);

b) por razón de la santidad: santos; y esto por la percepción de los sacramentos, con los que Cristo nos santifica (1Co 6);

c) por razón de la vocación, al decir: "partícipes de la vocación celestial", que de dos modos puede entenderse como tal: o por razón del fin o por razón del principio. Por razón del fin, porque fueron llamados no a cosas terrenales, como en el Antiguo Testamento, sino al reino celestial (!Ts 2; 1 P. 2). Por razón del principio, porque no por nuestros méritos o por industria humana, mas por sola la gracia celestial (Sa. 1; Rm 8; Is 46). Y dice "partícipes", porque no sólo los Judíos, sino también los gentiles, fueron llamados a la gracia de la fe y del Nuevo Testamento (Col 1). Por tanto, ya que vivís en caridad, y sois santos y llamados a cosas celestiales, debéis con gusto oír hablar de Aquel por cuyo medio os llegan estos bienes.

Al cual describe, al decir: "poned los ojos"; o como abajo: "poniendo los ojos en Jesús, autor y consumador de la fe". ¿Con qué títulos? Con los de "apóstol y pontífice de nuestra profesión"; doble dignidad que pone en su haber por preferirlo a Moisés y Aarón: a Moisés, porque fue enviado por Dios (Ps 104); a Aarón, porque fue pontífice (Ex,28). Mas Cristo fue enviado (apóstol) con una embajada de categoría muy superior a la de Moisés, que decía: "ruégote, Señor, envíes al que has de enviar" (Ex. 4), como si dijera: enviarás a uno de mayor dignidad; que asimismo es pontífice y sacerdote "para siempre, según el orden de Melquisedec" (Ps 109). Como si le hiciese la salva a su condición principal, diciendo: "de donde, esto es, por tanto, hermanos, poned los ojos en el Apóstol", como si dijese: no se os vayan los ojos a ese apóstol o enviado, Moisés, y a su hermano, el pontífice Aarón, sino fijadlos, parad mientes en el que es el Apóstol y Pontífice de nuestra profesión, esto es, en el que nosotros confesamos; porque es necesario para la salvación que le confesemos (Rm X). O interprétese por confesión sacrificio espiritual, ya que a todo sacerdote se le ordena para ofrecer sacrificios. De dos géneros son los sacrificios, es a saber, corporales o temporales, para los cuales fue instituido el sacerdocio de Aarón, y otro espiritual, que consiste en la confesión de la fe (Ps 49), para el cual fue instituido el sacerdocio de Cristo, no para ofrecer becerros o machos cabríos (Is 1).

-"el cual es fiel al que le ha constituido tal". Compara a Cristo con Moisés -de Aarón hace abajo mención especia!- y señala en qué concuerdan ambos y en qué aventaja Cristo a Moisés. Lo común a Cristo y Moisés es su fidelidad a Dios, y por eso dice: "el cual es fíel"; donde es de saber que todo lo que aquí se dice de Moisés tiene su fundamento en el c. 12 de los Números, donde el Señor muestra la excelencia de Moisés, después del altercado que tuvieron contra él María y Aarón, en cuyo lugar vienen las palabras que aquí alega el Apóstol; porque ahí se dice: "pero no así a mi siervo Moisés, que es el más fiel en toda mi casa"; en las cuales palabras, si bien lo miramos, va envuelto un tal elogio de Moisés como no lo hay en otro lugar de la Biblia; razón por la cual lo toma el Apóstol como excelentísimo argumento para poner muy alto a Moisés. Y esto puede aplicarse a Cristo y a Moisés. A Moisés, como acabamos de ver por la historia alegada. A Cristo también, porque El, en cuanto hombre, "es fiel al que le ha constituido tal", conviene a saber, a Dios Padre, que lo hizo Apóstol y Pontífice, no en cuanto a la divina naturaleza, que así no fue hecho, ni creado, sino engendrado, mas en cuanto a la humana (Rm 1). Y fiel le fue a Dios Padre, primero no atribuyéndose lo que tenía, sino al Padre (Jn 5); segundo, porque buscaba la gloria del Padre, no la suya (Jn 8; 7); tercero, porque obedeció al Padre perfectamente (Ph 2). Fiel es, por tanto, Cristo al que le hizo, como Moisés, y esto en toda su casa, la cual es la universidad de todos los fieles, a que alude el Salmo 92. O por "en toda su casa" entiéndase en todo el mundo, no sólo en Judea, como Moisés (Is 49).

Al decir luego: "pues que fue reputado digno de gloria, tanto mayor que la de Moisés", con esas palabras lo antepone a Moisés, en lo tocante a la potestad y en lo que mira a la condición; y ponderando ¡o que hace Cristo, júntamente encarece la honra que le cabe en toda la casa, como a Moisés, pero dándole a Cristo la primacía. Y la razón en que se funda el Apóstol es que mayor gloria se debe al que hizo la casa que al que la habita. Ahora bien, Cristo fabricó la casa (Ps 73; Pr. 9), esto es, la 1glesia; ya que como legislador -y hacedor de la gracia y de la verdad- levantó el edificio de la 1glesia. Moisés, en cambio, como promulgador de la ley, a quien sólo por ese título se le debe la gloria. De ahí que resplandeciera su rostro, a tal grado, que no pudiesen los hijos de 1srael fijar en él su mirada (Ex. 34; 2Co 3).

Prosigue el texto: -tú dices que Cristo es fiel como Moisés. ¿Por qué, pues, lo hemos de hacer menos y no poner los ojos en él? Porque "fue reputado digno de gloria, tanto mayor que la de Moisés, cuanto mayor dignidad tiene que la casa aquel que la fabricó"; como si dijera: por mucha honra a que se hubiese hecho acreedor Moisés, mucho más digno de ella es Cristo que Moisés, como fabricador de la casa y legislador principal (Jb 36). Si, pues, gloria se le debe a Moisés, mayor se le debe a Cristo (2Co 3).

Prueba, por tanto, la menor de su raciocinio, al decir: "pues toda casa por alguno es fabricada". La menor es que Cristo fabricó esta casa; lo cual prueba, primero, porque toda casa ha menester de uno que la fabrique; segundo, porque ésta, de la que está hablando, fue fabricada por Cristo. Prueba, pues, primero, que esta casa, como cualquier otra, necesita de un fabricante, porque cosas diversas no se unen si no hay uno que las una, como se ve en una casa artificial, en donde las piedras y las maderas, de que está compuesta, son unidas por alguien. Ahora bien, la agregación de los fieles, que es la 1glesia y la casa de Dios, ha sido júntada de diversas gentes, conviene a saber, Gentiles y Judíos, siervos y libres; y, por tanto, la 1glesia, como toda casa, es fabricada por alguien que une. Supuesta la verdad de las premisas, por la evidencia del hecho, aquí sólo pone la conclusión: "sois también vosotros a manera de piedras vivas edificados encima de E!, siendo como una casa espiritual" (I P. 2,5; Ep 2).

Prueba luego que Cristo es el edificador de esta casa, como sea ei Dios que lo hizo todo, al decir: "mas el que crió todas las cosas es Dios"; y es claro que esto se entiende de todo el mundo (Ps 32). Pero hay otra creación espiritual, que se hace por medio del espíritu (Ps 103); y ésta la hace Dios por Cristo (Stg. 1; Ep 2). Así pues, Dios creó esta casa, la 1glesia, de la nada; en otras palabras, la sacó del estado de pecado al estado de gracia. Luego Cristo, por quien Dios lo hizo todo (He 1; Jn 1), puesto que tiene el poder de hacedor, es muy superior a Moisés, que sólo fue el promulgador de la Ley.

-"Y a la verdad Moisés fue fiel". Otra ventaja de Cristo sobre Moisés es la de la condición; acerca de lo cual pone su razón y la manifiesta; y su razón es ésta: consta que es de mayor dignidad el señor que. el siervo, y, más aún, en su propia casa que el siervo en la ajena; pero Moisés es fiel como siervo y en la casa del Señor; Cristo, en cambio, como Señor y en su casa propia, luego. Acerca de lo cual, es de saber que el Apóstol hace notar con mucho cuidado esas palabras escritas sobre Moisés, en las que dos cosas se dicen de él: se le llama siervo y fiel, no en casa propia, sino en la de Dios, y en ambas cosas le da la ventaja a Cristo, mostrando primero qué cosas dicen bien con Moisés y qué con Cristo.

Dice, pues, que "Moisés era fiel como siervo", esto es, como fiel dispensador (Mt 25); pero Cristo, en cierto modo, lo era, es a saber, según la carne (Ph 2); mas Moisés fue criado de Dios en proponer sus palabras a los hijos de 1srael. Por donde se ve que, por ser fiel criado, las cosas que decía eran en orden a otro, es a saber, a Cristo (Jn 5; Hch. X). Así que, por ser criado, no estaba en su propia casa, sino en la ajena; y porque lo que decía era para dar testimonio de lo que había de decir Cristo, por eso Moisés por todos cuatro costados fue inferior a Cristo.

Al decir a renglón seguido: "pero Cristo se ha dejado ver como hijo en su propia casa", señala lo que dice bien con la condición de Cristo, es a saber, que no es como siervo, mas "como hijo en la casa" del padre, y, por consiguiente, suya, porque es el heredero natural (He 1), y la 1glesia es la casa de Cristo (Pr. 14; Salmo 2; Mt 3). Es, por tanto, no siervo, sino hijo, y en su propia casa; Moisés, empero, es siervo, y en casa ajena (Jn 8).

-"cuya casa somos todos nosotros", indica qué casa es ésta: somos nosotros los fieles, y son casa de Cristo los que creen en Cristo (I Ti. 3): y también porque Cristo habita en ellos (Ep 3). Somos, pues, nosotros, los fieles, esa casa; y para que seamos casa de Dios son indispensables 4 requisitos propios de una casa, que no se hallan en una tienda, a que alude el Apóstol:

1) que nuestra fe sea cierta y permanente; lo mismo nuestra esperanza; la tienda, en cambio, aunque esté firmemente enclavada, puede pronto moverse, y significa a los que por una temporada creen, pero al tiempo de la tentación retroceden; mas casa son aquellos que conservan la palabra de Dios, y por eso dice: "si mantenemos la confianza", que, como se dijo arriba, es la esperanza con expectación firme y sin temor (2Co 3);

2) que esté ordenadamente dispuesta; por eso dice: "la gloria de la esperanza", esto es, a gloria de Dios ordenada, de suerte que, despreciando lo demás, nos gloriemos en la esperanza de la gloria (Jr 9);

3) que sea perseverante; de ahí que diga: "hasta el fin" (Mt X);

4) que permanezca firme, es a saber, que ninguna adversidad la haga tambalear; de donde la llama firme (He 6).

13
(
He 3,7-11)

Lección 2: Hebreos 3,7-11

Si Cristo es con mucho muy superior a Moisés, con tanto mayor razón se le ha de obedecer. Penas de los desobedientes.

7 Por lo cual dice el Espíritu Santo: si hoy oyereis su voz,
8 no queráis endurecer vuestros corazones, como sucedió cuando el pueblo estaba en el desierto en el lugar llamado contradicción y murmuración,
9 en donde vuestros padres me tentaron, queriendo hacer prueba de mi poder, y en donde vieron las cosas grandes que hice.
10 Yo sobrellevé a aquel pueblo con pena y disgusto, por espacio de cuarenta años, y dije: este pueblo sigue siempre los extravíos de su corazón. El no conoce mis caminos;
11 y así, airado, he jurado que no entrarán en el lugar de mi descanso.

Habiendo demostrado el Apóstol que Cristo tiene una excelencia superior a la de Moisés, concluye aquí que ha de prestársele mayor obediencia que a Moisés; para lo cual se vale de la autoridad del profeta David en el Salmo 94, donde propone primero la autoridad, que contiene una especie de exhortación, la explica y, por último, de la autoridad y su explicación saca la argumentación. Cuanto a lo primero, insinúa la autoridad de las palabras siguientes, pone la exhortación que trae dicha autoridad: "si oyereis hoy su voz", y cierta semejanza: "como cuando el pueblo estaba en el desierto". La autoridad de las palabras estriba en que no han sido proferidas por industria humana, mas por el Espíritu Santo. De ahí que diga: "por lo cual, como dice el Espíritu Santo"; como si dijera: de mayor dignidad es Cristo que Moisés; por tanto, si dimos oídos a Moisés, no hemos de endurecer nuestros corazones para no darlos a Cristo. Y alega las palabras del Antiguo Testamento en abono del Nuevo, para que nadie crea que sólo han de referirse al Antiguo Testamento, sino también al Nuevo y para otro tiempo, y son palabras del Espíritu Santo; porque, como dice San Pedro: "no traen su origen las profecías de la voluntad de los hombres, sino que los varones santos de Dios hablaron, siendo inspirados del Espíritu Santo" (II P. 1,21). El mismo David dice de sí mismo: "el Espíritu del Señor habló por mi boca" (II S. 23); y con esto demuestra, contra los Maniqueos, que la autoridad es verdadera, porque su autor es el Espíritu Santo.

Al decir luego: "si oyereis hoy su voz", pone la exhortación donde señala el tiempo, al decir: hoy; añade el beneficio: de oír su voz; y termina con la exhortación: "no queráis endurecer". El tiempo es hoy, es a saber, el tiempo del día; pues el tiempo de la ley antigua se decía noche, porque era tiempo de sombra (He X); mas el tiempo del Nuevo Testamento, porque rechaza la sombra nocturna de la ley, llámase día (Rm 13). Dícese también tiempo del día, por el nacimiento, la salida del sol de justicia (Mal. 4,2); a este día no le sucede noche, sino un día más esplendoroso, es a saber, cuando al mismo Sol de justicia le veamos, sin velos, en su rueda, por esencia. Y en tal día se nos hace un beneficio: "si oyereis su voz", porque la oímos, beneficio que no tuvieron en el Antiguo Testamento, en que sólo se oían las voces de los profetas. "Dios, que en otro tiempo habló a nuestros padres por los profetas. .. nos ha hablado últimamente en estos días por medio de su Hijo" (He 1,1; Is 52; Cant. 2); porque ahora es cuando se nos hace este beneficio tan deseado (Lc 19), que, por ser de tanto precio, se nos exhorta a su aprecio:

"no queráis endurecer vuestros corazones". Corazón duro tiene mal son. Duro es el que no cede, sino resiste al que lo impulsa y no se deja sellar; y dícese así el corazón duro del hombre, cuando no cede al divino mandato ni se deja con facilidad estampar de las divinas impresiones. "El corazón duro lo pasará mal al fin de la vida" (Eccli. 3,27); "tú, al contrario, con tu dureza y corazón impenitente, vas atesorándote ira y más ira para el ¿ía de la venganza" (Rm 2,5). De dos causas procede este endurecimiento: de una, como si dijéramos, negativa, es a saber, de Dios que no ofrece su gracia (Rm 9); y de otra, positiva, por la que el pecador se endurece a sí mismo, no obedeciendo a Dios y no abriendo su corazón a la gracia". "Mas ellos no quisieron escuchar, y rebeldes volvieron la espalda, y se taparon sus oídos para no oír. Y endurecieron su corazón como un diamante, para no hacer caso de la Ley, ni de las palabras que Ees había dirigido el Señor por medio de su espíritu, puesto en boca de los anteriores profetas" (Zc. 7,2). Así pues, "no queráis endurecer vuestros corazones", esto es, no ios cerréis al influjo del Espíritu Santo (Ac 7).

-"como cuando la exacerbación o sumo enojo". Pone una semejanza del tiempo pasado, porque a los fieles, de lo que han de hacer en el Nuevo Testamento, se les instruye por lo acontecido en el tiempo pretérito, según aquello: "todas las cosas que han sido escritas para nuestra enseñanza se han escrito" (Rm 15,4). Propone, primero, el ejemplo en general, poniendo ia culpa; luego en especial; mas para seguir ía exposición del Apóstol, es necesario poner en este texto el sentido que conviene a la exposición. Leemos que de muchas culpas que cometieron los hijos de 1srael dos fueron gravísimamente castigadas: una de desobediencia en el suceso de los exploradores (Nm. 13 y ¡4), otra de tentación. Por la primera indignóse el Señor de tal manera que quiso acabar con todo el pueblo; de ahí que jurase que ninguno entraría en la tierra de promisión, fuera de Caleb y Josué. Y este pecado le llama de modo especial exacerbación porque, aunque con los otros pecados hubiesen ofendido a Dios, con este otro le sacaron de quicio; así como cuando un fruto agrio, acerbo al gusto, no es a propósito para comerse como el maduro, así entonces la ira de Dios fue inflexible: "lo exacerbaron en el desierto, lo tentaron en la soledad" (Ps 77; Bar. 4).

El otro pecado fue de tentación; pues frecuentemente tentaron a Dios, ora pidiéndole agua, ora carne, ora pan... hasta diez veces (Nm. 14; Job 19); por eso dice: "cuando el día de la tentación". Pudiera alguno pensar que era un mismo pecado exacerbación y tentación, de modo que el Apóstol quisiese decir: no queráis endurecer vuestros corazones como en la exacerbación, que fue cuando el día de la tentación; pero esto no va de acuerdo con la exposición del Apóstol. Por consiguiente, hay que leerlo en esta forma: no queráis endurecer vuestros corazones, como cuando la exacerbación; y nuevamente: como cuando el día de la tentación, de suerte que sean dos pecados, como lo expresa el Salmo 77: "y de nuevo tentaron a Dios, y exacerbaron al Santo de 1srael".

Prosigue, por tanto, enumerando sus culpas en especial, al decir: "donde me tentaron o pusieron a prueba vuestros padres". Acerca de lo cual, pone primero el pecado de la tentación y luego el de la exacerbación; y del primero muestra su gravedad y pone su pena. Dice, pues, que cometieron el pecado de tentación en el desierto, porque allí "me tentaron vuestros padres"; y habla en persona del Señor; donde conviene advertir que tentar es hacer experiencia de algo que uno ignora. De donde el hecho de tentar a Dios procede de infidelidad. Pero es de saber que el tentar a Dios no siempre se hace con la intención de tentar y experimentar, sino, digamos así, a modo de tentación; mas, cuando el que lo hace no saca de hacerlo ninguna utilidad, entonces sí tienta. Asimismo si alguno, constreñido por la necesidad, se pone a peligro, con esperanza del socorro divino, no tienta a Dios; mas, si ninguna necesidad le obliga a ello: entonces sí tienta a Dios. Y así, dice El mismo: "no tentarás al Señor tu Dios", pues no había ninguna necesidad de echarse de ahí abajo. Así tentaron éstos a Dios, porque dudaron de su poder, clamando contra Moisés, como si Dios no pudiese darles alimento, habiendo visto por vista de ojos y palpado su poder en mayores proezas; por tanto, era pecado de infidelidad, que es el mayor de todos.

Pone luego la gravedad de la culpa, al decir: "queriendo hacer prueba de mi poder"; que tanto mayor es el pecado cuanto mayores los beneficios que uno recibe y mayor la certeza que tiene del poder divino, y, eso no obstante, viene a dudar. Estos vieron las maravillas y prodigios que el Señor obró en tierra de Egipto, el paso del mar Rojo y otros milagros, y, con todo eso, no creyeron, como dice Nb 14: "son los hombres que han visto mi majestad y los prodigios que tengo hechos en Egipto y en el desierto, y me han tentado ya por diez veces". Por eso dice: "me pusieron a prueba", esto es, quisieron hacer la experiencia, "y vieron", esto es, experimentaron, palparon "las cosas grandes que hice", conviene a saber, efectos que no hubieran llegado a producirse, a no haber sido de poder infinito el que tales maravillas hacía. Y todo esto no un día, sino "cuarenta años" que permanecieron en el desierto, pues siempre tuvieron el maná y la columna de fuego y nube; o tuvieron la prueba de haberme visto, es a saber, que les acudí puntualmente en cuanta necesidad tenían. Lo de los 40 años, según la intención del Apóstol, se refiere a lo precedente; según la del Salmista, a lo posterior, de manera que se lea: "Yo sobrellevé a aquel pueblo, con pena y disgusto, por espacio ds 40 años", y tal es el texto de San Jerónimo.

-"por lo cual me di por ofendido". Pónese la pena del pecado, y la letra del texto se lee de dos maneras, es a saber: ofendido o próximo: y lo mismo es "propter quod", esto es, por causa del pecado me di por ofendido o me indigné, no.porque la ira quepa en Dios, sino por vía de semejanza, ya que castiga como si estuviera indignado; y de esta pena se hace mención frecuente en el Éxodo y en el libro de los Números, pues muchas veces fueron abatidos y humillados; de ahí que también en 1Co X se hable de la pena de este pecado. O léase también "estuve cerca" de ellos, es a saber, castigándolos; porque, cuando el Señor socorre a los buenos y castiga a los malos, cerca está entonces de ellos; mas, cuando disimula los pecados de los hombres por la penitencia, y la aflicción de los justos para que crezca mas su mérito, entonces parece también que esta lejos (Jb 22). O dígase próximo, en lo tocante a su divina misericordia, pues el hecho mismo de castigarlos temporalmente señal es de gran misericordia. A trueque de que me perdones y no quede nada que perdonar -dice San Agustín-, aquí el cuchillo, aquí el cauterio, Señor.

-"y dije". Pónese luego el pecado de exacerbación en especial; lo cual parece por lo que abajo dice: "a quienes airado juré..." Y acerca de esto, a continuación de la culpa pone la pena. La culpa es doble: una en la obstinación de lo malo, otra en retroceder de lo bueno; y a ésta se refiere: "pero ellos no conocieron mis caminos". Dice, pues: Yo estuve muy cerca de ellos, conviene a saber, castigándolos; y dije, esto es, con previsión eterna: "este pueblo sigue siempre los extravíos de su corazón" (Dt. 3 1; Jr 13). Así que de un modo exacerba uno a Dios cuando con pertinacia se adhiere a lo malo, y de otro cuando menosprecia lo bueno. De ahí que diga: "pero ellos no conocieron mis caminos", esto es, no con simple ignorancia, sino afectada, de suerte que el sentido sea éste: no conocieron, esto es, no les vino en gana conocer (Jb 21; Salmo 35); o, no conocieron, es a saber, no dieron su aprobación, como dice el Apóstol: "conoce el Señor quiénes son los suyos".

Señala, por consiguiente, la pena, al decir: "a quienes ¡uré"; con cuyo vocablo indica la inmutabilidad, pues quiere firmeza en los juramentos; que, cuando leemos de Dios o del ángel que jura, señal es que es juramento inmutable: "¡uro el Señor, y no le pesará de haberío jurado" (Ps 109,4). Empero, en veces, no jura sino con condición, conviene a saber, que, si no se enmiendan, les sucederán estos males. 1ndica también que esta pena no es de amenaza, sino de exterminio, puesto que dice: "en mi ¡ra" (Ps 6). Jura, pues, airado: "si líegan a entrar en el lugar de mi descanso". Es una construcción manca, como la del que está airado, que deja sin concluir sus palabras; y empléase si en lugar de no, esto esr no entrarán en mi descanso; que es de 3 géneros: uno temporal, de que habla San Lucas: "ya tienes muchos bienes de repuesto para muchísimos años. Descansa, come, bebe y date buena vida" (12,19). Otro es la paz de la conciencia: "trabajé poco y hallé mucho descanso" (Eccli. 5!,35). El tercero es el descanso de la gloria eterna: "en paz, no bien me acuesto, estoy dormido" (Ps 4,9). Puede, por tanto, aplicarse lo que aquí se lee a cualquiera de estos descansos, de modo que se diga: pero ellos no entraron ni en el descanso de la tierra de promisión, ni en el de la paz de la conciencia, ni en el descanso de la fruición eterna.

14
(
He 3,12-19)

Lección 3: Hebreos 3, 12-19

Amonéstalos a que obedezcan a Cristo, no sea que, por culpables como los Judíos, si tienen parte en la culpa, la tengan también en la pena.

12 Mirad, pues, hermanos, no haya en alguno de vosotros corazón maleado de incredulidad, hasta dejar al Dios vivo;
13 antes, amonestaos todos los días los unos a los otros mientras dura el día que se apellida de hoy, a fin de que ninguno de vosotros llegue a endurecerse con el engañoso atractivo del pecado.
14 Puesto que venimos a ser participantes de Cristo, con tal que conservemos inviolablemente hasta el fin el principio del nuevo ser suyo que ha puesto en nosotros;
15 mientras que se nos dice: si hoy oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como los israelitas en el tiempo de aquella provocación.
16 Pues algunos de los que la habían oído irritaron al Señor; aunque no todos aquellos que salieron de Egipto por medio de Moisés.
17 Mas ¿contra quiénes estuvo irritado el Señor por espacio de 40 años? ¿No fue contra los que pecaron, cuyos cadáveres quedaron tendidos en el desierto?
18 Y ¿a quiénes juró que no entrarían en su descanso sino a aquellos que fueron incrédulos?
19 En efecto, vemos que no pudieron entrar por causa de la incredulidad.

Dejó demostrado el Apóstol, con la autoridad del Salmista, que a Cristo hay que obedecerle sin vacilaciones; y en la autoridad puso 3 elementos: la exhortación, la culpa y la pena, que aquí explica por orden; en donde dice videte, lo primero; en donde quídam, lo segundo; en donde quibus iurabit, lo tercero. Pero en la exhortación, como tiene dos partes: la misma exhortación y su condición, las explica también. En la primera exhorta a dos cosas: a la solícita consideración y a la mutua exhortación. Dice, pues: mirad; pues cada uno debe considerar en qué estado se halla; "examine cada uno sus propias obras" (Ga 6,4; Jr 2). "Mirad, pues, hermanos", en lo que toca a cada uno, pues todos somos parte de la sociedad, y a cada uno ordenó Dios el amor de su prójimo (Eccli. 17, !2). Mirad, esto es, examinaos unos a otros, "no haya en alguno..."; como si dijera: muchos de vosotros estáis en estado de perfección; con todo, por la fragilidad y el mal uso de la libertad, pudiese haber algún tropiezo en alguno de vosotros, pues "halló culpa ¡hasta en sus ángelesi ¡Cuánto más en los que habitan casas de barro, cimentadas sobre el polvo!" (Jb 4,19); "¡Pues qué!, ¿no soy Yo el que os escogí a todos doce, y, con todo, uno de vosotros es un diablo?" (Jn 6,71). Por tanto, no mire uno solamente por sí, mas por cualquiera de su compañía. Pero ¿en qué ha de reparar?

En que "no haya en alguno de vosotros corazón maleado de incredulidad". He aquí el mal a que se refiere el Apóstol, conviene a saber, el corazón incrédulo o, lo que es lo mismo, no firme en la fe, en que consiste la malicia del alma; porque así como su bien estriba en estar unida a Dios (Ps 72), unión que se consigue por la fe; así su mal en apartarse de Dios por la incredulidad (Jr 2). Por eso dice: "hasta dejar al Dios vivo", porque por la incredulidad se aparta del Dios vivo (Jr 2). Y dice del Dios vivo, porque es vida en sí y es vida del alma (Jn 1); lo cual dice para indicar que por apartarse de Dios incurre el hombre en la muerte espiritual.

Mas, si a tanto llegase la desgracia en alguno, ¿habrá que desesperar del remedio? No, sino más bien exhortársele, esto es, darle del codo y rogarle al oído; por lo cual dice: "antes amonestaos todos los días los unos a los otros", esto es, continuamente, examinando su conciencia e induciendo a lo bueno; "mientras dura el día que se apellida de hoy", esto es, mientras dura el presente tiempo de gracia, que es todo él como un día (Jn 9); y esto "a fin de que ninguno de vosotros llegue a endurecerse con el engañoso atractivo del pecado"; pues, como arriba se dijo, el corazón se endurece por la obstinación en el mal; mas la firme adherencia al pecado se explica porque uno se engaña; que pegarse a lo bueno el apetito naturalmente lo anhela, mas se aparta del bien porque es engañado. "Errados van los que obran el mal" (Pr. 14,22; 13; Sg 5).

Por tanto, al decir: "puesto que venimos a ser participantes de Cristo", explica la condición de la exhortación, como si dijera: esta condición tiene más fuerza que aquélla, pues ellos sólo oyeron; nosotros, en cambio, venimos a ser participantes de Cristo. Lo cual dice con toda propiedad, porque en el Antiguo Testamento no había más que oír ni se daba la gracia "ex opere operato", por virtud de la obra misma (del Sacramento); mas en el Nuevo Testamento tenemos las dos cosas: el oír la palabra de Dios y la colación de la gracia al mismo que obra; de donde, en verdad, venimos a ser participantes de Cristo (Jn 1) y de su gracia, primero, por la recepción de la fe (Ep 3); segundo, por los sacramentos de la fe (Ga 3); tercero, por la participación del Cuerpo de Cristo.

Pero es de saber que hay dos modos de participar de Cristo: uno imperfecto, por medio de la fe y de los sacramentos; otro perfecto, por la presencia y visión del objeto. El primero lo tenemos de hecho; el segundo, en esperanza, aunque con esta condición: si perseveramos. De ahí que diga: "con tal que conservemos inviolablemente hasta el fin el principio del nuevo ser suyo que ha puesto en nosotros"; pues todo el que ha sido bautizado en Cristo recibe cierta nueva naturaleza y en cierto modo Cristo se forma en él (Ga 4). Esto ciertamente no llegará a su perfección sino en la patria; aquí sólo tiene el comienzo, y por la fe formada, porque la informe (sin obras) no está viva, esta muerta (Stg. 2); de donde no ésta, sino la fe formada, nos es el principio de participar de Cristo. "Es, pues, la fe el fundamento o firme persuasión de las cosas que se esperan" (He X,1), esto es, el cimiento o como el principio. Dice, pues: "venimos a ser participantes de Cristo, con tal que conservemos inviolablemente hasta el fin el principio del nuevo ser suyo, esto es, la fe formada.

Pero, se objetará: más bien parece que el temor es el principio, porque, según el Salmo CX: "el principio de la sabiduría es el temor del Señor". Respondo que la fe es formada por la caridad; ahora bien, la caridad no va desacompañada del casto temor; por consiguiente, la fe formada siempre lleva consigo cosido a sus faldas este temor; de modo que fe y temor son principio. Lo que sigue: "mientras que se nos dice", ya está explicado.

Al decir luego: "pues algunos de los que la habían oído", explica lo que había dicho de su culpa, como sí dijera: participantes de Cristo lo seréis, si no endureciereis vuestros corazones, como estos que oyeron, pero lo irritaron en sumo grado, "aunque no todos", pues Caieb y Josué (Nb 14) permanecieron fieles y daban aliento a los otros; en lo cual se nos da a entender que, ya que no toda la 1glesia, sino algunos caigan, aunque muchos, los malos serán castigados, pero no los buenos, como aquellos dos (3 Reyes 19; Rm XI).

Explica luego lo de la pena, al decir: "mas ¿contra quiénes?", y primero lo que había dicho: "me di por ofendido"; segundo: "¡uré en mi ira". Dice, pues: "¿contra quiénes estuvo irritado el Señor por espacio de 40 años? ¿No por ventura...?" Por donde se ve que lo que dijo: 40 años se refiere a "estuve irritado"; de modo que dice que por espacio de 40 años lo estuvieron ofendiendo; donde es de saber que todos los que salieron de Egipto murieron en el desierto, como se dice en Josué 5; mas no todos quedaron allá tendidos, sino algunos, o por Dios mismo, como cuando se abrió la tierra y se sorbió a Datan y Abirón (Nm. 16; Salmo 77); o por Moisés, como en la fundición y adoración del becerro (Ex. 22); o por los enemigos, como parece en muchos lugares -recopilados en 1Co X-; o de muerte natural. Así pues, no todos quedaron tendidos, ni, por consiguiente, fue pena general, sino especial; y ninguno, sino esos dos que dijimos, entró en la tierra de promisión, de la cual dice: "¿y a quiénes ¡uro", esto es, determinó irrevocablemente, que no entrarían en su descanso, sino a aquellos que fueron ¡ncrédulos", es a saber, incrédulos a las palabras de los exploradores? De donde se ve que por la incredulidad no pudieron entrar en el lugar de su descanso; por lo cual dice: "en efecto, vemos", porque palparon que por su incredulidad no pudieron entrar; o vemos nosotros, por la pena, que arriba se mencionó, que no pudieron entrar.


Aquino - A LOS HEBREOS 12