Tomas Aq. - Romanos 40

Lección 6: Romanos 8,28-32

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Rm 8,28-32)


Muestra que el Espíritu Santo nos ayuda y dirige hacia los bienes exteriores, para que éstos cooperen en nosotros para el bien.
28. Sabemos, además, que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados santos según su designio.
29. Porque El a los que preconoció, los predestinó a ser conformes a la imagen de su Hijo, para que Este sea el primogénito entré muchos hermanos.
30. Y a esos que predestinó también los llamó; y a esos que llamó, también los justificó. Y a los que justificó también los glorificó.
31. Y a esto ¿qué diremos ahora? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?
32. El que aun a su propio Hijo no perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros ¿cómo no nos dará gratuitamente todas las cosas con El?

Habiendo mostrado arriba el Apóstol que el Espíritu Santo nos auxilia en ias flaquezas de la vida presente para la realización de nuestros deseos, aquí enseña de qué manera nos ayuda en cuanto a los acontecimientos exteriores, dirigiéndolo todo para nuestro bien. Y primero enuncia su tesis; luego la prueba: Porque El a los que preconoció, etc.; luego infiere una conclusión de lo dicho: ¿Quién, pues, nos separará del amor de Cristo? (Rm 8,35). Acerca de lo primero se ocurren dos consideraciones.

Primero la grandeza del beneficio que se nos confiere por el Espíritu Santo para que todas las cosas cooperen a nuestro bien. Para cuya evidencia débese considerar que cualquier cosa que se hace en el mundo, aun cuando sea algo malo, resulta en bien del universo, porque, como dice Agustín (In Enchir.), Dios es de tal manera bueno, que no permitiría ningún mal si no fuese de tal suerte poderoso que de cualquier mal no pudiese obtener algún bien. Ahora bien, no siempre cede el mal en bien de aquello en lo que existe, así como la corrupción de un animal cede en bien del universo en cuanto por la corrupción de uno se genera otro, mas no en bien de aquello que se corrompe, porque el bien del universo es querido por Dios en cuanto a él mismo, y al mismo se ordenan todas las partes del universo. Y parece que hay la misma razón acerca del orden de las partes más nobles respecto de las demás partes, porque el mal de las otras partes se ordena al bien de las más nobles. Cierto: cualquier cosa que se haga respecto de las más nobles partes no se ordena sino al bien de las mismas; porque de ellas se tiene cuidado por ellas mismas, y de las otras por aquéllas, así como el médico difiere la curación del pie por curar la cabeza. Ahora bien, entre todas las partes del universo sobresalen los santos de Dios, a quienes se puede decir que corresponde lo que se dice en Mateo 24,47: Lo pondrá sobre toda su hacienda. Y por eso cualquier cosa que ocurra, o acerca de ellos mismos o de otras cosas, todo resulta para bien de ellos, de tal modo que se verifica lo que dice el Libro de los Proverbios (II,29): El necio habrá de servir al sabio, porque aun las cosas malas de los pecadores resultan en bien de los justos; por lo cual también se dice que Dios tiene especial cuidado de los justos, según aquello del Salmo 33,16: El Señor tiene sus olos fijos sobre los justos, en cuanto que de tal manera cuida de ellos, que no permite que les ocurra algo malo que no se les convierta en bien. Y esto es clarísimo en cuanto a los males penales que padecen, por lo cual se dice en la Glosa que en sus flaquezas ejercitan la humildad, en las aflicciones la paciencia, en la contradicción la sabiduría, en el odio la benevolencia. Con razón se dice en 1 Pedro 3,14: Si padecéis por la justicia, dichosos de vosotros. Pero ¿acaso también los pecados cooperan para el bien de ellos? Algunos dicen que los pecados no están comprendidos bajo la palabra omnia -todas las cosas-, porque según Agustín el pecado no es nada, y cuando los hombres pecan nada hacen. Pero en contra está esto que dice la Glosa: De tal manera siempre hace Dios que todas las cosas cooperen para el bien de ellos, que si se desvían y descaminan, aun con esto mismo les hace adelantar en el bien. De aquí que también en el Salmo 36,24 se dice: Si el justo cayere no se lastimará, pues el Señor pone su mano por debajo. Pues conforme a esto podemos decir que siempre resurgen ellos con mayor caridad, porque el bien del hombre consiste en la caridad, a tal punto que si no la tuviera el Apóstol, reconoce que nada sería (ICo 13,1-3). Pero se debe decir que el bien del hombre no consiste sólo en la magnitud de la caridad, sino principalmente en su perseverancia hasta la muerte según Mateo 24,13: El que perseverare hasta el fin, ése será salvo. Y así, cuando el justo cae, se levanta más prudente y humilde; por lo cual se agrega en la Glosa, después de decir que esto mismo los hace adelantar en el bien, que se vuelven mas humildes y sabios. Porque aprenden que con temor deben proceder: sin arrogarse como por virtud propia la confianza de permanecer en pie.

Lo segundo que se debe considerar es a quiénes les corresponde este beneficio. Acerca de lo cual primero se atiende a algo por parte del hombre, cuando dice: de los que aman a Dios. Porque la caridad de Dios está en nosotros por la inhabitación del Espíritu, cosa que erriba quedó demostrada (cap. 2). Ahora bien, el propio Espíritu Santo es quien nos dirige por el camino recto, como se dice en el Salmo 26. Por lo cual dice San Pedro en su Primera Epístola,3,13: ¿Y quién habrá que os haga mal si estáis celosamente entregados al bien? Y el Salmo 1 18,165: Gozan de suma paz los amadores de tu ley, sin que hallen tropiezo alguno. Y esto razonablemente, porque, como se dice en Proverbios 8,17: Yo amo a los que me aman. Amar es querer el bien del amado. Ahora bien, en Dios querer es obrar. Porque todas cuantas cosas quiso, ha hecho el Señor: así en el cielo como en la tierra (Ps 1 34,6). Y por eso Dios convierte todas las cosas en bien para los que le aman.

Lo segundo es atender a lo que es por parte de Dios, quien primero predestinó a los fieles desde toda la eternidad; luego, los llama en el tiempo; lo tercero, los santifica; y estas tres cosas toca cuando dice: de los que son llamados santos según su designio, esto es, predestinados, llamados y santificados: de modo que designio se refiere a la predestinación, que según Agustín es un designio de misericordia. Predestinados según el designio del que todo lo hace conforme al consejo de su voluntad (Ef 1,1 1). El llamados corresponde a la vocación. Le llamó para que le siguiese (Is 41,2). La palabra santos se refiere a la santificación, según el Levítico 2!,23: Yo soy el Señor que los santifico. Y esto el Apóstol dice que lo sabe de la persona de los santos, diciendo: Sabemos.-Y diole la ciencia de los santos (Sab 10,10). Ahora bien, esta ciencia procede ora de la experiencia, ora también de la consideración de la eficacia de la caridad (El amor es fuerte como la muerte: Cant 8,6), y también de la eterna predestinación (Yo hablo y sostengo mi resolución, y hago que cumplan todos mis deseos: (Is 46,10).

En seguida, cuando dice: Porque El a los que preconoció, etc., lo que dijera lo prueba con la siguiente razón: Nada puede dañar a los que Dios hace avanzar; es así que a los predestinados que a Dios aman Dios los hace avanzar; luego nada los puede dañar, sino que todo redunda para el bien de ellos. Primero prueba la menor, o sea, que Dios los hace avanzar; luego la mayor, o sea, que a los que Dios hace avanzar nada les puede ser nocivo: Y a esto ¿qué diremos ahora?

Acerca de lo primero hace dos cosas: Primero indica las cosas que son para hacer avanzar a los santos desde toda la eternidad; luego, las que son del tiempo: Y a esos que predestinó, etc. Y acerca de lo primero señala dos cosas, a saber, la presciencia y la predestinación, diciendo: Y a los que preconoció los predestinó.

Algunos dicen que aquí predestinación se toma por preparación, que se da en el tiempo, por la cual Dios prepara a los santos para la gracia, y esto lo dicen para distinguir la presciencia de la predestinación. Pero si rectamente lo consideramos, una y otra cosa son eternas, y sólo difieren por la razón. Porque como arriba se dijo (Rm 1,4), sobre aquello de: Y que fue predestinado, la predestinación entraña cierta preordenación en el ánimo, de aquello que hay que hacer. Y ab aeterno Dios predestinó los beneficios que se les darían a sus santos. De aquí que la predestinación es eterna. Y difiere de la presciencia por la razón de que la presciencia entraña tan sólo el conocimiento de las cosas futuras; y la predestinación entraña cierta causalidad respecto de ellas. Y por eso Dios tiene la presciencia aun de los pecados, pero la predestinación es de los bienes saludables. Por lo cual el Apóstol dice: Predestinados según su designio para que fuésemos la alabanza de su gloria, etc. (Ef 1,2).

Ahora bien, acerca del orden de la presciencia y de la predestinación dicen algunos que la presciencia de los méritos de los buenos y de los malos es la razón de la predestinación y de la reprobación, de modo que se entienda que Dios predestina a algunos porque de antemano sabe que obrarán bien y creerán en Cristo. Y según esto el texto se lee así: A los que preconoció que se conformarían a la imagen del Hijo, a ésos los predestinó. Y esto se diría con razón si la predestinación correspondiera a tal grado a la vida eterna que se diera a los méritos; pero bajo la predestinación cae todo beneficio de salvación, que ab aeterno es preparado divinamente para el hombre; por lo cual por la misma razón todos los beneficios que se nos confieren en su oportunidad, se nos prepararon ab aeterno. De aquí que decir que se presupone algún mérito de parte nuestra, cuya presciencia sea la razón de la predestinación, no es otra cosa que decir que la gracia se nos da por méritos nuestros y que el principio de las buenas obras depende de nosotros y que de Dios es la consumación. Por lo cual es más conveniente ordenar de esta manera el texto: A los que preconoció, a ésos los predestinó a ser conformes a la imagen de su Hijo. De modo que esta conformidad no sea la razón de la predestinación sino el término o efecto. Porque dice el Apóstol: Nos predestinó para la adopción de hijos de Dios (Ef 1,5). Porque la adopción de hijos no es otra cosa que la dicha conformidad. Porque quien es adoptado como hijo de Dios se conforma verdaderamente a su Hijo.

Primero en el derecho de participación de la herencia, como quedó dicho arriba: Si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,17). Lo segundo, en la participación de su propio esplendor. Porque El mismo es engendrado por el Padre como esplendor de su gloria (Hebr 1,3). Así es que iluminando a ios santos con la luz de la sabiduría y de la gracia, hace que ellos se hagan conformes a El mismo. Por lo cual se dice en el Salmo 109,3: En medio de los resplandores de la santidad de mis entrañas te engendré antes de existir el lucero de la mañana, esto es, desbordando todo el esplendor de los santos. En cuanto a estas palabras: A la imagen de su Hi¡o, se pueden entender doblemente. De un modo como si la construcción fuera de aposición, para que el sentido sea éste: Conformes a la imagen de su Hijo, que es imagen. Es la imagen del Dios invisible (Colos i,15). De otro modo se puede entender, como si la construcción fuera transitiva, para que el sentido sea éste: Nos predestinó a hacernos conformes a su Hijo en que traigamos su 1magen. Y así como hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos la imagen del celestial (ICo 15,49). Porque dice: A los que preconoció los predestinó, no porque a todos los preconocidos los predestine, sino porque no hubiera podido predestinarlos sin preconocerlos. Antes que Yo te formara en el seno materno, te conocí (Jerem 1,5). Ahora bien, qué se siga de esta predestinación, lo agrega diciendo: para que El sea el primogénito entre muchos hermanos. Porque así como Dios quiso comunicar a otros su natural bondad, participándoles la semejanza de su bondad, para no ser sólo bueno, sino también conductor de buenos, de tal manera quiso el hijo de Dios comunicar a otros la conformidad de su filiación, que no fuese El solo hijo sino también primogénito de los hijos. Y así quien por la generación eterna es el unigénito, según Juan 1,18: Hijo único, que es en el seno del Padre, según la colación de la gracia sea el primogénito entre muchos hermanos.-El primogénito de los muertos y el Soberano de los reyes de la tierra (Ap 1,5). Y así Cristo nos tiene por hermanos, ya porque nos comunicó la semejanza de la filiación, como aquí se dice, ya porque asumió la semejanza de nuestra naturaleza, según Hebreos 2,17: Tuvo que ser en todo semejante a sus hermanos. En seguida, cuando dice: Y a esos que predestinó, etc., indica lo que por parte del santo se consigue de Dios. Y primero la vocación, diciendo: A los que predestinó también los llamó. Ahora bien, su predestinación no puede ser vana, según Is 14,24: Juró el Señor de los ejércitos, diciendo: como lo pensé, así será; y como lo tracé en mi mente, así sucederá. Ahora bien, , lo primero en que empieza a cumplir la predestinación es la vocación del hombre, la cual es doble: una externa, que se hace por boca del predicador. Envió sus criadas a convidar que viniesen al alcázar (Prov 9,3), De esta manera llamó Dios a Pedro y Andrés, como leemos en Mateo 4,1 8-20. Mas la otra vocación es interior, que no es otra cosa que cierto impulso de la mente por el cual el corazón del hombre es movido por Dios a asentir en las cosas que son de fe o de virtud. ¿Quién sacó del Oriente al justo y le llamó para que le siguiese? (Is 41,2). Y esta vocación es necesaria porque nuestro corazón no se convertiría a Dios si el mismo Dios no nos atrajera a Sí. Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo atrae (Jn 6,44). Conviértenos ¡oh Señor! a Ti y nos convertiremos (Tren 5,21). Y también esta vocación es eficaz en los predestinados porque asienten a tal vocación o llamado. Todo el que escuchó al Padre y ha aprendido viene a Mí (Jn 6,45). De aquí que en segundo lugar pone la justificación diciendo: Y a esos que llamó también los justificó, es claro que infundiéndoles la gracia. Dijo arriba (Rm 3,24): Justificados gratuitamente por su gracia. Y esta justificación, aun cuando en algunos se frustre porque no perseveran hasta el fin, sin embargo nunca se frustra en los predestinados; por lo cual pone lo tercero: la glorificación, agregando: y también los glorificó. Y esto doblemente: de un modo mediante el adelanto en la virtud y en la gracia; y del otro, por la exaltación de la gloria. Así que ¡oh Señor! en todo y por todo engrandeciste a tu pueblo y le honraste (Sab 19,20). Y pone el pretérito en lugar del futuro, para que se entienda de la magnificación de la gloria, o bien por la certeza del futuro, o bien porque lo que en algunos es futuro en otros es acabado.

En seguida, cuando dice: Y a esto ¿qué diremos ahora? explica la mayor: que a los movidos por Dios nada los puede dañar. Y primero muestra que no podrían padecer detrimento por un mal de pena; y segundo, tempoco por un mal de culpa: ¿Quién podrá acusar a los escogidos de Dios? (Rm 8,33). El mal de pena es doble. Uno consiste en la carga de los males, y el otro en la sustracción de los bienes. Primero muestra que los que son movidos por Dios no sufren detrimento por el intento de ningún perseguidor, diciendo: ¿qué diremos ahora?, como si dijera: Siendo que Dios les garantiza a sus elegidos todos los bienes, ¿qué se puede decir contra todo esto, de modo que se nulifiquen los predichos beneficios de Dios?, como si dijera: Nada. Contra el Señor no hay sabiduría, no hay prudencia, no hay consejo. (Prov 21,30). O bien: ¿qué diremos? Considerando estas cosas conviene llenarse de estupor.

En Habacuc 3,* conforme a otra lección, leemos: Consideré tus obras, y temí. O bien: ¿qué diremos a estas cosas? esto es, ¿con qué cosa podríamos pagarle a Dios que fuera digna de tantos beneficios? Mas ¿cómo podré corresponder al Señor por todas las mercedes que me ha hecho? (Ps 115,12). Y agrega: Si Dios está por nosotros, es claro que predestinando, llamando, justificando y glorificando, ¿quién contra nosotros tendría verdadero poder? Presentémonos júntos en juicio: ¿quién es mi adversario? (Is 50,8.) Ponme a tu lado, y pelee contra mí la mano de quien quiera (Jb 17,3). Lo segundo que muestra es que los santos de Dios no pueden padecer detrimento por sustracción de bienes, pues dice: El que aun a su propio Hijo no perdonó. Ahora bien, habiendo hecho arriba mención de muchos hijos, diciendo: Recibisteis el espíritu de adopción de hijos, de todos ellos distingue a este Hijo, diciendo: a su propio Hijo, o sea, no adoptado, según mienten los herejes, sino natural y coeterno. Y estamos en el verdadero Hijo suyo Jesucristo (1Jn 5,20), de quien el Padre dijo: Este es mi Hijo amado (Mt 3,17). Y el No io perdonó quiere decir que no lo eximió de la pena. Pero no había en El culpa alguna que se le pudiera perdonar. Quien escatima la vara odia a su hijo (Prov 13,24). Y Dios no perdonó a su Hijo para que algo se le añadiera a quien es por todos conceptos Dios perfecto, sino que para nuestro provecho lo sujetó a la pasión. Y esto lo expresa así: sino que lo entregó por todos nosotros, esto es, lo entregó a la pasión por la expiación de nuestros pecados. El cual fue entregado a causa de nuestros pecados (Rm 4,25). A El le ha cargado el Señor sobre las espaldas la iniquidad de todos nosotros (Is 53,6). Dios Padre lo entregó a la muerte, determinando su encarnación y pasión, e inspirando" a su voluntad humana la disposición de la caridad con la que sufriría voluntariamente la pasión. Por lo cual El mismo se entregó, dice Efesios 5,2: Se entregó Ep mismo por nosotros; y también Judas lo entregó, y también los Judíos con algunos actos externos, como arriba quedó dicho (Cap. v). Mas debemos reflexionar en que dice: El que aun a su propio Hi¡o no perdonó, como si dijera: No sólo a los demás santos los entregó a la tribulación por la salud de ios hombres, según aquello de Oseas 6,5: Por esto, por medio de mis profetas os acepillé; y 2Co 1,6: Si sufrimos es para vuestra consolación y salud; sino también a su propio Hijo. Pues en el propio Hijo de Dios están todas las cosas como en causa primordial y preoperativa. El mismo es antes de todas !as cosas (Colos 1,17). De aquí que, habiéndosenos dado El a nosotros, se nos dieron todas las cosas, por lo cual agrega: ¿Cómo no nos dará gratuitamente todas las cosas con El?: esto es, habiéndosenos dado, todas las cosas nos dio, de modo que todo resulte en nuestro bien: las superiores, es claro que las divinas personas, para gozarlas; los espíritus racionales para convivir; todo lo inferior para nuestra utilidad, no sólo lo próspero sino también lo adverso. Todo es vuestro; mas vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios (ICo 3,22-23). Por lo cual es patente que, como se dice en el Salmo 33,10: Nada les falta a los que le temen.





Lección 7. Romanos 8,33-39

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Rm 8,33-39)


Se enseña que los santos no sufren ningún detrimento por el mal de culpa y que no se les puede separar de la caridad de Cristo.
33. ¿Quién podrá acusar a los escogidos de Dios? Siendo Dios el que justifica,
34. ¿quién podrá condenar? Pues Cristo Jesús, el mismo que murió, más aún, el que también resucitó, que está a la diestra de Dios, es también el que intercede por nosotros.
35. ¿Quién, pues, nos separará de la caridad de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, el hambre, la desnudez, el peligro, la persecución, la espada?
36. Según está escrito: Por la causa tuya somos muertos cada día, considerados como ovejas destinadas al matadero.
37. Mas en todas estas cosas triunfamos gracias a Aquel que nos amó.
38. Porque persuadido estoy de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni virtudes, ni lo presente, ni lo venidero, ni la fuerza,
39. ni altura, ni profundidad, ni otra ninguna creatura podrá jamás separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús Señor nuestro.

Habiendo mostrado el Apóstol que los santos, a los que Dios mueve, ningún detrimento pueden sufrir, en cuanto a mal de pena, aquí enseña que ningún detrimento pueden sufrir por parte del mal de culpa. Y primero enuncia su tesis; luego excluye cualquier objeción: Pues Cristo Jesús, etc. Acerca de lo primero se debe considerar que por la culpa se topa uno con dos cosas. Primero con la acusación. Y luego con el juez que condena. Y primero muestra que ninguna acusación les puede ser nociva a los santos de Dios, y esto en virtud de la divina elección. Porque al elegir a alguien, por esto mismo se ve que se le da por bueno. Ahora bien, los santos son los elegidos por Dios. Pues desde antes de la fundación del mundo nos escogió en Cristo para que fuésemos santos (Ef 1,4). Y quien acusa reprueba al acusado. Pero no vale ninguna acusación contra la aprobación de Dios. Por lo cual dice: ¿Quién podrá acusar, es claro que de manera eficaz, a los escogidos, esto es, a los que Dios escogió para que sean santos? Por lo cual se dice en el Apocalipsis (12,10): Ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos. Lo segundo que muestra es que ninguna acusación puede serles nociva a los santos. Y esto lo muestra también por otro beneficio de Dios, por el cual Dios nos justifica: el beneficio que envía por delante, diciendo: Siendo Dios el que justifica, según lo que arriba se dijo: A los que llamó, a ésos también los justificó.-Mas habéis sido justificados (ICo 6,2). Pero tiene lugar la condenación contra los injustos. ¿Pues quién podrá condenar a los justificados por Dios? Porque al que El concede la paz ¿quién le condenará? (Jb 34,29).

En seguida, cuando dice: Pues Cristo Jesús, excluye la objeción. Podríase temer el ser alguien acusado y condenado por Cristo Jesús como transgresor del mandato del propio Cristo, como también de Moisés dice el Señor: Vuestro acusador es Moisés, en quien habéis puesto vuestra esperanza (Jn 5,45). Y que también por El vaya a ser condenado se debe a que El mismo ha sido constituido, por Dios, juez de vivos y muertos, como se dice en Hechos 10,42. Pero El mismo es también inmune de pecado (Quien no cometió pecado: 1Co 2), y por lo mismo se ve que es idóneo para acusar y condenar, según Juan 8,7: El que de vosotros esté sin pecado, tire el primero la piedra contra ella.

Y por eso dice: Pues Cristo Jesús, como si di¡era: ¿Acaso Cristo Jesús acusará a los elegidos por Dios, o acaso los condenará? Y muestra que no, porque también El mismo según su humanidad confiere grandes beneficios a los santos, como también según su divinidad. E indica cuatro beneficios de la propia humanidad.

El primero, la muerte, diciendo: el mismo que murió, esto es, por nuestra salvación. Cristo murió una vez por nuestros pecados (1P 3,18). El segundo, la resurrección, por la cual nos vivifica, por ahora con vida espiritual, y al cabo con vida corporal. Por lo cual agrega: el cual también resucitó, como esté dicho arriba (Cap. 4): Resucitó por nuestra justificación. Mas añade: más aún, porque más bien hay que celebrarlo ahora por el poder de la resurrección que por la flaqueza de la pasión. Porque fue crucificado por nuestra debilidad, mas vive del poder de Dios (2Co 13,4). El tercero: el propio testimonio del Padre, diciendo: Que está a la diestra de Dios, esto es, en igualdad con Dios Padre según la naturaleza divina, y en los mejores de sus bienes según la naturaleza humana. Y también esto es para nuestra gloria, porque, como se dice en Efesios 2,6, nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús. Porque en cuanto somos miembros suyos nos sentamos con el mismo Dios Padre. Al vencedor le haré sentarse conmigo en mi trono, así como Yo vencí y me senté con mi Padre en su trono (Ap 3,21). El cuarto: su intercesión, diciendo: Es también el que intercede por nosotros, como abogado nuestro vivo. Abogado tenemos ante el Padre: a Jesucristo (1Jn 2,1). Al oficio de abogado pertenece no el acusar ni el condenar sino más bien el rechazar al acusador e impedir la condena. Y de dos maneras se dice que intercede por nosotros. De una, orando por nosotros, según Juan 17,20: Mas no ruego sólo por ellos, esto es, por los Apóstoles, sino también por aquellos que, mediante la palabra de ellos, crean en Mí. Ahora bien, su intercesión por nosotros es su propia voluntad de salvarnos. Quiero que estén conmigo en donde Yo esté (Jn 17,24). De otro modo intercede por nosotros con asumir por nosotros la humanidad y cumpliendo ante los ojos del Padre los misterios en ella presentados. Entró en el mismo cielo para presentarse ahora delante de Dios a favor nuestro (He 9,24).

En seguida, cuando dice: ¿Quién, pues, nos separará, etc.? infiere la conclusión de lo ya dicho. Y por parecerles casi increíble esta conclusión a los indoctos, la enuncia a manera de pregunta; y de aquí que haga tres cosas. La primera, enunciar la cuestión; la segunda, mostrar la necesidad de la cuestión propuesta: Según está escrito, etc.; la tercera, dar la solución: Mas en todas estas cosas, etc. Ahora bien, puede esta cuestión tener una doble conclusión sacada de las premisas. La primera así: Todos los beneficios nos son dados de arriba, y son tan eficaces que nada hay que tenga poder contra ellos. Y todos los predichos beneficios tienden a que estemos implantados y cimentados en la caridad, como se dice en Rm 8,35: ¿Quién, pues, nos separará de la caridad de Cristo? con la cual amamos a Cristo y al prójimo, como El mismo lo preceptuó (Jn i3,34): Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros, etc. La segunda así: Se ha dicho que Dios les otorga a sus santos grandes beneficios, por cuya consideración se enciende tanto la caridad de Cristo en nuestros corazones que nada puede extinguirla. Las muchas aguas no han podido extinguir el amor (Cant 8,7). Y presenta los males por cuyo padecimiento podría alguien ser empujado a apartarse de la caridad de Cristo. Y primero presenta los que corresponden a la vida; y luego lo que corresponde a la muerte. Acerca de los que en la vida amenazan con mantenerse, primero pone los males presentes, y luego los futuros. Acerca de los presentes primero pone los que corresponden a la acción de soportar los males; y luego los que pertenecen a la carencia de bienes. Ahora bien, los males soportados con paciencia se pueden considerar doblemente. De un modo en cuanto están en el que los padece, que doblemente es afligido por ellos, desde luego exteriormente en cuanto al cuerpo. Y a esto corresponde la tribulación. Porque esta palabra se deriva de abrojos, que son unas plantas que punzan. Espinas y abrojos te producirá (Sen 3,18). De aquí que se diga que alguien es atribulado cuando es punzado exteriormente. Pero no por esto son vencidos los justos. Muchas son las tribulaciones de los justos, pero de todas los librará el Señor (Ps 28,20). Es también afligido el hombre por ellas por una interior ansiedad del corazón, mientras no se ve cómo apartarse o cómo librarse de ellas. Y en cuanto a esto agrega: ¿la angustia ?-Estrechada me hallo por todos lados (Dan 13,22). Esos males se pueden considerar de otro modo, en cuanto están en el agente. Y en cuanto a esto agrega: ¿la persecución? Porque aun cuando la persecución propiamente consiste en que alguien persiga a otro que huye, según aquello de Mateo 10,23: Cuando os persiguieren en una ciudad huid a otra, sin embargo en general se puede considerar que hay persecución cuando alguien inflige a otro un daño. Muchos son los que me persiguen y atribulan (Ps 118,157).

En seguida indica los males que corresponden a la sustracción de los bienes que son necesarios para la vida, alimento y vestido, según 1 Tim 6,8: Teniendo qué comer y con qué cubrirnos, estemos contentos con esto. Ahora bien, a la sustracción del alimento corresponde el hambre, por lo cual agrega: ¿el hambre? A la sustracción del vestido corresponde la desnudez. Por lo cual agrega: ¿!a desnudez? - Hasta ia hora presente sufrimos hambre y sed, y andamos desnudos (ICo 4,2). En cuanto a los males futuros, agrega: ¿el peligro, es claro que inminente? Con peligros de ríos, con peligros de salteadores (2Co 1 1,26). Y en cuanto a la muerte agrega: ¿la espada? - Fueron muertos a espada (Hebr 1 1,37).

En seguida, cuando dice: Según está escrito, etc., muestra la necesidad de esta cuestión por el hecho de que los santos estaban amenazados dejsadecer todos estos males en cualquier momento por el amor de Cristo. Y cita las palabras del Salmista como si se pusieran en la boca de los mártires. En los cuales primero presenta la causa del martirio. Porque al mártir no lo hace la pena, sino la causa, como dice Agustín. Por lo cual dice: Por la causa tuya somos muertos cada día. Quien pierde su alma, o sea, su vida, por Mí, la hallará (Mt iO,39). Ninguno de vosotros padezca, pues, como homicida o ladrón; pero si es por cristiano, no se avergüence (1P 4,15). Padece también por Cristo, no sólo quien padezca por la fe de Cristo, sino quien padezca por cualquier obra de justicia por amor de Cristo. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia (Mt 5,10). Lo segundo que pone es la gravedad del sufrimiento, diciendo: Somos muertos cada día, esto es, condenados estamos a muerte. Así yo como mi nación condenados estamos a la ruina, al degüello, al exterminio (Ester 7,4). Lo tercero es la continuidad de la persecución, diciendo: cada día, esto es, por todo el tiempo de la vida. Porque nosotros, los que vivimos, somos siempre entregados a la muerte por causa de Jesús (2Co 4,2). Lo cuarto es la presteza de los perseguidores para matar, diciendo: considerados como ovejas destinadas al matadero, esto es, destinados a ser muertos en el rastro, sin la menor dilación, por lo tanto. Así tembién los santos adrede y rápidamente eran muertos. Vendrá tiempo en que cualquiera que os quite la vida creerá hacer un obsequio a Dios (Jn 16,2). Apacienta eslas ovejas del matadero, a las cuales sus dueños enviaban a la muerte (Za 1 1,4-5).

En seguida, cuando dice: Mas en todas estas cosas, resuelve la cuestión. Y primero propone la solución, diciendo: Mas en todas estas cosas, esto es, en los males que arriba puntualicé, triunfamos, es claro que en tanto conservemos intacta la caridad. Hízole salir vencedor en la gran lucha (Sab 10,12). Y esto no por nuestra virtud sino por el auxilio de Cristo, por lo cual agrega: Por Aquel que nos amó, o sea, por su auxilio, o bien por el amor que le tenemos, no como si primero lo hubiésemos nosotros amado, sino habiéndonos amado El primero a nosotros, como se dice en Jn 4. Y en 1Co 15,57: ¡Gracias sean dadas a Dios que nos da la victoria por Jesucristo! Lo segundo, diciendo porque persuadido estoy, pone de manifiesto la solución demostrando que la caridad es inseparable de los santos. Y primero enseña que no puede ser separado por las criaturas que existen; luego, que tampoco por las creaturas que no existen pera que pueden existir: ni otra ninguna creatura. Acerca délo primero hace dos cosas. Primero indica las que hallamos en el hombre, diciendo: Porque persuadido estoy - de que ni muerte, que es la principal entre las de temerse, ni vida, que es la principal entre las apetecibles,, podrá jamás separarnos del amor de Dios.-Si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor (Rm 14,8). Y en estas dos cosas se incluyen todas las que arriba indicara. Porque las seis precedentes pertenecen a la vida; y una, la espada, pertenece a la muerte, como arriba se dijo.

En seguida indica las que son exteriores, entre las cuales pone primero a las creaturas espirituales, diciendo: ni ángeles, que son los inferiores dedicados a la custodia de cada uno de los hombres. Porque El mandó a sus ángeles que cuidasen de ti (Ps 90,2). Ni principados, que están destinados a la custodia de las Naciones. Ahora yo me vuelvo a combatir contra el príncipe de los persas. Cuando yo salía se dejaba ver el príncipe de los griegos que venía; y nadie me ayuda en fodas estas cosas sino Miguel, que es vuestro príncipe (Dan 10,20-21). Y agrega: ni virtudes, que constituyen la orden suprema de los ministros. Las virtudes de los cielos serán conmovidas (Lc 2 1,26). Aunque puede esto entenderse de dos maneras: primero, de los ángeles malos, que pelean contra los santos. Porque para nosotros la lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados y potestades (Ef 6,12). Segundo: se puede entender acerca de los buenos. Y según esto, como dice el Crisóstomo (in lib. de compunct. cordis), esto quiere decir, no que los ángeles pudiesen tratar alguna vez de separarlo de Cristo, sino aun cosas que son imposibles, a saber, poder hacer lo que dijo que es algo más que separarse del amor de Cristo: para que por esto se muestre cuánta virtud hay en él de divina caridad y ponerla a la vista de todos; porque los amantes, por no poder mantener su amor en secreto suelen hacer esto: que de las cosas necesarias y de sus gracias se desprenden y las abandonan, y no pueden reprimir sus llamas dentro de sus pechos. Y tales cosas las refieren con frecuencia, para por la misma repetición de su narración gozar de solaz y tener un alivio en su inmenso ardor. Porque así hace este bienaventurado y eximio amador de Cristo: todas las cosas que son y las que serán, cualesquiera que puedan ser, y las que de ninguna manera no podrán ser, júntas todas en una sola palabra las comprende. Y es semejante a lo que dice en Gálatas 1,8: Aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema.

En seguida puso también las creaturas sensibles, de las cuales indica una doble diversidad. Primero en cuanto al tiempo, en el que se diversifican conforme a presente y futuro. Por lo cual dice: ni lo presente: lo mismo sean dolores que delectaciones. No ponemos nosotros la mirada en las cosas que se ven (2Co 4,18). Pero agrega: ni lo venidero: ni el temor, ni el deseo podrán separarnos del amor de Cristo. Por lo cual decía: Dispuesto estoy, no sólo a ser atado sino aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. En seguida pone la diversidad de las creaturas sensibles por parte de la magnitud: y primero toca la magnitud de la fuerza, diciendo: ni la fuerza, esto es, ni creatura alguna por fuerte que sea podrá separarme de Cristo, por ejemplo, un poderoso fuego o una impetuosa agua, porque como se dice en el Libro de los Cantares 8,6: -fuerte es el amor como la muerte.

En seguida pone la magnitud del amor, pintándola conforme a las cosas que convienen propiamente a los cuerpos: altura y profundidad. Por lo cual dice: ni altura, desde la cual podría alguien lanzarlo al precipicio, como se dice en Lucas 4,29 que lo llevaron hasta la cima del monte para despeñarlo. Ni profundidad, en la que alguien pudiera sumergirlo. Atollado estoy en un profundísimo cieno (Ps 68,3). Estas tres cosas pueden referirse también a las humanas. Porque de tres maneras puede algún hombre separar a otro de Dios. De un modo, empujándolo por la fuerza; pero, como se dice en 1 Reyes 2,2: Ninguno es fuerte como nuestro Dios. Segundo: aturdiendo por la alteza de la autoridad; pero de esto se dice en el Salmo 82,19: Sólo Tú eres el Altísimo en toda la tierra. Tercero: seduciendo por la profundidad de la sabiduría; pero de esto se dice en Job 2,8: Es más profundo que los infiernos: ¿cómo has de poder conocerle? Pueden también estas dos cosas, altura y profundidad, referirse a lo próspero y a lo adverso, según aquello de 2Co 6,7: Por las armas de la justicia, las de la diestra y las de la izquierda, o bien conforme al Crisóstomo, que dice (in lib. de compunctione cordis): Altura y profundidad no parecen indicarme sino el reino de los cielos y la gehena. Como si dijera: ni siéndome necesario ser separado del reino, ni aun ser llevado a la gehenna por Cristo, ni siquiera esto me es de temer. Y en cuanto a las cosas que no son pero que pueden ser, agrega: ni otra ninguna creatura, lo cual, generalmente, según el Crisóstomo, se dice de las cosas que no existen, como si todas las que existen no bastaran y aun a las que no existen las provocara de cierta manera a combate. Ninguna de estas cosas -dice- podrá separarnos del amor de Dios. E! amor nunca se acaba (ICo 13,8). La cual caridad esta en Cristo Jesús Señor nuestro, porque por El se nos dio, en cuanto nos dio el Espíritu Santo. Fuego vine a echar sobre la tierra ¡y cuánto deseo que ya se encienda! (Lc 12,49). Pero estando escrito en el Eclesiastes 9,1-2: No sabe el hombre si es digno de amor o de odio, sino que todo se reserva incierto para lo venidero, ¿qué es esto que dice: que está cierto de que nada podrá separarlo de la caridad? A lo cual se puede contestar que el Apóstol no habla singularmente de sí mismo, sino que habla en el lugar de todos los predestinados, de quienes por la certeza de la predestinación anuncia que nada podra apartarlos de la caridad. Puédese causar también esta certeza por la virtud de la caridad, que en cuanto es en sí no puede ser separada por las demás cosas, por amar a Dios sobre todas las cosas. Ahora bien, que algunas veces alguien se aparte de la caridad, no es por defecto de la caridad, sino por defecto del libre aíbedrío. Y si Pablo dice esto de sí mismo, no podía estar cierto de ello, si no es por ventura en virtud de una revelación, porque se le dijo: Mi gracia te hasta (2Co 12,9). Porque en cuanto al poder del libre aíbedrío él mismo dice en otra parte: No sea que, habiendo predicado a los demás, yo mismo resulte descalificado (iCo 9,27).



Tomas Aq. - Romanos 40