Tomas Aq. - Romanos 20

Lección 3: Romanos 4,16-25

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Rm 4,16-25)


Se enseña que la promesa de Abraham se tenía que cumplir por la fe, no por la Ley; se muestra ia magnitud de su fe y a la vez se le elogia el haber creído, contra toda esperanza, en la reiterada promesa de Dios.
16. De ahí por la fe, para que fuese de gracia, a fin de que la promesa permanezca firme para toda la posteridad, no sólo para la que es de la Ley, sino también para la que sigúela fe de Abraham, el cual es el padre de todos nosotros,
17. según está escrito: padre de muchas naciones te establecí ante Dios, a quien creíste, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, de% mismo modo que las que son.
18. El cual, esperando contra toda esperanza, creyó que vendría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: Así será tu posteridad como las estrellas del cielo y las arenas del mar.
19. Y no ¡laqueó en la fe, ni consideró a su propio cuerpo sin vigor, teniendo unos cien años, ni el estéril seno de Sara.
20. Sino que ante la promesa de Dios no vaciló por incredulidad, sino que fue fortalecido por la fe, dando gloria a Dios.
21. Plenamente persuadido de que cuanto promete Dios, poderoso es para cumplirlo.
22. Por lo cual también le fue imputado a justicia,
23. Y no para él solamente se escribió que le fue imputado a justicia.
24. Sino también para nosotros, a quienes ha de imputársenos, a los que creemos en Aquel que resucitó a Jesucristo Señor nuestro de entre los muertos.
25. El cual fue entregado a causa de nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación.

Habiendo demostrado que la promesa hecha a Abraham y a su descendiente no puede cumplirse por medio de la Ley, aquí enseña que tiene que ser cumplida por la Fe. Y acerca de esto hace tres cosas. Lo primero, enseñar por medio de qué deba ser cumplida tal promesa; lo segundo, para quiénes ha de ser cumplida: para toda la posteridad; lo tercero, por qaién será cumplida: el cual da vida a los muertos, etc.

Así es que primero infiere el asunto más o menos dé esa disyuntiva. En efecto, se ve la necesidad de qu« 1* promesa se cumpla o por la fe, o por la Ley; mas no puede ser por la Ley, porque sería abolida la promesa.

De aquí que infiera: De ahí por la Fe, a saber, conseguimos la promesa para ser herederos del mundo. Esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe (I

Jn 5,4). Y esto lo confirma por el recurso contrario él que arriba tomara. Porque está dicho que si la justicia se diera en virtud de la Ley, la promesa sería abolida; pero si es por la Fe, permanece firme la promesa por la virtud de la divina gracia que justifica al hombre por la Fe. Y esto lo dice así: a fin de que la promesa de Dios permanezca firme, no en verdad en virtud de acciones de los hombres que pueden faltar sino según la gracia, que es infalible. Mi gracia te basta (2Co 12,9). Todas cuantas promesas hay, en él, o sea, en Cristo, están (2Co 1,20), o sea, son verdaderas.

En seguida, cuando dice: para toda la posteridad, etc., muestra en quiénes se cumple la predicha promesa. Y primero enuncia lo que intenta, y dice que la predicha promesa así cumplida por la fe se afirma por la gracia. Para toda la posteridad, esto es, para todo hombre que de cualquier manera sea descendencia de Abraham. Habiéndose mantenido los bienes en su posteridad, sus nietos son una sucesión santa (Eccli 44,12).

Lo segundo: no sólo para la que es de la Ley, etc., explica lo que dijera: para toda la posteridad. Pues hay cierta descendencia carnal, según aquello de Juan 8,33: Nosotros somos la descendencia de Abraham. Otra cosa es la descendencia espiritual, según Mateo 3,9: Poderoso es Dios para que de estas piedras, o sea, de los Gentiles, nazcan hijos de Abraham. Ahora bien, la descendencia carnal de Abraham no guardó sino la Ley; pero su fe la imitó la descendencia espiritual. Y así, si por la sola Ley fuese la promesa, no se cumpliría en toda descendencia sino tan sólo en la carnal. Porque es evidente que lo que se cumpla por la Fe, que es común a todos, se cumple en toda descendencia.

Lo tercero: el cual es el padre, etc., prueba lo que antes se asentara, a saber, que la descendencia de Abraham no es solamente la que lo es por la Ley sino también la que lo es por la Fe según la autoridad de la Escritura, cuyo sentido propone en primer lugar, diciendo el cual, a saber, Abraham, es el padre de todos nosotros, esto es, de todos los creyentes, tanto Judíos como Gentiles. Para que sea el padre de todos los que creen. Poned los ojos en Abraham vuestro padre (Is 51,2). En segundo lugar invoca la autoridad, diciendo: como está escrito (Sen 17), porque te establecí padre de muchas naciones. Otro texto dice: te he constituido, que no cambia el sentido. Abraham, aquel gran padre de muchas gentes (Eccli 44,20). En tercer lugar: ante Dios, etc., explica lo que dijera. En efecto, se dice te establecí, como si ya se hubiese cumplido lo que mucho después se cumpliría; pero es que las cosas que en sí mismas son futuras, son presentes en la providencia de Dios según aquello del Eclesiástico (23,29): Porque todas las cosas antes de ser creadas fueron conocidas del Señor Dios, y aun después que fueron acabadas. Y por eso dice el Apóstol que estas palabras: te establecí débense entender ante Dios, o sea, en su presencia, a quien le creíste. En efecto, Abraham había creído que Dios preanunciaba las cosas futuras como si las viera presentes, porque, como se dice en Hebreos 2,1, La Fe es la substancia de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve.

En seguida, cuando dice: El cual da vida a los muertos, enseña por quién ha de ser cumplida tal promesa, diciendo: El cual, a saber, Dios, da vida a los muertos, o sea, a los Judíos -que estaban muertos por los pecados obrados contra la Ley- los vivifica por la Fe y la gracia, para que obtengan la promesa de Abraham. Como el Padre resucita a los muertos y les devuelve la vida, etc. (Jn 5,2!j. Y llama las cosas que no son, o sea, que llama a los Gentiles, a saber, a la gracia, del mismo modo que las que son, o sea, como a los Judíos. Llamaré pueblo mío al que no es mi pueblo, etc. (Rm 9,25). 1ndica a los Gentiles por las cosas que no son, porque estaban del todo apartados de Dios. Porque como se dice en 1Co 13,2: Si no tengo caridad nada soy. Y así mediante tal flamado se cumple también en los Gentiles la promesa de Abraham. O bien estas palabras: y llama las cosas que no son no se entienden del llamado temporal sino del llamado de la eterna predestinación, porque son Jlamados y elegidos aun los que no son como si existiesen. Pues desde antes de la fundación del mundo nos escogió en El mismo (Ef 1,4). Y de esta vocación se dice adelante: No en virtud de obras sino de Aquel que llama le fue dicho a ella: el mayor servirá al menor (Rm 9,2). O bien por vocación se entiende aquí la simple noción o conocimiento de Dios con el que conoce los hechos futuros que no están en acto como los presentes. Y de esta manera se entiende la vocación en el Salmo 146,4, donde dice: El que cuenta la muchedumbre de las estrellas. Y conforme a este sentido lo que aquí se dice se deduce por lo que arriba se dijo. Ante Dios a quien creíste.

En efecto, se veía que dos cosas obstaban para lo que se ha dicho: Padre de muchas naciones te establecí. La una era que el propio Abraham carecía ya de vigor por la senectud, como adelante se d¡rá. Pero contra. esto dice: el cual da vida a los muertos. Y la otra era que aquellas muchas naciones aún no existían. Y contra esto agrega: Y llama las cosas que no son del mismo modo que las que son. En seguida, al decir: el cual contra teda esperanza, enaltece la fe de Abraham. Y lo primero manifiesta la grandeza de su fe; lo segundo, su eficacia o fruto: por lo cual también le fue imputado a justicia. Acerca de lo primero hace dos cosas. La primera, mostrar la magnitud de la fe de Abraham en cuanto a la promesa de multiplicar su descendencia; lo segundo, en cuanto a la promesa de la exaltación de su descendencia: sino que ante la promesa de Dios, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. La primera, mostrar que la fe de Abraham fue grande; lo segundo, mostrar que fue ella firme: Y no flaqueó en la fe, etc. Acerca de lo primero hace a su vez dos cosas. La primera, indicar la grandeza de la fe de Abraham, diciendo: El cual o sea, Abraham, con esta esperanza creyó que ven^ dría a ser padre de muchas naciones, pero contra toda esperanza. Acerca de lo cual débese considerar que la esperanza entraña cierta expectación de un bien futuro, certeza que a veces es en virtud de una causa humana o natural, según aquello de 1Co 9,10: El que ara debe arar con esperanza; mas a veces la certeza de la expectación es por causa divina, según aquello del Salmo 30,1: Señor, en Ti tengo puesta mi esperanza, etc. Así es que el bien de que Abraham sería el Padre de muchas naciones lo tenía como cierto por parte de Dios que se lo prometía; aunque lo contrario aparecía por causa natural o humana. Por lo cual dice: Que contra toda esperanza de causa natural o humana creyó con la esperanza de la promesa divina. Lo cual indica luego diciendo: según lo que se le había dicho, a saber: Tu descendencia será como las estrellas del cielo y como las arenas del mar (Gen 22,1 7). Echa mano de estas dos cosas por la semejanza con una innumerable muchedumbre. Porque en cuanto a las estrellas se dice en el Deuteronorñio (I,10): El Señor Dios vuestro os ha multiplicado, y en el día de hoy sois como las estrellas del cielo. En cuanto a las arenas se dice en 1 Reyes 4: Judá e 1srael son innumerables como las arenas del mar. Sin embargo, se puede observar cierta diferencia entre una y otra cosa, de modo que las estrellas se comparen con los justos, que son de la descendencia de Abraham. Quienes hubieren enseñado a muchos la justicia brillarán como estrellas por toda la eternidad (Dan 12,3). Y en cambio las arenas se comparan con los pecadores, porque como las del mar serán ahogados por los oleajes del mundo. Yo soy el que al mar le puse por término la arena (Jr 5,22).

En seguida, cuando dice: y no flaqueó en la fé, muestra la firmeza de Abraham, la cual primeramente indica diciendo: Y no flaqueó, pues así como es claro que no flaquea la templanza que no sea vencida por las grandes concupiscencias, asi también es claro que no flaquea, sino que es fuerte, la fe que no es dominada por las grandes dificultades. Resistidle firmes en la fe (1P 5,9). Y luego: Ni consideró, etc., expresa las dificultades, por las que se ve que su fe no flaqueaba. Y lo primero por parte del propia Abraham, diciendo: Ni consideró, esto es, para reconocer la promesa, su propio cuerpo sin vigor, esto es, que ya estaba extinguida en é! la fuerza generativa por la ancianidad. De aquí que diga: teniendo unos cien años. En efecto, teniendo Abraham cien años de vida nació 1saac, como se lee en Génesis 21,5. Un año antes se le había prometido un hijo, según Génesis 18,10: Yo volveré a t¡ por este tiempo y Sara tendrá un hijo.



Objeción.-Parece que su cuerpo no carecía de vigor en cuanto a la fuerza generativa, porque todavía despues de la muerte de Sara tomó por esposa a Ceturá, la cual le dio varios hijos, como se dice en Génesis 25,1-4. Pues dicen algunos que estaba extinguida en él la fuerza generativa en cuanto a engendrar de mujer anciana, mas no para engendrar un hijo de una ¡oven. En efecto, suele suceder que los ancianos engendren hijos de mujeres jóvenes, mas no de mujeres ancianas, las cuales son menos aptas para concebir.



Respuesta.-Pero es mejor decir que milagrosamente se le había restituido a Abraham el vigor generativo, tanto en cuanto a Sara como en cuanto a todas las mujeres.

En segundo lugar indica una dificultad por parte de la mujer, diciendo: Ni el estéril seno de Sara, o sea, que no lo tuvo en cuenta para no creer. Dice que ella era estéril, en cuanto al acto de concebir, de una parte por esterilidad, de otra parte por senectud. Pues ya le habían cesado las reglas, como se dice en Génesis 18,2. Y por eso dice Is 51,2: Poned vuestros olos en Abraham vuestro padre y en Sara que os parió, para mostrar del uno y de la otra la extinción del vigor y la frigidez; y el Apóstol dice: Atended a la cantera de donde habéis sido cortados y en la cavidad de pozo de donde fuisteis excavados. En seguida, cuando dice: Sino que ante la promesa de Dios, etc., elogia la fe de Abraham en cuanto a la reiterada promesa de la exaltación, de su descendiente.

Y primero indica la firmeza de la fe; y luego la causa de la firmeza: dando gloria a Dios. Así es que primero dice: Sino que ante la promesa de Dios, esto es, ante su reiterada promesa, o bien de la multitud de la descendencia que prometiera, primero según el Génesis (15,5) diciendo: Mira al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas, y adelante (17,4): y vendrás a ser padre de muchas naciones, y de nuevo en 22,17: Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo; o bien ante la promesa de Dios quiere decir que ante la reiterada promesa de la exaltación de su descendiente, porque como dijera: Multiplicaré tu descendencia, al instante agrega: Tu posteridad poseerá las ciudades de tus enemigos y en tu descendiente serán benditas todas las naciones de la tierra. Y ante esta promesa de Dios Abraham ciertamente no vaciló, esto es, no dudó con desconfianza, no desconfió de la divina verdad de la promesa. Quien anda dudando es semejante a la ola del mar, etc. (Sant 1,6). Sino que fue fortalecido por la fe, o sea, que se adhirió firmemente a la fe. Resistidle firme en la fe (1P 5,9).

Consecuentemente, cuando dice: dando gloria a Dios, indica la razón de la firmeza de su fe, diciendo: Fortalecido, digo, por la fe, dando gloria a Dios, por cuanto consideró su omnipotencia. Grande es su poderío, ete. (Ps 146,5). Por lo cual aquí agrega: Plenamente persuadido de que cuanto Dios promete, poderoco es para cumplirlo.-Con sólo quererlo lo puedes todo Sab 12,18). De lo cual se desprende claramente que todo aquel que no es firme en la fe de Dios, cuanto es en sí de divina gloria lo cercena, o bien en cuanto a su verdad, o bien en cuanto a su poder.

En seguida, cuando dice: también le fue imputado, exalta la fe de Abraham en cuanto a su efecto. Y fo primero indica el efecto que en él mismo tuvo, diciendo: Por lo cual, o sea, por haber creído Abraham esto mismo tan perfectamente, le fue imputado a justicia.-Y le fue imputado a justicia (I Mac 2,52). Lo segundo «s indicar el efecto que su fe tiene también en otros. Y acerca de esto hace tres cosas.

Lo primero es señalar la semejanza del efecto, diciendo: Y no para él solamente se escribió que le fue imputado a justicia, de modo que pensemos que solamente

a Abraham se le reputara la fe a justicia, sino que esto se escribió en atención a nosotros, a quienes la fe se nos reputará a justicia. Pues todo lo que fue escrito, para nuestra enseñanza fue escrito (Rm 15,4). Así es que se escribió en atención a él, para que nos sirva de ejemplo, y en atención a nosotros, para que sea para nosotros en esperanza de la justificación.

Lo segundo: a los que creemos en Aquel que muestra la semejanza de la fe. Pues se le reputó a Abraha*n a justicia el creer que su cuerpo sin vigor y el estéril seno de Sara se podrían vivificar pare la procreación de los hijos. Y también a nosotros se nos reputará a justicia el creer en Aquel que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos: en Dios Padre, a Quien él mismo le dice (Ps 40 2): Mas tú, Señor, ten piedad de mí, y resucítame. Y por ser la misma lo virtud del Padre y la del Hijo, El mismo resucitó también por su propia virtud. Y que esta fe justifique lo dice adelante el Apóstol (Rm 10,9): Si confesares con tu boca a Jesús como Señor, y creyeres en tu cordón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo.

Lo tercero -El cual fue entregado, etc.- indica la causa por la cual justifica la fe en la resurrección de Cristo, diciendo: El cual, esto es, Cristo, fue entregado, o sea, a la muerte, por Dios: Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que por todos nosotros lo entregó (Rm 8,32); y por Sí mismo: Se entregó a Sí mismo por nosotros (Ef 5,2); y por Judas: Quien me entregó a ti tiene mayor pecado (Jn 19, i 1); y por los Judíos: Y lo entregarán a los gentiles para que lo escarnezcan (Mat 20,19). Y resucitó para nuestra justificación, esto es, para resucitándonos justificarnos. A fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos,, por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida (Rm 6,4). Y como por nuestros delitos fuera entregado a la muerte, se ve claro que con su muerte nos mereció la aniquilación de los pecados; pero resucitando no mereció, porque en estado de resurrección no fue viador sino comprehensor.

Y por lo mismo debemos decir que la muerte de Cristo nos fue saludable, no sólo por razón de mérito sino también por razón de cierta eficiencia. Porque por ser la humanidad de Cristo a un modo de instrumento de su divinidad, como dice el Damasceno, todas las pasiones y acciones de la humanidad de Cristo nos fueron saludables, como provenientes de la virtud de la divinidad. Pero como el efecto tiene una cierta semejanza con la causa, se dice que la muerte de Cristo, con la cual se extinguió en El la vida mortal, es la causa de la extinción de nuestros pecados: se dice que su resurrección, por la cual revertió a la nueva vida de la gloria, es la causa de nuestra justificación, por la cual cobramos la novedad de la justicia.


CAPITULO 5


Lección 1: Romanos 5,1-5

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075 (
Rm 5,1-5)


Se encomia la virtud de la gracia y de la fe, se muestran los bienes que nos ocurren por la gracia, de cómo la tribulación opera la paciencia y finalmente se dice de qué manera se derrama la caridad de Dios en nuestros corazones.
1. Justificados, pues, por la fe, estemos en paz con Dios por nv^stro Señor Jesucristo.
2. Por quien tenemos acceso en virtud de la fe a esta gracia, en la cual estamos firmes y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios,
3. y no solamente esto, sino que nos gloriamos también en las tribulaciones, sabedores dé que la tribulación obra paciencia:
4. la paciencia, la prueba; y la prueba, esperanza.
5. Y la esperanza no engaña, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.

Habiendo mostrado el Apóstol la necesidad de la gracia de Cristo, porque sin ella ni el conocimiento de la verdad les sirvió a los Gentiles, ni la circuncisión y la ley a los Judíos para la salvación, aquí empieza a encarecer la virtud de la gracias. Y acerca de esto hace dos cosas. La primera, enseñar que los bienes se obtienen mediante la gracia; lo segundo, de qué males seremos librados por ella: Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo, etc. (Rm 5,12). Acerca de lo primero Hace dos cosas. La primera, indicar el modo de alcanzarla, el camino por el que llegamos a la gracia; lo segundo, mostrar los bienes que por la gracia conseguimos: y nos gloriamos en la esperanza de la gloria, etc. Todavía respecto de lo primero hace dos cosas: exhortar al debido uso de la gracia e indicarnos el acceso a la gracia: Por quien tenemos acceso, etc.

Así es que primero dice: tenemos dicho que se les reputa a justicia la fe a todos los que creen en la resurrección de Cristo, la cual es la causa de nuestra justificación. Justificados, pues, por la fe, en cuanto por la fe de la resurrección participamos de su efecto, para que estemos en paz con Dios, esto es, sujetándonosle y obedeciéndolo. Sométetele, pues, y tendrás paz ¡Job 22,21). ¿Quién le resistió que tuviese paz? (Jb 9,4). Y esto por nuestro Señor Jesucristo, que nos condujo a esta paz. El mismo es nuestra paz (Ef 2,14). Por lo cual agrega: Por quien -Cristo- tenemos acceso, o sea, como por un mediador. Mediador entre Dios y los hombres (¡ Tim 2,5). Y así por El unos y otros tenemos en un mismo espíritu el acceso al Padre (Ef 2,18). Acceso, digo, a esta gracia, esto es, al estado de gracia. La gracia y la verdad han venido por Jesucristo (Jn 1,17). En la cual, esto es, por la cual gracia no sólo resucitamos de los pecados, sino que también estamos firmes, fijos y erectos por amor a las cosas celestiales. Firmes estaban nuestros pies en tus atrios (Ps 121,2). Y todavía más: Nosotros nos enderezamos y en pie nos mantenemos (Ps 19,9), y esto en virtud de la fe, por la cual obtenemos la gracia, no porque la fe preceda a la gracia, sino que más bien en virtud de la gracia viene la fe. Gratuitamente habéis sido salvados por medio de la fe (Ef 2,8), esto es, porque el primer efecto de la gracia en nosotros es la fe.

En seguida, cuando dice: y nos gloriamos en la esperanza de la gloria, etc., enseña que los bienes nos vinieron por medio de la gracia. Primero dice que por la gracia tenemos ía esperanza de la gloria; luego, que por la gracia tenemos la gloria de Dios; y no solamente esto, etc. Acerca de lo primero hace tres cosas. La primera, indicar la grandeza de la esperanza, en la cual nos gloriamos; lo segundo, su gran fuerza: y no solamente esto, etc.; lo tercero, su firmeza: Y la esperanza no engaña, etc. Ahora bien, la magnitud de la esperanza se mide por la grandeza de la cosa que se espera, la cual indica, diciendo: y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios, esto es, por esperar que alcanzaremos la gloria de los hijos de Dios. Pues por la gracia de Cristo obtenemos el espíritu de adopción de hijos de Dios, como se dice adelante (Rm 8,14) y en Sabiduría 5,5: Mirad cómo son contados entre los hijos de Dios. Y a los hijos se les debe la herencia del padre: Y sí hijos, también herederos (Rm 8,17). Ahora bien, esta herencia es la gloria que Dios tiene en Sí mismo: Si tienes un brazo como el de Dios, etc. (Jb 40,4), y tal esperanza se nos inyecta por Cristo: Nos ha engendrado de nuevo para una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos para una herencia incorruptible, etc. (1P 1,3). Y esta gloria que en el futuro se colmará en nosotros, por lo pronto se incoa en, nosotros mediante la esperanza: En la esperanza hemos sido salvados (Rm 8,24). En ti se gloriarán todos los que aman tu nombre (Ps 5,12).

En seguida cuando dice: Y no solamente esto, etc., muestra ta fuerza de tal esperanza. Porque quien espera algo con vehemencia, .soporta con gusto por ello aun las cosas más difíciles y amargas, así como el enfermo que vehementemente espera la salud, con gusto bebe la amarga poción para ser sanado por ella. Así es que la señal de la vehemente esperanza que tenemos por Cristo es que no sólo nos gloriemos en la esperanza de la futura gloria, sino también en los males que por la misma esperanza padezcamos, por lo cual dice: Y no sólo nos gloriamos, en la esperanza de la gloria, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, por las cuales alcanzamos la gloria. Es menester que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de los Cielos (Ac 14,22). Considerad como un gran gozo, hermanos míos, cuando cayereis en pruebas de todo género (Sant 1,2), y en seguida indica la causa, diciendo: sabedores, etc. Y aquí indica por orden cuatro cosas, siendo la primera la tribulación, de la cual dice que La tribulación obra la paciencia: no ciertamente que la tribulación sea su causa efectiva, sino que la tribulación es materia y ocasión de ejercer el acto de paciencia. Pacientes en la tribulación (Rm 12,12).

Lo segundo que indica es el efecto de la paciencia, diciendo: la paciencia, la prueba.-En el fuego se prueba el oro y la plata; así los hombres aceptos, en el horno de la humillación (Eccli 2,5). Porque es claro que el menoscabo de una cosa fácilmente la aceptamos por algo que más amemos. De aquí que si alguien en las cosas corporales y temporales pacientemente se mantiene por conseguir los bienes eternos, así se prueba de manera suficiente que más ama los bienes eternos que los temporales.

Objeción.-Pero contra lo que aquí se dice está aquello de Santiago 1,3: La prueba de vuestra fe produce paciencia.

Respuesta.-Mas débese decir que la prueba se puede entender de dos maneras. De la una, según lo que sea en el probado, y así la prueba es la propia tribulación por la cual es probado el hombre. Luego es lo mismo decir que la tribulación produce la paciencia y que la tribulación prueba la paciencia. De la otra manera se toma la prueba por ser probado. Y así se entiende aquí que la paciencia produce la prueba, porque por soportar el hombre pacientemente la tribulación, se le da por ya probado.

Lo tercero es agregar una tercera cosa, diciendo: y la prueba, esperanza, esto es, la produce, porque por haber sido ya probado puede uno tener la esperanza, tanto por sí mismo como por otros, de que será admitido a la herencia de Dios. Dios hizo prueba de ellos y hallólos dignos de Sí (Sab 3,5). Así de todas maneras es patente que la tribulación prepara el camino para la esperanza. Por lo cual si alguien se gloría vehementemente en la esperanza, se sigue que se gloríe de sus propias tribulaciones.

En seguida, cuando dice: Y la esperanza no engaña, muestra la firmeza de tal esperanza. Y primero la indica, diciendo: Y la esperanza, o sea, esa con la que esperamos la gloría de los hijos de Dios, no engaña, esto es, no falta, a no ser que el hombre le falte a ella. Porque se dice que es engañado por su esperanza el que se aparta de lo que espera. Señor, en Ti tengo puesta mi esperanza: no quede yo para siempre confundido (Ps 30,2; 70,1). Ninguno que confió en el Señor quedó burlado (Eccli 2,2).

Lo segundo que indica -porque el amor de Dios,

etc.- es una doble prueba de la certeza de la esperanza, siendo la primera tomada del don del Espíritu Santo, y la segunda, de la muerte de Cristo: Porque Cristo, al tiempo debido, murió por los impíos (Rm 5,6). Así es que primero dice que podemos saber que la esperanza no engaña por el hecho de que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. Ahora bien, el amor de Dios se puede tomar en dos sentidos. Del uno, en cuanto al amor con el que Dios nos ama: Yo te he amado con perpetuo amor (Jerem 31,3); del otro, se puede decir que el amor de Dios es el amor con el que nosotros lo amamos. Cierto estoy de que ni muerte ni vida nos separará del amor de Dios (Rm 8,38). Y una y otra caridad de Dios se derrama en nuestros corazones en virtud del Espíritu Santo que nos es dado. Porque el dársenos el Espíritu Santo, que es el amor del Padre y del Hijo, es llevarnos a la participación del amor, que es el Espíritu Santo. Participación por la cual nos convertimos en amadores de Dios. Y que a El lo amemos es la señal de que El mismo nos ama. Yo amo a los que me aman (Prov 8,17). No es que nosotros hayamos amado primero a Dios sino que El nos amó primero, como se dice en 1 Juan 4,10. Y se dice que la caridad con la que nos amó se ha derramado en nuestros corazones porque claramente se muestra en nuestros corazones por el don del Espíritu Santo impreso en nosotros. En esto conocemos que Dios mora en nossotros, etc. (1Jn 3,24). Y se dice que el amor con que nosotros amamos a Dios se ha derramado en nuestros corazones porque se extiende a todos los hábitos y actos del alma que se han de consumar; porque, como se dice er 1Co 13,4, la caridad es paciente, es benigna, etc. Así es que del uno y del otro sentido de las dichas palabras se concluye que la esperanza no engaña. Porque si se toma por caridad de Dios aquella por la que Dios nos ama, es claro que a los que amó no ios negará a Sí mismo. El Señor amó a los pueblos, bajo su mano están todos los santos (Deut^ 33,3). De manera semejante también, si la caridad.de Dios se toma por la caridad con la que amamos nosotros a Dios, está claro que para los que le aman tiene preparados los bienes eternos. Quien me ama será amado de mi Padre, y Yo también lo amaré, etc. (Jn 14,21).





Lección 2: Romanos 5,5-11

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075 (
Rm 5,5-11)


Por la muerte de Cristo se muestra la firmeza de la esperanza, firmeza que demostrara el Apóstol por el don del Espíritu Santo, y al mismo tiempo, planteada la cuestión de la muerte de Cristo por los impíos, enseña de qué modo somos salvados de la cólera de Dios por Cristo.

5. Porque ¿para qué Cristo, estando nosotros todavía enfermos, al tiempo señalado murió por los impíos?
7. A la verdad, apenas hay quien quisiese morir por un justo. Alguno tal vez se animaría a morir por un bueno.
8. Mas hace brillar Dios su caridad para con nosotros por cuanto, siendo aún pecadores, al tiempo señalado,
9. murió Cristo por nosotros; luego es claro que ahora mucho más estando justificados por su sangre, nos salvaremos por El de la ira.
10. Pues, si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ya reconciliados seremos salvos por su vida.
11. Y no sólo esto, sino que aun nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.

Habiendo mostrado el Apóstol la firmeza de la esperanza por el don del Espíritu Santo, aquí muestra lo mismo por la muerte de Cristo. Y primero enuncia la cuestión; luego, le opone una objeción: A la verdad, apenas hay quien quisiese morir por un justo; y finalmente enseña la verdad de su tesis: Mas hace brillar Dios su caridad, etc.

Así que primero dice: ya dijimos que la esperanza no engaña, lo cual se ve claro si consideramos esto: Porque ¿para qué Cristo, estando nosotros todavía enfermos?, se entiende que con la enfermedad del pecado. Ten Señor, misericordia de mí que estoy sin fuerzas (Ps 6,3). Porque así como por la enfermedad corporal se pierde la debidaarmonía de los humores vitales, así también por el pecado desaparece el debido orden de los afectos. Estando nosotros todavía enfermos, Cristo murió una vez por nuestros pecados, el justo por los injustos (1P 3,18). Y esto, al tiempo señalado, esto es, como permanecería en la muerte un cierto tiempo, al tercer día resucitaría. Pues así como Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra (Mt 12,40).

Grande es esto si consideramos quién fue el que murió-. Grande también si consideramos por quiénes murió. Pero nada puede ser tan grande si no se hace por algún fruto cierto, según aquello del Salmo 29,10: ¿Qué utilidad en mi sangre, en que descienda yo a la corrupción? Como si dijera: Ninguna, si no so sigue la salvación del género humano. En seguida, al decir: A la verdad, apenas hay quien quisiese morir por un justo, etc., presenta una objeción a la predicha cuestión por parte de aquellos por quienes Cristo murió, esto es, por los impíos, diciendo: Apenas hay quien, o sea, alguien que muera por librar a un hombre justo; o más bien dicho, como leemos en Is 57,1: El justo perece y no hay quien reflexione en su corazón, etc., por lo cual digo: Apenas hay quien quisiese morir. Alguno tal vez, o sea, alguien excepcional por el celo de la virtud, se animaría a morir por un hombre bueno. Excepcional sería, en efecto, porque esto es lo máximo, pues como se dice en Jn 15,13: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Pero lo que Cristo hizo: que alguien muriera por los impíos y los injustos, nunca había ocurrido. Y es de admirar que por tal consideración Cristo lo hiciera. Aunque también se puede leer de otra manera: que por justo entendamos que es alguien ejercitado en la virtud; y por bueno, un hombre ¡nocente. Y aunque según esto el justo sea superior al bueno, sin embargo por el justo apenas hay quien quisiese morir. Cuya razón es que el ¡nocente, que se entiende que es el bueno, más bien parece digno de conmiseración por defecto de la edad o de algo semejante. El justo, en cambio, por ser perfecto y sin defecto, no tiene en sí el mal que supone la misericordia. Por lo tanto, que alguien muera por un inocente puede provenir de la compasión de la misericordia; pero que alguien muera por un justo proviene del celo de la virtud, el cual se encuentra en muchos menos que la cualidad de la misericordia.

En seguida, cuando dice: Mas hace brillar, etc, contesta la precedente cuestión. Y primero da la respuesta; luego, partiendo de ésta, arguye a favor de su tesis: es claro que mucho más estando justificados por su sangre, etc.; finalmente, mues,tra la necesidad de la consecuencia: Pues si cuando éramos enemigos, etc. Así es que primero dice: Se pregunta cómo es que murió Cristo por los impíos. Y esta es la respuesta: porque así es como hace brillar Dios su caridad para con nosotros, o sea, que así es como nos demuestra que nos ama de manera suprema, porque si Siendo aún pecadores, murió Cristo por nosotros, y esto al tiempo señalado, como se explicó arriba, luego la misma muerte de Cristo por nosotros demuestra la caridad de Dios, porque dio a su Hijo para que muriera satisfaciendo por nosotros. Amó tanto Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito (Jn 3,16). Y así como el amor de Dios Padre a nosotros se muestra en habernos dado su Espíritu, como arriba se dijo, así también por habernos dado a su Hijo, como aquí se dice. Pero en la expresión hace brillar indica cierta inmensidad del divino amor, cosa que se muestra, ya por el hecho mismo de haber dado a su Hijo para que muriera por nosotros, ya por parte de nuestra condición, porque no hizo eso incitado por méritos nuestros, sino siendo nosotros pecadores todavía. Dios, que es rico en misericordia por causa del grande amor suyo con que nos amó, cuando estábamos aún muertos en los pecados, nos vivificó júntamente con Cristo, etc. (Ef 2,4). Consiguientemente, cuando dijo: Luego es claro que ahora mucho más estando justificados, concluye su tesis sacada de las premisas, diciendo: Si Cristo murió por nosotros, siendo nosotros todavía pecadores, mucho más somos ahora vivificados en su sangre, como está dicho arriba: al cual Dios puso como instrumento de propiciación por medio de la fe (Rm 3,25); por su sangre nos salvaremos de la ira, o sea, del castigo de la eterna condenación, en la que incurren los hombres por sus pecados. Raza de víboras, ¿cómo podréis escapar a la condenación de la Gehenna? (Mt 23,33).

En seguida, cuando dice: Pues, si cuando éramos enemigos, muestra la necesidad de la predicha consecuencia, que procede afirmando de menor a mayor. Y débese observar aquí una doble disposición de menor a mayor. La una, de parte nuestra; la otra, de parte de Cristo. De parte nuestra, a enemigos contrapone reconciliados. Pues en menor grado beneficia alguien a enemigos que a ya reconciliados.* De parte de Cristo contrapone a la muerte la vida. En efecto, se ve que es más poderosa su vida que la muerte, porque, como se dice en 2Co 13,4: Fue crucificado por razón de la flaqueza, a saber, de nuestra carne, pero vive por la virtud de Dios. Y por eso dice: lógicamente se concluye que con mayor razón, vivificados, nos salvaremos por El. Pues, si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios, y esto por la muerte de su Hijo, mucho más ya reconciliados seremos salvos, y esto por su vida.

Ahora bien, débese considerar que de dos modos se dice que el hombre es enemigo de Dios. Del uno, porque ejerce enemistad contra Dios, oponiéndose a sus mandatos. Corrió contra El erguido el cuello (Jb 1 5,26). Del otro modo por el odio que Dios les tiene a los hombres, no por lo que El mismo hizo, pues en cuanto a esto se dice en Sabiduría 1 1,25: Tú amas todas las cosas, y nada aborreces de todo lo que has hecho, etc., sino en cuanto a lo que ha hecho en el hombre el enemigo del hombre, esto es, el diablo, en cuanto al pecado. A Dios le son igualmente aborrecibles el impío y

* Aquí traduzco conforme a la intención de Sto. Tomás, no conforme a la letra, pues literalmente dice: se ve que es menos que alguien beneficie a enemigos que a ya reconciliados: Minus enim videtur quod aliquis bene faciat inimicis, quam jam reconciliatis (S. A.).

su impiedad (Sab 14,9). Y (Eccli 12,3): El Altísimo aborrece a los pecadores. Suprimida la causa de la enemistad, o sea, el pecado, por Cristo, se sigue la reconciliación por El mismo. En Cristo estaba Dios, reconciliando consigo al mundo (2Co 5,19). Y nuestro pecado ha sido suprimido por la muerte de su Hijo. Acerca d& lo cual se debe reflexionar que la muerte de Cristo se puede considerar de tres maneras.

De un modo, según el concepto mismo de muerte. Y así se dice en Sabiduría 1,13: No es Dios quien hizo la muerte en la humana naturaleza, sino que fue introducida por el pecado. Y por eso la muerte de Cristo por común razón de muerte no fue así acepta por Dios para que por ella misma reconciliara, porque Dios no se complace en la perdición de los vivientes (Sab 1,3).

De otro modo se puede considerar la muerte de Cristo: en cuanto está en la acción de los homicidas, la cual desagradó a Dios al máximo. De aquí que contra ellos dice Pedro (Ac 3,14): Vosotros negasteis al Santo y Justo y pedisteis que se os diese en gracia un hombre homicida, etc. De aquí que así considerada la. muerte de Cristo, no pudo ser la causa de la reconciliación, sino más bien de indignación.

De un tercer modo puede ser considerada en cuanta dependió de la voluntad de Cristo paciente, voluntad que estaba dispuesta a soportar la muerte, tanto por obediencia al Padre: Haciéndose obediente al Padre hasta la muerte (Ph 2,8); como también por caridad para con los hombres: Cristo nos amó y se entregó por nosotros (Ef 5,2). Y así la muerte de Cristo fue meritoria y satisfactoria por nuestros pecados, y en cuanto acepta por Dios, lo cual bastó para la reconciliación de todos los hombres, aun de los que mataron a Cristo.

de los cuales algunos fueron salvos por la oración de El mismo cuando dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34).

En seguida, cuando dijo: Y no sólo esto, muestra los bienes que en realidad hemos conseguido ya por la gracia, diciendo: No sólo nos gloriamos en la esperanza de la gloria que miramos en el futuro, sino en Dios, esto es, porque ya desde ahora estamos unidos a Dios por la fe y la caridad. El que se gloría gloríese en el Señor, etc. (ICo 1,31 y 2Co 10,17). Y esto ciertamente por nuestro Señor Jesucristo, por quien, aún ahora, en ef tiempo presente, hemos recibido la reconciliación, para que de enemigos se nos haga amigos. Pues plugo al Padre por medio de El reconciliar consigo todas las cosas (Colos 1,20). Y se podría continuar con lo que ya está dicho: En su vida seremos salvos dei pecado y de la pena, y no sólo seremos salvos de los males sino que también nos gloriaremos en Dios, porque con El seremos una misma cosa en el futuro. A fin de que sean uno en nosotros como nosotros somos Uno (Jn 17,21-22).






Tomas Aq. - Romanos 20