Tomas Aq. - Romanos 26

Lección 6: Romanos 5,20-21

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075 (
Rm 5,20-21)


Se declara cómo, establecido el delito, su abundancia, que ocurrió por haber sobrevenido la Ley, se suprimió por lá gracia de Cristo, y st, dice lo máximo de la Ley y de la abundancia del pecado.

20. Se subintrodujo, empero, la Ley, para que abundase él delito; mas donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.
21. Para que, como reinó el pecado por la muerte, así también reinase la gracia, por la justicia, para eterna vida, por medio de Jesucristo nuestro Señor.

Habiendo mostradc el Apóstol que por el don de la gracia se retira el pecado, que por Adán entrara en este mundo, aquí muestra cómo por (a gracia de Cristo se quita el pecado que, habiéndose presentado la Ley, abundara. Acerca de esto hace dos cosas. Primero indica la abundancia del pecado, la cual ocurrió por la Ley; luego, el perdón del pecado, en virtud de la gracia de Cristo: donde abundó, etc. Así es que dice primeramente: se ha dicho que por la obediencia de un solo hombre muchos fueron constituidos justos; y esto no pudo hacerlo la Ley, sino que más bien la Ley se subintrodujo de modo que abundase el delito. Acerca de esta aserción del Apóstol se presenta una dobb duda.

En primer término, acerca de que la Ley se subintrodujera, esto es, que ocultamente entrase después de la culpa original y actual, o bien después de la ley natural, como dice la Glosa. Porque la Ley no entró ocultamente sino que fue dada manifiestamente, según aquello de Juan 18,20: Nada he hablado a escondidas. Así es que se debe decir que aun cuando la dicha legislación fuese dada de manera manifiesta, sin embargo los misterios de la Ley permanecían en secreto, y principalmente en cuanto a la intención de Dios acerca de lo que la Ley haría, que mostraría el pecado y no lo sanaría, según el mismo Apóstol: ¿Quién ha conocido el pensamiento del Señor?, etc. (Rm 1 1,34; 1Co 2,16). Se puede decir también que la Ley se subintrodujo, esto es, que como término medio entró entre el pecado del hombre y el don de la gracia de Cristo, pecado y gracia de los que arriba se dijo que por un solo hombre se transmitieron a muchos. Y la segunda duda es acerca de que la ley se subintrodujera para que abundase el delito. Pues así parece que la abundancia del delito fue el fin de la Ley; y de esto se sigue que la Ley era mala, porque aquello cuyo fin es malo, malo es también de suyo, y esto contra lo de la Primera a Timoteo (I,8): Sabemos que la Ley es buena, etc.

A esto se responde de tres maneras en la Glosa. La primera diciendo que el para que no tiene significación causal sino consecutiva. Porque la Ley no fue dada para que abundara el pecado, puesto que más bien la Ley, en cuanto a sí misma, prohibió ol pecado, según el Salmo 118,2: Dentro del corazón he guardado tus palabras, para no pecar contra Ti. Pero habiéndose dado (a Ley, se siguió la abundancia de los delitos de dos maneras. De la una, en cuanto a la multitud de los pecados. Porque aun cuando la Ley indicara el pecado, sin embargo no quitaba la concupiscencia del pecado Pues prohibiéndosele a alguien lo que desea, más vehementemente se enardece en su deseo, así como el rio al que se le opone un obstáculo, más poderoso corre y rompe el obstáculo. La razón de lo cual puede ser triple

La una: que aquello que está bajo la potestad del hombre nadie lo considera importante, y el hombre tiene por grande lo que está fuera de su potestad. Y así la prohibición de lo que desea coloca lo que se prohibe como fuera de la potestad del hombre, por lo cual el deseo más se enardece por la obra deseada mientras se le prohibe.

La segunda razón es que las pasiones interiores cuando se retienen interiormente, de modo que no salgan al exterior, por esto mismo más se encienden en lo interior, como se ve claro en el dolor y en la ira, que mientras se contienen interiormente más aumentan; y en cambio, si de alguna manera salen al exterior, su fuerza disminuye. Ahora bien-, una prohibición constriñe al hombre por el temor de la pena a no llevar su deseo al exterior, y así el propio deseo interiormente contenido más se inflama.

La tercera razón es que lo que no se nos prohibe lo tenemos por posible de hacerse cuantas veces nos plazca, y por eso presentándose muchas veces la oportunidad lo evitamos; pero cuando algo es prohibido,- para nosotros es como si no siempre nos fuera posible poseerlo; y por eso, cuando se presenta la oportunidad de conseguirlo sin temor de la pena, más orestos estamos a ello. Y por eso, una vez dada la Ley, que prohibía el cumplimiento del mal deseo, y que sin embargo no lo mitigaba, la propia concupiscencia más ardorosamente llevaba a los hombres al pecado. Por lo cual se dice en Ezequiel 5,5-6: Esta es aquella Jerusalé que Yo fundé en medio de los Gentiles habiendo puesto las regiones de éstos alrededor de ella; pero despreció mis juicios y se ha hecho mis impía que las naciones.

Objeción.-Pero según esto parece que toda ley humana que no confiere Ja gracia de disminuir la concupiscencia hace abundar los pecados, lo cual es contra la intención de los legisladores, porque a lo que tienden es a que los ciudadanos se hagan buenos, como se ve en el Filósofo (II Ethic).

Respuesta.-Pero se debe decir que una cosa es la intención de la ley humana y otra la de la ley divina. Porque la ley humana tiene que ver con el juicio humano, el cual es acerca de los actos exteriores; y la ley divina atañe al juicio divino, el cual recae sobre los motivos interiores del corazón, según aquello del Primer Libro de los Reyes (16,7): El hombre no ve más que lo exterior; pero Dios ve el fondo del corazón. Así es que la ley humana consigue su objeto mientras por la prohibición y la conminación de la pena impida que se muitipliquen los actos externos de pecado, aun cuando más aumente la concupiscencia interior; pero en cuanto a la ley divina aun los malos deseos interiores se imputan a pecado, los cuales abundan por prohibirlos la ley y no suprimir la concupiscencia.

Sin embargo, debemos saber que como dice el Filósofo (In X Ethic), la prohibición de la ley, aun cuando a los mal dispuestos los aparte de los pecados exteriores por el solo temor de la pena, sin embargo a los bien dispuestos los induce a lo mismo por amor a la virtud; y esta buena disposición en cuanto a determinada cosa puede ser por naturaleza, pero su perfección no se consigue sino mediante la gracia; de lo cual resulta que aun bajo la antigua Ley una vez dada, no en todos abundó el pecado aunque sí en muchos. Algunos ciertamente, con la ley prohibitiva y la ulterior gracia auxiliante alcanzaron la perfección de las virtudes, según aquello del Eclesiástico (44,1): Alabemos a los varones ilustres, etc. Y más adelante (44 3): Hombres grandes en valor.

En segundo lugar, sobreabundó el delito bajo la Ley en cnanto a la gravedad de la culpa. Porque fue más grave el oecado donde ocurrió la prevaricación no sólo de la ley natural sino también de la ley escrita. Por lo cual arriba se dijo (cap. 4) que donde no hay ley, tampoco hay prevaricación. Mas también se puede contestar diciendo que el "para que" se entiende causaimente, de modo que el Apóstol habla de la abundancia del delito en cuanto que cae bajo nuestro conocimiento, siendo entonces éste el sentido: la ley se subintrodujo para que abundara el delito, esto es, para que más abundantemente se conociera el delito según un modo de hablar por el que se dice que algo se hace dándose uno cuenta de ello. Por lo cual arriba se dijo que por la ley viene el conocimiento del pecado.

De un tercer modo se puede explicar: tomándose el "para que" causaimente, pero de tal manera que no se entienda que la abundancia del delito es la finalidad de la ley subintroducida, sino lo que de la abundancia del delito se sigue, esto es, la humillación del hombre. Porque una vez subintroducida la ley, abundó el delito, como se dijo en la primera exposición. Y ciertamente de ia abundancia del delito se siguió que reconociendo el ihombre su flaqueza se humillara. Porque decía el hombre soberbio, presumiendo de sus fuerzas: No hace falta quien cumpla, sino que hace falta quien ordene, según aquello del Éxodo 24,7: Haremos todas las cosas que ha ordenado el Señor y le obedeceremos. Pero cuando, habiéndose dado la Ley, se siguió una multitud de delitos, conoció el hombre su flaqueza para la observancia de la Ley, según el Libro de la Sabiduría (9,5):

Hombre flaco y de poca edad, etc. Así es que la intención de Dios al dar la Ley no concluye en la abundancia de los pecados, sino en la humillación del hombre, en cuya atención permitió que abundaran los delitos. Y porque esto estaba oculto, claramente en cuanto a esto dice que la ley se subintrodujo. Y por tratarse aquí de la Ley y de la finalidad de la Ley, nos salen al paso dos consideraciones La primera, de cuántos modos se llama la Ley; la segunda, cuál sea la finalidad de la Ley.

Acerca de lo primero se debe saber que de una manera se llama Ley a toda la Escritura del Antiguo Testamento, según aquello de Juan 15,25: Para que se cumpla la palabra escrita en su Ley: Me odiaron sin causa, cosa que también se dice en el Salmo 24.

Y a veces se llama Ley a la Escritura de los Cinco Libros de Moisés, según aquello del Deuteronomio 33,4: Moisés nos dio la Ley.

En tercer lugar, se llama Ley al decálogo de los preceptos, según el Éxodo 24,12: Te daré unas tablas de piedra con la Ley y los mandamientos que tengo escritos a fin de que los enseñes al pueblo.

En cuarto lugar se llama Ley a todo el conjúnto de las prescripciones ceremoniales, según Hebreos 10,1: La Ley no es sino una sombra de los bienes venideros.

En quinto lugar se llama Ley a algún especial precepto ceremonia!, según el Levítico (7,2): La Ley de la hostia pacífica que se ofrece al Señor es ésta.

Pero aquí (en Romanos 5,20) se toma la Ley por el" Apóstol en sentido ordinario en cuanto a toda la doctrina de la Ley de Moisés, esto es, en cuanto a los preceptos morales y ceremoniales, porque ciertamente mediante las ceremonias de la Ley no se daba la gracia por la cual pudiera ser auxiliado el hombre para cumplir con los preceptos morales, amenguada la concupiscencia.

En cuanto a la finalidad de la Ley debemos saber que en el pueblo Judío hubo tres clases de gentes, como también en cualquier otro pueblo; a saber: los endurecidos, o sea, los pecadores y rebeldes, los adelantados y los perfectos.

Ahora bien, en cuanto a los endurecidos fue dada la Ley como flagelo, en cuanto a los preceptos morales, a cuya observancia eran obligados por la conminación de la pena, como se ve claramente en el Levítico (cap. 2), y en cuanto a las ceremonias religiosas, que por eso son multiplicadas, para no permitirles añadir otro culto, e¡ de los dioses ajenos. Juróos Yo, dice el Señor, que dominaré sobre vosotros con mano pesada, y con brazo extendido, derramando todo mi furor (Ez 20,33).

Pero para los adelantados, a los que se llama medianos, la Ley sirvió de pedagogo, según Gálatas 3,24: La Ley fue nuestro ayo para conducirnos a Cristo. Y esto en cuanto a los preceptos ceremoniales, con los cuales se mantenían dentro del culto divino; y en cuanto a los morales, con los cuales eran inducidos a la práctica de la justicia.

Y para los perfectos la Ley fue en cuanto a los preceptos ceremoniales un signo, según Ezequiel 20,12: Les instituí mis sábados, para que fuesen una señal entre Mí y ellos, etc. En cuanto a los preceptos morales, la Ley les sirvió de consuelo, según el Aposto! (Rm 7,22): Me deleito en la Ley de Dios según el hombre interior.

En seguida, cuando dice: donde abundó, etc., muestra cómo por la gracia se suprime la abundancia de los delitos. Y primero indica la abundancia de la gracia; luego muestra el efecto de la gracia abundante: Par* que, como reinó el pecado, etc. Así es que primero dice: Ya vimos que subintroducida la Ley, abundó el delito; pero no por esto se impide el divino propósito de la salvación de los Judíos y de todo el género humano, porque donde abundó el pecado, esto es, en el género humano, y especialmente entre los Judíos, sobreabundó la gracia, la gracia de Cristo para perdonar los pecados. Poderoso es Dios para hacer abundar sobre nosotros toda gracia (2Co 9,8). De lo cual se puede indicar una doble razón.

Una, por el efecto de la gracia. Porque así como un mal grave no lo sana sino una medicina fuerte y eficaz, así también se requería una abundancia de gracia para sanar la abundancia de los delitos. Le son perdonados sus muchos pecados porque ha amado mucho (Lc 7,47).

La otra razón se puede tomar de la disposición del que peca, que aun cuando reconoce la magnitud de sus pecados, a veces desespera y todo lo desprecia, según el Libro de los Proverbios (18,3): De nada hace ya caso el impío cuando ha caído en el abismo de los pecados; y a veces, ciertamente, con el auxilio divino, por la consideración de sus pecados más se humilla y mayor gracia consigue, según el Salmo 15,4: Multiplicaron sus miserias, en pos de las cuales corrían aceleradamente.

En seguida, cuando dice: Para que, como reinó el pecado por la muerte, etc.r muestra el efecto de la gracia abundante, que se presenta por oposición al efecto del pecado: para que así como el pecado fue introducido por el primer hombre y de manera abundante reinó por la Ley, o sea, que obtuvo un pleno dominio sobre los hombres, y esto hasta llevarlos a la muerte temporal y eterna (El salario del pecado es la muerte: Rm 6,23), así también reinase la gracia de Dios, o sea, que plenamente domine en medio de nosotros, por la justicia, que ciertamente opera en nosotros. Justificados gratuitamente por su gracia (Rm 3,24), dice el mismo Apóstol; y esto hasta conducirnos a eterna vida, según él mismo (Rm 6,23): La gracia de Dios es vida eterna. Y esto en su totalidad es por medio de Cristo Señor nuestro, quien es el dactar de la gracia, según Juan 1,17: La gracia y la verdad han venido por Jesucristo; y también la justicia: El fue hecho por Dios justicia para nosotros (ICo 1,30); y dador de vida eterna: Y Yo les doy vida eterna (Jn 10,28).


CAPITULO 6

Lección 1: Romanos 6,1-5

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075 (
Rm 6,1-5)

A la pregunta de si se debe permanecer en el pecado par^ que la gracia abunde y de si satisfaciendo lo menos posible hay que perseverar en los pecados, enseña de qué modo estamos muertos al pecado, y cómo reproducimos a Cristo en nosotros mediante el Bautismo.
1. ¿Qué diremos, pues? ¿Permaneceremos en el pecado para que la gracia abunde? De ninguna manera.
2. Pues si estamos muertos al pecado ¿cómo viviremos todavía en él?
3. ¿Ignoráis acaso, hermanos, que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, en su muerte fuimos bautizados?
4. Por eso fuimos, mediante el bautismo, sepultados júnto con El en la muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en novedad de vida.
5. Pues si hemos sido injertados en la semejanza de su muerte, lo seremos también en la de su resurrección.

Habiendo mostrado el Apóstol que por la gracia de Cristo nos libramos del pecado pasado, tanto el introducido por el primer hombre, como también el que abunda por la Ley, aquí enseña que por la gracia de Cristo nos es dado el poder de oponernos a los pecados futuros. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero plantea la cuestión sacada de las premisas; luego la resuelve: De ninguna manera. Pues si estamos, etc.

Arriba dijo ya que donde abundó el delito sobreabundó la gracia, lo cual podría alguien mal interpretar, como si la abundancia del delito fuese la causa de la sobreabundancia de las gracias; y por eso plantea la cuestión diciendo: ¿Qué diremos, pues? ¿Acaso hemos de permanecer en el pecado para que abunde la gracia? Lo cual ciertamente habría que decir si la abundancia del delito fuese la causa de la gracia abundante y no sólo la ocasión, como está dicho arriba. De aquí que también arriba dice el Apóstol: Y ¿por qué no, según nos calumnian, y como algunos afirman que nosotros decimos: hagamos el mal para que venga el bien? (Rm 3,8). A los impíos todo les sale prósperamente y la pasan bien todos los que prevarican y obran mal (Jr 12,1). En seguida, cuando dice: De ninguna manera, etc., resuelve la exótica cuestión. Y primero da la razón de por qué no debemos permanecer en el pecado; Lego concluye haciendo la debida exhortación: No reine, pues, el pecado, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. La primera, dar la razón de por qué no se debe permanecer en el pecado; la segunda, mostrarnos que no tenemos el derecho de permanecer bajo el pecado: sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado (Rm 6,6).

Acerca de lo primero da la siguiente razón: Si estamos muertos al pecado, no debemos vivir en él; es así que estamos muertos al pecado; luego no debemos vivir en pecado. Y acerca de esto hace cuatro cosas. La primera, indicar la condicional; Ja segunda, probar el antecedente: ¿Ignoráis acaso, hermanos?; la tercera, sacar la consecuencia: a fin de que como Cristo, etc.; la cuarta, probar la necesidad de la consecuencia: Pues si hemos sido injertados, etc.

Así es que primeramente dice De ninguna manera, o sea, que no se debe permanecer en el pecado con la intención de que la gracia abunde, porque, como se dice en ei Eclesiástico (15,21), A ninguno ha mandado Dios obrar impíamente; y la razón de esto es que pues si estamos muertos al pecado, precisamente porque el pecado ha sido muerto en nosotros, ¿cómo viviremos todavía en él? Pues no está dentro del orden natural de las cosas que de la muerte se vuelva a la vida. No vuelvan a vivir los que murieron ya (Is 26,14). Lavé mis pies, ¿y me los he de volver a ensuciar? (Cant 5,3). En seguida, cuando dice: ¿Ignoráis acaso, hermanos? prueba el antecedente, a saber, que los fieles están muertos al pecado. Y primero indica el intermediario para probar su tesis; luego, presenta el intermediario traído de fuera: Por eso fuimos, mediante el bautismo, sepultados júnto con El, etc. Así es que primero dice: ¿Ignoráis acaso?, como si dijera: lo que se os está proponiendo es de tal manera manifiesto que no os es lícito ignorarlo (El que ignore será ignorado: 1Co 14,38), porque cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús: lo cual se entiende de triple manera. De una, según la institución de Jesucristo. Enseñad a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19). De una segunda, por la invocación de Jesucristo. En el nombre de Jesucristo hombres y mujeres se bautizaron (Ac 8,12). De una tercera, en Cristo Jesús, esto es, en cierta conformidad con Cristo Jesús. Todos los que habéis sido bautizados en Cristo estáis vestidos de Cristo (Gal 3,27). En su muerte fuimos bautizados, esto es, en semejanza de su muerte, como reproduciendo en nosotros la muerte misma de Cristo. Siempre llevamos por doquiera en el cuerpo la muerte de Jesús (2Co 4,10). Las señales de Jesús las llevo yo en mi cuerpo (Gal 6,17). O bien, en su muerte, esto es, por la virtud de su muerte. Nos lavó de nuestros pecados (Ap 1,5). Por lo cuai del costado de Cristo pendiente de la cruz, después de su muerte fluyó sangre y agua, como leemos en Jn 19,34. Y así como nos amoldamos a su muerte, por cuanto morimos al pecado, así El mismo murió a la vida mortal, en la cual había semejanza de pecado, aun cuando no hubiese ahí pecado. Luego cuantos hemos sido bautizados hemos muerto al pecado.

En seguida, cuando dice: Por eso fuimos sepultados, etc., prueba el intermediario señalado, a saber, que todos nos bauticemos en conformidad con la muerte de Cristo, diciendo: Por eso fuimos, mediante el bautismo, sepultados júnto con El en la muerte; como si dijera que la sepultura no es sino para los muertos. Dejad a los muertos enterrar a los muertos (Mt 8,22). Ahora bien, mediante el bautismo los hombres son sepultados en Cristo, o sea, se conforman a su sepultura. Porque así como el que es sepultado es puesto debajo de tierra, así también el que es bautizado es sumergido bajo el agua. De aquí que en el bautismo se hagan tres inmersiones, no sólo por la fe en la Trinidad sino también en representación de los tres días de la sepultura de Cristo. Y así como los tres días de sepultura no hacen sino una sola sepultura, así también las tres inmersiones no hacen sino un solo bautismo. De aquí también que el sábado santo se celebre en la 1glesia el bautismo solemne al conmemorar la sepultura de Cristo, así como también en la vigilia de Pentecostés, que se solemniza por el Espíritu Santo, por cuya virtud recibe el agua del bautismo la virtud de limpiar, como se dice en Jn 3,5: Quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el reino de Dios. Mas débese considerar que corporalmente primero se muere uno y luego es sepultado; pero espiritualmente la sepultura del bautismo causa la muerte del pecado, porque los sacramentos de la nueva ley realizan lo que significan. Por lo cual, como la sepultura, que se efectúa mediante el bautismo, es el signo de la muerte del pecado, realiza la muerte en el bautizado. Y .por esto se dice que somos sepultados en la muerte; para que por el hecho mismo de que recibimos en nosotros el signo de la sepultura de Cristo, aceptemos la muerte al pecado.

En seguida, cuando dice: a fin de que como Cristo, infiere la consecuencia, a saber, que no debemos vivir en pecado, pues a esto nos lleva la semejanza de la resurrección de Cristo, diciendo: a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gracia del Padre, esto es, por el poder del Padre, por el cual el propio Padre es glorificado, según aquello del Salmo 56,9: Ea, levántate, gloria mía, etc., así también nosotros caminemos en novedad de vida, esto es, caminemos con buenas obras de vida. Porque la vida del pecado es de vetustez porque nos lleva a la corrupción. Lo que se hace anticuado y envejece está próximo a desaparecer (Hebr 8,13). Por lo cual también se dice en Bar 3,10-11: ¿Cuál es el motivo, oh 1srael, de que estés en tierra de enemigos, y de que hayas envejecido en país extranjero? De aquí que por novedad de vida se entiende también aquella por la cual recobra uno la integridad, para estar sin pecado: Para que se renueve tu juventud como la del águila (Ps 102,5). Renovaos en el espíritu de vuestra mente (Ef 4,23).

En seguida, cuando dice: Pues si, prueba la necesidad de la consecuencia. Porque después de haber sido muerto. Cristo resucitó; por lo cual conviene que quienes se conforman a Cristo en cuanto a la muerte en el bautismo, se conformen también a su resurrección por la inocencia de vida. Y esto lo dice así: Pues si hemos sido injertados en la semejanza de su muerte, esto es, si asumimos en nosotros la semejanza de su muerte, para incorporarnos a El como la rama que se injerta en la planta, que nosotros, como injertados en la propia pasión de Cristo, lo seamos también en su resurrección, o sea, injertados en su semejanza, para que en lo presente vivamos con inocencia, y en lo futuro alcancemos una gloria semejante. El cual transformará nuestro vil cuerpo, y le hará conforme al suyo glorioso (Ph 3,21). Si hemos muerto con él, también con él viviremos (2 Tim 2,2). De modo que así como el Apóstol mediante la semejanza de la muertede Cristo demostró que estamos muertos al pecado, cosa que había enunciado como antecedente; así, mediante la semejanza de su resurrección, demostró que no debemos vivir en pecado, lo cual asentó más arriba como consecuencia.





Lección 2: Romanos 6,6-11

28
075 (
Rm 6,6-11)


Enseña que por estar crucificado nuestro hombre viejo no tenemos derecho de permanecer en el pecado sino de vivir en Dios y en Cristo.

6. Sabiendo que nuestro hombre viejo fue de una vez crucificado para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.
7. Pues el que murió, justificado está del pecado.
8. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que viviremos también con El,
9. Sabiendo que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte no puede ya tener dominio sobre El.
10. Su muerte al pecado fue un morir para siempre; mas su vida la vive para Dios.
11. Así también vosotros teneos por muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús Señor nuestro.

Habiendo mostrado el Apóstol que no debemos permanecer en el pecado, puesto,que hemos muerto al pecado por el bautismo, aquí enseña que hay en nosotros el poder de guardar tal exigencia. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero enuncia lo que pretende; luego explica su proposición: Pues el que murió, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero indica el beneficio que hemos conseguido; luego, el efecto de ese beneficio: para que el cuerpo del pecado sea destruido, etc. Así es que primero dice: Explicado está que debemos caminar en novedad, o sea, absteniéndonos del pecado. Y para que nadie diga que esto sea imposible, asegura que sabemos muy bien que nuestro hombre viejo, o sea, la vetustez del hombre introducida por el pecado, júntamente con Cristo, fue crucificado, esto es, por la cruz de Cristo es destruido, porque, como arriba se dijo, la vetustez del hombre fue introducida por el pecado en cuanto por el pecado se corrompe el bien de la naturaleza. La cual vetustez empieza en el hombre cuando se sujeta el hombre al pecado. Y como lo que es principal en el hombre se puede decir que es e¡ propio hombre, de aquí que en aquel que se sujeta al pecado la propia vetustez del pecado se dice que es el hombre viejo. Ahora bien, por vejez del pecado se puede entender o bien el propio pecado, o la mancha de los pecados actuales, o bien a la vez la costumbre de pecar, la cual trae consigo cierta necesidad de pecar; o también el propio fomes del pecado proveniente del pecado del primer padre. Y de esta manera se dice que nuestro hombre viejo está crucificado júnto con Cristo en cuanto dicha vetustez desaparece por la virtud de Cristo. O bien porque totalmente es suprimida, así como totalmente se suprime en el bautismo el delito y la mancha del pecado. O bien porque disminuye su fuerza como fuerza del fomes, o también de la costumbre de pecar. Habiendo cancelado la escritura presentada contra nosotros, la cual con sus ordenanzas nos era adversa, la quitó de en medio al clavarla en la cruz (Co 2,14).

En seguida, cuando dice: para que el cuerpo dsi pecado sea destruido, indica un doble efecto del predicho beneficio, siendo el primero la supresión de los precedentes delitos. Y esto lo dice así: para que el cuerpo del pecado sea destruido. Porque se llama cuerpo del pecado el propio conjúnto de las malas obras, así como el propio conjúnto de los miembros forma un solo cuerpo natural. Su cuerpo es como los escudos fundidos de bronce, etc. (Jb 41,6). Y el segundo efecto es que no: guardemos de los pecados para el futuro; y esto lo agrega diciendo: a fin de que no sirvamos más al pecado, porque el hombre le sirve al pecado cuando obedece a la concupiscencia del pecado por el consentimiento y la ejecución corporal. Todo el que comete pecado es esclavo del pecado (Jn 8,34).

En seguida cuando dice: Pues el que murió, etc., expiica lo que dijera. Y lo primero en cuanto al primer electo; lo segundo en cuanto al segundo: Y si hemos muerto con Cristo, etc. Acerca de lo primero débese considerar que la masa de los pecados es destruida cuando se perdonan los pecados del hombre. Y así explica la destrucción del cuerpo del pecado diciendo:

Pues el que murió, esto es, por el bautismo, por el cual morimos júntamente con Cristo, justificado está del pecado, esto es, perdonados los pecados, queda mudado al estado de justicia. Tales erais algunos: mas habéis sido lavados, etc. (ICo 6,1 1). Y como por la cruz de Cristo muere el hombre al pecado, se sigue que es justificado del pecado y que así se destruye el cuerpo del pecado.

En seguida, cuando dice: Y si hemos muerto, etc., explica el segundo efecto, por conformidad a la vida de Cristo, con la siguiente razón: aquel que muere júntamente con Cristo muriente, júntamente convive con el Cristo que resucita. Ahora bien, Cristo resucitó de entre los muertos para nunca más volver a morir; luego el que muere al pecado, de tal manera convive con Cristo resucitado que tiene el poder de nunca más recaer en el pecado. Y acerca de esto hace tres cosas. La primera, mostrar la conformidad del hombre fiel con la vida de Cristo que resucita: la segunda, poner la condición de la vida que resurge: Sabiendo que Cristo, etc.; la tercera, inferir la conclusión deseada: Así también vosotros, etc.

Dice pues primeramente: Y si hemos muerto con Cristo, esto es, si en virtud de la muerte de Cristo hemos muerto al pecado, creemos que viviremos también con él, esto es, a la semejanza de su vida; vivirennos, digo, aquí la vida de la gracia, y en el futuro la vida de la gloria. Cuando estábamos aún muertos en los pecados, nos vivificó júntamente con Cristo, etc. (Efes 2,5). En seguida, cuando dice: Sabiendo, señala la condición de la vida de Cristo resurgente. Y primero la indica; y luego la prueba: Su muerte al pecado fue un morir para siempre. Así es que dice primero: Digo que lo que está dicho lo creemos sabiendo que Cristo resucitado de entre los muertos ya no muere sino que vive con perpetua vida. Estuve muerto, y ahora vivo por los siglos de los siglos (Ap 1,18). Y, lo que es más, la muerte no puede ya tener dominio sobre él, la cual ciertamente domina en el hombre no sólo cuando éste muere por la separación del alma respecto del cuerpo, sino también antes de la muerte, cuando padece de enfermedad, hambre y sed, y de otras calamidades semejantes por las cuales viene a dar a la muerte; pero de todo esto libre está la vida de Cristo resucitado. Por lo cual no se sujeta al dominio de la muerte, sino que más bien él mismo tiene dominio sobre la muerte. Tiene las llaves de la muerte y del abismo (Ap 1,18).

En seguida, cuando dice: Su muerte al pecado etc., demuestra su tesis, o sea, que Cristo resucitado ya no morirá más, y esto doblemente. Primero por razón tomada de parte de la muerte que soportó, diciendo: Su muerte al pecado fue un morir para siempre. Mas no se entiende que haya El muerto a un pecado que El mismo cometiera o contrajera, porque de ninguna manera hubo en El lugar para el pecado. El, que no hizo pecado, etc. (1P 2,22). Sino que se dice que murió al pecado de dos maneras. La primera, porque murió por suprimir el pecado. Por nosotros hizo El pecado a Aquel que no conoció pecado (2Co 5,21), o sea, lo hizo hostia por el pecado. De la segunda manera, porque murió a la semejanza de la carne de pecado, esto es, a la vida pasible y mortal. Dios envió a su hijo en carne semejante a la del pecado (Rm 8,3). Pero de uno y otro modo se puede concluir que Cristo murió para siempre porque murió al pecado. Porque en cuanto a lo primero es claro que por una sola muerte destruyó todos los pecados, según aquello de Hebreos 10,14: Con una sola oblación ha consumado para siempre a los santificados. Por lo cual no es de sostenerse que al presente muera por el pecado. Pues Cristo murió una vez por nuestros pecados (1P 3,18). Y en cuanto a lo segundo se puede concluir lo mismo. Porque si Cristo soportó la muerte para que en El se extinguiera la semejanza de la carne de pecado, su muerte debió conformar a otros que llevaran sobre sí la carne de pecado, que de una vez mueren. De aquí que se dice en Hebreos 9,27: Y así como fue sentenciado a los hombres morir una sola vez, así también Cristo, que se ofreció una sola vez para llevar los pecados de muchos, etc.

En segundo lugar demuestra lo mismo por la condición de la vida que al resucitar adoptó, diciendo: mas su vida la vive para Dios, esto es, en la conformidad con Dios. Porque en 2Co 13,4 se dice que fue crucificado como débil, mas vive del poder de Dios. Ahora bien, el efecto se ajusta a la causa. Por lo cual la vida que Cristo adquirió resucitando es Deiforme: así es que como la vida misma de Dios, es sempiterna y sin corrupción según aquello de la Primera Carta a Timoteo (6,16): El único que posee inmortalidad, así también la vida de Cristo es inmortal.

En seguida, cuando dice: Así también vosotros, etc., infiere la conclusión que desea para que nos conformemos a la vida de Cristo resucitado, y en cuanto a esto, el estar muertos al pecado, esto es, a la vida mortal, que tiene semejanza con el pecado, que jamás volvamos e ella, y por lo mismo que se viva en conformidad con Dios. Y por lo que ve a lo primero dice: Así también vosotros teneos por muertos al pecado, o sea, que en cuanto al pecado jamás vayáis a volver. No vuelvan a vivir los que murieron ya (Is 26,14). Y en cuanto a lo segundo dice: vivos para Dios, esto es, a la consideración o semejanza de Dios, para que nunca muramos por el pecado. Y si ahora vivo en carne, vivo por la fe en el Hi¡o de Dios (Gal 2,20). Por lo cual agrega: en Cristo Jesús Señor nuestro, o sea, por Jesucristo, por el cual morimos a los pecados y vivimos para Dios: o bien en Cristo Jesús, esto es, como incorporados a Cristo Jesús, para que por su muerte muramos al pecado y por su resurrección vivamos para Dios. Nos vivificó júntamente con Cristo, por cuya gracia habéis sido salvados por Cristo (Ef 2,5).






Tomas Aq. - Romanos 26