Tomas Aq. - Romanos 54

Lección 5: Romanos 11,33-36

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Rm 11,33-36)



Con exclamaciones muestra su admiración por el profundo abismo de los juicios y de la sabiduría de Dios y resuelve el tema de la predestinación.
33. ¡Oh profundidad de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios: cuan incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminosi
34. Porque ¿quién ha conocido los designios del Señor, o quién fue su consejero?
35. O ¿quién le ha dado primero algo para que se le recompense?
36. Porque dé El, y por El, y en El son todas las cosas. A El mismo sean el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Arriba trató el Apóstol de dar la razón de los juicios divinos por los cuales tanto los Judíos como los Gentiles después de la incredulidad obtienen la misericordia; y ahora, como reconociendo su insuficiencia para investigar tales cosas, con grandes exclamaciones se admira de la divina excelencia. Y primero muestra su admiración por la divina excelencia; luego, prueba lo que dijera: Porque ¿quién ha conocido?, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero expresa su admiración por la excelencia de la sabiduría divina en sí misma considerada; luego, por comparación con nosotros: Cuan incomprensibles, etc. Admira la excelencia del conocimiento divino. Primero en cuanto a su profundidad, diciendo: ¡Oh profundidad! Gran profundidad: ¿quién la sondeará? (Eccle 7,25). ¡Oh trono de gloria del Altísimo desde el principio!(Jerem 17,12). Ahora bien, esta profundidad se considera en cuanto a tres cosas.

De un modo en cuanto a la cosa conocida, en cuanto que Dios se conoce a Sí mismo perfectamente. En los altísimos (cielos) habito (Eccli 24,7). De una segunda manera, en cuanto al modo de conocer, en cuanto que por Sí mismo todo lo conoce. Desde su excelso santuario se ha inclinado, desde los cielos ha mirado el Señor a la tierra (Ps 101,20). Tercero, en cuanto a la certeza del conocimiento. Los ojos del Señor son mucho más luminosos que el sol (Eccli 23,28).

Admira también, lo segundo, la excelencia del divino conocimiento en cuanto a su plenitud, cuando dice: de los tesoros.-La sabiduría y la ciencia son tus riquezas saludables (Is 33,6). La cual plenitud tiene una triple aplicación.

De un modo en la plenitud de los conocimientos, porque todo lo conoce. Señor, tú lo sabes todo (Jn 21,17). En quien los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están todos escondidos (Cotas 2,3). De un segundo modo en cuanto a la facilidad de conocer, porque al instante todo lo ve sin inquisición ni dificultad. Todas las cosas están desnudas y patentes a sus ojos (Hebr 4,13). Del tercer modo en cuanto a la abundancia del conocimiento, porque a todos lo comunica abundantemente. Si alguno de vosotros está desprovisto de sabiduría, pídala a Dios, que a todos da liberalmente (Sant 1,5).

Lo tercero que admira en la excelencia del conocimiento divino es su perfección, cuando dice: De la sabiduría y de la ciencia de Dios. Porque tiene la sabiduría de las cosas divinas (En El residen la sabiduría y la fortaleza: Job 12,13) y la ciencia de las cosas creadas (Aquel que sabe todas las cosas la conoce: Bar 3,32).

En seguida, cuando dice: Cuan incomprensibles, etc., muestra la excelencia de la sabiduría divina por comparación con nuestro entendimiento. Y primero en cuanto a la sabiduría, a la cual pertenece el juzgar y el ordenar. Por lo cual dice: Cuan incomprensibles son sus juicios, porque no puede el hombre comprender la razón de los juicios divinos, porque están ocultos en la sabiduría de Dios. Abismo profundísimo son tus juicios (Ps 35,7). ¿Acaso puedes tú comprender los caminos de Dios o entender al Todopoderoso hasta lo sumo de su perfección? (Jb 2,7). Segundo, en cuanto a la ciencia, por la cual obra en las cosas. Por lo cual agrega: e inexcrutables, esto es, que no se pueden indagar perfectamente por el hombre sus caminos, o sea, la graduación con que obra en las creaturas. Y aun cuando las creaturas mismas sean conocidas por el hombre, sin embargo, el modo como Dios obra en las creaturas no puede ser comprendido por el hombre. Te abriste camino dentro del mar; caminaste por en medio de muchas aguas, y no se conocerán los vestigios de tus pisadas (Ps 76,20). ¿Por qué camino se propaga la lut?, etc. (Jb 38,24).

En seguida, cuando dice: Porque ¿quién ? etc., prueba lo que dijera, para lo cual presenta dos autoridades, de las cuales una la toma de Is 40,13, donde según nuestro texto se lee así: ¿Quién ayudó al Espíritu del Señor o quién fue su consejero? En cuyo lugar aquí dice: ¿Quién ha conocido los designios del Señor, o quién fue su consejero? La otra autoridad la toma de Job 41,2: ¿Quién me ha dado algo primero para que yo deba restituírselo?, en cuyo lugar aquí dice: O ¿quién le ha dado primero algo para que se le recompense?

Primero muestra la excelencia de la sabiduría divina por comparación con nuestro entendimiento, diciendo: Se ha dicho que sus juicios son incomprensibles e inexcrutables sus caminos. Porque ¿quién ha conocido los designios del Señor, por los cuales juzga y avanza obrando; como si dijera: nadie, sino aquel a quien se le revele. ¿Quién podrá conocer tus designios, si tú no les das sabiduría, y no envías desde lo más alto tu santo espíritu? (Sab 9,17). Y también: Las cosas de Dios nadie llegó a conocerlas sino el Espíritu de Dios, y a nosotros nos lo reveló Dios por su Espíritu (ICo 2,11-12).

Segundo, muestra la excelencia de la sabiduría divina en cuanto en sí tiene de profundidad, la cual ciertamente es la profundidad que es principio de lo sumo, a lo cual pertenecen dos cosas. Primero que no es por otro; segundo, que las demás cosas son por El. Y estas cosas las muestra así: Porque de El. Y que la sabiduría de Dios no depende de otro principio lo muestra de dos maneras. Primero porque en verdad no es guiada por ajeno consejo. Por lo cual dice: ¿O quién fue su consejero?; como si dijera: Nadie. Porque necesita de consejo quien no sabe plenamente cómo debe obrar, lo cual no tiene que ver con Dios. ¿A quién das consejo tú? ¿Acaso al que no tiene sabiduría? (Jb 26,3). ¿Quién asistió al consejo del Señor? (Jerem 23,18). Lo segundo por no estar asistida por ajeno don. Por lo cual agrega: O ¿quién le ha dado algo primero, para que por esto se le recompense? como a primer dador. Como si dijera: nadie. Porque no puede el hombre darle a Dios sino lo que de El reciba. Tuyas son todas las cosas, y las que recibimos de tus manos son las que te damos (Paral, ult.). Si obrares bien, ¿qué es lo que le das, o qué recibe El de tus manos? (Jb 35,7).

En seguida, cuando dice: Porque de El, etc., muestra la profundidad de Dios, en cuanto que en El mismo están todas las cosas. Y primero muestra su causalidad; segundo, su dignidad: A El mismo sean el honor y la gloria; tercero, su perpetuidad: Por los siglos de los siglos, Amén. Así es que primero dice: Con razón dije que nadie le dio nada primero a El, porque de El, y por El, y en El son todas las cosas. Y así nada puede ser si no es acepto por Dios. Ahora bien, para designar la causalidad de Dios se usan tres preposiciones, que son de (por parte de), por y en. La primera, de, denota el principio del movimiento; y esto de tres maneras: primero el propio principio agente o moviente; segundo, la propia materia; tercero, el propio contrario de los opuestos, que es el término desde el cual principia el movimiento.

Porque decimos que el cuchillo es hechura del obrero, y de fierro y de lo informe. Ahora bien, la universalidad de las creaturas no es hecha de materia preexistente, porque la materia misma es producida por Dios. Y conforme a esto no se dice que las cosas creadas estén hechas de algo, sino que de lo contrario se dice que lo son de la nada, porque nada eran antes de que fuesen creadas para que fuesen. Hemos nacido de la nada (Sab 2,2). De Dios proceden todas las cosas como del primer agente. Todas las cosas proceden de Dios (ICo 2,12). Pero es de notarse que la preposición de parece designar las mismas maneras de ser, y sin embargo agrega esto: que designa siempre la causa consubstancial. Sin embargo, decimos que el cuchillo es de fierro, mas no que está hecho del obrero; y en cambio, de tal manera procede del padre el hijo que le es consubstancial, que decimos que el hijo es del padre. Ahora bien, las creaturas no proceden de Dios como consubstanciales a El, por lo cual no se dice que sean de El mismo, sino tan sólo por parte de El.*

En cuanto a la preposición per -por-, designa la causa de la operación, pero como la operación es el medio entre el que hace y lo hecho, de doble manera puede esta preposición por designar la causa de la operación.

De un modo en cuanto que la operación procede del operante: y así se dice que por sí obra lo que es para sí la causa de obrar. Y esto es ciertamente de un modo la forma, así como decimos que el fuego calienta por el calor. De otro modo si algo superior obra, por ejemplo si decimos que el hombre genera por virtud del sol, o mejor de Dios. Y de esta manera se dice que todas las cosas existen doblemente por El. De un modo, como por primer agente, por cuya virtud obran todas las demás cosas. Por mí reinan los reyes (Prov 8,15). De otro modo, en cuanto su sabiduría, que es su esencia, es la forma por la cual hizo Dios todas las cosas, según Proverbios 3,19: Por la Sabiduría fundó el Señor la tierra. De otro modo, esta preposición per -por- designa la causa de la operación, no en cuanto procede del operante sino en cuanto termina en la obra, así como decimos que el obrero hace el cuchillo

* Corresponde al ex latino, que en castellano suele traducirse con la preposición de, simplemente, lo cual no casa aquí con el contexto. (N. del T.).

por medio del martillo, lo cual no quiere decir que el martillo opere con el obrero como en los primeros modos se entendía, sino porque el cuchillo se hace por la operación del obrero mediante o por el martillo. Por lo cual se dice que esta preposición per -por- a veces designa autoridad en lo bueno, como cuando decimos: El rey obra por o mediante el Valido; lo cual corresponde a lo que ahora se dice. Mas a veces en sentido causal, como cuando se dice: El Valido obra por el Rey, lo cual corresponde al modo precedente.

Pero del modo del que ahora se habla se dice que todas las cosas son hechas por el Padre por o mediante el Hijo, según aquello de Juan 1,3: Por El fueron hechas todas las cosas; no de modo que el Padre tenga del Hi¡o el hacer las cosas, sino más bien porque el poder de hacer lo recibe del Padre el Hijo, mas no un poder instrumental o disminuido, o distinto, sino principal e igual y el mismo: Cuanto el Padre hace, de la misma manera lo hace el Hijo (Jn 5). De aquí que aun cuando todas las cosas sean hechas por el Padre por o mediante el Hijo -a Patre per Filium-, sin embargo el Hijo no es un instrumento o ministro del Padre.

En cuanto a la preposición in -en-, designa también un triple modo de ser de la causa: de un modo designa la materia, así como decimos que el alma está en el cuerpo, y la forma en la materia; pero de este modo no decimos que todas las cosas estén en Dios, porque no es El la causa material de las cosas.

De otra manera designa el modo de ser de la causa eficiente, en cuya potestad está el disponer sus efectos, y según esto se dice que todas las cosas están en El mismo, en cuanto que todas las cosas en su potestad y disposición se mantienen, según el Salmo 94,4: En su mano tiene toda la extensión de la tierra. Y en Hechos 17,28: En El vivimos y nos movemos y existimos. De una tercera manera designa el modo de ser de la causa final en cuanto que todo el bien de la cosa y su propia conservación se mantienen en lo óptimo suyo, y según esto se dice que todas las cosas existen en Dios como en la bondad que todo lo conserva. En El subsisten todas las cosas (Colos 1,17). La palabra todas se debe tomar de manera absoluta por todas las cosas que tienen verdadero ser, pues los pecados no tienen ser verdadero, porque en cuanto son pecados se les llama así por faltarles algún ente, ya que lo malo nada es sino una privación del bien. Y por eso cuando se dice: de El, y por El y en El son todas las cosas, no se debe entender esto respecto de los pecados, porque, según Agustín, el pecado no es nada, y nada hacen los hombres cuando pecan. Pero cuanto hay de entidad en el pecado es todo de Dios.

Así es que según las premisas, todas las cosas son por parte de Dios, como por parte de la primera facultad operante. Ahora bien, todas las cosas son por El, en cuanto que todas las hace por su sabiduría. Y todas las cosas están en El como en la bondad que las conserva. Y estas tres cosas -poder, sabiduría y bondad- son comunes a las tres Personas. Por lo cual esta sentencia: de El y por El y en El se puede atribuir a cualquiera de las tres divinas Personas, aunque el Poder, que tiene razón de principio, se le apropia al Padre, que es el principio de toda la divinidad; la sabiduría, al Hijo, que procede como verbo, que no es otra cosa que la sabiduría engendrada; la bondad se le apropia al Espíritu Santo, que procede como amor, cuyo objeto es la bondad. Y por eso, conforme a esas apropiaciones, podemos decir: de El mismo, o sea, del Padre; por El mismo, esto es, por el Hijo; en El mismo, o sea, en el Espíritu Santo, son todas las cosas.

En seguida, cuando dice: A El mismo sea el honor y la gloria muestra la dignidad de Dios, la cual consiste en dos cosas que ya están dichas. Porque por el hecho de que de El, y por El y en El son en verdad todas las cosas, se le debe honor y reverencia y sujeción por parte de todas las creaturas. Si Yo soy el Padre ¿dónde está la honra que me corresponde? Porque por no recibir de otro ni consejo ni don alguno, se le debe la gloria, así como al contrario se dice del hombre: Y si lo recibiste, ¿de qué te jactas como si no lo hubieras recibido? (ICo 4,7). Y por ser esto propio de Dios, se dice en Is 42,8: La gloria mía no la cederé a otro. Al último pone su eternidad, diciendo: Por los siglos de los siglos, porque su gloria no es transitoria, como la gloria del hombre, de la cual se dice en Is 40,6: Toda su gloria, como la flor del prado, sino que dura por los siglos de los siglos, esto es, por todos los siglos que seguirán a los siglos, en cuanto que por siglo se entiende la duración de cada una de las cosas. O bien los siglos de los siglos se llaman siglos, esto es, las duraciones de las cosas incorruptibles, que contienen los siglos de las cosas corruptibles, y principalmente la propia eternidad de Dios, la cual se puede llamar así de manera plural, aunque en sí misma sea una y simple, en atención a la multitud y diversidad de las cosas que contiene, de modo que el sentido sea: en siglos que contienen a los siglos: El Reino tuyo, reino es que se extiende a todos los siglos (Ps 144,13). Y todavía, por vía de confirmación, agrega un Amén, como si dijera: en verdad así es. Y así se toma en los Evangelios, en donde se dice: Amén -en verdad- os digo. Aunque a veces se toma por Fiat -hágase-, así sea. De aquí que en el Salterio de Jerónimo se dice: Dice todo el pueblo: Amen, amen, donde nosotros tenemos: Fiat, fiat.


CAPITULO 12



Lección 1: Romanos 12,1-3

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Rm 12,1-3)

Amonesta a los Romanos para que se presenten santos, y sobriamente sientan según la ciencia y la fe que Dios ha dado a cada quien.
1. Ahora pues, hermanos, os ruego encarecidamente por la misericordia de Dios que le ofrezcáis vuestros cuerpos como una hostia viva, santa y agradable a sus ojos, culto racional que debéis ofrecerle.
2. Y no queráis conformaros con éste siglo, antes bien transformaos con la renovación de vuestra mente, a fin de acertar qué es lo bueno, y lo más agradable y lo perfecto que Dios quiere.
3. Porque, en virtud de la gracia que me fue dada, digo a cada uno de entre vosotros que no sienta de sí más altamente dé lo que debe sentir, sino que sobriamente sienta según la medida de la fe que Dios a cada cual ha dado.

Habiendo mostrado el Apóstol la necesidad de las virtudes y el origen de la gracia, aquí ensena el uso de la gracia, lo cual es una instrucción de orden moral. Y acerca de esto hace dos cosas. Primero da la doctrina moral en general; luego, de manera especial desciende a algunas cosas particulares tocantes a quienes les escribe, acerca de Romanos 15,14: Yo también, hermanos míos, etc. Acerca de lo primero hace también dos cosas. Primero enseña el uso de la gracia, en cuanto a que el hombre sea perfecto; lo segundo, en cuanto a que el perfecto sostenga al imperfecto (Rm 14,1): Pero al que es débil, etc. Acerca de lo primero hace tres cosas. Primero presenta la perfección de vida en cuanto a la santidad con la que el hombre ha de servir a Dios; segundo, en cuanto a la justicia con la que cada quien se le presente al prójimo (Rm 13,1): Todos han de someterse, etc. Tercero, en cuanto a la limpieza que el hombre guarda en sí mismo (Rm 13,2): Y esto, conociendo el tiempo, etc. Acerca de lo primero todavía hace dos cosas. Primero amonesta al hombre para que a Dios se le presente santo; segundo, enseña de qué manera debe usar cada uno de los dones de la gracia de Dios con los que se santifica: Porque en virtud de la gracia que me fue dada, etc. Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero enseña de qué manera debe uno presentársele a Dios en cuanto al cuerpo; lo segundo, en cuanto al alma: Y no queráis conformaros, etc. Todavía hace dos cosas acerca de lo primero. Primero lleva a la observancia de las cosas que enseña, y esto doblemente. De un modo por parte de él mismo, diciendo: Ahora pues, hermanos, os ruego encarecidamente. Como si dijera: Se ha dicho que son incomprensibles los juicios de Dios, e inexcrutables sus caminos: así pues, os ruego encarecidamente, hermanos, que observéis las cosas que se os dicen. Y echa mano del ruego en atención a tres cosas. Primero para demostrar su humildad. El pobre habla suplicante (Prov 18,23); el pobre, que no se atiene a riquezas, porque no por lo que sea suyo sino por lo que es de Dios, trata de llevar a los hombres al bien. Porque este ruego u obsecración significa un recurso a lo sagrado. Lo segundo para más bien por el amor mover rogando que por el temor mandar autoritativamente. Por lo cual dice en Filemón 8-9: Aunque tengo toda libertad en Cristo para mandarte lo que conviene, prefiero, sin embargo, rogarte a título de amor. -Vosotros que sois espirituales enderezad al tal con espíritu de mansedumbre (Galat 6,1). Lo tercero, por reverencia a los Romanos, a quienes escribía. Al anciano no le reprendas con aspereza, sino exhórtale como a padre ("l Tim 5,1).

De otro modo los conduce por parte de Dios, diciendo: por la misericordia de Dios, por la cual seréis salvos. Según su misericordia nos salvó (Tit 3,5). Y por eso en consideración de la misericordia divina debemos hacer lo que amonestamos. ¿No debes tú también compadecerte de tu compañero, puesto que yo me compadecí de ti? (Mt 18,33). O bien puede decir por la misericordia de Dios, esto es, por la autoridad del Apostolado que misericordiosamente se me encomendó. He alcanzado la misericordia del Señor para ser fiel (ICo 7,25). Lo segundo es la admonición diciendo: que le ofrezcáis vuestros cuerpos, etc. Acerca de lo cual es de saberse que, como dice Agustín (Lib 10 de Civit. Dei), el sacrificio visible que exteriormente se le ofrece a Dios es el signo invisible del sacrificio con el que uno a sí mismo y sus cosas presenta en obsequio de Dios. Porque el bien del hombre es triple. Primero el bien del alma, que se le presenta a Dios mediante la humildad de la devoción y de la contrición, según aquello del Salmo 50,19: El espíritu compungido es el sacrificio grato para Dios. Lo segundo que tiene el hombre son los bienes exteriores, que le presenta a Dios mediante la dádiva de las limosnas. Por lo cual dice en Hebreos 13,1 ó: Y del bien hacer y de la mutua asistencia no os olvidéis: en sacrificios tales se complace Dios. El tercer bien que tiene el hombre es el del propio cuerpo; y en cuanto a esto dice: que le ofrezcáis a Dios vuestros cuerpos, como una hostia espiritual. Se llamaba hostia al animal inmolado a Dios, o porque se ofrecía por la victoria sobre los enemigos -(hostium, en latín)-, o por la seguridad respecto de los enemigos -(ab hostibus)-, o bien porque se inmolaba a la puerta -(ad ostium)- del tabernáculo. Ahora bien, le ofrece el hombre su cuerpo a Dios como hostia de tres maneras.

De una, cuando alguien expone su cuerpo a la pasión y a la muerte por Dios, como se dice de Cristo (Ef 5,2): Se entregó por nosotros como oblación y víctima a Dios. Y el Apóstol dice de sí mismo (Ph 2,17): Si se derrama mi sangre como libación sobre el sacrificio y culto de vuestra fe, me gozo. De la segunda manera, castigando el hombre su cuerpo con ayunos y vigilias para sujetárselo a Dios, según aquello de 1Co 9,27: Castigo mi cuerpo y lo sujeto a servidumbre. De una tercera manera, ofreciendo el hombre su cuerpo para el cumplimiento de las obras de justicia y del culto divino. Entregad vuestros miembros como siervos a la justicia para la santificación (Rm 6,19).

Mas débese considerar que la hostia que se le inmolaba a Dios se distinguía por cuatro cosas. Primeramente, la ofrenda debía estar íntegra y muerta. Por lo que se dice en Malaquías 1,14: Maldito será el fraudulento que tiene en su rebaño una res sin defecto, y habiendo hecho un voto, inmola al Señor una que es defectuosa. Y por eso ahora dice el Apóstol viva, para que la hostia de nuestro cuerpo que a Dios le ofrecemos esté viva por la fe vivificada por la caridad. Y si ahora vivo en carne, vivo por la fe en el Hijo de Dios (Gal 2,20). Mas se debe tener en cuenta que la hostia ordinaria que primeramente estaba viva se mataba para ser inmolada con el fin de hacer patente que hasta ese momento la muerte reinaba en el hombre por reinar el pecado, como arriba (cap. 5) está dicho. Pero esta nuestra hostia espiritual siempre vive, y progresa en vitalidad, como se dice en Jn 10,10: Yo he venido para que tengan vida y vida sobreabundante, porque ya ha sido suprimido el pecado por Cristo, a no ser que digamos que la hostia de nuestro cuerpo vive para Dios por la justicia de la fe, pero mortifica las concupiscencias de la carne. Por tanto, haced morir los miembros que aún tengáis en la tierra (Colos 3,5).

Segundo, la hostia ofrecida a Dios se santifica en la propia inmolación. De aquí que se dice en el Levítico (22,3): Hazles saber a ellos y a sus sucesores que cualquiera de su linaje que, siendo inmundo, tocare las cosas consagradas y ofrecidas al Señor por los hij'os de 1srael, perecerá ante el Señor. Por lo cual agrega la palabra santa por el sacrificio en cuya virtud se entrega nuestro cuerpo al servicio de Dios. Seréis santos para Mí porque santo soy Yo el Señor (iLevit 20,26). Ahora bien, propiamente de la santidad se habla respecto de Dios, en cuanto que el hombre observa las cosas que son justas en cuanto a Dios.

Lo tercero en cuanto a la misma destrucción del sacrificio se decía que era un sacrificio suave y agradable al Señor, según el Levítico (I,9): Y el sacerdote lo quemará sobre el altar en holocausto de olor suavísimo al Señor. Por lo cual aquí dice: Agradable a sus ojos, es claro que por la rectitud de intención. A fin de que pueda ser grato a los ojos de Dios en la luz de los vivientes (Ps 55,13).

Cuarto, en la misma preparación del sacrificio se le ponía sal. Por lo cual se dice en el Levítico (2,13): Todo. ¡o que ofrecieres en sacrificio lo has de sazonar con sal. Y en Marcos 9,48 se dice: La sal con que todos ellos serán salados. Porque la sal significa la discreción de la sabiduría. Por lo cual se dice en Col 4,5-6: Comportaos prudentemente con los de afuera; sea vuestro hablar siempre con buen modo, sazonado con sal. Por lo cual aquí sigue esto: culto racional que debéis ofrecerle, o sea, que con discreción le ofrezcáis a Dios vuestros cuerpos como' hostia, o bien por el martirio, o bien por la abstinencia, o bien por cualquier obra de justicia. Hágase, pues, todo honestamente y por orden (ICo 14,40). Y en el Salmo 98,4 se lee: Y la gloria del rey está en amar la justicia. De una manera se porta el hombre justo en cuanto a los actos interiores con los que obsequia a Dios, y de otra en cuanto a los externos. Porque el bien del hombre y su justicia radica principalmente en actos interiores, con los que el hombre cree, espera y ama. Por lo cual se dice en Lucas 17,21: El reino de Dios está en medio de vosotros. Y no radica principalmente en actos externos. E! reino de Dios no consiste en comer y beber (Rm 14,1 7). De aquí que los actos internos se tienen a modo de fin que se busca por sí mismo; y los actos externos por los que se le ofrecen a Dios los cuerpos se tienen como las cosas que son para un fin; y en lo que se busca como fin ninguna medida se aplica, sino que cuanto mayor fuere, , tanto mejor será. Pero en lo que se busca en atención al fin se tiene en cuenta una medida proporcionada al fin, así como el médico causa la salud tanto cuanto puede, pero no da tanta medicina cuanta podría dar, sino en cuanto considera que conviene para conseguir la salud. Y de manera semejante ninguna medida debe aplicar el hombre en materia de fe y de esperanza y de caridad, porque cuanto más cree y espera y ama, tanto mejor es, por lo cual se dice en el Deuteronomio (6,5): Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. En cambio, en los actos externos se debe aplicar la medida de la discreción en atención a la caridad. Por lo cual dice Jerónimo: ¿Acaso no deja perder la dignidad el hombre raciona! que al ayuno y las vigilias prefiere la sensación de la sa!ud cabal de modo que por el canto de los Salmos y de los Oficios dé ciertas señales de estolidez o de tristeza?

En seguida, cuando dice: Y no queráis conformaros, etc., muestra de qué manera se debe ofrecer el hombre a Dios en cuanto al alma. Y primero prohibe la conformidad con el siglo, diciendo: Y no queráis conformaros con este siglo, o sea, con las cosas que pasan con el tiempo. Porque el presente siglo es cierta medida de las cosas que con el tiempo perecen. Ahora bien, el hombre se conforma a las cosas temporales por el afecto, entregándoseles con el amor. Se hicieron execrables como las cosas que amaron (Oseas 9,10). La piedad pura e inmaculada ante Dios y Padre es ésta: preservarse de la contaminación de este siglo (Santiago 1,27). Y se conforma a este siglo quien imita la vida de los que viven mundanamente. Digo y testifico en el Señor que ya no andéis como andan los gentiles, conforme a la vanidad de su propio sentir (Efes 4,17).

Lo segundo que manda es la reformación interior de la mente, diciendo: Antes bien transformaos con la renovación de vuestra mente o sentido. Se dice que el sentido del hombre es la razón, porque por ella es por la que el hombre juzga sobre lo que ha de hacer; y tal sentido lo tuvo el hombre íntegro y actuante al ser creado. Por lo cual se dice en el Eclesiástico 17,6: Llenóles el corazón de discernimiento, y les hizo conocer los bienes y los males. Pero por el pecado se corrompió ese discernimiento y como que se arraigó así (Envejeciste en país extranjero: Baruc 3,1 1), y por lo consiguiente perdió su belleza y su decoro. Perdido ha la hija de Sión toda su hermosura (Trenos 1,6). Así es que el Apóstol nos amonesta para que nos reformemos, esto es, para que de nuevo asumamos la forma y la belleza de la mente que tuvo nuestro espíritu, lo cual se logra ciertamente mediante la gracia del Espíritu Santo, a cuya participación debe aplicarse el hombre, de modo que quienes nunca la hayan experimentado la conozcan, y que quienes la hayan sentido en ella progresen. Renovaos en el espíritu de vuestra mente (¡Ef 4,23). Que se renueve tu juventud como la del águila (Ps 102,5), O bien de otra manera: Renovaos en los actos externos con la renovación de vuestra mente, o sea, conforme a la renovación de la gracia que experimentasteis con la mente.

Tercero, da la razón de la predicha admonición cuando dice: a fin de acertar sobre lo que Dios quiere. Acerca de lo cual se debe considerar que así como el hombre que tiene infectado el paladar carece de un recto juicio de los sabores, tanto que suele abominar de lo que es gustoso y apetecer lo que es detestable; y en cambio quien tiene sano el paladar forma un recto juicio de los sabores, así también el hombre que tiene corrompido el afecto en cuanto conformado con las cosas temporales, no tiene un recto juicio sobre el bien; y en cambio el que tiene recto y sano el afecto, con su corazón renovado por la gracia, tiene un recto juicio acerca del bien. Y por lo mismo dice: No queráis conformaros con este siglo, antes bien transformaos con la renovación de vuestra mente, a fin de acertar, o sea. de que conozcáis experimentalmente (Gustad y ved cuan suave es el Señor: Salmo 33,9) lo que Dios quiere: que os salvéis (Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación: 1 Tes 4,3), acertando con lo que es bueno, porque quiere que nosotros queramos el bien honesto, y para esto nos lleva de la mano mediante sus preceptos (¡Oh hombre, yo te mostraré lo que conviene hacer y lo que el Señor pide de ti!: Miq 6,8), y con lo más agradable, por cuanto al bien dispuesto le es deleitable aquello que Dios quiere que nosotros queramos. Los mandamientos del Señor son rectos y alegran los corazones (Ps 18,9). Y no sólo lo útil para el fin que se ha de conseguir, sino también lo perfecto, lo que nos vincula con nuestro fin. Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5,48). Camina delante de Mí, y sé perfecto (Sen 17,1). Así es que tal voluntad de Dios experimentan aquellos que no se conforman a este siglo, sino que se reforman en la renovación de su mente. Pero los que permanecen en la vetustez, de acuerdo con el siglo, juzgan que no es buena la voluntad de Dios, sino pesada y nociva. ¡Oh, cuan sumamente áspera es la sabiduría para los hombres neciosi (Ecli 6,21).

En seguida, cuando dice: Porque, en virtud de la gracia, etc., enseña cómo debe usar el hombre de los dones de Dios. Y primero lo enseña en cuanto a los dones que no son comunes a todos, como las gracias gratis datas; segundo, en cuanto al don de la caridad, que a todos es común: El amor sea sin hipocresía etc. (Rm 12,9). Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero enseña de manera general cómo debe el hombre usar de las gracias gratis datas; segundo, vuelve a estas mismas por partes: Y tenemos dones diferentes (Rm 12,6). Acerca de lo primero hace dos cosas. Primero propone la enseñanza; luego, da su razón: Pues así como en un solo cuerpo, etc. (Rm 12,4). Acerca de lo primero hace tres cosas. Primero excluye lo innecesario, diciendo: Os he amonestado para que os reforméis con la renovación de vuestra mente, lo cual por cierto debéis hacer moderadamente. Porque digo, esto es, mando por la gracia del apostolado, y con autoridad apostólica, que me fue dada (y reconociendo la gracia que me fue dada para ir a los Gentiles: Galat 2,9; A mí, el ínfimo de todos los santos, ha sido dada esta gracia, etc.: Ef 3,8), a cada uno de entre vosotros, porque a todos os es útil esto. Quisiera que todos los hombres fuesen así como yo (ICo 7,7). Y digo que mando que cada uno no sienta de sí más altamente de lo que debe sentir, o sea, que nadie presuma de su mente o de su sabiduría, atreviéndose por encima de su medida. No quieras saber más de lo que conviene (Eccle 7,17). No he aspirado a cosas grandes, ni a cosas elevadas sobre mi capacidad (Ps 130,1).

Segundo, les aconseja lo central: sino que sobriamente sienta, o sea, os mando que mesuradamente sintáis según la gracia que se os haya dado. Porque la sobriedad entraña la medida. Y aun cuando la palabra sobriedad se diga propiamente acerca de beber vino, se puede sin embargo aplicar a cualquier materia en que el hombre guarde la debida medida. Vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo actual (Tito 2,12). Tercero, enseña en cuanto a qué se debe considerar la medida del medio, diciendo: Y esto, digo, según Dios ha dado a cada uno, o sea, ha distribuido, la medida de la fe, esto es, la medida de sus dones, la cual se ordena a la edificación de la fe. A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para utilidad (ICo 12,7). Porque Dios da tales dones, no los mismos para todos, sino que distribuye de diversa manera a los diversos, según 1 Corintios 12,4: Hay diversidad de dones, mas el espíritu es uno mismo. Ni a todos les da igualmente, sino a cada uno según cierta medida. A cada uno de nosotros le ha sido dada la gracia en la medida del don de Cristo (Ef 4,7). Y por eso, sintiendo sobriamente el Aposto! según esta medida, decía (2Co !0,13): Por lo tanto, no nos gloriaremos desmesuradamente, sino a medida de la regla que Dios nos ha dado. Aunque sólo a Cristo se le dio el Espíritu sin medida, como se dice en Jn 3,34. Y no sólo da Dios con medida las gracias gratis datas, sino también la propia fe que opera por el amor. De aquí que (Lc 17,5) los discípulos de Cristo dijeran: Señor, auméntanos la fe.






Tomas Aq. - Romanos 54