Introducción vida devota 209

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CAPÍTULO IX DE LAS SEQUEDADES QUE NOS VIENEN EN LA MEDITACIÓN

Filotea, si te acontece que no encuentras gusto ni consuelo en la meditación, te conjuro que no te turbes, sino que, antes bien, abras la puerta a las oraciones vocales: quéjate de ti misma a Nuestro Señor; confiesa tu indignidad, pídele que te ayude, besa su imagen, si la tienes en la mano, dile estas palabras de Jacob: «No, Señor, no te dejaré, si antes no me das tu bendición»; o las de la Cananea: «Sí, Señor, soy un perro.. pero los perros comen las migajas de la mesa de sus dueños». Otra vez, toma un libro en la mano y léelo con atención, hasta que tu espíritu se despierte y vuelva en sí: estimula, alguna vez tu corazón mediante alguna actitud o movimiento de devoción exterior, como postrarte en tierra, juntar las manos sobre el pecho, abrazar el crucifijo: todo ello si estás en algún lugar a solas.

Y, si después de todo esto, todavía no te sientes consolada, por grande que sea tu sequedad, no te aflijas, sino sigue en devota actitud, delante de Dios. ¡Cuántos cortesanos hay, que van cien veces al año a la cámara de su príncipe, sin ninguna esperanza de hablarle, únicamente para ser vistos y rendirle homenaje! De esta manera, amada Filotea, hemos de ir a la oración, pura y simplemente para cumplir con nuestro deber y dar testimonio de nuestra fidelidad. Y, si la divina Majestad se digna hablarnos y conversar con nosotros con sus santas inspiraciones y consuelos interiores, esto será ciertamente, para nosotros,un gran honor y motivo de gran gozo, pero, si no quiere hacernos esta gracia, sino que quiere dejarnos allí, sin decirnos palabra, como si no nos viese o no estuviésemos en su presencia, no nos hemos de retirar, sino, que al contrario, hemos de permanecer allí, delante de esta soberana bondad, en actitud devota y tranquila; y entonces, infaliblemente, Él se complacerá en nuestra paciencia y tendrá en cuenta nuestra asiduidad y perseverancia, y, otra vez, cuando volvamos a su presencia, nos hará mercedes y conversará con nosotros con sus consolaciones, haciéndonos ver la amenidad de la santa oración. Pero, si no lo hace, estemos, empero, contentos, Filotea, pues harto honor es estar cerca de Él y en su presencia.


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CAPÍTULO X LA ORACIÓN DE LA MAÑANA

Además de esta oración mental perfecta y ordenada y de las demás oraciones vocales que has de rezar una vez al día, hay otras cinco clases de oraciones más breves, que son como efectos y renuevos de la otra oración más completa; de las cuales la primera es la que se hace por la mañana, como una preparación general para todas las obras del día. Las harás de esta manera:
1.
1. Da gracias y adora profundamente a Dios por la merced que te ha hecho de haberte conservado durante la noche anterior; y, si hubieses cometido algún pecado, le pedirás perdón.
2. 2. Considera que el presente día se te ha dado para que, durante el mismo puedas ganar el día venidero de la eternidad, y haz el firme propósito de emplearlo con esta intención.
3. 3. Prevé qué ocupaciones, qué tratos y qué ocasiones puedes encontrar, en este día de servir a Dios, y qué tentaciones de ofenderle pueden sobrevenir, a causa de la ira, de la vanidad o de cualquier otro desorden; y, con una santa resolución, prepárate para emplear bien los recursos que se te ofrezcan de servir a Dios y de progresar en el camino de la devoción; y, al contrario, dispónte bien para evitar, combatir o vencer lo que pueda presentarse contrario a tu salvación y a la gloria de Dios. Y no basta hacer esta resolución, sino que es menester preparar la manera de ejecutarla. Por ejemplo, si preveo que tendré que tratar alguna cosa con una persona apasionada o irascible, no sólo propondré no dejarme llevar hasta el trance de ofenderla, sino que procuraré tener preparadas palabras de amabilidad para prevenirla, o procuraré que esté presente alguna otra persona, que pueda contenerla. Si preveo que podré visitar un enfermo, dispondré la hora y los consuelos pertinentes que he de darle; y así de todas las demás cosas.

4. 4. Hecho esto, humíllate delante de Dios y reconoce que, por ti misma, no podrás hacer nada de lo que has resuelto, ya sea para evitar el mal, ya sea para practicar el bien. Y, como si tuvieses el corazón en las manos, ofrécelo, con todas tus buenas resoluciones, a la divina Majestad y suplícale que lo tome bajo su protección y que lo robustezca, para que salga airoso en su servicio, con estas o semejantes palabras interiores: «Señor, he aquí este pobre y miserable corazón que, por tu bondad, ha concebido muchos y muy buenos deseos. Pero, ¡ay!, es demasiado débil e infeliz para realizar el bien que desea, si no le otorgas tu celestial bendición, la cual, con este fin, yo te pido, ¡oh Padre de bondad!, por los méritos de la pasión de tu Hijo, a cuyo honor consagro este día y el resto de mi vida». Invoca a Nuestra Señora, a tu Ángel de la Guarda y a los Santos, para que te ayuden con su asistencia.

Mas estos actos, si es posible, se han de hacer breve y fervorosamente, antes de salir de la habitación, a fin de que, con este ejercicio, quede ya rociado con las bendiciones de Dios, todo cuanto hagas durante el día. Lo que te ruego, Filotea, es que jamás dejes este ejercicio.


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CAPÍTULO XI DE LA ORACIÓN DE LA NOCHE Y DEL EXAMEN DE CONCIENCIA

a. Así como antes de la comida temporal, haces la comida espiritual, por medio de la meditación, de la misma manera, antes de la cena, has de hacer una breve cena o, al menos, una colación, devota y espiritual. Procura, pues, tener un rato libre antes de la hora de cenar, y, postrado delante de Dios, recogiendo tu espíritu en la presencia de Cristo crucificado (que te representarás con una sencilla consideración o mirada interior), aviva en tu corazón el fuego de la meditación de la mañana, con algunas fervorosas aspiraciones, actos de humildad y amorosos suspiros inspirados en este divino Salvador de tu alma, o bien repitiendo los puntos que más hayas saboreado en dicha meditación, o bien excitándote con alguna otra consideración, como más te plazca.

b. En cuanto al examen de conciencia, que siempre has de hacer antes de acostarte, todos sabemos cómo se ha de practicar.

1.
1. Demos gracias a Dios por habernos conservado durante el día.
2. 2. Examinemos cómo nos hemos portado en cada hora, y, para hacerlo con mayor facilidad, consideremos dónde, con quiénes y en qué ocupaciones nos hemos empleado.
3. 3. Si descubrimos que hemos hecho alguna obra buena, demos gracias a Dios; si, al contrario, hemos hecho algún mal, de pensamiento, palabra u obra, pidamos perdón a su divina Majestad, con el propósito de confesarnos, en la primera ocasión, y de enmendarnos con diligencia.
4. 4. Después de esto, encomendemos a la Providencia divina nuestro cuerpo, nuestra alma, la Iglesia, los padres, los amigos; pidamos a Nuestra Señora, al Ángel de la Guarda y a los santos, que velen por nosotros, y, con la bendición de Dios, vayamos a tomar el descanso, que Él ha querido que nos sea necesario.
Este ejercicio, lo mismo que el de la mañana, nunca se ha de omitir; porque, con el de la mañana, abres las ventanas de tu alma al Sol de justicia, y, con el de la noche, las cierras a las tinieblas del infierno.


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CAPÍTULO XII EL RETIRO ESPIRITUAL

En este punto, amada Filotea, es donde deseo que sigas mi consejo; porque es aquí donde se encuentra uno de los recursos más seguros para tu aprovechamiento espiritual.
Pon, cuantas veces puedas, durante el día, tu espíritu en la presencia de Dios, por alguna de las cuatro maneras más arriba indicadas; considera lo que hace Dios y lo que haces tú, y verás cómo sus ojos te miran y están perpetuamente fijos en ti, con un amor incomparable. ¡Oh Dios!, dirás, ¿por qué no te miro yo siempre como Tú me miras a mí? ¿Por qué piensas en mí con tanta frecuencia, y yo pienso tan poco en Ti? ¿ Dónde estamos, alma mía? Nuestra verdadera morada es Dios, y ¿dónde nos encontramos?
Así como los pájaros tienen sus nidos en los árboles, para retirarse a ellos cuando tienen necesidad, y los ciervos sus escondrijos y sus defensas, donde se ocultan y se amparan y donde toman el fresco de la sombra en el verano, de la misma manera, Filotea, nuestros corazones han de escoger, cada día, algún lugar, en la cima del Calvario, en las llagas de Nuestro Señor o en cualquiera otro sitio cercano a Él, donde guarecernos en toda clase de ocasiones, donde rehacernos y recrearnos en medio de las ocupaciones exteriores, y para estar allí, como en una fortaleza, para defendernos contra las tentaciones. Bienaventurada el alma que podrá decir con verdad al Señor: «Tú eres mi casa de refugio, mi firme defensa, mi techo contra la lluvia, mi sombra contra el calor».
Acuérdate, pues, Filotea, de hacer siempre muchos retiros en la soledad de tu corazón, mientras corporalmente te encuentras en medio de las conversaciones y quehaceres, y esta soledad mental no puede ser, en manera alguna, impedida por la multitud de los que nos rodean, porque ellos no están alrededor de tu corazón, sino alrededor de tu cuerpo, de tal manera que tu corazón permanece solo en la presencia de Dios. Es el ejercicio que practicaba David, en medio de sus muchas ocupaciones, según lo afirma en muchos pasajes de sus salmos, como cuando dice: « ¡Oh Señor!, yo siempre estoy contigo. Veo siempre a mi Dios delante de mí. Levanto mis ojos a Tí, ¡ oh Dios mío!, que habitas en los cielos. Mis ojos siempre están puestos en Dios». Además, las conversaciones no son ordinariamente tan importantes, que no sea posible, de cuando en cuando, apartar de ellas el corazón, para ponerlo en esta divina soledad.

A Santa Catalina de Sena, a quien su padre y su madre habían privado de toda comodidad y ocasión para poder orar y meditar, inspirándole Nuestro Señor que hiciese un pequeño oratorio en su espíritu, al cual pudiese retirarse mentalmente, para entregarse a esta santa soledad espiritual, en medio de las ocupaciones exteriores. Y, desde entonces, cuando el mundo la acometía, no recibía de ello ninguna molestia, porque, como ella misma decía, se encerraba en su celda interior, donde se consolaba con su celestial esposo.
Así, aconsejaba a sus hijos espirituales que edificasen una celda en su corazón y que se retirasen a ella.
Encierra, pues, algunas veces tu espíritu en tu corazón, donde, separada de todos, pueda tu alma comunicarse íntimamente con Dios, para decirle con David: «He estado en vela y me he hecho semejante al pelícano del desierto. Estoy como el buho o la lechuza en las hendiduras de la pared o como el ave solitaria en la techumbre». Estas palabras, aparte de su sentido literal (que demuestra cómo este gran rey se tomaba algunas horas para vivir en la soledad y entregarse a la contemplación de las cosas espirituales), nos muestran, en su sentido místico, tres excelentes lugares de retiro y como tres ermitas, donde podamos ejercitar nuestra soledad, a imitación de nuestro Salvador, que, en la cima del Calvario, fue como el pelícano de la soledad, que con su sangre da vida a sus polluelos muertos; en su Natividad en un establo abandonado, fue como el buho en las hendiduras de la pared, lamentando y doliéndose de nuestras culpas y pecados, y, el día de la Ascensión, fue como el ave solitaria que se retira y vuela hacia el cielo que es como el techo del mundo. El bienaventurado EIzeario, conde de Arián, en Provenza, habiendo estado mucho tiempo ausente de su devota y casta Delfina, recibió de ella un propio, que fue a enterarse de su salud, al cual respondió: «Me encuentro muy bien, amada esposa; si quieres verme, búscame en la llaga del costado de nuestro dulce Jesús, pues es allí donde yo habito y allí me encontrarás; en balde me buscarás en otra parte». ¡He aquí un caballero cristiano de verdad!


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CAPÍTULO XIII DE LAS ASPIRACIONES, ORACIONES, JACULATORIAS Y BUENOS PENSAMIENTOS

a. Nos retiramos en Dios porque aspiramos a Él, y aspiramos a Él para retirarnos en Él, de manera que la aspiración a Dios y el retiro espiritual son dos cosas que se completan mutuamente y ambas proceden y nacen de los buenos pensamientos. Levanta, pues, con frecuencia el corazón a Dios, Filotea, con breves pero ardientes suspiros de tu alma. Admira su belleza, invoca su auxilio, arrójate, en espíritu, al pie de la cruz, adora su bondad, pregúntale, con frecuencia, sobre tu salvación, ofrécele, mil veces al día, tu alma, fija tus ojos interiores en su dulzura, alárgale la mano, como un niño pequeño a su padre, para que te conduzca, pónlo sobre tu corazón, como un ramo delicioso, plántalo en tu alma, como una bandera, y mueve de mil diversas maneras tu corazón, para entrar en el amor de Dios y excitar en ti una apasionada y tierna estimación a este divino esposo.

b. Así se hacen las oraciones jaculatorias, que el gran San Agustín, aconseja con tanto encarecimiento a la devota dama Proba. Filotea, nuestro espíritu, entregándose al trato, a la intimidad y a la familiaridad con Dios, quedará todo él perfumado de sus perfecciones; y, ciertamente, este ejercicio no es difícil, porque puede entrelazarse con todos los quehaceres y ocupaciones, sin estorbarlas en manera alguna, porque, ya en el retiro espiritual, ya en estas aspiraciones interiores, no se hacen más que pequeñas y breves digresiones, que, no impiden, sino que ayudan mucho a lograr lo que pretendemos. El caminante que bebe un sorbo de vino, para alegrar su corazón y refrescar su boca, aunque para ello se detiene unos momentos, no interrumpe el viaje, sino que toma fuerzas para llegar más pronto y con más alientos, no deteniéndose sino para andar mejor.

c. Muchos han reunido varias aspiraciones vocales, que, verdaderamente, son muy útiles; pero, si quieres creerme, no te sujetes a ninguna clase de palabras, sino pronuncia, con el corazón

d. o con los labios, las que el amor te dicte, ya que él te inspirará todas cuantas quieras. Es verdad que hay ciertas palabras que, en este punto, tienen una fuerza especial para satisfacer al corazón-, tales son las aspiraciones tan abundantemente sembradas en los salmos de David, las diversas invocaciones del nombre de Jesús y las expresiones amorosas escritas en el Cantar de los Cantares. Los cánticos espirituales también sirven para este fin, con tal que se canten con atención.
Finalmente, así como los que están enamorados con un amor puramente humano y natural, tienen siempre fijos sus pensamientos en el ser querido, su corazón lleno de afectos para con él, su boca llena de sus alabanzas y, durante su ausencia, no pierden coyuntura de manifestar su amor por cartas, y no encuentran árbol en cuya corteza no graben el nombre del ser amado; de la misma manera, los que aman a Dios no pueden dejar de pensar en Él, suspirar por Él, aspirar a Él, hablar de Él, y querrían, si posible fuese, imprimir sobre el pecho de todas las personas del mundo el santo y sagrado nombre de Jesús. Y a esto les invitan todas las cosas, y no hay criatura que no les anuncie las alabanzas de su amado, y, como dice San Agustín, sacándolo de San Antonio, todo cuanto hay en el mundo les habla un lenguaje mudo, pero muy inteligible, en alabanza de su amor; todas las cosas les inspiran buenos pensamientos, de los cuales nacen, después, muchos movimientos y aspiraciones hacia Dios. He aquí algunos ejemplos.


San Gregorio, obispo de Nacianzo, según refería él mismo a los fieles, mientras paseaba por la playa miraba cómo las olas se extendían sobre la arena y cómo dejaban conchas y caracoles marinos, hierbas pequeñas, ostras y otras parecidas menudencias, que el mar echaba, o, por mejor decir, escupía hacia fuera; después, otras olas volvían a engullir y a coger de nuevo una parte de aquéllo, mientras que las rocas de aquellos contornos permanecían firmes e inmóviles, por más que las aguas las azotasen fuertemente. Pues bien, acerca de esto tuvo este hermoso pensamiento, a saber, que los débiles, imitando a las conchas, a los caracoles y a las hierbas, ora se dejan llevar de la aflicción, ora de la consolación, hechos juguete de las olas y del vaivén de la fortuna, mientras que las almas fuertes permanecen firmes e inmóviles a toda clase de vientos, y estos pensamientos le hicieron repetir estas aspiraciones de David: « ¡ Oh Señor, sálvame, porque las aguas han entrado hasta mi alma! ¡ Oh Señor, líbrame del abismo de las aguas! Me he hundido hasta lo más profundo del mar y la tempestad me ha sumergido». Y es que entonces estaba afligido por la injusta usurpación que de su obispado había intentado Máximo.

a. San Fulgencio obispo de Ruspa, encontrándose en una asamblea general de la nobleza romana, a la que Teodorico, rey de los godos, arengaba, al ver el esplendor de tantos magnates, cada uno de los cuales asistía según su categoría, exclamó: « ¡ Oh Dios, qué hermosa debe ser la Jerusalén celestial, si acá abajo aparece tan brillante la Roma terrenal! Y, si, en este mundo, andan en medio de tantos esplendores los amadores de la vanidad, ¡qué gloria debe estar reservada, en el otro mundo, a los contempladores de la verdad!».

b. Se dice que San Anselmo, arzobispo de Cantorbery, cuyo nacimiento ha honrado en gran manera a nuestras montañas, era admirable en esta práctica de los buenos pensamientos. Una liebre acosada por los perros corrió a refugiarse bajo el caballo de este santo prelado, que entonces iba de viaje, como a un refugio que le sugirió el inminente peligro de muerte; y los perros, ladrando alrededor, no se atrevían a violar la inmunidad del lugar, donde su presa se había refugiado; espectáculo verdaderamente extraordinario, que causaba risa a toda la comitiva, mientras el gran Anselmo, llorando y gimiendo, decía: « i Ah!, vosotros reís, pero el pobre animal no ríe; los enemigos del alma, perseguida y extraviada por los senderos tortuosos de toda clase de vicios, la acechaban en el trance de la muerte, para arrebatarla y devorarla, y ella, llena de miedo, busca por todas partes auxilio y refugio, y, si no lo encuentra, sus enemigos se burlan y se ríen». Y, dicho esto, se alejó suspirando.

Constantino el Grande honró a San Antonio, escribiéndole, cosa que dejó admirados a los religiosos que estaban a su alrededor, a los cuales dijo: « ¿ Por qué os admiráis de que un rey escriba a un hombre? Admirad más bien que el Dios eterno haya escrito su ley a los mortales, y más aún que les haya hablado de tú a tú, en la persona de su Hijo».


a. San Francisco al ver a una oveja sola, en medio de un rebaño de cabras: «Mira -dijo a su compañero-, qué mansa está esta ovejita entre todas las cabras: También Nuestro Señor andaba manso y humilde entre los faríseos». Y, al ver, en otra, ocasión, a un corderito devorado por un cerdo: « i Ah, corderito-exclamó-, cómo me recuerdas al vivo la muerte de mi Salvador!»

b. Este gran personaje de nuestros tiempos, Francisco de Borja, cuando todavía era duque de Gandía e iba de caza, se entretenía en mil devotos pensamientos: «Me maravillaba -decía después él mismo-, de cómo los halcones vuelven a la mano, se dejan tapar los ojos y atar a la percha, y los hombres son tan rebeldes a la voz de Dios».

c. El gran San Basilio dice que la rosa entre las espinas sugiere esta reflexión a los hombres: «Lo más agradable de este mundo, ¡oh mortales!, anda mezclado de tristeza; nada hay que sea enteramente puro: el dolor siempre acompaña a la alegría, la viudez al matrimonio, eJ trabajo a la fertilidad, la ignominia a la gloria, la injuria a los honores, el tedio a las delicias y la enfermedad a la salud. La rosa-dice este personaje-, es una flor, pero me causa una gran tristeza, porque me recuerda el pecado, por el cual la tierra ha sido condenada a producir espinas».

d. Una alma devota, al ver un riachuelo y al contemplar en él el cielo reflejado con sus estrellas, en una noche serena, decía: « ¡ Oh, Dios mío!, estas mismas estrellas estarán bajo tus pies, cuando me hayas recibido en tus santos tabernáculos; y, así como las estrellas se reflejaban en la tierra, así también los hombres de la tierra están reflejados en el cielo, en la fuente viva de la caridad divina».

Otro, al ver la corriente de un río, exclamaba: «Mi alma jamás tendrá reposo hasta que se haya abismado en el mar de la Divinidad, que es su origen». Y San Francisco, mientras contemplaba un hermoso riachuelo, en cuya orilla se había arrodillado, para orar, fue arrebatado en éxtasis y repetía muchas veces estas palabras: «La gracia de mi Dios se desliza dulce y suavemente como este pequeño riachuelo».
Otro, al ver cómo florecían los árboles, suspiraba: « ¿ Por qué soy yo el único que no florezco en el jardín de la Iglesia?» Otro, al ver los polluelos cobijados bajo su madre: « ¡ Oh Señor! -decía-, guárdanos bajo la sombra de tus alas». Otro, al ver el girasol, preguntaba. «¿Cuándo será, mi Dios, que mi alma seguirá los atractivos de tu bondad?» Y, al contemplar los pensamientos del jardín, hermosos a la vista, pero sin perfume, decía: « ¡ Ah! así son mis pensamientos, hermosos en la forma, pero sin fruto».


a. He aquí, mi Filotea, cómo se sacan los buenos pensamientos y las santas inspiraciones de ;as cosas que se nos ofrecen, en medio de la variedad de esta vida mortal. Desgraciados los que alejan a las criaturas del Creador, para convertirlas en instrumento de pecado; bienaventurados los que se sirven de ellas para la gloria de su Creador y hacen que su vanidad redunde en honor de la verdad. «Ciertamente -dice San Gregorio Nacianzeno-, me he acostumbrado a referir todas las cosas a mi provecho espiritual». Lee el epitafio que escribió San Jerónimo acerca de Santa Paula, porque es bella cosa ver cómo todo él está lleno de santas inspiraciones y pensamientos que ella hacía en todas las ocasiones.

b. Pues bien, en este ejercicio del retiro espiritual y de las oraciones jaculatorias estriba la gran obra de la devoción. Este ejercicio puede suplir el defecto de todas las demás oraciones, pero su falta no puede ser reparada por ningún otro medio. Sin él, no se puede practicar bien la vida contemplativa, ni tampoco, cual conviene, la vida activa; sin él, el descanso es ociosidad, y el trabajo, estorbo. Por esta causa te recomiendo muy encarecidamente que lo abraces con todo el corazón, sin apartarte jamás de él.


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CAPÍTULO XIV DE LA SANTA MISA Y CÓMO SE HA DE OIR

1.
1. Todavía no te he hablado del sol de las prácticas espírituales, que es el santísimo, sagrado y muy excelso sacrificio y sacramento de la Misa, centro de la religión cristiana, corazón de la devoción, alma de la piedad, misterio inefable, que comprende el abismo de la caridad divina, y por el cual Dios, uniéndose realmente a nosotros, nos comunica magníficamente sus gracias y favores.
2. 2. La oración, hecha en unión de este divino sacrificio, tiene una fuerza indecible, de suerte, Filotea, que, por él, el alma abunda en celestiales favores, porque se apoya en su Amado, el cual la llena tanto de perfumes y suavidades espirituales, que la hace semejante a una columna de humo de leña aromática, de mirra, de incienso y de todas las esencias olorosas, como se dice en el Cantar de los Cantares.
3. 3. Haz, pues, todos los esfuerzos posibles, para asistir todos los días a la santa Misa, con el fin de ofrecer.. con el sacerdote, el sacrificio de tu Redentor a Dios, su Padre, por ti y por toda la Iglesia. Los ángeles, como dice San Juan Crisóstomo, siempre están allí presentes, en gran número, para honrar este santo misterio; y nosotros, juntándonos a ellos y con la misma intención, forzosamente hemos de recibir muchas influencías favorables de esta compañía. Los coros de la Iglesia militante, se unen y se juntan con Nuestro Señor, en este divino acto, para cautivar en Él, con Él y por Él, el corazón de Dios Padre, y para hacer enteramente nuestra su misericordia. ¡ Qué dicha para el alma aportar devotamente sus afectos para un bien tan precioso y deseable!
4. 4. Si forzosamente obligada, no puedes asistir a la celebración de este augusto sacrificio, con una presencia real, es menester que, a lo menos' lleves allí tu corazón, para asistir de una manera espiritual. A cualquiera hora de la mañana ve a la iglesia en espíritu, si no puedes ir de otra manera; une tu intención a la de todos los cristianos, y, en el lugar donde te encuentres, haz los mismos actos interiores que harías, si estuvieses realmente presente a la celebración de la santa Misa en alguna iglesia.

5. Ahora bien, para oír, real o mentalmente, la santa Misa, cual conviene:
1.º Desde que llegas, hasta que el sacerdote ha subido al altar, haz la preparación juntamente con él, la cual consiste en ponerte en la presencia de Dios, en reconocer tu indígnidad y en pedir perdón por tus pecados, 2º Desde que el sacerdote sube al altar hasta el Evangelio, considera la venida y la vida de Nuestro Señor en este mundo, con una sencilla y general consideración. 3º Desde el Evangelio hasta después del Credo, considera la predicación de nuestro Salvador, promete querer vivir y morir en la fe y en la obediencia de su santa palabra y en la unión de la santa Iglesia católica. 4º Desde el Credo hasta el Pater Noster, aplica tu corazón a los misterios de la muerte y pasión de nuestro Redentor, que están actual y esencialmente representados en este sacrificio, el cual, juntamente con el sacerdote y el pueblo, ofrecerás a Dios Padre, por su honor y por tu salvación. 5º Desde el Pater Noster hasta la comunión, esfuérzate en hacer brotar de tu corazón mil deseos, anhelando ardientemente por estar para siempre abrazada y unida a nuestro Salvador con un amor eterno. 6º Desde la comunión hasta el fin, da gracias a su divina Majestad por su pasión y por el amor que te manifiesta en este santo sacrificio, conjurándole por éste, que siempre te sea propicio, lo mismo a ti que a tus padres, a tus amigos y a toda la Iglesia, y, humillándote con todo tu corazón recibe devotamente la bendición divina que Nuestro Señor te da por conducto del celebrante.
Pero, si, durante la Misa, quieres meditar los misterios que hayas escogido para considerar cada día, no será necesario que te distraigas en hacer actos particulares, sino que bastará que, al comienzo, dirijas tu intención a querer adorar a Dios y ofrecerle este sacrificio por el ejercicio de tu meditación u oración, pues en toda meditación se encuentran estos mismos actos o expresa, o tácita o virtualmente.


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CAPÍTULO XV DE OTROS EJERCICIOS PÚBLICOS Y EN COMÚN

a. Además de esto, Filotea, los domingos y días de fiesta, asistirás al oficio de las Horas y de las Vísperas, si puedes buenamente; porque estos días están dedicados a Dios, y han de hacerse más actos en honor y gloria suya, que los demás días. Si así lo hicieres, sentirás mil dulzuras de devoción, como le ocurría a San Agustín, el cual afirma en sus confesiones que, al oír los divinos oficios, en los comienzos de su conversión, se derretía su corazón de suavidad y se arrasaban sus ojos de lágrimas de piedad. Aparte (para decirlo de una vez por todas) de que se siente más consuelo en los ejercicios públicos de la Iglesia, que en los actos particulares, pues Dios ha dispuesto que la comunidad sea preferible a cualesquiera singularidades.

b. Entra de buen grado en las cofradías del lugar donde resides, especialmente en aquellas cuyos ejercicios producen más fruto de edificación; porque, en esto, practicarás una especie de obediencia muy agradable a Dios, pues si bien no está mandado el ingreso en las cofradías, no obstante está muy recomendado por la Iglesia, la cual, para demostrar que es su deseo el que muchos se alisten en ellas, concede indulgencias y otros privilegios a los cofrades. Además, siempre es cosa muy caritativa concurrir y cooperar a los buenos intentos de otros. Y, aunque pueda darse el caso de que alguno haga, en particular, los mismos actos de piedad que, en las cofradías, se hacen en común, y aunque encuentre más gusto en hacerlos privadamente, Dios, empero, es más glorificado en la unión de nuestras buenas obras con las de nuestros hermanos.

Lo mismo digo de toda clase de preces y devociones públicas, a las cuales, en la medida de lo posible, hemos de aportar nuestro buen ejemplo, para la edificación del prójimo, y nuestro celo por la gloria de Dios y por las intenciones de la comunidad.


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CAPÍTULO XVI QUE ES MENESTER HONRAR E INVOCAR A LOS SANTOS

Puesto que, con mucha frecuencia, nos envía Dios sus inspiraciones, por medio de sus ángeles, también nosotros hemos de hacer llegar a Él nuestras aspiraciones por el mismo camino. Las almas santas de los difuntos, que están en el paraíso con los ángeles, y que, como dice Nuestro Señor, son iguales y semejantes a los ángeles, desempeñan el mismo oficio: el de inspirarnos y el de suspirar por nosotros con sus santas oraciones. Filotea, unamos nuestros corazones a estos celestiales espíritus y almas bienaventuradas, y, así como los pequeños ruiseñores aprenden a cantar de los que son mayores, de la misma manera, por la sagrada amistad que entablaremos con los santos, sabremos orar y cantar mejor las divinas alabanzas: «Cantaré salmos -decía David-en presencia de los ángeles>.
Honra, venera y reverencia, de un modo especial, a la sagrada y gloriosa Virgen María: ella es la Madre de nuestro Padre, que está en los cielos y, por consiguiente, es nuestra gran Madre. Acudamos, pues, a ella y, como hijitos suyos, lancémonos a su regazo con una perfecta confianza; en todo momento y en todas las ocasiones, acudamos a esta Madre, invoquemos su amor maternal, procuremos imitar sus virtudes y tengamos para con ella un verdadero corazón de hijo.
Familiarízate mucho con los ángeles; contémplalos con frecuencia, invisiblemente presentes en tu vida, y, sobre todo, estima y venera el de la diócesis a la cual perteneces, a los de las personas con quienes convives, y, especialmente, al tuyo; suplícales con frecuencia, alábales siempre y sírvete de su ayuda y auxilio en todos los negocios, espirituales y temporales, para que cooperen a tus intenciones .


a. El gran Pedro Fabro, primer sacerdote, primer predicador, primer lector de teología de la Compañía de Jesús y primer compañero de San Ignacio, fundador de la misma, al regresar de Alemanía, donde había prestado grandes servicios a la gloria de Nuestro Señor, pasó por esta diócesis, lugar de su nacimiento, y contó que, habiendo atravesado muchas regiones de herejes, había recibido mil consuelos, por haber saludado, al llegar a cada parroquia, a sus ángeles protectores, y había experimentado sensiblemente que éstos le habían sido propicios, en su defensa contra las asechanzas de los herejes y le habían ayudado a amansar a muchas almas y a hacerles dóciles a la doctrina de salvación. Y decía esto con tanto entusiasmo, que una señora, entonces joven, que se lo oyó referir, le explicaba hace sólo cuatro años, es decir, sesenta años después, muy emocionada. El año pasado, tuve el consuelo de consagrar un altar en el mismo lugar donde Dios hizo nacer a este santo varón, en el pueblo de Villaret, dentro de nuestras más escarpadas montañas.

b. Elige algunos santos particulares, cuya vida puedas saborear e imitar mejor, y en cuya intercesión tengas una especial confianza; el santo de tu nombre te ha sido señalado ya desde el Bautismo.



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CAPÍTULO XVII COMO SE HA DE ESCUCHAR Y LEER LA PALABRA DE DIOS

a. Seas devota de la palabra de Dios. Tanto si la escuchas en las conversaciones familiares con tus amigos espirituales, como si la escuchas en el sermón, hazlo siempre con atención y reverencia; saca de ella provecho, y no permitas que caiga en tierra, sino recíbela en tu corazón, como un bálsamo precioso, a imitación de la Santísima Virgen, que guardaba cuidadosamente en el suyo todas las palabras que se decían en alabanza de su Hijo. Y recuerda que Nuestro Señor recoge las palabras que nosotros le dirigimos en nuestras plegarias, a proporción de como nosotros recogemos las que Él nos dice por medio de la predicación.
Ten siempre cerca de ti, algún libro de devoción, como lo son los de San Buenaventura, Gerson, Dionisio, Cartusiano, Luis de Blois, Granada, Estella, Arias, Pinelli, La Puente, Ávila, el Combate espiritual, las Confesiones de San Agustín, las cartas de San Jerónimo, y otros semejantes; y cada día lee un fragmento, con gran devoción, como si leyeses cartas enviadas a ti por los santos, desde el cielo, para enseñarte el camino y alentarte a llegar a él.

b. Lee también las historias y las vidas de los santos, en las cuales, como en un espejo, contemplarás la imagen de la vida cristiana, y ajusta sus actos a tu aprovechamiento, según tu profesión. Porque, aunque muchos actos de los santos no son absolutamente imitables por los que viven en medio del mundo, todos, empero, pueden ser seguidos de cerca o de lejos. La soledad de San Pablo, primer ermitaño, puede ser imitada en tus retiros espirituales o reales, de los cuales hablaremos y hemos tratado más arriba; la extremada pobreza de San Francisco puede ser imitada mediante las prácticas de pobreza que indicaremos después, y así de las demás virtudes. Es verdad que hay ciertas historias que dan más luz que otras, para la dirección de nuestra conducta, como la vida de Santa Teresa de Jesús, la cual es admirable en este aspecto; las vidas de los primeros jesuitas, la de San Carlos Borromeo, arzobispo de Milán; la de San Luis, la de San Bernardo, las Crónicas de San Francisco, y otras semejantes. Otras hay, en las cuales se encuentra más materia de admiración que de imitación, como la de Santa María Egipciaca, la de San Simeón Estilita, las de las dos santas Catalinas, de Sena y de Génova, de Santa Agueda, y otras por el estilo, que no dejan, no obstante, de producir, en general, un grato gusto de santo amor de Dios.



Introducción vida devota 209