Gobierno de Cristo-QUEVEDO - Capítulo III: Nadie ha de estar tan en desgracia del rey, en cuyo castigo, si le pide misericordia, no se le conceda algún ruego.


Capítulo IV: No sólo ha de dar a entender el rey que sabe lo que da, mas también lo que le toman;

y que sepan los que están a su lado que siente aún lo que ellos no ven, y que su sombra y su vestido vela

Este sentido en el rey es el mejor consejero de hacienda, y el primero que preside a todos. (Mt 9 Mc 5,28-34 Lc 8)

Dicebat autem intra se: Si tetigero tantum vestimentum ejus, salva ero. Et sensit corpore quia sanata esset a plaga. Et statim Jesus in semetipso cognoscens virtutem quae exierat de illo, conversus ad turbam, ajebat: Quis tetigit vestimenta mea? Negantibus autem omnibus, dixit Petrus, et qui cum illo erant: Praeceptor, turbae te comprimunt, et affligut et dicis: Quis me tetigit? Et dixit Jesus. Tetigit me aliquis: nam ego novi virtutem de me exiisse.

"Decía entre sí: Con sólo tocar su vestido seré salva; y sintió en el cuerpo que había sanado de la plaga; y Jesús conociendo en sí mismo la virtud que había salido de sí, vuelto a la multitud, dijo: ¿Quién tocó a mí y a mis vestidos? Y negándolo todos, Pedro y los que con él estaban dijeron: Maestro, las olas de la multitud te bruman y afligen, y tú dices: ¿Quién me tocó? Y dijo Jesús: Alguno me tocó, porque yo conocí que salía de mí virtud".

El buen rey, Señor, ha de cuidar no sólo de su reino y de su familia, mas de su vestido y de su sombra; y no ha de contentarse con tener este cuidado: ha de hacer que los que le sirven, y están a su lado, y sus enemigos, vean que le tiene. Semejante atención reprime atrevimientos que ocasiona el divertimiento del príncipe en las personas que le asisten, y acobarda las insidias de los enemigos que desvelados le espían. El ocio y la inclinación no ha de dar parte a otro en sus cuidados; porque el logro de los ambiciosos, y su peligro y desprecio, está disimulado en lo que deja de lo que le toca. Quien divierte al rey, le depone, no le sirve. A esta causa los que por tal camino pueden con los reyes, se van fulminando el proceso con sus méritos; su buena dicha es su acusación, y hallan testigos contra sí los medios que eligieron, y se ven con tanta culpa como autoridad; y al que puede, en lo que había de respetar y obedecer de lejos, nadie le aconseja por bueno sino aquello que después le sea fácil acusárselo por malo: y en la adversidad la calumnia, que es de bajo linaje y siempre ruines sus pensamientos, califica por fiscales los cómplices y los partícipes. Así lo enseñan siempre a todos, no escarmentando alguno, las historias y los sucesos. Es el caso de este evangelio tal, que rey o monarca que no abriere los ojos en él, y no despertare, da señas de difunto, que tiene la reputación en poder de la muerte.

Tocó la pobre mujer la vestidura de Cristo. El llegar a los reyes y a su ropa basta a hacer dichosos y bienaventurados. Volvió Cristo, yendo en medio de gran concurso de gentes que le llevaban en peso, y con novedad dijo: ¿Quién me tocó? Dice el texto que los que le brumaban dijeron que ellos no eran. Esta respuesta siempre la oigo; y aquellos que aprietan a los reyes y los ponen en aprieto, dicen que no tocan a ellos. San Pedro, que no sufría desenvolturas, los desmintió, y respondió a Cristo: Maestro, estante apretando tantos hombres, que no hay alguno que no te toque y te moleste, y preguntas, ¿quién me tocó? Desmintió el buen ministro a aquellos que le seguían con ruido y alboroto, y decían que no le tocaban. Alguno me tocó, dijo Cristo, que yo he sentido salir virtud de mí. ¡Oh buen Rey, que sientes que te toquen en el pelo de la ropa (como dicen)! Y así fue. Ha de ser sensitiva la majestad aun en los vestidos. Nadie le ha de tocar, que no lo sienta, que no sepa que le toca, que no dé a entender que lo sabe. No ha de ser lícito tomar nadie del rey cosa que él no lo sepa ni lo sienta. ¿Qué será que haya quien tome de él para echar a mal, sin que lo eche de ver el rey, y lo diga? Quiere Cristo que sane la mujer, y que le toque; sintió que había salido virtud de él; sabía quién era la que le había tocado, y lo preguntó para desarrebozar la hipocresía de los que, apretándole más, dijeron que no le tocaban; para que San Pedro y los que con él estaban (que habían de suceder en este cuidado a Cristo, cada uno en su provincia, y Pedro en toda la Iglesia), abriesen los ojos, y conociesen cuánto cuidado es menester tener con los que acompañan, aprietan y tocan a los reyes; y que los monarcas de todo han de hacer caso, y con todo han de tener cuenta.

Llegue la necesidad recatada, y a hurto y muda, y remédiese; mas sepa el necesitado que lo sabe el príncipe, y que atiende a todo su poder, de suerte que sabe el que tiene, y el que da, y el que le toman. Distribuya vuestra majestad y dé a los beneméritos, que son acreedores de toda su grandeza, y tal vez negocie el oprimido por debajo de la cuerda: remédiese con tocar a la sombra de vuestra majestad, que no es más algún favorecido; mas sepa el uno y el otro, que vuestra majestad sabe la virtud que salió de su grandeza: entonces será milagro; si no, pasará por hurto calificado. Si los privados supiesen aprender a ministros del ruedo de la vestidura de Cristo, ¡cuán bien aseguraran la buena dicha! El ruedo sirve al señor, es lo postrero de la vestidura, anda a los pies, y sirve arrastrando: condiciones de la humildad y reconocimiento, que solamente son seguro de la prosperidad. Medre quien tocare al privado; mas de tal manera que lo sienta el rey en sí, y lo diga, sin que en él se quede alguna cosa. Y es tan peligroso en el seso humano ser instrumento de mercedes, que a lo que disponen dan a entender que lo hacen; y de criados, a los primeros atrevimientos, pasan a señores; y poco más adelante a despreciar al dueño. Y como Cristo mortificó aquí la presunción de la fimbria de su vestido, diciendo: "Yo sentí salir virtud de mí", así lo deben hacer los reyes en todo lo que dispusieren, por su crédito y el de las propias mercedes y puestos y personas que los alcanzan; y es tener misericordia de sus ministros desembarazarlos de este riesgo tan halagüeño y de tan buen sabor a los desórdenes del apetito y ambición de los hombres; pues quien permite este entretenimiento a su criado, artífice es de su ruina.




Capítulo V: Ni para los pobres se ha de quitar al rey.

(Jn 12,3-6)

Maria ergo accepit libram unguenti nardi pistici pretiosi, et unxit pedes Jesu, et extersit pedes ejus capillis suis: et domus impleta est ex odore unguenti. Dixit ergo unus ex discipulis ejus, Judas Iscariotes, qui erat eum traditurus: Quare hoc unguentum non veniit trecentis denariis, et datum est egenis? Dixit autem hoc, non quia de egenis pertinebat ad eum, sed quia fur erat, et loculos habens, ea quae mittebantur, portabat.

"María tomó una libra de ungüento precioso de confección de nardo, y ungió a Jesús los pies, y los limpió con sus cabellos, y llenose la casa de fragancia con el ungüento. Dijo uno de sus discípulos (Judas, varón de Carioth, que le había de vender): ¿Por qué no se vende este ungüento en trescientos dineros, y se da a los pobres? Dijo esto, no porque tenía el cuidado de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo bolsas, traía lo que daban".

¡Qué desigual aprecio, y qué apasionado es el de la codicia! En trescientos dineros tasa el ungüento, quien dio a Cristo por treinta: no pensaba Judas sino en vender cuidadosamente. El Evangelista añade aquellas palabras: Uno de sus discípulos; para que se vea que entre los suyos, los de su lado, los escogidos, está quien lo ha de vender.

Si quien ordena y propone que se quite de la autoridad y reverencia del rey para venderlo y darlo a los pobres, es Judas que había de vender a Cristo; quien lo quita del rey para venderlo a los ricos contra los pobres, ¿qué será? No da a los pobres quien quita de Cristo para ellos: ése es Judas, no limosnero; ése es ladrón, no ministro. El que quita del labrador, del benemérito, del huérfano, de la viuda, en quien se representa Cristo, para otra cosa, ése es ladrón. ¿No sabía Judas mejor que nadie que su Maestro era el más pobre de todos los hombres? ¿No le había oído decir que no tenía dónde reclinar la cabeza? Pues ¿cómo, habiendo de pedir a los pobres para él, quiere quitarle para los pobres, que siempre tendrá consigo? Achaque era, no celo el suyo. Para conocer esta gente y este lenguaje y estos ministros, haga el rey lo que advierte el Evangelista: "Y no porque tenía los pobres a su cargo". Metiose en lo que no le tocaba: su oficio era la despensa, y no la limosna. Quien del patrimonio de vuestra majestad, de sus rentas y vasallos, de su regalo, de su casa, quita para diferentes designios, sea para lo que fuere como no vuelva a su reputación el útil, ése Judas es, de Judas aprendió; porque quitar del rey, llévese donde se llevare, dese a quien se diere, es hurto forzoso. No hay necesidad más legítima que la del buen rey, ni hombre tan pobre; y quien pone al rey en mayor necesidad, destruye el reino; y es arbitrio de los ministros imitadores de Judas poner en necesidad al rey, para con los arbitrios de su socorro y desempeño tiranizar el reino y hacer logro del robo de los vasallos; y son las suyas mohatras de sangre inocente. Rey sobre sí, y cuidadoso de su hacienda y reinos, lejos tiene estos ministros que hacen su grandeza y sus casas con poner necesidad en los príncipes.

Metiose Judas de despensero a consejero de hacienda: por eso sus consultas saben a regatón. Con haber tantos años, no ha descaecido esta manera de hurtar: pedir para los pobres, y tomar para sí. ¡Cosa admirable, Señor, que en ningún otro lugar la pluma de los evangelistas se enojó con nadie, ni con el que dio a Cristo la bofetada, ni con quien le escupió, ni con los que piden le crucifiquen, ni con Pilatos, ni otro algún ministro más crudo; antes benignamente los nombra, y con modestia piadosa refiere sus acciones! Sólo de Judas escribe en este caso, más terrible y severo que cuando vendió a Cristo, pues allí refiere el sujeto sin ponderar la maldad, y aquí le llama ladrón y hipócrita, y no le perdona nota ni infamia alguna. San Juan escribe por Cristo, de quien bien sabía la voluntad y el sentimiento: y así habla en este caso palabras llenas de indignación y de ira, porque Judas aquí quería vender los pobres. Y Cristo, y por él San Juan, parece que siente más que Judas venda los pobres: pues Judas vendió a Cristo para remedio de los pobres y si bien él no tuvo esta intención, Cristo por los pobres y para ellos fue vendido; y es cosa clara que había de sentir sumamente ver que Judas quisiese vender aquéllos por quien él propio se dejó vender del mismo.

Señor, vuestra majestad no tiene otra cosa que haya de estar más firme en su ánimo, encargada por Dios, que el castigo del consejero que pide para los pobres, y los vende. Podría en algunas concesiones de las Cortes, y en los demás servicios tenerse cuidado con este lenguaje de Judas, cuando el que concede medra y el reino padece. Pobres vende quien enriquece pidiendo para ellos, y quien alega por méritos y servicios la ruina de los que se le encomendaron. Miren los reyes por los pobres, que entonces habrán entendido que el primer pobre y más legítimo necesitado es el buen rey. Rey que se gobierna, rey que se socorre a sí mismo, y se guarda y mira por sí, ése mira por sus reinos. El que se descuida de sí propio, y se deja y olvida, ¿por quién mirará, ni de qué tendrá cuidado? Aquí da voces San Juan a vuestra majestad como privado de Cristo: temerosas palabras son las suyas. Quien de las personas, criados, hijos, vasallos beneméritos quita o pide la hacienda, honra u oficios con título de darlo a pobres o emplearlo mejor, en la boca del Evangelista es Judas; y llámese como se llamare, a él le nombran las palabras "ladrón que tiene bolsa". El buen ministro conocerá vuestra majestad, si, cuando los ministros despenseros y el consejero Iscariote le propusieren cosas semejantes, en que se trata de vender a los pobres o quitar de la persona real, -pusiere en la consulta de buena letra: "vuestra majestad no lo haga". Quien se lo aconseja es Judas que le ha de vender: no lo hace por los pobres que están encomendados a vuestra majestad, y no a él; ladrón es; talegones trae; lo que dan se lleva; caridad fingida es su mercancía, piedad mentirosa es su ganancia. Para los pobres pide; y pidiendo para ellos, hace pobres y se hace rico. ¡A qué de consultas está respondiendo San Juan desde el Evangelio, porque los príncipes no pretendan haber pasado sin advertimiento, y por quitarlos la disculpa maliciosa! ¡Gran voz contra quien se descuidare en esta parte para el tribunal postrero de la mejor vida! Atienda vuestra majestad a las señas que aquí le da San Juan de los que venden a los pobres. Dice que son los que han de vender al propio rey, que tratan de lo que no les toca; que son ladrones; que tienen bolsas, y llevan lo que se da. Con la pluma los dibuja San Juan, en la voz los nombra, con el dedo los muestra. Veislos ahí (dice a todos los que reinan); y si no queréis que os vendan, no tengáis ministros despenseros que tengan bolsones y tomen lo que se da, ni tengáis por consultor al ladrón. ¡Oh gran cosa! Dos privados Juanes tuvo Cristo: el Bautista enseñó con la mano el Cordero a los lobos; y el Evangelista en el Evangelio enseñó con la pluma los lobos al Cordero.




Capítulo VI: La presencia del rey es la mejor parte de lo que manda.

En los peligros el rey que mira manda con los ojos. Los ojos del príncipe es la más poderosa arma; y en los vasallos asistidos de su señor es diferente el ardimiento. Descuídase el valor con las órdenes, y discúlpase el descuido. San Pedro lo mostró en el prendimiento y en la negación; y Cristo en la borrasca donde enseñó durmiendo.

"Pero teniendo Simón Pedro espada, puso mano, e hirió al criado del pontífice y cortole la oreja derecha".

A ojos de su Rey y Maestro, Pedro fue tan valiente que sacó la espada para toda una cohorte armada, y de noche, y en la campaña, y hirió a un criado del pontífice: acción, si justa, bizarra y casi temeraria. Pero dos renglones más abajo padecieron notable mutación sus alientos y osadía; y se lee con el mismo nombre otro corazón: "Y díjole a Pedro una mozuela que estaba a la puerta: Tú eres uno de los discípulos de este hombre. Respondió: No soy; y negó tres veces". Desquitose la cohorte; vengado se ha el criado del pontífice por mano de la criada. Él quitó una oreja, y a él le han quitado las dos, de suerte que apenas oye la voz de Cristo que le dijo este suceso. ¿Bríos contra una cohorte, valor para herir uno entre tantos, y luego acobardarse de manera que una muchacha le quite la espada con una pregunta, y le desarme y haga sacar pies? A fe que hizo tantas bravatas a Cristo: "¡Si conviniere morir contigo, no te negaré!". Débese considerar que, aunque era Pedro el propio que hazañoso y con arrojamiento temerario embistió por su rey todo aquel escuadrón, aquí le faltó lo principal que fueron los ojos de Cristo: espada tenía, pero sin filos; corazón tenía, pero no le miraba su maestro.

Rey que pelea y trabaja delante de los suyos, oblígalos a ser valientes: el que los ve pelear, los multiplica, y de uno hace dos. Quien los manda pelear y no los ve, ése los disculpa de lo que dejaren de hacer; fía toda su honra a la fortuna: no se puede quejar sino de sí solo. Diferentes ejércitos son los que pagan los príncipes, que los que acompañan. Los unos traen grandes gastos, los otros grandes victorias. Los unos sustenta el enemigo, los otros el rey perezoso y entretenido en el ocio de la vanidad acomodada. Una cosa es en los soldados obedecer órdenes, otra seguir el ejemplo. Los unos tienen por paga el sueldo, los otros la gloria. No puede un rey militar en todas partes personalmente; mas puede y debe enviar generales que manden con las obras, y no con la pluma. ¿Quién presumirá de más esforzado que San Pedro, que en presencia de Cristo se portó tan como valiente, y en volviendo el rostro fue menester, para el acometimiento de una mujercilla, que el gallo le acordase de la espada, del huerto y de la promesa?

"Y navegando con ellos, se durmió. Levantose una tormenta de viento en el mar: atemorizáronse y peligraban. Mas llegándose a él, le despertaron diciéndole: Maestro, perecemos; pero él, levantándose, mandó al viento y mareta abonanzar, y quedó el mar en leche. Díjoles a ellos: ¿Dónde está vuestra fe?". ()

Aprieta más este suceso la dificultad. No basta que el rey esté presente, si duerme. Ojos cerrados no hacen efecto. Duerme Cristo, y piérdense de ánimo todos. Bien sabía la borrasca y lo que había de suceder; y cerró los ojos para enseñar a los reyes que la fe de los suyos, como se dice, pueden perderla en un cerrar y abrir de ojos: niñería es; pero suena al propósito. El rey es menester que asista a todo y que abra los ojos, porque los suyos no pierdan la fe. Mire vuestra majestad cuán descaecidos estaban los apóstoles porque durmió un poco Cristo, sabiendo que él dice de sí: "Yo duermo, etc.". La vista de los príncipes influye coraje; y el miedo, que sólo precia la salud y pone la honra en la seguridad, suele reprenderse con el respeto. No le queda qué hacer al rey que asiste y mira, ni qué esperar al que hace lo contrario. Si en la república de Cristo, Dios y hombre, en cerrando los ojos estuvieron para dar al través sus allegados, ¿qué se ha de temer en los reyes que se duermen con los ojos abiertos?




Capítulo VII: Cristo no remitió memoriales, y uno que remitió a sus discípulos le descaminaron.

(Mt 14 Jn 6 Mc 6 Lc 9)

Et exiens vidit turbam multam Jesus, et misertus est super eos, quia erant sicut oves non habentes pastorem: et excepit illos, et loquebatur illis de regno Dei, et coepit illos docere multa. "Y saliendo, vio Jesús una gran multitud, y apiadose de ellos porque estaban como ovejas que no tenían pastor: recibiolos, y hablábalos del reino de Dios, y empezó a enseñarlos muchas cosas".

Doctrina de Cristo es: "Buscad primero el reino de Dios, y lo demás se os dará". Por eso, viéndolos primero los habla del reino de Dios, y los enseña; luego trata de alimentarlos y darles de correr.

Consulta de los apóstoles

"Siendo ya tarde, llegáronse a él sus discípulos, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ha pasado; despide esta muchedumbre de gente, para que yéndose a los castillos y villas que están cerca en este contorno, se desparramen para buscar mantenimientos, y comprar comida con que se sustenten, que aquí estamos en lugar desierto".

Decreta Cristo en cuanto a despedirlos, y remíteles el socorro a ellos

"No tienen necesidad de irse, dadles vosotros de comer. Y como Jesús levantase los ojos, y viese que era grandísimo el número de gentes, dijo a Filipo: ¿Dónde compraremos panes para que coman éstos? -Esto decía tentándole, porque él bien sabía lo que había de hacer".

¡Qué ponderadas palabras, y qué remisión tan advertida! Responde el Apóstol: Doscientos ducados de pan no bastan para que cada uno tome una migaja.

Replica Cristo

"¿Cuántos panes tenéis? Id y miradlo".

Responde San Andrés

"Díjole uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero esto ¿de qué sirve entre tantos?".

Último decreto de Cristo

"Dijo Jesús: Haced que se sienten a comer." Repetidamente dificultaron este socorro los apóstoles. Y Cristo, en lugar de responderles, remitiéndoles el modo, decreta en favor de la necesidad para enseñanza. ¡Bueno es que los apóstoles recelen que ha de faltar sustento a los que siguen a Cristo! ¡Qué cosa tan ajena de su condición, pues en la postrer cena se dio por manjar y por bebida a los que le dejaron, al que le negó y al que le vendía! ¡Y temían los apóstoles que aquí faltase para los que le vinieron siguiendo hasta el desierto! Príncipe hubiera que estimara por bien prevenida la consulta de los apóstoles que dijo: Da licencia a las gentes que se vayan a buscar de comer, pues aquí no lo hay por ser desierto. -Cristo no la tiene por consulta, sino por cortedad humana y civilidad indigna de ministros de su casa; y así respondió: no hay para qué se vayan: dadles de comer vosotros. Respóndelos y castígalos.

Señor: dice el ministro a vuestra majestad, en la consulta, que despida al soldado al que ha envejecido sirviendo, que ya no son menester; que no se pague a los que con su sangre son acreedores de vuestra majestad por su sustento; que no les dé el sueldo, ni el oficio, ni cargo; que los envíe, que los despida; que para éstos es desierto palacio, donde no hay nada. Tome vuestra majestad de los labios de Cristo la respuesta, y decrete: Dadle vos de comer de lo mucho que os sobra; para vos hay mantenimientos, y no es desierto en ninguna parte. Para vos hay oficios y honras, y para los otros malas respuestas; y solamente sea pena y castigo que les deis vos, mal ministro, lo que les falta, y no queráis que les dé yo. Conocer la necesidad, y no remediarla pudiendo, es curiosidad, no misericordia.

Había Cristo enseñado cómo habían de orar a Dios, y dicho muchas veces: Pedid, y daros han. Y en la oración que compuso para orar con su Padre, dijo que le pidiesen el pan de cada día; y hoy que llegó la ocasión, se les olvidó a los apóstoles esta cláusula tan importante.

Bien se conoce que para enseñarlos a consultar necesidades ajenas hizo todas estas preguntas y remisiones. El Evangelista dice: Esto hacía tentándole. Señor, es muy necesario que los reyes tienten y prueben la integridad, el valor y la justificación de sus ministros, para enseñarlos, y conocer lo que pueden disimular. Cuanto más Cristo facilita el negocio, con mayor tesón le imposibilitan los apóstoles. Mala acogida hallan necesidades ajenas en otro pecho que el de Cristo: cosa que debe tener cuidadosos y desvelados a los reyes. Oiga vuestra majestad, y lea cautelosamente lo que le propusieren, en favor de los que le sirven, los que le parlan. Así diferencio yo al que con las armas, con las letras, o con la hacienda y la persona sirve a vuestra majestad, de los que tienen por oficio el hablar de éstos desde su aposento, y que ponen la judicatura de sus servicios y trabajos en el albedrío de su pluma. ¡Gran cosa, Señor, que valga más sin comparación hablar de los valientes, y escribir de los virtuosos, y a veces perseguirlos, que ser virtuosos, ni valientes, ni doctos! ¡Que sea mérito nombrarlos, y que no lo sea hacerse nombrar! Enfermedad es que, si no se remedia, será mortal en la mejor parte de la vida de la república, que es en la honra, donde está la estimación. Al buen rey la porfía de consulta sin piedad en necesidades grandes de sus vasallos, criados o beneméritos, en lugar de enflaquecerle, o mudarle de propósito, o envilecerle el corazón, le ha de obligar a hacer milagros como hizo Cristo este día.

Y viendo Cristo que en esta parte tenían necesidad de doctrina, como gente que había de gobernar y a cuyo cargo quedaba todo, antes de ser preso, yendo a Jerusalén los admiró con la higuera, a quien fuera de tiempo pidió higos, y porque no se los dio, la maldijo y se secó. Quiso enseñar y enseñoles que a nadie en ningún tiempo ha de llegar la necesidad y el necesitado, que no halle socorro. Y por eso cuando otro día, admirándose los apóstoles de verla seca, se compadecieron de ella, diciendo que por qué había secádose, les dijo aquellas palabras tan esforzadas de la fe: Si mandáis al monte que se levante con su peso, y se mude a otra parte, obedecerá a vuestra fe. Y esto dijo acordándoles que si tuvieran fe no dudaran que en el desierto se hallara qué comer, ni en que cinco panes era poca provisión para tantos. Señor, atienda vuestra majestad a esta consideración: si Dios quiere que hasta las higueras hagan milagros con los necesitados y hambrientos, y porque no los hacen las maldice y se secan para siempre, ¿qué querrá que hagan los hombres, y entre ellos los reyes? ¿Y qué hará con los que no lo hicieren? Temerosas conjeturas dejo que hagan los príncipes en este punto.

Grande fue el recelo de los discípulos, y fue medrosa caridad la suya, pues porque estaban en el desierto desconfiaban de mantenimientos, pudiendo en el desierto hacer provisión y vituallas de las piedras, de que Satanás hizo tentación. Acordósele al demonio, aunque con otro fin, en el desierto, que de las piedras se podía hacer pan: pensó lisonjear el largo ayuno de Cristo con la propuesta desvariada, y olvidáronse de esta diligencia los apóstoles. A los buenos consejeros se les ha de ensanchar el ánimo con la mayor necesidad, y atender a remediarla, y no a dificultarla, y entender que el remedio es su oficio. Cristo en el desierto hará de las piedras pan, si le ruegan, no si le tientan. Excusa el milagro para su ayuno de cuarenta días, y hácele por las gentes que le siguen, aumentando el poco pan en grande suma.

Otra vez, viendo que los samaritanos no querían hospedar a Cristo, y que respondían con despego, hicieron tal consulta: "Señor, ¿quieres que mandemos al fuego que baje del cielo y consuma a éstos? Y vuelto a ellos respondió con reprensión: No sabéis de qué espíritu sois. El Hijo del hombre no viene a perder las almas, sino a salvarlas."

¡Gran decreto, ajustado a consulta celosa, pero inadvertida, y no sin ostentación! Mandar al fuego que baje del cielo, escondida tiene alguna presunción de las sillas que después pidieron estos dos apóstoles; pues habiendo poco que habían visto en ellas a Moisen y a Elías, quieren, ya que las sillas están ocupadas, hacer las maravillas que hicieron los que las tienen.

Con notable sequedad y aspereza responde Cristo a sus validos y deudos. Así se ha de hacer, Señor. ¿Y quién negará que así se ha de hacer, si Cristo lo hace así? En esta ocasión les dice que no saben de qué espíritu son; y en la que piden las sillas, que no saben lo que piden; y ni les concede las sillas, ni el milagro de los que están en ellas. No sólo se ha de reprender, pero no se ha de dar al que pide con vanidad y codicia; y siempre han de ser a vuestra majestad sospechosas las consultas de la comodidad propia y de la necesidad ajena.

En este milagro de los panes y los peces mostró Cristo nuestro señor la diferencia que hay de su majestad a los demás reyes del mundo, y de los que le siguen, a los cortesanos y secuaces de los príncipes del mundo.

Cristo, verdadero Rey, a los que le siguen, con poco los harta; y aunque sean muchos, sobra. Los reyes de acá a uno solo con todo cuanto tienen no le pueden hartar. De todos sus reinos no sobra para otros nada, repartidos entre pocos, siendo ellos muchos; mas tales son los que siguen a Dios, tales sus dádivas, tal su mano que las reparte, que como da con justicia, y a los que le siguen, -satisface a todos. Los bienes y mercedes de los reyes son de otra suerte; que si bien lo mira vuestra majestad, por sí hallará que se agradecen las mercedes con hambre de otras mayores; y que a quien más da, desobliga más; y que sus dádivas, en lugar de llenar la codicia de los ambiciosos, la ahondan y ensanchan. Y no ha de ser así para imitar a Cristo, ni se han de hacer mercedes sino a aquéllos que con poco se hartan, y que de cinco panes y dos peces dejan sobras, siendo muchos, para otros tantos. Éstos, Señor, son dignos de milagro, de consulta y decreto favorecido de bendición del Señor, y de colmados favores de su omnipotencia.




Capítulo VIII: No ha de permitir el rey en público a ninguno singularidad ni entretenimiento, ni familiaridad diferenciada de los demás.

(Jn 2,1-5)

Et die tertia nuptiae factae sunt in Cana Gallileae: et erat Mater Jesu ibi. Vocatus est autem et Jesus et discipuli ejus ad nuptias, et deficiente vino, dicit Mater Jesu ad eum: Vinum non habent. Et dixit ei Jesus: Quid mihi et tibi est mulier? Nondum venit hora mea. Dicit Mater ejus ministris: Quodcumque dixerit vobis facite.

"Y al tercer día se celebraron bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús y sus discípulos; y faltando el vino, díjole a Jesús su Madre: No tienen vino. Y díjola Jesús: ¿Qué nos toca a ti y a mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora. Dijo su Madre a los ministros: Cualquiera cosa que os dijere, haced."

Señor, los reyes pueden comunicarse en secreto con los ministros y criados familiarmente, sin aventurar reputación; mas en público, donde en su entereza e igualdad está apoyado el temor y reverencia de las gentes, no digo con validos, ni con hermanos, ni padre ni madre ha de haber sombra de amistad, porque el cargo y la dignidad no son capaces de igualdad con alguno. Rey que con el favor diferencia en público uno de todos, para sí ocasiona desprecio, para el privado odio, y en todos envidia. Esto suele poder una risa descuidada, un mover de ojos cuidadoso. No aguarda la malicia más preciosas demostraciones. Cristo, cuando le dijeron estando enseñando a las gentes: Aquí están tu Madre y tus parientes, respondió con severidad, que parecía despego, misteriosamente: "Mi madre y mis parientes son los que hacen la voluntad de mi Padre, que está en el cielo". Hoy diciéndole su Madre (apiadada de los huéspedes, y de su pobreza y defecto) que no tenían vino, la responde con menos caricia que majestad: "¿Qué tienes tú conmigo, mujer?". Y en la cruz, donde en público estaba espirando y con el último esfuerzo de su grande amor redimiendo el mundo, excusando la terneza del nombre de Madre, la dijo en muestra de mayor amor: "Mujer, ves ahí a tu Hijo." Señor, si el rey verdadero Cristo, cuando enseña, predica y ejerce el oficio de redentor, a su Madre y sus deudos que le buscan, diciéndole que están allí, responde no que entren, ni los sale a recibir, sino: "Mi Madre y mis deudos son los que hacen la voluntad de mi Padre"; y si en las bodas, donde es convidado, a la advertencia tan próvida que hizo su Madre, en la respuesta mostró sequedad aparente; y si cuando se va al Padre no se despide con blanduras de hijo, sino con severidad de monarca, ¿cómo le imitarán los reyes que desautorizan la corona con familiaridad y entretenimiento de vasallos, llamando favorecer al ministro lo que es desacreditarse? Y en una de estas acciones públicas, descuidadas y mal advertidas, descaece su reputación. Ser rey es oficio, y el cargo no tiene parentesco: huérfano es; y si no tiene ni conoce para la igualdad padre ni parientes, ¿cómo admitirá allegado ni valido, si no fuere a aquél sólo que hiciere la voluntad de su Padre, y que diere con humildad el primer lugar a la verdad, a la justicia y misericordia? Así lo enseñó Cristo; pues cuando se escribe que hizo honras, no abrazó a uno solo, sino a todos.

Si el rey quiere ver, cuando con demasía y sin causa en público se singulariza con uno en lo que es fuera de su cargo y méritos lo que le da, mire lo que se quita a sí, pues ni un punto se lo disimula el aplauso, atento con codicia a encaminar sus designios. Luego se hallará solo, y verá que las diligencias voluntariamente y por costumbre y los méritos por fuerza y avergonzados, buscan la puerta del que puede por su descuido: verá que en él la reverencia es ceremonia, y en el criado negociación: hallarse ha necesitado de su propia hechura, y si se descuida, temeroso. En los reyes las demostraciones no han de ser a costa del oficio y cargo dado por Dios. No peligran tanto los reyes que favorecen en secreto como hombres; y van aventurados los que por su gusto, fuera de obligación, favorecen en público. Es tal la miseria del hombre, que en gran lugar no se conoce ni se precia de conocer a nadie; y en miseria todos se desprecian de conocerle, y se desentienden de haberle conocido. Este estado es menos dulce pero más seguro. No solamente por sí propios los reyes no han de engrandecer sin medida a uno entre todos con extremo, sino por el mismo criado. Caridad es bien entendida, si no muy acostumbrada, no poner a uno en ocasión de que se despeñe y pierda, donde es frecuente el riesgo. En la prosperidad puede uno ser cuerdo, y lo debe ser; mas pocas veces lo vemos; y ya que el hombre no mira su peligro, -mire por él el príncipe. No hay bondad sin achaque, no hay grandeza sin envidia. Si es bueno el valido, o no lo parece, o no lo quieren creer; y aunque en público claman todos por la verdad, y por la justicia, y por la virtud, quieren la que les esté bien, y fuera de sí ninguna tienen por tal. La justicia desean a su modo, y la verdad que no les amargue. ¡Qué bien mostró María, Virgen y Madre, lo que se debe preguntar en público a los príncipes; y Cristo, cómo se debe hablar misteriosamente en tales ocasiones, para ejemplo a los que no fueren como su Madre! ¡Y su Madre, cómo se han de entender las palabras que disimulan con algún despego los misterios, respondiendo al concepto, de que ella sola fue capaz, y dejando pasar lo desabrido de las razones, a los que no siendo tales presumieron de poder en público hacer lo que ella hizo, incomparable criatura, y Reina de los ángeles, y Madre de Dios! Nadie será bien que presuma con los príncipes de poder hacer otro tanto sin culpa reprensible; y si alguno se atreviere, con él habla el despego misterioso de aquellas palabras "¿Qué tienes que ver conmigo?", que sirvieron de cubierta a la caricia amorosa que hablaba en esta cifra con su Madre. Señor, muy anchas le vienen al que tomare mano aquellas palabras que dijo Cristo a su Madre, no como eran para ella, sino como quedarán para él en escarmiento; y si supiere corregirse, dirá a todos: "Haced lo que él mandare. Él solo ha de mandar, y a él solo se ha de obedecer; que aun advertirle de la falta patente en la casa donde le hospedan, no es lícito ni seguro a otra persona que a su Madre, y no me toca a mí."




Gobierno de Cristo-QUEVEDO - Capítulo III: Nadie ha de estar tan en desgracia del rey, en cuyo castigo, si le pide misericordia, no se le conceda algún ruego.