Gobierno de Cristo-QUEVEDO - cuáles son los reyes que le buscan, y cuáles los reyes que le persiguen.


Capítulo XVII: El verdadero Rey niño puede tener poca edad, no poca atención:

ha de empezar por el templo, y atender al oficio, no a padre ni madre.

(Lc 2)

Reversi sunt in Galilaeam in civitatem suam Nazareth. Puer autem crescebat, et confortabatur, plenus sapientia, et gratia Dei erat in illo. "Volvieron en Galilea a la ciudad suya de Nazareth. Y el Niño crecía, y se confortaba lleno de sabiduría, y la gracia de Dios era en él".

El rey niño, que crece y se conforta lleno de sabiduría, en quien está la gracia de Dios, excepción es de la sentencia temerosa de la Escritura Sagrada (traída en el capítulo antecedente próximo), en que con lamentación prevenida le declara por plaga de sus reinos. Ha de estar el rey lleno de sabiduría, porque la parte de su ánimo que de sabiduría estuviere desocupada, la tomarán de aposento o las insolencias o los insolentes. Ha de ser habitado el rey niño de la gracia de Dios. Tales y tan grandes preservativos ha menester la poca edad para reinar: oficio de gracia de Dios, no de hombres, que ha menester no sólo ser sabio sino lleno de sabiduría. ¿Cómo reinará quien no tiene años ni sabiduría, que no sólo no esté lleno de ella, sino yermo? ¿Cómo reinará quien no sólo no tiene gracia de Dios, antes tiene por gracia no tenerla? ¿Cómo reinará sin desgracia una hora quien sólo tiene en su gracia su divertimiento, su vicio y su ceguedad? Y el que tuviere con título de bienaventurado la gracia de este rey que no tiene la de Dios, ¿qué otra cosa tiene en la niñez de un príncipe, que un peligro forzoso, crecido de la licencia y asegurado en su rendimiento? No desmienten las historias estas palabras mías: rubricados tienen con su sangre estos malos sucesos aquellos criados que en las niñeces de los monarcas solicitaron por los doseles los cadalsos, y por la adoración los cuchillos.

No sin especial asistencia y providencia del cielo, Santísimo Padre Urbano, tomaste este nombre grande (correspondiente bien a la doctrina, al celo y a la virtud heroica que anima generosamente ese espíritu, con cuyo aliento vive el católico nuestro) manifestándolo en solicitar la unión de los hijos grandes de la Iglesia, domando la dura cerviz de la discordia con las armas espirituales y tesoros del Jubileo grande que habéis franqueado a los fieles. Porque de vuestra santidad se diga lo que de la eficacia viva de otro antecesor insigne vuestro dijo Roberto Mónaco: "El papa Urbano (segundo de este nombre) tan urbanamente oró, que conciliando en uno los afectos de todos los que le oían, aclamaron todos: Dios quiere, Dios quiere". Vuestra beatitud tiene prenda segura de la virtud de esta unión, para lograrla en imitar aquella eficacia con la de la oración. Hable vuestra santidad: concilie los afectos de todos, que hoy están en batalla y en disensión. Pues Dios quiso con este nombre, con esta doctrina, poner a vuestra beatitud en la silla de San Pedro, oiga la propia aclamación de los que no padecen ni temen menos que aquellas gentes. "Dios quiere, Dios quiere", decimos todos. Ésta ha de ser con vuestra beatitud para lo espiritual nuestra aclamación. Dios quiere que vuestra beatitud hable, cuando se hace y se ejecuta lo que él no quiere. Santísimo Padre, conducid a vuestra nave los que fuera de ella osan navegar. Desagraviemos todos los que somos pueblo verdadero del verdadero Dios esas llaves, que por no usar de ellas el rey de Inglaterra descerrajó su iglesia, los herejes las adulteran con ganzúas, y los malos hijos por no pedirlas se quedan fuera. Oídnos; que quiere Dios: hablad, y juntad en uno la enemistad de nuestros afectos; que Dios quiere.

Séanos ejemplo de toda justicia (en el imperio y en el pontificado) Cristo Jesús, hijo de María, rey en doce años, lleno de ciencia y de gracia de Dios. "Y como fuese de doce años, subiendo sus padres a Jerusalén, según la costumbre del día de fiesta, acabados los días, como volviesen quedó el niño Jesús en Jerusalén, y no echaron de ver sus padres; y entendiendo venía en su compañía anduvieron el camino de un día". Este pedazo de la historia de Jesucristo tengo por el que está retirado en más dificultosos misterios. Así lo confiesa la Virgen María: así lo dicen las palabras de Cristo. Mal puede arribar el entendimiento a convenirse con descuido en el amor de María y José con su Hijo, menos con despego tan olvidado, que viniendo sin él no le echasen menos. Pues entender que en aquellas palabras de Cristo a su Madre le hubo, será sentir con Calvino. ¡Oh gran saber de Dios! ¡Oh altura de los tesoros de su ciencia, que así mortifica la presunción del juicio humano, porque se persuada que sin Dios no se aprende, ni se sabe sin Dios! Mucho refiere Maldonado de los padres griegos y latinos, todo digno de gran reverencia; mas a mi ver siempre queda inaccesible la dificultad, y retirado el misterio. Yo (como el camino que sigo es nuevo) no puedo valerme de otro intérprete que de la consideración de la vida de Cristo. Y si no me declarare al juicio de todos, séame disculpa que, en lugar y de palabras, el Evangelista afirma que la Madre de Dios y José no entendieron lo que les dijo: Et ipsi non intellexerunt verbum. Forzosa me parece a mí la ignorancia, y en ella estaré sin otra culpa que la de haber osado acometer lugar tan escondido.

Santísimo Padre, quien hace su oficio, y atiende a lo que le envían, y acude a Dios, y asiste al templo, y se da a la Iglesia, y oye los doctores, y los pregunta, y los responde, acudiendo a lo que es de su cargo, aun donde no está no le echan menos; y no puede faltar de ninguna parte quien atiende a lo que manda Dios. Y por el contrario, quien huye de la Iglesia, quien se aparta del templo, quien se esquiva de su oficio, quien deja su obligación, -donde está le buscan, los que le tratan le echan menos, donde asiste no le ven, en todas partes falta, en ninguna parte está: fuera de su obligación, está fuera de sí. Éste fue uno de los mayores misterios de este soberano rey, y de los más dignos de su monarquía y providencia. Grande es el aparato que en este capítulo cierra el Espíritu Santo. Los padres iban al templo por la costumbre (así lo dice el texto), y así se vuelven. El Hijo fue al templo por la costumbre, y se quedó por su oficio, y por hacer lo que le mandó su Padre: por eso no vuelve. Vulgarmente llaman esta fiesta del Niño perdido, sin algún fundamento: ni sus padres le perdieron, ni él se perdió. Los padres dice el texto que vinieron sin él y que "no conocieron": así dice la palabra en todos los textos. Quiere decir, que no echaron de ver que faltaba. Y es cierto; que sus padres que no sólo le amaban mucho, sino que no amaban otra cosa ni en otra tenían los ojos y el corazón, no se descuidaron ni divirtieron. Antes este sumo amor, con la contemplación y el gozo de verle crecer lleno de sabiduría y gracia, los llevó en éxtasis, no sólo con él, mas también en el niño; que ni de los ojos faltó lo que no veían, ni de su compañía lo que no llevaban, porque iban tan arrobados en el Hijo, que quedándose él en Jerusalén, no iban sin él por el camino. Y esto dice el texto con decir "no conocieron", debiendo decir "echáronle menos", o "vieron que faltaba". Porque no conocer, disculpa con gran prerrogativa el elevamiento misterioso y el amor, y esas otras palabras en el son tienen resabios de descuido. Permisión llena de doctrina de Dios. En tanto que el rey niño asiste a su oficio, no haga falta a nadie, pues hace bien a todos. Sirviose Cristo del sumo amor que le tenían sus padres como de nube tan noble que le ocultaba a los sentidos, no a las potencias. Entretúvolos consigo para no ir con ellos: él se quedó para irse, ensayándolos en estas maravillas para la postrera del Sacramento del Altar, donde para la Iglesia se fue para quedarse, como aquí se quedó para irse. Y como fue conveniente esta suspensión tan amartelada para lo que hemos dicho, lo fue que no durase, ni pasase de los tres días, en ir y venir, no conocer si faltaba, y hallarle.

Grandes misterios aguardaban años había este suceso, desempeño de muchas profecías y muchos profetas; y en la primer obra nos acuerda de su resurrección. "Entendiendo iba en la compañía, caminaron un día, y buscábanle entre los parientes y conocidos; y no hallándole, volvieron a Jerusalén en su busca". Entendieron como tales padres, y padres de tal Hijo, entendieron que iba en la compañía; y era así, porque Cristo Jesús nunca dejó a sus padres; y eso fue el decir "no conocieron". Iba con ellos y con la compañía de su Madre, como Dios que los asistía siempre y en todo lugar; y como hombre se había quedado, para que oyesen de su boca los doctores el misterio de la Santísima Trinidad, y ante los doctores dijesen lo que sabían sus padres, y oyesen de ellos el misterio del Verbo divino y de su encarnación. Que todo se declaró cuando hallándole en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándolos, se admiraban todos los que le oían de su prudencia y de sus respuestas: "Y viéndole, se admiraron". Éste sí fue rey de reyes, rey verdadero, rey de gloria. Primero oye, luego pregunta, y luego responde. Ésta, Santísimo Padre, fue la prudencia que admiraban en un niño rey de doce años; que oía primero, y luego preguntaba para responder, y esto siendo suma sabiduría. ¿Cómo, pues, acertarán los reyes que, no lo siendo, ni oyen, ni quieren oír, ni preguntan, y empiezan su audiencia y sus decretos por las respuestas? Esto, Santísimo Padre, fue enseñar a los doctores, oírlos y preguntarlos; y esto no quisieron ellos aprender, pues nunca le quisieron oír.

Dijo su Madre: "¿Hijo, por qué has hecho esto con nosotros? Tu padre y yo te buscábamos con dolor". No dijo: "por qué nos dejaste"; que bien sabía que en su corazón había asistido siempre. Sólo dice: "¿Por qué has hecho esto con nosotros?", que es lo que llamó el Evangelista: "No conocieron" que embebecer nuestros ojos en nuestra contemplación. Por este rato que no te hemos visto, "tu padre y yo te buscábamos con dolor". Aquí dicen que es hombre verdadero, y que son sus padres: cosa que importó tanto que la oyese de ellos mismos con afecto tan casual y penoso. Él respondió: "¿Qué es la cosa por qué me buscabais?". Eso fue decir: Acudir yo al templo, que es a lo que vine, y a enseñar, a oír, y a preguntar, a responder, a hacer lo que mi Padre me ordena, no es faltar de vuestro lado, no es dejaros. No los responde, sino los satisface con pregunta llena de favores. ¿Por qué me buscáis, si no me he perdido? Soy templo, y estoy en el templo; soy Rey, y oigo, y pregunto, y respondo; soy Hijo, y hago la voluntad de mi Padre. ¿Por qué me buscáis con dolor? ¿No sabíades que conviene que yo esté en las cosas que son de mi Padre? A su Padre le dice que está en cosas de su Padre. De manera que le busca el Padre cuando está en las cosas del Padre. ¡Gran llamarada del misterio de la Trinidad! Este modo de decir es así común a todos los idiomas: "¿No sabéis que he de estar en las cosas que son de mi Padre?". Que fue decir: ¿Para qué me buscáis, si no me he apartado de vosotros? Yo estoy en las cosas de mi Padre; y supuesto que nadie es más propiamente de mi Padre que vosotros, en vosotros estoy. San José ya se ve si es cosa de su Padre, pues le escogió para lugarteniente suyo en la tierra, para Padre de su Hijo en la manera que lo fue. ¿Pues la Virgen María? Ab initio, et ante saecula la escogió para su esposa. De suerte que con los propios misterios y sacramentos que se quedó, y no los dejó; que iban sin él, y tan en él que no lo entendieron, los responde cosas tales, que dice el Evangelista: "Y ellos no entendieron la palabra que les dijo a ellos". No pudieron ignorar que era Hijo de Dios. Ya la Virgen había oído: Spiritus Sanctus superveniet in te; et virtus Altissimi obumbrabit tibi. Pues José ya había oído, quando nolebat eam traducere: Quod enim in ea natum est, de Spiritu Sancto est. Luego esto no era lo que no entendieron; y es cierto que no entendieron una palabra, que así lo dice el texto, y ésta fue: Quid est quod me quaerebatis? "¿Qué es por lo que me buscábades?". Que fue decirles que no sabían que había ordenado y permitido que no le echasen menos; para que se revelasen tantos misterios, y fuesen testigos de su divinidad y humanidad, que por entonces no convenía declararlo. Y así permitió que ignorasen esta palabra, como que no sintiesen que se había quedado en Jerusalén.

"Y bajó con ellos, y vino a Nazareth; y estábales sujeto". Sabe ser rey: deja por Dios y por el templo los padres. Sabe ser rey: oye, y pregunta, y después responde. Sabe ser rey: asiste y está donde le toca por oficio y obediencia. Sabe ser hijo de dos padres: obedece al del cielo, y acompaña al de la tierra. Bajó con él, y estábale sujeto. Considere vuestra beatitud un Rey Niño de doce años que es Rey de todos y Rey de reyes, Rey eterno, y dador de las monarquías, cuánto nos enseñó aquí, cuánto ejemplo dejó a los reyes. Por el templo, por las cosas de la Iglesia deja a su Padre y a su Madre. Por enseñar deja las caricias, y ocasiona el dolor a los que más quiere, y no por eso deja de estar sujeto; pero es al que le busca con dolor, a su Padre, al que Dios escogió por sustituto suyo. A éste solo se ha de sujetar un rey: mas de tal manera que sepa que Dios es lo primero, y la iglesia y el templo. "Y su Madre conservaba todas estas palabras en su corazón". ¿Quién nos podía declarar lo inexplicable, sino la que fue toda llena de gracia? Cierto es que pues guardaba todas estas palabras en su corazón, que las entendía y sabía el peso de ellas, pues las depositaba en tan grande parte. La Virgen lo declara: todo se entiende, y se concilia. No lo entendieron cuando lo dijo; luego que se vino con ellos, lo entendieron, y a su propia luz lo descifraron. Conocieron que sin faltar a nada, cumplía con los dos padres, con Dios y con los hombres; que sabía sujetar y estar sujeto. Y para evidente declaración, añade el Evangelista: "Jesús crecía en sabiduría, y edad, y gracia con Dios y con los hombres". Buenos autores tengo de mi declaración: la Virgen María, Cristo y el Evangelista que lo refiere. No han de crecer los reyes en sabiduría, gracia y edad sólo para Dios, sino para los hombres también; porque su oficio es regir, no orar: no porque esto no les convenga, sino que por esto no han de dejar aquello que Dios les encomendó. Juntas han de estar estas cosas: Dios primero; y con él y por él y para él el cuidado de los hombres. Que Cristo Jesús era niño y rey, y crecía en gracia y sabiduría, y en edad para Dios, y para los hombres; porque a Dios con estas cosas se le da lo que se le debe, y a los hombres lo que han menester.




Capítulo XVIII: A quién han de acudir las gentes. De quién ha de recibirse.

El crecer y el disminuir, cómo se entiende entre el criado y el señor.

(Jn 3)

"Maestro, el que estaba contigo de esotra parte del Jordán, de quien tú testificaste, ves aquí que bautiza, y todos vienen a él. Respondió Juan, y dijo: No puede el hombre recibir alguna cosa, si no le fuere dada del cielo". Y más abajo dice San Juan, de San Juan Bautista: "Conviene que él crezca, y que yo me disminuya".

Cuando yo no supiera el oficio de San Juan Bautista, por las señas dijera que había sido valido de Dios hombre. ¡Cosa admirable, que en toda su vida no hubo otra cosa sino peligros, tentaciones, cárcel y muerte! Unos le ofrecen el Mesiazgo, que era el reino; otros le preguntan si es él, y lo dejan en su voluntad. El capítulo pasado todo fue peligros; que los favores y mercedes preferidas, para la verdad no son otra cosa. Aquí, santísimo Padre, hizo el séquito del privado el postrer esfuerzo, y con ser San Juan hombre enviado de Dios, porque era privado se le atrevió el chisme. Es la parlería de los caseros muerte doméstica del privado, enfermedad asalariada de la buena dicha. Vinieron sus discípulos a Juan, y dijéronle: "Maestro, el que estaba contigo de esa otra parte del Jordán, de quien tú testificaste, ves aquí que bautiza, y todos vienen a él". A otro ministro que a San Juan, puesto en privanza, estas palabras le llevaban al alma por los oídos todo el veneno del mundo, todos los tósigos que sabe mezclar la ambición. "Todos acuden al rey". Nueva de muerte para la envidia de un valido que tiene puesta la estimación en la soledad y desprecio de su príncipe. La lisonja mañosa gana albricias con los poderosos cuando les dice: Yermo está el rey, desierta la majestad, todos acuden a ti. Y si bien entienden éstos que valen la palabra "todos acuden a ti", cabeza es de proceso: el que se lo dice, más le acusa que le aplaude; los que acuden a él, menos le acompañan que le condenan. Tarde conocerá la mengua de su seso; que los que hizo pretendientes suyos la que llamó buena dicha, se los volverá fiscales la adversidad, poderosa para hacer estas transformaciones.

Llegan a San Juan sus discípulos con esta nueva (llamémosla así); y él, en vez de entristecerse por ver enflaquecer su séquito, responde: "No puede el hombre recibir alguna cosa, si no le fuere dada del cielo". Aforismo sacrosanto de lo que han de recibir los privados, y de quién. Privado habrá que sus manos las tenga religiosas para el poco dinero, y distraídas para la cantidad: éste no es limpio, sino astuto; éste más peca en lo que deja de tomar, que en lo que toma. Privado habrá que ni poco ni mucho reciba de los vasallos; y que del rey reciba tanto, que ni le deje mucho ni poco. Éste tiene por cosa baja el tomar por menudencia, y llega a merecer nombre de universal heredero de su rey en su vida. Esto es no tomar de puerta en puerta, sino todo el manantial. ¡Oh qué discreta maldad! ¡Qué docta bellaquería! El mayor ingenio suele ser éste.

Santísimo Padre, oídme atento: bien merecen mis voces tan grande atención. A vuestro cargo están los reyes de la tierra, y sobre sus coronas están vuestras llaves: oíd la habilidad de los traidores. Vieron que el levantarse con los reinos, o intentarlo, o pensar en ello era delito digno de muerte y que se llamaba traición, y acogiéronse por temor de los castigos a levantarse con los reyes: cosa que, siendo más sacrílega, es tenida por dicha, y el que lo hace, por ministro, no por aleve: lo uno castigan los reyes, lo otro premian. ¡Oh gran tiniebla del seso humano! ¡Qué haya príncipe que acaricie al que se levanta con él, y que castigue al que se levanta con el reino, siendo aquel peor y más osado! Porque el uno usurpa a Dios su teniente, depone a Dios su elección, y el otro emprende los pueblos encomendados, que aquél arrebata más seguro y más dueño. Y hales caído eso tan en gracia a los desvanecidos, que desde que los reyes consienten privanzas, desechan las conjuraciones y levantamientos por necios y arriesgados. A César, y a Tiberio, y a Claudio, los motines y levantamientos les fueron ocasión de gloria y de esfuerzo, mas los privados de ruina y afrenta. Más le costó a Tiberio, Seyano, que todas sus maldades y todos sus enemigos. Hagan los príncipes la cuenta con las historias en todos los reinos, en todas las edades, y verán cuánta mayor maldad es levantarse con ellos que con sus reinos. Allí verán que a los que la traición quitó los estados, llaman hombres sin dicha los cronistas y historiadores; y a aquéllos a quien les quitó el ser reyes el valimiento, los llaman hombres sin entendimiento y sin valor. Los que padecen esta nota en la memoria de los hombres, después de su muerte, aunque les permitieran el volver a nacer, lo rehusaran por no verse tales como fueron. ¡Qué universalmente descartó esto San Juan, cuando dijo: "Que no ha de recibirse nada, sino lo que fuere dado del cielo!". El reino diole Dios al rey (excluido está de recibirle el privado), la majestad y el poder. Y si ha de recibir, sólo lo que le fuere dado del cielo, excluido está el cohecho, y la negociación, y el presente, y la niñería, que arreboza con esta humildad los tesoros.

"Vosotros me sois testigos (dice San Juan) que dije: No soy Cristo". ¡Qué plenaria información! ¡Qué bien acordada defensa! ¡Qué prevención de privado escogido de Cristo para sí! Venisme a decir que al rey acuden todos. Ya os digo que así ha de ser; que a mí no ha de acudir nadie, porque no soy nada en su comparación: no soy profeta; soy voz que clama en el desierto. A mí no se me dio del cielo que me siguiesen: a él sí, que es el Señor y el Rey. Y porque ve la apretura de la plática, dice: "Vosotros sois testigos que yo he dicho: No soy Cristo; no soy el Rey". Eso sí, Juan: haced testigos a los que os asisten, de que no habéis pensado levantaros con el rey en aceptar el Mesiazgo: sean testigos, no de sólo eso, sino de confesión expresa: "Yo no soy Cristo". No se ha de hablar en esto por señas equívocas; hase de hablar claro; y a quien se ha de desengañar es a la familia del poderoso; porque allí asiste asalariado su peligro, y allí ha de asegurar su descargo, si se sabe, o si puede.

Bien pasará sin detenerme, por las palabras que otro alguno no ha advertido; mas como hablando de un privado Juan, las dice otro Juan privado, no excusa advertir a los príncipes y a los poderosos en ellas. "Y venían y se bautizaban. Aun no habían preso a Juan, y hubo cuestión entre los discípulos de Juan con los judíos". ¡Extraña cosa decir que aun no estaba preso, cosa que constaba de la historia! No es pluma la de San Juan, que escribe rasgo sin misterio. Advertid los que priváis, que aun no estaba preso el privado; aun no estaba en la cárcel, y ya los suyos levantaban canteras y marañaban cuestiones. Preso un poderoso, cierto es que todos hablan de él y contra él; mas antes de caer, antes de la adversidad, los más propios, los más de casa arman cuestiones y voces, y le desasosiegan la buena ventura. No es el peligro estar en la cárcel, sino en la privanza. "Este gozo se me cumplió: él importa que crezca y que yo me disminuya". ¡Qué bien lo dijo el más que profeta! Aquí deslindó toda la materia de estado divina y humana. No les queda licencia a los confesores ni a los teólogos para absolver los unos y interpretar los otros lo que contra estas palabras se cometiere. Privados, si oís otra cosa que lisonjas, oíd el gozo que dice San Juan, que es que crezca su rey, y que él se disminuya. ¡Oh reyes, luego importa que el criado se disminuya y que el rey se aumente. En este solo aforismo está la medicina de todos los gobiernos. No aprovecha que el rey crezca y el criado también; porque el criado no puede crecer sin la diminución del rey, de lo que le quita en la riqueza, de lo que le usurpa en el poder, de lo que le estraga en la justicia, de lo que le desacredita en la verdad, de lo que le descuida en su obligación. Y esto no es crecer entre ambos; es disminuirse el rey porque crezca el vasallo, y ha de ser al revés; y dice San Juan Bautista que conviene. Y esto, ¡oh miserables favorecidos de los príncipes, los que no lo entendéis así!, a vosotros os conviene, porque en disminuir está vuestra triaca contra la envidia; y sólo os es de salud un modo de crecer, que es crecer por la diminución.

¿Queréis ver, ¡oh monarcas!, (con todos hablo), qué delito es crecer el criado y disminuirse el señor, y cuán gran delito es y qué pena merece? Aprendedlo de los propios criados: oídlos a ellos. Decidme, príncipes: los castigos tan ciertos y tan frecuentes y tan grandes de todos los privados, que se han hecho; los que visteis hacer a vuestros padres; que vosotros hicisteis, ¿quién os los aconsejó? ¿Quién os los dispuso? ¿Quién los acriminó? Todos me responderéis, concordando con las historias, que otros ambiciosos que quisieron para sí, con nombres de servicios, lo que condenan en los otros por traición y por robo. Bien mereció castigo el que privó disminuyendo al rey y creciendo él: su patrimonio es la horca; soga y cuchillo son el estipendio de su desvergüenza. Mas no merece menos la prisión y la muerte el que acusa a aquél por codiciar para sí sus delitos, no para el rey la libertad. Pues ¿cómo, monarcas, lo que, el que quiere ser privado, justifica para la medra de su envidia, admitís por lícito y provechoso? Y los propios privados os harán creer que a vosotros os es indecente no consentir por malos y detestables los que ellos propios acusan y degüellan porque lo son, para serlo ellos. Esta sola justicia he conocido y leído siempre en los que mal han privado, sin excepción; que unos han sido castigo de otros, y los más afrenta de sus señores y ruina de sus reinos. ¿Queréis ver, príncipes, cuál engaño padece, no vuestra vida, que ése era corto; no vuestra hacienda, que ése era civil; no vuestra comodidad, que ése era delgado; -vuestra honra, que es mucho; vuestra salvación, que es todo? Decidme, ¿cuál acusación habéis admitido contra algún favorecido vuestro, en que no os prometan grande restitución al patrimonio, gran satisfacción a las partes? Y si hacéis la cuenta, hallaréis que os cuesta cien veces más a vosotros y a vuestro reino el satisfacer la hipocresía de los acusadores, que se os aumenta de la perdición del caído. Éste es el engaño que os atraviesa las almas. Quien acusa al que tiene y al que puede, para poder él y tener ése al criado acusa la dicha y al señor el talento; y el castigo es igual en el criado y en el príncipe. Siempre he visto, y siempre lo veréis, que de estas persecuciones y visitas hechas por desembarazar para sí el que acusa los delitos que acusa, se sigue que vosotros quedáis por este engaño depuestos de la dignidad, como el ministro del oficio, y más condenados que el preso y depuesto; porque quedáis condenados a otros peores que aquél, y a padecer muchos ímpetus de codicia recién nacida.

Santísimo Padre, puerta es de vuestras llaves la de la salud de los pueblos, la de la salvación de las gentes; por aquí tiene paso al cielo, que vos abrís y cerráis, las almas de los potentados del mundo; enseñadles con el ejemplo de San Juan esta verdad; que importa que ellos crezcan y los criados se disminuyan (lo que él cumplió tan presto, perdiendo la cabeza). Lo propio, Santísimo Padre, que ha de ser entre los criados y los reyes, ha de ser entre los reyes y la Iglesia: ella conviene que crezca, y los reyes se disminuyan, no en el poder ni en la majestad, en la obediencia y respeto rendido al vicario de Cristo, a esa Santa Sede.

Dos criados tuvo Cristo: uno, que fue Juan, se disminuyó para que creciese el rey; y éste fue hombre enviado de Dios, y entre los nacidos ninguno mayor que él. ¡Gran cosa! ¡Nadie mayor que él disminuido! Otro quiso crecer él y que no creciese el Señor; y éste fue Judas, hijo de perdición, y que le valiera más no haber nacido. De aquél primero pocos imitadores se leen y se ven; de éste, su fin, sus cordeles, su horca, su bolsa, su venta, su beso se precia de gran séquito y de larga imitación; y toda su vida presume de señas de muchos, y de original de muchas copias, por lo propio justiciadas.




Capítulo XIX: De qué manera entre el rey y el valido en su gracia se cumplirá toda justicia;

y de qué manera es lícito humillarse el rey al criado.

(Mt 3)

"Entonces vino Jesús de Galilea al Jordán a Juan para que le bautizase. Juan se lo prohibía, diciendo: Yo he de ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Respondiendo Jesús, le dijo: Deja ahora: así conviene que nosotros cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. Y bautizado Jesús, al punto salió del agua. Y veis se abrieron los cielos, y vio el Espíritu Santo de Dios bajar como -paloma, y que vino sobre él. Y veis una voz del cielo, que decía: Éste es mi Hijo amado, en el cual me agradé". Fue tan grande esta acción, que se repartieron los misterios de ella por los tres evangelistas. Quiso cada uno tener parte en tan grande sacramento. Mc 1, dice: "Vio los cielos abiertos, y al Espíritu Santo que bajaba como paloma". Y añade esta grande palabra, que añuda esta acción con lo que dijo Isaías: "Y que se quedaba en él". Lucas, cap. 3, dice: "Fue empero como si bautizase todo el pueblo, y Jesús fuese bautizado"; y añade: "Y estando orando, se abrió el cielo".

En la consideración de este capítulo parece que se agota todo lo importante del oficio del príncipe, y todo lo peligroso del oficio del privado. Cumplir el rey toda justicia es hacer todo su oficio: humillarse al criado el señor, es todo el riesgo. Era San Juan Bautista grande privado de Dios, y el que venció todas las malas andanzas del puesto. No ha habido ni habrá mal paso en la privanza que él no le padeciese y le santificase con su humildad y con su vida y con su muerte. La aclamación del pueblo engañada le ofreció la adoración de Mesías, le rogó con el cargo de su señor: el séquito de las gentes hizo diligencias contra su oficio; su grande santidad equivocaba la fe de los judíos para su persecución. En uno de los capítulos antecedentes ponderé sus diligencias y sus respuestas. Y como él sabía cuán sabrosa perdición y cuán forzoso peligro es éste de la privanza, no por sí, que era hombre enviado de Dios, y no de la ambición; por todos los que serían en el mundo privados habló tales palabras: "Éste es el que ha de venir en pos de mí, que ha sido antes de mí: de quien yo no merezco desatar la correa del zapato".

¡Oh privados, oh reyes! Tened respeto los unos hasta la correa del zapato de vuestro príncipe, los otros haced reverenciar hasta vuestro calzado. Yo con toda humildad y reverencia admiro en estas palabras las interpretaciones de los santos que sirven al misterio. Vosotros, todos los que mandáis y aspiráis a mandar, atended a mi explicación. Juan, primero privado escogido, cuando ve vacilar en el reconocimiento del Señor verdadero, de su Rey eterno, del Rey Dios y hombre, en estas palabras dice todo lo que se ha de decir, y todo lo que no se ha de hacer: "No soy digno de desatar la correa de su zapato". Pues, Santísimo Padre, si Juan privado no es digno de desatar la correa del zapato de su Rey, ¿qué será del criado que intentare atar con la del suyo a su rey? ¿Qué cosa es atar el criado al señor? Eso no se ha de presumir de toda la perdición del seso ambicioso de los hombres; es menester para tan sacrílega osadía toda la desvergüenza del infierno. No sólo no ha de atar el criado ni el ministro al rey, mas ha de conocer y confesar que no merece desatar la correa de sus pies. Lo que el rey añuda, nadie, si no es Dios, y la razón, y la verdad, lo puede desatar sin delito. Majestad tienen los reyes hasta en los pies: digno es de reverencia su calzado. Pues si no es lícito desatar la correa del zapato, ¿cómo será lícito desatar al rey de su alma, al rey de sus reinos, al rey de su oficio, al rey de la religión, al rey de Dios? Esto el que lo hace, el que desata al rey de estas cosas, no es ministro, no es privado, no es vasallo, no es hombre: lo que es dígalo por el Bautista el evangelista San Juan, que yo no me quiero atrever a decirlo, ni caben en mi autoridad sus palabras, que son dignas de él sólo. Oigan los reyes y los emperadores al águila, que es autor de coronas imperiales y blasón propio suyo: "Y todo espíritu que desata a Jesús, no es de Dios, y éste es espíritu de Anticristo". El un Juan lo dice, que el que desata a Cristo es espíritu de Anticristo; y el otro Juan, que vino antes de Cristo y fue enviado de él, cuando dice estas palabras no sólo confiesa que no ha de desatar a Cristo, sino que no merece desatar la correa de su zapato. Y el uno que lo hace fue el privado, y el otro el querido. Y el que no los imitare, si desata a su rey, ¿qué será? Ya lo ha dicho San Juan. Y si le atare (lo que no se puede creer), será Judas. Ése le vendió y entregó por dineros a la cárcel y a los cordeles. Con razón, pues, Cristo se viene al Jordán a buscar tal criado, a honrarle, y a ser bautizado de él.

El mérito de San Juan nos ha llegado al discurso del capítulo: con sus palabras nos introducimos en sus obras; y este ejemplo no pierde por descender de Cristo, Dios y hombre, a los reyes hombres; que pues los reyes son vicarios de Dios, y reinan por él, y deben reinar para él, y a su ejemplo e imitación, ningún lugar tiene el desahogo de la lisonja, ni lo dilatado de la explicación ambiciosa y negociadora, en estas palabras: "Vino Cristo de Galilea al Jordán para que Juan le bautizase". Todo va bien: el rey va al criado, no el criado al rey; él se vino a Juan, no le trajo Juan. ¡Gran decoro de monarca! ¡Grande y discreta y segura fidelidad de criado! "Juan se lo prohibía. Hace lo que debe su humildad y conocimiento, lo que conviene a su oficio, que Dios hará lo que conviene a la obra, al gobierno y al misterio. No sale de sí Juan, grandes márgenes deja a la dignidad de Cristo; no compite jamás ni con su sombra. No parece lícito contradecir ni prohibir nada el criado al señor: no parece lícito, porque los atrevidos vuelven la cara hacia otro lado por dejar pasar la verdad. Santísimo Padre, en las honras propias y mercedes excesivas que se les hacen a ellos, lícito les es el prohibirlo, el rehusarlo. Mas los mañosos, que la doctrina la ajustan al talle de su pretensión, prohíben las mercedes de los otros, que luego que no son para ellos, son excesivas; y las propias, aunque sean demasiadas, se admiten con queja por pequeñas, y a veces la insolencia del ministro obliga al príncipe que le ruegue para que acepte lo que no pudo el criado codiciar sin delito, ni conceder el príncipe sin afrenta. "Prohibióselo diciendo: Yo he de ser bautizado por ti".

En el agua, con favores y honras grandes, ejercitó los dos mayores ministros con acciones y palabras bien parecidas. Juan, viniendo Cristo a que le bautizase, se lo prohibía diciendo: "Yo he de ser bautizado por ti". Pedro parece que repite este suceso y palabras, y le dice: "¿Tú me lavas a mí los pies?", y se lo quiso prohibir como Juan. A Juan respondió: "Déjalo ahora: así conviene que nosotros cumplamos toda justicia". A Pedro en la respuesta le juntó alguna amenaza: "Si no te lavo, no tendrás parte en mi reino". Con novedad, Santísimo Padre, examino yo la diferencia de estas respuestas en una propia acción. Juan en el desierto rehusó por su humildad la acción que servía a los misterios de Dios sin testigos, y así bastó la advertencia del fin para que Cristo se humillaba a su criado. Pedro replicó entre todos los apóstoles y delante de Judas, cuando él hacía aquella acción para ejemplo y para que le imitasen. A la repugnancia en el misterio y a solas basta advertencia; a la repugnancia al ejemplo entre los que le han de tomar para darle, provechosa es la amenaza. No se ha de temer que el príncipe dé buen ejemplo aun con humildad rendida.

"Así conviene que cumplamos nosotros toda justicia". Ésta no es cláusula, es sima infinita de misterios. Santísimo Padre, ¿cómo? ¡Qué ni en el encarnar, ni en el nacer, ni en el morir, ni en el resucitar dijese que cumplía toda justicia, y aquí lo dijese, cuando él es bautizado de Juan, y Juan de él! ¿Qué hay aquí de justicia? ¿Cómo se cumple toda justicia donde el hecho es sacramento: donde no hay pueblo? Río era, y no tribunal, en el que estaban. Esta vez el agua del Jordán vidriera es de toda la justicia de Dios, de toda, y cumplida en todo. Dejar el rey su casa y su ciudad por el bien de sus reinos, justicia es. Buscar el criado que no se halla digno de desatar la correa de su zapato, justicia es. Humillarse por salvar los que tienen a cargo, justicia es. Desnudarse por los que han menester su desnudez, justicia es. Rehusar Juan levantar la mano sobre la cabeza de su Señor, aun para bendecirle, justicia es. Estorbar que aun en el desierto el silencio de las peñas y la fuga del agua y el ruido le vean más alto que su Señor, justicia es. Mortificarse el criado con la obediencia en tan altos favores, justicia es. Autorizar el Rey los despachos de tan grande ministro con tan prodigiosa demostración, justicia es. Que el rey pase por lo que ordena que pasen todos, justicia es. Que el príncipe, para introducir el remedio de los suyos, no repare en desnudarse de la majestad ni en humillarse, justicia es. Que empiece por sí mismo la ley que quiere dar a todos, justicia es. Que use del remedio que da, justicia es; pues aunque no le ha menester para la disculpa, le ha menester para el ejemplo.

Solos estaban Cristo y San Juan, mas no por eso el privado se alargó en admitir favores, ni usó de la familiaridad; recibió el criado aquella honra que le mandó el Señor que la recibiese. De otra manera negocian su perdición en el mundo los ministros que (como ellos dicen) cogen a sus príncipes a solas, sin entender que el príncipe para el criado no puede estar solo, porque el reino, el oficio, y el ser lugarteniente de Dios no son separables del rey. Bien habrá habido criados que hayan visto desnudos a sus reyes delante de ellos, y humillados; mas esto no habrá sido porque los reyes propios lo hiciesen por el bien común, ni lo rehusarían los malos criados. Por eso en los tales con su rey, no se cumple toda justicia como aquí. No dice Dios que éstos son sus hijos. No sólo no lo dice Dios, mas sus padres se corren de haberlo sido, y de que ellos digan que lo son. Aquí fue en el Jordán donde "se apocó a sí mismo recibiendo forma de criado". No le apocó el criado, él se apocó. El criado quería reverenciarlo como Señor; mas él, porque conociesen que era el Señor que lo merecía ser, se apocó recibiendo la forma de criado. Apocarse es virtud, es poder, es humildad; dejarse apocar es vileza, es delito. Siempre Cristo mostró que en todo lo que se hacía con él tenían poca parte los que lo hacían, ni el poder. Iba preso, quísole librar Pedro, y le dijo: "¿Piensas que si yo quisiera librarme, y pidiera a mi Padre que me enviara de guarda un ejército de ángeles, que no me los enviara?". A Pilatos, cuando le dijo que tenía poder de darle muerte y librarle, le respondió que no tuviera poder si no se le hubiera dado de arriba. "Yo tengo potestad de vivir y morir", dijo.

Tan gran Rey fue, y tan solo Rey, que hasta en el padecer y en el morir, que fue a lo que vino, quiso que supiesen que padecía porque quería, porque convenía a su honor y al negocio. "Vio los cielos abiertos, y al Espíritu Santo que bajaba como paloma y quedaba en él. Y veis una voz del cielo que dice: Éste es mi Hijo amado, en el cual me agradé". Aquí también se le guardó su justicia a la oración; ella penetra los cielos siendo fervorosa; ella los abre, y ve abiertos: ora Cristo, y abre los cielos y velos abiertos. ¡Buen Rey, que por medio de la oración trata con Dios los negocios de su reino! "Y vio al Espíritu Santo que bajaba sobre él". Justicia es que a Rey que se deshace por los suyos y recibe forma de siervo por hacerles señores, el Espíritu Santo baje sobre él, y quede en él, y le dé a conocer. Justo es que se abra el cielo cuando Cristo instituye el bautismo, con que se ha de poblar su gloria, y restaurar su vecindad ya perdida. Justo es que donde el Hijo de Dios se humilla, el Espíritu de Dios baje. Ved, Santísimo Padre, si donde el criado y el Señor, el cielo y la tierra, el Hijo de Dios y su Espíritu hicieron tantas justicias, se cumplió toda justicia; pues en sólo el bautismo está todo. Así se ha de creer: nadie puede salvarse, si no renaciere por el bautismo del agua y del Espíritu Santo.

Bien se conocen los grandes méritos de Cristo en esta acción del Jordán: bien los declaró con demostraciones de todo el cielo. Y ya hubo alguno que, predicando o haciendo que predicaba por decir cosa que nadie hubiese dicho, dijo lo que nadie puede decir. Declarando estas palabras: "Éste es mi Hijo muy amado", se atrevió a errar contra la letra sagrada, diciendo: En el Tabor, donde estaba glorioso y trasfigurado, lo dijo afirmativamente; mas en el Jordán, donde le vio humilde y arrodillado, lo dijo como dudando: "¿Éste que así está postrado, es mi Hijo amado?". Éste, como admirándose de que fuese. ¡Gran desdicha de los tiempos!, no que haya un impío, un ignorante que tal desacierto pronuncie contra toda la verdad; mas que se usen auditorios que tales cosas las aplaudan, y no las enmienden. Vino Cristo a nacer, a padecer y a morir: a eso le envió su Padre, no a gloria ni a descanso; ¿y desconociole cuando hacía lo que le había ordenado, y a que le enviaba? Que si fuera posible desconocerle, había de ser glorioso en la tierra, que en un instante hizo a Pedro que desconociese el oficio de Cristo, y a lo que venía, pues olvidársele no era posible. ¡Grande ignorancia atreverse a llamar indigna de Cristo la acción que abrió los cielos, y cumplió toda justicia, y bajó al Espíritu Santo! ¡Qué ignorancia tan grande, que diga aquel perdido que no le agrada Cristo, donde el Padre eterno diciendo que es su Hijo dice que le agrada: In quo mihi bene complacui! Perdóneme el que la reprensión forzosa a tan mala doctrina ocasiona, por la demasiada cortesía de callar su nombre.

Tan de otra suerte lo pondero yo, Beatísimo Padre, que he considerado con novedad, y muchas veces, qué fue la causa de que en el Tabor y aquí en el Jordán se oyese esta aprobación y testimonio del cielo, y no en su nacimiento divino; no en la adoración de los Reyes (cosa de tanta majestad); no en aquel milagro tan espléndido de los panes y los peces; no en la resurrección de Lázaro; no en su muerte; no en su resurrección: yo lo he considerado el primero. Y también, porque en el Tabor añadió las palabras: "Éste es mi Hijo amado, oídle"; y en el Jordán no dijo que le oyesen, sino que era su Hijo. Por la primera diferencia mucho responde todo este capítulo; pues en las demás acciones milagrosas referidas se vieron esfuerzos de su amor por el hombre, hazañas de su justicia contra el pecado original; mas en el Jordán se cumplió toda justicia de su parte, de la de su ministro, de la del Espíritu Santo, y del Padre. Y como él encarnó por librar al hombre del pecado original, vivió y murió por eso, y el bautismo es el sacramento que nos santifica contra él y nos limpia más de la culpa, que fue la causa de su pasión, -fue justicia, como lo demás, que aquí se abriese el cielo, donde moría la culpa que nos le cerró; que aquí bajase el Espíritu Santo, donde la carne mortal se disponía a poderle recibir; que bajase en forma de paloma, en el río donde se ahogaba la primera serpiente; que el Padre dijese: "Éste es mi Hijo en quien me agradé", pues entonces por él empezó el hombre inobediente y ciego a serle agradable. Estas cosas tan especiales dieron estos favores a esta acción particularmente entre todas las demás, y también al intento de mi obra, porque en los reyes las acciones de justicia son las de primera alabanza; y entre ellas serán las de mayor alabanza las de toda justicia: y ésta fue sola en lo que él dijo "que así convenía cumplir toda justicia". Y es de advertir que todo el oficio de los reyes es justicia. No les dice otra cosa el Sabio: "Amad la justicia los que juzgáis la tierra". No es opinión mía decir que los reyes en la justicia tienen la misericordia. San Pedro (llamado discurso de oro) dice: "Dios, salva la verdad, se apiada; el cual así da perdón a los pecados, que en la misma misericordia guarda justicia y razón". Pues en el Tabor bien mereció Cristo favor tan preferido, donde se vistió de fiesta para morir, donde estando en gloria trataba de su muerte, donde se enojó con el más favorecido porque le desviaba de ella con amor y con ternura, donde a tratar de su fin trajo los muertos y despertó los dormidos. Que Cristo entre sus enemigos afligido trate de padecer, grande cosa es; más que trasfigurado, y entre sus discípulos, y con sus criados trate de morir, fineza es digna de la demostración del Jordán.

Resta ver por qué en el Tabor se añadió ipsum audite a las palabras del bautismo. Y a mi ver el texto evangélico da la causa. En el Jordán Cristo y Juan decían una misma cosa, iban a su mismo fin: uno como Señor, otro como criado; entrambos cumplieron toda justicia, obrando uno como Dios, otro como ministro. En el Tabor no fue así: Cristo y los que están con él hablaban con él de la partida que había de hacer y cumplir en Jerusalén. Y así lo entiendo. De esto hablaban con Cristo Moisés y Elías. Otro dijo: "Bien será que nos quedemos aquí". Unos tratan con Cristo de su partida, Pedro de su quedada. El Evangelista dice que los de la partida hablaban a propósito, y no Pedro: "No sabía lo que decía". Pues como era parecer tan contrario a lo que convenía al género humano y a Cristo y a su Padre el de San Pedro, fue necesario que se dijese: Oídle a él, que trata de ir donde le envió; no a Pedro que pretende que se quede aquí. Santísimo Padre, cuando los primeros ministros descaminan, aunque sea con buen celo, el oficio del rey, si callan todos, el cielo habla. Y cuando advertidos del cielo prosiguen, como hizo Pedro en bajando del monte: Non expedit tibi, Domine: Absit a te, Domine, entonces no se excusaba el despedirle: Vade retro post me. ¡Justa cosa mandar que se vaya al que quería quedarse! El cielo y Dios hablan en los predicadores. Ministro que no los oye y prosigue, despedirle: y en el río y en el monte sea oído sólo el rey; y no se atreva el criado a desatar la correa de su zapato, ni a bendecirle, si él no se lo mandare.




Gobierno de Cristo-QUEVEDO - cuáles son los reyes que le buscan, y cuáles los reyes que le persiguen.