Giuditta (BPD) 1



Nabucodonosor y Arfaxad

1 1 Era el año duodécimo del reinado de Nabucodonosor, que gobernó a los asirios en la gran ciudad de Nínive, mientras Arfaxad reinaba sobre los medos en Ecbátana. 2 Este había construido alrededor de Ecbátana una muralla de piedras talladas que medían un metro y medio de ancho y tres de largo. La muralla tenía treinta y cinco metros de altura y veinticinco de espesor. 3 También había erigido junto a sus puertas unas torres de cincuenta metros de alto, sobre cimientos de treinta metros de ancho; 4 y había hecho levantar sus puertas hasta una altura de treinta y cinco metros, por veinte de ancho, para que pudiera pasar su poderoso ejército y desfilar su infantería.

Los preparativos bélicos de Nabucodonosor

5 En aquellos días, el rey Nabucodonosor declaró la guerra al rey Arfaxad en la gran llanura, la que se extiende sobre el territorio de Ragau. 6 Se unieron a él todos los habitantes de la región montañosa y los que vivían a lo largo del Éufrates, del Tigris y del Hidaspes y en las planicies de Arioc, rey de los elimeos. Y muchos pueblos se reunieron para combatir a los hijos de Jeleúd.
7
Entonces Nabucodonosor, rey de los asirios, envió mensajeros a todos los habitantes de Persia y a todos los que residían en Occidente: a los de Cilicia y Damasco, del Líbano y el Antilíbano, y a todos los que vivían en el litoral; 8 a las poblaciones del Carmelo y Galaad; a la Galilea superior y a la gran llanura de Esdrelón, 9 así como también a todos los que habitaban en la Samaría y sus ciudades; a los del otro lado del Jordán, hasta Jerusalén, Betané, Jelús y Cades; y más allá del Torrente de Egipto, a Tafne y Ramsés, lo mismo que a todo el territorio de Gesén, 10 hasta más arriba de Tanis y Menfis; y a todos los habitantes de Egipto, hasta los confines de Etiopía.
11
Pero los habitantes de todas esas regiones, sin excepción, despreciaron el llamado de Nabucodonosor, rey de los asirios, y no se aliaron con él para la guerra, porque no le temían, sino que lo consideraban como un hombre falto de apoyo. Por eso despidieron despectivamente a sus emisarios con las manos vacías.
12
Nabucodonosor se enfureció contra todas aquellas regiones y juró por su trono y por su reino vengarse de todo el territorio de Cilicia, la Damascena y Siria, y destruir con su espada a todos los habitantes de Moab, a los amonitas y a toda la Judea, así como también, a todos los habitantes de Egipto, hasta la región de los dos mares.

La victoria de Nabucodonosor sobre Arfaxad

13 El año decimoséptimo, Nabucodonosor atacó con su ejército al rey Arfaxad y, después de derrotarlo, aniquiló todo su ejército, su caballería y sus carros de guerra. 14 Se apoderó de sus ciudades, avanzó hasta Ecbátana, expugnó sus torres, destruyó sus plazas y convirtió su esplendor en ignominia. 15 Además, hizo prisionero a Arfaxad en las montañas de Ragau, lo acribilló con sus jabalinas, y lo aniquiló para siempre.
16
Finalmente, regresó con sus tropas y con la enorme multitud de guerreros que lo habían seguido, y todos se entregaron despreocupadamente a la buena vida durante ciento veinte días.

La venganza de Nabucodonosor

2 1 El año decimoctavo, el día veintidós del primer mes, se notificó en el palacio de Nabucodonosor, rey de los asirios, que él se vengaría de toda la tierra, como lo había anunciado.
2
El rey convocó a todos sus oficiales y a todos sus funcionarios, se reunió en consejo secreto con ellos y decretó él mismo el exterminio de toda la tierra. 3 Entonces, de común acuerdo, se decidió aniquilar a todos los que no habían respondido al llamado del rey.

La misión de Holofernes

4 Una vez terminado el consejo, Nabucodonosor, rey de los asirios, llamó a Holofernes, general en jefe de su ejército y segundo después de él, y le dijo:
5
“Así habla el gran rey, el señor de toda la tierra: Al salir de mi presencia, tomarás contigo hombres de reconocido valor –unos ciento veinte mil soldados de infantería y un contingente de doce mil caballos con sus jinetes– 6 y atacarás a todos los pueblos de Occidente, porque se negaron a escuchar mi llamado. 7 Intímalos a que se sometan totalmente, porque en mi indignación voy a marchar contra ellos; cubriré toda la superficie de la tierra con los pies de mis soldados y se la entregaré al saqueo: 8 los heridos colmarán sus valles; los torrentes y los ríos desbordarán, llenos de cadáveres, 9 y deportaré a sus cautivos hasta los confines de la tierra. 10 Parte en seguida y ocupa para mí sus territorios. A los que se te sometan, resérvamelos para el día de su castigo; 11 pero no perdones a los rebeldes: entrégalos a la matanza y al saqueo en todas partes. 12 Porque juro por mi vida y por el poder de mi reino que ejecutaré con mi propia mano lo que acabo de decir. 13 No quebrantes ni una sola de las órdenes de tu señor, sino ejecútalas estrictamente como te lo he mandado. ¡Cúmplelas sin tardanza!”.

La organización del ejército de Holofernes

14 Apenas se alejó de la presencia de su señor, Holofernes convocó a todos los generales, oficiales y capitanes del ejército asirio. 15 Reclutó para la campaña unos ciento veinte mil soldados escogidos y doce mil arqueros de a caballo, como se lo había ordenado su señor, 16 y los dispuso en orden de batalla. 17 Juntó, además, un gran número de camellos, asnos y mulos para el equipaje, así como también innumerables ovejas, bueyes y cabras para el abastecimiento; 18 y cada hombre recibió provisiones en abundancia y una gran cantidad de oro y plata del palacio real.

La campaña victoriosa de Holofernes

19 Holofernes avanzó con todo su ejército, para preceder al rey Nabucodonosor y cubrir toda la superficie de la tierra, hacia Occidente, con sus carros de guerra, sus jinetes y sus soldados escogidos. 20 Lo seguía una multitud numerosa como las langostas y como los granos de arena de la tierra: su número era incalculable.
21
Desde Nínive, avanzaron durante tres días en dirección a la llanura de Bectilet, y acamparon en sus inmediaciones, al pie de la montaña que está a la izquierda de la Cilicia superior. 22 Desde allí, Holofernes penetró en la región montañosa con todo su ejército de soldados, jinetes y carros de guerra. 23 Luego se abrió camino a través de Fud y de Lud, y arrasó a todos los rasitas e ismaelitas que estaban al borde del desierto, hacia el sur de Jeleón.
24
En seguida vadeó el Éufrates, atravesó la Mesopotamia y destruyó todas las plazas fuertes en las riberas del torrente Abrona, hasta las costas del mar.
25
Después ocupó los territorios de la Cilicia, destrozó a cuantos le opusieron resistencia y avanzó hasta los confines meridionales de Jafet, en las fronteras de Arabia. 26 Sitió a todos los madianitas, incendió sus campamentos y saqueó sus establos. 27 Descendió luego a la llanura de Damasco, en la época de la cosecha del trigo, e incendió todos sus sembrados; exterminó ovejas y vacas, saqueó sus ciudades, arrasó sus campos y pasó a todos sus jóvenes al filo de la espada.
28
El pánico y el terror se apoderaron de todo el litoral: de los habitantes de Sidón y de Tiro, de Sur y de Oquina, y de todos los habitantes de Iamnia. También los de Azoto y Ascalón quedaron despavoridos ante él.

La rendición general ante Holofernes

3 1 Entonces le enviaron mensajeros con la siguiente propuesta de paz: 2 “Aquí estamos los servidores del gran rey Nabucodonosor, rendidos ante ti: trátanos como mejor te parezca. 3 Están a tu disposición nuestras posesiones, todo nuestro suelo, todos los campos de trigo, nuestras ovejas y nuestras vacas, y también todos los corrales de nuestros campamentos: puedes hacer con ellos lo que quieras. 4 Hasta nuestras mismas ciudades y sus habitantes están a tu servicio; ven y trátalas como te parezca”.
5
Aquellos hombres se presentaron ante Holofernes y le transmitieron su mensaje. 6 Él descendió con su ejército hacia la costa del mar, estableció guarniciones en las plazas fuertes y reclutó en ellas hombres selectos como tropas auxiliares. 7 Ellos, y toda la región circunvecina, lo recibieron con guirnaldas y danzas corales al son de los tambores. 8 Pero él devastó todo su territorio y taló sus bosques sagrados, porque había recibido la orden de exterminar a todos los dioses del país, para hacer que todas las naciones adoraran solamente a Nabucodonosor, y todas sus lenguas y tribus lo invocara como dios.
9
Así llegó Holofernes frente a Esdrelón, en las inmediaciones de Dotaim, que está ante las montañas de Judea. 10 Acampó entre Gueba y Escitópolis y permaneció allí un mes, a fin de reunir todos los efectivos de su ejército.

La reacción de los israelitas

4 1 Los israelitas que habitaban en Judea se enteraron de la manera cómo Holofernes, general en jefe de Nabucodonosor, rey de los asirios, había tratado a aquellos pueblos y cómo había devastado sus santuarios, entregándolos luego a la destrucción. 2 Un pánico indescriptible cundió entre ellos ante la presencia de Holofernes y temblaron por la suerte de Jerusalén y la del Templo del Señor, su Dios. 3 Hacía poco tiempo, en efecto, que ellos habían vuelto del cautiverio, y sólo recientemente se había congregado todo el pueblo de Judea y habían sido consagrados los objetos de culto, el altar y el Templo, antes profanados. 4 Entonces alertaron a toda la región de Samaría, a Coná, a Bet Jorón, a Belmain, a Jericó, a Jobá, a Esorá y al valle de Salém. 5 Luego ocuparon apresuradamente las cimas de las montañas más elevadas, fortificaron las aldeas situadas en ellas y se abastecieron de víveres en previsión de una guerra, ya que hacía poco que había terminado la cosecha de sus campos.
6
Joaquím, el sumo sacerdote que entonces residía en Jerusalén, escribió a los habitantes de Betulia y de Betomestaim, que están frente a Esdrelón, ante la llanura contigua a Dotaim, 7 para decirles que ocuparan las subidas de la montaña, porque eran el único camino de acceso a la Judea. Les advertía, además, que sería fácil detener a los invasores, ya que lo angosto del desfiladero no permitía el paso de más de dos hombres a la vez. 8 Los israelitas cumplieron todo lo que les había ordenado el sumo sacerdote Joaquím y el consejo de los ancianos del pueblo de Israel, que residían en Jerusalén.

La súplica de los israelitas al Señor

9 Todos los hombres de Israel clamaron insistentemente a Dios y observaron un riguroso ayuno. 10 Ellos, con sus mujeres y sus hijos, su ganado, y todos los que residían con ellos, sus mercenarios y esclavos, se vistieron con sayales. 11 Y todos los israelitas que habitaban en Jerusalén, hombres, mujeres y niños, se postraron ante el Templo, cubrieron de ceniza sus cabezas y extendieron sus sayales ante la presencia del Señor. Cubrieron el altar con un sayal 12 y clamaron ardientemente todos juntos al Dios de Israel, a fin de que no permitiera que sus hijos fueran entregados al pillaje, sus mujeres deportadas, las ciudades de su herencia destruidas y el Santuario execrado y escarnecido, para satisfacción de los paganos.
13
El Señor escuchó sus plegarias y miró su aflicción. Entretanto, el pueblo, en toda la Judea y en Jerusalén, siguió ayunando durante largo tiempo, ante el Santuario del Señor todopoderoso. 14 El sumo sacerdote Joaquím y todos los que prestaban servicio ante el Señor, sacerdotes y ministros del Señor, vestidos con sayales, ofrecían el holocausto perpetuo, las oblaciones votivas y los dones voluntarios del pueblo; 15 y, con los turbantes cubiertos de ceniza, imploraban al Señor con todas sus fuerzas, para que visitara favorablemente a toda la casa de Israel.

La indignación de Holofernes

5 1 Cuando informaron a Holofernes, general en jefe del ejército de Asiria, que los israelitas se habían preparado para la guerra, y habían bloqueado los desfiladeros de la montaña, fortificando todas las cimas de las altas montañas y levantando parapetos en las llanuras, 2 se enfureció y convocó a todos los príncipes de Moab, a los jefes de Amón y a todos los sátrapas del litoral. 3 Él les preguntó: “Díganme, cananeos, ¿qué pueblo es ese que vive en la montaña? ¿Cuáles son las ciudades que habita y los efectivos de su ejército? ¿De dónde proceden su vigor y su fuerza, y quién es el rey que los gobierna y dirige sus ejércitos? 4 ¿Por qué ellos solos, a diferencia de todos los habitantes de Occidente, se han negado a venir a mi encuentro?”.

El informe y el consejo de Ajior

5 Ajior, jefe de todos los amonitas le respondió: “Si me escuchas un momento, te haré conocer la verdad acerca de este pueblo que habita en las montañas contiguas a las que tú ocupas; y nada de lo que yo te diga será falso. 6 La gente de este pueblo desciende de los caldeos. 7 Primero emigraron a Mesopotamia, porque no quisieron seguir a los dioses de sus padres, establecidos en la tierra de los caldeos. 8 Ellos abandonaron el camino de sus padres y adoraron al Dios del cielo, al que habían reconocido como Dios. Entonces fueron expulsados de la presencia de sus dioses y se refugiaron en Mesopotamia, donde habitaron mucho tiempo. 9 Pero luego su Dios les ordenó salir de ese lugar y dirigirse al país de Canaán. Allí se instalaron y se enriquecieron con oro, plata y numerosos rebaños. 10 Después bajaron a Egipto, porque el hambre azotaba el país de Canaán, y permanecieron allí mientras tuvieron qué comer. En Egipto se multiplicaron de tal manera, que su descendencia se hizo innumerable. 11 El rey de Egipto se levantó contra ellos y los oprimió astutamente obligándolos a fabricar ladrillos: así los humillaron y los redujeron a esclavitud. 12 Ellos, por su parte, clamaron a su Dios, y él castigó al país de Egipto con plagas irremediables; por eso los egipcios los expulsaron. 13 Dios secó el Mar Rojo delante de ellos 14 y los condujo por el camino del Sinaí y de Cades Barné. Ellos desalojaron a todos los habitantes del desierto 15 y se establecieron luego en el país de los amorreos, exterminando por la fuerza a los jesbonitas. Después cruzaron el Jordán y tomaron posesión de toda la región montañosa, 16 desalojando a su paso a los cananeos, a los perizitas, a los jebuseos, a los siquemitas y a todos los guirgasitas. Allí permanecieron mucho tiempo.
17
Mientras no pecaron delante de su Dios, gozaron de prosperidad, porque un Dios que odia la injusticia está con ellos. 18 Pero, cuando se desviaron del camino que les había señalado, fueron completamente exterminados en numerosos combates y deportados a una tierra extranjera: el Templo de su Dios fue arrasado hasta sus cimientos, y sus ciudades cayeron en poder de sus adversarios. 19 Pero ahora que se convirtieron a su Dios, volvieron de las regiones donde estaban dispersos, ocuparon Jerusalén, donde se encuentra su Santuario, y repoblaron las montañas que habían quedado desiertas.
20
Y ahora, soberano señor, si hay una falta en este pueblo, si pecan contra su Dios y comprobamos en ellos algún motivo de ruina, entonces sí, subamos y hagámosle la guerra. 21 Pero si no hay ninguna transgresión en esta gente, que mi señor pase de largo, no sea que su Señor y su Dios los proteja y seamos la burla de toda la tierra”.

Le reacción de Holofernes contra Ajior

22 Apenas Ajior terminó de pronunciar estas palabras, toda la multitud que estaba alrededor de la tienda de campaña hizo oír un murmullo de protesta. Los oficiales de Holofernes, y todos los habitantes del litoral y de Moab querían hacerlo pedazos. 23 “No nos dejaremos amedrentar por los israelitas, exclamaban, porque son gente sin fortaleza ni vigor, incapaz de oponer una tenaz resistencia. 24 ¡Subamos, y ellos serán un bocado para todo tu ejército, Holofernes, señor nuestro!”.
6 1 Cuando se apaciguó el tumulto de los que rodeaban al Consejo, Holofernes, general en jefe de las fuerzas asirias, increpó a Ajior en presencia de la multitud de extranjeros y de todos los moabitas, diciéndole: 2 “¿Quién eres tú, Ajior, y ustedes, vendidos a Efraím, para que vengan a profetizar entre nosotros como lo has hecho hoy? ¿Por qué quieres disuadirnos de hacer la guerra a la estirpe de Israel, pretextando que su Dios los protege? ¿Acaso hay otro dios fuera de Nabucodonosor? Él enviará su fuerza y los exterminará de la superficie de la tierra sin que su Dios pueda librarlos. 3 Nosotros, sus servidores, los aplastaremos como a un solo hombre, y no podrán resistir el empuje de nuestra caballería. 4 Los pasaremos a sangre y fuego; sus montañas quedarán empapadas con su sangre y sus llanuras se llenarán con sus cadáveres. No lograrán resistir ante nosotros, sino que serán completamente aniquilados, dice el rey Nabucodonosor, dueño de toda la tierra. Porque él ha hablado y sus palabras no caerán en el vacío. 5 Y tú, Ajior, mercenario amonita, que has pronunciado estas palabras en un momento de desvarío, no verás más mi rostro hasta que me haya vengado de esa raza escapada de Egipto. 6 Entonces serás atravesado por la espada de mi ejército y por la lanza de mis guerreros, y caerás entre sus heridos cuando yo vuelva del combate. 7 Mis servidores te llevarán a la montaña y te dejarán en una de las ciudades de los desfiladeros, 8 porque no morirás hasta que seas exterminado con esa gente. 9 Y si abrigas la secreta esperanza de que no serán capturados, ¡no agaches la cabeza! Yo lo he dicho, y ninguna de mis palabras dejará de cumplirse”.

La entrega de Ajior a los israelitas

10 Luego Holofernes ordenó a los servidores que estaban en su tienda de campaña que tomaran a Ajior, lo llevaran a Betulia y lo entregaran a los israelitas. 11 Ellos lo condujeron a la llanura, fuera del campamento, y después de atravesar la llanura en dirección a la montaña, llegaron junto a las fuentes que están debajo de Betulia. 12 Apenas los divisaron los hombres de la ciudad que estaban en la cumbre de la montaña, empuñaron sus armas y salieron fuera de la ciudad, mientras los honderos arrojaban piedras para impedirles el acceso. 13 Ellos, deslizándose por la ladera de la montaña, ataron a Ajior y lo dejaron tendido al pie de la misma. Luego volvieron a presentarse ante su señor.

La recepción de Ajior en Betulia

14 En seguida los israelitas bajaron de su ciudad, se acercaron a él y lo desataron. Luego lo condujeron a Betulia y lo presentaron a los jefes de la ciudad, 15 que en aquellos días eran Ozías, hijo de Miqueas, de la tribu de Simeón, Cabris, hijo de Gotoniel, y Carmis, hijo de Melquiel. 16 Ellos convocaron a todos los ancianos de la ciudad, y también concurrieron a la asamblea los jóvenes y las mujeres. Pusieron a Ajior en medio de todo el pueblo y Ozías lo interrogó acerca de lo sucedido. 17 Él les refirió las deliberaciones del Consejo de Holofernes, lo que él mismo había dicho ante los jefes asirios, y las orgullosas amenazas de Holofernes contra el pueblo de Israel. 18 Todo el pueblo, postrándose, adoró a Dios y exclamó: 19 “¡Señor, Dios del cielo!, mira su arrogancia y compadécete de la humillación de nuestra raza: vuelve en este día tu mirada a los que te están consagrados”. 20 Luego tranquilizaron a Ajior y lo felicitaron efusivamente. 21 Al terminar la asamblea, Ozías lo llevó a su casa y ofreció un banquete a los ancianos. Y durante toda aquella noche, imploraron la ayuda del Dios de Israel.

El sitio de Betulia

7 1 Al día siguiente, Holofernes ordenó a todo su ejército y a toda la tropa de auxiliares que se habían unido a él, que emprendieran la marcha hacia Betulia, que ocuparan los desfiladeros de la montaña y atacaran a los israelitas. 2 Y aquel mismo día, todos sus guerreros levantaron el campamento. Su ejército se componía de ciento setenta mil soldados de infantería, y de doce mil jinetes, sin contar los encargados del equipaje y los hombres de a pie que los acompañaban: era un inmensa multitud. 3 Acamparon en el valle cercano a Betulia, junto a la fuente, y se desplegaron a lo ancho, desde Dotaim hasta Belbaim, y a lo largo, desde Betulia hasta Ciamón, que está frente a Esdrelón.
4
Al ver aquella multitud, los israelitas quedaron despavoridos y se decían unos a otros: “Estos van a arrasar ahora toda la superficie de la tierra: ni las más altas montañas, ni los barrancos, ni las colinas podrán soportar su peso”. 5 Entonces cada uno empuñó sus armas de guerra y montaron guardia toda aquella noche, encendiendo fogatas sobre las torres.
6
Al segundo día, Holofernes exhibió toda su caballería delante de los israelitas que estaban en Betulia; 7 luego examinó los accesos de la ciudad; inspeccionó los manantiales y se apoderó de ellos, colocando allí puestos de guardia. Después volvió a reunirse con sus tropas.

El consejo de los  aliados de Holofernes

8 Vinieron entonces a su encuentro los príncipes de los hijos de Esaú, todos los jefes del pueblo de Moab y los oficiales del litoral, y le dijeron:
9
“Si nuestro señor se digna escuchar un consejo, no habrá bajas en su ejército. 10 Este pueblo de los israelitas no confía en sus lanzas, sino en las alturas de las montañas donde habitan, porque no es fácil escalar las cimas de sus montañas. 11 Por eso, señor, no entres en combate con ellos y no caerá ni uno solo de tu pueblo. 12 Quédate en tu campamento y reserva a todos los hombres de tu ejército; basta con que tus servidores se apoderen de la fuente que brota al pie de la montaña, 13 porque de ella sacan el agua todos los habitantes de Betulia; así, devorados por la sed, tendrán que entregar la ciudad. Mientras tanto, nosotros y nuestra gente escalaremos las cimas de las montañas vecinas y acamparemos allí, para impedir que alguien salga de la ciudad. 14 El hambre los consumirá a ellos, a sus mujeres y a sus niños, y antes que los alcance la espada caerán tendidos en las calles de la ciudad. 15 Así les harás pagar bien caro su rebeldía y el haberse rehusado a salir pacíficamente a tu encuentro”.
16
La propuesta satisfizo a Holofernes y a todos sus oficiales, y él decidió proceder de esa manera. 17 Un destacamento de amonitas partió acompañado de cinco mil asirios. Ellos acamparon en el valle, y se apoderaron de los depósitos de agua y de los manantiales de los israelitas. 18 Entre tanto, los edomitas y los amonitas subieron para acampar en la colina situada frente a Dotaim y enviaron a algunos de ellos hacia el sur y hacia el este, frente a Egrebel, que está cerca de Cus, a orillas del torrente Mocmur. El resto del ejército asirio tomó posiciones en la llanura, cubriendo toda la superficie de la región. Sus tiendas de campaña y sus equipajes formaban un inmenso campamento, porque era una enorme multitud.

Consternación de los israelitas

19 Al verse rodeados por todos sus enemigos, los israelitas invocaron al Señor, su Dios, porque se sentían anonadados y sin posibilidad de romper el cerco. 20 Todo el ejército asirio –los soldados, los carros de guerra y los jinetes– mantuvieron el cerco durante treinta y cuatro días. A todos los habitantes de Betulia se les agotaron las reservas de agua 21 y las cisternas comenzaron a secarse, de manera que nadie podía beber lo indispensable para cada día porque el agua se les distribuía racionada. 22 Los niños languidecían, y las mujeres y los jóvenes desfallecían de sed y caían exhaustos en las plazas de la ciudad y en los umbrales de las puertas.

La protesta del pueblo

23 Todo el pueblo, los jóvenes, las mujeres y los niños se amotinaron contra Ozías y contra los jefes de la ciudad, y clamaban a gritos, diciendo a los ancianos: 24 “Que Dios sea el juez entre nosotros y ustedes, por la gran injusticia que cometen contra nosotros al no entrar en negociaciones de paz con los asirios. 25 Ya no hay nadie que pueda auxiliarnos, porque Dios nos ha puesto en manos de esa gente para que desfallezcamos de sed ante sus ojos y seamos totalmente destruidos. 26 Llámenlos ahora mismo y entreguen la ciudad como botín a Holofernes y a todo su ejército, 27 porque es preferible que seamos sus prisioneros: así seremos esclavos, pero salvaremos nuestra vida y no tendremos que contemplar con nuestros propios ojos la muerte de nuestros pequeños, y no veremos a nuestras mujeres y a nuestros hijos exhalar el último suspiro. 28 Los conjuramos por el cielo y por la tierra, y también por nuestro Dios y Señor de nuestros padres, que nos castiga por nuestros pecados y por las transgresiones de nuestros antepasados; hagan hoy mismo lo que les decimos”. 29 Y toda la asamblea prorrumpió en un amargo llanto, implorando a grandes voces al Señor Dios.

La intervención de Ozías

30 Pero Ozías les dijo: “Ánimo, hermanos, resistamos cinco días más. En el transcurso de ellos, el Señor, nuestro Dios, volverá a tener misericordia de nosotros, porque no nos abandonará hasta el fin. 31 Si transcurridos estos días, no nos llega ningún auxilio, entonces obraré como ustedes dicen”. 32 Luego disolvió a la multitud para que cada uno regresara a su puesto: los hombres se dirigieron a los muros y a las torres de la ciudad, pero a las mujeres y a los niños los envió a sus casas. Mientras tanto, la ciudad quedó sumida en una profunda consternación.

Presentación de Judit

8 1 En aquellos días llegó todo esto a oídos de Judit, hija de Merarí, hijo de Ox, hijo de José, hijo de Oziel, hijo de Helcías, hijo de Ananías, hijo de Gedeón, hijo de Rafaín, hijo de Ajitob, hijo de Elías, hijo de Jilquías, hijo de Eliab, hijo de Natanael, hijo de Salamiel, hijo de Sarasadai, hijo de Israel. 2 Su esposo Manasés, que era de su misma tribu y de su misma familia, había muerto durante la cosecha de la cebada: 3 mientras vigilaba a los que ataban las gavillas en el campo, tuvo una insolación que lo postró en cama, y murió en Betulia, su ciudad. Allí fue sepultado con sus padres, en el campo que está situado entre Dotaim y Belamón.
4
Judit había permanecido viuda en su casa durante tres años y cuatro meses. 5 Sobre la terraza de su casa se había hecho levantar una carpa; llevaba un sayal sobre su cuerpo y vestía ropas de luto. 6 Ayunaba todos los días, excepto los sábados, los novilunios y los días de fiesta y de regocijo del pueblo de Israel. 7 Era muy hermosa y de aspecto sumamente agradable. Su esposo Manasés le había dejado oro y plata, servidores y servidoras, ganados y campos, y ella había quedado como dueña de todo. 8 Nadie podía reprocharle nada, porque era muy temerosa de Dios.

Exhortación de Judit a los jefes del pueblo

9 Judit se enteró de las amargas quejas que el pueblo, descorazonado por la falta de agua, había dirigido al jefe de la ciudad. También se enteró de la respuesta que les había dado Ozías, cuando juró entregar la ciudad a los asirios en el término de cinco días. 10 Envió entonces a la servidora que estaba al frente de todos sus bienes, para que llamara a Cabris y Carmis, ancianos de la ciudad. 11 Estos se presentaron, y ella les dijo: “Escúchenme, por favor, jefes de la población de Betulia. Ustedes se equivocaron hoy ante el pueblo, al jurar solemnemente que entregarían la ciudad a nuestros enemigos, si el Señor no viene a ayudarnos en el término fijado. 12 Al fin de cuentas, ¿quiénes son ustedes para tentar así a Dios y usurpar su lugar entre los hombres? 13 ¡Ahora ustedes ponen a prueba al Señor todopoderoso, pero esto significa que nunca entenderán nada! 14 Si ustedes son incapaces de escrutar las profundidades del corazón del hombre y de penetrar los razonamientos de su mente, ¿cómo pretenden sondear a Dios, que ha hecho todas estas cosas, y conocer su pensamiento o comprender sus designios? No, hermanos; cuídense de provocar la ira del Señor, nuestro Dios. 15 Porque si él no quiere venir a ayudarnos en el término de cinco días, tiene poder para protegernos cuando él quiera o para destruirnos ante nuestros enemigos. 16 No exijan entonces garantías a los designios del Señor, nuestro Dios, porque Dios no cede a las amenazas como un hombre ni se le impone nada como a un mortal. 17 Por lo tanto, invoquemos su ayuda, esperando pacientemente su salvación, y él nos escuchará si esa es su voluntad.
18
Porque no hay nadie en nuestro tiempo, ni hay entre nosotros, en el día de hoy, tribu, ni familia, ni comarca, ni ciudad que adore dioses fabricados por mano de hombre, como sucedía en los tiempos pasados. 19 A causa de eso, nuestros padres fueron entregados a la espada y a la depredación, y sucumbieron miserablemente delante de nuestros enemigos. 20 Nosotros, en cambio, no reconocemos otro Dios fuera de él; por eso esperamos que no nos despreciará, ni a nosotros ni a ninguno de nuestra raza. 21 Si nosotros nos rendimos, caerá toda la Judea y nuestro Santuario será saqueado. Entonces tendremos que responder con nuestra propia sangre por esa profanación. 22 Además, el Señor hará recaer sobre nuestra cabeza, en medio de las naciones donde estaremos cautivos, la matanza de nuestros hermanos, la deportación de la gente del país y la devastación de nuestra herencia; y seremos objeto de burla y escarnio por parte de nuestros conquistadores. 23 Porque nuestra esclavitud no nos hará ganar la benevolencia de los vencedores, sino que el Señor, nuestro Dios, la convertirá en deshonra. 24 Por eso, hermanos, demos un buen ejemplo a nuestros hermanos, ya que su vida depende de nosotros, y lo más sagrado que tenemos, el Templo y el altar, también dependen de nosotros.
25
Más aún, demos gracias al Señor, nuestro Dios, que nos somete a prueba, lo mismo que a nuestros padres. 26 Recuerden todo lo que hizo con Abraham y en qué forma probó a Isaac, y todo lo que le sucedió a Jacob en Mesopotamia de Siria, cuando apacentaba las ovejas de Labán, hermano de su madre: 27 así como a ellos los purificó para probar sus corazones, de la misma manera, nosotros no somos castigados por él, sino que el Señor golpea a los que están cerca de él, para que eso les sirva de advertencia”.

La respuesta de Ozías a Judit

28 Ozías le respondió: “En todo lo que has dicho te has expresado con sensatez y nadie puede contradecir tus palabras. 29 No es esta la primera vez que se manifiesta tu sabiduría: desde que eras joven, todo el pueblo conoce tu inteligencia y la bondad de tu corazón. 30 Pero ahora el pueblo está consumido por la sed y nos ha obligado a ejecutar lo que le hemos propuesto y a comprometernos con un juramento que no nos es lícito violar. 31 Tú, que eres una mujer piadosa, ruega por nosotros para que el Señor envíe la lluvia que llenará nuestras cisternas, y así no quedaremos exhaustos”.

El plan de Judit

32 Judit les respondió: “Escúchenme, porque voy a hacer algo que se transmitirá de generación en generación a los hijos de nuestra estirpe. 33 Esta noche, ustedes se ubicarán ante la Puerta de la ciudad. Yo saldré con mi servidora, y antes del plazo fijado para entregar la ciudad a nuestros enemigos, el Señor, por mi intermedio, visitará a Israel. 34 No traten de averiguar lo que voy a hacer, porque no les diré nada hasta haber ejecutado mi proyecto”. 35 Ozías y los jefes le dijeron: “Vete en paz, y que el Señor Dios vaya delante de ti para escarmiento de nuestros enemigos”. 36 Luego salieron de la carpa y regresaron a sus puestos.

La oración de Judit

9 1 Entonces Judit se postró en tierra, esparció ceniza sobre su cabeza, puso al descubierto el sayal con que estaba ceñida e imploró al Señor en alta voz. Era la hora en que se ofrecía en Jerusalén, en el Templo de Dios, el incienso de la tarde. Judit dijo:
2
“¡Señor, Dios de mi padre Simeón!
Tú pusiste en sus manos
una espada vengadoracontra aquellos extranjeros
que arrancaron el velo de una virgen para violarla,
desnudaron su cuerpo para avergonzarla
y profanaron su seno para deshonrarla.
Aunque tú habías dicho: ‘Eso no se hará’,
ellos, sin embargo, lo hicieron.
3
Por eso entregaste a sus jefes a la masacre,
y así su lecho, envilecido por su engaño,
también por un engaño quedó ensangrentado.
Bajo tus golpes, cayeron muertos
los esclavos con sus príncipes
y los príncipes, sobre sus tronos.
4
Tú entregaste sus mujeres al pillaje
y sus hijas al cautiverio,
y dejaste todos sus despojos
para que fueran repartidosentre tus hijos predilectos,
los cuales, enardecidos de celopor causa de ti
y horrorizados por la mancha infligidaa su propia sangre,
habían invocado tu ayuda.
¡Dios, Dios mío, escucha ahora la plegaria de este viuda!
5
Tú has hecho el pasado, el presente  y el porvenir;
tú decides los acontecimientospresentes y futuros,
y sólo se realiza lo que tú has dispuesto.
6
Las cosas que tú has ordenado
se presentan y exclaman:‘¡Aquí estamos!’.
Porque tú preparas todos tus caminos,
y tus juicios están previstos de antemano.
7
Mira que los asirios, colmados de poderío,
se glorían de sus caballos y sus jinetes,
se enorgullecen del vigor de sus soldados,
confían en sus escudos y sus lanzas,
en sus arcos y sus hondas,
y no reconocen que tú eres el Señor,
el que pone fin a las guerras.
8
¡Tu nombre es ‘Señor’!
Quebranta su fuerza con tu poder,
aplasta su poderío con tu ira,
porque se han propuesto profanar tu Santuario,
manchar la Morada donde habitala Gloria de tu Nombre,
y derribar tu altar a golpes de hierro.
9
Mira su arrogancia,
descarga tu indignación sobre sus cabezas:
concédeme, aunque no soy másque una viuda,
la fuerza para cumplir mi cometido.
Por medio de mis palabras seductoras
10
castiga al esclavo junto con su jefe
y al jefe junto con su esclavo.
¡Abate su soberbia
por la mano de una mujer!
11
Porque tu fuerza no está en el número
ni tu dominio en los fuertes,
sino que tú eres el Dios de los humildes,
el defensor de los desvalidos,
el apoyo de los débiles,
el refugio de los abandonados
y el salvador de los desesperados.
12
¡Sí, Dios de mi padre
y Dios de la herencia de Israel,
Soberano del cielo y de la tierra,
Creador de las aguas
y Rey de toda la creación:
escucha mi plegaria!
13
Que mi palabra seductora
se convierta en herida mortal
para los que han maquinado un plan siniestro
contra tu Alianza y tu Santa Morada,
la cumbre de Sión y la Casa que es posesión de tus hijos.
14
¡Que toda tu nación y cada una de sus tribus
reconozcan que tú eres Dios,
el Dios de toda fuerza y de todo poder,
y que no hay otro protector fuera de ti
para la estirpe de Israel!”.


Giuditta (BPD) 1