CARTAS DEL DIABLO A SU SOBRINO-C. S. LEWIS - XVI

XVI








Mi querido Orugario:

En tu última carta, mencionabas de pasaba que el paciente ha seguido yendo a una iglesia, y sólo a una, desde su conversión, y que no está totalmente satisfecho de ella. ¿Puedo preguntarte qué es lo que haces? ¿Por qué no tengo ya un informe sobre las causas de su fidelidad a la iglesia parroquial? ¿Te das cuenta de que, a menos que sea por indiferencia, esto es muy malo? Sin duda sabes que, si a un hombre no se le puede curar de la manía de ir a la iglesia, lo mejor que se puede hacer es enviarle a recorrer todo el barrio, en busca de la iglesia que "le va", hasta que se convierta en un catador o connoisseur de iglesias.

Las razones de esto son obvias. En primer lugar, la organización parroquial siempre debe ser atacada, porque, al ser una unidad de lugar, y no de gustos, agrupa a personas de diferentes clases y psicologías en el tipo de unión que el Enemigo desea. El principio de la congregación, en cambio, hace de cada iglesia una especie de club, y, finalmente, si todo va bien, un grupúsculo o facción. En segundo lugar, la búsqueda de una iglesia "conveniente" hace del hombre un crítico, cuando el Enemigo quiere que sea un discípulo. Lo que Él quiere del laico en la iglesia es una actitud que puede, de hecho, ser crítica, en tanto que puede rechazar lo que sea falso o inútil, pero que es totalmente acrítica en tanto que no valora: no pierde el tiempo en pensar en lo que rechaza, sino que se abre en humilde y muda receptividad a cualquier alimento ,que se le dé. (¡Fíjate lo rastrero, antiespiritual e incorregiblemente vulgar que es el Enemigo!) Esta actitud, sobre todo durante los sermones, da lugar a una disposición (extremadamente hostil a toda nuestra política) en que los tópicos calan realmente en el alma humana. Apenas hay un sermón, o un libro, que no pueda ser peligroso para nosotros, si se recibe en este estado de ánimo; así que, por favor, muévete, y manda a ese tonto a hacer la ronda de las iglesias vecinas, tan pronto como sea posible. Tu expediente no nos ha dado hasta ahora mucha satisfacción.

He mirado en el archivo las dos iglesias que le caen más cerca. Las dos tienen ciertas ventajas. En la primera de ellas, el vicario es un hombre que lleva tanto tiempo dedicado a aguar la fe, para hacérsela más asequible a una congregación supuestamente incrédula y testaruda, que es él quien ahora escandaliza a los parroquianos con su falta de fe, y no al revés: ha minado el cristianismo de muchas almas. Su forma de llevar los servicios es también admirable: con el fin de ahorrarles a los laicos todas las "dificultades", ha abandonado tanto el leccionario como los salmos fijados para cada ocasión, y ahora, sin darse cuenta, gira eternamente en torno al pequeño molino de sus quince salmos y sus veinte lecciones favoritas. Así estamos a salvo del peligro de que pueda llegarle de las Escrituras cualquier verdad que no le resulte ya familiar tanto a él como a su rebaño. Pero quizá tu paciente no sea lo bastante tonto como para ir a esta iglesia, o, al menos, no todavía.

En la otra tenemos al padre Spike. A los humanos les cuesta trabajo, con frecuencia, comprender la variedad de sus opiniones: un día es casi comunista, y al día siguiente no está lejos de alguna especie de fascismo teocrático; un día es escolástico, y al día siguiente está casi dispuesto a negar por completo la razón humana; un día está inmerso en la política, y al día siguiente declara que todos los estados de este mundo están igualmente "en espera de juicio". Por supuesto, nosotros sí vemos el hilo que lo conecta todo, que es el odio. El hombre no puede resignarse a predicar nada que no esté calculado para escandalizar, ofender, desconcertar, o humillar a sus padres y sus amigos. Un sermón que tales personas pudiesen aceptar sería, para él, tan insípido como un poema que fuesen capaces de medir. Hay también una prometedora veta de deshonestidad en él: le estamos enseñando a decir "el magisterio de la Iglesia" cuando en realidad quiere decir "estoy casi seguro de que hace poco leí en un libro de Maritain o alguien parecido..." Pero debo advertirte que tiene un defecto fatal: cree de verdad. Y esto puede echarlo todo a perder.

Pero estas dos iglesias tienen en común un buen punto: ambas son iglesias de partido. Creo que ya te he advertido antes que, si no se puede mantener a tu paciente apartado de la iglesia, al menos debiera estar violentamente implicado en algún partido dentro de ella. No me refiero a verdaderas cuestiones doctrinales; con respecto a éstas, cuanto más tibio sea, mejor. Y no son las doctrinas en lo que nos basamos principalmente para producir divisiones: lo realmente divertido es hacer que se odien aquellos que dicen "misa" y los que dicen "santa comunión", cuando ninguno de los dos bandos podría decir qué diferencia hay entre las doctrinas de Hooker y de Tomás de Aquino, por ejemplo, de ninguna forma que no hiciese agua a los cinco minutos. Todo lo realmente indiferente -cirios, vestimenta, qué sé yo- es una excelente base para nuestras actividades. Hemos hecho que los hombres olviden por completo lo que aquel individuo apestoso, Pablo, solía enseñar acerca de las comidas y otras cosas sin importancia: es decir, que el humano sin escrúpulos debiera ceder siempre ante el humano escrupuloso. Uno creería que no podrían dejar de percatarse de su aplicación a estas cuestiones: uno esperaría ver al "bajo" eclesiástico arrodillándose y santiguándose, no fuese que la conciencia débil de su hermano "alto" se viese empujada a la irreverencia, y al "alto" absteniéndose de tales ejercicios, no fuese a empujar a la idolatría a su hermano "bajo". Y así habría sido, de no ser por nuestra incesante labor; sin ella, la variedad de usos dentro de la Iglesia de Inglaterra podría haberse convertido en un semillero de caridad y de humildad.

Tu cariñoso tío,

ESCRUTOPO



XVII








Mi querido Orugario:

El tono despectivo en que te refieres, en tu última carta, a la gula, como medio de capturar almas, no revela sino tu ignorancia. Uno de los grandes logros de los últimos cien años ha sido amortiguar la conciencia humana en lo referente a esa cuestión, de tal forma que difícilmente podrás encontrar ahora un sermón pronunciado en contra de ella, o una conciencia preocupada por ella, a todo lo ancho y largo de Europa. Esto se ha llevado a efecto, en gran parte, concentrando nuestras fuerzas en la promoción de la gula por exquisitez, no en la gula del exceso. La madre de tu paciente, según sé por el dossier y tú podrías saber por Gluboso, es un buen ejemplo. Se quedaría perpleja -un día, espero, se quedará perpleja- si supiese que toda su vida ha estado esclavizada por este tipo de sensualidad, que le resulta perfectamente imperceptible por el hecho de que las cantidades en cuestión son pequeñas. Pero, ¿qué importan las cantidades, con tal de que podamos servirnos del estómago y del paladar humano para provocar quejumbrosidad, impaciencia, dureza y egocentrismo? Gluboso tiene bien atrapada a esta anciana. Esta señora es una verdadera pesadilla para las anfitrionas y los criados. Siempre está rechazando lo que le han ofrecido, diciendo, con un suspiro y una sonrisa coqueta: "Oh, por favor, por favor... todo lo que quiero es una tacita de té, flojo pero no demasiado, y un pedacito chiquitín de pan tostado verdaderamente crujiente". ¿Te das cuenta? Puesto que lo que quieres más pequeño y menos caro que lo que le han puesto delante, nunca reconoce como gula su afán de conseguir lo que quiere, por molesto que pueda resultarles a los demás. Al tiempo que satisface su apetito, cree estar practicando la templanza. En un restaurante lleno de gente, da un gritito ante el plato que una camarera agobiada de trabajo le acaba de servir, y dice: "¡Oh, eso es mucho, demasiado! Lléveselo, y tráigame algo así como la cuarta parte". Si se le pidiese una explicación, diría que lo hace para no desperdiciar; en realidad, lo hace porque el tipo particular de exquisitez a la que la hemos esclavizado no soporta la visión de más comida que la que en ese momento le apetece.

El auténtico valor del trabajo callado y disimulado que Gluboso ha llevado a cabo, durante años, con esta vieja, puede medirse por la fuerza con que su estómago domina ahora toda su vida. Ella se encuentra en un estado de ánimo que puede representarse por la frase "todo lo que quiero". Todo lo que quiere es una tacita de té hecho como es debido, o un huevo correctamente pasado por agua, o una rebanada de pan adecuadamente tostada; pero nunca encuentra ningún criado ni amigo que pueda hacer estas cosas tan sencillas "como es debido", porque su "como es debido" oculta una exigencia insaciable de los exactos y casi imposibles placeres del paladar que cree recordar del pasado, un pasado que ella describe como "los tiempos en que podía conseguirse un buen servicio", pero que nosotros sabemos que son los tiempos en que sus sentidos eran más fácilmente complacidos y en los que otra clase de placeres la hacían menos dependiente de los de la mesa. Entretanto, la frustración cotidiana produce un cotidiano mal humor: las cocineras se despiden y las amistades se enfrían. Si alguna vez el Enemigo introduce en su mente la más leve sospecha de que pueda estar demasiado interesada por la comida, Gluboso la contrarresta susurrándole que a ella no le importa lo que ella misma come, pero que "le gusta que sus hijos coman cosas agradables". Naturalmente, en realidad, su avaricia fue una de las causas principales de lo poco a gusto que su hijo se ha sentido en casa durante muchos años.

Pues bien, tu paciente es hijo de su madre, y aunque, acertadamente, te dediques a luchar más a fondo en otros frentes, no debes olvidar una pequeña y silenciosa infiltración en lo referente a la gula. Como es un hombre, no resulta tan fácil atraparle con el camuflaje del "Todo lo que quiero": como mejor se hace que los hombres pequen de gula es apoyándose en su vanidad. Hay que hacer que se crean muy entendidos en cuestiones culinarias, para aguijonearles a decir que han descubierto el único restaurante de la ciudad donde los filetes están de verdad "correctamente" guisados. Lo que empieza como vanidad puede convertirse luego, paulatinamente, en costumbre. Pero, de cualquier modo que lo abordes, lo bueno es llevarle a ese estado de ánimo en que la negación de cualquier satisfacción -no importa cuál, champagne o té, sole Colbert o cigarrillos- le "irrita", porque entonces su caridad, su justicia y su obediencia estarán totalmente a tu merced.

El mero exceso de comida es mucho menos valioso que la exquisitez. Es útil, sobre todo, a modo de preparación artillera antes de lanzar ataques contra la castidad. En esta materia, como en cualquier otra, debes mantener a tu hombre en un estado de falsa espiritualidad; nunca le dejes darse cuenta del lado médico de la cuestión. Manténle preguntándose qué pecado de orgullo o qué falta de fe le ha puesto en tus manos, cuando el simple análisis de lo que ha comido o bebido durante las últimas veinticuatro horas podría revelarle de dónde proceden tus municiones y le permitiría, por consiguiente, poner en peligro tus líneas de aprovisionamiento mediante una muy ligera abstinencia. Si ha de pensar en el aspecto médico de la castidad, suéltale la gran mentira que hemos hecho que se traguen los humanos ingleses: que el ejercicio físico excesivo, y la consecuente fatiga, son especialmente favorables para esta virtud. Podría muy bien preguntarse uno, en vista de la notoria lubricidad de los marineros y de los soldados, cómo es posible que se lo crean. Pero nos servimos de los maestros de escuela para difundir este camelo, hombres a quienes de verdad la castidad sólo les interesaba como excusa para fomentar la práctica de los deportes, y que, por tanto, recomendaban tales juegos como ayuda a la castidad. Pero todo este asunto resulta demasiado amplio como para abordarlo al final de una carta.

Tu cariñoso tío,

ESCRUTOPO



XVIII








Mi querido Orugario:

Hasta con Babalapo tienes que haber aprendido en la escuela la técnica rutinaria de la tentación sexual, y ya que para nosotros los espíritus, todo este asunto es considerablemente tedioso (aunque necesario como parte de nuestro entrenamiento), lo pasaré de largo. Pero en las cuestiones más amplias implicadas en este asunto creo que tienes mucho que aprender.

Lo que el Enemigo exige de los humanos adopta la forma de un dilema: o completa abstinencia o monogamia sin paliativos. Desde la primera gran victoria de Nuestro Padre, les hemos hecho muy difícil la primera. Y llevamos unos cuantos siglos cerrando la segunda como vía de escape. Esto lo hemos conseguido por medio de los poetas y los novelistas, convenciendo a los humanos de que una curiosa, y generalmente efímera, experiencia que ellos llaman "estar enamorados" es la única base respetable para el matrimonio; de que el matrimonio puede, y debe, hacer permanente este entusiasmo; y de que un matrimonio que no lo consigue deja de ser vinculante. Esta idea es una parodia de una idea procedente del Enemigo.

Toda la filosofía del Infierno descansa en la admisión del axioma de que una cosa no es otra cosa y, en especial, de que un ser no es otro ser. Mi bien es mi bien, y tu bien es el tuyo. Lo que gana uno, otro lo pierde. Hasta un objeto inanimado es lo que es excluyendo a todos los demás objetos del espacio que ocupa; si se expande, lo hace apartando a otros objetos, o absorbiéndolos. Un ser hace lo mismo. Con los animales, la absorción adopta la forma de comer; para nosotros, representa la succión de la voluntad y la libertad de un ser más débil por uno más fuerte. "Ser" significa "ser compitiendo".

La filosofía del Enemigo no es más ni menos que un continuo intento de eludir esta verdad evidente. Su meta es una contradicción. Las cosas han de ser muchas, pero también, de algún modo, sólo una. A esta imposibilidad Él le llama Amor, y esta misma monótona panacea puede detectarse bajo todo lo que Él hace e incluso todo lo que Él es o pretende ser. De este modo, Él no está satisfecho, ni siquiera Él mismo, con ser una mera unidad aritmética; pretende ser tres al mismo tiempo que uno, con el fin de que esta tontería del Amor pueda encontrar un punto de apoyo en Su propia naturaleza. Al otro extremo de la escala, Él introduce en la materia ese indecente invento que es el organismo, en el que las partes se ven pervertidas de su natural destino -la competencia- y se ven obligadas a cooperar.

Su auténtica motivación para elegir el sexo como método de reproducción de los humanos está clarísima, en vista del uso que ha hecho de él. El sexo podría haber sido, desde nuestro punto de vista, completamente inocente. Podría haber sido meramente una forma más en la que un ser más fuerte se alimentaba de otro más débil -como sucede, de hecho, entre las arañas, que culminan sus nupcias con la novia comiéndose al novio-. Pero en los humanos, el Enemigo ha asociado gratuitamente el afecto con el deseo sexual. También ha hecho que su descendencia sea dependiente de los padres, y ha impulsado a los padres a mantenerla, dando lugar así a la familia, que es como el organismo, sólo que peor, porque sus miembros están más separados, pero también unidos de una forma más consciente y responsable. Todo ello resulta ser, de hecho, un artilugio más para meter el Amor.

Ahora viene lo bueno del asunto. El Enemigo describió a la pareja casada como "una sola carne". No dijo "una pareja felizmente casada", ni "una pareja que se casó porque estaba enamorada", pero se puede conseguir que los humanos no tengan eso en cuenta. También se les puede hacer olvidar que el hombre al que llaman Pablo no lo limitó a las parejas casadas. Para él, la mera copulación da lugar a "una sola carne". De esta forma, se puede conseguir que los humanos acepten como elogios retóricos del "enamoramiento" lo que eran, de hecho, simples descripciones del verdadero significado de las relaciones sexuales. Lo cierto es que siempre que un hombre yace con una mujer, les guste o no, se establece entre ellos una relación trascendente que debe ser eternamente disfrutada o eternamente soportada. A partir de la afirmación verdadera de que esta relación trascendente estaba prevista para producir -y, si se aborda obedientemente, lo hará con demasiada frecuencia- el afecto y la familia, se puede hacer que los humanos infieran la falsa creencia de que la mezcla de afecto, temor y deseo que llaman "estar enamorados" es lo único que hace feliz o santo el matrimonio. El error es fácil de provocar, porque "enamorarse" es algo que con mucha frecuencia, en Europa occidental, precede matrimonios contraídos en obediencia a los propósitos del Enemigo, esto es, con la intención de la fidelidad, la fertilidad y la buena voluntad; al igual que la emoción religiosa muy a menudo, pero no siempre, acompaña a la conversión. En otras palabras, los humanos deben ser inducidos a considerar como la base del matrimonio una versión muy coloreada y distorsionada de algo que el Enemigo realmente promete como su resultado. Esto tiene dos ventajas. En primer lugar, a los humanos que no tienen el don de la continencia se les puede disuadir de buscar en el matrimonio una solución, porque no se sienten "enamorados" y, gracias a nosotros, la idea de casarse por cualquier otro motivo les parece vil y cínica. Sí, eso piensan. Consideran el propósito de ser fieles a una sociedad de ayuda mutua, para la conservación de la castidad y para la transmisión de' la vida, como algo inferior que una tempestad de emoción. (No olvides hacer que tu hombre piense que la ceremonia nupcial es muy ofensiva.) En segundo lugar, cualquier infatuación sexual, mientras se proponga el matrimonio como fin, será considerada "amor", y el "amor" será usado para excusar al hombre de toda culpa, y para protegerle de todas las consecuencias de casarse con una pagana, una idiota o una libertina. Pero ya seguiré en mi próxima carta.

Tu cariñoso tío,

ESCRUTOPO



XIX








Mi querido Orugario:

He pensado mucho acerca de la pregunta que me haces en tu última carta. Si, como he explicado claramente, todos los seres, por su propia naturaleza, se hacen la competencia, y, por tanto, la idea del Amor del Enemigo es una contradicción en sus términos, ¿qué pasa con mi reiterada advertencia de que Él realmente ama a los gusanos humanos y realmente desea su libertad y su existencia continua? Espero, mi querido muchacho, que no le hayas enseñado a nadie mis cartas. No es que importe, naturalmente. Cualquiera vería que la aparente herejía en que he caído es puramente accidental. Por cierto, espero que comprendieses, también, que algunas referencias aparentemente poco elogiosas a Bapalapo eran puramente en broma. En realidad, le tengo el mayor respeto. Y, por supuesto, algunas cosas que dije acerca de no escudarte de las autoridades no iban en serio. Puedes confiar en que me cuide de tus intereses. Pero guarda todo bajo siete llaves.

La verdad es que, por mero descuido, tuve el desliz de decir que el Enemigo ama realmente a los humanos. Lo cual, naturalmente, es imposible. Él es un ser; ellos son diferentes, y su bien no puede ser el de Él. Toda Su palabrería acerca del Amor debe ser un disfraz de otra cosa; debe tener algún motivo real para crearlos y ocuparse tanto de ellos. La razón por la que uno llega a hablar como si Él sintiese realmente este Amor imposible es nuestra absoluta incapacidad para descubrir ese motivo real. ¿Qué pretende conseguir de ellos? Esa es la cuestión insoluble. No creo que pueda hacer daño a nadie que te diga que precisamente este problema fue una de las causas principales de la disputa de Nuestro Padre con el Enemigo. Cuando se discutió por primera vez la creación del hombre y cuando, incluso en esa fase, el Enemigo confesó abiertamente que preveía un cierto episodio referente a una cruz. Nuestro Padre, muy lógicamente, solicitó una entrevista y pidió una explicación. El Enemigo no dio más respuesta que inventarse el camelo sobre el Amor desinteresado que desde entonces ha hecho circular. Naturalmente, Nuestro Padre no podía aceptar esto. Imploró al Enemigo que pusiese Sus cartas sobre la mesa, y Le dio todas las oportunidades posibles. Admitió que tenía verdadera necesidad de conocer el secreto; el Enemigo le replicó: "Quisiera con todo mi corazón que lo conocieses". Me imagino que fue en ese momento de la entrevista cuando el disgusto de Nuestro Padre por tan injustificada falta de confianza le hizo alejarse a una distancia infinita de Su Presencia, con una rapidez que ha dado lugar a la ridícula historia enemiga de que fue expulsado, a la fuerza, del Cielo. Desde entonces, hemos empezado a comprender por qué nuestro Opresor fue tan reservado. Su trono depende del secreto. Algunos miembros de Su partido han admitido con frecuencia que, si alguna vez llegásemos a comprender qué entiende Él por Amor, la guerra terminaría y volveríamos a entrar en el Cielo. Y en eso consiste la gran tarea. Sabemos que Él no puede amar realmente: nadie puede: no tiene sentido. ¡Si tan sólo pudiésemos averiguar qué es lo que realmente se propone! Hemos probado hipótesis tras hipótesis, y todavía no hemos podido descubrirlo. Sin embargo, no debemos perder nunca la esperanza; ten drías más y más complicadas, colecciones de datos más y más completas, mayores recompensas a los investigadores que hagan algún progreso, castigos más y más terribles para aquellos que fracasen, todo esto, seguido y acelerado hasta el mismo fin del tiempo, no puede, seguramente, dejar de tener éxito.

Te quejas de que mi última carta no deja claro si considero el "enamoramiento" como un estado deseable para un humano o no. Pero Orugario, de verdad, ¡ése es el tipo de pregunta que uno espera que hagan ellos! Déjales discutir si el "Amor", o el patriotismo, o el celibato, o las velas en los altares, o la abstinencia del alcohol, o la educación, son "buenos" o "malos". ¿No te das cuenta de que no hay respuesta? Nada importa lo más mínimo, excepto la tendencia de un estado de ánimo dado, en unas circunstancias dadas, a mover a un paciente particular, en un momento particular, hacia el Enemigo o hacia nosotros. En consecuencia, sería muy conveniente hacer que el paciente decidiese que el Amor es "bueno" o "malo". Si se trata de un hombre arrogante, con un desprecio por el cuerpo basado realmente en la exquisitez, pero que él confunde con la pureza -y un hombre que disfruta mofándose de aquello que la mayor parte de sus semejantes aprueban-, desde luego déjale decidirse en contra del Amor. Incúlcale un ascetismo altivo y luego, cuando hayas separado su sexualidad de todo aquello que podría humanizarla, cae sobre él con una forma mucho más brutal y cínica de la sexualidad. Sí, por el contrario, se trata de un hombre emotivo, crédulo, aliméntale de poetas menores y de novelistas de quinta fila, de la vieja escuela, hasta que le hayas hecho creer que el "Amor" es irresistible y además, de algún modo, intrínsecamente meritorio. Esta creencia no es de mucha utilidad, te lo garantizo, para provocar faltas casuales de castidad; pero es una receta incomparable para conseguir prolongados adulterios "nobles", románticos y trágicos, que terminan, si todo marcha bien, en asesinatos y suicidios. Si falla, eso se puede utilizar para empujar al paciente a un matrimonio útil. Porque el matrimonio, aunque sea un invento del Enemigo, tiene sus usos. Debe haber varias mujeres jóvenes en el barrio de tu paciente que harían extremadamente difícil para él la vida cristiana, si tan sólo lograses persuadirle de que se casase con una de ellas. Por favor, envíame un informe sobre esto la próxima vez que me escribas. Mientras tanto, que te quede bien claro que este estado de enamoramiento no es, en sí, necesariamente favorable ni para nosotros ni para el otro bando. Es, simplemente, una ocasión que tanto nosotros como el Enemigo tratamos de explotar. Como la mayor parte de las cosas que excitan a los humanos, tales como la salud y la enfermedad, la vejez y la juventud, o la guerra y la paz, desde el punto de vista de la vida espiritual es, sobre todo, materia prima.

Tu cariñoso tío,

ESCRUTOPO





:XX








Mi querido Orugario:

Veo con gran disgusto que el Enemigo ha puesto fin forzoso, por el momento, a tus ataques directos a la castidad del paciente. Debieras haber sabido que, al final, siempre lo hace, y haber parado antes de llegar a ese punto. Porque, tal como están las cosas, ahora tu hombre ha descubierto la peligrosa verdad de que estos ataques no duran para siempre; en consecuencia, no puedes volver a usar la que, después de todo, es nuestra mejor arma: la creencia de los humanos ignorantes de que no hay esperanza de librarse de nosotros, excepto rindiéndose. Supongo que habrás tratado de persuadirle de que la castidad es poco sana, ¿no?

Todavía no he recibido un informe tuyo acerca de las mujeres jóvenes de la vecindad. Lo querría de inmediato, porque si no podemos servirnos de su sexualidad para hacerle licencioso, debemos tratar de usarla para promover un matrimonio conveniente. Mientras tanto me gustaría darte algunas ideas acerca del tipo de mujer -me refiero al tipo físico- del que debemos incitarle a enamorarse, si un "enamoramiento" es lo más que podemos conseguir.

Esta cuestión la deciden por nosotros espíritus que están mucho más abajo en la Bajojerarquía que tú y yo, y por supuesto de una forma provisional. Es trabajo de estos grandes maestros el producir en cada época una desviación general de lo que pudiera llamarse el "gusto" sexual. Esto lo consiguen trabajando con el pequeño círculo de artistas populares, modistas, actrices y anunciadores que determinan el tipo que se considera "de moda". Su propósito es apartar a cada sexo de los miembros del otro con quienes serían más probables matrimonios espiritualmente útiles, felices y fértiles. Así, hemos triunfado ya durante muchos siglos sobre la naturaleza, hasta el punto de hacer desagradables para casi todas las mujeres ciertas características secundarias del varón (como la barba); y esto es más importante de lo que podrías suponer. Con respecto al gusto masculino, hemos variado mucho. En una época lo dirigimos al tipo de belleza estatuesco y aristocrático, mezclando la vanidad de los hombres con sus deseos, y estimulando a la raza a engendrar, sobre todo, de las mujeres más arrogantes y pródigas. En otra época, seleccionamos un tipo exageradamente femenino, pálido y lánguido, de forma que la locura y la cobardía, y toda la falsedad y estrechez mental general que las acompañan, estuviesen muy solicitadas. Actualmente vamos en dirección contraria. La era del jazz ha sucedido a la era del vals, y ahora enseñamos a los hombres a que les gusten mujeres cuyos cuerpos apenas se pueden distinguir de los de los muchachos. Como éste es un tipo de belleza todavía más pasajero que la mayoría, así acentuamos el crónico horror a envejecer de la mujer (con muchos excelentes resultados), y la hacemos menos deseosa y capaz de tener niños. Y eso no es todo. Nos las hemos arreglado para conseguir una gran incremento en la licencia que la sociedad permite a la representación del desnudo aparente (no del verdadero desnudo) en el arte, y a su exhibición en el escenario o en la playa. ;Es una falsificación, por supuesto; los cuerpos del arte popular están engañosamente dibujados; las mujeres reales en traje de baño o en mallas están en realidad apretadas y arregladas para que parezcan más firmes, esbeltas y efébicas de lo que la naturaleza permite a una mujer desarrollada. Pero, al mismo tiempo, se le enseña al mundo moderno a creer que es muy "franco" y "sano", y que está volviendo a la naturaleza. En consecuencia, estamos orientando cada vez más los deseos de los hombres hacia algo que no existe; haciendo cada vez importante el papel del ojo en la sexualidad y, al mismo tiempo, haciendo sus exigencias cada vez más imposibles. ¡Es fácil prever el resultado!

Esa es la estrategia general del momento. Pero, dentro de ese marco, todavía te será posible estimular los deseos de tu paciente en una de dos direcciones. Descubrirás, si examinas cuidadosamente el corazón de cualquier humano, que está obsesionado por, al menos, dos mujeres imaginarias: una Venus terrenal, y otra infernal; y que su deseo varía cualitativamente de acuerdo con su objeto. Hay un tipo por el cual su deseo es naturalmente sumiso al Enemigo -fácilmente mezclable con la caridad, obediente al matrimonio, totalmente coloreado por esa luz dorada de respeto y naturalidad que detestamos-; hay otro tipo que desea brutalmente, y que desea desear brutalmente, un tipo que se utiliza mejor para apartarle totalmente del matrimonio pero que, incluso dentro del matrimonio, tendería a tratar como a una esclava, un ídolo o una cómplice. Su amor por el primer tipo podría tener algo de lo que el Enemigo llama maldad, pero sólo accidentalmente; el hombre desearía que ella no fuese la mujer de otro, y lamentaría no poder amarla lícitamente. Pero con el segundo tipo, lo que quiere es sentir el mal, que es el "sabor" que busca: lo que le atrae es, en su rostro, la animalidad visible, o la mohína, o la destreza, o la crueldad; y, en su cuerpo, algo muy diferente de lo que suele llamar belleza, algo que puede incluso, en un momento de lucidez, describir como fealdad, pero que, por nuestro arte, podemos conseguir que incida en su obsesión particular.

La verdadera utilidad de la Venus infernal es, sin duda, como prostituta o amante. Pero si tu hombre es un cristiano, y si se le han enseñado bien las tonterías sobre el "Amor" irresistible y que lo justifica todo, a menudo se le puede inducir a que se case con ella. Y eso es algo que vale la pena conseguir. Habrás fracasado con respecto a la fornicación y a los vicios solitarios, pero hay otros, y más indirectos, medios de servirse de la sexualidad de un hombre para lograr su perdición. Y, por cierto, no sólo son eficaces, sino deliciosos; la infelicidad que producen es de una clase muy duradera y exquisita.

Tu cariñoso tío,

ESCRUTOPO



XXI








Mi querido Orugario:

Sí, un período de tentación sexual es un excelente momento para llevar a cabo un ataque secundario a la impaciencia del paciente. Puede ser, incluso, el ataque principal, mientras piense que es el subordinado. Pero aquí, como en todo lo demás, debes preparar el camino para tu ataque moral nublando su inteligencia.

A los hombres no les irrita la mera desgracia, sino la desgracia que consideran una afrenta. Y la sensación de ofensa depende del sentimiento de que una pretensión legítima les ha sido denegada. Por tanto, cuantas más exigencias a la vida puedas lograr que haga el paciente, más a menudo se sentirá ofendido y, en consecuencia, de mal humor. Habrás observado que nada le enfurece tan fácilmente como encontrarse con que un rato que contaba con tener a su disposición le ha sido arrebatado de imprevisto. Lo que le saca de quicio es el visitante inesperado (cuando se prometía una noche tranquila), o la mujer habladora de un amigo (que aparece cuando él deseaba tener un téte-á-téte con el amigo). Todavía no es tan duro y perezoso como para que tales pruebas sean, en sí mismas, demasiado para su cortesía. Le irritan porque considera su tiempo como propiedad suya, y siente que se lo están robando. Debes, por tanto, conservar celosamente en su cabeza la curiosa suposición: "Mi tiempo es mío". Déjale tener la sensación de que empieza cada día como el legítimo dueño de veinticuatro horas. Haz que considere como una penosa carga la parte de esta propiedad que tiene que entregar a sus patrones, y como una generosa donación aquella parte adicional que asigna a sus deberes religiosos. Pero lo que nunca se le debe permitir dudar es que el total del que se han hecho tales deducciones era, en algún misterioso sentido, su propio derecho personal.

Esta es una tarea delicada. La suposición que quieres que siga haciendo es tan absurda que, si alguna vez se pone en duda, ni siquiera nosotros podemos encontrar el menor argumento en su defensa. El hombre no puede ni hacer ni retener un instante de tiempo; todo el tiempo es un puro regalo; con el mismo motivo podría considerar el sol y la luna como enseres suyos. En teoría, también está comprometido totalmente al servicio del Enemigo; y si el Enemigo se le apareciese en forma corpórea y le exigiese ese servicio total, incluso por un solo día, no se negaría. Se sentiría muy aliviado si ese único día no supiese nada más difícil que escuchar la conversación de una mujer tonta; y se sentiría aliviado hasta casi sentirse decepcionado si durante media hora de ese día el Enemigo le dijese: "Ahora puedes ir a divertirte". Ahora bien, si medita sobre su suposición durante un momento, tiene que darse cuenta de que, de hecho, está en esa situación todos los días. Cuando hablo de conservar en su cabeza esta suposición, por tanto, lo último que quiero que hagas es darle argumentos en su defensa. No hay ninguno. Tu trabajo es puramente negativo. No dejes que sus pensamientos se acerquen lo más mínimo a ella. Envuélvela en penumbra, y en el centro de esa oscuridad deja que en su sentimiento de propiedad del tiempo permanezca callada, sin inspeccionar, y activa.

El sentimiento de propiedad en general debe estimularse siempre: Los humanos siempre están reclamando propiedades que resultan igualmente ridículas en el Cielo y en el Infierno, y debemos conseguir que lo sigan haciendo. Gran parte de la resistencia moderna a la castidad procede de la creencia de que los hombres son "propietarios" de sus cuerpos; ¡esos vastos y peligrosos terrenos, que laten con la energía que hizo el Universo en los que se encuentran sin haber dado su consentimiento y de los que son expulsados cuando le parece a Otro! Es como si un infante a quien su padre ha colocado, por cariño, como gobernador titular de una gran provincia, bajo el auténtico mando de sabios consejeros, llegase a imaginarse que realmente son suyas las ciudades, los bosques y los maizales, del mismo modo que son suyos los ladrillos del suelo de su cuarto.

Damos lugar a este sentimiento de propiedad no sólo por medio del orgullo, sino también por medio de la confusión. Les enseñamos a no notar los diferentes sentidos del pronombre posesivo: las diferencias minuciosamente graduadas que van desde "mis botas", pasando por "mi perro", "mi criado", "mi esposa", "mi padre", "mi señor" y "mi patria", hasta "mi Dios". Se les puede enseñar a reducir todos estos sentidos al de "mis botas", el "mi" de propiedad. Incluso en el jardín de infancia, se le puede enseñar a un niño a referirse, por "mi osito", no al viejo e imaginado receptor de afecto, con el que mantiene una relación especial (porque eso es lo que les enseñará a querer decir el Enemigo, si no tenemos cuidado), sino al oso "que puedo hacer pedazos si quiero". Y, al otro extremo de la escala, hemos enseñado a los hombres a decir "mi Dios" en un sentido realmente muy diferente del de "mis botas", significando "el Dios a quien tengo algo que exigir a cambio de mis distinguidos servicios y a quien exploto desde el púlpito..., el Dios en el que me he hecho un rincón."

Y durante todo este tiempo, lo divertido es que la palabra "mío", en su sentido plenamente posesivo, no puede pronunciarla un ser humano a propósito de nada. A la larga, o Nuestro Padre o el Enemigo dirán "mío" de todo lo que existe, y en especial de todos los hombres. Ya descubrirán al final, no temas, a quién pertenecen realmente su tiempo, sus almas y sus cuerpos; desde luego, no a ellos, pase lo que pase. En la actualidad, el Enemigo dice "mío" acerca de todo, con la pedante excusa legalista de que Él lo hizo. Nuestro Padre espera decir "mío" de todo al final, con la base más realista y dinámica de haberlo conquistado.

Tu cariñoso tío,

ESCRUTOPO




CARTAS DEL DIABLO A SU SOBRINO-C. S. LEWIS - XVI