CALDERON- MAÑANAS DE ABRIL Y MAYO






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MAÑANAS DE ABRIL Y MAYO

Pedro Calderón de la Barca


Personas que hablan en ella:
* Don HIPÓLITO
* Don LUIS
* Don JUAN
* Doña CLARA
* Don PEDRO
* Doña ANA
* PERNÍA, escudero viejo
* Doña LUCÍA
* ARCEO, gracioso
* INÉS, criada

JORNADA PRIMERA

Salen Don JUAN, embozado y ARCEO, gracioso, con una
bujía en un candelero


ARCEO: Ya he dicho que no está en casa
mi señor, y es, caballero
o fantasma o lo que sois,
en vano esperarle, puesto
que no sé a qué hora vendrá
a acostarse.
JUAN: Yo no puedo
irme de aquí sin hablarle.
ARCEO: Pues en el portal sospecho
que estaréis mucho mejor.
JUAN: Mejor estaré aquí dentro.
ARCEO: Muerto de capa y espada,
que tan pesado y tan necio
has dado en andar tras mí
rebozado y encubierto,
agradécelo al Señor
que te tengo mucho miedo,
que si no, yo te pusiera
a cuchilladas muy presto
en la calle.
JUAN: No lo dudo;
mas no os turbéis; de paz vengo.
De don Pedro soy amigo;
sosegaos.
ARCEO: ¡Lindo sosiego!
JUAN: Y sentaos aquí.
ARCEO: Yo estoy
en mi casa, y si yo quiero
me sentaré.
JUAN: Pues estad
como quisiéredes.
ARCEO: Cierto
que sois fantasma apacible
y que tenéis mil respetos
del convidado de piedra.
JUAN: Decidme, ¿qué hace don Pedro
fuera de casa a estas horas?
¿Diviértele amor o juego?
ARCEO: Juego o amor le divierte.
JUAN: Todo es uno, a lo que pienso,
pues amor y juego, en fin,
son de la Fortuna imperios.
¿Anda de ganancia ahora?
ARCEO: Yo de pérdida me veo.
JUAN: ¿Está desfavorecido?
ARCEO: No lo sé.
JUAN: ¿Pues sus secretos
no fía de vos?
ARCEO: No fía,
sino presta algunos de ellos.
¿No bastaba entrometido
sino preguntón?

Sale Don PEDRO


PEDRO: ¿Qué es esto?
ARCEO: Esperad en hora mala
en la calle o el infierno,
si no queréis...
PEDRO: Dime, loco,
¿qué ha sido?
ARCEO: Vienes a tiempo,
que si un poco más te tardas,
a ese embozado sospecho
que le echo por la ventana
tan alto, que de este vuelo,
ya que no sietedurmiente,
sino volante, primero
que volviera, se mudaran
los trajes y los dineros,
y se hablaran otras lenguas.
PEDRO: ¿Quién es?
ARCEO: No lo sé, mas pienso
que es algún hombre casado
que viene a verte encubierto,
pues no se ha dejado ver
la cara.
PEDRO: Pues, caballero,
¿a quién buscáis así?
JUAN: A vos.
PEDRO: Decid qué queréis.
JUAN: Dirélo
en quedando solos.
ARCEO: ¿Ves
si digo bien?
PEDRO: Majadero,
salte allá fuera.
ARCEO: En buen hora.
(Mas aunque ir a parlar tengo Aparte
con doña Lucía, la dueña
de mi vecina, más quiero
ser hoy crïado que amante,
y he de estarme aquí, por serlo,
escuchando cuanto digan.)

Vase


PEDRO: Ya estoy solo, y sólo espero
que me digáis qué queréis.
JUAN: Cerrad la puerta.
PEDRO: Suspenso
me tenéis. Ya está cerrada.
JUAN: Pues ahora, a esos pies puesto,
me dad, don Pedro, los brazos.
PEDRO: Don Juan, amigo, ¿qué es esto?
¿Cómo os atrevéis a entrar
así en Madrid, sin que el riesgo
de vuestra vida miréis?
JUAN: Como la muerte no temo,
así no guardo la vida,
que ya de tratarlas tengo
con la compañía perdido
a mis desdichas el miedo.
Ya sabéis, como quien fue
por la vecindad, tercero
de mi desdichado amor
aquel venturoso tiempo,
que amé a doña Ana de Lara,
cuyo divino sujeto
se coronó de hermosura,
se laureó de entendimiento.
Ufano con mi esperanza
y con su favor soberbio
viví; en esto no me alabo,
antes me desluzgo en esto,
que en materia de favores
es tan desdichado el premio
que es el que le goza más
el que lo merece menos.
Ya sabéis que viento en popa
este amor, este deseo,
en el mar de la Fortuna
tuvo de su parte el cielo
hasta que, alterado el mar,
el bajel del pensamiento
en piélagos de desdichas
corrió tormenta de celos.
Una noche... --ciegamente
lo que vos sabéis os cuento;
pero dejad que lo diga,
ya que es el pesar tan necio,
que repetirle el dolor
es repetirle el consuelo--,
una noche, pues, salí
de su casa yo, creyendo
que para mí solo estaba
el falso postigo abierto
de un jardín, cuando llegando
a abrirle, ¡ay Dios!, por de dentro,
hacia la parte de fuera
torcer otra llave siento.
Suspendo la acción y a un lado
me retiro, por si puedo
mis celos averiguar,
si es que han menester los celos
para estar averiguados
más diligencia que serlo.
Entreabrieron el postigo
y a la poca luz que dieron
las estrellas en la calle,
entrar solo un hombre veo
que, sin luz y sin razón,
andaba dos veces ciego.
Bien le pudiera matar
a mi salvo entonces, pero
quise apurar la malicia
a mis desdichas, y quedo
me estuve un rato, ¡mal haya
tan curioso sufrimiento!
El, tentando las paredes,
que no estaba, no, tan diestro
como yo en ellas, que había
estudiádolas más tiempo,
llegó a tropezar en mí,
y desalumbrado, viendo
que había gente en el portal,
dijo atrevido y resuelto,
"No puede haber aquí nadie;
que matarlo o conocerlo
no me importe; otro no tenga
las dichas que yo no tengo."
No sé qué le respondí,
y los dos con un esfuerzo
hasta la calle salimos,
donde solos cuerpo a cuerpo
reñimos, hasta que igual
mostró la Fortuna el duelo
entre los dos, ¡ay de mí!,
pues a quien me dio primero
celos, le di yo la muerte,
como quien dice, "Hoy intento
que sea paz de nuestra lid,
o morir o tener celos."
Y dándome lo peor,
quedé celoso y él muerto.
Al ruido de las espadas
llegó la justicia luego,
y yo, apelando a los pies
de la ejecución que hicieron
las manos, me puse en salvo,
mas no tanto que cogiendo
un criado que esperaba
con un rocín en el puesto,
no dijese a la justicia
quién era: sólo por ellos
son señores los señores,
que al fin se sirven de buenos.
Con esta declaración
me ausenté, mas no pudiendo
vivir ausente y celoso,
de esta manera me he vuelto
a Madrid, y confïado
en vuestra amistad, me atrevo
a venirme a vuestra casa,
y escarmentado, en efecto,
de la lengua de un crïado,
me he recatado del vuestro.
Aquí estaré algunos días,
sólo hasta saber si puedo
ver a doña Ana, por quien
tantas desdichas padezco,
que aunque es verdad que ofendido
estoy, la estimo y la quiero
tanto, que solo a quejarme
hoy a la corte me vuelvo
por ver si acaso, ¡ay de mí!,
se disculpa, que si llego,
hablándola alguna noche
siendo vos solo el tercero,
a oír satisfacciones, que antes
que ella las diga las creo,
me iré a Flandes consolado
de que sus disculpas llevo,
que haciendo amistades sean
camaradas de mis celos,
porque así estaré seguro
que ni el pesar ni el contento
me maten, bien como aquel
que está herido de un veneno
y otro veneno le cura;
que este es el último extremo
de un hombre celoso, pues
no puede, ni yo lo creo,
hacer de su parte más
que decir, "Quejoso vengo
a creer cuanto digáis;
y pues que vivir no puedo,
haces que muera del gozo
si he de morir del tormento."
PEDRO: En dos empeños me pone
la merced que me habéis hecho
de valeros de esta casa
y de mí, y es el primero
el ampararos en ella,
y así, cortésmente ofrezco
casa, hacienda, honor y vida,
don Juan, al servicio vuestro.
El segundo es ayudaros
en vuestro amor; para esto
y para todo es forzoso,
supuesto que él ha de veros,
fïaros de ese criado,
que aunque ha poco que le tengo,
tengo de él satisfacción.
No hablo ahora en vuestro pleito,
que ya sabéis que un don Luis
de Medrano, que era deudo
del muerto, es quien se ha mostrado
parte.
JUAN: Ya nos conocemos
los dos.
PEDRO: Pues esto dejado,
porque, en efeto, no quiero
hablaros en penas hoy,
de doña Ana lo que puedo
deciros es que ni el rostro
la he visto desde el suceso
de esa noche, ni en ventana,
ni en iglesia, ni en paseo
de Prado y Calle Mayor,
que es mucho para mí, siendo
como soy, vecino suyo.
JUAN: Fineza es, don Pedro; pero
¿quién puede a mí asegurarme
que es por mí y no por el muerto
ese luto que ha vestido
su hermosura?
PEDRO: Mas ¡qué presto
a lo que le está peor
discurre el entendimiento!
JUAN: ¿Qué queréis? Es más honrado
el mal que el bien.
PEDRO: No lo entiendo.
JUAN: Yo sí, pues dudo del bien
cuanto dice, y del mal creo
cuanto imagina, y mirad
cuál es más honrado, puesto
que uno siempre está tratando
verdad, y otro está mintiendo.
Pero lo que de la noche
restaba al noturno velo,
se ha desvanecido ya,
de la hermosa luz huyendo
del sol. Recogeos y haced
del día noche.
PEDRO: No puedo,
porque tengo aquestas horas
que hacer, y antes agradezco
haberme hallado vestido.
JUAN: Desvelado galanteo
tenéis, pues os recogéis
tan tarde y volvéis tan presto.
PEDRO: Ando por averiguar,
don Juan amigo, unos celos,
por dejar desengañada
una pretensión que tengo,
y he de ir al Parque, porque
su apacible sitio ameno
de las flores y las damas
es el cortesano imperio
de estas mañanas de abril
y mayo, y he de ir siguiendo
esta dama. Vos podéis
descansar en tanto. Arceo.

Sale ARCEO


ARCEO: Señor.
PEDRO: Haz que luego al punto
se haga en aqueste aposento
una cama, y esto sea
con recato y con silencio,
que importa que nadie sepa
que al señor don Juan tenemos
en casa, y de ti lo fío
solamente. A Dios.

Vase


ARCEO: Tú has hecho
conmigo lo que se suele
con los galeotes, y es cierto,
pues de ellos nada hay seguro
sino lo que se fía de ellos.
JUAN: Yo me recaté de vos,
Arceo, hasta conoceros.

Vanse y salen doña CLARA e INÉS,
criada


INÉS: En fin, ¿que has dado en que has de ir
al Parque?
CLARA: ¿Quieres saber
si puede dejar de ser,
Inés? Pues has de advertir
que me ha dicho que no vaya
a él don Hipólito, y creo
que fue alentar mi deseo
para que más presto vaya,
pues si ayer cuando me habló,
que viniera me dijera,
presumo que no viniera,
y solo porque llegó
a persuadirse que había
de obedecerle, me ha dado
tal gana, que he madrugado
dos horas antes del día.
INÉS: No es en nosotras hoy nueva
esa culpa, ese pecado,
que pecar en lo vedado
es el patrimonio de Eva.
Pero no sé lo que diga
de este amor, de este deseo
de los dos, porque no creo
lo que a los dos os obliga.
Don Hipólito es un hombre
por loco y por maldiciente
conocido de la gente
más que por su propio nombre.
Tú, perdona que lo diga,
mujer, en justo o injusto,
muy amiga de tu gusto,
de tu libertad amiga.
Él a todas quiso bien,
tú a todos quisiste mal:
dime, ¿amor tan desigual
cómo ha de parar en bien?
CLARA: Pensarás que me he enojado,
Inés, por haberme dicho
su capricho y mi capricho,
y antes gran gusto me has dado,
porque no hay para mí cosa
como hombres de extraños modos,
y que al fin me tengan todos
por vana y por caprichosa.
¿Qué quisieras, que estuviera
muy firme yo, y muy constante,
sujeta solo a un amante
que mil desaires me hiciera
porque se viera querido?
Eso no; el que he de querer,
con sobresalto ha de ser
mientras que no es mi marido.
Y así, por dársele hoy
a don Hipólito, quiero
ir al Parque, donde espero,
porque disfrazada voy,
pasear, hablar, reír,
preguntar y responder,
ser vista, en efeto, y ver,
porque no se ha de admitir
al amante más fïel
por el gusto que ha de dar.
INÉS: ¿Pues por qué?
CLARA: Por el pesar
que yo le he de dar a él.
INÉS: Y tienes mucha razón;
con lo cual hemos llegado
a la calle que fue Prado
en virtud del azadón.
CLARA: Pues bajemos por aquí
a la de Álamos, que es
arrendajo del Pajés.
INÉS: Parece que cantan.
CLARA: Sí.

Vanse y suena dentro MþSICA


(MÚSICA): "Mañanicas floridas
de abril y mayo,
despertad a mi niña,
no duerma tanto."

Salen Don LUIS y Don HIPÓLITO


LUIS: Sólo haceros compañía,
don Hipólito, pudiera
vencer de mi pena fiera
la grave melancolía.
HIPÓLITO: Por divertiros yo a vos
de vuestro primo en la muerte,
os traigo de aquesta suerte
al Parque, donde los dos
divirtamos la mañana.
LUIS: Más hermoso el sol parece,
porque embozado amanece
entre nubes de oro y grana.
HIPÓLITO: Desde aquí podemos ver
la gente que va bajando.
¡Qué tierno va enamorando
don Sancho allí a la mujer
de aquel letrado, su amigo!
LUIS: Que es amistad, no se ignore,
porque otro no la enamore.
HIPÓLITO: A un pleito está aquí, y yo digo
que parecer tomará
de los dos, pues le conviene
verla a ella por el que tiene
como a él por el que da.
LUIS: Maldiciente estáis, ¡que no
os reduzga yo!
HIPÓLITO: Advertid
que no hay hombre hoy en Madrid
de mejor lengua que yo.
¿Aquella no es Flora?
LUIS: Sí.
HIPÓLITO: Harto es que a fiesta de a pie
haya venido.
LUIS: ¿Por qué?
HIPÓLITO: Porque en mi vida la vi
sino en coche; por aquesta
fue por quien se ha presumido
que le dijo a su marido,
"Con lo que la casa cuesta
de alquiler, echemos coche."
Y volviéndole a decir,
"¿Pues dónde hemos de vivir
y estar el día y la noche?"
Dijo, "si el coche tuviera,
sin casa vivir podía
en el coche todo el día
y de noche en la cochera."
LUIS: Eso es como lo que pasa
a doña Clara de Ovalle,
pues viviendo hacia la calle
le sobra toda la casa.
HIPÓLITO: Es verdad, y cierto día,
cumpliendo el plazo, el casero
vino a pedille el dinero
de la casa en que vivía,
y ella dijo, "¿Hay tal traición?
¿Esta desvergüenza pasa?
Aunque yo alquilo la casa,
no vivo sino al balcón."
LUIS: ¿Qué diera porque os oyera?

HIPÓLITO: Por eso no lo oirá, no,
que anoche la dije yo
que de casa no saliera.

Salen doña CLARA e INÉS, con mantos y
con sombreros


CLARA: Mejor mañana no vi
en mi vida.
INÉS: Ni yo, a fe;
pero tápate.
CLARA: ¿Por qué?
INÉS: Don Hipólito está allí.
LUIS: ¿Habéis visto en vuestra vida
mujer más airosa?
HIPÓLITO: No,
ni al Parque jamás salió
más aseada y bien prendida.
LUIS: Pues la donada, por Dios,
que no es muy mala.
HIPÓLITO: Embistamos
esta empresa, pues estamos
en el campo dos a dos.

INÉS: Don Hipólito y don Luis
llegan a hablarnos.
CLARA: Repara
en que de ninguna suerte
respondas una palabra,
que no quiero que los dos
me conozcan.
INÉS: Si tapadas
estamos, y en este traje,
que es en el que todas andan,
¿cómo te han de conocer?
CLARA: Si le respondo, en el habla;
que persuadirse que puede
estar segura una dama
solamente con taparse,
es bueno para la farsa,
mas no para sucedido.
HIPÓLITO: Señora doña tapada,
que a honrar el festín alegre
que hoy la primavera traza
en este verde salón
donde vivas flores danzan
al son del agua en las piedras
y al son del viento en las ramas
de rebozo habéis venido,
dad licencia cortesana
a un hombre para que os diga
que ha sido acción excusada
madrugar tanto, supuesto
que árbitro del sol y el alba,
esa negra sutil nube
trae consigo la mañana,
y a cualquiera hora que vos
descubriérades la llama,
amaneciera y tuviera
luz el día, aliento el alba.
¿No me respondéis? ¿Por señas
me habláis? No me desagrada.
¿Ni aun para pedir no habláis?
¿No? Pues sois la mejor dama
que he visto en toda mi vida.
Albricias me pide el alma
de que me ha deparado una
mujer que no pide y calla.
LUIS: ¿Y vos también profesáis
la religión cartujana?
¡Linda cosa, vive Dios,
que ha dos mil años que andaba
buscándoos! Mas que seáis
tuerta, zurda, coja o manca,
pedigüeña, melindrosa,
contrahecha, roma o calva,
desde aquí por vos me muero.
HIPÓLITO: Ya que me negáis el habla
como si hubiera reñido
con vos, mostradme la cara.
¿Ni eso tampoco? Mirad
que dais a entender que es mala.
Es verdad; yo no lo dudo;
mas mujer tan extremada
no ha menester perfección
mayor que no hablar palabra.

(Hace gestos ella)


Mas si yo no entiendo mal,
eso es decir que me vaya;
pero veis aquí que yo
no quiero entenderos nada,
que en mi vida he sido mudo
y muy poco se me alcanza
de esto de hablar con la mano.
¿Qué hacéis? ¿Volverme la espalda?
Arte de enseñar a hablar
a los mudos, oye, aguarda.
LUIS: No vi mujer en mi vida
de mejor gusto.
HIPÓLITO: Su casa
sepamos, que, vive el cielo,
que he de verla y he de hablarla
hoy en ella, hasta saber
en qué este embeleco para.
LUIS: Sigámosla pues.
HIPÓLITO: Sigamos,
que ya veis cuánto me arrastra
una mujer tramoyera,
pues el serlo solo es causa
de que a doña Clara ame,
y aquesta, si no me engaña
la pinta, lo es mucho más
que la misma doña Clara.

Vanse y salen ARCEO y Doña LUCÍA


LUCÍA: No me tienes que decir
que no te has de disculpar
de hacerme anoche esperar.
ARCEO: No pude anoche venir,
vive Dios, doña Lucía.
LUCÍA: ¿Pues qué tuviste que hacer?
ARCEO: Si eso pudieras saber,
supieras que la fe mía
te trata verdad.
LUCÍA: ¿Pues qué
es que yo saber no puedo?
ARCEO: No es nada.
LUCÍA: Ofendida quedo
dos veces de ti, porque
no venir anoche a verme,
hoy venir y no fïarme
un secreto, es agraviarme,
Arceo.
ARCEO: No sé qué hacerme...
Ea, no haya secreto entero,
que eres dueña y soy crïado.
Anoche entró rebozado
en mi casa un caballero
por mi señor preguntando...
--mas que has de callar advierte--.
Éste, pues, por una muerte
ausente está, y aguardando
a mi señor, me detuvo...
--nadie, en fin, lo ha de saber--.
Pues hasta el amanecer
hablando con él estuvo;
luego en casa se quedó
donde dice que ha de estar...
--mira que lo has de callar--
...escondido, y solo yo
lo sé, que en fin soy secreto.
Don Juan de Guzmán se llama.
De la casa de una dama,
que esto no oí bien, en efeto,
saliendo una noche, dio
a un caballero la muerte
y, en fin, está de esta suerte
retirado donde no
lo saben más que los dos.
Y pues me fío de ti
esto no salga de aquí.
Dije. ¡Bendito sea Dios,
que salí de este cuidado!
LUCÍA: Y yo por él darte quiero
los brazos.
ARCEO: Más bien espero.

Sale PERNÍA, vejete


PERNÍA: A muy mal tiempo he llegado.
¿Hay tan gran bellaquería?
ARCEO: Pernía a los dos nos vio.
LUCÍA: Poco importa, porque no
es muy celoso Pernía.
Mas vete de aquí.
ARCEO: Sí haré,
y corriendo como un potro.

(Vase)


PERNÍA: Doña Lucía, si otro
entrara como yo entré,
¡estaba bueno el honor
de esta casa! A mi señora
he de contar cuanto ahora
pasa, pues de tu rigor
vengarme, ingrata, no espero.
Hecho estoy un fuego, un rayo:
¿de cuándo acá así un lacayo
se prefiere a un escudero?
LUCÍA: Unas cartas me ha traído
este hombre de un hermano
que está en las Indias, y es llano
que el abrazo el porte ha sido,
pues solo te quiero a ti.
PERNÍA: Pues trueca el modo, crüel,
y desde hoy quiérele a él
y dame el abrazo a mí.
LUCÍA: Sí abrazaré, procurando
hacer que calles, supuesto...
Mas mi señora...

Sale Doña ANA


ANA: ¿Qué es esto?
PERNÍA: Es que aquí andan abrazando.
LUCÍA: Hame traído Pernía
nuevas de un hermano mío,
y gozoso mi albedrío
tales extremos hacía.
PERNÍA. Es, señora, caso llano,
y creella te conviene.
(Para cada abrazo tiene Aparte
doña Lucía un hermano).
ANA: Salga y mire si está puesto
el coche, que es hora ya
de ir a misa...

(Vase él despacio)


¿Pues no va
presto?
PERNÍA: ¿Aquesto no es ir presto?
LUCÍA: ¿Tú, señora, tan dejada
del aliño y la belleza,
que, fuera de la tristeza,
vives de ti descuidada?
ANA: No hay consuelo para mí,
ni me has de ver en tu vida
sino triste y afligida.
LUCÍA: ¿Pues qué remedias así?
ANA: ¿Quién te ha dicho que yo quiero
remediar, sino sentir?,
aunque si llego a advertir
que es el remedio primero
del mal el sentir el mal,
por sentille más no sé
si el sentirle dejaré,
pues es mi desdicha tal
que apeteciendo el morir
sin pretender resistille,
por no dejar de sentille
le dejara de sentir.
Desde el día que a don Juan
en mi casa sucedió
aquella desdicha, y yo
veo que todos me dan
la culpa sin merecella,
tan muerta y tan otra estoy
que aun sombra mía no soy.
LUCÍA: Si tan noble como bella
tu perfección me asegura
de callarlo, yo diré
que a dónde está don Juan sé.
ANA: ¡Qué neciamente procura
tu lisonja divertir
mi mal!
LUCÍA: Yo sé dónde está,
y aunque tú no lo oigas, ya
lo tengo yo de decir.
Don Juan a Madrid llegó,
--mas que lo calles te pido--,
y está en la casa escondido
de nuestro vecino; yo
lo sé porque una crïada
me lo ha dicho ahora a mí,
pero no salga de aquí:
ya ves que es cosa pesada.
ANA: ¿Qué dices?
LUCÍA: Lo que es verdad.
ANA: Siendo dicha mía, no sé
si algún crédito le dé
siendo esa temeridad.

Salen Doña CLARA e INÉS


INÉS: ¿Qué es lo que tu pasión hacer procura?
CLARA: ¿Qué? Llevar adelante una locura,
que aunque nada importara
el verme don Hipólito de Lara,
por lo que se ha picado
no ha de salir hoy, no, de este cuidado.
INÉS: Que hay aquí gente mira.
CLARA: ¿Faltará a una mujer una mentira
que la saque de otra? Dama hermosa,

(Se dirige a Doña ANA)


si quien dice mujer dice piadosa,
un rato --mal mi pena significo--
que me dejéis entrar aquí os suplico
mientras que un hombre pasa
esa calle; sagrado vuestra casa
sea de mi cuidado,
pues casa de deidad siempre es sagrado.
ANA: Holgaréme, por cierto,
que sea, no sagrado, sino puerto,
pues la congoja vuestra
bien que os importa el ocultaros muestra.
LUCÍA: Un hombre aquí se ha entrado.
CLARA: ¡Ay Dios!, que es mi marido, y pues me ha dado
vuestra piedad licencia,
aquí he de retirarme con prudencia.
Haced que una crïada le despida,
porque me va la fama, honor y vida.
ANA: Pues decid...
CLARA: Nada espero.

Vase


ANA: Turbada me dejó con su sombrero.
LUCÍA: Yo voy tras ella, porque no sea ganga
y se eche alguna sábana en la manga.

Sale Don HIPÓLITO


HIPÓLITO: Perdonad que a la esfera,
dosel florido de la primavera,
donde son vuestros bellos resplandores
la primera oficina de las flores,
pisar mi pie presuma
calzado más de plomo que de pluma.
ANA: (Disimular fingiendo enojo intento). Aparte
¿Quién os dio para tanto atrevimiento,
caballero, osadía?
HIPÓLITO: Yo la tomé de la ventura mía,
que hasta veros, divina
deidad, vencer la nube que, cortina
de humo, ocultaba el fuego,
descanso no tuviera, y así luego,
con el humo pasado
y agora de esos rayos abrasado,
llorar y arder presumo:
arder del fuego, pues lloré del humo.
ANA: No entiendo, caballero,
estilo tan cortés y lisonjero,
ni sé qué causa he dado
para que de esta suerte hayáis entrado
en mi casa. Si esfera
la llamáis de la hermosa primavera,
no introduzgáis en ella tal desmayo
que expire su esplendor antes del rayo;
si humo seguís que en sombras se resuelve,
no le esperéis, que el humo nunca vuelve,
y si buscáis el fuego,
no os acerquéis a él, y volveos luego,
que no vive enseñado a acciones tales
el antiguo blasón de estos umbrales.
HIPÓLITO: Vos ni veros ni oíros
en el Parque dejasteis, y el seguiros
a riesgo de ofenderos,
también fue por oíros y por veros;
y ahora advierto que fuera acción piadosa
oíros discreta cuando os miro hermosa,
porque si allí sin veros os oyera,
a la dulce armonía suspendiera
el alma y el sentido,
de esa voz que es veneno del oído;
y si hermosa os mirara
sin oíros discreta, aquí postrara
alma y vida en despojos
de esa luz que es veneno de los ojos;
y así, porque no muera al advertiros
tan hermosa, me da la vida oíros;
y así, porque no muera al conoceros
tan discreta, me da la vida el veros,
de suerte que mi vida
está de un daño y otro defendida.
Quedad con Dios, en fin, porque no quiero,
ya que he sido atrevido, ser grosero,
pues ser grosero culpa mía habría sido,
y vuestra lo ha de ser ser atrevido.

Vase


ANA: ¿Hay cosa semejante?
¡Que entre un hombre marido y salga amante,
y de sus mismas penas descuidado,
llegue celoso y vuelva enamorado!

Salen Doña LUCÍA, doña CLARA,
e INÉS


CLARA: ¿Fuese?
ANA: Sí.
CLARA: Tus pies pido.
ANA: Vos tenéis un finísimo marido.
CLARA: Harto a Dios lo que paso en eso ofrezco,
pues sabe Dios lo que con él padezco.
ANA: Creyó, en fin, que era yo, ¡raro suceso!,
la dama que siguió, que aun para eso
sirvió el sombrero y el estar con manto
y el ser los trajes parecidos tanto
que, como en los conceptos, repetidos
se encuentran también dos en los vestidos.

Sale PERNÍA


PERNÍA: Ya está el coche esperándote, señora.
ANA: Lucía, mira ahora
la calle.
LUCÍA: Bien podrás seguramente
salir.
CLARA: Aquesa vida el cielo aumente.
ANA: Ved si serviros puedo
en otra cosa.
CLARA: Yo obligada quedo.

(Doña CLARA habla aparte con INÉS)


(Y no sé si ofendida,
pues lo que no pensé en toda mi vida
que suceder pudiera,
que es tener celos yo --¿quién tal creyera?--
acaso ha sucedido).
INÉS: (¿Qué has sentido?)
CLARA: (Que haya este hombre a otra enamorado
y en mi misma presencia requebrado).

Vanse (doña CLARA e INÉS)


ANA: Nada oigo, nada miro, nada siento,
que para mí no sea otro tormento.
LUCÍA: ¿Pues qué tienes agora?
ANA: Ver que en todos la suerte se mejora,
en todos convalece,
y solo en mí de cualquier mal fallece.
Cuando es culpada, halla esta la salida;
así, inocente, pierdo yo la vida,
porque no está la culpa en que lo culpa,
sino en que fue dichosa la disculpa.

Vanse y salen Don PEDRO por la puerta derecha y Don
JUAN por la izquierda, que es por donde está la puerta
izquierda de su aposento y encuéntranse en el
tablado


PEDRO: Seáis, don Juan, bien llegado.
JUAN: Vos, don Pedro, bien venido.
¿Cómo en el Parque os ha ido?
PEDRO: Mal.
JUAN: ¿Cómo?
PEDRO: Como he hallado
la dama que iba a buscar
y creo que son desvelos
de otro amante, cuyos celos
ando por averiguar,
para que desengañado
cure con dolor al pecho,
que es mi amigo el que sospecho,
y está ya desconfïado.
JUAN: ¿Es doña Clara la dama?
PEDRO: Sí.
JUAN: ¿Y el galán?
PEDRO: Es un hombre
de buena opinión y nombre;
don Hipólito se llama,
y esto para otro lugar.
¿Vos que habéis hecho?
JUAN: Sentir,
desesperarme, morir
sin poderlo remediar.
Decid, ¿qué traza daremos
para que logre mi fe
ver a doña Ana?
PEDRO: No sé,
que no hay verla; mas pensemos
si habrá por dónde.

Sale ARCEO


(ARCEO): Señor,
don Hipólito, un tu amigo,
te busca ahí fuera; testigo
no puede venir peor,
que él dirá cuanto supiere.
JUAN: Por lo que puede pasar,
presente tengo de estar
a cuanto aquí sucediere,
a vuestro lado.
PEDRO: No es justo
que os vea; a vuestro aposento
os retirad.
JUAN: Mucho siento...
PEDRO: Don Juan, hacedme este gusto.

(Don JUAN y ARCEO se van al paño) Sale don
HIPÓLITO


HIPÓLITO: ¿Qué hay, don Pedro, cómo estáis?
PEDRO: A vuestro servicio, ¿y vos?
HIPÓLITO: Al vuestro.
PEDRO: ¿Pues qué miráis?
HIPÓLITO: Si hay aquí más que los dos.
PEDRO: No. ¿Qué queréis?
HIPÓLITO: Que me oigáis.

Esta mañana salí
a ese verde hermoso sitio,
a esa divina maleza,
a ese verde paraíso,
a ese parque, rica alfombra
del más supremo edificio,
dosel del Cuarto Planeta,
con privilegio de Quinto,
esfera, en fin, de los reyes,
de Isabel y de Filipo,
desde cuyo heroico asiento,
siempre bella y siempre invicto,
están, católicas luces,
dando resplandor al indio,
siendo en el jardín del aire
ramilletes fugitivos...
PEDRO: (¿En qué parará el venir Aparte
a contar lo que yo he visto?)

Don JUAN al paño


JUAN: Sin duda sabe que allí
hoy a su dama ha seguido
y viene quejoso de él.
De todo estaré advertido.
HIPÓLITO: De cuantas al alba dieron
envidia en varios corrillos,
tejiendo corros sin orden,
dando vueltas sin aviso,
una embozada hermosa
tal ventaja a todas hizo
que obscureció con su sombra
las demás luces: yo he visto
salir al campo a traer rosas
de sus jardines floridos,
pero a dejar rosas no,
sino hoy, que al desperdicio
de un pie debió el campo cuantas
fueron al contacto altivo,
quedando blancos jazmines,
quedando marchitos lirios.
Bajaba por una cuesta
una mujer, ¡qué mal digo!,
un encanto, sí, embozado;
disfrazado, sí, un hechizo.
El sutil manto en celajes
ya obscuros y ya distintos,
o negaba o concedía
el rostro. ¿Cuándo ha salido
más hermosa el alba? ¿Cuándo
se mostró el sol más lucido,
que cuando el alba entre sombras,
que cuando el sol entre visos
da regateada la luz
y anda dudoso el sentido
haciendo apuesta entre sí,
si lo ha visto o no lo ha visto?
PEDRO: (Todo esto vendrá a parar Aparte
en que doña Clara ha sido,
por venir a hablar en ella).
JUAN: ¡Oh, qué cansados estilos!
HIPÓLITO: Coronaba sobre el manto
los bien descuidados rizos,
airoso un blanco sombrero
por una parte prendido
de un corchete de diamantes
sobre un penacho que hizo
lisonja al aire, diciendo
a sus halagos rendido:
"Pues inclinada la frente,
sí a cuanto me dicen digo,
mejor que mi dueño yo
sé obligarme de suspiros".
El talle era bien sacado,
y de buen gusto el vestido
más que rico; pero si era
de buen gusto ¿qué más rico?
Dejo aquí, por no cansaros,
lo que en el Parque tuvimos,
y voy a que la seguí
a su casa, que atrevido
entré en ella, que vi al sol
cara a cara, que rendido,
lo que antes diera por verla
diera por no haberla visto
después, porque de sus rayos
mariposa mi albedrío,
entró enamorando el riesgo,
salió halagando el peligro.
Esta, pues, mal lisonjeada
beldad, turbado lo digo...

(Al paño)


ARCEO: Aquí es ello.
JUAN: Escucha.
PEDRO: (Ahora Aparte
se va a declarar conmigo.)
HIPÓLITO: ...es una vecina vuestra:
esa pared sola ha sido
la que su esfera divide,
y pues que como vecino
es fuerza...
JUAN: ¡Ay de mí! ¿Qué escucho?
PEDRO: (¿Qué haré si don Juan lo ha oído?) Aparte
HIPÓLITO: ...que sepáis quién es, decidme
su nombre, porque atrevido
pienso adorar su belleza,
y para todo es arbitrio
entrar, don Pedro, informado,
y más de tan buen amigo.
JUAN: Estaba por responderle
yo.
ARCEO: Detente.
PEDRO: (¿Quién se ha visto Aparte
en igual duda? ¿Qué haré?
Si quién es aquí le digo
será alentar su esperanza;
si lo niego es desvarío,
pues podrá saberlo de otro;
si el amor le significo
de don Juan, su honor ofendo...
Mas queden con buen estilo
un amor desengañado,
un honor seguro y limpio,
y atajados unos celos
con la verdad, sin peligro
de no decir la verdad.
Mucho haré si lo consigo).
Don Hipólito, pues ya
vuestra relación he oído,
oídme a mí, y agradeced
de que tan a los principios
os halle este desengaño.
La dama que habéis seguido,
doña Ana de Lara es,
y más que por su apellido
ilustre por su virtud,
que esa casa que habéis dicho
es el templo de la Fama;
paréceme desvarío
seguir ese galanteo
que os aseguro, os afirmo,
que intentáis un imposible.
HIPÓLITO: Yo noticia os he pedido,
no consejo, y pues la llevo,
quedad con Dios, que si altivo
muriere mi pensamiento
osado y desvanecido,
de atrevimiento tan noble
¿qué más premio que el castigo?

Vase y sale don JUAN


JUAN: Decidme ahora, don Pedro,
que el sol apenas ha visto
en esta ausencia a doña Ana;
más diréis bien, si ha salido
de su casa antes que el sol
a ser del Parque prodigio.
PEDRO: No sé qué os diga.
JUAN: Yo sí.
PEDRO: ¿Qué?
JUAN: Que huyamos el peligro;
ya la he perdido dos veces;
ya verla ni hablarla estimo.
Haced que me busquen postas,
que esta noche, ¡ah, cielo impío!,
he de volver de una vez
la espalda.
PEDRO: Mirad...
JUAN: Ya miro
que en mi presencia hallo a otro
en su casa, ¡estoy sin juicio!,
y que en mi ausencia después
sale, ¡con razón me aflijo!,
a ser vista, ¡qué rigor!,
de donde trae, ¡qué martirio!,
nuevo amor. ¡Oh, quién quitara
del año este mes florido!
Mas no tiene culpa él;
yo sí, que una sombra sigo,
yo sí, que un áspid adoro,
yo sí, que amo un basilisco.
Mañanas de abril y mayo:
noches para mí habéis sido.

JORNADA SEGUNDA



Salen INÉS y Doña CLARA, afligida


INÉS: ¿Tú triste, tú pensativa,
melancólica y suspensa,
tan bien perdida y tan mal
hallada contigo mesma?
¿Dónde, señora, está el brío,
el buen gusto, la belleza,
y el despejo?
CLARA: No lo sé;
y no es mucho, ¡ay Dios!, que necia,
pues que no sé de mi vida,
de mis acciones no sepa.
¿Quién creerá de mí, ¡ay de mí!
que yo llore y que yo sienta
desaires de un hombre? ¿Yo,
que tan altiva y soberbia
me llamé la vengadora
de las mujeres, sujeta
tanto a un desaire me veo?
INÉS: Yo no sé qué razón tengas
para tanto sentimiento,
pues si bien se considera
él te siguió a ti y tú fuiste
la causa de la fineza.
Luego si estás ofendida
y obligada también, sea
tu mal consuelo de otro,
supuesto que representas,
despreciada y pretendida,
la celosa de ti mesma.
Ya fue el cuidado por ti,
pues por ti en la casa entra
de la otra, y si se halla
tan empeñado con ella,
¿cómo se puede excusar
de andar galán? Considera
que si has de olvidar a un hombre
porque a una hable y a otra vea,
no hay que querer a ninguno,
que maldito de Dios sea,
señora, el que hay que no diga
lo mismo a cuantas encuentra.
CLARA: Con todo eso, ya llegué
--confieso que anduve necia--
a darme por entendida
de este agravio con mis penas,
y me tengo de vengar.
INÉS: ¿De qué suerte?
CLARA: Escucha atenta.
Un papel le he de escribir
disfrazándole mi letra
y escribiéndomele tú,
en nombre de la encubierta
dama, diciéndole en él
cuán obligada me deja
su cortesía, y que quiero
hablarle a solas, que tenga
una silla prevenida
y una casa donde pueda
verle esta tarde. Él, muy vano,
creído de su soberbia,
pensará que tiene lance;
y para que no le tenga
iré yo, y será buen paso
lo que hará cuando me vea.
INÉS: ¿Y qué consigues con eso?
CLARA: Dos cosas: es la primera
burlarme de él; la segunda
desengañarle, y que sepa
que fui la tapada yo,
porque no se desvanezca
presumiendo que la otra
le dio ocasión de que fuera
tras ella, y su galanteo
prosiga.
INÉS: ¿Esa diligencia
no pudiera hacerse en casa?
CLARA: Con venganza no pudiera.
INÉS: No sé si aciertas en eso.
CLARA: ¿Cómo?
INÉS: Yo te lo dijera,
si él y aquel don Luis no entrara.
CLARA: Pues disimula, no entiendan
hasta este lance, que fuimos
las tapadas.

Salen Don HIPÓLITO y Don LUIS


HIPÓLITO: Considera,
don Luis, que importa sacarme
presto de aquí.
LUIS: Sí haré.
CLARA: ¿Era,
señor don Hipólito, hora
de veros? ¿Tan larga ausencia?
Desde ayer no me habéis visto.
HIPÓLITO: Sólo pudiera esa queja
hacer mi ausencia feliz,
que es sutil estratagema
de amor, que una pena misma
hacerse lisonja sepa.
Mas no vine esta mañana
presumiendo que estuvieras
en el Parque, como anoche
dijiste.
CLARA: Detén la lengua.
¿Pues si anoche me dijiste
que de casa no saliera,
había de salir de casa?
¡Jesús! ¡De mí no se crea
tal desenvoltura, tal
liviandad de mi obediencia!
LUIS: Harto le encarezco yo
a don Hipólito esa
verdad, y cuán obligado
debe estar de esa fineza,
y aun él la conoce bien,
pues la paga con la mesma.
CLARA: ¿Luego él al Parque no fue?
HIPÓLITO: ¡Jesús! ¿Pues tal de mí piensas,
sabiendo que para mí
no hay, Clara, holgura ni fiesta
donde tú no estás?
CLARA: Y yo
lo creo como si lo viera,
pues si tú hubieras estado
hoy en el Parque, hoy hubiera
estado en el Parque yo,
claro está, y es cosa cierta,
pues si yo en tu pecho vivo
y tú en el pecho me llevas,
contigo hubiera yo estado
disfrazada y encubierta.
HIPÓLITO: (¡Qué fácil es de engañar Aparte
a la mujer más discreta!)
CLARA: (¡Que sea bobo el más bellaco Aparte
de los hombres!)
INÉS: (Hombres y hembras Aparte
así unos a otros se engañan
cuando que se quieren piensan).

Hácele señas LUIS


LUIS: Aunque es el primer precepto
de amor no estorbar, licencia
me daréis para que os diga
que unos amigos me esperan
donde me importa llevar
a don Hipólito. Esta
ausencia os deba el ser yo
tan vuestro crïado.
CLARA: Cesa,
don Luis, que no es esta sala
donde hablar la parte es fuerza
por procurador. Si él quiere
hablar, hable, y no por señas.
Id, don Hipólito, a Dios,
que esta casa siempre es vuestra
para iros y para estaros,
pues siempre de la manera
que abierta para que entréis,
para que os vais está abierta.
Pon esos hombres, Inés,
en la calle, y luego cierra
las puertas.
HIPÓLITO: Escucha.
CLARA: ¿Yo
escucharte?
LUIS: Considera
que si yo tuve la culpa
no ha de tener él la pena.
CLARA: Yo no me enojo con él
ni con vos; doy la licencia
que me pedis. (Mucho hago Aparte
en no declarar mis quejas,
porque estoy muy enfadada
en verlos hablar por señas).

Vanse las dos


HIPÓLITO: ¿Qué os parece, don Luis,
de este amor, de esta fineza?
LUIS: Que vos habéis reducido
a precepto y obediencia
la condición más rebelde
de una mujer. ¿Quién creyera
que doña Clara llegara
nunca a verse tan sujeta
que no saliera de casa
por decir que no saliera?
En fin, todo se os rinde.
HIPÓLITO: Yo tengo notable estrella
con mujeres.
LUIS: Bien se ve,
pues habéis triunfado de esta.
Pero decidme ¿a qué efeto
ha sido lo de la priesa
de que salgamos de aquí?
HIPÓLITO: ¿Tan mal mi dolor lo muestra
que ha menester explicarle
más que el afecto la lengua?
¿No os dije que la tapada
vi en su casa descubierta,
donde, porque entrara yo,
os quedasteis a la puerta?
¿No os dije cómo la hablé,
y que es entendida y bella,
sin que subsidios de hermosa
den excusados de necia?
¿No os dije cómo, informado
de don Pedro, dijo que era
rica y noble?
LUIS: Sí.
HIPÓLITO: ¿Pues cómo
dudáis dónde voy? ¿No es fuerza
que vaya a estarme en su calle?
No digo bien; en la esfera
luciente del mejor sol,
a cuya dulce violencia
arde abrasada la pluma
y derretida la cera.
LUIS: ¿No creéis al desengaño
de decir don Pedro que era
la pretensión imposible
por su virtud y sus prendas?
HIPÓLITO: Si es esa otra parte más
para ser amada, esa
es hoy la que más me anima,
es hoy la que más me alienta.
LUIS: Pues ¿y la comodidad?
HIPÓLITO: ¿Pues no es comodidad esta,
si es rica, noble y hermosa,
de buena opinión y honesta,
y puedo dentro de un mes
estar casado con ella?

Sale INÉS con manto


INÉS: Apriesa escribió mi ama
el papel, y más apriesa
yo tras ellos me he venido,
y cogiéndoles las vueltas
hasta la calle he llegado
de la madama, y aun ésta
es su casa. Allí se paran.
Yo no quiero que me vean
tras ellos, porque no echen
de ver que los seguí. Sea
otra vez de mi delito
sagrado su casa mesma.
HIPÓLITO: Ésta es la calle feliz...
¿pero quién dudar pudiera
que había de vivir Flora
en la calle de las Huertas?
Este es el balcón por donde
en tornasoles envuelta
sale el alba a todas horas,
de jazmines y azucenas
coronada, pues el día
en sus umbrales despierta.
INÉS: Ya de que los he seguido
desmentida la sospecha
está. Daréle el papel
como mi ama lo ordena.
Vuelvo a penar en lo mudo.
LUIS: Una mujer encubierta
ha salido de su casa.
HIPÓLITO: Y hacia nosotros se acerca.
LUIS: De las dos debe de ser,
pues que vuelve a hablar por señas.
HIPÓLITO: Estas mujeres, sin duda,
en casa el hablar se dejan
cuando salen de ella, pues
solo hablan dentro de ella.
¿Es a mí? ¿Sí? Pues ya estoy
aquí, ¿qué quieres?. Espera,
mujer.
LUIS: Aquello es decir
que no la sigáis.
HIPÓLITO: Ligera
volvió la espalda, avisando
que calle y el papel lea.

Lee


"El mayor argumento de la nobleza
fue siempre la cortesía. La vuestra
me asegura la verdad de todo, y así,
os he menester para fiar de vos un
secreto. Tened una silla para luego
en San Sebastián y una casa donde
pueda hablaros. Dios os guarde.
La dama muda."

¿Qué decís de este papel?
Decid ahora que crea
a don Pedro, y que desista
de la posesión.
LUIS: Empresa
notable seguís.
HIPÓLITO: ¿No os digo
que yo tengo linda estrella
con mujeres?
LUIS: ¿Qué habéis
de hacer?
HIPÓLITO: Todo cuanto ordena,
y así, entre los dos partamos
ahora las diligencias,
que este es oficio de amigo.
Id, don Luis, por vida vuestra,
pues venimos sin crïado
por la silla, y esté puesta
al punto en San Sebastián
como dice, y cuando venga
le diréis que por no dar
de aquesto a un crïado cuenta
os la di a vos, porque hagamos
la necesidad fineza,
que yo os espero en mi casa.
LUIS: ¿Y si doña Clara acierta
a ir allá?
HIPÓLITO: Habéis reparado
bien, que gran disgusto fuera
que ella llegara a saberlo.
¿Qué haremos?
LUIS: Pues es tan cerca
la casa de este don Pedro,
mejor es llevarla a ella.
HIPÓLITO: Es verdad; prevenid vos
la silla, por vida vuestra,
mientras prevengo la casa.
LUIS: Oíd, de la suya mesma
otras dos salen.
HIPÓLITO. Mirad
si lo han tomado de veras;
no malogremos la dicha.
Vámonos sin que nos vean,
que estando aquí podrá ser
que ir a otra parte no quieran.
LUIS: Voy a prevenir la silla.

Vanse. Salen Doña ANA, Doña
LUCÍA y PERNÍA


LUCÍA: ¿Qué es, señora, lo que intentas?
¿En este traje de casa
sales?
ANA: A esto amor me fuerza.
En la casa de don Pedro
he de entrar, ya estoy resuelta,
hasta saber si don Juan
en ella se oculta o cierra.
LUCÍA: ¿Pues dónde vas? Ésta es
la casa.
ANA: ¿No eres más necia?
Pasa de largo, porque
deslumbremos las sospechas
si acaso me ha visto alguno
salir de casa. ¡Ay don Juan;
ay, amor, lo que me cuestas!

Vanse y salen Don JUAN y Don PEDRO


PEDRO: Notable sois, por cierto.
JUAN: ¿No lo he de ser, don Pedro, si estoy muerto
de celos y de agravios,
las manos sin acción, la voz sin labios?
PEDRO: Si yo de vuestros celos
os traigo averiguados los recelos
y deshecho el engaño
¿qué os quejáis?
JUAN: Para mí no hay desengaño
PEDRO: Pues yo puedo deciros
que solo por serviros,
ahora cauteloso
y con vuestro poder, don Juan, celoso,
de uno y otro crïado
en casa de doña Ana me he informado
si salió esta mañana
al Parque, y dicen todos que doña Ana
solo a misa ha salido
en su coche a las once y nadie ha habido
que lo contrario diga.
JUAN: ¿Pues quién a don Hipólito le obliga,
don Pedro, a haber mentido?
PEDRO: Asegurad vos bien vuestro partido,
pero no averigüéis tan neciamente,
puesto que miente el otro, por qué miente.
JUAN: ¿Queréis ver cuán atento
estoy a mi dolor y a mi tormento?
Pues con creer el daño como a daño,
me ha sosegado en parte el desengaño,
y así, aunque no quería
ver a doña Ana, al expirar el día
verla y hablarla quiero,
y decir, ya que muero, por qué muero,
quejándome de todo.
PEDRO: Pues yo os diré, ya que así estáis, el modo
que me parece que hay de prevenilla:
vos habéis de escribilla
un papel que ha de dalle ese crïado...
mas luego lo diré, porque han llamado.

Sale ARCEO


ARCEO: Hasta aquí don Hipólito se entra.
PEDRO: Ya veis lo que perdéis si aquí os encuentra.
Yo saldré a recibille.
JUAN: Eso no, porque yo tengo de oílle.
PEDRO: ¿Pues no os fiáis de mí?
JUAN: Yo sí me fío,
mas es desconfïado el valor mío.
PEDRO: Yo estoy tan satisfecho
del honor de doña Ana, que sospecho
que viene a retratarse,
y así muy poco llega a aventurarse.
Retiraos.
JUAN: Piedad, cielos;
escuche dichas quien escucha celos.

(Se va al paño, tras una puerta). Sale
HIPÓLITO


HIPÓLITO: Don Pedro, siempre vengo
a vos, o con el mal o el bien que tengo:
ya que de vos me fío
amparadme, pues sois amigo mío.
Doña Ana...
PEDRO: (¿Hay semejante Aparte
confusión?) No paséis más adelante;
no tenéis que decirme
que a vuestra pretensión constante y firme
está, que yo lo creo como es justo.
HIPÓLITO: Lejos dais de mi dicha y de mi gusto,
que es lo contrario lo que hablaros quiero.
PEDRO: (¡Cielos! ¿Qué es esto?) Aparte
JUAN: Hasta escucharlo espero.
PEDRO: (¿Qué he de hacer, porque temo Aparte
que pase este negocio a más extremo).
HIPÓLITO: Doña Ana, en fin...
JUAN: ¿Quién mi desdicha ignora?
PEDRO: Esperad un instante. Cierra. Hablad ahora.
HIPÓLITO: ¿Por qué cerráis?
PEDRO: No quiero que esa puerta,
cuando fuera me voy, se quede abierta
(Con eso he asegurado Aparte
aquí de dos cuidados un cuidado:
celos y riesgo le han buscado, cielos;
estorbe el riesgo, ya que no los celos).
HIPÓLITO: Doña Ana, pues, este papel me escribe.
Que busque donde hablarla me apercibe,
y pues mi dicha pasa
tan adelante, dadme vuestra casa
adonde pueda vella;
tapada vendrá a ella;
yo he menester a Arceo
que se venga conmigo, que deseo,
mientras llega, advertido,
tener algún regalo prevenido.
Y pues que la respuesta
ha de ser ayudar dicha como esta,
quedad con Dios, que con el bien que toco,
loco debo de estar, si no muy loco.
PEDRO: Oíd, mirad...
HIPÓLITO: No me deja mi deseo,
ni lo esperéis, que yo me llevo a Arceo.

Vase


PEDRO: ¿Qué haré de dos amigos empeñado,
si uno me busca y otro está encerrado,
y ambos de mí se fían? Triste llego
a abrir las puertas, y en las dudas ciego.

(Abre y sale DON JUAN)


Don Juan, viendo que aquí, ¡confusión brava!
una desdicha y otra hoy os buscaba,
en deshecha fortuna,
quise de dos embarazar la una,
y porque no saliérades restado,
ya que celoso...
JUAN: Todo fue excusado,
que oyendo lo que oí, aunque estuviera
abierto no saliera,
pues a tal desengaño, cosa es clara
que esperara hasta verle cara a cara:
necedad en el mundo introducida,
solicitar lo que quitó la vida.
PEDRO: Esa ahora es mi duda:
yo no sé cómo a tanto empeño acuda.
Don Hipólito, ¡ay, cielos!, este día
de mí su gusto y vuestra pena fía;
mi obligación en vuestras manos dejo:
¿qué hiciérades? ¡Ay Dios! Dadme consejo.
JUAN: Yo no sé lo que hiciera
si vos, don Pedro, fuera,
en un caso tan nuevo,
mas siendo yo, bien sé lo que hacer debo,
que es, aunque el alma en celos se me abrasa,
el respeto guardar a vuestra casa;
mas fuera de ella le daré la muerte,
ya que el duelo de amor es ley tan fuerte
que dispone severa
que ofenda la mujer y el hombre muera.
PEDRO: Vos no habéis de salir de aquí.
JUAN: Es en vano,
que he de salir.
PEDRO: Vuestro peligro es llano.
JUAN: ¿Y esotro no lo es? ¿Queréis que vea
hoy mis desdichas yo? Pues así sea.
Que aquí me estaré, digo,
y que de mi dolor seré testigo.
Venga doña Ana de otro enamorada
y... mucho iba a decir; no digo nada
PEDRO: Eso tampoco es justo.
JUAN: ¿Pues ni irme ni quedarme no os da gusto?
Estoy perdido y loco:
¿qué queréis?
PEDRO: No lo sé.
JUAN: Ni yo tampoco.
PEDRO: Solo deciros quiero
que aunque como desdichas las espero,
estoy tan confïado
del honor de doña Ana, que he pensado
que este se desvanece
o que su amor algún error padece.
JUAN: ¿Confïanza tan vana
de qué os nace?
PEDRO: De ser quien es doña Ana,
que es mujer principal.
JUAN: Necio anduviste,
si antes que principal, mujer dijiste,
y ved si engaño habrá, que ya han entrado
dos mujeres.
PEDRO: Yo estoy desesperado,
pues consultando extremos,
tratando mucho nada resolvemos
y ya el lance llegó; no sé qué hacerme.
Escondeos.
JUAN: Yo no tengo de esconderme.
PEDRO: ¿Pues queréis que aquí os vean?
JUAN: ¿Habrá desdichas que mayores sean?
PEDRO: Haced esto por mí hasta que sepamos
la verdad, y después los dos muramos
en la defensa del agravio vuestro.
JUAN: Mi amistad así os muestro,
pero con condición, ¡desdicha grave!,
que a aquesta puerta he de quitar la llave
y ha de estar siempre abierta.

Vase (y queda al paño en lo que sigue).
Salen Doña ANA, Doña LUCÍA y PERNÍA


LUCÍA: Oye, Pernía, quédese a la puerta
ANA: Señor don Pedro Girón,
muy admirado estaréis
de ver hoy en vuestra casa
entrarse así una mujer.
Galán y discreto sois,
y como todos, sabéis
que extremos de amor obligan
a más extremos, y pues
de alguno se han de fïar
¿de quién, don Pedro, de quién
mejor que de vos, que sois
noble, entendido y cortés?
Descúbrese


PEDRO: (Ya no me queda esperanza; Aparte
doña Ana, vive Dios, es.)
JUAN: ¡Y querrán que calle yo!
Mas puesto que así ha de ser,
arded, corazón, arded,
que yo no os puedo valer.
ANA: Ya que con vos declarada
estoy, don Pedro, sabed
en lágrimas y suspiros
mis desdichas de una vez.
Y pues sabéis que he venido
a vuestra casa, sabed
--¡cuánta vergüenza me cuesta!--
ay, señor don Pedro, a qué.
Un hombre vengo a buscar,
porque de muy cierto sé
que le puedo hallar en ella.

Saliendo (don JUAN)


JUAN: Adiós, don Pedro, porque
darme tormento de celos
y querer que calle, es
nuevo rigor. Yo confieso
que es mi delito querer,
si eso pretendéis de mí.
ANA: Don Juan, mi señor, mi bien.
JUAN: Doña Ana, mi mal, mi muerte.
ANA: Dadme los brazos.
JUAN: Detén;
no con los brazos añadas
al tormento otro cordel,
pues ya he dicho la verdad.
PEDRO: (No sé, vive Dios, qué hacer; Aparte
mas porque ni uno entre, ni otro
salga, el paso cerraré).

(Va a cerrar)


JUAN: No cerréis, porque he de irme.
ANA: No ha de irse; sí cerréis.
¿Pues cómo tan riguroso,
cómo tan tirano, pues,
agradeces de esa suerte
haberte venido a ver?
JUAN: ¿A quién?
ANA: A ti, porque supe
que aquí estabas.
JUAN: ¡Bien, a fe!
¡Buena disculpa has hallado!
¡Ah, fiera! ¡Ah, ingrata! ¡Ah, crüel!
¡Qué prompto vive a mentir
el ingenio en la mujer!
ANA: Don Juan, si de las pasadas
ofensas, al parecer
justas, te dura el enojo
y huyes de mí, ¡ay Dios!, porque
estás engañado, ya
te vengo a satisfacer.
Aquel hombre a quien le diste
la muerte...
JUAN: Yo no hablo de él.
Mira, mira tus engaños
cuáles han llegado a ser,
pues quejándome de uno
a otro respondes, y pues
son tantos que unos a otros
se embarazan, no me des
satisfación de ninguno,
que mejor será tener
queja de todos, que al fin
está mejor puesto aquel
que antes que mal satisfecho
se queda quejoso bien.
ANA: No te entiendo; y si es la queja
que yo imagino que es
la que tú sientes, señor,
¿de qué te quejas, de qué?
que nunca causa te he dado.
Pero si no puede ser
darla yo, que nunca causa
te ha dado mi estrella, ten
el paso y dime qué es esto.
JUAN: Traiciones tuyas, si bien
no siento que sean traiciones
porque te llego a perder,
pues lo que llego a sentir
solo, he de decirlo, es
que otro merezca en un día
lo que en siglos no alcancé
a merecer yo, y en fin,
me consuela en parte que
él no te ha llegado a amar
pues te llega a merecer.
ANA: Si mi desdicha, don Juan,
se ha sabido disponer
otra evidencia aparente
que yo no alcanzo ni sé,
¿cómo he de desengañarte?,
¿cómo te he de responder?
¡Vive Dios que te han mentido!
JUAN: Es verdad; contigo hablé.
ANA: ¿Quién te lo dijo?
JUAN: El galán
a quien tú vienes a ver.
ANA: Yo a verte a ti, don Juan, vengo.
JUAN: Es verdad, dices muy bien.
ANA: Porque supe que aquí estabas.
JUAN: ¿De quién pudiste, de quién?
ANA: De esa crïada.
JUAN: Por cuanto
llegara el testigo a ser
que no fuera tu crïada,
que criadas y amas tenéis
pacto explícito a mentir.
ANA: Esta es verdad.
JUAN: ¿Quién tal cree?
ANA: Quien quiere bien.
JUAN: Pues yo quiero
muy mal por aquesta vez.
ANA: Pues muera de desdichada.
JUAN: Y yo de infeliz también.

(Dentro ARCEO)


ARCEO: Abran aquí.
PEDRO: (Esto es peor. Aparte
No sé, vive Dios, qué hacer,
que don Hipólito viene).
JUAN: ¿Quieres, ingrata, saber,
si me has mentido? Pues este
el galán que buscas es.
ANA: Yo me huelgo de que sea,
puesto que no puede ser
el que busco, el que imaginas.
Abra don Pedro, entre pues,
y sepa don Juan que miente
el que contra mi altivez
bajo concepto ha formado.
JUAN: Plega a Dios, y aquesta vez,
o por vivir o morir,
escuchando te estaré,
supuesto que es ya mi vida
el juego del esconder.

Escóndese. Abre don PEDRO y sale ARCEO con
una fuente con dulces de ladrillo


ARCEO: ¿Tanto tardan en abrir
a quien llama con los pies,
que es señal que trae algo
en las manos? ¡Vive diez
que queda saqueada toda
la tienda del portugués!
Ya don Hipólito viene,
señora... ¿Pero qué ven
mis ojos? ¿Doña Lucía
en mi casa?
LUCÍA: Aquesta vez,
por el chisme de una dueña
muertes de hombres ha de haber.

Sale don HIPÓLITO


HIPÓLITO: ¿Si habrá don Luis llegado
con la silla? Sí, pues ver
puedo la dama. ¡Ay, amor;
todo ha sucedido bien!
Seáis, señora, bien venida
a este, aunque humilde, dosel
del mayo y el sol, ya esfera
de verdor y rosicler.
ANA: (¡Cielos, ¿qué pasa por mí? Aparte
¿Este el marido no es
de la que hoy se entró en mi casa?)
JUAN: ¿Quién vio lance más crüel?
PEDRO: Mal se va poniendo todo.
HIPÓLITO: Don Pedro, no tan penada
tengáis a esta dama; ved
que por vos no se descubre.
PEDRO: Yo, por no estorbar, me iré.
(Mas será a estar a la mira). Aparte
ANA: Don Pedro, no os ausentéis,
porque habéis de ser aquí
de cuanto pasare juez.
Caballero, a quien apenas
vi, pues si os vi a penas fue,
ya que por vos las padezco:
¿conocéisme?
HIPÓLITO: No y sí, pues
en este instante os conozco
y os desconozco también.
Conózcoos, pues que quién sois
muy bien informado sé,
y desconózcoos, señora,
porque de esa suerte habléis.
Si os vi en el Parque primero
y en vuestra casa después,
si para venir a hablaros
llamado fui de un papel,
y si habéis venido donde
yo os traigo, ¿cómo o por qué
así os extrañáis de verme
donde me venís a ver?
JUAN: ¡Querrán doña Ana y don Pedro
que esto llegue a oír y ver
y no salga! ¡Vive Dios,
que infamia del amor es!
ANA: ¿Yo a veros a vos? Mirad
lo que decís, no busquéis
desengaños que a vos solo
mal el saberlos esté.
Yo en mi vida al Parque fui,
ni en él os vi ni os hablé;
si os entrasteis en mi casa,
no me preguntéis a qué,
que aunque lo puedo decir
vos no lo podéis saber,
que habéis de ser el postrero
que el desengaño toquéis.
Baste decir que engañado
estáis, y que me dejéis,
que puede ser sea causa
de todo vuestra mujer.
HIPÓLITO: ¿Mi mujer? Ahora conozco
de qué ha podido nacer
vuestro enojo. Yo hice mal
en traeros aquí; haced
la deshecha norabuena,
pero no me acumuléis
que soy casado, que es susto
de que jamás sanaré.
PEDRO: (Ya ni aun a mentir no acierta Aparte
doña Ana).
JUAN: Ni yo a tener
paciencia, pero si salgo
rompo de amistad la ley,
a doña Ana la destruyo
y a mí me pierdo también;
en efeto, pues en medio
han de estar su criado y él,
y es hacer ruido no más
dejando la duda en pie.
Pues sufrirlo es imposible,
que ¿quién ha podido, quién
oír requebrar a su dama?
Haya un medio entre los tres,
como yo solo me pierda
donde... pero esto después
ha de decir el suceso;
ya he visto cómo ha de ser,

Vase


ANA: Dejadme, señor, por Dios,
y porque mejor miréis
que huyo de vos, y lo más
a que se puede atrever
una mujer como yo,
a voces digo que quien
en este aposento está,
mi dueño y mi amante es,
y es a quien vine a buscar
y es a quien yo quiero bien,
porque a vos no os escribí,
ni os vi en mi vida, ni hablé,
desmintiendo de esa suerte
su peligro y mi desdén.


(Vase por la puerta donde estaba escondido DON JUAN)


HIPÓLITO: Cerró la puerta, ¿quién vio
más tramoyera mujer?
Desde el punto que la vi
enredadora la hallé.
PEDRO: (Bien cuerda resolución Aparte
tomó doña Ana, porque
con esto estorba que salga
don Juan, que es lo que a temer
llegué siempre).
HIPÓLITO: Estoy confuso,
y qué he de decir no sé.

Sale DON LUIS


(LUIS): Yo llego a muy buena hora:
don Hipólito, ahí está
aquella señora ya
en la silla.
HIPÓLITO: ¿Qué señora?
LUIS: La que esperáis.
HIPÓLITO: ¿Qué decís?
DON LUIS Que tomó en San Sebastián
la silla, y que afuera están.
HIPÓLITO: Engañado estáis, don Luis,
porque la dama a quien yo
vengo a ver, ya estaba aquí
cuando vine.
LUIS: ¿Cómo así,
si ahora conmigo llegó
en la silla la mujer
que hoy en el Parque topamos,
a quien seguimos y hablamos?
HIPÓLITO: ¿Eso cómo puede ser
si la misma, destapada,
aquí la he visto y hablado
y en este aposento ha entrado?
LUIS: No quiero deciros nada,
sino que entra ya.
HIPÓLITO: ¡Por Dios,
que es rigurosa mi estrella!

Salen doña CLARA e INÉS


LUIS: Decí ahora si es aquella.
HIPÓLITO: O es ella o ellas son dos.
PEDRO: ¿Veis, don Hipólito, veis
cómo la dama que estaba
hoy aquí a vos no os buscaba?
HIPÓLITO: Quitarme el juicio queréis.
Mujer dos veces tapada,
que a mi deshecha fortuna,
por si se me pierde una
se me envía duplicada,
¿no me hablaste en el Parque hoy?,
¿no eres tú la que seguí
y la que en tu casa vi?
Confuso otra vez estoy.

Hace señas a todas las preguntas que
sí (y luego se destapa)


CLARA: Yo soy, el mi caballero,
ya que descubierta os hablo,
aquella habladora muda
por las lecciones de un manto,
que viendo que era muy poca
vitoria, muy poco aplauso
de toda aquesta mujer
un hombre no más, buscando
ocasión de que alcanzara
sola una parte del lauro,
le quise dar de ventaja
la discreción a mi garbo.
Bien pensó vuesa merced,
muy necio y muy confïado,
que tenía muerta al vuelo
la hermosura de los campos.
Pues no, señor para todas,
y conozca escarmentado
que ha dado vuesa merced,
por lo entendido o lo raro,
mala cuenta de su amor,
pues deja este desengaño
vengada la hermosa Filis
de los desdenes de Fabio;
pues cuando fuera verdad
que yo le amara, pues cuando
fuera verdad, y celosa
aquí le hubiera buscado,
el verme vengada solo
me hubiera el amor quitado.
Yo lo estoy con que haya visto
que los celos que me ha dado
han sido conmigo mesma,
pues nadie pudiera darlos
a este talle, que no fuera
su mismo desembarazo.
Envaine vuesa merced
todo ese grande aparato
de dulces de Portugal
que le han salido tan agrios,
que no es la boda por hoy,
pero agradezca el cuidado
que en ella ha puesto el señor
casamentero del diablo,
que cierto que de su parte
nada faltó, porque ha estado
con mucha puntualidad
con la tal silla esperando,
y hizo muy bien el papel
encareciendo el recato,
porque es amigo muy fino
del que es amante muy falso.
Con esto, a Dios, y ninguno
me siga, que si echo el manto,
si vuelvo la calle, si otro
embeleco desenvaino,
les haré creer que soy
otra dama, aunque al estrado
me entre de una mesurada
como esta mañana, cuando
le hizo creer que era otra
solo un sombrerillo blanco.

Vase


HIPÓLITO: Oye, aguarda, espera, escucha.
LUIS: En mi vida he hallado
hombre de tan buena estrella
con mujeres.
HIPÓLITO: Que burlando
estéis cuando estoy muriendo...
Detente, Inés.
INÉS. Será en vano,
que vamos muy enojadas.

Vase


HIPÓLITO: No sé qué hacer en tal caso;
mas sí sé, que es apelar
de todo al desembarazo,
desengañando hoy la una
y la otra después amando.
PEDRO: (Gracias a Dios que con esto Aparte
ya los celos acabaron
de doña Ana y de don Juan,
pues todo lo han escuchado,
y mi amor, pues doña Clara
viene a Hipólito buscando.
Cielos, sin querer he visto
mis celos averiguados).
ARCEO: Y si el galán y la dama
están ya desengañados,
aquí acaba la comedia.

(Don PEDRO abre la puerta)


PEDRO: ¿Oístes ya el desengaño,
don Juan?
ANA: No soy tan dichosa
yo.
PEDRO: ¿Cómo así?
ANA: Como cuando
yo entré, solo vi un hombre
que atrevido y temerario
se echaba por la ventana
que hay, señor, a esos tejados.
ARCEO: Pues no acaba la comedia.
PEDRO: ¡Qué riguroso, qué extraño
afecto de amor y celos!
El iba a salirle al paso;
seguir a los dos importa,
no suceda algún fracaso.
ANA: Grande desdicha es la mía,
pues cuando vengo buscando
hoy, don Juan, finezas tuyas,
solas más desdichas hallo.
Cuando te siguen sospechas
tú las estás esperando
firme, y vuelves las espaldas
si te siguen desengaños.
¿Qué mujer es esta, cielos,
que hoy en mi casa se ha entrado?
¿Qué hombre es este que asegura
que yo le vengo buscando?
¡Oh, nunca en el tiempo hubiera,
oh, nunca hubiera en el año,
si es que la culpa han tenido
de enredos y enojos tantos,
las mañanas floridas de abril y mayo!

JORNADA TERCERA



Sale don JUAN como a escuras


JUAN: Nada me sucede bien.
¿Qué roca habrá que contraste
tanta avenida de penas,
tantos golpes de pesares?
Del aposento en que estaba
por testigo de mis males,
imposibles de sufrirlos,
ya posibles de vengarme,
celoso y desesperado
salir pretendo a la calle
a esperar a aquel galán
tan feliz que coronarse
pudo de tantos favores,
de dichas que son tan grandes.
Echéme por la ventana,
porque allí no me estorbasen
la venganza de mis celos;
presumiendo que era fácil,
ganando desde el tejado
de la puerta los umbrales,
y saltando de él a un patio
donde la ventana sale,
perdí el tino y di a otra casa...
Pero parece que abren
una puerta y entra gente,
y con las luces que traen
percibo mejor las señas.
¿Hay suceso semejante?
¡Vive Dios que esta es la casa
de doña Ana! ¡Si tomase
hoy puerto en el mismo golfo
esta derrotada nave!
Ella es, ¿qué he de hacer, cielos?,
que no es bien que aquí me halle
y presuma que he venido
cobardemente a quejarme
de mis celos, sin vengarlos.
¿Hay confusión más notable?
¿Qué haré?, que no me está bien
ya ni el irme ni el quedarme.

Escóndese y salen doña ANA y
doña LUCÍA con luz


ANA: Quítame este manto. Gracias
a mi fortuna inconstante
que me ha dado, ¡ay infelice!,
un solo punto, un instante
de tiempo para llorar,
de lugar para quejarme;
y así, ya que estoy a solas,
sean tormentas, sean mares
mis lágrimas y mis quejas,
entre la tierra y el aire.
LUCÍA: Señora, si de ese modo
tan justos extremos haces,
triunfará de amor la muerte.
Consuelo tus penas hallen,
que para todo hay consuelo,
que si don Juan, por guardarle
a don Pedro aquel decoro
que debió a sus amistades,
se arrojó por la ventana,
ya en su seguimiento parten
don Pedro, Arceo y Pernía,
porque los dos no se maten.
ANA: Y cuando remedie, ¡ay triste!,
mi temor para adelante,
¿puede ya dejar de ser
lo que fue? ¿Pueden borrarse
de la memoria los celos
en que yo no tuve parte?
JUAN: De cuanto yo desde aquí
puedo a las dos escucharles
nada entiendo, y sólo entiendo
que temo que me declaren
mis congojas, mis desdichas,
mis recelos, mis pesares,
porque no es posible, no,
que un celoso sufra y calle.
LUCÍA: Acuéstate, por tu vida,
porque en la cama descanses.
ANA: No hay descanso para mí,
fuera de que he de esperarle
a don Pedro, que le dije
que con lo que le pasase
en alcance de don Juan,
pues todos van a buscarle,
viniese a avisarme, y ya
parece que llaman. Abre.

Salen don PEDRO, ARCEO y PERNÍA


ANA: Señor Don Pedro, ¿qué hay?
PEDRO: Que todo ha salido en balde.
ANA: ¿Cómo?
PEDRO: No habemos hallado
a don Juan, y es bien notable
suceso, porque de aquella
ventana que al patio cae,
para salir al portal
hay una puerta, y la llave
está echada, de manera
que ha sido imposible hallarle,
cuando ni en mi casa está
ni salir pudo a la calle.
ARCEO: No le hemos buscado bien,
si va a decir las verdades,
porque a un celoso, señora,
lo ha de buscar el que hallarle
quisiere, ahogado en los pozos
o ahorcado por los desvanes.
PERNÍA: Ya le he dicho que se meta
en juntar sus consonantes
y no hable palabra donde
yo estoy.
ARCEO: Quínola pasante,
también yo le tengo dicho
que de dar lanzadas trate
y sacar, no para el toro,
para el lacayo el alfanje,
y no más.
LUCÍA: Entre dos ruines
sea mi mano el montante.
PEDRO: No es posible hallarle, en fin.
ANA: Son mis penas, no os espante;
y bien dicen que son mías,
pues ellas disponer saben
tantas falsas apariencias
que me culpen y le agravien.
Plegue a Dios, señor don Pedro,
que Él me destruya y me falte
si aquel hombre vi en mi vida
sino hoy, que pudo entrarse
aquí tras de una mujer
a quien siguió desde el Parque,
y viome a mí. Mas ¿por qué
lo digo, ¡ay Dios!, si escucharme
no puede don Juan, y doy
satisfaciones al aire?
PEDRO: Quedad, señora, con Dios,
que por si vuelve a buscarme
a mi casa, vuelvo a ella.
¿Qué mandáis?
ANA: No es bien que os mande,
que os ruegue sí que volváis
a la mañana a contarme
lo que hubiere sucedido.
PEDRO: Quedad con Dios.

Vase


ANA: Él os guarde.
Lucía, cierra esas puertas
y entra después a acostarme,
que he de madrugar mañana,
porque he de salir al Parque
a hacer una diligencia.
¡Oh, si a este vivo cadáver
hoy ese lecho de pluma
sepulcro fuera de jaspe!

(Vase)


JUAN: ¿Al Parque mañana? ¡Ay cielos!
No estos desengaños basten,
vuelvan atrás mis desdichas
pues pasa el riesgo adelante.
ARCEO: De todos estos enredos,
de todos estos debates,
vos tenéis, doña Lucía,
la culpa, pues vos contastes
a vuestra ama que en mi casa
estaba don Juan.
LUCÍA: De tales
sucesos, quien me lo dijo
a mí tiene mayor parte,
que ya sabe quien me cuenta
a mí el suceso que sabe,
que es decirme que lo diga
el decirme que lo calle.
ARCEO: Eres tan dueña que puedes
servir desde aquí adelante
de molde de vaciar dueñas.
LUCÍA: Tú escudero vergonzante.
ARCEO: Eres dueña.
LUCÍA: Eres un loco.
ARCEO: Eres dueña.
LUCÍA: Tú bergante.
ARCEO: Eres dueña.
LUCÍA: Tú un bufón.
ARCEO: Eres dueña.
LUCÍA: Tú un infame.
ARCEO: Eres düeña.
LUCÍA: Tú un sucio.
ARCEO: Iten más, dueña; y no trates
de desquitarte, porque
no has de poder desquitarte.
LUCÍA: ¿Cómo no? Eres...
ARCEO: Di, di.
LUCÍA: ¡Mal poeta!
ARCEO: Tate, tate.
¿Poeta dijiste? A Dios, dueña,
que ya quedamos iguales.
LUCÍA: ¿De esta manera te vas?
ARCEO: ¿Pues qué quieres?
LUCÍA: Que te aguardes
aquí mientras que mi ama
acaba de desnudarse,
y volveré a hablar contigo
un rato.

Vase



ARCEO: Aquí espero. Madres,
las que a los hijos paristes
para nocturnos amantes
de viejas, mirad en mí
las desdichas a que nacen.
Esperando una estantigua
estoy, confuso y cobarde,
aquí, donde mis suspiros
pueblan estas soledades.

Sale don JUAN


JUAN: Ahora, desconfïanzas,
es tiempo de aconsejarme
si esto que pasa por mí
son mentiras o verdades.
El recatarme me importa
de doña Ana; ella no sabe
que la escucho, y en suspiros
que mal pronunciados salen
desde el corazón al labio,
me ha dado ciertas señales
de que mi desdicha llora,
de que siente mis pesares.
Estos crïados no pueden
engañarse ni engañarme,
puesto que Arceo a Lucía
la contó cómo ocultarme
pude en casa de don Pedro,
y ella a doña Ana, bastante
desengaño de que fue
entonces ella a buscarme.
Mas, ¡ay de mí!, si es esto
como dicen señas tales,
¿don Hipólito a qué efeto
dijo que a él iba a buscarle,
o qué mujer es aquesta,
y en fin, para qué ir al Parque
mañana quiere doña Ana?
¿Para que a mí no me falte
cuidado? Pues vive Dios,
que tengo de averiguarle.
Si aquí estoy, será imposible
que disimule y que calle,
y imposible, si me ven,
de que la ida del Parque
averigüe; luego irme
será lo más importante.
Este crïado a Lucía
espera; mientras no sale
no está cerrada la puerta:
salir pretendo a la calle
por seguirla donde fuere.
Que me prendan o me maten,
todo, todo importa menos
que no que me desengañe.
ARCEO: Ya siento pasos. Lucía,
seas bien venida, dame
los brazos.

(Abraza a don JUAN)


¡Barbada vienes!¿Quién es?
JUAN: Callad, que no es nadie.
ARCEO: ¿Cómo no es nadie? Yo soy
tan cortés y tan galante
que antes creeré que sois muchos.
¡Ay, ay!
JUAN: ¡Vive Dios que os mate
si no calláis!

Dentro doña ANA


ANA: ¿Qué rüido
es aquel?

Sale doña LUCÍA y topa con don
JUAN


LUCÍA: Eres notable.
¿Es posible que tu miedo
tan grandes estruendos hace
que des voces? Sal de presto
para que aquí no te hallen.
Vente tras mí.
JUAN: Vamos. (Cielos, Aparte
hasta que me desengañe
he de callar, que esta es
propria condición de amantes.)

Al entrarse topa don JUAN con ARCEO


ARCEO: ¡Otro diablo! ¡Vive Dios
que tienen aquestos lances
cosas de la dama duende!

Sale doña ANA medio desnuda, con luz


ANA: ¡Hola! ¿No responde nadie?
Mas ¡ay de mí!
ARCEO: Yo me embozo,
por ver si puedo excusarme
de que me conozcan.

(Vuelve doña LUCÍA)


LUCÍA: Ya
no hay peligro que me espante,
pues ya está en la calle Arceo...
Mas...¿no es el que está delante?
¿Quién era, si él está aquí,
el que yo puse en la calle?
ARCEO: Aquí muero.
ANA: Caballero
que, recatado el semblante,
la noble clausura rompes
de estos sagrados umbrales:
si necesidad acaso
te ha obligado a extremos tales,
de mis joyas y vestidos
francas te daré las llaves.
Ceba tu hidrópica sed
en sus telas y diamantes,
pero si más codicioso
de honor que de hacienda, haces
estos extremos, te ruego,
¡estoy muerta!, que no trates
con tal desprecio, ¡ay de mí!,
el honor, ¡estoy cobarde!,
de una mujer infelice
sujeta a desdichas tales.
Porque si osado, a mi afrenta
a aqueste cuarto llegaste,
vive Dios, que antes que intentes
hablarme palabra, que antes
que ofenda al dueño que adoro,
yo con mis manos me mate,
porque si lágrimas solas
no enternecen un diamante,
rompiéndome el pecho yo
le sabré labrar con sangre.
ARCEO: No labraréis, si yo puedo,
que fuera mucho desaire
ser pelícana una dama
y ser labradora un ángel.
Grandes casos de Fortuna
a vuestra casa me traen,
no hacer mella en vuestras joyas
ni a vuestra opinión ultraje.
Y porque os aseguréis
de mi término galante,
segura quedáis de mí.
A Dios, señora, que os guarde.

Vase
Vase


LUCÍA: ¿Qué miro?
ANA: ¿Fuese ya?
LUCÍA: Sí.
ANA: Echa a esa puerta la llave;
y pues ya la blanca aurora
venciendo las sombras sale,
no me quiero desnudar.
¡Ay, don Juan!, si esto mirases
¿quién de que era culpa mía
pudiera desengañarte?

Vanse y salen INÉS y doña CLARA, de corto como
primero


INÉS: ¿Al Parque vuelves?
CLARA: Rendida,
sin ley, razón ni sentido,
donde la vida he perdido
vuelvo, Inés, a hallar la vida.
INÉS: Bastante está lo sentido,
y si yo no me he engañado,
toda la gloria ha parado
en que has, señora, advertido
de ayer el raro suceso.
CLARA: ¿De qué sirviera negar
con la lengua mi pesar,
si con llanto lo confieso?
Vana de que hallarse había
don Hipólito burlado,
le llamé, y su desenfado
burló de la industria mía,
que aunque es verdad que me dio
satisfaciones que allí
por mi respeto creí,
Inés, por mi gusto no,
pues que me pudo negar
que fue donde otra mujer
le llamaba, y mi placer
se convirtió en mi pesar.
Yo misma, ¡ay de mí!, encendí
el fuego en que triste peno,
yo conficioné el veneno
que yo misma me bebí.
Yo misma desperté, yo,
la fiera que me ha deshecho,
yo críé dentro del pecho
el áspid que me mordió.
Arda, gima, pene y muera
quién sopló, conficionó,
alimentó, despertó,
veneno, ardor, áspid, fiera.
INÉS: Bien en tantos pareceres
hoy dirán cuantos te ven
que solo queremos bien
tratadas mal las mujeres.
¿Para qué habemos venido
al Parque con tan crüel
pena?
CLARA: A ver si viene a él
don Hipólito.
INÉS: Él ha sido
por cierto muy lindo ensayo.
CLARA: Si hoy doy tregua a mis temores,
yo os coronaré con flores,
mañanas de abril y mayo.

Vanse y salen don HIPÓLITO y don LUIS


HIPÓLITO: En efeto, hasta su casa
a doña Clara seguí
como visteis, y la di
del engaño que me pasa
satisfaciones, diciendo
¿qué ofensa era ir a ver,
llamado de una mujer,
lo que mandaba? Y haciendo
extremos de enamorado
que supe fingir muy bien,
porque ya no hay, don Luis, quien
no haga el papel estudiado,
la dejé desenojada,
atenta a mi desengaño,
y al fin con su mismo daño
vino ella a ser la engañada,
pues mis extremos creyó,
siendo así, don Luis, verdad,
que vida, alma y voluntad
la doña Ana me robó,
porque una vez persuadido
de que me llamaba a mí,
y hallarla después allí,
me empeñó, y haber creído
que ella fue quien me llamó.
LUIS: Vos tenéis lindo despejo.
HIPÓLITO: ¿Fuera más cuerdo consejo
darme por vencido?
LUIS: No;
mas a haberme sucedido
a mí lo que a vos con ellas,
jamás yo volviera a vellas
de turbado y de corrido.
HIPÓLITO: Fuera linda necedad:
puntualidades tenéis
tan necias, que parecéis
caballero de ciudad.
Mira si aquesta fortuna
a corrella te acomodas:
querer por tu gusto a todas,
por tu pesar a ninguna.

Salen doña ANA, vestida como doña CLARA, y
LUCÍA


LUCÍA: Ya estás en el Parque, ya
decirme, señora, puedes,
con qué intento de este modo
a su hermoso sitio vienes.
ANA: Si has de verlo, ¿para qué
que ahora te lo diga quieres?,
que es retórica excusada
decir las cosas dos veces,
y más cuando están tan cerca
de suceder, que presente
está el que vengo buscando.
LUCÍA: El hombre, señora, es éste
de los engaños de ayer,
si mis ojos no me mienten.
ANA: Por él lo digo, pues solo
he salido a hablarle y verle
donde por la obligación
que a ser caballero tiene,
desengañe mi opinión,
pues los que son más corteses
caballeros, siempre amparan
el honor de las mujeres.
LUCÍA: ¿Para aquesto de tu casa
al Parque, señora, vienes,
donde es una culpa más
si aquí acertaran a verte?
ANA: Don Juan está retraído
donde quiera que estuviere,
y solo a este sitio, donde
hay tal concurso de gente,
no se atreverá a venir,
y así más seguramente
es donde le puedo hablar.
LUCÍA: Plega a Dios que no lo yerres.
ANA: Tápate, y llega a llamalle;
di que una mujer pretende
hablarle, que se retire
del amigo con quien viene.
LUCÍA: Caballero, una tapada
a solas hablaros quiere,
que es la que miráis. Seguidnos.
HIPÓLITO: Doña Clara es, claramente
lo dice el traje. Otra vez
al engaño de ayer vuelve,
mas hoy no lo ha de lograr.

(Se acerca a doña ANA)


¡Notable, vive Dios, eres,
pues que tan mal te aseguras
de quien te estima y no ofende!
Si buscas satisfaciones
mayores de las que tienes,
no es menester que me sigas
pues en el alma estás siempre.
ANA: Por otra me habéis tenido;
en vuestras voces se infiere,
y quiero desengañaros
desde luego.

(Descúbrese y vuelve a taparse)


¿Conocéisme?
HIPÓLITO: Otra vez me preguntasteis
en otra ocasión más fuerte
eso mismo y respondí
que sí y que no, y me parece,
pues siempre es una la duda,
dar una respuesta siempre.
Sí os conozco, pues que os miro,
no os conozco, porque suelen
los bienes pasarse a males
y hoy al revés me sucede.
ANA: Seguidme hacia la Florida,
porque hablaros me conviene
donde estéis solo, y decidle
a ese amigo que se quede.
Vanse (las dos mujeres)



HIPÓLITO: Don Luis, de nueva ventura
podéis darme parabienes.
Doña Ana es esta tapada;
agora no puede hacerme
engaño, que yo la he visto
con mis ojos claramente.
¿Veis cómo fue la de ayer
esta misma? ¿Veis si vuelve
a buscarme? Aquí os quedad
y murmurad, si os parece,
el haber dicho que tengo
buena estrella con mujeres.

Salen doña CLARA e INÉS


INÉS: Don Hipólito está aquí.
CLARA: Pues no andemos más; detente.
HIPÓLITO: Ya os sigo: guïad, señora
doña Ana, donde quisiereis,
que yendo con vos, hermosa
deidad destos campos verdes,
cualquiera sitio será
la Florida, que le deben
a vuestros ojos de fuego
y a vuestras plantas de nieve,
púrpura y verdor las flores,
cristal y aljófar las fuentes.
CLARA: (Doña Ana dijo, ¡ay de mí! Aparte
Mas ¿qué nuevo engaño es éste?
Mas no tarde en discurrillo
quien averiguallo puede.
La Florida es el lugar
citado y a él me conviene
llevarle). Venid.
HIPÓLITO: (Fortuna, Aparte
¡oh, cuánto mi amor te debe!,
pues seguro de los celos
de doña Clara, me ofreces
a doña Ana; triunfo hermoso
de tu gran deidad es éste.)

Vanse todos y sale don JUAN. (Don LUIS se queda)


JUAN: Hacia esta parte bajó
doña Ana, que entre la gente
que venía la perdí
de vista; pero no puede
esconderse, y es verdad,
pues cuando a mí me mintiesen
tantas señas, me dijera
verdad mi infelice suerte.
Con don Hipólito va
hablando; ya no hay qué espere.
¡Muera de cólera y rabia
quien de amor y celos muere!
LUIS: ¡Válgame el cielo! ¿Qué miro?
Don Juan de Guzmán es este.
¡Señor don Juan de Guzmán!
JUAN: ¿Quién llama? ¿Quién vio más fuerte
confusión? Éste es don Luis.
LUIS: Donde quiera que yo viere
a quien a mi sangre agravia
y a quien mi opinión ofende,
primero que con la lengua,
sin ceremonias corteses
le saludo con la espada,
voz de honor más elocuente.
Sacad la vuestra, porque
con más opinión me vengue.
JUAN: Yo no he rehusado en mi vida
con la mía responderle
a quien me habla con la suya,
y si matarme os conviene
daos priesa, que si os tardáis
os podrá quitar la suerte
otra herida, y no es capaz
una vida de dos muertes.
LUIS: No os respondo, porque ya
hablar el acero debe.
JUAN: (Con doña Ana entró en la huerta Aparte
don Hipólito, ¡oh, aleve
pena! ¿Quién creerá que allí
me agravien y aquí se venguen?)

(Riñen)


LUIS: Desguarnecióse la espada.
JUAN: Daros pudiera la muerte,
pero porque echéis de ver
cómo mi valor procede
y cómo debí de darla
a vuestro primo igualmente,
pues el que fuera una vez
traidor, lo fuera dos veces,
porque ser uno cobarde
no es defeto que se pierde,
id por espada, que aquí
os espero.
LUIS: (¡Trance fuerte!, Aparte
pues quien me agravia me obliga,
pues me halaga quien me ofende.
Mas yo sé qué debo hacer).
Esperad, que brevemente
volveré.
JUAN: Ya veis el riesgo
a que estoy, si aquí me viesen,
y por quitarme del paso,
que ya lo veis que ya es éste,
dentro estoy de la Florida.
LUIS: Antes de un instante breve
a ella volveré a buscaros.

Vase


JUAN: ¿Qué haré en penas tan crüeles,
que un inconveniente es
sombra de otro inconveniente?
Cuando sigo un daño, otro
en mi seguimiento viene;
uno busco y otro hallo,
y en todos no sé qué hacerme,
que soy en un caso mismo
persona que hace y padece.
Si a don Hipólito sigo
falto a don Luis neciamente;
y si espero a don Luis falto
a mis celos. Mas ¿qué teme
mi valor? ¿No es morir todo?
Máteme el que antes pudiere,
don Hipólito o don Luis,
pues cosa justa parece,
si me busca el que yo ofendo
que busque yo al que me ofende.

Vase y salen doña CLARA e HIPÓLITO


HIPÓLITO: En aqueste hermoso margen,
en este florido albergue
que la hermosa primavera
a tanto estudio guarnece,
podéis decirme, señora
doña Ana, lo que a esto os mueve,
pues ya sabéis que he de estar
a vuestro servicio siempre,
y no esa grosera nube
tan bellos rayos afrente:
amanezca vuestro sol
pues ya el del cielo amanece.
CLARA: Yo haré lo que me mandáis,
que a conceptos tan corteses,
que a discursos tan galantes,
hace mal quien no obedece.

Descúbrese


HIPÓLITO: (¡Doña Clara es, vive Dios!) Aparte
CLARA: ¿Qué os admira? ¿Qué os suspende?
Yo soy; proseguid, que va
el discursillo excelente.
HIPÓLITO: Ni me suspendo ni admiro,
sino solo de que pienses
que no te había conocido
y sabido que tú eres,
pero quíseme vengar
de que salgas desta suerte
de casa, trocando el nombre.
CLARA: ¡Oh, qué anciano chiste es ése!
HIPÓLITO: ¡Vive Dios, que cuando dije
a don Luis que no viniese
tras mí, le dije quién eras!
Venga él, y si no dijere
que es verdad, castiga entonces
mis culpas con tus desdenes.
Yo voy por él y dirá...
CLARA: Todo cuanto tú quisieres.
No le llames.
HIPÓLITO: ¿Pues por qué?
CLARA: Porque es el Muñoz que miente
más que vos, del refrancillo.
HIPÓLITO: No, no; mejor es que entre
a desengañarte. (Y no es Aparte
sino que yo busco este
desahogo, con que pueda
admirarme y suspenderme
de que de una mano a otra
así una mujer se trueque).

Vase y sale don JUAN


JUAN: De toda la Florida
la esfera de matices guarnecida
celoso he discurrido,
y hallar en ella, ¡ay cielos!, no he podido
mis celos. ¿Cuándo, cielos,
se hicieron de rogar tanto los celos,
que se esconden buscados?
Mas huyen porque están ya declarados.
¿No es aquella doña Ana?
Vano es mi enojo y mi venganza vana,
pues sola la he topado.
¿Quién creerá que es tan necio mi cuidado
que me pesa de vella
no estando don Hipólito con ella?
Volverme quiero, pero ¿cómo, cielos,
podré, que son mis rémoras mis celos?
Fiera enemiga mía,
falsa sirena y enemiga harpía,
esfinge mentirosa,
áspid de nieve y rosa,
¿dónde está aquel amante
que tan firme te adora, tan constante,
porque me vengue en él de ti mi acero
y no en ti de él mi lengua?
CLARA: Caballero,
vos venís engañado
con tanta pena y tanto desenfado,
pues ocasión no ha habido
para que a mí tan necio y atrevido
me habléis, sin conocerme, con desprecio.
JUAN: Decís bien; atrevido anduve y necio.
Por otra dama os tuve,
que como a luna y sol guarda una nube,
con embozos de sol hallé una luna.
Perdonad, mi señora,
que no hablaba con vos.

Sale doña ANA


ANA: Yo puedo ahora
serviros de testigo,
pues no hablaba con vos, sino conmigo.
CLARA: Pues si con vos hablaba,
hable con vos, que aquí mi enojo acaba.

Vase


ANA: Mucho me huelgo, don Juan,
de que hayáis llegado a tiempo
que os desengañen y engañen
a vos vuestros ojos mesmos,
porque si vos padecéis
a un mismo instante los yerros,
ya es fuerza que lo creáis
como quien pasa por ellos,
pues pensar que lo que vos
creéis no puede otro creello
es hacer más advertido
al otro, y a vos más necio,
y no hay ninguno que quiera
tan mal a su entendimiento.
JUAN: ¡Oh, qué necio desengaño,
doña Ana!, pues cuando veo
que es verdad que me engañaron
mis ojos, también advierto
que el desengaño me ofende
pues tú le traes a este puesto.
Luego engaño y desengaño
todo ha sido engaño; luego
no te puedes excusar
del agravio de mis celos,
pues hoy, como del engaño
del desengaño me ofendo,
pues el engaño era agravio
y el desengaño es desprecio.
ANA: En haber venido aquí
ni te engaño ni te ofendo,
pues por ti solo he venido.
JUAN: ¿Pues pudiste tú saberlo?
ANA: No, mas pude adivinarlo
de esta manera viniendo
por hacer que te buscara
don Hipólito.
JUAN: ¿A qué efeto?
ANA: A efeto de que te diese
la satisfación él mesmo.
JUAN: ¡Oh, qué necia prevención!
Porque cuando da muy necio
el que fue segundo amante
al que fue amante primero,
de celos satisfaciones,
es cuando le da más celos.
ANA: No hagas graduación de amores,
pues no soy mujer que puedo
tener primero y segundo.
JUAN: ¡Calla, calla!, que me acuerdo
de una noche... Mas aquí,
más que yo dice el silencio.
ANA: Pluguiera a Dios las disculpas
que yo de esa noche tengo
pudiera significarte,
pero puedo, si no puedo,
con decir que soy quien soy.
JUAN: Ojalá bastara eso.
ANA: Sí bastara si me amaras.
JUAN: Porque te amo no te creo.
ANA: Pues ves aquí que en mi casa
anoche un hombre encubierto
estaba, que allí se entró...
JUAN: Di.
ANA: De la justicia huyendo,
y en efeto, enternecido
a mi llanto o a su esfuerzo,
se fue y si le vieras tú
salir de mi casa, es cierto
que pagara yo la pena
de la culpa que no tengo.
JUAN: No hiciera, cuando aquel hombre
fuera un hombre como Arceo,
que es el que anoche en tu casa
escondido y encubierto
le tuvo doña Lucía.
LUCÍA: (¡Por Dios, que me ven el juego!) Aparte
ANA: ¿Qué dices?
LUCÍA: Lo que es verdad.
ANA: ¿Hay tan grande atrevimiento?
JUAN: Pero siendo un hombre noble
el que entonces quedó muerto,
y abriendo con llave, no
entraba... Pero no quiero
pronunciallo, por no ser
víbora yo de mi aliento.
Quédate a Dios, que te guarde,
doña Ana, para otro dueño,
que son muchos desengaños
para un hombre que va huyendo.
Por esperar a don Luis
solo me voy y me quedo.

Vase


ANA: Tente, espera, escucha, aguarda.
(LUCÍA): (¿Quién diría mis secretos?) Aparte

Sale don HIPÓLITO y atrás doña
CLARA


HIPÓLITO: No pude hallar a don Luis
en todo el Parque.
CLARA: Yo vuelvo
tras don Hipólito a ver
en qué paran sus enredos.
LUCÍA: (¡Que hubiese tan mala lengua!) Aparte

A doña ANA


HIPÓLITO: ¡Pero, vive Dios, que es cierto,
Clara, que te conocí
desde el instante primero!
ANA: No hicisteis, porque si hubierais
conocídome, sospecho
que no os debiera mi honor,
don Hipólito, estos riesgos.

(Se descubre)


Advertid que habláis conmigo.
HIPÓLITO: ¿Qué tramoya es esta, cielos?
CLARA: No hablaba sino conmigo;
como vos dijisteis puedo
decir yo, que yo también
quien hable conmigo tengo.
HIPÓLITO: ¡Vive Dios que me han cogido
por hambre las dos en medio!
ANA: Pues aunque vos me imitéis
a mí, imitaros no puedo
yo a vos, que no he de dejaros
sin averiguar primero
un engaño con los dos.
LUCÍA: (¡Que haya en el mundo parleros!) Aparte
HIPÓLITO: ¿Pues qué esperáis?
ANA: Un testigo
que ha de oírlo y ha de verlo,
y él viene ya, que esta sola
piedad al cielo le debo.

Salen don PEDRO, ARCEO y don JUAN


PEDRO: No habéis de ir de esa suerte,
ya que en el Parque os encuentro,
después que toda la noche
os busqué.
JUAN: Mirad que tengo
que hacer que me va el honor.
PEDRO: Oíd a doña Ana primero.
ARCEO: ¿Qué hay, Lucía?
LUCÍA: Parlerías.
Ya todo se sabe, Arceo.
ANA: Gracias a Dios que llegáis,
don Juan, una vez a tiempo
que mi verdad me ha informado.
Decid, doña Clara, ¿es cierto
que ayer fuistes a mi casa
de don Hipólito huyendo
y que él creyó que yo fui
la tapada?
CLARA: Sí, y queriendo
cortesanamente hacerle
una burla, escribí luego
un papel en vuestro nombre,
y en la casa de don Pedro
le fui a ver, donde pasó
lo que proseguirá él mesmo.
ANA: Con esto, don Juan, he dado
los desengaños que puedo;
el cielo en los otros hable,
pues solo los sabe el cielo.

Sale (don LUIS)


LUIS: Señor don Juan de Guzmán.
PEDRO: Peor se va poniendo esto.
ARCEO: Por Dios, que le ha conocido
don Luis, el primo del muerto.
HIPÓLITO: ¿Éste es don Juan de Guzmán?
El no conocerle siento
para haber en vuestra ausencia
hecho...
LUIS: Esperad, teneos,
que este duelo ha de vencer
la hidalguía y no el acero.
JUAN: Pudiérades esperar
a verme solo en el puesto.
LUIS: Importa que haya testigos
para lo que hacer intento.
A que fuese por espada,
que se me quebró riñendo
con vos, me disteis lugar;
si tardo, disculpa tengo,
pues por haberos escrito
este papel, me detengo:
de la causa en que soy parte
este es el apartamiento,
que si deudor de una vida
erais mío, noble y cuerdo
me la disteis; contra vos
derecho ninguno tengo.
Y si entonces no lo hice
fue porque allí, no teniendo
espada, no presumierais
que os daba el perdón de miedo,
y así os lo entrego, don Juan,
cuando en la cinta la tengo.
JUAN: No solo me dais la vida,
sino el honor, y pues viendo
estáis la dama que fue
la ocasión de este suceso,
ella os pague con los brazos
lo que con alma no puedo.
ANA: Pues con vuestras amistades
todos las nuestras hacemos.
CLARA: No hacemos, porque si ya
no tengo quien me dé celos,
no tengo a quien quiera bien.
HIPÓLITO: ¿Pues hay más de no quereros?
ANA: Arceo y doña Lucía
se casen luego al momento.
ARCEO: ¿Mas que nace el Antecristo
de Lucías y de Arceos?
JUAN: Mañanas de abril y mayo
dan fin: perdonad sus yerros.

FIN DE LA COMEDIA



CALDERON- MAÑANAS DE ABRIL Y MAYO