Ireneo, Contra herejes Liv.2 ch.14

3 Estructura del Pléroma



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3.1. Sinrazones de la primera emisión


15,1. Volvamos al asunto de las emisiones. Que nos digan el motivo de una emisión de los Eones que no dependa para nada de los seres creados (176). Pues ellos afirman que aquéllos no fueron emitidos en función de los seres creados, sino que éstos fueron hechos en función de aquéllos; ni aquéllos serían imágenes de éstos, sino al contrario, éstos imágenes de aquéllos. Entonces ¿por qué hacen de los treinta días del mes la causa de que sean treinta los Eones? ¿por qué suponen que el día tiene doce horas (177) y el año doce meses por los doce Eones que existen dentro del Pléroma? y lo mismo se diga de todos sus delirios. Que nos muestren ahora la razón por la cual fue tal la emisión de los Eones; (758) por qué la Ogdóada provino como la emisión primera y primigenia, y no lo fueron ni una péntada ni una tríada ni una héptada (septeto) o cualquier otra cosa que se defina por números. Y por qué el Verbo y la Vida emitieron diez Eones, y no más ni menos; y también por qué el Hombre y la Iglesia emitieron doce, cuando podían haber emitido más o menos.

15,2. O por qué todo el Pléroma está dividido en tres: la Ogdóada, la Década y la Docena, y no contiene nada fuera de estos números; y por qué ha de estar dividido en tres, y no en cuatro o en cinco o en seis, o en cualquier otro número. Y eso que no aludimos también a los números de los seres creados. Porque dicen ellos que los seres superiores son más antiguos, y por eso tienen su propia causa anterior a la creación, y no necesitan buscar una causa que concuerde o esté relacionada con la creación.

15,3. Nosotros, en cambio, hablamos de la creación hecha de modo armonioso, pues en las cosas creadas una estructura está en armonía con otra; mas ellos, no pudiendo dar razón de por qué los seres superiores se han realizado por sí mismos, por fuerza caen en numerosas contradicciones. Nos cuestionan sobre la creación, como si fuésemos unos ignorantes; en cambio ellos, cuando se les pregunta sobre el Pléroma, lo que hacen es, o describir las actividades interiores del ser humano, o lanzar discursos acerca de la creación: (759) siempre vuelven a responder a las cuestiones sobre las que discurren, y no a las que se les pregunta. Porque no les interrogamos acerca de la actividad interna del ser humano, ni sobre la armonía del universo creado, sino por qué ese Pléroma que dicen fue hecho a imagen de las creaturas, se compone de ocho, diez y doce (Eones). Tendrán que confesar que su Padre hizo así el Pléroma al acaso y sin motivo alguno. De este modo presentarán a un Padre deforme, pues habría obrado irracionalmente. Pero si responden que el Padre, según su providencia, emitió según este sistema a los Eones en favor de las creaturas, para que ellos estén bien armonizados, entonces el Pléroma ya no habrá sido emitido por su propia causa, sino en función de aquella que sería en el futuro su imagen y semejanza (así como la maqueta de barro de una estatua no se fabrica por sí misma, sino en función de la que debe luego vaciarse en oro, plata o bronce). En este caso, la creatura sería de más valor que el Pléroma, si éste fue emitido en función de aquélla.

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16,1. Pero si se niegan a admitir nuestros argumentos, porque tendrían que aceptar que ellos no pueden señalar ninguna causa por la cual su Pléroma fue emitido, se verán obligados a confesar que sobre su Pléroma hay otra realidad más espiritual y más soberana, a cuya imagen fue formado su Pléroma. Porque si el Demiurgo no ha llevado a cabo la creación según una figura hecha por él mismo, sino a semejanza de las realidades superiores, ¿de dónde su Abismo tomó las figuras según las cuales formó el Pléroma, o de quién recibió la figura para realizar las realidades que fueron hechas antes (que lo demás existiese)? (178) Porque, o bien se deberá mantener la opinión de que Dios hizo el mundo por propio poder y tomando de sí mismo el modelo del mundo; o bien, si prescindimos de este modo de actuar de Dios, será necesario andar buscando infinitamente de dónde habrán provenido las formas de la creación, el número de las emisiones y cuál ha sido su modelo. Mas si el Abismo fue capaz de emitir de sí mismo el modelo del Pléroma, (760) ¿por qué no le habría sido posible al Demiurgo hacer lo mismo al crear el mundo? Una vez más: si la creación es imagen de las realidades superiores, ¿por qué motivo no se puede afirmar que éstas no son a su vez imágenes de otras realidades más elevadas, y que sobre estas últimas hay otras más, para de esta manera ir añadiendo imágenes a imágenes al infinito?

16,2. Basílides cayó en la cuenta de esta dificultad (aunque estaba muy lejos de la verdad), e imaginó escapar de esta incongruencia postulando una infinita sucesión de seres hechos unos por otros mutuamente. Se le ocurrió una serie de trescientos sesenta y cinco cielos creados sucesivamente unos por otros según una mutua semejanza. Pretendió probar su teoría por el igual número de días, como antes hemos dicho, y sobre ellos estarían el Poder que él llama el Innombrable y su obra. Pero ni con esta argucia puede escapar de la aporía. Porque, cuando se le pregunta cómo llega a existir ese cielo que está sobre todos los demás, del cual según su teoría inició la sucesión de los demás cielos fabricados mutuamente, así como su propia configuración, responde que es una obra realizada por el Innombrable. Pero volvemos a lo mismo: o acepta que el Innombrable lo ha hecho por sí mismo, o por fuerza tendrá que postular otro Poder sobre él, del cual el Innombrable hubiese recibido el maravilloso modelo de todo lo que existe.

16,3. ¡Cuánto más seguro y razonable es confesar desde el principio y sin reticencias la verdad: que el Dios Demiurgo que creó el mundo es el único Dios, y que no hay otro Dios fuera de él, y que él mismo tomó de sí el modelo y la imagen de todo cuanto hizo! ¿No será mejor que perderse en tantos laberintos impíos, hasta verse obligado en un momento a asentar cabeza y confesar que de él procede el modelo de todas las cosas creadas?

16,4. Como no aceptamos las cosas portentosas que nos dicen, los valentinianos nos acusan de quedarnos en la Semana inferior, porque no elevamos nuestras mentes a lo alto, ni entendemos las cosas de arriba (
Col 3,2). Es lo mismo que los discípulos de Basílides les achacan a ellos. Les dicen que no se han elevado más allá de la primera y segunda Ogdóadas, y que en su ignorancia piensan haber hallado en los treinta Eones al Padre supremo, sin ahondar con su mente en aquel Pléroma que está sobre los trescientos sesenta y cinco cielos y sobre las cuarenta (761) y cinco Ogdóadas. Pero cualquiera puede también atacar a los basilidianos inventando cuatro mil trescientos ochenta cielos o Eones, porque éstas son las horas que tienen los días del año. Y si alguien todavía añade las horas de la noche, entonces tendrá que duplicar ese número. De esta manera imaginará haber descubierto una gran multitud de Ogdóadas y una inmensa actividad de los Eones que se oponen al Padre supremo. Ese hombre podrá considerarse el más perfecto de todos, y a todos echará en cara el ser incapaces de elevarse hasta sus alturas, para contemplar la multitud de cielos y Eones que él ha descubierto, porque, faltándoles fuerzas, se quedan en este bajo mundo o en las etapas intermedias.

(176) Por ejemplo, dividen el Pléroma en 30 Eones por los treinta días del mes, y postulan una docena por los doce meses del año y las doce horas del día. San Ireneo dice en seguida que, según ellos, todo lo que hay en este mundo es imagen del superior. Pero entonces, ¿por qué, si los Eones son 30, el mes (que sería su imagen) a veces tiene más días y a veces menos? Y así en lo demás casos.

(177) Recuérdese que en la antigüedad contaban como horas del día las que cubría la luz del sol, del amanecer al ocaso.

(178) Para captar la fuerza del argumento, recuérdese lo que antes ha argumentado: los Eones del Pléroma (por ejemplo la Vida, el Verbo, la Mente, etc.), son figuras tomadas de los seres creados: ¿cómo, entonces pueden ser anteriores a éstos?

3.2. Producción de los demás Eones


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17,1. Así, pues, su doctrina acerca de su Pléroma, sobre todo lo referente a la primera Ogdóada, envuelve grandes aporías y contradicciones. Ahora examinemos el resto. Nos vemos obligados a investigar acerca de cosas irreales, por motivo de su locura. Pero nos sentimos presionados a hacerlo porque se nos ha encargado indagarlo, y queremos que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad (
1Tm 2,4); y también porque tú mismo nos has pedido que te proporcionemos los argumentos para refutarlos desde todos los ángulos.

17,2. Se nos pregunta: ¿Cómo han sido producidos los demás Eones? ¿Unidos a aquel que los emitió como los rayos lo están al sol; o como partes y efectos, de modo que cada uno de ellos lo haya sido por separado y según sus propios caracteres, así como un ser humano proviene de otro ser humano y una oveja de otra oveja; o bien a la manera de un retoño, (762) como las ramas provienen del árbol? ¿Tomaron la misma substancia de aquellos que los emitieron, o fueron formados a partir de otra substancia? ¿Fueron emitidos simultáneamente, o en orden sucesivo, de modo que unos sean más antiguos y otros más recientes? ¿Fueron acaso producidos simples, uniformes y en todas sus partes iguales y semejantes, como un espíritu o como los rayos de luz, o compuestos y diferentes, constando de diversos miembros?

3.2.1. Como un ser humano de otro


17,3. Pueden alegar que fueron emitidos a semejanza de los seres humanos, producidos y engendrados cada uno de ellos por sí mismo. En tal caso deberían tener la misma substancia que el Padre y ser semejantes a su progenitor; pero si dicen que son diferentes, entonces por fuerza habrían sido hechos a partir de otra substancia. Si los Eones engendrados por el Padre le son semejantes, entonces tendrán que mantenerse impasibles, como aquel que los emitió. Pero si fueron hechos de otra substancia pasible, ¿dónde encontraron esa substancia tan diversa en el interior de un Pléroma incorruptible? Además, en esta hipótesis, cada uno de ellos tendría que suponerse separado y diverso de los otros, como los seres humanos; no podrían estar unidos ni mezclados unos con otros, sino cada uno de ellos demarcado por sus propios caracteres y delimitado en su propia medida: pero entonces no serían espíritus, sino cuerpos. Si es así, que dejen de hablar de un Pléroma espiritual, y que ya no se llamen a sí mismos hombres pneumáticos; pues aun sus Eones, a semejanza de los seres humanos, tendrían que sentarse a comer en torno a su Padre; y éste debería tener tales rasgos que los Eones emitidos por él pudieran reconocer.

3.2.2. Como una luz de otra


17,4. Pero si fueron emitidos como una luz de otra luz: (763) los Eones del Verbo, el Verbo de la Mente y la Mente del Abismo -como una llama de otra llama-, entonces los Eones deberían ser distintos unos de otros en grandeza, puesto que cada uno de ellos tendría la misma substancia de aquel que los hubiera emitido; y entonces, o bien todos ellos serían impasibles, o también su Padre estaría sujeto a cambios. Porque una llama emitida por otra, no tiene una luz diversa de la original. Por este motivo todas sus luces tendrían que recogerse en una luz primordial, siendo todas ellas en realidad una sola luz, la que existió al principio. Pero una luz más antigua y otra más nueva no se pueden distinguir de la luz misma -pues en resumidas cuentas hay una sola luz-. En consecuencia, en cuanto a la substancia todas ellas serían simultáneas, puesto que la materia de la llama es una sola; sólo habría distintos tiempos en que fueron encendidas, puesto que una lo habría sido antes y otra más tarde.

17,5. Por consiguiente la caída en la pasión afectaría con su ignorancia a todo su Pléroma, puesto que todo sería de la misma substancia, y todo el Pléroma habría caído en la ignorancia; pero en ese caso también su Protopadre sería igualmente ignorante. O por el contrario, todos los Eones tendrían que ser impasibles, y por lo mismo permanecerían para siempre como luces en el Pléroma. Entonces, ¿de dónde habría salido la pasión del más reciente de los Eones, si es una luz producida como todas las demás de la Luz del Padre, al que consideran impasible por naturaleza? ¿Y cómo se podría hablar de Eones más antiguos y más recientes, si una sola es la Luz de todo el Pléroma? Algunos dicen que los Eones son estrellas; pero aun así, deberían todos participar de la misma naturaleza. Pues, aunque es verdad que "una estrella es diferente de otra por su brillo" (1Co 15,41), sin embargo no son substancialmente diversas, en cuanto una pueda cambiar y otra sea impasible: porque, proviniendo todas de la misma Luz del Padre, todas tendrían que ser por naturaleza o bien impasibles e inmutables, o bien juntas con la Luz del Padre todas tendrían que estar sujetas a pasiones, corrupción y cambios.


3.2.3. Como las ramas de un árbol


17,6. Los mismos absurdos se siguen si dicen que, (764) así como de un árbol se producen las ramas, así también los demás Eones fueron emitidos del Verbo, como el Verbo fue engendrado por el Padre. Entonces todos tendrían la misma substancia del Padre, y entre sí diferirían sólo en tamaño, pero no en naturaleza, como los dedos de una mano. Si el Padre vive en la pasión y en la ignorancia, así también habrían sido engendrados los Eones. Pero si consideran impío atribuir al Padre pasiones e ignorancia, ¿cómo pueden atribuírselas al Eón que él ha emitido? ¿Y cómo pueden ellos tenerse por hombres religiosos, si atribuyen la misma impiedad a la Sabiduría de Dios?

3.2.4. Como los rayos emanan del sol


17,7. Pueden imaginar también que los Eones fueron emitidos como los rayos del sol, pues todos ellos tienen la misma substancia y el mismo origen: en todo caso, o todos ellos están sujetos a pasiones como aquel que los emitió, o como él son impasibles. Porque, en efecto, no pueden alegar que unos son impasibles y otros sujetos a pasiones, si provienen de la misma emisión. No pueden afirmar que todos son impasibles, pues si lo dijeran, ¿cómo habría podido sufrir el menor de sus Eones, si todos eran impasibles? Pero hipotizan que todos han tenido parte en lo que él sufrió, pues se atreven a decir que comenzó en el Verbo y luego decayó a la Sabiduría; puesto que ellos mismos arguyen que la pasión recayó en el Verbo, que procede de la Mente del Protopadre. Si fueran lógicos, deberían confesar que la Mente del Protopadre y el mismo Protopadre cayeron en las pasiones; porque el Padre no es compuesto como un animal, aparte de su Mente; sino que, como antes expusimos, la Mente es el Padre y el Padre es su Mente. Por fuerza, pues, el Logos que de él procede, más aún la misma Mente, por ser idéntica al Verbo, tendrá que ser perfecto e impasible. Y como los Eones que emitió deben tener su misma substancia, también habrán de ser para siempre perfectos e impasibles.

17,8. Por consiguiente el Verbo no ignoró al Padre (765) por ocupar el tercer lugar en el orden de generación, como ellos andan diciendo. Esto tal vez se podría tolerar en el caso del nacimiento de los seres humanos, pues éstos muchas veces no saben quién es su padre; en cambio en el caso del Verbo esto es imposible. En efecto, si el Verbo está en el Padre y tiene conocimiento, no puede ignorar a aquel en el que existe, es decir a sí mismo. Igualmente las Potencias que de él nacieron y siempre están ante él para servirlo, no pueden ignorar a aquel que las emitió, como los rayos no pueden ignorar al sol.

Por eso no es posible que la Sabiduría nacida de tal emisión y que habita en el Pléroma haya caído en pasión y por esta causa haya concebido tan grande ignorancia. Aunque es posible que la Sabiduría de Valentín haya nacido por una emisión del diablo, y por ello haya caído en todo tipo de pasiones y haya dado frutos de inconcebible ignorancia. Pues, ya que cuando ellos dan testimonio de su Madre, dicen que ella nació de un Eón perdido, sobra buscar el motivo por el cual los hijos de tal Madre siempre anden nadando en el Abismo de su ignorancia.

3.2.5. Lo absurdo de todas sus emanaciones


17,9. Fuera de estos tipos de emisiones, no entiendo cómo se pueden inventar otros. Pero, hasta donde sé, ellos tampoco han elucubrado otras clases de emisiones, aunque les hemos preguntado muchas veces y durante mucho tiempo acerca del tema. Lo más que siempre aciertan a decir es que cada uno de los Eones, al ser emitido, sólo conoce a su emisor, pero ignora al Eón anterior al que lo ha emitido. Ellos no saben ir adelante en la explicación acerca de cómo fueron emitidos, o cómo puede suceder algo semejante en un mundo pneumático. Sea cual sea la vía que emprendan, se van alejando del camino de la razón, cegándose tanto a la verdad que enseñan que el Verbo emitido por la Mente del Protopadre nació en la decadencia. En efecto, de lo que enseñan se seguiría que el Eón perfecto engendrado por el Abismo perfecto ya no es capaz de hacer otra emisión perfecta, pues siempre nacería ciega por ignorar la grandeza del Padre.

(766) Según dicen, el Salvador habría querido significar este misterio en el pasaje del ciego de nacimiento (Jn 9,1-41): de este modo el Unigénito habría emitido a este Eón ciego, o sea en la ignorancia, pues la ceguera y la ignorancia se identifican tratándose del Verbo de Dios, ya que habría sido emitido por el Padre sólo mediante otro (179). ¡Qué sofistas tan admirables, que investigan la profundidad del Padre desconocido, y describen los misterios celestiales "que los ángeles desean contemplar" (1P 1,12)! ¡Ellos sí saben muy bien que la Mente de su Padre supremo ha emitido a un Verbo ciego e ignorante del Padre que lo emitió!

17,10. ¡Oh sofistas de cerebro tan vacío! ¿Cómo la Mente del Padre, o mejor dicho el Padre mismo, si es que éste es su misma Mente y en todo perfecto, emitió su Verbo como un Eón ciego e imperfecto? ¿Acaso no lo podía emitir de modo que desde el principio conociese al Padre, si es que, como decís, el Cristo que fue emitido después de todos los Eones nació perfecto? ¡Mucho más el Verbo, bastante más antiguo que el Cristo y emitido por la misma Mente, tendría que haber sido emitido perfecto y no ciego; ni el Verbo tendría por qué haber emitido a otros Eones más ciegos que él hasta llegar a la Sabiduría, la siempre ciega que ha dado a luz una tan grande multitud de males (180).

Y el responsable de todos estos males es vuestro Padre; pues decís que su grandeza y su poder son las causas de la ignorancia, y lo identificáis con el Abismo, al que llamáis con el nombre de Padre inefable. Pero, si como habéis ya decidido, la ignorancia es el único mal, y que de ella han brotado todos los males, y por otra parte decís que la causa de la ignorancia es la grandeza y el poder del Padre, entonces habéis probado que el Padre es el hacedor de todos los males. En efecto, afirmáis que la causa del mal es la incapacidad de contemplar su grandeza. Pues si al Padre le era imposible darse a conocer desde el principio a aquellos que él mismo había hecho, entonces el Padre es imperdonable, porque hizo a aquellos a quienes no podía quitarles la ignorancia. Pero decís que más tarde, cuando esa ignorancia se había extendido después que había crecido el número de emisiones, el Padre decidió por su libre voluntad hacer desaparecer esa ignorancia sembrada en los Eones: ¿cómo no habría podido querer que desde el principio no existise esa ignorancia, (767) sólo con no haberla permitido?

17,11. Como además se hizo conocer cuando quiso, no sólo de los Eones, sino en los últimos tiempos también de los seres humanos, entonces si no fue conocido desde el principio, fue porque él no lo quiso, siendo la voluntad del Padre, como ellos dicen, la causa de la ignorancia. Pero si conocía de antemano lo que habría de suceder, ¿por qué no disipó la ignorancia de los Eones antes de que ella se disipara por sí misma, en lugar de arrepentirse más tarde y tratar de enmendarla emitiendo al Cristo? Pues si pudo dar a todos el conocimiento por medio de Cristo, mucho antes podría haberlo hecho por medio del Verbo que, dicen, es el Primogénito y el Unigénito. Mas si, habiéndolo sabido de antemano, determinó que así sucediese, entonces siempre estarán vigentes la obras de la ignorancia y jamás pasarán; porque si ellas pasaran, habiendo existido por voluntad del Padre, también con ellas pasaría su voluntad; o bien, si la ignorancia se acabara, con ella se acabaría también la voluntad del que decidió que así fuera su naturaleza.

Si el Padre es inaccesible e inabarcable, ¿cómo podrían hallar reposo los Eones recibiendo la gnosis perfecta? Porque ellos pudieron tenerla antes de caer en la pasión: pues la grandeza del Padre no habría disminuido porque ellos supiesen desde el principio que el Padre es inaccesible e inabarcable. Mas si no lo conocían por causa de su grandeza sin medida, pero debía conservar impasibles a los Eones que él había engendrado, por causa de su amor inmenso (Ep 3,19), ningún impedimento habría habido, más aún, hubiera sido de lo más útil que desde el principio supiesen que el Padre es inaccesible e inabarcable.

(179) Recuérdese lo que había dicho arriba: según ellos, cada Eón sólo conocería al que inmediatamente lo habría emitido, ignorando al anterior a éste.

(180) Es decir, a los gnósticos: recuérdese que tienen a la Sabiduría como a su Madre.


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3.2.6. La Sabiduría y la ignorancia


18,1. ¿Cómo no advertir la tontería del decir que la Sabiduría cayó en la ignorancia, la degradación y la pasión? Estas cosas son extrañas y aun contrarias a la Sabiduría: porque donde hay ignorancia (768) y falta de juicio práctico, ahí la Sabiduría está ausente. Que dejen de hablar, pues, de la Sabiduría como del Eón que cayó en la pasión, y que, o renuncien a llamarla con este nombre, o a atribuirle la pasión. En este caso tampoco pueden hablar de un Pléroma totalmente pneumático, si en él se encuentra este Eón tan lleno de pasiones. Ni siquiera un alma (psyché) podría ser así, mucho menos una substancia pneumática.

3.2.7. El Deseo y la pasión


18,2. Además, ¿cómo su Deseo podía separarse junto con la pasión para devenir en otro ser? El deseo siempre existe en referencia a algo, nunca por separado: un deseo malo queda absorbido por uno bueno, como la enfermedad por la salud. ¿Entonces cuál fue el Deseo que precedió a la pasión? Buscar al Padre y contemplar su grandeza. ¿Y cómo la Sabiduría más tarde se curó de esta tendencia? Descubriendo que el Padre es incomprensible y no se le puede hallar. Por consiguiente no sería bueno querer conocer al Padre, ya que esto fue lo que la hundió en la pasión; pero cuando finalmente se convenció de que el Padre es incomprensible, entonces quedó sana. Incluso la misma Mente, que buscaba al Padre, según dicen ellos dejó de buscarlo al darse cuenta de que el Padre es incomprensible.

18,3. ¿Y cómo podía un Deseo separado (de la Sabiduría) concebir las pasiones que también son disposiciones? Porque una disposición también existe siempre en referencia a algo, pues por sí sola no puede ni existir ni mantenerse. Estas teorías no sólo son inconsistentes, sino también contrarias a lo que el Señor enseñó: "Buscad y hallaréis" (
Mt 7,7). Pues el Señor elevó a la perfección a sus discípulos que buscaban al Padre y lo encontraron. En cambio el Cristo superior que ellos proclaman, convenció a los Eones de no buscar al Padre, haciéndoles caer en la cuenta de que, por más que se esforzaran, no lo alcanzarían; y de esta manera los habría hecho perfectos. Y a sí mismos se llaman los perfectos, porque, dicen, han hallado al Abismo; en cambio los Eones lo son (769) cuando se han dejado convencer de que no deben buscarlo porque es incomprensible.

18,4. Y como el Deseo no puede existir separado de su Eón, todavía añaden más mentiras a su teoría de la pasión, pues también la separan (del Deseo) para hacer de éste (Deseo) la substancia de la materia. ¡Como si ya Dios no fuera luz (1Jn 1,5), ni hubiese un Verbo que pueda desnudar y rebatir su malicia! (181) Porque lo que un Eón sentía es lo mismo que experimentaba, y lo que experimentaba era lo que sentía. En cambio, según ellos, su Deseo no es sino la pasión que deseaba comprender al incomprensible, y la pasión era el Deseo: y el pobre sentía lo que era imposible. Pero en tal caso, ¿cómo podrían la tendencia y la pasión separarse del Deseo, para convertirse en la substancia de tan abundante materia, cuando el mismo Deseo era la pasión y la pasión el Deseo? Así pues, ni el Deseo puede existir sin el Eón, ni la tendencia puede tener una existencia separada del Deseo: con esto queda deshecha su doctrina.

18,5. Además, ¿cómo un Eón habría podido caer y sufrir, si su naturaleza es la del Pléroma y todo el Pléroma proviene del Padre? Una cosa no se disuelve en su semejante, ni correrá el peligro de desaparecer, sino que por el contrario durará y crecerá, como el fuego con el fuego, el espíritu con el espíritu y el agua con el agua; más bien los seres de naturaleza opuesta son los que sufren con el choque de contrarios, se destruyen y acaban. Por ejemplo, si se emitiese una luz, ésta no sufriría ni correría el peligro de desaparecer con otra luz semejante, sino que brillaría más y aumentaría, como el día con el sol; pues dicen que el Abismo es la imagen de su Padre. Los seres animados extraños y opuestos corren el peligro de corromperse por el choque de naturalezas contrarias; en cambio los seres habituados a existir con sus semejantes no corren ningún peligro, sino que, por el contrario, con esa relación fortalecen su salud y su vida.

Por consiguiente, si este Eón fue emitido por el Pléroma universal como de su misma substancia, jamás sufrirá una descomposición, puesto que siempre existirá con los seres semejantes y familiares, (770) pues como espíritus habitarán con seres espirituales. El temor, el miedo, la pasión, la disolución y otras cosas semejantes, sólo se hallan en los seres como nosotros, corpóreos y compuestos de elementos opuestos; en cambio en los seres espirituales siempre existe una luz que los inunda y les impide estar sujetos a estas desgracias. Me da la impresión de que ellos han atribuido a su Eón la pasión que describió el cómico Menandro: un amor ardiente digno de odio: estos herejes tienen en su mente más la imagen que corresponde a un amante no correspondido, que la de una substancia espiritual y divina.

18,6. Podemos añadir que pensar en buscar al Padre perfecto y querer penetrar en él para comprenderlo, no podían ser para ese Eón espiritual causas de pasión e ignorancia, sino más bien de perfección, impasibilidad y verdad. Ellos mismos, con ser hombres, no piensan que, cuando buscan comprender al ser perfecto y superior a ellos, para penetrar en su gnosis, por eso hayan caído en la pasión y en la angustia, sino más bien en la gnosis y en la comprensión de la verdad. Pues alegan en su favor las palabras del Señor a sus discípulos: "Buscad y hallaréis" (Mt 7,7), para que buscasen más allá del Demiurgo (que en su imaginación sería muy inferior al Abismo inefable), para encontrar a éste. Y pretenden ser ellos perfectos porque han hallado al ser perfecto que buscaban, mientras aún están en la tierra. En cambio al Eón totalmente espiritual que habita en el Pléroma lo hacen buscar al Protopadre y esforzarse por hallarlo en su grandeza, y desear comprender la verdad del Padre; y, por eso, habría caído en la pasión, y una pasión tal que, si no hubiese venido en su auxilio un Poder que da firmeza a todas las cosas, la substancia de ese Eón se habría deshecho y habría sido exterminado.

18,7. ¡Qué presunción tan loca, digna sólo de hombres que han perdido el sentido! Ellos mismos confiesan en sus teorías que este Eón es más antiguo y de más elevada naturaleza que ellos, pues se confiesan a sí mismos un producto del Eón que cayó en la pasión, (771) nacido del Deseo, es decir que este Eón es el padre de su Madre, o en otras palabras su abuelo. Entonces, si hemos de creerles, la búsqueda del Padre produce en los nietos la verdad, la perfección, la solidez, la liberación de la materia perecedera, y los reconcilia con el Padre. En cambio esta misma búsqueda produce en su abuelo ignorancia, pasión, miedo, temor y angustia, de donde está extraída la substancia de la materia. En conclusión, en buscar e investigar al Padre perfecto y desear comunicarse y unirse con él consistiría para ellos la salvación; en cambio dicen que para aquel Eón del que ellos recibieron su existencia, las mismas cosas son causa de perdición y ruina: ¿cómo no va a ser esto enteramente ilógico, irracional y estúpido? Quienes les hacen caso son realmente ciegos que se dejan guiar por otros ciegos, que con justicia caerán (Mt 15,14) en el Abismo profundo de la ignorancia.

(181) Ellos viven en la tiniebla de la mentira. En cambio Dios es Luz que deshace la tiniebla y su Verbo es la Verdad que refuta la mentira.


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3.2.8. La semilla sembrada sin que el Padre lo supiese


19,1. ¿Cómo hablan del semen concebido por su Madre a semejanza de los Angeles que rodean al Salvador, sin forma ni figura e imperfecto, que habría sido sembrado en el Demiurgo sin que éste lo advirtiese, para que, sembrándolo él en las almas que crea, reciban perfección y forma? Lo primero por decir es que los Angeles que rodean al Salvador serían imperfectos, sin forma ni figura, pues la semilla habría sido concebida a su semejanza.

19,2. En segundo lugar: que el Demiurgo no hubiese advertido ni cuando sembraron en él la semilla, ni cuando él la plantó en el hombre, no es sino palabrería inútil y sin sentido, que en absoluto no puede mantenerse en pie. ¿Cómo podía ignorar una tal semilla, (772) si ésta tenía su propia substancia y caracteres? Porque si la semilla no tenía ni substancia ni caracteres, entonces no era nada, y con razón la ignoró el Demiurgo. Mas si una cosa tiene alguna acción o cualidad propia, por ejemplo calor, velocidad, dulzura, o alguna diferencia de color, no se le escapa ni siquiera a los seres humanos, siendo sólo hombres: pues con mayor razón no podría escapársele al Demiurgo, siendo Dios hacedor del universo. Mas con razón no conoció su tal semilla, porque ésta no tiene ninguna propiedad, ni utilidad, ni acción ni substancia; en una palabra, no existe.

Por eso, a mi parecer, dijo el Señor: "En el día del juicio los hombres tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa" (
Mt 12,36). Y así, todas esas gentes que ponen tales discursos vacíos en los oídos de los hombres, tendrán que dar cuenta en el juicio de todas esas vaciedades que han inventado contra Dios, cuando presumen de conocer el Pléroma espiritual porque llevan la substancia de la semilla, pues su hombre interior les revela al verdadero Padre; porque si fueran seres psíquicos necesitarían experimentarlo con los sentidos (182). ¡En cambio el Demiurgo, que ha recibido dentro de sí toda la semilla que ha depositado en él su Madre, ahora resulta que lo ignora todo y no tiene ni idea de lo que sucede en el Pléroma!

19,3. Ellos son seres pneumáticos porque una partecita del Padre de todas las cosas ha sido depositada en su alma, y así su alma es de la misma substancia que la del Demiurgo -¡eso dicen!-; pero éste, aunque de una sola vez recibió en su seno todas las semillas de la Madre, sin embargo siguió siendo psíquico, y por eso no pudo comprender las realidades superiores, que ellos -así presumen- ya han conseguido conocer desde su estancia en esta tierra. ¿No es ésta la más grande de las necedades? Imaginar que el mismo semen suyo que produjo en sus almas la gnosis y la perfección, fue el que sembró la ignorancia en el Dios que los hizo, no puede soñarlo sino una mente loca y enteramente vacía.

19,4. Tiene menos sentido lo que andan diciendo: que al depositarse la semilla, ésta toma forma, crece y se prepara para recibir al Verbo perfecto. (775) La unión con la materia que habría tenido la substancia que, según ellos, proviene de la penuria y la ignorancia, sería más capaz y útil que la Luz de su Padre; porque ésta habría sido la causa de que sus productos hayan nacido sin forma ni figura; en cambio de aquella substancia habrían adquirido forma, figura y crecimiento. Porque en tal caso la Luz del Pléroma que fue el origen de los espirituales, no tenía forma ni figura ni magnitud propias; en cambio la decadencia les dio todas estas cualidades para perfeccionarlos. Esto quiere decir que es mucho más eficaz y fructuoso permanecer en este mundo -al que ellos llaman tinieblas-, que en lo que ellos llaman la Luz del Padre.

¿Y cómo no será ridículo decir que su Madre se sintió amenazada en la materia, a tal punto que se ahogaba y estuvo a punto de quedar destruida, si ella no se hubiese elevado saliendo de sí misma para buscar auxilio en el Padre; y, en cambio, que su semilla en esta misma materia encuentra el terreno para crecer, adquirir forma y prepararse para recibir al Verbo perfecto? ¡Y eso desarrollándose en medio de seres no semejantes sino extraños a ella, puesto que ellos mismos dicen que lo pneumático se opone a lo terreno, y lo terreno a lo pneumático! ¿Cómo es posible que una pequeña semilla haya sido sembrada en elementos contrarios y extraños para que pueda crecer, recibir forma y llegar a la perfección?

19,5. Aparte de lo anterior, aún podemos preguntarles: ¿su Madre depositó esa semilla toda junta, cuando vio a los Angeles, o poco a poco? Porque si la depositó al mismo tiempo toda junta, lo que entonces depositó ya no es un niño, y en tal caso su descenso es inútil para los seres humanos de hoy. Pero si lo hizo poco a poco, entonces ya no los concibió a semejanza de la imagen (774) que vio en los Angeles; puesto que, como ellos dicen, al mismo tiempo vio a los Angeles y concibió, ella tendría que haber depositado estas semillas todas juntas y al mismo tiempo en el mundo.

19,6. ¿Y cómo pudo suceder que, viendo la Madre al mismo tiempo a los Angeles y al Salvador, concibió la imagen de los Angeles y no del Salvador, que es muy superior a ellos? ¿Acaso el Salvador no le gustó, y por eso no concibió de él? ¿Y cómo pudo acontecer que el Demiurgo, al que ellos consideran psíquico, tenga su propia grandeza y figura, haya sido emitido perfecto según el tipo de su substancia, y en cambio el elemento pneumático, que debe ser más creativo que el psíquico, haya sido emitido imperfecto? Porque, según ellos, éste tuvo que descender a las almas para recibir en ellas la forma a fin de que, llegando de esta manera a ser perfecto, pudiera recibir al Verbo perfecto. Porque entonces, si ha recibido la forma en los hombres terrenos, que son seres psíquicos, entonces ya no fue hecho a imagen de los Angeles, a quienes llaman luminarias, sino según la naturaleza de los hombres terrenos. Luego ya no tendrá la imagen y semejanza de los Angeles, sino de los seres psíquicos en los cuales ha recibido la forma, así como cuando uno echa agua en un vaso, el agua recibe la forma del vaso y, si llega a congelarse, se queda con la forma del vaso en el que se ha congelado. Las almas reciben la forma del cuerpo, pues, como hemos dicho, se adaptan a su vaso.

Entonces, si aquel semen toma forma y consistencia aquí en la tierra, tendrá la figura de los hombres, no la de los Angeles. ¿Cómo podría ser imagen de los Angeles el semen que ha recibido la forma a semejanza de los hombres? Y, si era espiritual, ¿qué necesidad tenía de bajar a la carne? Pues la carne necesita de lo espiritual, (775) si quiere salvarse, a fin de que lo mortal en ella se santifique, se purifique y sea absorbido por la inmortalidad (1Co 15,54 2Co 5,4). En cambio los seres espirituales en manera alguna tienen necesidad de los terrenos; porque no somos nosotros quienes los hacemos mejores a ellos, sino ellos a nosotros (183).

19,7. Resulta aún más evidente para todos la falsedad de su sermón acerca de la semilla, cuando afirman que las almas que recibieron de la Madre la semilla son mejores que las otras; por eso el Demiurgo las honraría elevándolas al rango de príncipes, reyes y sacerdotes. Si esto fuese verdad, Anás, el sumo sacerdote Caifás y los demás sacerdotes, los doctores de la Ley y los principales del pueblo habrían sido los primeros en creer en el Señor, puesto que ellos serían hijos de tal Madre, y sobre todo el rey Herodes. En realidad sucedió lo contrario: ni éste, ni los sumos sacerdotes, ni los principales y notables del pueblo se acercaron a él, sino los mendigos sentados en los caminos, los sordos, ciegos, y la demás gente pisoteada y excluida, como escribe Pablo: "Considerad vuestra vocación, hermanos, porque no hay muchos sabios entre vosotros, ni muchos nobles ni poderosos, sino que Dios eligió lo despreciable del mundo" (1Co 1,26-27). Por consiguiente tales almas no eran mejores por habérseles sembrado la semilla, ni el Demiurgo las alabó por ello.

19,8. Lo que hemos dicho baste para poner en claro cuán débil, incoherente y sin sentido es su doctrina. Como se dice popularmente, no es necesario beber todo el mar para saber que su agua es salada. Si una estatua es de barro, aunque se la pinte por fuera con pintura dorada para hacerla parecer de oro sigue siendo de barro, y cualquiera que le arranque un pedacito deja el barro al desnudo para librar de la mentira a quienes se la han creído. De modo semejante también nosotros, destruyendo no sólo algunos pequeños pedazos, sino los principales capítulos de su enseñanza, hemos mostrado el camino para descubrir cuán irracional es su doctrina. Así podrán defenderse todos aquellos que no quieran conscientemente ser seducidos por lo más pernicioso, (776) doloso y seductor de la escuela valentiniana y de los demás herejes; y sepan que el Demiurgo, esto es el Creador y Hacedor del universo, es el único Dios verdadero.

19,9. ¿Qué persona sensata y que alcance a conocer siquiera lo mínimo de la verdad, podrá soportar su doctrina acerca de que por encima del Dios Demiurgo está el Padre; que uno es el Unigénito, otro el Verbo de Dios, el cual, según dicen, ha nacido de la penuria; que otro es el Cristo, hecho al último por todo el conjunto de Eones junto con el Espíritu Santo; otro el Salvador, que fue engendrado y parido no por el Padre sino por todos los Eones nacidos en función de la penuria? Si fuese así, bastaría que los Eones no hubiesen nacido en la ignorancia y la penuria, para que no hubiesen sido emitidos, ni el Cristo, ni el Espíritu Santo, ni el Límite, ni el Salvador, ni los Angeles, ni su Madre, ni su semilla, ni el resto del mundo creado, sino que todo habría quedado desierto y despojado de tales bienes.

Por consiguiente, no sólo son blasfemos contra el Demiurgo, cuando dicen que es fruto de la penuria, sino también contra Cristo y el Espíritu Santo, pues también éstos habrían sido emitidos en función del desecho; así como contra el Salvador, que igualmente habría sido emitido por la penuria. ¿Quién puede soportar prédicas tan vacías, que ellos se esfuerzan por adornar con parábolas, para arrojarse a sí mismos y a aquellos a quienes convierten, al Abismo de la impiedad?

(182) Recuérdese que, para ellos (que presumen de pneumáticos), el cuerpo y el alma sólo son vestidos externos de que deberán despojarse para entrar en el Pléroma. Por ese motivo dan tan poca importancia para el conocimiento a la experiencia sensible (del mundo material) y al razonamiento lógico (de la psyché), y en cambio pretenden conocer la verdad por la semilla espiritual que llevan dentro. ¿Con qué instrumentos refutarlos, si se sienten superiores a la lógica y a la experiencia?

(183) Subyace aquí la antropología de San Ireneo en contraste con la de los gnósticos. Para éstos el espíritu es el componente natural de su persona; el cuerpo y el alma son revestimientos desechables. Para San Ireneo el cuerpo y el alma son los componentes naturales del ser humano; el Espíritu Santo habita en él para perfeccionarlo y santificarlo: el Espíritu es parte (por inhabitación) del ser humano perfecto. Este, sin el Espíritu, no deja de ser hombre, pero sí hombre perfecto destinado a la salvación. Por eso dice en este párrafo que no es el hombre quien perfecciona lo espiritual, sino lo espiritual al hombre.


220
3.2.9. Refutación de su numerología bíblica


20,1. Probaremos que ellos fuerzan los hechos y parábolas (184) del Señor para aplicarlas irracionalmente a sus mentiras. Tratan de probar que la pasión sobrevino al último de los doce Eones, porque la pasión le cayó encima al Salvador (777) por culpa del último de los doce Apóstoles, en el duodécimo mes; pues pretenden que el ministerio del Señor duró un año a partir de su bautismo. También lo ven clarísimo en la mujer que sufría el flujo de sangre; porque había sufrido durante doce años cuando, al tocar la orla del manto del Salvador, recibió la salud que le concedió la Potencia que salió del Salvador y que, según dicen, existía desde antes que él; porque la Potencia que cayó en pasión, de tal manera se extendió y cubrió el espacio inmenso con su fluido, que se corría el peligro de quedar disuelta en toda la substancia; pues primeramente tocó la Cuaterna, que está representada en la orla del manto; pero en ese momento se detuvo y cesó la pasión.

20,2. Sostienen la teoría de que la pasión del duodécimo Eón queda demostrada por Judas. ¿Pero cómo puede compararse con Judas, que fue echado de los doce y no fue repuesto en su sitio? En cambio el Eón cuyo tipo dicen que fue Judas, aunque se separó del Deseo fue restituido y volvió a su sitio; mientras Judas abdicó y fue expulsado, y en su lugar fue elegido Matías, como está escrito: "Que otro reciba su cargo" (
Ac 1,20 Ps 109,8). En todo caso deberían enseñar que ese Eón fue echado del Pléroma y en su lugar otro Eón fue emitido o engendrado, si es que eligen a Judas por modelo. Añaden que, si el Eón sufrió la pasión, es porque Judas se hizo traidor; pero fue Cristo el que se sometió a la pasión y no Judas, como ellos mismos predican. ¿Pues cómo habría podido Judas sufrir por nuestra salvación, siendo un traidor, para que pudiese también ser la imagen del Eón caído en la pasión?

20,3. Ni siquiera la pasión de Cristo se parece a la pasión del Eón, ni sucedió por motivos semejantes. Porque el Eón sufrió la pasión por perdido y disoluto, de tal manera que estuvo a punto de que la pasión lo corrompiese. En cambio Cristo nuestro Señor sufrió una pasión con firmeza y sin debilidad, y no sólo no estuvo en peligro de corromperse, sino que restauró al hombre corrompido y lo llamó a la incorrupción. El Eón sufrió la pasión porque buscaba al Padre y no podía encontrarlo; en cambio el Señor sufrió para devolverles la verdad a quienes habían errado respecto al Padre, y para conducirlos a él. Para el Eón, buscar la grandeza del Padre fue la causa de su perdición; por el contrario, el Señor sufrió por nosotros (778) para darnos el conocimiento del Padre y darnos la salvación.

La pasión del Eón produjo un fruto femenino, según ellos dicen, débil, enfermo, sin forma ni poder; la pasión de Cristo dio como fruto el poder y la fortaleza: el Señor, "subiendo al cielo" por su pasión "se llevó cautiva a la cautividad, para otorgar sus dones a los seres humanos" (Ep 4,8 Ps 68,19), y concedió a quienes creen en él "pisar serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo" (Lc 10,19), es decir, del príncipe de la apostasía (185). El Señor con su pasión destruyó la muerte, corrigió el error, eliminó la corrupción, acabó con la ignorancia, reveló la vida, mostró la verdad y donó la incorrupción; al revés, mediante su pasión, su Eón descubrió la ignorancia, engendró una materia sin forma de la cual, dicen ellos, brotaron todos los seres materiales, la muerte, la corrupción y todas la demás obras semejantes.

20,4. Ni Judas, el duodécimo discípulo, ni la pasión de nuestro Señor son tipos de la pasión del Eón, sino todo lo opuesto: hemos demostrado que son dos casos enteramente distintos y divergentes entre sí, y no sólo en cuanto hemos explicado, sino también en cuanto al número mismo. Todos estamos de acuerdo en que Judas es el duodécimo de los Apóstoles, en cuanto que el Evangelio lo nombra en último lugar; en cambio su Eón no es el duodécimo, sino el décimo tercero; porque, según sus palabras, no sólo fueron emitidos doce Eones por voluntad del Padre, ni fue emitido en duodécimo lugar, sino que, si creemos su doctrina, fue emitido en décimo tercer orden. Entonces ¿cómo Judas, el duodécimo, puede ser en cuanto al número de orden, tipo e imagen del Eón que fue emitido en el décimo tercer lugar?

20,5. Si dicen que Judas, por haberse perdido, es imagen del Deseo de este Eón, ni siquiera entonces esta imagen corresponde a la verdad que pretenden. Porque el Deseo se separó del Eón, después recibió de Cristo la forma y el Salvador lo hizo sabio, después de haber creado todas las cosas que existen fuera del Pléroma (779) a imagen de las realidades del Pléroma; y finalmente, dicen ellos, los Eones lo recibieron y se unió en matrimonio con el Salvador (186), el Eón que había sido producido por todos los demás. Judas, en cambio, una vez expulsado nunca volvió al número de los discípulos; de otra manera no habría sido elegido Matías en su lugar. Además, el Señor dijo refiriéndose a él: "¡Ay de aquel que traicionará al Hijo del Hombre!" y también: "Más le valiera no haber nacido" (Mt 26,24) y lo llamó "el hijo de la perdición" (Jn 17,12).

Si dicen que Judas no es figura del Deseo separado del Eón, sino de la pasión que se apoderó de él, ni siquiera así el número dos puede representar el tres. Pues Judas fue expulsado y en su lugar fue elegido Matías; allá se habla del Eón que sufrió el peligro de perecer disuelto en Deseo y pasión, puesto que ellos separan uno y otra, y pretenden que el Eón se recuperó, el Deseo recibió una forma, en cambio la pasión separada de ellos constituyó la materia. Luego Judas y Matías, que son sólo dos, no pueden servir como tipo de tres: el Eón, el Deseo y la pasión.

(184) Recuérdese que las "parábolas", no habiéndose aún afirmado el significado el significado del término, en general indican pasajes de la Escritura interpretados en sentido simbólico.

(185) En varias ocasiones San Ireneo llama a Satanás "príncipe de la apostasía", o simpremente "el apóstata": ver III, 23,3.5; IV, Pr 4 40,1; V, 24,1.4; D 16. En V, 21,2 recurre a la etimología del nombre en hebreo: Satanás = apóstata ("el que se ha apartado").

(186) Es difícil captar en nuestra traducción castellana el matrimonio del Salvador (masculino) con el Pensamiento, puesto que estamos con esta palabra traduciendo la palabra Enthymesis, que en griego es femenina.


221
21,1. Si dicen que los doce Apóstoles son figura de los doce Eones que el Hombre y la Iglesia emitieron, que ellos nos presenten otros diez apóstoles para que sean figura de los diez Eones emitidos por el Verbo y la Vida. Porque sería una sinrazón que el Salvador hubiese representado a los doce Eones más jóvenes, y por eso de menor grado, por la elección de los Apóstoles, en cambio el Salvador no hubiese representado a los de mayor rango, aun pudiendo hacerlo -si es que los eligió con el fin de representar a los Eones del Pléroma-. Bien podía elegir a otros diez discípulos, y además otros ocho para que también la Ogdóada superior quedase representada por el número de los Apóstoles. (780) Pero además leemos que nuestro Señor, aparte de los doce Apóstoles, envió delante de sí a otros setenta discípulos (
Lc 10,1). Pero estos setenta no pueden ser figura ni de la Ogdóada, ni de la Década, ni de la Treintena.

Entonces ¿por qué, como antes dije, los doce Eones menores tendrían que estar figurados por los Apóstoles, y sin embargo no hay ninguna figura de los Eones de más categoría, de los que aquéllos emanaron? Y si los doce Apóstoles fueron elegidos como imágenes de los doce Eones, también debieron emitirse setenta Eones más, para que quedaran representados por los otros setenta discípulos; por consiguiente, que ya no anden predicando que fueron emitidos treinta Eones, sino ochenta y dos. Pues si aquel que eligió a los doce Apóstoles lo hubiese hecho como tipo y figura de los Eones del Pléroma, no habría elegido a doce para representar a unos, excluyendo a otros; sino que hubiera hecho el esfuerzo por mantener la imagen y mostrar el tipo de todos los Eones que están en el Pléroma.

21,2. No podemos callar acerca de Pablo, sino que debemos exigirles que nos digan de qué tipo de Eón él es figura. Tal vez digan que del Salvador, que resultó de la contribución de todos, pues le llaman el Todo porque todos lo formaron. Esto se parece mucho a lo que de modo más brillante expresó Hesíodo hablando de Pandora (187): la llamó "regalo de todos", porque todos los dioses pusieron en ella el mejor de sus dones (188). Se puede afirmar con motivo que de éstos (herejes) se dijo: "Hermes ha puesto en sus corazones palabras seductoras y costumbres dolosas" (189), para atraer a la gente sin cerebro a fin de que crean en sus mentiras.

La Madre, o sea Leto, los movió en secreto -por eso en griego se la llama Leto, porque en secreto impulsó a los seres humanos-, sin que lo supiese el Demiurgo, (781) para hacerles anunciar profundos e inefables misterios dirigidos a todos aquellos que tienen orejas curiosas (2Tm 4,3). Y no sólo Hesíodo habla de esta obra misteriosa que realizó la Madre de esos herejes, sino que también lo dice Píndaro en sus poemas. Lo hizo de manera sutil, para ocultar al Demiurgo, cuando habla de Pélope, cuya carne el padre partió en pedazos para que, recogiéndolos los varios dioses, con ellos construyeran a Pandora. Aguijoneados por su Madre, también los herejes repiten lo mismo que dicen los griegos, pues son de la misma raza y con ellos participan del mismo espíritu.

(187) HESIODO, Los trabajos y los días 81.

(188) San Ireneo trata de explicar la etimología del nombre Pandora, que significa "todos los dones".

(189) HESIODO, Los trabajos y los días, 77.

3.2.10. El sinsentido de sus números


222
22,1. Ya hemos demostrado que su número treinta cae por los suelos, porque a veces inventan menos Eones, otras veces más, como habitantes del Pléroma. No son, pues, treinta Eones, ni el Salvador se hizo bautizar a los treinta años para significar de modo misterioso que los Eones son treinta: si así fuera, el mismo Salvador sería el primero al que echarían del Pléroma de los Eones.

También dicen que él sufrió el duodécimo mes, pues la pasión tuvo lugar después de un año de predicación tras su bautismo, y para probarlo fuerzan el texto del profeta que escribió: "Para proclamar el año de gracia del Señor y el día de la retribución" (
Is 61,2 Lc 4,19). Pero esos ciegos que pretenden haber llegado a las profundidades del Abismo, no saben a qué llama Isaías "año de gracia del Señor" y "día de la retribución". Porque ni se refiere a un día de doce horas, ni a un año de doce meses; pues los profetas muchas veces hablaron en parábolas y alegorías, y no en el sentido literal que captan los oídos, como ellos mismos confiesan.

22,2. El llama "día de la retribución" al día del juicio, en que el Señor juzgará a cada uno según sus obras (Rm 2,6 Mt 16,27). Y "año de gracia del Señor" a este tiempo, en el cual el Señor llama a quienes creen en él y se hacen agradables a Dios; es decir, (782) al tiempo que media entre su venida y la consumación, en la cual cortará los frutos de los que serán salvos. Según dicen ellos, se seguiría que el profeta mintió acerca del día de la retribución, si se refiere a que el Señor sólo predicó durante un año; pues ¿dónde se halla durante ese tiempo el día de la retribución? Porque pasó todo ese año, y no llegó el día de la retribución; sino que todavía "hace salir su sol sobre los buenos y malos, y hace llover sobre los justos e injustos" (Mt 5,45). Los justos aún sufren persecución, angustias y muerte; en cambio muchos pecadores viven en la abundancia, "beben acompañados de la lira y la cítara, sin atender a las obras del Señor" (Is 5,12). Según el texto citado, ambas cosas debían estar unidas: "Para proclamar el año de gracia del Señor y el día de la retribución". Bien podemos, pues, entender como "año de gracia" este tiempo en el que el Señor nos llama y salva; ya llegará "el día de la retribución", es decir, el juicio.

Pablo y el profeta no sólo llaman "año" a este tiempo, sino también lo llaman "día", cuando el Apóstol, comentando la Escritura, escribe a los romanos: "Como está escrito: Por ti sufrimos la muerte todo el día, y se nos tiene por ovejas para el matadero" (Rm 8,36 Ps 44,23). Con la expresión "todo el día" se refiere a este tiempo, en el cual sufrimos persecución y se nos mata como ovejas. Pues bien, así como este "día" no quiere decir el de doce horas, sino todo el tiempo en el cual sufren la persecución y la muerte por Cristo quienes en él creen, tampoco en el texto al que nos referimos, el "año" quiere decir doce meses, sino todo el tiempo que dura la fe, en el cual quienes escuchan la predicación creen y agradan a Dios, y por eso se unen a él.

3.2.11. Jesús celebró tres Pascuas


22,3. Verdaderamente causa admiración lo que dicen acerca del modo como han hallado las honduras de Dios (1Co 2,10). Porque no han investigado en el Evangelio para ver cuántas veces el Señor, después del bautismo, subió a Jerusalén durante la Pascua, según la costumbre de los judíos, que cada año iban (783) de todas las regiones para congregarse en Jerusalén y celebrar ahí la fiesta de la Pascua. Por primera vez subió para celebrar la Pascua cuando convirtió el agua en vino, en Caná de Galilea (), de la cual está escrito: "Muchos creyeron en él viendo las señales que hacía" (Jn 2,23), como recuerda Juan, el discípulo del Señor. En seguida se retiró, y lo hallamos en Samaria, conversando con la Samaritana (Jn 4,1-42), y curando desde lejos al hijo del centurión, cuando dijo: "Ve, tu hijo vive" (Jn 4,50). Después de esto subió por segunda vez a Jerusalén para la fiesta de Pascua (Jn 5,1), cuando curó al paralítico que había estado sentado treinta y ocho años junto a la piscina, mandándole que se levantara, cargara con su camilla y se pusiese a caminar (Jn 5,2-15), y en seguida atravesó el lago Tiberíades, donde sació con cinco panes a la muchedumbre que lo había seguido, a tal punto que sobraron doce canastos de fragmentos (Jn 6,1-13). Después que resucitó a Lázaro de entre los muertos (Jn 11,1-44) y los judíos lo atacaron, se retiró a una ciudad de Eprén (Jn 11,47-54), y en seguida, como está escrito, "seis días antes de la Pascua fue a Betania" (Jn 12,1), y más tarde subió de Betania a Jerusalén (Jn 12,12), donde comió la Pascua y al día siguiente murió. Estas tres pascuas no caben en un año, como todo mundo puede verlo. Y el mes en el que el Señor padeció, no fue el duodécimo, sino el primero; porque esos que presumen de saberlo todo, no han aprendido lo que Moisés mandó (Ex 12,2 Lv 23,5 Nb 9,5). De esta manera queda al desnudo la falsedad de su interpretación sobre los doce meses del año, y deben renunciar o a sus teorías o al Evangelio: siendo esto así, ¿cómo pudo el Señor haber predicado sólo un año?

3.2.12. Jesús Maestro


22,4. Tenía treinta años cuando recibió el bautismo, edad que es la perfecta para un maestro. En seguida se dirigió a Jerusalén, donde se le llamó "Maestro": no es que no fuese lo que parecía, como ellos inventan: que lo fue sólo en apariencia; sino que se manifestó como era. Siendo, pues, el Maestro, tenía la edad apropiada para un maestro. (784) El no rechazó ni reprobó al ser humano, ni abolió en sí la ley del género humano, sino que santificó todas las edades al asumirlas en sí a semejanza de ellos. Porque vino a salvar a todos: y digo a todos, es decir a cuantos por él renacen para Dios, sean bebés, niños, adolescentes, jóvenes o adultos. Por eso quiso pasar por todas las edades: para hacerse bebé con los bebés a fin de santificar a los bebés; niño con los niños, a fin de santificar a los de su edad, dándoles ejemplo de piedad, y siendo para ellos modelo de justicia y obediencia; se hizo joven con los jóvenes, para dar a los jóvenes ejemplo y santificarlos para el Señor; y creció con los adultos hasta la edad adulta, para ser el Maestro perfecto de todos, no sólo mediante la enseñanza de la verdad, sino también asumiendo su edad para santificar también a los adultos y convertirse en ejemplo para ellos. En seguida asumió también la muerte, para ser "el primogénito de los muertos, y tener el primado sobre todos" (Col 1,18), el iniciador de la vida (Ac 3,15), siendo el primero de todos y yendo adelante de ellos (190).

22,5. En cambio ellos, para probar su invención con lo que dice la Escritura: "Para proclamar un año de gracia del Señor", dicen que (el Señor) sólo predicó un año, y que en el duodécimo mes padeció. No advierten cómo se contradicen, pues disuelven su propia base cuando le niegan la edad más necesaria y honorable, en la cual como hombre más maduro podía enseñar a todos. ¿Cómo podía tener discípulos si no enseñaba? ¿Y cómo podía enseñar no teniendo la edad propia del maestro? Cuando se acercó al bautismo no había cumplido los treinta años, sino que estaba cercano a ellos, y empezó cuando tenía cerca de treinta años, como Lucas indicó: "Jesús, al iniciar, tenía alrededor de los treinta años" (Lc 3,23) cuando fue para ser bautizado.

Si predicó sólo durante un año, entonces padeció cuando tenía treinta cumplidos, todavía joven y sin alcanzar la edad madura. Porque, como todo mundo sabe, la edad adulta empieza apenas a los treinta, cuando el hombre todavía es joven, y se extiende hasta los cuarenta años. (785) Luego, de los cuarenta a los cincuenta, va declinando hacia la vejez. Esta edad tenía el Señor cuando enseñaba, como dicen el Evangelio y todos los presbíteros de Asia que, viviendo en torno a Juan, de él lo escucharon (191), puesto que éste vivió con ellos hasta el tiempo de Trajano. Algunos de ellos vieron no sólo a Juan, sino también a otros Apóstoles, a quienes han escuchado decir lo mismo. ¿A quién tenemos que creer? ¿A estos testigos, o a Ptolomeo, que nunca conoció a los Apóstoles, y que ni en sueños siguió sus huellas?

22,6. Los judíos que disputaban con el Señor Jesucristo dieron a entender claramente lo mismo. Pues cuando el Señor les dijo: "Abraham vuestro Padre se alegró al ver mi día: lo vio y se alegró. Ellos le respondieron: Aún no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abraham?" (Jn 8,56-57). Esto se dice de una persona que ya ha cumplido los cuarenta y que, sin haber aún llegado a los cincuenta, sin embargo ya no está en los treinta. Porque si aún estuviera en los treinta, le hubiesen dicho: "Aún no tienes cuarenta años". Pues si ellos querían mostrarlo como mentiroso, no habrían extendido mucho la franja de la edad que adivinaban en él; sino que hablaban de una edad de la que estaban seguros, si es que conocían los registros del censo, o bien calculando por la edad que manifestaba, y así sabían que tenía más de cuarenta, pero ciertamente que no tenía treinta años. Es, en efecto, impensable, que ellos erraran con veinte años, si querían hacerlo ver más joven que los tiempos de Abraham. Ellos hablaban de lo que veían, y lo que veían no era una apariencia, sino la verdad. No estaba, pues, muy lejos de los cincuenta años, y por eso le decían: "Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?" Por consiguiente, (786) ni predicó sólo un año, ni murió al duodécimo mes. El tiempo recorrido entre los treinta y los cincuenta años de ningún modo puede ser un año; a menos que atribuyan unos años tan largos a los Eones que están acomodados en los escalafones del Pléroma al lado del Abismo, de los cuales el poeta Homero dijo, inspirado en la Madre de su error: "Los dioses estaban sentados junto a Zeus, compartiendo sobre un piso de oro" (192).

(190) El Primogénito no es entre muchos hermanos el primer nacido en orden temporal, sino el "primero entre los nacidos", el que los precede y va delante de ellos. Así Cristo es el primero en morir y resucitar por nosotros, por eso es el Primogénito de muchos hermanos, a fin de que nosotros lo sigamos: ver III, 16,3; IV, 20,2; 24,11; V, 31,1; D 38. Antignóstico: esto supone su carne verdadera, para que en verdad haya muerto y resucitado, de donde depende nuestra vida. En D 39 señala una tripre primogenitura de Cristo: primogénito del Padre, de la Virgen, de los muertos.

(191) Llama "presbíteros" a los discípulos de los Apóstoles en varios pasajes: ver IV, 49,1; V, 5,1; 30,1; 36,1-2; D 3.

(192) HOMERO, La Ilíada 4,1.

3.2.13. Sobre su interpretación de la hemorroísa


223
23,1. Acerca de aquella mujer que sufría del flujo de sangre y tocó la orla del manto del Señor y quedó curada (
Mt 9,20-23), es clara la ignorancia de los herejes, pues enseñan que ella significa la duodécima Potencia que fluye hasta el infinito, es decir el duodécimo Eón. En primer lugar, ya hemos demostrado que según esa secta, tal Eón no es el duodécimo, sino el décimo tercero. Mas, aun cuando admitiéramos que los Eones son doce, dicen que los primeros once permanecieron sin caer en la pasión, pero cayó el duodécimo. En cambio aquella mujer fue curada en el año duodécimo, lo cual quiere decir que sufrió durante los once anteriores, y en el duodécimo fue sanada. Tal vez si dijeran que los once primeros Eones la sufrieron y sólo el duodécimo se vio libre de ella, tal vez podrían alegar que esa mujer es su signo. Pero como sufrió once años y fue sanada el duodécimo, ¿cómo puede ser tipo de los doce Eones, de los cuales once jamás cayeron en pasión, y sólo la sufrió el duodécimo? Algunas veces un tipo o imagen difiere en la materia o en la naturaleza de las cosas, pero al menos se debe conservar la semejanza en el uso o en las líneas generales, para que con su presencia pueda de algún modo llevar la mente a aquellas cosas que no están a la vista.

23,2. (Los Evangelios) no sólo narran los años que esta mujer padeció, (787) y que ellos fuerzan para aplicarlos a su teoría, sino también los dieciocho que otra mujer sufrió la enfermedad y fue curada, de la que dice el Señor: "A esta hija de Abraham a la que Satanás tuvo atada por dieciocho años, ¿no convenía librarla en sábado?" (Lc 13,16). Pues si aquélla era el tipo del duodécimo Eón que sufrió, esta tendrá que serlo del décimo octavo Eón que también debió padecer. Pero ellos no pueden decirlo, porque entonces su primera y primigenia Ogdóada tendría que contarse entre los Eones que la sufrieron. Pero también se habla de aquel paralítico que sufrió treinta y ocho años: que también enseñen los padecimientos del trigésimo octavo de sus Eones. Porque, si ellos andan diciendo que cuanto el Señor hizo es tipo de las realidades del Pléroma, deben en todo conservar este criterio. Pero ni a la mujer curada después de dieciocho años, ni al hombre sanado después de treinta y ocho pueden ellos adaptarlos a sus invenciones. Es, pues, del todo absurdo y fuera de lugar decir que en unas ocasiones el Salvador mantuvo la imagen y en otras no. De todo lo anterior se sigue que nada tiene de verosímil todo el asunto de la mujer como tipo de los Eones.

3.2.14. Su numerología bíblica


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24,1. Igualmente se ve la falsedad de su exégesis y la incongruencia de sus invenciones en el hecho de que tratan de sacar argumentos unas veces de los números, (788) otras de los números de sílabas en una palabra, otras del número de letras en una sílaba, y otras más de los números que se indican por las letras griegas. Este modo de probar descubre claramente el desconcierto, la confusión y la falta de solidez de su enredada gnosis. Toman el nombre de Jesús en griego, aunque pertenece a otra lengua, y dicen que es "el emblema" (193), porque tiene seis letras. Otras veces lo llaman la "Plenitud de la Ogdóada" porque suma el número ochocientos ochenta y ocho. Mejor callan sobre el nombre de Sotèr, es decir el Salvador, porque la suma de sus letras griegas no les sirve para sus engaños. Pero, si por disposición del Padre, los nombres del Señor hubiesen sido elegidos por la Escritura para significar los números del Pléroma, el Sotèr, un nombre que aparece en la Escritura en griego, tendría también que revelar con sus letras el misterio de los números del Pléroma. Pero no es así, porque consta de cinco letras, cuyo valor numérico es de mil cuatrocientos ocho. Y este número en nada concuerda con su Pléroma. Por consiguiente, ninguna base tienen sus alegatos sobre el influjo de los números en el Pléroma.

24,2. Como indican los conocedores hebreos, el nombre de Jesús en su lengua consta de dos letras y media, y significa "el Señor que contiene el cielo y la tierra" (194); (789) porque, en el antiguo hebreo, Jesús indica el cielo, y la tierra se dice sura usser. Luego la palabra que contiene el cielo y la tierra es Jesús. Por consiguiente es falso el significado que le atribuyen ellos, y el número de sus letras claramente se opone a su doctrina. Porque según su propia lengua, la palabra Sotèr consta de cinco letras, en cambio en hebreo la palabra Jesús tiene dos letras y media. De ahí que se les esfuma su cálculo de ochocientos ochenta y ocho.

(790) Las letras del alfabeto hebreo no concuerdan en número con las letras griegas, lo cual sería indispensable, siendo el hebreo más antiguo y excelente, para salvar el significado de los números. Porque las letras originales del hebreo más antiguo que usaban los sacerdotes son 10, pero se escriben 15 por las que se les han añadido a las primeras. (791) Tómese en cuenta, además, que unos escriben las palabras de izquierda a derecha, como hacemos nosotros, en cambio los otros cambian el orden de derecha a izquierda (195).

Pero si es verdad lo que dicen, que Cristo fue emitido por todos los Eones para corregir y consolidar el Pléroma, entonces debió tener un nombre que significara los Eones del Pléroma. Así también el Padre, tanto por sus letras como por el número que suman, debería contener el número de los Eones que emitió. Lo mismo se diga del Abismo, del Unigénito, y sobre todo de aquel nombre que está sobre todo nombre, que es el de Dios, del cual afirma Baruc que también consta de dos letras y media. Pero si los nombres más importantes tanto en hebreo como en griego no se acomodan a sus invenciones, ni por sus letras ni por el número que ellas significan, es evidente, como también en los demás casos, que su interpretación es incongruente.

24,3. También eliminan de la Ley algunas partes que convienen a su teoría de los números, para violentarlas y convertirlas en pruebas. Porque si la intención de su Madre o del Salvador era mostrar por medio del Demiurgo el modelo de las realidades del Pléroma, lo habría hecho eligiendo como figuras las cosas más verdaderas y santas, y ante todo el Arca de la Alianza, para la cual se construyó la Tienda del Testimonio. Porque se fabricó de dos codos y medio de longitud, un codo y medio de anchura y un codo y medio de altura (
Ex 25,10). (792) Ellos dejan de lado este número de codos, aunque de un modo muy especial debería mostrarse como figura, porque no conviene a sus inventos. Tampoco el propiciatorio les sirve a sus doctrinas (Ex 25,17). Ni la mesa para los panes de la proposición, que tenía dos codos de longitud, un codo de anchura y uno y medio de altura (Ex 25,23). Todas estas cosas, las más santas de todas, ni siquiera en una de sus dimensiones se ajusta al número de su Cuaterna, ni de su Ogdóada, ni del resto del Pléroma. ¿Y qué decir del candelabro de siete brazos y siete lámparas (Ex 25,31-39)? Si se hubiese fabricado para ser una figura, hubiera debido tener ocho brazos y ocho lámparas para significar la primera Ogdóada que brilla en los Eones e ilumina todo el Pléroma.

Ellos, en cambio, con toda diligencia han contado los diez atrios (Ex 26,1) para hacer de ellos el modelo de los diez Eones; pero ya no las pieles, porque fueron fabricadas en número de once (Ex 26,7). En cambio no han medido las dimensiones de los atrios: cada uno de ellos era de veintiocho codos de longitud (Ex 26,2). Eso sí, han tomado los diez codos de longitud de cada una de las columnas (Ex 26,16) para justificar la Década de Eones. "Y cada una de las columnas medía un codo y medio de grosor": eso ya no lo exponen, ni el número total de las columnas ni de sus travesaños (Ex 26,16-28), porque no se adaptan a sus pruebas. ¿Y dónde queda el aceite con el que se consagró el tabernáculo? (793) Tal vez se le ocultó al Salvador, o cuando su Madre estaba dormida el Demiurgo decidió lo que cada uno había de pesar por su cuenta. Tampoco se adaptan a su Pléroma los quinientos ciclos de mirra, los quinientos de grasa, los doscientos cincuenta de canela, los doscientos cincuenta de cañas perfumadas, y sobre todo el aceite, que debe estar compuesto por mezcla de cinco elementos (Ex 30,23-25). Otro tanto se diga del incienso, fabricado con resina, aroma, gálbano, menta y granos de incienso (Ex 30,34), que ni concuerda con las mezclas que hacen, ni se adapta al peso de sus argumentos.

Por lo tanto es del todo irracional y pedestre que precisamente en las cosas más dignas y sublimes de la Ley no se hallen los modelos; y que en los demás casos, si algún número se adapta a lo que dicen, aseguran que es imagen de las realidades del Pléroma; sobre todo cuando cada número aparece tantas veces en la Escritura, de modo que, al propio antojo, no sólo pueda significar la Ogdóada o la Década o la Docena, sino que es posible sacar cualquier otro número para usarlo como imagen del error que se les ha ocurrido.

24,4. Para que se vea claro que es así, tomemos el número cinco, que en nada concuerda con sus ficciones, (794) ni les sirve como figura para demostrar la realidad del Pléroma, y probémoslo a partir de la Escritura. Sotèr (Salvador) consta de cinco letras, así como Padre y agápe (caridad). El Señor bendijo cinco panes y con ellos alimentó a cinco mil (Mt 14,17). Las vírgenes prudentes, según dijo el Señor, eran cinco, y también cinco las necias (Mt 25,1-13). También fueron cinco las personas que estaban con el Señor cuando el Padre dio testimonio de él, a saber Pedro, Santiago y Juan, junto con Moisés y Elías (Mt 17,1-8). Igualmente el Señor fue el quinto en entrar a donde estaba tendida la niña muerta, para resucitarla, pues está escrito: "A nadie se le permitió entrar, sino a Pedro, a Santiago, al padre y a la madre de la niña" (Lc 8,51). El rico que bajó al infierno tenía cinco hermanos, y pedía que uno de los muertos resucitara para ir a hablarles (Lc 16,19-31). La piscina en la cual el Señor mandó al paralítico que se levantara y se fuera a su casa, tenía cinco pórticos (Jn 5,2-15). La forma de la cruz tiene cinco extremidades: dos a lo largo, dos a lo ancho (795) y uno en medio, donde se clavan los clavos. Cada una de nuestras manos tiene cinco dedos, y tenemos cinco sentidos. También podemos numerar cinco vísceras: el corazón, el hígado, los pulmones, la vejiga y los riñones. El hombre se puede dividir en cinco partes: cabeza, pecho, vientre, piernas y pies. La raza humana pasa por cinco etapas: infancia, niñez, adolescencia, juventud y madurez. Moisés entregó al pueblo la Ley en cinco libros. Cada una de las tablas de la Ley que Dios entregó a Moisés llevaba cinco mandamientos. El velo que cubría el santuario tenía cinco columnas (Ex 26,37). La altura del altar de los holocaustos era de cinco codos (Ex 27,1). Los sacerdotes elegidos en el desierto fueron cinco: Aarón, Nadab, Abiud, Eleazar e Itamar (Ex 28,1). La túnica, el efod y los demás vestidos sacerdotales son cinco; y estaban adornados con oro, jacinto, púrpura, armiño y lino (Ex 28,5). Estaban cinco reyes de los amorreos encerrados en la cueva a quienes Josué, hijo de Navé, hizo que el pueblo les pisara la cabeza (Jos 10,16-27).

Miles de casos más podríamos encontrar, sea de este número, sea de cualquier otro, al gusto de cada uno; sea en las Escrituras, sea en la naturaleza que tenemos ante la vista. Pero no por eso enseñamos que son cinco los Eones superiores al Demiurgo, ni que hay una Quinta a la que consagramos como cuasidivina, ni tratamos de tomarnos el trabajo de probar mediante estas pruebas sin sentido, teorías incongruentes fruto del delirio, ni obligamos a la creación tan bien dispuesta por Dios a moverse miserablemente en la prisión de las figuras de realidades inexistentes, y nos cuidamos de no introducir doctrinas impías y sacrílegas que cualquiera que use un poco su razón puede refutar y dejar al desnudo.

3.2.15. Su numerología de la naturaleza


(796) 24,5. ¿Quién va a admitir que el año tiene 365 días, que consta de doce meses de treinta días porque son figura de los doce Eones, ya que la figura ha de ser semejante a la realidad? En su doctrina, cada Eón es la trigésima parte de todo el Pléroma, y ellos mismos admiten que un mes es la duodécima parte del año. Tal vez si dividieran el año en treinta y el mes en doce, de algún modo podrían presentarlos como figura de su mentira; porque ellos dividen el Pléroma en treinta, y una parte de él en doce; mientras que en la naturaleza el año se divide en doce y una parte en treinta. Fue tonto, pues, el Salvador, cuando hizo que el mes fuese tipo de todo el Pléroma, y el año lo fuese de la Docena del Pléroma. Pues más congruente era que hubiese dividido el año en treinta, como todo el Pléroma, y el mes en doce, según el número de los Eones que habitan en el Pléroma.

Ellos, además, dividen el Pléroma en tres: la Ogdóada, la Década y la Docena. En cambio el año se divide en cuatro: primavera, verano, otoño e invierno. Los meses, que ellos dicen ser tipo de la Treintena, no tienen exactamente treinta días; porque unos meses constan de más días, otros de menos, para poder completar los cinco días que sobran en el año. Ni los días tienen siempre doce horas, sino que varían entre nueve y quince (196). Por lo tanto, no se hicieron los meses de treinta días como figura de los treinta Eones, pues de otro modo deberían tener siempre treinta días bien definidos; ni los días se hicieron de doce horas para que fuesen imagen de los doce Eones, pues en tal caso los días siempre tendrían que dividirse en doce horas.

(797) 24,6. Además, llaman izquierda a la materia y por lo mismo los seres que están a la izquierda tendrán por fuerza que corromperse. En cambio el Salvador habría venido a salvar la oveja perdida (Lc 15,6), haciéndola pasar a la derecha, es decir a la salvación de las noventa y nueve ovejas que no perecieron, sino que se quedaron en el redil. Entonces ellos deben enseñar que las se quedan a la izquierda por fuerza están privadas de salvación (197). En tal caso deben confesar que todo lo que tiene el número inferior debe estar a la izquierda, esto es, en la perdición. Pero las letras de la palabra griega agápe (caridad o amor), según ellos hacen sus cálculos, suman en total noventa y tres, número que quedaría del lado izquierdo. Lo mismo se diga de la verdad, la suma de cuyas letras es sesenta y cuatro. Y en general todos los nombres de cosas santas que no completen el número cien tendrían números de la izquierda: por tanto deberán catalogarlas como materiales y corruptibles.


(193) Epísemon, es decir, el signo, el emblema.

(194) Más bien significa "Yahvé salva", como indica Mt 1,21 Mt 1, San Ireneo recurre a las tres letras hebreas del nombre: I, S, W, iniciales de Iah, Samaim, Wa'rets, que significan "Señor", "cielo" y "tierra".

(195) Traduzco del latín en SC 294, p. 236. Estas dos últimas sentencias en varios manuscritos son incongruentes.

(196) Recuérdese que el número de horas por día se cuenta por el de la luz natural: San Ireneo tiene en mente la diferencia de horarios de invierno y verano.

(197) De este modo las ovejas en el redil suman cien, número perfecto para la salvación.

4. Verdadera y falsa gnosis


Ireneo, Contra herejes Liv.2 ch.14