Ireneo, Contra herejes Liv.3 ch.24

3.11. Conclusiones

3.11.1. La Iglesia y el Espíritu Santo


Hemos también expuesto cómo la predicación de la Iglesia es la misma en todas las regiones, se mantiene igual y se funda en el testimonio de los profetas, de los Apóstoles y de todos los discípulos; y así también (hemos explicado) desde el principio, por sus medios y hasta el fin, el universal proyecto salvífico de Dios, y la obra que realiza todos los días por la salud del hombre, en lo que nuestra fe consiste.

Conservamos esta fe, que hemos recibido de la Iglesia, como un precioso perfume custodiado siempre en su frescura en buen frasco por el Espíritu de Dios, y que mantiene siempre joven el mismo vaso en que se guarda. Este es el don confiado a la Iglesia, como el soplo de Dios a su criatura, que le inspiró para que tuviesen vida todos los miembros que lo recibiesen. En éste se halla el don de Cristo, es decir el Espíritu Santo, prenda de incorrupción, confirmación de nuestra fe, y escalera para subir a Dios. En efecto, "en la Iglesia Dios puso apóstoles, profetas, doctores" (1Co 12,28), y todos los otros efectos del Espíritu. De éste no participan quienes no se unen a la Iglesia, sino que se privan a sí mismos de la vida por su mala doctrina y pésima conducta. Pues donde está la Iglesia ahí se encuentra el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios ahí está la Iglesia y toda la gracia, ya que el Espíritu es la verdad.

3.11.2. Los herejes destruyen su salvación


Por tanto, quienes no participan de él, ni nutren su vida con la leche de su madre (la Iglesia), tampoco reciben la purísima fuente que procede del cuerpo de Cristo. "Cavan para sí mismos cisternas agrietadas" (Jr 2,13), se llenan de pozos terrenos (967) y beben agua corrompida por el lodo; porque huyen de la fe de la Iglesia para que no se les convenza de error, y rechazan el Espíritu para no ser instruidos.

24,2. Enajenándose de la verdad, revolotean de error en error, andan fluctuando, opinando ora de un modo, ora de otro, según las ocasiones, y nunca llegan a afirmarse en una doctrina estable. Prefieren ser sofistas de las palabras, a ser discípulos de la verdad. No están fundados sobre una Piedra, sino sobre arena (Mt 7,24-27) ¡que esconde muchos sepulcros! Por eso se fabrican muchos dioses. Su excusa es decir que andan buscando (¡como ciegos!), pero de hecho nunca encuentran. Blasfeman contra el Demiurgo, o sea el verdadero Dios, que es quien nos concede encontrarlo, creyendo que han encontrado sobre Dios a "otro Dios", "otra Plenitud" y "otra Economía".

3.11.3. Bondad infinita del Dios Creador: providencia y juicio


Nada de extraño que la luz de Dios no los alumbre, pues han deshonrado y despreciado a Dios, sin pensar en absoluto en aquel que por su amor e inmensa benignidad se ha dado a conocer a los hombres. No quiero decir que lo conozcamos en toda su grandeza ni según su substancia (pues nadie lo ha medido ni tocado), pero sí lo suficiente para saber que él nos hizo y plasmó, que sopló su aliento de vida y que nos alimenta con su creación, "que todo lo asentó con su Verbo y lo hizo uno con su Sabiduría" (Ps 33,6). Es decir, conocemos al único Dios verdadero. No es ciertamente ese (Dios) "que no es" en quien ellos sueñan, pensando haber hallado al "gran Dios" a quien nadie puede conocer, que no se comunica con la raza humana ni tiene providencia (293) de las cosas de la tierra. Es el Dios de los epicúreos, que dicen haber hallado a un Dios que ni es útil para nadie, ni tiene providencia de nada.

(293) Lit. "que no administra las cosas terrenas".


325
(968) 25,1. Pues Dios tiene providencia de todas las cosas, por eso se hace presente, guiándolos con su consejo, en aquellos que a su vez tienen providencia de su conducta. Por fuerza aquéllos sobre los cuales recae la providencia y el gobierno, deben conocer a quien los dirige. Al menos así no serán irracionales ni estarán vacíos de la mente, sino que serán sensibles para percibir la providencia de Dios. Por este motivo algunos paganos, menos esclavos de sus pasiones y no tan cerradamente aprisionados en la superstición de los ídolos, aunque débilmente guiados por su providencia, se convirtieron y llegaron a llamar al Demiurgo del universo, Padre de todas las cosas y providente Señor de nuestro mundo.

25,2. Otro error consistió en arrancar al Padre el juicio y el castigo, pensando que ese poder es impropio de Dios. Por eso imaginaron haber encontrado a un Dios "bueno y sin ira", así como a otro Dios "cuyo oficio es juzgar" y "otro para salvar". Esos pobres no se dieron cuenta de que a uno y a otro lo privan de la sabiduría y de la justicia. Pues, si el juez no fuera al mismo tiempo bueno, ¿cómo daría al premio a quienes lo merecen y reprenderá a quienes lo necesitan? Un juez de este tipo no sería ni sabio ni justo. Y si fuese un Dios bueno y únicamente bueno, pero sin juicio para juzgar quiénes merecen esa bondad, un tal Dios no sería ni justo ni bueno, pues su bondad sería impotente; ni podría ser salvador universal si carece de discernimiento.

3.11.4. Error de Marción


25,3. Marción por su parte, al partir a Dios en dos, a los cuales llamó al primero "bueno" y al segundo "justo", acabó matando a Dios desde las dos partes. Porque si el Dios "justo" no es a la vez "bueno", tampoco puede ser Dios aquel a quien le falta la bondad; y por otra parte, (969) si es "bueno" pero no "justo", del mismo modo sufriría que le arrebataran el ser Dios.

¿Y cómo pueden decir que el Padre universal es sabio, si al mismo tiempo no es juez? Pues si es sabio, puede discernir. Ahora bien, discernir supone juzgar, y de juzgar se sigue el juicio con discernimiento justo; pues la justicia lleva al juicio, y cuando un juicio se hace con justicia, remite a la sabiduría.

3.11.5. Dios es sabio, bueno y justo


El Padre sobrepasa en sabiduría a toda sabiduría angélica y humana; porque es Señor, juez, justo y soberano sobre todas las cosas. Pero también es misericordioso, bueno y paciente para salvar a quienes conviene. No deja de ser bueno al ejercer la justicia, ni se disminuye su sabiduría. Psva a quienes debe salvar, y juzga con justo juicio a quienes son dignos. Ni se muestra inmisericorde al ser justo, porque lo previene y precede su bondad.

25,4. El Dios benigno "hace salir su sol sobre todos y llueve sobre justos y pecadores" (
Mt 5,45). Juzgará por igual a cuantos recibieron su bondad, mas no se comportaron de manera semejante según la dignidad del don recibido, sino que se entregaron a placeres y pasiones carnales en contra de su benevolencia, muchas veces hasta llegar a blasfemar contra aquel que los hizo objeto de tantos beneficios.

3.11.6. Platón conoció a Dios


25,5. Platón, en comparación con éstos, es más religioso. Confesó a Dios justo y bueno, con poder universal y con oficio de juzgar. En efecto, escribe: "Dios, como dice la antigua tradición, tiene en su mano el inicio, (970) el medio y el fin de todas las cosas, en todo obra rectamente, envolviendo todo por naturaleza. Siempre lo sigue la justicia vengadora de cuantos violan la ley divina". (294) En otro lugar muestra al Creador y Demiurgo del universo, en toda su bondad: "En el que es bueno, jamás brota ninguna envidia de nadie". (295) Pone la bondad de Dios como principio y origen de la creación del mundo, no "la ignorancia" ni "los lamentos y clamores de la Madre", ni "otro Dios y Padre".

(294) PLATON, De las leyes 4.

(295) PLATON, Timeo 3.

Conclusiones


4.1. Contra los gnósticos


25,6. ¡Con razón su "Madre" llora por los inventores de tales fantasías! "Tales mentiras son dignas de retumbar en sus cabezas", porque su "Madre" se halla "fuera de la Plenitud" (¡es decir, fuera del conocimiento de Dios!), y su colección (de hijos) es "un aborto deforme y sin belleza" (¡pues nada han aprendido de la verdad!); "están asentados en la sombra y el vacío" (¡pues su doctrina está vacía y llena de sombras!), y "Horus no le permitió entrar en el Pléroma" (¡pues el Espíritu no los recibió en su descanso!). Su "Padre", al engendrar "la ignorancia", hizo brotar en ellos "las pasiones" de la muerte. Nosotros no tratamos de calumniarlos, pues ellos mismos lo afirman, lo predican, se glorían de estas doctrinas. Se enorgullecen de tener una "Madre" que, dicen ellos, nació "sin Padre" (¡o sea sin Dios!), "una Mujer brotada de Mujer" (¡en otras palabras, error de error!)

4.2. Oración por ellos


25,7. Por nuestra parte, oramos por que no caigan en el pozo que ellos mismos han cavado; sino que se aparten (971) de su "Madre", salgan del "Abismo", renuncien al "Vacío" y a la "Sombra", y se conviertan para nacer a la Iglesia de Dios, a fin de que Cristo se forme en ellos, y conozcan al Creador y Demiurgo de todas las cosas como al único Dios y Señor. Al orar de esta manera por ellos, los amamos más de cuanto ellos piensan amarse a sí mismos. Y porque nuestro afecto es verdadero, puede servir para su salvación, si es que quieren aceptarlo. Es como una medicina dolorosa que desprende las costras superficiales de la carne herida: (972) este afecto les arranca el orgullo y la vanagloria. Por eso no nos cansará seguir con todas nuestras fuerzas tendiéndoles la mano.

En el próximo libro continuaremos haciendo aflorar las palabras del Señor, acerca de estos temas, por ver si con la doctrina de Cristo podemos convencer a algunos de que se aparten de su error y renuncien a blasfemar contra su Demiurgo, que es el único Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.


400

LIBRO IV: LAS ESCRITURAS ANUNCIAN A UN SOLO DIOS Y PADRE

Prólogo


(973) Pr 1 querido hermano, te envío el cuarto libro de la obra que te prometí, acerca de la Exposición y refutación de la falsa gnosis. Por medio de las palabras del Señor hemos confirmado lo que anteriormente hemos dicho, a fin de que también tú, como pediste, recibas de nuestra cosecha todos los argumentos para confundir a los herejes; y para que, una vez refutados, ya no les permitas volver a caer en el abismo (296) del error ni ahogarse en el mar de la ignorancia; sino que, volviéndose al puerto de la verdad, puedan lograr su salvación.

Pr. 2. Si alguien desea convertirlos, conviene que con toda diligencia se informe de sus argumentos: pues ningún médico es capaz de curar a un enfermo si antes no conoce el mal que padece. Quienes nos precedieron, aun cuando eran mejores que nosotros, no pudieron refutar de modo suficiente a los valentinianos, porque ignoraban sus enseñanzas, que nosotros hemos expuesto con esmero en el primer libro, en el cual también mostramos cómo su doctrina recapitula todas las herejías. Por igual motivo en el segundo libro los tomamos como el blanco de toda nuestra refutación: (974) quien los rebata de modo correcto, también derrocará a todos los que proponen un falso conocimiento. Echándolos por tierra a ellos, al mismo tiempo derrumbará toda herejía.

Pr. 3. Su doctrina es más blasfema que cualquier otra, como hemos demostrado, porque afirman que el único Dios, Creador y Demiurgo, proviene del desecho. También blasfeman contra nuestro Señor, al dividir y separar a Jesús de Cristo, a Cristo del Salvador, al Salvador del Verbo y al Verbo del Unigénito. Y así como dicen que el Demiurgo es fruto del desecho, así también enseñan que Cristo y el Espíritu Santo fueron emitidos a causa de la penuria, y que el Salvador es producto de los Eones emitidos por la penuria. Como se ve, nada hay en ellos sino blasfemia. En el libro anterior demostré, contra todos ellos, la doctrina de los Apóstoles; pues "los que desde el principio fueron testigos y llegaron a ser servidores de la Palabra" (Lc 1,2) de la Verdad, no sólo jamás pensaron de esta manera, sino que nos enseñaron a huir de tales argucias, pues con ayuda del Espíritu supieron de antemano que habría quienes sedujeran a los más simples.

(975) Pr 4 la serpiente sedujo a Eva, prometiéndole lo que ni siquiera ella tenía (Gn 3,4-5), así éstos (los gnósticos) pretendiendo tener un mayor conocimiento de los misterios inefables, y prometiendo la comprensión que dicen hallarse en el Pléroma, arrastran a los fieles a la muerte; los hacen apóstatas de aquel que los creó. En aquel primer momento el ángel apóstata, provocando por la serpiente la desobediencia de los hombres, pensó que el asunto quedaría oculto al Señor: por eso Dios le dio la forma y nombre que tiene. Mas ahora, en estos últimos tiempos, el mal se extiende entre los hombres, no sólo haciéndolos apóstatas; sino que, mediante muchas invenciones, los ha hecho blasfemar contra el Creador; quiero decir, por medio de todos los herejes de los que he hablado. Pues todos ellos, aunque provienen de diversas partes y enseñan doctrinas diversas, sin embargo concuerdan en el mismo fin blasfemo, hiriendo letalmente, enseñando a blasfemar contra el Dios que nos ha creado y nos sustenta, y destruyendo nuestra salvación. El hombre está compuesto de alma y carne, la cual fue formada a semejanza de Dios (297) y plasmada por sus manos (298), eso es, por el Hijo y el Espíritu, a los cuales dijo: "Hagamos al hombre" (Gn 1,26). La intención de aquel que atenta contra nuestra vida es hacer de los hombres unos incrédulos y blasfemos contra su Creador. Todas las proclamas de los herejes en último término se reducen a blasfemar contra el Demiurgo y a destruir la salvación de la carne, creatura de Dios, por la cual, como hemos demostrado, el Hijo de Dios de muchas maneras llevó a cabo la Economía. También hemos probado por las Escrituras que a ningún otro se le llama Dios, excepto al Padre universal, al Hijo y a aquellos que han recibido la filiación adoptiva.

(296) Nótese la ironía de San Ireneo: para los valentinianos, el Abismo es el Protopadre y el origen de todo el Pléroma. El es, precisamente, el Protopadre y origen del abismo de su error.

(297) La versión latina dice que el hombre (alma y carne) fue formado a imagen de Dios. La retroversión griega (inspirada en el texto armenio: ver Introd. en SC 100*, p. 190, nota a p. 391,1), dice que "el hombre está compuesto de alma y carne" y que ésta (la carne) "fue formada a imagen de Dios", siguiendo la misma pauta antignóstica de V, 6,1.

(298) Tomó esta imagen del Antiguo Testamento (Jb 10,8 Ps 8,7 Ps 119,73 Sg 3,1), pero dándole un nuevo sentido, para convertirla en una de las primeras imágenes del mundo físico que sirvieron para, de algún modo, ilustrar el misterio de la Trinidad, no sólo en la obra de la creación, sino en toda la Economía. (Regresar

1. Unidad de los dos Testamentos


1.1. Un solo Dios, Creador y Padre



401
1.1.1. Según las palabras de Jesús


1,1. Queda, pues, firme sin discusión, que el Espíritu, hablando en propia persona, no ha llamado Dios y Señor a nadie más sino al Dios Soberano de todas las cosas, con su Verbo; así también aquellos que reciben el Espíritu de adopción, es decir, quienes creen en el único Dios verdadero y en Jesucristo Hijo de Dios. De modo semejante, el Apóstol no llama Dios y Señor a otros fuera de éstos; y lo mismo nuestro Señor, el cual nos mandó no proclamar Padre a ningún otro sino al que está en los cielos, al único Dios y Padre. (976) No es como los engañadores sofistas enseñan, que por naturaleza es Dios y Padre aquel que ellos han inventado; mientras que el Demiurgo no sería ni Dios ni Padre por naturaleza, sino que así se le denominaría con lenguaje figurado porque domina la creación. De este modo hablan los logistas depravados que fabrican ilusiones sobre Dios, descuidando la doctrina de Cristo, poniéndose a hacer sus propias cábalas acerca de la Economía de Dios. Pues ellos pretenden tener a sus Eones por Dioses, Padres y Señores, así como a los Cielos, junto con la Madre que han inventado, a la cual también llaman Tierra y Jerusalén, y pretenden aplicarle mil nombres.

1,2. ¿Quién puede dudar de que, si el Señor hubiese conocido muchos padres y dioses, no habría enseñado a sus discípulos a reconocer a un solo Dios, y sólo a él llamar Padre? Más bien él distinguió entre los que son llamados dioses en lenguaje figurado, del único Dios verdadero, a fin de que no yerren en su doctrina ni confundan una cosa con otra. En cambio, si además de anunciarnos a un solo Dios al que debemos llamar Padre, también hubiese confesado como Dios y Padre en el mismo sentido a algún otro, parecería que delante de los discípulos enseñaba una doctrina, y aparte él obraba de manera diversa. Entonces no habría sido un maestro bueno, sino falsario y perverso. Los Apóstoles, por su parte, habrían violado el mandamiento fundamental cuando confesaron Dios, Señor y Padre al Demiurgo, como hemos probado, si éste no fuese el único Dios y Padre. Y el Maestro habría sido culpable de su pecado, pues les mandó llamar Padre sólo a uno, y les impuso la obligación de confesar al Creador su Padre, como arriba explicamos.


402
1.1.2. Según las palabras de Moisés


2,1. Moisés, resumiendo toda la Ley que había recibido del Demiurgo en el Deuteronomio, dice: "Prestad oídos, cielos, que hablaré, y escucha, tierra, la palabra de mi boca" (
Dt 32,1). David, a su vez, confesando que del Señor le viene el auxilio, canta: "El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra" (Ps 121,2). Isaías confiesa que la palabra le viene del que hizo el cielo y la tierra, y domina sobre ellos: "Escucha, cielo, y presta oídos, (977) tierra, porque el Señor ha hablado" (Is 1,2), y añade: "Así dice el Señor Dios, el que hizo el cielo y le dio firmeza, el que fundó la tierra y todo cuanto hay en ella, y que da respiración al pueblo que en ella habita y el Espíritu a quienes sobre ella caminan" (Is 42,5).


1.1.3. Los Evangelios confirman las palabras de Moisés


2,2. También nuestro Señor Jesucristo confesó quién es su propio Padre, cuando dijo: "Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra" (Mt 11,25). ¿A quién quieren oírnos llamar Padre aquellos erráticos sofistas de Pandora? ¿Acaso al Abismo que ellos han imaginado? ¿O a la Madre? ¿O al Unigénito? ¿O al Dios que diseñaron Marción y los suyos, el cual con muchos argumentos hemos probado que no es Dios? ¿O más bien, como la verdad enseña, a aquél a quien los profetas anunciaron, al Hacedor del cielo y de la tierra, a quien Cristo confesó su Padre, al que la ley proclamó diciendo: "Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno solo" (Dt 6,4)?

2,3. Que las enseñanzas de Moisés sean palabras de Cristo, éste mismo lo dijo a los judíos, como Juan lo recuerda: "Si creyerais a Moisés, también me creeríais a mí, pues él escribió sobre mí. Mas si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis en mis palabras?" (Jn 5,46-47), indicando que sin duda alguna, las palabras de Moisés son también suyas. En tal caso, las palabras de Moisés y de los demás profetas son de Cristo, como ya probamos. Además, el Señor mismo señaló cómo Abraham respondió al rico acerca de los hombres que entonces vivían: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco le creerán si uno de los muertos resucita para hablarles" (Lc 16,31).

2,4. La parábola del pobre y el rico no es un simple mito; sino que, ante todo, es una enseñanza acerca de que nadie debe dedicarse a los placeres, ni servir a las comodidades del mundo, ni entregarse a las orgías, olvidando a Dios. Pues dice: "Había un rico que vestía de púrpura y lino, y cada día gozaba de espléndidos banquetes" (Lc 16,19). Acerca de este tipo de personas, el Espíritu Santo dijo por Isaías: "Beben vino a la música de las cítaras, los panderos, las liras y las flautas, pero ni miran las obras de Dios, ni contemplan las obras de sus manos" (Is 5,12). A fin de que no caigamos en la misma amenaza, el Señor nos ha mostrado en qué acaban. Pero asimismo da a entender que quienes escuchan a Moisés y a los profetas, creen en aquél (978) a quien ellos anunciaron, el Hijo de Dios que resucitó de entre los muertos y nos da la vida, y enseña que todas las cosas provienen del mismo ser: Abraham, Moisés, los profetas, el mismo Cristo que resucitó de entre los muertos, en el cual creen también muchos que, viniendo de la circuncisión, han escuchado a Moisés y a los profetas cuando predicaban la venida del Hijo de Dios. En cambio quienes los desprecian y dicen que ellos provienen de otra substancia, no reconocen al "primogénito de entre los muertos" (Col 1,18), imaginando por separado al Cristo que permanecería impasible, y al Jesús que ha sufrido.

2,5. Estos no acogen del Padre el conocimiento del Hijo, ni aprenden del Hijo acerca del Padre, aunque éste abiertamente y sin parábolas enseña acerca del Dios verdadero: "No juréis ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey" (Mt 5,34-35). Claramente lo afirma del Demiurgo, como consta por las palabras de Isaías: "El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies" (Is 66,1). Fuera de éste no hay otro Dios; de otro modo el Señor no lo llamaría ni Dios ni el gran Rey, pues tal denominación no admite ni comparación ni grados; ya que a quien tiene sobre sí a otro superior o se halla bajo el poder de otro, no se le puede llamar ni Dios ni gran Rey.

2,6. No pueden afirmar que lo anterior se dijo irónicamente, pues las palabras mismas les probarían que se han dicho en sentido verdadero. Porque quien las dijo era la Verdad, y en verdad reclamó su casa cuando echó de ella a los cambistas y compradores, diciéndoles: "Está escrito: Mi casa se llamará casa de oración, y vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones" (Mt 21,13 Mc 11,17). ¿Qué razón podía tener para hacer y decir lo anterior, y para reclamar su casa, si predicaba a otro Dios? Mas lo hizo a fin de demostrar que ellos habían violado la ley de su Padre. El no condenó la casa ni desautorizó la Ley que había venido a cumplir (Mt 5,17), sino que reprendió a aquellos que abusaban de la casa y transgredían la Ley.

Por eso los escribas y fariseos, que habían empezado a despreciar a Dios desde el tiempo de la Ley, no recibieron a su Palabra, es decir, (979) no creyeron en Cristo. De ellos dice Isaías: "Tus jefes son rebeldes y cómplices de ladrones, ansían regalos, buscan la ganancia, no hacen justicia al huérfano ni hacen caso al pleito de la viuda" (Is 1,23). Jeremías escribe otro tanto: "Los guías de mi pueblo no me conocen. Son hijos insensatos e imprudentes; sabios para lo malo, no conocieron el bien" (Jr 4,22).

2,7. En cambio, cuantos temían a Dios y se preocupaban por su Ley se acercaron a Cristo y se salvaron, como él mismo dijo a sus discípulos: "Id a las ovejas perdidas de Israel" (Mt 10,6). Cuando el Señor permanció por dos días con los samaritanos "muchos de ellos creyeron por sus palabras y decían a la mujer: Ya no creemos por lo que nos has dicho: nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es en verdad el Salvador del mundo" (Jn 4,41-42). Y Pablo dice: "Así se salvará todo Israel" (Rm 11,26). También llamó a la Ley nuestro pedagogo hasta la venida de Jesucristo (Ga 3,24). ¡Que no se culpe a la Ley por la incredulidad de algunos! Pues la Ley a nadie prohibió creer en el Hijo de Dios. Por el contrario, los exhortó diciendo que los seres humanos no pueden salvarse de la antigua mordida de la serpiente (Nb 21,8) si no creen en aquel que, en la semejanza de la carne del pecado (Rm 8,3), levantado de la tierra sobre el madero del martirio, atrajo todo a sí (Jn 12,32) y da la vida a los muertos.


403
1.1.4. Mala interpretación de los sectarios


3,1. Sin embargo, esos malvados dicen: "Si el cielo (980) es el trono de Dios y la tierra su escabel, y si él ha dicho que los cielos y la tierra pasarán (
Lc 21,33), entonces, cuando éstos perezcan, por fuerza perecerá el Dios que sobre ellos se sienta. Por tanto no es el Dios sobre todas las cosas". En primer lugar, no saben lo que trono y escabel significan; ni saben lo que Dios es, sino que lo imaginan como un hombre sentado y limitado por ellos, no como el que todo lo contiene. También ignoran el significado de cielo y tierra. Pablo, en cambio, lo sabía: "Pasa la apariencia de este mundo" (1Co 7,31). David resuelve su problema: "Al principio fundaste la tierra, Señor. El cielo y la tierra son obra de tus manos. Ellos pasarán, pero tú permaneces. Todos envejecen como su ropa, los cambiarás como un vestido, porque cambiarán. En cambio tú eres el mismo y tus años no transcurrirán. Los hijos de tus siervos tendrán donde habitar, y su linaje será por siempre firme" (Ps 102,26-29). De este modo mostró claramente qué es lo que perecerá y quién dura para siempre: Dios con sus siervos. Lo mismo Isaías: "Levantad los ojos al cielo y mirad abajo la tierra; porque el cielo se disipará como el humo y la tierra se usará como un vestido. Sus habitantes morirán como ellos, pero mi salvación durará eternamente y mi justicia no se extinguirá" (Is 51,6).

404 (981) 4,1. Más aún, acerca de Jerusalén y de la casa (299), se atreven a decir que, si fuera la ciudad del gran Rey (Mt 5,35), no habría quedado desierta. Es como si alguno argumentase que, si la paja fuese creatura de Dios, jamás se le arrancarían los granos; y si los sarmientos de la vid hubiesen sido hechos por Dios, no se quedarían privados de los racimos. Mas, como estas plantas no fueron creadas por sí mismas, sino para que en ellas crecieran los frutos, por eso, una vez maduro y arrancado su producto, se les deja y arranca, pues ya no sirven para dar fruto. Algo semejante pasó a Jerusalén: llevaba en sí el yugo de la servidumbre a la cual el hombre había estado sometido; y pues bajo el reino de la muerte no estaba sujeto a Dios (Rm 5,14), fue sometido para hacerlo capaz de quedar libre. Vino entonces el fruto de la libertad que creció, fue cortado y almacenado en el depósito: fueron desenraizados (de Jerusalén) aquellos que pueden dar fruto, para distribuirlos en el mundo. Así dice Isaías: "Los hijos de Jacob germinarán e Israel florecerá, y toda la tierra se llenará de sus frutos" (Is 27,6). Una vez diseminado su fruto por la tierra, justamente fue segada y abandonada la ciudad que en otro tiempo había producido un buen fruto -pues de ella brotaron Cristo según la carne (Rm 9,5) y los Apóstoles-, pero ahora ya no es útil (982) para producir fruto. Cualquier cosa que tenga un inicio temporal, también debe tener un final en el tiempo.

4,2. La Ley comenzó con Moisés y concluyó con Juan. Cristo vino a llevarla a cumplimiento, por eso "la Ley y los profetas hasta Juan" (Lc 16,16). Así también Jerusalén: comenzó en la época de David, y habiendo cumplido el tiempo de su Ley, debía acabarse una vez manifestado el Nuevo Testamento; pues Dios hizo todas las cosas con orden y medida, y ante él nada hay sin proporción ni orden (Sg 11,20). Bien lo expresó quien dijo que el Padre, incontenible en sí mismo, ha sido contenido en su Hijo: pues la medida del Padre es su Hijo que lo contiene. Y como ese plan de salvación era temporal, Isaías dijo: "La Hija de Sion ha quedado abandonada como el cobertizo en una viña y como la cabaña en un pepinar" (Is 1,8). ¿Cuándo quedarían desiertas? ¿No sería cuando le cortaron los frutos y quedaron sólo las hojas, que ya no pueden fructificar?

4,3. ¿Y para qué hablar más de Jerusalén, cuando deberá pasar toda la apariencia de este mundo, una vez que se almacene el fruto en el granero y se eche al fuego la paja? "El día del Señor es como un horno ardiente, y los pecadores serán como paja que arderá el día que está por venir" (Mal 3,19). ¿Y quién es el Señor que ha de venir en ese día? Lo dice Juan el Bautista hablando de Jesucristo: "El os bautizará en el Espíritu Santo y fuego. Tiene el bieldo en su mano para limpiar su era, juntará el fruto en el granero y quemará la paja en fuego inextinguible" (Mt 3,11-12). (983) No es, pues, uno el que crea el trigo y otro la paja, sino uno solo y el mismo. Es él quien los separa, o sea los juzga. Mas el trigo, la paja, los minerales y los animales fueron hechos como son por naturaleza. El hombre fue creado racional, y por ello semejante a Dios, libre en sus decisiones y con un fin en sí mismo; y si alguna vez se convierte en paja y otra en trigo, es por su propia responsabilidad. Por eso se le condena justamente, porque, habiendo sido creado racional, pierde por su culpa la razón, al vivir de modo irracional, opuesto a la justicia de Dios, entregándose a cualquier impulso terreno y sirviendo a todos los placeres, como dice el profeta: "El hombre, cuando recibe honra, pierde el entendimiento, se asemeja a las bestias irracionales" (Ps 49,21).

(299) La casa, es decir el templo. Se refiere al texto que acaba de comentar poco antes: "Mi casa se llamará casa de oración".


405

\C\B1.1.5. El mismo Dios de los profetas


5,1. Dios es, pues, único y el mismo que enrolla el cielo como un libro (Is 34,4) y renueva la faz de la tierra (Ps 104,30): que hizo las cosas temporales para el hombre, a fin de que madurando en ellas diese frutos de inmortalidad; él, por su bondad, produjo las cosas eternas, "para mostrar a los siglos futuros las inenarrables riquezas de su benignidad" (Ep 2,7); que fue anunciado por la Ley y los profetas, y al que Cristo confesó su Padre. Es el mismo Creador, el mismo Dios que está sobre todas las cosas, como dice Isaías: "Yo soy testigo, dice el Señor, y mi siervo al que elegí, para que sepáis, creáis y entendáis que soy yo. Antes de mí no hubo otro Dios, y después de mí no lo habrá. Yo soy Dios y no hay otro salvador fuera de mí. (984) Lo anuncié, y realicé la salvación" (Is 43,10-12). Y también: "Yo, Dios, soy el primero, y soy el mismo entre los últimos" (Is 41,4). Y no lo dice ni en metáfora ni en otro sentido ni por vanagloria: sino porque era imposible conocer a Dios sin Dios; pues Dios nos enseña a conocerlo por su Verbo. Así pues, a quienes no saben esto, y por ello creen haber descubierto a otro Padre, justamente se les podría decir: "Erráis, pues no conocéis las Escrituras ni el poder de Dios" (Mt 22,29).


1.1.6. El mismo Dios de Abraham y de Moisés


5,2. Nuestro Señor y Maestro respondiendo a los saduceos que niegan la resurrección y por eso deshonran a Dios y falsifican la Ley, al mismo tiempo les reveló la resurrección y les manifestó a Dios, diciéndoles: "Erráis porque no conocéis las Escrituras ni el poder de Dios. A propósito de la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que dijo Dios: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?" Y añadió: "No es Dios de muertos sino de vivos" (Mt 22,29-32): en efecto, todos viven por él. Mediante esto les hizo manifiesto que aquel que había hablado a Moisés desde la zarza, y se había revelado el Dios de los padres, él mismo es el Dios de los vivientes. ¿Y quién puede ser Dios de los que viven, sino aquel que es Dios sobre el cual no hay ningún otro Dios? A éste anunció Daniel a Ciro, rey de los persas, cuando diciéndole el rey: "¿Por qué no adoras a Bel?" (Da 14,3), Daniel le dijo: "Porque no adoro ídolos hechos por mano de hombre, sino al Dios vivo que hizo el cielo y la tierra y tiene el poder sobre toda carne" (Da 14,4). Y añadió: "Adoraré a mi Señor y Dios, porque es un Dios viviente" (Da 14,24).

Luego el mismo Dios viviente que adoraron los profetas, es el Dios de los vivientes, y es su mismo Verbo el que habló a Moisés, que reprendió a los saduceos y que dio la resurrección: éste es aquel que a aquellos enceguecidos reveló al mismo tiempo (985) la resurrección y Dios. Porque si no es Dios de muertos sino de vivos, entonces se dice que es también el Dios de los padres que durmieron, y no perecieron sino que sin duda viven en Dios, siendo hijos de la resurrección. Pues el mismo Señor nuestro es la resurrección, según nos dijo: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11,25). Y los patriarcas son sus hijos, pues el profeta ha dicho: "En lugar de tus padres, son tus hijos" (Ps 45,17) (300). Luego el mismo Cristo es, con el Padre, Dios de los vivientes, el que habló a Moisés, el que se manifestó a los padres.

5,3. Lo mismo enseñaba a los judíos: "Vuestro padre deseó ver mi día, lo vio y se alegró" (Jn 8,56). ¿Qué significa esto? "Abraham creyó a Dios y se le reputó como justicia" (Rm 4,3 Ga 3,6). En primer lugar, porque éste es el único Dios, Creador del cielo y de la tierra (Gn 14,22); en seguida, porque multiplicaría su descendencia como las estrellas del cielo (Gn 15,5). Pablo lo expresa diciendo: "Como antorchas en el mundo" (Ph 2,15). Por eso, dejando toda parentela terrena, siguió al Verbo de Dios, peregrinando al lado del Verbo para habitar con él (Gn 22,1-5).

5,4. Justamente, pues, los Apóstoles, descendencia de Abraham, dejando la barca y a su padre, siguieron al Verbo de Dios. Y justamente también nosotros, acogiendo la misma fe que tuvo Abraham, y portando la cruz (986) como Isaac la leña, lo hemos seguido. Pues en Abraham el hombre había aprendido y se había acostumbrado a seguir al Verbo de Dios (301). Abraham había seguido según su fe el precepto del Verbo de Dios, con ánimo dispuesto a entregar a su hijo el amado en sacrificio a Dios; para que así Dios se complaciese en entregar en favor de toda su descendencia, para ser sacrificio de redención, a su Hijo Unigénito y amado.

5,5. Y, como Abraham era profeta y con el Espíritu veía el día de la venida del Señor y la Economía de la pasión, por el cual él mismo como creyente y todos los demás que como él creyeron serían salvos, se alegró con grande gozo. El Dios de Abraham no era el "Dios desconocido" cuyo día él deseaba ver; así como tampoco lo era el Padre del Señor, pues él había conocido a Dios mediante la Palabra, creyó en él, y por eso el Señor se lo reputó como justicia (Gn 15,6). Porque la fe en Dios justifica al hombre. Por eso decía: levanto mi mano al Dios Altísimo que hizo el cielo y la tierra" (Gn 14,22). Quienes sostienen falsas doctrinas tratan de echar por tierra estas verdades, argumentando con alguna frase suelta malinterpretada.

(300) Nótese cómo San Ireneo interpreta este pasaje, en el contexto de que el Verbo (encarnado) que de los antiguos padres ha tomado su ascendencia, por su resurrección se ha manifestado padre para ellos: Cristo es, en su humanidad, hijo de los patriarcas; por su divinidad (como Verbo) se muestra su padre, es decir el autor de la vida.

(301) En varios lugares (ver IV, 21,1 y 25,1) San Ireneo habla de Abraham como del predecesor que inicia e impulsa nuestra fe, y de nuestro original modelo. En este pasaje expresa una idea semejante, aunque con una expresión más bella.


406
Ireneo, Contra herejes Liv.3 ch.24