Ireneo, Contra herejes Liv.4 ch.6

406

1.2. El Hijo revela al único Padre


6,1. El Señor, enseñando a los discípulos acerca de quién es él mismo como Verbo que nos transmite el conocimiento del Padre (302), condena a los judíos que pensaban tener a Dios, mientras despreciaban a su Verbo: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien su Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27 Lc 10,22). Mateo, Marcos y Lucas enseñaron lo mismo. Juan, en cambio, dejó de lado esta sentencia. (987) Por el contrario, esos que se sienten más expertos que los Apóstoles, así retuercen la frase: "Nadie conoció al Padre sino el Hijo, ni al Hijo sino el Padre y aquel a quien el Hijo se lo haya querido revelar", y la interpretan diciendo que nadie conoció al Dios verdadero antes de la venida de nuestro Señor, y por tanto el Dios anunciado por los profetas no sería el Padre de Cristo.

6,2. Mas si Cristo hubiese comenzado a existir cuando se hizo hombre y realizó su venida, y el Padre se hubiese acordado de proveer al bien de los hombres a partir del tiempo de Tiberio César, entonces habría mostrado que su Verbo no estuvo siempre junto con la creación; pero en tal caso no había motivo por qué era necesario que desde aquel momento anunciase un nuevo Dios, sino habría que buscar más bien las causas de un tal descuido y negligencia. Mas ni aun así el problema sería tal y tan grave que nos obligara a cambiar de Dios y que vaciara nuestra fe en el Creador que nos alimenta mediante su creación. Sino que, así como dirigimos al Hijo nuestra fe, así hemos de mantener firme e inamovible nuestro amor al Padre. Esto es lo que bien dijo Justino en su libro contra Marción: "Yo no le habría creído al Señor si me hubiese anunciado a otro Dios distinto de nuestro Creador, hacedor y sustentador. Mas, puesto que del único Dios que hizo este mundo y nos creó, y que contiene y administra todas las cosas, vino a nosotros el Hijo Unigénito para recapitular en sí toda la creación, permanece firme mi fe en él, e inamovible mi amor por el Padre, pues ambas cosas son don de Dios". (303)

6,3. Pero nadie puede conocer al Padre si no se lo revela el Verbo de Dios, esto es el Hijo; ni al Hijo, sin el beneplácito del Padre. Porque el Hijo realiza el beneplácito del Padre: ya que el Padre envía, (988) el Hijo es enviado y viene. Y al Padre, que para nosotros es invisible e indeterminable, lo conoce su mismo Verbo; y siendo aquél inenarrable, éste nos lo da a conocer. De modo semejante, sólo el Padre conoce a su Verbo: así nos reveló el Señor que son estas cosas. Y por eso el Hijo, al manifestarse a sí mismo, revela el conocimiento del Padre. Y el conocimiento del Padre es la misma manifestación del Hijo: pues todas las cosas se nos manifiestan mediante el Verbo. Y para que conociésemos que el Hijo que ha venido es el mismo que da el conocimiento del Padre a quienes creen en él, decía a sus discípulos: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien su Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27 Lc 10,22); enseñándonos a sí mismo y al Padre, así como es, de modo que no recibamos como Padre sino a aquel que el Hijo revela.

6,4. Este es el Creador del cielo y de la tierra (Mt 11,25 Lc 10,21), como lo prueban sus palabras. No es aquel a quien Marción, Valentín, Basílides, Carpócrates, Simón u otros mal llamados Gnósticos inventan como un falso Padre. Porque ninguno de ellos era el Hijo de Dios, como lo era sólo nuestro Señor Jesucristo, contra el cual enseñan su opuesta doctrina cuando se atreven a proclamar un "Dios desconocido". Ellos deberían preguntarse a sí mismos: ¿Cómo puede ser desconocido un Dios a quien ellos conocen? Pues si al menos unos cuantos conocen una cosa, ya no es desconocida. El Señor nunca dijo que el Padre y el Hijo sean del todo desconocidos; pues si así fuese, su venida no tendría sentido. ¿Para qué habría venido? ¿Acaso para decirnos: "No busquéis a Dios, pues como es desconocido no lo encontraréis"? Eso es lo que falsamente andan los valentinianos pregonando, que el Cristo habría dicho a los Eones. Eso es sin duda un engaño. Pues el Señor enseñó que nadie puede conocer a Dios si éste no se lo enseña, es decir, que sin Dios (989) no es posible conocer a Dios; pero la voluntad del Padre es que lo conozcamos. Y lo conocen aquellos a quienes el Hijo se lo revele.

6,5. A este Hijo el Padre ha revelado para manifestarse a sí mismo por él, y para recibir en el eterno refrigerio a los justos que creen en él (pues creer en él significa hacer su voluntad); mas a aquellos que no creen y por eso huyen de la luz, justamente los recluirá en las tinieblas que ellos mismos han elegido para sí. Así pues, el Padre se ha revelado para todos, y para todos ha hecho visible a su Verbo: y al mismo tiempo el Verbo ha mostrado a todos al Padre y al Hijo, cuando se dejó ver de todos, y así es justo el juicio de Dios sobre todos los que igualmente lo han visto pero no han creído igualmente.

6,6. En efecto, el Verbo revela a Dios Creador por medio de la misma creación, al Hacedor del mundo por medio del mundo, al artista Plasmador por medio de los seres plasmados, y por medio del Hijo al Padre que engendró al Hijo. Todos ellos hablan de modo parecido, pero no tienen la misma fe. Así también por medio de los profetas el Verbo se predicó a sí mismo y al Padre. También en este caso todos oyeron lo mismo, pero no todos creyeron igualmente. Y, finalmente, el Padre se manifestó en su Verbo hecho visible y palpable: todos vieron al Padre en el Hijo, aunque no todos creyeron en él. Pues lo invisible del Hijo es el Padre, y lo visible del Padre es el Hijo. Por eso, mientras él estuvo presente, todos lo reconocían como Cristo y lo llamaban Dios. El diablo tentador proclamó al verlo: "Sabemos quién eres, el Santo de Dios" (Mc 1,24 Lc 4,34). Y el diablo tentador le dijo: "Si tú eres el Hijo de Dios" (Mt 4,3 Lc 4,3). Aunque todos veían y nombraban al Hijo y al Padre, sin embargo no todos creían en él. (304)

6,7. Era preciso que todos dieran testimonio de la verdad, para la salvación de los creyentes y condenación (990) de los incrédulos, pues el juicio ha de ser justo para todos, todos han de tener acceso a la fe en el Padre y el Hijo; o sea, todos pueden corroborar el testimonio al recibirlo de todos: los amigos lo recibirán de quienes les son cercanos, y los extraños, de sus enemigos. Pues la prueba verdadera e irrefutable es la que proviene de los signos ofrecidos por los mismos adversarios; ya que éstos, al ver con sus propios ojos lo que ante ellos sucede, dan testimonio de los signos, aunque en seguida tomen una actitud hostil, se vuelvan acusadores y pretendan que no es válido su propio testimonio.

En efecto, no eran distintos el que por una parte se daba a conocer y por otra decía: "Nadie conoce al Padre", sino uno y el mismo. Todas las cosas le han sido sometidas por el Padre (1Co 15,27), y todos dieron testimonio de que es Dios verdadero y hombre verdadero: el Padre, el Espíritu, los ángeles, la creación, los seres humanos, y finalmente la muerte misma (1Co 15,25-26). Pues el Hijo, en servicio del Padre, lleva todas las cosas a su perfección, a partir de la creación hasta el final, y sin él nadie es capaz de conocer a Dios. Pues el Hijo es el conocimiento del Padre y el Padre es quien revela el conocimiento del Hijo, y lo hace por medio del Hijo mismo (305). Por eso el Señor decía: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien su Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27 Lc 10,22). "Se lo quiera revelar" (306). No sólo se refiere al tiempo futuro, como si el Verbo hubiese comenzado a revelar al Padre únicamente cuando nació de María, sino que, en general, se refiere a todo el tiempo. Desde el principio el Hijo da asistencia a su propia creatura, revelando a todos al Padre, según el Padre quiere, cuando quiere y como quiere. Por ello en todo y por todo uno solo es el Padre, uno el Verbo y uno el Espíritu, así como la salvación es una sola para todos los que creen en él.

(302) Nótese la idea de San Ireneo (que implica la perichóresis): al revelarse el Verbo a sí mismo en su carne, en esa misma revelación como Hijo, el Señor revela al Padre (compárese con IV, 6,3.5.7 y V, 16,3). Y ver IV, 6,6: "Pues lo invisible del Hijo es el Padre, y lo visible del Padre es el Hijo".

(303) Se tiene noticia de que Justino escribió este libro, que no se conserva.

(304) Está latente aquí la enseñanza de Santiago: "¿Tú crees que existe un solo Dios? Haces bien; pero también los demonios lo creen y se estremecen" (Jc 2,19).

(305) San Ireneo ve en Cristo la total revelación del Padre, no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo: el Hijo es quien revela al Padre, pero también el Padre revela al Hijo por medio del Hijo mismo. Este es el único plan de salvación de toda la historia, aunque más especialmente manifestado en la Encarnación (ver III, 11,6).

(306) Apocalypse, revelaverit: "lo revelare".


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1.2.1. Es el mismo Dios de Abraham

7,1. Abraham, por consiguiente, por medio del Hijo también conoció al Padre, (991) al Demiurgo del cielo y de la tierra: éste fue a quien confesó Dios. Y aprendió sobre la venida del Hijo de Dios entre los seres humanos, por la cual su posteridad sería como las estrellas del cielo. El deseó ver este día a fin de poder él también abrazar a Cristo; y se alegró, al verlo en forma profética por el Espíritu (
Jn 8,56). Por eso Simeón, uno de sus descendientes, completaba la alegría del patriarca cuando dijo: "Ahora dejas a tu siervo ir en paz, Señor, porque mis ojos han visto tu salvación que preparaste ante todos los pueblos, Luz para la revelación a las naciones y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,29-32). Y los ángeles anunciaron un grande gozo a los pastores que velaban en la noche (Lc 7,10). E Isabel exclamó: "Proclama mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador" (Lc 2,47). (307) De este modo el gozo de Abraham descendió a los de su linaje que velaban, vieron a Cristo y creyeron en él. Pero también a la inversa, el gozo de sus hijos se remontó hasta Abraham, que había deseado ver el día de la venida de Cristo. El Señor dio testimonio de ello: "Abraham, vuestro padre, deseó ver mi día, lo vio y se alegró" (Jn 8,56).

7,2. No lo dijo tanto por Abraham, cuanto para mostrar que todos los que desde el principio conocieron a Dios y profetizaron sobre la venida de Cristo, del mismo Hijo recibieron la revelación, el cual en los últimos tiempos se hizo visible y palpable, y vivió en medio de la raza humana (308). De este modo suscitó de las piedras hijos de Abraham y cumplió la promesa que Dios le había hecho, de multiplicar su linaje como las estrellas del cielo, según predicó Juan Bautista: "Poderoso es Dios para hacer de esas piedras hijos de Abraham" (Mt 3,9 Lc 3,8). Esto es lo que Jesús hizo cuando nos arrancó del culto que rendíamos a las piedras, (992) sacándonos de una dura e inútil parentela, al crear en nosotros una fe semejante a la de Abraham. De esto da testimonio Pablo cuando dice que nosotros somos hijos de Abraham por la semejanza de la fe y la promesa de la herencia (Rm 4,12-13).

7,3. Uno y el mismo es el Dios que llamó a Abraham y le dio la promesa. Es el Creador que por medio de Cristo prepara la ley para el mundo, que son aquellos de entre los gentiles que creen en él. Dice: "Vosotros sois la sal del mundo" (Mt 5,14), esto es, como las estrellas del cielo. Así pues, éste es de quien hemos afirmado que no es por nadie conocido, sino por el Hijo y por aquéllos a quienes el Hijo se lo revelare. Y el Hijo revela al Padre a todos aquellos de quienes quiere ser conocido; y ninguno conoce a Dios sin que el Padre así lo quiera y sin el ministerio del Hijo. Por eso el Señor decía a los discípulos: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Ninguno viene al Padre sino por mí. Si me conociéseis, también conoceríais a mi Padre; pero ya lo habéis visto y conocido" (Jn 14,6-7). De donde es claro que se le conoce por el Hijo, o sea por el Verbo.

7,4. Por eso los judíos se alejaron de Dios, al no recibir al Verbo, creyendo poder conocer al Padre sin el Verbo, esto es, sin el Hijo. No sabían que Dios era quien en figura humana había hablado a Abraham, y luego a Moisés, diciendo: "He visto el sufrimiento de mi pueblo en Egipto, y he bajado a liberarlos" (Ex 3,7-8). Esto es lo que el Hijo, que es el Verbo de Dios, había preparado desde el principio; pues el Padre no había necesitado de los ángeles para la creación ni para formar al hombre, por el cual había hecho el mundo; ni necesitó de su ministerio para hacer lo que realizó para llevar a cabo el designio (de salvación) en favor de los hombres; sino tenía ya determinado un (993) misterio rico e inefable. Pues se ha servido, para realizar todas las cosas, de los que son su progenie y su imagen (309), o sea el Hijo y el Espíritu Santo, el Verbo y la Sabiduría, a quienes sirven y están sujetos todos los ángeles. Por tanto yerran quienes, por motivo de lo que se ha dicho: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo" (Mt 11,27 Lc 10,22), introducen otro Padre desconocido.

(307) Algunos manuscritos antiguos del Nuevo Testamento en versión latina atribuyen el Magníficat a Isabel, como los de la Vetus Latina a, b1, C, V y la versión armena del Adversus Haereses, así como Nicetas de Remesiana, en De Psalmodiae Bono IX,11. En el siglo pasado se lo atribuyeron a Isabel D. Völter, A. Loisy, y a principios de este siglo A. von Harnack. La edición de PG 7, 991 lee: "Sed Maria ait".

(308) Hijos de Abraham no sólo son los israelitas (lo son en el orden físico), sino todos los que aceptan la fe en Cristo, que es la fe de Abraham.: ver IV, 7,2; 5,3; 34,2; V, 32,2; D 35.

(309) En la reconstrucción del texto griego se lee: "Se ha servido ... de su progenie y sus propias manos, o sea el Hijo y el Espíritu Santo". San Ireneo advierte que del Padre provienen el Hijo y el Espíritu Santo, y que el Padre se sirve de éstos como de sus manos para llevar a cabo la creación. Que tanto el Hijo como el Espíritu Santo sean "gennema" (progenie) del Padre, es claro, por ejemplo en IV, 6,6 y 20,3. (Nótese que en siglos posteriores, a partir de la disquisición de Orígenes acerca de la "procedencia" al interior de la Trinidad, ser "progenie" del Padre se reserva al Hijo, como su carácter personal, a diferencia del Espíritu Santo).


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1.2.2. Contra Marción: Abraham se salvó

8,1. Están locos Marción y sus seguidores, los cuales echan fuera de la herencia a Abraham, del cual el Espíritu dio testimonio por medio de muchos, y en especial de Pablo: "Creyó en Dios y se le reputó como justicia" (
Rm 4,3). También el Señor, en primer lugar al suscitarle de las piedras hijos y al multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, pues dice: "Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos" (Lc 13,29 Mt 8,11). Y también cuando dijo a los judíos: "Veréis a Abraham, Isaac y Jacob con todos los profetas en el reino de Dios, mientras vosotros seréis echados fuera" (Lc 13,28). Es claro, pues, que quienes se oponen a su salvación, inventando otro Dios diverso del que hizo a Abraham la promesa, quedan fuera del Reino de Dios y pierden la herencia de la incorrupción; porque desprecian y blasfeman del Dios que introduce en el cielo a Abraham y a su descendencia que es la Iglesia, por medio de Jesucristo, por medio del cual ella ha recibido la adopción y la herencia prometidas a Abraham.


1.2.3. Jesús perfeccionó la Ley


8,2. El Señor actuó en defensa de su descendencia, la liberó del cautiverio y la llamó a la salvación, (994) como dejó claro en la mujer curada (Lc 13,10-13), diciendo a quienes no tenían una fe semejante a la de Abraham: "¡Hipócritas! ¿Acaso alguno de vosotros no desata su buey o su asno en día de sábado y lo lleva a beber? Y a esta hija de Abraham, a quien Satanás tuvo atada durante 18 años, ¿no era conveniente librarla de sus ataduras en sábado?" (Lc 13,15-16). Queda, pues, claro que él libró y devolvió la vida a quienes creían con una fe semejante a la de Abraham, y nada hizo contra la Ley al curarla en sábado. La Ley, en efecto, no prohibía curar a los seres humanos, si incluso se les podía circuncidar en ese día (Jn 7,22-23); más aún, ordenaba a los sacerdotes realizar en ese día su ministerio, y ni siquiera vetaba que se curara a los animales.

La piscina de Siloé con frecuencia curó en sábado, y por eso muchos enfermos se sentaban en sus orillas. En cambio la ley sabática mandaba abstenerse de toda labor servil; es decir, de todo trabajo que se emprende por negocio y con deseo de lucro, o por otro fin terreno. En cambio exhortaba a llevar a cabo las obras del alma, que se realizan por el pensamiento o las buenas palabras para ayudar al prójimo. Por eso el Señor reprendió a quienes injustamente lo acusaban de curar en sábado. De este modo no rompía sino cumplía la Ley, actuando como Sumo Sacerdote que en favor de los seres humanos vuelve propicio a Dios, limpiando a los leprosos, curando a los enfermos y dando su vida, a fin de que el hombre exiliado escape de la condena y sin temor regrese a su heredad.

8,3. La Ley tampoco prohibía alimentarse con la comida que se tenía a la mano, pero sí segar y recoger en el granero. Por eso el Señor, a aquellos que acusaban a sus discípulos de cortar espigas para comer, les dijo: "¿No habéis leído lo que hizo David cuando tenía hambre, (995) cómo entró en la casa de Dios, comió de los panes de la proposición, y les dio a sus acompañantes, aunque sólo a los sacerdotes les es permitido comerlos?" (Mt 12,3-4) Con estas palabras de la Ley excusó a sus discípulos y dio a entender que a los sacerdotes les es lícito actuar libremente. Pues David era sacerdote a los ojos de Dios, aunque Saúl lo persiguiese, pues todos los justos participan del sacerdocio. Sacerdotes son todos los discípulos del Señor que no heredarán aquí campos o casas, sino que siempre sirven al altar. Moisés se refiere a ellos en la bendición a Leví: "El que dijo a su padre y a su madre: No los he visto, el que no reconoce a sus hermanos e ignora a sus hijos, guarda tu palabra y observa tu alianza" (Dt 33,9). ¿Y quiénes son aquellos que han dejado al padre y a la madre y han renunciado a sus parientes por el Verbo de Dios y su alianza, sino los discípulos del Señor? De ellos Moisés dijo: "No tendrán heredad, porque el Señor es su herencia" (Dt 10,9). Y también: "Los levitas sacerdotes y demás miembros de la tribu de Leví no tendrán parte ni heredad en Israel: los sacrificios ofrecidos al Señor serán su posesión y de ellos comerán" (Dt 18,1).

Por eso Pablo decía: "No busco los regalos, sino vuestro fruto" (Ph 4,17). Y como los discípulos del Señor tienen en posesión la herencia levítica, les era permitido, al sentir hambre, comer de los granos: "Pues el obrero merece su comida" (Mt 10,10). Los sacerdotes profanaban el sábado y no cometían delito (Mt 12,5). ¿Por qué no? Porque, cuando estaban en el templo, no atendían a ministerios mundanos, (996) sino del Señor. Cumplían la Ley, no la despreciaban como aquel que fue a traer leña al campamento de Dios y fue justamente lapidado (Nb 15,32-36), pues "todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego" (Mt 3,10 Lc 3,9); y: "A quien violare el templo de Dios, Dios lo destruirá" (1Co 3,17).


409

1.3. El Antiguo Testamento preparó el Nuevo


9,1. Todas las cosas provienen, pues, de un único e idéntico ser (310), es decir, de un único y mismo Dios, como el Señor dijo a sus discípulos: "Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un hombre padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas" (Mt 13,52). No enseñó que uno saca cosas viejas y otro nuevas, sino uno y el mismo. El padre de familia es el Señor soberano de toda la casa paterna, el cual promulga su ley para los siervos indisciplinados, da preceptos adecuados a los libres y justificados por la fe, y entrega su herencia a los hijos.

Llamó a sus discípulos maestros y doctores en lo que toca al Reino de los cielos, como dijo acerca de ellos a los judíos: "He aquí que os envío maestros y doctores, de los cuales a unos mataréis y a otros expulsaréis de las ciudades" (Mt 23,34). Lo viejo y nuevo que se saca del tesoro, puede sin dificultad representar los dos Testamentos: lo viejo, la Antigua Ley, y lo nuevo, la vida según el Evangelio, de la cual David dice: "Cantad al Señor un cántico nuevo" (Ps 96,1 Ps 98,1); e Isaías: "Cantad al Señor un himno nuevo, que parta de esto: Las cumbres de la tierra dan gloria a su nombre, (997) y las islas pregonan su poder" (Is 42,10-12). Jeremías dice, por su parte: "Estableceré un pacto nuevo, no como el que sellé con vuestros padres" (Jr 31,31-32) en el monte Horeb. El mismo y único Padre de familia entregó ambos testamentos, que son la Palabra de Dios, nuestro Señor Jesucristo, habló con Abraham y Moisés, nos restituyó la libertad en una situación nueva y multiplicó la gracia que de él procede.

9,2. "Aquí está uno, dice, mayor que el templo" (Mt 12,6). Mas no se habla de más y menos entre las cosas que no tienen comunión entre sí, y que son de naturaleza contraria y opuesta entre sí; sino entre las que son de la misma substancia, y se comunican entre sí, y difieren sólo en número y grandeza, como el agua respecto al agua, la luz a la luz y la gracia a la gracia. Así es mayor la ley que se dio en la libertad, que la que se dio en la esclavitud: y por ello se difundió no en una nación, sino en todo el mundo. Pues uno y el mismo es el Señor que es más que el templo, y da a los hombres más que Salomón y que Jonás: esto es, su presencia y resurrección a los muertos. Pero lo hace sin cambiar a Dios, y sin predicar a otro Padre, sino al mismo que siempre ha distribuido tantos bienes a sus servidores, y que les da mayores dones según el progreso de su amor a Dios, como el Señor decía a sus discípulos: "Veréis cosas mayores que éstas" (Jn 1,50). Y Pablo dice: "No que ya hubiese recibido o hubiese sido justificado, o ya fuese perfecto" (Ph 3,12). "En parte conocemos y en parte profetizamos; mas cuando venga lo que es perfecto, desaparecerá lo parcial" (1Co 13,9-10).

Pues así como, al llegar lo perfecto, no veremos a otro Padre, sino al que ahora deseamos ver: "Dichosos los puros de corazón, (998) porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8); así tampoco esperamos a otro Cristo e Hijo de Dios, sino al Hijo de María la Virgen, que sufrió, y en el cual creemos y amamos, como dice Isaías: "Y dirán aquel día: He aquí el Señor nuestro Dios, en quien hemos esperado, y nos alegramos en nuestra salvación" (Is 25,9); y Pedro dice en su Epístola: "A quien amáis sin ver, en quien ahora creísteis sin verlo, os alegraréis con gozo inefable" (1P 1,8). Ni recibimos algún otro Espíritu Santo, sino al que clama: "Abbá, Padre" (Rm 8,15). Y estos mismos dones se nos aumentarán, y progresaremos, de manera que no disfrutaremos ya de los dones de Dios en espejo o en enigma, sino cara a cara. Así ahora, viendo algo que es más que el templo y que Salomón, que es la venida del Hijo de Dios, no conocemos a otro Dios, sino al que es el hacedor y creador de todas las cosas, el mismo que se nos manifestó desde el principio; ni a otro Cristo Hijo de Dios, sino al que los profetas anunciaron.

9,3. Los profetas conocieron y predicaron de antemano el Nuevo Testamento y a aquel que en él se pregonaba. Este, siguiendo el beneplácito del Padre debía establecerlo, se manifestó a los seres humanos como Dios quiso, a fin de que, quienes crean en él a través de ambos Testamentos, puedan siempre ir madurando hasta llegar al término de la salvación. Pues uno es Dios y una la salvación. En cambio, son muchos los preceptos que educan al ser humano y no son pocos los escalones que lo hacen subir hasta Dios. A un rey terreno, aun siendo hombre, le es posible muchas veces conceder a sus súbditos bienes cada vez mejores. ¿Y no podrá Dios, el cual es siempre el mismo, dar al género humano cada vez mayores gracias, y honrar constantemente con mejores premios a quienes le agraden?

(999) Si progresar consistiese en descubrir a otro Padre distinto de aquel que se predicó desde el principio, entonces lo mejor sería encontrar a un tercer Padre después de aquel segundo que se imaginan, y luego a un cuarto tras el tercero, y en seguida otro y otro más. Pensando de esta manera, una mente de tal calaña nunca encontrará firmeza en un solo Dios. Rechazado por aquel que es, y volviéndose atrás, siempre andará buscando y jamás hallará; sino que siempre seguirá nadando en lo incomprensible. Sólo le queda hacer penitencia y convertirse, volver al punto original del que se ha desviado, confesando y creyendo en un solo Dios Padre Demiurgo, a quien anunciaron los profetas y reveló Cristo.

Como él mismo dijo a quienes acusaban a sus discípulos de no observar la tradición de los antiguos: "¿Por qué anuláis el precepto de Dios por vuestra tradición? Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: A quien maldijere a su padre o a su madre, se le haga morir" (Mt 15,3-4 Mc 7,9-10). Y en seguida repite: "Anuláis la Palabra de Dios por vuestra tradición" (Mt 15,6). De este modo Cristo confiesa que es el Dios y Padre quien mandó en la Ley: "Honra a tu padre y a tu madre, para que te vaya bien" (Ex 20,12). El Señor, que es veraz, declaró que el precepto de la Ley es Palabra de Dios, y a ningún otro llamó su Padre.

(310) O bien, "de una misma substancia" (ousías).


410
1.3.1. El Antiguo Testamento prepara la venida de Cristo

10,1. Justamente Juan lo recuerda diciendo (1000) a los judíos: "Investigad las Escrituras, en las cuales creéis tener vida eterna: ellas dan testimonio de mí. Y no queréis venir a mí para tener vida" (
Jn 5,39-40). ¿Cómo podían dar testimonio de él las Escrituras, si no proviniesen de uno y el mismo Padre, que mediante ellas preparaba a los seres humanos, instruyéndolos acerca de la venida de su Hijo, y preanunciando la salvación que él traería? El les dijo: "Si creyérais en Moisés, también me creeríais a mí, pues él escribió sobre mí" (Jn 5,46). Es decir, el Hijo de Dios está sembrado a través de todas las Escrituras, una vez hablando con Moisés, otra con Noé dándole las dimensiones (del Arca), otra preguntándole a Adán (311), otra pronunciando juicio sobre los sodomitas. Así también dejándose ver cuando guía a Jacob por el camino y cuando habla con Moisés desde la zarza.

No tienen número las ocasiones en que se muestra al Hijo de Dios hablando con Moisés. Ni siquiera ignoró éste el día de su pasión (del Hijo), sino que la preanunció en figura al establecer la Pascua: pues el Señor sufriendo en la Pascua cumplió lo que tanto tiempo antes Moisés había predicado mediante ella. Y no sólo señaló el día, sino también indicó el lugar, el tiempo y el signo del atardecer, cuando dijo: "No podréis inmolar la Pascua en ninguna otra de las ciudades que el Señor tu Dios te dará, sino en aquel lugar que el Señor tu Dios elegirá para que invoques su nombre: ahí inmolarás la Pascua al atardecer, antes de que el sol se oculte" (Dt 16,5-6).

10,2. También anunció su venida, diciendo: "No faltará un príncipe salido de Judá, ni un jefe que nazca de sus riñones, hasta que venga aquel para quien está reservado (el cetro): éste es la esperanza de las naciones. Atará el pollino a la parra y el borrico a la vid. Lavará sus ropas en vino y su manto en la sangre de la uva. (1001) Sus ojos se alegrarán con el vino, y sus dientes se pondrán blancos como leche" (Gn 49,10-12). Aquellos a quienes tanto les gusta andar escrutando las Escrituras, busquen el tiempo en el que haya faltado un jefe nacido de Judá, quién es la esperanza de las naciones, quién es la vid, cuál es su pollino y su vestido, qué significan sus ojos, sus dientes y el vino. Busquen en cada uno de los textos y no encontrarán anunciado a ningún otro sino a nuestro Señor Jesucristo. Por ese motivo Moisés, reprendiendo al pueblo ingrato, dice: "¡Así pues, pueblo torpe y sin sabiduría, mira lo que devuelves al Señor! (Dt 32,6). Y de nuevo señala al Verbo, el que desde el principio los creó e hizo, y en los últimos tiempos nos ha redimido y devuelto la vida, "colgado del madero" (Dt 21,23 Ga 3,13); y sin embargo no creen en él. Pues dice: "Tu Vida estará colgada ante tus ojos y no creerás a tu Vida" (Dt 28,66). Y más adelante: "¿No es éste tu Padre, el que te modeló, te hizo y te creó?" (Dt 32,6).

(311) Es típica de San Ireneo la idea de que Dios siempre se ha comunicado con el hombre por medio de su Hijo (o del Verbo), desde los inicios, conversando con Adán (ver D 12), y revelándose a Abraham (ver D 44), a Jacob (A 45), a Moisés (D 46). Ver III, 6,1; IV, 22,2; 34,5.


411
1.3.2. Los profetas desearon ver a Cristo


11,1. Mas no únicamente los profetas; también muchos justos, conociendo por el Espíritu su venida, pedían que llegase el tiempo en que pudieran ver cara a cara a su Señor y oyeran sus palabras, como el Señor declaró a sus discípulos: "Muchos profetas y justos desearon ver el día que veis, y no lo vieron, oír lo que oís y no lo oyeron" (
Mt 13,17). ¿Mas cómo podrían desear verlo y oírlo, si no hubiesen sabido de antemano acerca de su venida? ¿Y cómo habrían podido saberlo, si no hubieran recibido de él el previo conocimiento? ¿Y cómo las Escrituras habrían dado testimonio de él, si no hubiese sido uno mismo el Dios que por su Verbo reveló y mostró todas las cosas a los creyentes? Lo hizo unas veces hablando con aquel a quien había modelado, otras dando la Ley, otras reprendiendo, otras exhortando, pero sobre todo (1002) liberando al esclavo para adoptarlo como hijo, a fin de perfeccionar al ser humano dándole la herencia de la incorrupción en el tiempo oportuno. Así pues, lo plasmó para que creciera y se incrementase, como dice la Escritura: "Creced y multiplicaos" (Gn 1,28).

2. El Nuevo Testamento cumple el Antiguo


2.1. El hombre cambia, Dios no


11,2. En esto difiere Dios del ser humano: Dios hace, el hombre es hecho. Y, por cierto, el que hace siempre es el mismo; en cambio aquel que es hecho debe recibir comienzo, adelanto y aumento hasta llegar a la madurez. Dios concede los beneficios, el ser humano los recibe. Dios es perfecto en todas las cosas, siempre es igual y semejante a sí mismo, porque todo él es luz, mente, substancia y fuente de todos los bienes; mientras que el ser humano recibe el ir aprovechando y creciendo hasta Dios. De la misma manera como Dios es siempre el mismo, así también el hombre que se encuentra en Dios, siempre irá creciendo hacia él. Pues ni Dios deja nunca de beneficiar y enriquecer al ser humano, ni éste deja de recibir de Dios sus beneficios y riquezas. Cuando el ser humano es agradecido con aquel que lo creó, se convierte en recipiente de su bondad e instrumento de su gloria. De igual modo, el ingrato que desprecia a aquel que lo plasmó y no se sujeta a su Palabra, se convierte en recipiente de su juicio. Pues el mismo Señor prometió dar más a quien siempre da mucho fruto y multiplica el dinero de su Señor: "¡Ea, siervo bueno y fiel! Puesto que fuiste fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho: entra en el gozo de tu Señor" (Mt 25,21 Lc 19,17).

11,3. Pues así como prometió que a quienes ahora produzcan fruto, daría más según los dones de su gracia, y no por un cambio del conocimiento -ya que el Señor sigue siendo el mismo y el Padre así también se revela-, de igual manera el único y mismo Señor, con su venida, concede a los últimos mayores dones de gracia que en el Antiguo Testamento. Los antiguos escuchaban, por medio de los siervos, que habría de venir el Rey; por eso se alegraban con un gozo moderado, según lo que esperaban de esta venida. En cambio quienes lo vieron presente, recibieron la libertad y gozaron de sus dones, gozan de mayor gracia y de más abundante alegría, felices por la llegada del Rey, como dice David: "Mi alma se alegrará en el Señor, exultará en su salvación" (Ps 35,9).

(1003) Por eso, cuando entró en Jerusalén, todos los que se hallaban en el camino, con el ansia de David en el alma (Ps 42,2 Ps 84,3), reconocieron a su Rey y se quitaron los vestidos para con ellos y con ramas verdes adornar la calle, gritando con grande gozo y alegría: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!" (Mt 21,9 Ps 118,25-26). En cambio los malos administradores, aquellos que se imponían a los pequeños y dominaban sobre los más simples, se pusieron celosos, y por ello rechazaban que hubiese llegado el Rey. Le decían: "¿Oyes lo que dicen?" Y el Señor les respondió: "¿Nunca habéis leído: De la boca de los pequeños y lactantes has sacado tu alabanza?" (Mt 21,16 Ps 8,3). Así les mostró que en él se cumplía lo que David había dicho acerca del Hijo de Dios, para darles a entender que no conocían el poder de la Escritura y la Economía de Dios, pues él era aquel Cristo a quien los profetas habían anunciado, "cuyo nombre toda la tierra alaba", porque su Padre "de los pequeños y lactantes ha sacado su alabanza", y por eso "su gloria se eleva más allá de los cielos" (Ps 8,2-3).

11,4. Así pues, si es el mismo aquel a quien los profetas anunciaron, el Hijo de Dios nuestro Señor Jesucristo, cuya venida trae consigo una mayor gracia y premio a quienes le recibieron, es claro que es también el mismo Padre aquel a quien los profetas predicaron, y que el Hijo, al venir, no nos dio a conocer a otro Padre sino al mismo que desde el principio había sido anunciado. De éste sacó la libertad para aquellos que de modo legítimo, con ánimo dispuesto y de todo corazón lo sirven. En cambio ha separado de la vida y arrojado a la perdición eterna a quienes desprecian a Dios y no le obedecen, sino que por una gloria humana, han puesto su riqueza en los actos de pureza exterior -los cuales la Ley les había dado como una sombra o trazo que delineaba lo eterno con rasgos temporales, y las cosas celestes con figuras terrenas-. Estos fingen observar más de lo que está prescrito, prefiriendo sus propias observancias al mismo Dios: están por dentro llenos de hipocresía, arden en deseos y en todo tipo de malicia (Mt 23,28). A éstos los arrojará a la perdición eterna, separándolos de la vida.


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Ireneo, Contra herejes Liv.4 ch.6